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Full text of "Dias geniales ó Lúdicros : libro expósito dedicado á Don Fadrique Enrriquez Afan de Rivera"

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<***  #    SOCIEDAD    DE    BIBHOniOS 

5g.^  ANDALUCES    SEVILLE 

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OBRAS  DE  RODRIGO  CARO 
II 


días  GENIALES  \tV«5 

Ó  LÚDICROS         ^^^'^ 

z,;mo  expósito 

Dedicado  á  Don   Fadrique  Enrriquez  Afán   de  , 

Rivera,  Marqués  de  Tarifa,  psp.  "^j^-^sir/cr  o 


Presbítero^  Rector  del  Colexio  de  la  Sangre  de  Nuestro 

Señor  Jesti  Cristto  de  sn  villa  de  Bornos 

y  Sil  Cap  ella  71. 


Año  DE  (fNoMoOi  1884. 


SEVILLA: 

Imp.  de  El  Mercantil  Sevillano, 

Olavide  8. 


No  se  impviincn  más  ejemplares  que  los  correspondientes 
á  los  señores  Socios. 


Liber  Homino. 

Sít  tilji  sicm'jmvs  lionor^  sit  laus  extreyyva  'Jíuíjistr-o 
^a^ina  (^iiod  renové^'  nvivnere  tota  tuo. 


ídem  Lectori. 

¿íextat  ab  antícjiío pivm'ilis  temporeliisus: 
Jlícügwum  de  parvis  sivscípe^  ^ectoVj  opivs. 


P^EGNIO  DELICIÓLO  MEO 

CAUTIO  INSCRIBENDA 


Voló  et  rogo,  sií  hoc  amori  datiim,  né  pticlhis  hic  lucitator 
aiidaciihis  domo,  ciii  mando  inancipoqtie  injnsiis  qiioqiuim  te- 
merarius  exeat;  ciim  io  cequalibus  ibi  colhidere  migari,  insa- 
ñire,  acliihente  Domino,  jiis  fas  que  esto:  modestiam  etiam  in 
lucibns,  qua  potis  es  servato;  ad  amiciim  stndiosiim  Apolli- 
nem,  et  Musas  amantem,  geniove  indnlgentem  exiturns  qiian- 
doqne  doinn  itionem  niatiiram  jnbcíor.  Homincs  tétricos,  jejii- 
nos,  malevolentes,  qiiiqtie  se  nimiiim  amant  caveto  cestera  ex 
proíscripto  domini  facito  lubens  qtiod  si  forte  lapsanti,  gradii 
palabiindiis  in  nrenteis  cujzcs  qiiam  Zoili  ociilos  impingat, 
qiíod  Dii,  Deoeqiie  omnes,  avertant.  M.  Valerii  Martialis  epi- 
grammate  fascinnm  ut  amoliatur,  circiim  ligatiis  esto. 


IN  DETRACTOREM 


N'asjitus  sis  iisqiie  licet;  sis  deniqíie  nasus 

Quantum  nohterit ferré  rogatiis  Atlas: 
Et  pos  sis  ipsitm  tic  deridere  Latinum 

Non  potes  in  migas  dicere  pliira  meas 
Ipse  ego  qiiam  dixi:  ¿  Quia  detitem  dente  juvabitf 

Rodere?  Carne  opus  est,  sisattur  esse  velis. 
Ne  per  das  operam:  qui  se  miran  tnr  in  illas 

Virus  híibení:  nos  hcec  novimus  esse  nihil. 
Et  tamen  hoc  nimium  nihil  est,  si  candidus  aure, 

Et  mattitina  si  niihi  fronte  venis. 


AL  LECTOR 


De  este  libro  es  autor  el  Dr.  Rodrigo  Caro,  aunque  está 
á  nombre  de  Juan  Caro,  rector  del  Colegio  de  la  Sangre  de 
N.  S.  Jesucristo  de  la  villa  de  Bórnos.  Véese  de  la  dedicatoria 
á  D.  Fadrique  Enriquez  de  Ribera,  marqués  de  Tarifa,  primo- 
génito del  Excmo,  Sr.  D.  Fernando  Enriquez  de  Ribera,  du- 
que de  Alcalá,  amigo  del  autor  y  de  todos  los  doctos  de  su 
tiempo,  donde  dice:  «¡Cosa  extraña!  ¿Quién  dijera  que,  como 
hay  padres  tan  crueles  y  tan  olvidados  de  sí  mismos,  que  ex- 
ponen sus  hijos  á  riesgos  de  la  muerte  y  de  la  incertidumbre 
de  ajena  demencia;  hubiese  también  ingenios  tan  inhumanos 
que,  posponiendo  el  amor  propio,  desamparen  sus  propios  par- 
tos y  los  expongan  á  las  puertas  de  la  incierta  voluntad  ajena?» 
Donde  se  ve  diferente  el  autor  del  que  hace  la  dedicatoria. 

También  lo  dice  el  epigrama  latino  al  principio  del  libro 
del  P.  Jacinto  Carlos  Quintero,  clérigo  menor,  que  refiere  las 
obras  del  Dr.  Rodrigo  Caro,  que  son:  los  Comentarios  á  Flavio 
Dextro^  Los  dioses  de  España,  las  Antigiiedades  de  Sevilla,  y 
éste. 


X    — 

Confiésalo  así  el  mismo  Dr.  Rodrigo  Caro,  en  las  Anti- 
güedades de  Sevilla^  en  el  cap.  XXXVII,  fól.  147,  á  la  vuelta, 
donde  dice:  «Hacen  memoria  de  ella  los  autores  griegos  y  lati- 
nos,  y  yo  toqué  algunas  cosas  en  el  Diálogo  VI  de  mis  Dias 
Geniales  ó  Lúdicros.^ 

En  el  libro  que  el  Dr.  Rodrigo  Caro  imprimió  en  octavo 
en  Osuna,  año  de  1622,  con  título  de  Sanitiario  de  Nuestra 
Señora  de  Consolación  y  antigüedades  de  la  villa  de  Utrera, 
al  fól.  32,  dice:  «Algunas  cosas  he  observado  acerca  de  esto  en 
el  Diálogo  IV  de  los  Juegos  de  los  mnchachos  ■» 

El  original  de  este  libro  de  los  Dias  Geniales  6  Lúdicros 
está  en  la  librería  del  colegio  de  San  Alberto,  del  Orden  de 
Nuestra  Señora  del  Carmen,  de  Sevilla. 

D.  Nicolás  Antonio,  en  su  Biblioteca  Hisp.^  verbo  Rodé- 
riciis  Caro,  dice:  <íPropinqiii f orzan  siii  mnnine  nssus  est  autor 
in  nnncupatione  huj'us  libri  qni  de  Liidis  Pnerorum  docte  et 
accute  disserit.y) 


XI    — 


Juan  Caro,  su  Capellán,  salud, 

vida  y  felicidad. 


¡Cosa  extraña!  ¿Quién  dijera,  que  como  hay  padres 
naturales  tan  crueles  y  tan  olvidados  de  sí  mismos,  que 
exponen  sus  hijos  al  riesgo  de  la  muerte  y  á  la  incerti- 
dumbre  de  ajena  clemencia;  hubiese  también  ingenios 
tan  inhumanos  que,  posponiendo  el  amor  propio,  des- 
amparen sus  propios  partos  y  los  expongan  á  las  puertas 
de  la  incierta  voluntad  ajena?  Mas  la  opinión  imposible 
acredita  la  cierta  experiencia  de  este  pequeño  expósito 
que  V.  S.  ahora  vée  en  sus  manos,  y  yo  le  hallé  á  la 
puerta  de  mi  aposento  arrojado  allí  de  su  padre. 

El  cual  no  sé  si  en  tal  ocasión  quiso  continuar  aque- 
lla tan  ajustada  similitud  que  los  hijos  y  los  libros  tienen, 
llamándose  los  unos  y  los  otros  igualmente  en  su  secre- 
ta formación,  conceptos;  en  los  umbrales  de  la  luz,  par- 
tos; en  la  educación  y  trato,  hijos;  pensamiento  á  que 
parece  atendieron  los  sabios  architectos  de  la  lengua  la- 
tina, juntando  la  voz  de  liberos  y  libros  con  próxima 
analogía:  y  porque  en  todo  se  parezcan,  lleva  ahora  es- 
te expósito  el   número  de  similitud  que  faltaba,  pade- 


XII    

ciendo  como  los  hijos  naturales  el  rigor  de  expósito:  si 
ya  no  fué  traza  de  su  padre  para  buscar  lo  mejor,  caute- 
lando posesión  de  respecto  á  título  de  moderación. 

Todos  estos  pensamientos  fluctuaban  en  mi  imagi- 
nación luego  que  le  hallé,  admirando  la  novedad;  si  bien 
nunca  pude  aprobar  la  elección  de  quien  lo  puso  á  mi 
puerta,  pues  si  esto  suelen  hacer  los  padres  naturales 
con  sus  hijos,  obligados  ya  de  la  necesidad  y  más  veces 
de  la  vergüenza,  buscan  siempre  casas  donde  les  sobre 
el  favor  ó  la  esperanza,  bienes,  aunque  cortos,  que  en  la 
mia  pobre  no  se  hallan. 

Desengañóme  luego  el  mismo  expósito  con  la  direc- 
ción á  V.  S.  que  traia  escrita  en  el  seno;  alegróme  la  me- 
joría de  la  destinación,  aprobando  el  acierto  de  su  pa- 
dre, pues  con  dirigirlo  á  V.  S.  le  supo  buscar  en  su  pie- 
dad el  mejor  nacimiento  y  en  su  casa  la  mejor  fortuna. 
Podrá  V.  S.  permitirle  y  tenerle  entre  sus  meninos;  y 
por  lo  que  he  visto  en  él  no  será  el  menor  bachiller  de 
todos,  si  bien  no  parece  que  ha  oido  gracias  en  su  vida 
escurriles  y  de  .truhanes,  porque  no  las  usa,  antes  habla 
al  estilo  de  su  aldea,  sencillamente;  todo  su  negocio  el 
jugar,  pero  tal  vez  como  el  Aquíles  disimulado  echa  el 
arco  y  flechas  y  se  esfuerza  á  jugar  las  armas  pueriles, 
corre,  salta,  lucha,  como  que  se  previniese  para  guerre- 
ro, y  en  el  mismo  ruido  de  estos  entretenimientos  respi- 
ra antigüedad,  aspira  á  docto  y  habla  de  las  cosas  como 
si  se  hubiera  hallado  en  los  juegos  olímpicos  de  Grecia  ó 
en  los  circos  y  anfiteatros  de  Roma,  y  lo  que  parece  im- 
posible en  tan  poca  edad,  lo  acredita  con  sus  acciones, 
previniendo  en  los  juegos  y    ejercicios  corporales   valor 


—    XIII    

militar  y  en  la  afición  á  la  antigüedad  y  lección  de  los 
libros  prudencia  y  sabiduría  de  Minerva;  fines  ambos  á 
que  el  gran  padre  de  V.  S.,  el  Duque  mi  señor,  como 
sabio  Chiron,  está  muy  atento  á  la  generosa  educación 
de  V.  S. 

Previnieron  los  que  dieron  más  acertados  preceptos 
á  la  juventud,  como  Platón,  Plutarco,  Séneca,  Quinti- 
liano,  San  Gerónimo  y  otros  varones  doctísimos,  que  la 
enseñanza  en  esta  tierna  edad  fuese  de  manera  templada, 
que  los  niños  aprendiesen  jugando  y  jugasen  aprendien- 
do: «Nam  in  primis  cavere  opportevií,  qui  amare  non- 
dum  potest,  oderit,  et  amaritudinem  semel  preceptam  ul- 
tra rudes  annos  reformidet.  Lussus  hic  sit  et  laudatur  et 
rogé  tur.-» 

Así  lo  siente  Quintiliano;  mas  ya  salgo  fuera  de  mi 
obligación,  y  juzgo,  según  la  inclinación  y  estudios  de 
V.  S.,  que  en  tan  pequeña  edad  como  la  de  diez  años 
que  hoy  tiene,  ya  le  puede  enseñar  erudición  á  este  expó- 
sito. Con  que  V.  S.  nos  da  á  entender  que  nació  docto 
de  padre,  como  ilustrísimo,  doctísimo. 

Suelen  los  árboles  generosos  y  plantados  en  fértil 
terreno,  aunque  sean  muy  antiguos,  renovar  su  juven- 
tud con  nuevos  pimpollos,  porque  la  naturaleza  es  anti- 
gua pero  no  vieja.  Este  árbol  de  real  trono,  donde  el  Du- 
que mi  señor  y  V.  S.  son  generosos  pimpollos,  no  puede 
dejar  de  producirlos  con  las  mismas  cualidades  que  la  ge- 
nerosísima raíz  que  el  señor  rey  D.  Alonso  el  Sabio,  su 
progenitor  por  via  masculina,  tuvo,  que  aunque  fué  rey 
alto  y  poderoso,  fué  tan  sabio  que  el  mundo  lo  conoce 
más  por  este  glorioso  renombre,  que  sus  admirables  es- 


XIV    

tudios  le  dieron,  que  por  la  posesión  ambiciosa  del  cetro. 
Luego  en  su  gran  casa  nada  de  esto  hace  novedad,  pues 
lo  tienen  su  excelencia  y  V.  S.  de  su  cosecha  propia, 
nacido  en  su  casa;  heredando  con  la  sangre  la  alteza  del 
ilustrísimo  y  real  linage,  las  letras  adquiridas  con  vigi- 
lantes y  perpetuos  estudios,  la  afición  á  los  estudiosos, 
con  que  las  mismas  Musas  se  hallan  ufanas  y  desvane- 
cidas. 

Descubierto  se  habia  espacioso  campo  para  que  to- 
mando osado  vuelo  mi  pluma  discurriera  en  las  alaban- 
zas de  V.  S.,  sin  temor  de  que  este  ardimiento  me  pre- 
cipitara en  el  mar  de  la  lisonja,  y  fuera  deuda  que  yo 
pagara  de  muy  buena  voluntad;  mas  ahora  no  trato  si- 
no de  disculpar  al  autor  de  este  nuevo  criado,  cuya  elec- 
ción apruebo  y  le  estoy  agradecido;  pues  conoció  de  mí 
la  propensión  al  servicio  de  V.  S,  y  me  fió  la  ejecución 
de  tal  ministerio. 

Yo  le  cumplo  fielmente,  remitiéndolo  á  V.  S.  con  el 
pobre  aderezo  que  le  hallé;  y  estoy  muy  cierto  que  V.  S. 
lo  recibirá  con  grato  afecto  por  el  que  muestra  tener  al 
servicio  de  V.  S.,  pues  con  exponerse  á  su  favor  confie- 
sa mayor  deuda  que  al  padre  que  lo  engendró. 

Guarde  Nuestro  Señor  la  persona  de  V.  S.  con  sus 
criados  y  capellanes  deseamos. 

De  su  villa  de  Bórnos,  6  de  Agosto  de  162Ó. 

Criado  y  capellán  de  V  S,, 

Juan  Caro.» 


XV 


AL  LECTOR 


No  es  menester  larga  prefación  cuando  sólo  el  título 
dice  qué  es  la  cosa,  sin  ambición,  ni  circunlocución  de 
palabras;  ni  á  mí  me  toca  este  oficio,  porque  yo  no  soy  el 
padre  natural  que  engendró  este  mancebito  bachiller.  Su 
padre,  con  exponerlo,  declaró  su  ánimo  y  poca  afición 
que  le  tenía,  pues  se  avergonzó  del  título  de  padre  y 
dio  el  parto  de  su  ingenio  en  manos  de  la  crueldad,  por 
no  recibir  los  golpes  á  que  se  expuso,  y  quiso  diesen  to- 
dos sobre  el  miserable  expósito. 

No  sé  si  en  esta  prevención  culpo  demasiadamente 
nuestra  edad  tan  inclinada  á  la  maliciosa  censura,  ó  su 
poca  afición;  sea  lo  que  fuere,  él  anduvo  más  recatado 
que  pío:  mas  yo,  que  por  ser  el  primero  á  cuyas  puertas 
llegó,  me  hallo  con  las  obligaciones  de  padre,  te  ruego. 


—    XVI    

benévolo  lector,  le  trates  con  piadosa  misericordia,  que 
muy  propio  es  de  los  de  esta  edad  errar. 

Con  todo  eso,  será  bien,  para  que  desde  luego  sepas 
lo  que  profeso,  declarártelo,  no  sea  que  te  llames  á  en- 
gaño, y  pienses  que  por  llamarse  Días  Geniales^  como 
el  libro  de  Alexandro  a¿?  Alexandro^  contiene  cosas  de 
mucha  curiosidad  ó  importancia,  pues  su  dueño  te  des- 
engañó con  añadir  Lúdicros,  que  es  cosa  de  burlas  y 
juegos;  si  bien,  hablando  verdad,  para  escribirlos  parece 
que  leyó  todo  cuanto  escribieron  griegos  y  latinos.  Y 
aunque  parece  que  para  tan  gran  menudencia  fué  super- 
fluidad tanta  lección,  no  lo  fué,  porque  estas  cosas  muy 
de  camino  se  advierten,  y  son  mayores  los  fines  que  de 
la  lección  de  autores  graves  consigue  el  que  las  lee  con 
juiciosa  atención. 

Lo  que  he  colegido  es,  que  en  el  primero  y  segundo 
Diálogo  trata  de  los  juegos  gímnicos,  que  propiamente 
pertenecen  al  ejercicio  del  cuerpo,  para  aumentar  las 
fuerzas  y  la  agilidad,  lo  cual  hacian  los  antiguos  para  el 
uso  de  las  armas,  previniendo  la  milicia  desde  la  tierna 
edad;  y  este  fin  solo  era  él  de  grande  consideración: 
por  cuya  pérdida  justamente  se  lamenta  Gerónimo 
Mercurial,  médico  doctísimo,  diciendo  que  por  haberse 
dejado  estos  ejercicios  corporales  se  han  perdido  las 
fuerzas,  vigor,  destreza  de  las  armas  y  la  sanidad  de  los 
cuerpos,  y  en  su  lugar  se  han  introducido  muchas  enfer- 


—    XVII    

medades  no  conocidas  ni  vistas  jamás  de  los  antiguos. 
Pero  lo  diremos  mejor  por  sus  mismas  palabras:  <^Sed 
quo  plures  ab  hac  Arte  sumus  Milites  emanasse^  eo  ma- 
gis  dolendum  nobis  est,  quibus  nescio  quo  mísero  f ato  cum 
multis  aliis  optimarum  Artium  studiis  periit:  unde  sit  ut 
vetus  illud  militare  robur  et  veram  sanitatem  per  pauci 
sint  hoc  tempore  qui  consequantur:  tot  que  morborum  ge- 
nera quotidie  nos  inféstente  quot  ob  exercendorum  corporum 
consuetudin¿e  non  expertos  esse  veteres  rationi  conceta- 
neum  est.y> 

El  tercero  y  cuarto  Diálogo  contienen  muchos  géne- 
ros de  juegos  de  todas  edades;  porque  hay  juegos  y  ejer- 
cicios místicos,  simpociacos,  saturnales,  y  en  especial  pa- 
rece que  quiso  de  propósito  juntar  los  juegos  de  la  pri- 
mera edad,  cosa  que  ninguno  en  nuestra  edad  ha  inten- 
tado: en  esta  parte  es  singular,  y  sólo  en  este  tiempo, 
aunque  en  el  pasado  de  los  romanos  escribió  Suetonio 
Tranquilo  un  libro  De  Lucibus  Puerorum.  Conque 
si  alguno  demasiadamente  severo  le  quisiere  culpar,  es- 
tá bastantemente  disculpado,  pues  le  patrocina  en  el 
mismo  intento  escritor  de  tan  conocido  juicio,  crédito 
y  gravedad. 

Tiene  particular  cuidado  de  conformar  los  juegos 
antiguos  con  los  que  hoy  vemos,  y  dar  los  nombres 
modernos  á  cada  uno,  diligencia  que  no  hallarás  en  nin- 
gún onomástico;  y   finalmente,   todos  estos  juegos  es- 


—     XVIII     — 

tan  encadenados  con  la  antigüedad,  qué  sólo  esto  es  su- 
ficiente para  persuadirse  á  que  nó  sólo  este  tratado  será 
deleitable,  por  ser  festivo  y  lúdicro,  sino  que  también  te 
podrá  ser  útil,  aficionándote  á  la  sagrada  antigüedad, 
sin  la  cual  todas  las  artes  son  imperfectas  y  sin  gusto. 
Vale. 


XIX 


Petri  Cari,  e  Societate  Jesu. 

EPIGRAMA 

Czim  venus  et  felix  adsint  Ubi  senio  talo 
Mome^  sile  iristis,  contmeas  que  canis^ 

Dtim  tibi  biseno  jactatur  íessera  ptincto 
Omniasic  mérito  Ludrica  puncta  ferunt. 

Lusisti  gravibiis^  levibus  sic  seria  jnisces, 
Utpueros  doceas,  et  doces  que  senes. 


Décima. 

Levantóme  del  tablero, 
Y  por  jugar  tan  picado, 
Que  aunque  el  juego  me  ba  dejado 
Como  si  fuera  fullero, 
Lisonjearos  no  quiero; 
Caudal  quisiera  tener 
Para  jugar  y  aprender 
Juego  que  enseña  á  ganar; 
Bien  pueden  todos  jugar, 
Que  el  juego  no  es  de  perder. 


ADVERTENCIA 


Imperfectas  y  vulgares  son  las  copas  que  de  este  im- 
portante tratado^  que  Rodrigo  Caro  intituló  Dias  Ge- 
niales, hemos  podido  cotejar  para  hacer  la  presente  edi- 
ción. Esta  falta  es  tanto  más  deplorable^  cuanto  que  ci- 
tándose en  el  libro  más  de  treinta  autores  de  difícil  con- 
sulta^ y  estando  estragadisimamente  copiados  los  numero- 
sos textos  latinos  que  de  aquéllos  se  insertan^  no  ha  sido 
posible  hacer  la  necesaria  confrontación. 

No  obstante^  el  disgusto  que  nos  causa  ese  defecto  que 
no  nos  ha  sido  posible  corregir^  queda  compensado  con  la 
satisfacción  de  dar  á  la  estampa,  aunque  no  sea  con  la  cor- 
rección apetecible,  un  libro  tan  apreciado  por  los  eruditos. 


DIÁLOGO  I 


INTRODUCCIÓN 
DEL  DIÁLOGO  PRIMERO 


Son  tan  raros  los  dias  de  contento  de  que  el  breve 
espacio  de  la  vida  de  los  mortales,  por  muchos  ca- 
minos trabajada,  suele  gozar,  que  si  por  ventura  algu- 
nos le  suceden,  no  los  pierde  de  vista  la  memoria,  sin 
que  sean  necesarias,  valiéndose  de  la  antigua  costumbre, 
piedras  blancas  que  curiosamente  los  conserven;  argu- 
mento bastante  de  su  poquedad. 

Entre  estos  pocos  y  raros  dias  aquellos  con  mayor 
razón  son  repetidos  en  los  cuales  á  la  materia  del  gusto 
asistió  la  sagrada  antigüedad:  Medioque  Helicone  peti- 
tus  sermo.  La  certidumbre  de  esta  verdad  solicita  mi 
memoria  á  que  no  la  pierda  de  ciertos  dias  alegres  y  ge- 
niales, en  los  cuales  algunos  caballeros  no  menos  ame- 
rados de  la  antigüedad  que  de  su  antigua  nobleza  se  ha- 
llaron, y  yo  con  ellos,  en  una  heredad  no  muy  lejos  de 
la  antigua  ciudad  de  Bétis,  amena  por  el  sitio  de  natu- 
raleza y  agradable  por  la  curiosa  disposición  del  artifi- 
cio, haciéndola  deseada  el  cómodo  hospedaje  y  amable 


—  4  — - 
condición  de  D.  Fernando,  su  dueño,  para  ser  visitado 
de  D.  Diego  y  D.  Pedro,  íntimos  amigos  suyos,  á 
quien  la  igualdad  de  la  edad,  semejanza  de  estudios  y 
costumbres  hacían  que  el  gusto  y  el  corazón  fuesen  unos 
mismos. 

Convidaba  á  no  perder  la  ocasión  la  que  el  tiempo 
ofrecía  de  alegre  y  templada  primavera;  quisieron  verle 
sin  darle  cuenta  de  su  intento,  porque  su  no  pensada  ve- 
nida á  la  heredad  de  D.  Fernando,  donde  de  presente 
se  hallaba,  diese  más  admiración  al  gusto  y  menos  cui- 
dado á  la  prevención;  los  caballos  en  el  verde  hacían  no- 
table falta;  parecióles  la  supliría  un  coche  muy  antiguo 
y  un  cochero  nuevo  llamado  Melchor,  arbitrio  que  dio 
causa  á  mucho  cansancio,  pero  mayor  risa,  por  el  dis- 
curso del  viaje,  que  se  remató  con  la  llegada  á  la  here- 
dad de  D.  Fernando,  por  cuyas  puertas  como  entrase 
dijo  D.  Pedro:  ¡Bendito  sea  Dios,  que  nos  ha  dejado 
llegar  acá!  Mil  veces  he  venido  á  esta  heredad,  y  nin- 
guna me  ha  parecido  tan  largo  el  camino. 

D.  Diego.  ¡Válgame  Dios,  qué  terrible  cosa  es 
caminar  por  arenales  y  á  pié! 

D.  Fern.  ¿Es  posible?  ¿Qué  es  esto,  á  estas  horas, 
y  á  pié,  y  sin  avisarme? 

D.  Diego.  Guarde  Dios  á  V.  m.,  Sr.  D.  Fernan- 
do, y  lo  libre  de  horas  menguadas. 

D.  Fern.  En  muy  buenas  sean  V.  ms.  venidos; 
que  no  habiéndoles  sucedido  desgracia  alguna,  para  mí 
no  serán  muy  menguadas,  sino  colmadas  de  gusto  y 
alegría. 

D.  Ped.     Hános  sucedido  una  cosa. 


-  5  — 

D.  Fern.  ¿Qué,  por  vida  mia?  ¿Ha  habido  algún 
desmán? 

D.  Diego.  No  lo  podrá  V.  m.  adivinar  aunque 
más  Edipo  sea. 

D.  Fern.  Yo  Dacio  soy:  mas  pues  V.  ms.  vienen 
tan  risueños,  no  me  parece  que  será  menester  temer  al- 
gún ejemplo  trágico,  pues  el  suceso  ha  tenido  fin  tan 
alegre. 

D.  Diego.  Búsquelo  V.  m.  entre  las  Milesias  de 
Lucio  Apuleyo.  Pero  mal  he  dicho,  que  no  pienso  se 
hallan  argonautas  de  a  pié  ni  españoles  hipocentauros. 

D.  Fern.  Pues  ¿qué  Medea  vienen  á  robar  V.  ms., 
ó  qué  navio  traen  que  mida  las  inciertas  carreras  del  agua, 
ó  qué  Deyanira  pensaban  hallar,  para  cuyo  agrado  se  vis- 
tieron de  formas  irracionales?  Mas  ya  nos  dejó  desenga- 
ñados Lucrecio:  Ne forte  ex  homine^  et  veterino  sanguine 
equorum^  centauros  fieri  concredas  posse^  nec  esse. 

Melch.  Ya  yo  veo  las  orejas  al  lobo.  Ello  ha  de 
haber  latines  en  juntándose  V.  ms.;  pero  ¡por  Dios!  que 
tengo  de  hablar  yo  en  romance,  y  decir  el  suceso  del  co- 
che, si  V.  ms.  no  lo  dicen. 

D.  Diego.  ¿Qué  les  parece  á  V.  ms.  la  desver- 
güenza de  mi  criado? 

Melch.  Pisa,  señor  mi  amo,  tengo  yo  de  mi  la- 
branza y  crianza. 

D.  Fern.  Privilegio  es  ese  que  os  hace  libre  y 
exento  en  estos  reinos,  aunque  no  seáis  pariente  de  An- 
tonia García;  mas  cuando  no  la  tengáis,  el  Sr.  D.  Diego 
me  hará  á  mí  merced  que  por  honra  de  tan  gran  fiesta 
os  dé  licencia  de  que  digáis  lo  que  quisiereis. 


—  6  — 

D.  Diego.  Señor:  este  Melchorillo  tiene  muy  po- 
co de  gracioso  y  mucho  de  maldiciente,  y  así  temo  que 
ha  de  usar  mal  de  la  merced  que  V.  m.  le  hace;  mas  por 
hoy  hable  todo  lo  que  se  le  viniere  á  la  boca. 

Melch.  No  puedo  yo  hacer  eso  cómodamente  si 
no  viene  primero  la  bota. 

D.  Fern.  Habéis  hablado,  Melchor,  á  muy  buen 
tiempo,  que  aun  estos  señores,  según  el  cansancio  que 
traen,  tienen  necesidad  de  algún  refresco.  En  el  ínterin 
que  el  casero  adereza  la  comida,  toquen  V.  ms.  de  una 
caja  que  aquí  tengo,  y  aun  el  vino  pienso  que  no  es 
malo. 

D.  Diego.     No  hay  cosa  mala  en  esta  heredad. 


II. 


D.  Fern.  No  me  olvido  de  lo  primero  que  pre- 
gunté á  V.  ms.  ¿Cómo  ¡por  vida  mia!  vienen  á  pié  y 
tan  abochornados? 

Melch.  Si  V.  m.  lo  olvidara  lo  habia  yo  de 
acordar. 

D.  Diego.  Este  gusta  de  nuestro  mal,  como  al 
fin  criado. 

D.  Fern.  Eso  me  da  más  que  pensar;  ¿pues  ha 
acaecido  alguna  desgracia.'' 

D.  Diego.  Nó  señor.  ¿No  echa  V.  m.  de  ver  en 
la  risa  del  Sr.  D.  Pedro  que  no  hay  cosa  de  cuidado? 

D.  Fern.     No  suspenda  V.  m.  tanto  mi  deseo. 


D.  Diego.  Mi  señor:  digo  que  como  nuestro  lu- 
gar anda  tan  revuelto  con  esas  competencias  de 

Melch.  Perdone  V.  m.  que  le  atajo:  su  honra 
vaj'a  adelante:  advierta  que  soy  el  fiscal  deste  pleito,  y 
que  no  haciendo  la  relación  muy  á  la  letra,  tengo  de  ha- 
cer mi  oficio. 

D.  Diego,  Cuente  V.  m.,  Sr,  D.  Pedro,  este  su- 
ceso, que  no  puedo  sufrir  la  soltura  de  éste. 

D.  Ped.  Digo,  mi  señor,  que  sabiendo  sus  amigos 
de  V.  m.  que  se  hallaba  en  esta  su  heredad,  que  es  la  se- 
cretaría de  nuestros  gustos,  y  deseando  tenerlos  en  ella 
en  compañía  de  V.  m.,  determinamos  el  Sr.  D.  Diego  y 
yo  venir  ayer  tarde;  pero  no  hallando  á  propósito  los 
caballos,  que  están  en  verde,  al  Sr.  D.  Diego  se  le  acor- 
dó de  aquel  coche  que  fué  del  Sr.  D.  Fernando,  su  tio. 

D.  Diego.  Añada  V.  m.  que  mi  tio  lo  heredó  de 
mi  bisabuelo. 

D.  Fern.  Poco  á  poco  lo  subirán  V.  ms.  á  pose- 
sión de  Lain  Calvo,  ó  si  se  enojan  de  Erithonio. 

D.  Ped.  No  hay  testigos  que  puedan  deponer 
de  su  edad,  y  así  deja  libre  latitud  al  discurso  de  su  in- 
memorialidad,  y  á  mi  ver  parece  copiado  de  otro  coche 
que,  holgándose  Séneca,  nuestro  andaluz,  escribe  á  Lu- 
cillo. 

D.  Diego.  Aun  ese  llevaba,  si  no  me  acuerdo 
mal  de  esa  Epístola,  dos  muías;  mas  este  nuestro  sólo  lo 
tiraba  un  rocin,  y  todo  es  tal  que  tengo  vergüenza  de 
decir  que  es  mió. 

D.  Ped.  Éste,  pues,  tal  y  cual  estaba  en  su  co- 
chera, tan   retirado  de  la  humana  conversación,  que  la 


—  8  — 

suya  era  sola  con  las  polillas  y  telarañas,  de  que  sacán- 
dole á  la  luz  le  quitamos  sin  cuento,  pusímoslo  corriente 
con  jabón,  reparáronse  las  quiebras  más  urgentes,  y 
uniendo  en  medio  de  sus  dos  pértigos  el  dicho  rocin  (que 
esta  es  la  hechura  de  esta  máquina),  ordenamos  de  co- 
chero á  Melchor,  que  ha  sido  el  Típhis  y  Automedon 
de  este  viaje.  Dispuestos,  pues,  ya  todos,  y  el  coche  ver- 
gas en  alto,  queriendo  hacerlo  á  la  vela,  me  pareció  que 
el  cariño  de  Plauto  nos  decia:  ¿Sani  ne  estis^  qui pedes 
in  hunc  curriculum  conjicistis? 

Comenzamos  á  caminar  arrebatando  los  ojos  de  to- 
dos los  que  por  las  calles  encontrábamos,  que  risueños 
miraban  la  novedad  de  aquella  vejez,  pareciéndoles 
gran  fiesta  la  que  era  digna  de  aquel  secular  espectáculo. 

Ya  estábamos  fuera  del  lugar,  cuando  la  mohosa 
clavazón  comenzó  á  manifestar  su  enfermedad  de  suerte 
que  nos  fué  forzoso  parar  y  reparar  lo  que  se  pudo  có- 
modamente. En  este  conflicto  prometí  á  la  Virgen  de 
las  Veredas  una  tabla  de  aquellas  por  sagrado  anathema, 
si  me  sacaba  libre  de  afrenta  de  esta  jornada:  con  esto 
la  proseguimos,  y  no  habíamos  caminado  un  cuarto  de 
legua  cuando  volvió  el  coche  á  gemir,  rechinando  sus 
carcomidas  costillas,  cosa  que  aumentó  nuestro  temor  y 
solicitó  mucha  risa.  El  auriga  Melchor,  nuevo  en  el  ofi- 
cio, no  hacía  caso  del  peligro,  como  lo  llevaba  á  las  es- 
paldas; y  así,  sacudiendo  el  azote,  se  gallardeaba.  En 
esto,  una  de  las  ruedas  se  comenzó  á  desencuadernar,  y 
saltando  un  rayo  de  ella  como  si  fuera  despedido  por 
Júpiter  desde  la  esfera,  nos  dejó  á  todos  espantados,  y 
el  coche  se  paró  no  pudiendo  más  rodar.  Salimos  todos 


—  9  — 
al  punto,  y  haciéndonos  Dédalos  y  Archímedes  supli- 
mos con  el  artificio  la  falta  de  instrumentos  y  materia- 
les, y  lo  volvimos  á  poner  más  corriente;  pero  no  osan- 
do hacer  peso,  nos  hemos  venido  tras  él  á  pié. 

Hic  mea  me  lotigo  successit  prora  remulco 
Lactantem,  gratis  sistit  in  kospitiis. 

Melch.  Lo  que  V.  m.  ha  dicho  en  latin  yo  no  lo 
entiendo;  pero  pienso  que  dirá  ahí  V.  m.  cómojunto  con 
mi  señor  se  uncieron  por  cuartas  para  sacarlo  de  aquel 
arenal,  y  todos  tres,  rocin  y  consortes,  lo  han  traido  á 
horro  hasta  su  portillo  de  V.  m. 

D.  Fern.  Paréceme  que  á  Melchor  se  le  han  ido 
rocin  y  manzanas,  como  dicen. 

D.  Diego.  ¿No  he  dicho  yo  á  V.  m.  la  licenciosa 
lengua  de  este  demonio? 

D.  Ped.     ¡Ojalá  y  mintiera  mucho! 


DIÁLOGO  I 


D.  Diego.  Muy  mejorada  hallo  esta  casería,  señor 
D.  Fernando,  que  me  parece  ha  acrecentado  V.  m.  este 
cuarto  con  su  jardín. 

D.  Fern.  Sí  señor;  y  deseo  recogerme  de  manera 
que  temo  no  se  me  malogre  este  buen  deseo  como  otros. 

D.  Ped.  Por  cierto  está  muy  para  codiciar  la  vi- 
vienda de  este  campo,  y  exclamar  con  el  Lírico  cuan- 
do V.  m.  se  ausenta  de  él  por  mucho  tiempo: 

o  Rus,  quaiido  ego  te  adspiciam?  quando  que  licebit, 
Nunc  'vetertim  libris,  nunc  somno,  et  inertibus  horis 
Ducere  solicitis  jiicunda  obli'via  'vitee. 

Pues  aquí  se  da  V.  m.  al  ocio  literario,  dejando  el 
mundo  para  quien  es:  mas  por  nuestros  pasos  contados 
nos  hallamos  ya  en  una  cosa  que  yo  veo  allí  cerca  de 
aquella  gruta,  muy  gustosa  para  mí. 

D.  Fern.     Yo  apostaré  que  es  aquella  piedra  es- 


—    12    — 

crita,  que  me  trajeron  de  nó  lejos  de  aquí  el  otro  dia, 
D.  Ped.  No  veo  aquí  otra  cosa  que  más  pueda 
llevar  los  ojos:  mucho  es  que  no  esté  injuriada  del  tiem- 
po: ¡qué  lindo  mármol  y  qué  elegantes  letras!  Léale 
V.  m.,  Sr.  D.  Fernando,  que  aunque  yo  soy  aficionado 
á  la  antigüedad,  no  alcanzo  tanto  que  la  entienda  como 
quisiera,  y  estas  letras  singulares  que  se  hallan  en  tales 
inscripciones  no  son  fáciles  de  entender. 

D.  Fern.     Razón  tiene  V.  m.;  mas  la  presente  no 
tiene  masque  las  muy  ordinarias.  Dice,  pues,  así: 


D.    M.    s. 

C.  APULEIO  NIMPHIDIO   C.  F. 

C.   N.   DIOCLI  OPTIME  M.   ADOLES- 

CENTI   QVI  SACRIS  CERTAMINIBVS  PO- 

PVLO  ADCLAMANTE,  VÍCTOR,  EODEM 

MOERENTE  FATO  VICTVS  EST. 
C.  APVLEIVS  ET.   NIMPHIDIA   PAREN- 
TES  INFELICIIS.  PERPETVIS  TENEBRIS, 
ET  QVOTIDIANA  VLVLATIONE  DAMNATI. 
MOESTITER. 
E.     C. 

VALE  ANIMA.  VALE  SOLATIVM 

V.  A  XIX.  M.  VIII.  D.  LI.  H.  SC.  N. 

S.     T.     T.     L. 


D.  Diego.  Aunque  no  parece  que  está  dificultosa 
de  entender  para  quien  sabe  un  poco  de  latin,  con  todo 
eso,  declárela  V.  m. 

D.  Fern.     De  esta  manera  Ja  entiendo  yo: 

«Memoria  consagrada  á   los   dioses  manes  ó  de  los 
defuntos.   A  Cayo  Apuleyo  Nimphidio,  hijo  de  Cayo  y 


—   13  — 

nieto  de  Cayo,  por  sobrenombre  Diocles,  mancebo  que  lo 
tenía  muy  bien  merecido,  que  en  los  certámenes  ó  juegos 
sagrados  fui  vencedor  con  aclamación  del  pueblo,  y  con 
mucho  sentimiento  del  mismo  pueblo  fué  vencido  del 
hado.  Cayo  Apuíeyo  y  Nimphidia,  sus  muy  desdicha- 
dos padres,  condenados  á  perpetuas  tinieblas  y  llanto  de 
cada  dia  con  mucha  tristeza,  cuidaron  que  esta  memoria 
se  hiciese.  ¡Adiós,  alma  mia!  ¡Adiós,  contento!  Vivió  diez 
y  nueve  años,  ocho  meses  y  cincuenta  y  un  dias;  las  horas 
nadie  las  sabe.  Séate  la  tierra  liviana.» 

D.  Ped.  Por  cierto,  buen  testimonio  es  de  la 
elegancia  de  aquellos  tiempos,  y  mayor  de  la  piedad  y 
afecto  de  los  padres  de  este  malogrado  mancebo,  cuyas 
lágrimas  hicieron  perpetua  señal  en  esta  dura  piedra,  de 
donde  se  trasladan  en  quien  quiera  que  las  leyere,  pena 
de  exceder  su  dureza. 

D.  Diego.  Todos  entramos  á  la  parte  en  la  ternu- 
ra de  tan  justo  sentimiento;  y  supuesto  que  esta  inscrip- 
ción se  halló  nó  muy  lejos  de  aquí,  deseo  saber  quién 
fueron  esas  personas  de  quien  ahí  se  hace  mención,  y  si 
fueron  de  nuestro  lugar. 

D.  Fern.  No  es  fácil  lo  que  V.  m.  pregunta,  ni 
todas  veces  se  le  podrá  responder  á  V.  m.,  porque  las 
piedras  sepulcrales  se  ponian  indistintamente,  como 
ahora,  á  los  varones  señalados  y  á  cualquiera  plebeyo,  y 
aun  á  los  libertos  y  esclavos,  y  así  no  hay  obligación  de 
satisfacer  á  los  deseos  de  los  que  leen;  pero  porque  el 
mió  de  dar  gusto  á  V.  ms.  facilita  lo  imposible,  diré  lo 
que  congeturo  de  esta  piedra.  Dícese  en  ella  que  este 
mancebo  Cayo  Apuleyo  Diocles  es  hijo  de  Cayo  y  nie- 
to de  Cayo,  que  es  lo  mismo  que  decir  que  tuvieron  su 


mismo  nombre  su  padre  y  su  abuelo;  por  lo  cual  vengo 
á  entender  que  éste  fué  nieto  de  Cavo  Apuleyo  Dio- 
cles, español,  natural  de  Lusitania,  capitán  de  la  facción 
de  los  agitadores  ó  aurigas  de  Roma  que  se  llamó  Ro- 
sada por  la  librea  de  que  se  vestia.  Para  esta  mi  conge- 
tura  tengo  una  hermosísima  y  elegante  inscripción,  que 
hoy  se  halla  en  Roma  en  el  campo  Marcio,  y  la  trae 
Panvinio  De  Lud.  Circens.^  lib.  X.  Pondré  el  principio 
de  ella,  que  prueba  el  intento. 


C.  APVLEIVS.  DIOCLES.  AGITATOR. 

FACTIONIS,  RVSATAE.  HISPANVS. 

LVSITANVS.  ANN.  XXXXII.   M.  VII. 

D.   XXIV.    AGITAVIT  IN    FACTIONE  ALB. 

ALCIBIO.  AVIÓLA,   ET  CORE  LIO. 

PANSA  COSS. 


Hace  en  esta  inscripción  memoria  de  tantas  victo- 
rias que  tuvo  en  el  circo,  que  es  cosa  maravillosa  y  de 
mucha  ponderación.  Vean  V.  ms.  este  autor,  si  gusta- 
ren, en  el  lugar  citado.  También  hay  memoria  de  él  en 
esta  inscripción  que  sus  hijos  pusieron  en  la  ciudad  de 
Preneste,  en  Italia,  á  la  Fortuna  Primigenia.  Tráelo 
Jano  Grutero  en  las  Inscri'pciones  del  Orbe,  pág.  76. 

Mas  lo  que  más  gusto  me  ha  dado  es  hallar  men- 
ción de  esta  famosísima  auriga  en  los  Fragmentos  de 
Flavio  Dextro,  en  el  año  del  nacimiento  de  N.  S.  J.  de 
120,  por  estas  palabras:  «Diocles  agitator  lusitanus 
ex  oppido  Laconimurgi,  prope  Caparam  mirabilum  agita- 
tionum  opinione  floret.-»  En  esta  memoria,  nó  sólo  dice 
que  era  español  y  lusitano  Cayo  Apuleyo  Diocles,  sino 


-  15  — 

que  era  de  un  lugar  junto  á  Caparra  (donde  hoy  no  hay- 
más  que  unas  ventas  con  este  nombre,  que  conservan 
sus  ruinas,  llamado  Laconimurgi);  con  cuya  autoridad, 
no  sólo  averiguamos  quién  fué  el  abuelo  de  este  man- 
cebito,  sino  el  mismo  libro  ó  Fragmentos  quedan  bastan- 
temente defendidos  con  la  autoridad  y  verdad  de  estas 
memorias  que  en  las  piedras  hallamos  conservadas,  pues 
en  ellas  no  puede  haber  ficción. 

A  lo  último  que  pregunta  V.  m.,  ¿si  era  natural  de 
nuestro  lugar?,  no  puedo  responder  con  certidumbre; 
antes  parece  que  siendo  de  la  Lusitania  sus  mayores  lo 
sería  también  su  descendiente,  aunque  por  algún  caso 
particular  muriese  en  el  Andalucía,  si  bien  pudo  ser 
munícipe  ó  vecino  de  nuestro  lugar.  Finalmente,  nada 
cierto  respondo  en  este  artículo. 

D.  Ped.  a  mí  me  queda  otra  duda,  y  no  se  ha 
de  enfadar  V.  m,  de  que  le  preguntemos,  porque  soy 
muy  amante  de  la  sagrada  antigüedad,  aunque  no  en- 
tiendo de  ella  mucho;  y  así,  quisiera  saber  qué  juegos  y 
certámenes  sagrados  eran  esos  de  que  en  la  piedra  se 
hace  memoria,  y  que  tan  gran  cosa  eran  para  encomendar 
á  la  posteridad  en  la  alabanza  de  este  defunto. 

D.  Fern.  Da  principio  V.  m.  con  tan  breve  pre- 
gunta á  una  muy  larga  materia;  y  así,  para  lo  poco  ó 
mucho  que  se  hubiere  de  tratar,  estaremos  mejor  sen- 
tados á  la  sombra  de  aquellos  naranjos,  que  con  el  sua- 
ve olor  del  azahar  y  alegre  vista  de  sus  verdes  y  copa- 
das ramas  nos  darán  cómodo  hospedaje. 

D.  Diego.  Es  muy  á  nuestro  propósito;  y  pues 
en  todo  quiere  V,  m.  gratificarnos,  y  ya  nos  hallamos 


—   lo- 
en esta  amena  y  sombría  estancia,  resta  que  V.  m.,  pro- 
siguiendo lo  comenzado,  nos  diga  lo  que  siente  de  los 
certámenes  en  que  este  mancebo  se  halló  vencedor. 

D.  Fern.  Más  claridad  quisiera  yo  hallar  en  esta 
inscripción,  por  la  cual  solóse  dice  que  fué  Cayo  Apu- 
leyo  Diocles  vencedor  en  los  certámenes  sagrados,  y  no 
dice  si  fué  en  Grecia  ó  Roma,  ó  si  acaso  fué  en  alguna 
ciudad  de  España,  que  á  imitación  de  aquellas  repúbli- 
cas tuvieron  también  sus  certámenes;  y  así,  se  ven  hoy 
día  las  ruinas  de  circos  y  anfiteatros  en  Cádiz,  Sevilla  la 
Vieja  y  Mérida,  y  los  doctos  de  Sevilla  afirman  que 
también  allí  lo  hubo,  y  no  es  poca  probanza  los  actos 
del  martirio  de  Santa  Justa  y  Rufina,  patronas  y  márti- 
res de  aquella  ciudad. 

D.  Diego.  Yo  oí  decir  de  un  hombre  docto  y  cu- 
rioso que  las  columnas  de  Hércules  que  están  en  la  Ala- 
meda eran  ornamentos  del  circo. 

D.  Ped.  Otro  oí  yo  decir  que  eran  del  templo 
de  Hércules,  que  estuvo  donde  ahora  la  parroquia  de 
San  Nicolás,  donde  debajo  de  tierra  se  descubren  bóve- 
das y  cuevas  que  discurren  por  varias  partes  de  la  ciu- 
dad, teniendo  por  bobería  lo  que  el  vulgo  y  su  historia- 
dor Morgado  dicen,  que  aquellas  cuevas  pasan  á  Itálica 
ó  Sevilla  la  Vieja  por  debajo  del  rio. 

D.  Fern.  Tengo  por  ridicula  esa  opinión,  y  por 
má& cierto  que  aquellas  columnas  fuesen  del  pórtico  de 
algún  templo  que  allí  hubo,  como  se  ven  hoy  dia  en 
Roma,  en  Santa  María  de  Rotunda,  que  fué  el  templo 
de  Pantheon  que  edificó  M.  Agripa,  hijo  de  Lucio,  co- 
mo parece  de  la  inscripción  que  allí  se  vée. 


—  17  — 

Mas  volviendo  á  lo  que  V.  ms.  preguntan,  digo  que 
en  aquellas  dos  grandes  y  sabias  repúblicas,  griega  y  la- 
tina, fueron  los  juegos  estimados  en  mucho;  y  así,  ser 
vencedor  en  ellos  era  mucho  honor,  nó  sólo  para  la 
persona  que  vencia,  sino  para  todo  su  linaje  y  patria, 
de  tal  manera  que  le  cornponian  himnos,  levantaban  es- 
tatuas y  escribian  sus  nombres  para  eterna  memoria  de 
su  virtud.  Cicerón  dice  que  entre  los  griegos  era  tanto 
honor  vencer  en  estos  certámenes  como  era  triunfar  en 
Roma;  véase  en  la  oración  Pro  Cl.  Flacco.  Y  así,  ni  lo 
que  en  esta  piedra  se  escribe  es  extraordinario,  ni  cosa 
tan  poca  ser  vencedor  que  no  mereciese  honrada  me- 
moria. 

D.  Ped.  Más  me  pica  V.  m.  y  me  provoca  que 
me  satisface,  como  el  que  está  sediento,  que  mostrarle 
el  agua,  ó  darle  poca,  incita  más  la  sed  que  le  apaga. 
Quiero  saber  qué  cosa  eran  esos  certámenes  ó  juegos 
sagrados,  y  qué  estimación  tuvieron  en  aquellas  dos  re- 
públicas, y  pienso  que  el  Sr.  D.  Diego  está  con  el  mis- 
mo deseo. 

D.  Diego.  No  hay  para  mí  cosa  más  agradable 
que  saber  algo  de  la  antigüedad, 

D.  Fern.  Algo  podrá  ser  que  acierte  yo  á  decir, 
que  todo  es  imposible  por  ser  materia  muy  difusa  y  tra- 
tada de  autores  muy  antiguos  y  modernos  en  muchos 
volúmenes;  y  comenzando  por  la  palabra  certámenes  y 
juegoSy  digo  que  vienen  a  ser  lo  mismo  que  en  la  lengua 
latina  certamina  seu  ludi^  en  plural,  porque  ambos  sig- 
nifican espectáculos,  fiestas  públicas,  justas,  entreteni- 
mientos sagrados  ó  profanos:  pero  por  la   mayor  parte 


se  dedicaban  en  honor  de  los  dioses,  con  que  conseguían 
muchos  fines  de  gran  consideración,  porque  juntamente 
les  parecia  que  agradaban  y  aplacaban  la  deidad,  y  la 
reconciliaban  á  su  amistad  por  este  camino,  y  daban 
autoridad  divma  á  la  misma  acción,  para  que  de  todos 
fuese  estimada  y  tenida  en  sumo  respeto  y  veneración; 
alegraban  juntamente  el  pueblo,  y  los  príncipes  y  ma- 
gistrados autores  de  los  tales  juegos  contenían  en  oficio 
y  devoción  al  pueblo. 

No  era  fin  de  menor  consideración  que  los  dichos 
ejercitar  las  fuerzas  corporales  y  agilitarse  para  la  guer- 
ra y  dar  á  los  fuertes  vencedores  honrosos  premios,  in- 
citamentos y  estímulos  de  la  virtud.  Tales  como  éstos 
fueron  aquellos  certámenes  ó  juegos  de  la  antigua  Gre- 
cia llamados  olympios,  pithios,  isthmios  y  ñemeos. 

D.  Diego.  Muchas  veces  encontramos  por  las 
historias  y  autores  esos  certámenes;  mas  hasta  ahora 
no  sé  qué  sean  en  particular. 

D.  Fern.  Los  certámenes  ó  Juegos  olímpicos  se 
llamaron  así  porque  se  celebraban  en  honra  de  Júpiter 
Olímpico  cada  cinco  años,  cerca  de  una  ciudad  del  Pe- 
loponeso  llamada  Elide.  Al  que  en  ellos  vencía  se  le  da- 
ba corona  de  oleastro  ó  acebuche,  y  fueron  tan  estima- 
das y  celebradas  estas  fiestas,  que  desa  invención  se  to- 
mó la  prim.era  cuenta  de  los  años  de  Grecia,  contando 
por  olimpiadas,  y  comenzaron,  según  los  cronólogos, 
año  del  mundo  de  4400.  En  estos  primeros  juegos  ven- 
ció Hércules,  y  fué  coronado  el  primero. 

Los  certámenes  phí ticos  se  celebraban  en  honra  de 
Apolo,  porque    venció  la  serpiente  Phyton,  de   donde 


-  19  - 

tomaron  el  nombre:  el  que  era  vencedor  en  ellos  era 
coronado  con  laurel,  pendiente  de  la  corona  manzanas. 

D.  Ped.     Ahí  tengo  yo  una  dificultad  que  oponer. 

D.  Fern.     Dígala  V.  m. 

D.  Ped,  ¿Cómo  dice  Ovidio  en  el  lih.  X  de  los 
Met amor pho seos  claramente  que  esa  corona  era  del  ár- 
bol llamado  esculo,  que  entiendo  es  un  género  de  enci- 
na? Sus  versos  son   éstos,  si  no  me  acuerdo  mal: 

Né  've  operis  famam  posset  delere  'vetustas, 
Institmt  sacros  célere  certamine  Ludos 
P/ijtia  perdomita  serpentis  nomine  dictas. 
Hic  jií-venum  quicumque  manupedibus-ve,  rota-ve 
Vicerat  escala  capie-vat  frondis  honor em, 

D.  Fern.  Están  muy  bien  dificultados,  y  respon- 
do que  en  este  lugar  el  poeta  trataba  de  la  ninfa 
Daphne,  que  aun  no  se  había  convertido  en  laurel;  y  pa- 
ra acreditar  la  fábula,  dice  poco  adelante  de  aquellos 
versos: 

Nondum  laurus  erat,  longoque  decent ia  crine 
leynpora  cingebaí,  de  qualibet  arbore  Apo  lo. 

Y  así,  no  habló  de  propia  sentencia,  conforme  á  la 
verdad  histórica  que  vamos  tratando,  sino  como  á  él  le 
estuvo  más  á  propósito. 

D.  Diego.  Diga  V.  m.  los  demás  certámenes  que 
propuso,  que  en  ese  punto  el  Sr.  D.  Pedro  y  yo  estamos 
satisfechos. 

D.  Fern.  Las  fiestas  isthmias  se  llamaban  así  de 
la  voz  isthmo^  que  es  tierra  angosta  que  está  entre  dos 
mares,  y  no  es  isla  porque  la  isla  la  ha  de  cercar  el  mar 
por  todas  partes  para  serlo,  mas  el  isthmo  puédese  en- 


—    TO    — 

trar  por  tierra,  y  hacerse  tan  angosta  en  él  que  se  co- 
munican dos  mares,  como  en  el  Peloponeso,  que  hoy  se 
llama  Morea.  Por  eso  Horacio  llama  á  Corintho  bima- 
riSy  porque  desde  la  ciudad  se  comunican  dos  mares. 
Allí  se  celebraban  estas  fiestas  en  honra  de  un  dios  ma- 
rino, llamado  de  los  griegos  Palemón  y  de  los  latinos 
Portumno,  deidad  que  conduela  á  salvamento  los  na- 
vegantes. En  esta  fiesta  el  vencedor  era  coronado  de 
pino. 

En  las  fiestas  neméas  se  coronaban  los  vencedores 
con  apio;  celebráronse  en  honra  de  Archemoro,  hijo  de 
Licurgo.  De  estos  cuatro  certámenes  hay  un  antiguo 
Epigrama  de  Archia  poeta,  cuyas  palabras,  vueltas  en 
latin,  referiré  á  V.  ms.,  porque  no  pienso  que  estarán 
tan  prontos  en  la  lengua  griega  que  fácilmente  la  en- 
tiendan. 

D.  Diego.  Y  aun  si  V.  m.  volviese  en  romance 
las  autoridades  que  trajere  gustaré  yo  mucho  de  ello; 
y  le  confieso  ingenuamente,  que  aunque  gusto  muchísi- 
mo de  la  lengua  latina  y  tiene  para  conmigo  soberana 
autoridad,  con  todo  eso  la  lengua  que  nos  enseñaron 
nuestras  madres  no  sé  qué  tiene  de  mayor  gusto  y  fa- 
cilidad para  penetrar  nuestro  ánimo  y  entender  la  sen- 
tencia del  que  habla. 

D.  Ped.  Yo  tengo  el  mismo  sentimiento  y  deseo 
que  el  Sr.  D.  Diego;  y  por  si  acaso  alguno  de  los  cir- 
cunstantes gustare  de  la  plática,  no  sabiendo  la  lengua 
latina,  serálede  mucho  alivio  oir  la  castellana. 

D.  Fern.  Yo  deseo  mucho  acertar  á  dar  todo  gus- 
to y  agrado  á  V.  ms.,  y  así  les  suplico  me  adviertan  de 


todo  lo  que  quisieren,  que  nó  sólo  volveré  en  romance 
las  autoridades  que  trajere,  siendo  necesario,  pero  tal 
vez  me  esforzaré  á  volver  los  versos  en  verso,  para  que 
no  se  pierda  del  todo  la  hermosura  de  la  poesía. 

D.  Diego.     Yá  es  eso  caérsenos  la  sopa  en  la  miel. 

D.  Fern.  Comencemos,  pues,  por  el  Epigrama 
de  Archia,  que  en  latin  suena  así: 

¿luatuor  Argibis  cert amina  sacra  fercitur 
Bina  hominum  natis;  Binaque  caelitibus 
Phoebo,  ipsique  Jo'vi,  Archemoro  par'uo,  Melicertís: 
Poma,  aleastra,  apium,  pramia  pinus  erant. 

Y  así  lo  entiendo  en  nuestra  lengua  castellana: 

Cuatro  son  los  certámenes  sagrados 
Que  los  griegos  tuvieron;  de  los  cuales 
Dos  fueron  á  los  dioses  dedicados 
Y  otros  dosá  los  hombres  celestiales. 
A  Júpiter  y  Apolo  consagrados, 
Melicerta  y  Archemoro  mortales: 
Corona  son  del  vencedor  divino 
El  laurel  y  oleastre,  el  apio  y  pino. 


V    I. 

Del  pentathlü  ó  quinquercio  y  del  correr. 

D.  Diego.  Ha  dicho  V.  m.  de  estas  fiestas  en  co- 
mún, y  no  ha  dicho  V.  m.  en  qué  consistian,  ni  qué 
ejercicios  eran  la  materia  de  esos  certámenes  ó  juegos  sa- 
grados. 

D.  Fern.     No  se  puede  decir  todo  junto;  despacio 


—    22    — 

estamos,  y  va  que  V.  ms.  me  hacen  tan  gran  merced 
honrando  esta  heredad  con  su  presencia,  les  quiero  de- 
tener en  ella  algunos  dias,  que  dándolos  á  l;)s  musas  y 
al  genio,  serán  los  mejores  que  yo  tendré  en  mi  vida. 

D.  Ped,  La  mayor  parte  nos  cabe  á  nosotros  de 
eSa  merced,  y  como  tan  favorecidos  sería  ingratitud  no 
obedecer  á  V.  m.  y  gozar  de  tan  buena  ocasión. 

D.  Fern.  Pues  no  es  justo  la  perdamos,  para  lo 
que  el  Sr.  D.  Diego  pregunta  digo  que  los  juegos  que 
en  aquellas  fiestas  se  hacian  eran  cinco:  correr,  saltar,  lu- 
char y  apuñarse;  y  aunque  es  así  que  en  este  número 
hubo  diferentes  opiniones,  porque  unos  dicen  que  son 
tres  los  juegos  que  llamaban  gímnicos,  en  cuya  opinión 
estuvieron  Platón,  Cicerón  y  Julio  Pólux,  la  común 
opinión  es  que  eran  cinco,  como  está  dicho,  como  lo 
dice  la  etimología  de  la  voz  griega  y  latina,  llamándoles 
los  unos  Us'JTa'jlQv,  Y  los  otros  quinquertiinn.  Sexto 
Pompeyo  Festo  en  los  Fragmentos:  «.Q,uinquertium  vo- 
cabant  antiqui^  quem  Greci  Ylívzoá'/.ov,  ut  indicat  ver- 
sus  hic:  Omnis  a  equalis  vincebat  quinqu¿rtio.y>  La  mis- 
ma opinión  siguen  Paulo  Jurisconsulto,  en  la  L.  II, 
T)ig.  de  alea  usu;  San  Isidoro,  lib.  XVÍÍI,  Orig.; 
Hermolao,  sobre  el  cap.  VIH,  lib.  XXXIV;  Plinio, 
Oíoman,  Onufrio,  Panvinio,  y  Gerónimo  Mercurial  en 
su  Gimnástica.  Plutarco,  reduciendo  este  número  de 
juegos  á  cinco,  dice  que  no  pueden  ser  más  ni  menos, 
como  ni  tan  poco  las  letras  vocales.  Véase  en  el  <Simpo- 
ciaco.  Diremos  por  su  mismo  orden  de  cada  uno  en  par- 
ticular, y  primero  del  correr:  y  porque  estos  ejercicios 
ahora  no  los  usan  sino  m^uchachos  ó  mancebos,  siempre 


—  23  — 
me  iré  acomodando  en  los  ejemplos  que  trajere  á  los  que 
hallo  de  esta  edad,  porque  mi  intento  es  decir  algo,  y 
nó  todo  lo  que  de  cada  cosa  había  que  decir.  Es,  pues, 
el  correr  ligereza  y  agilidad  veloz  de  los  pies,  como  lo 
define  San  Isidoro;  es  provechoso  para  aumentar  las 
fuerzas,  y  para  los  soldados  necesario  en  las  batallas, 
así  acometiendo  y  siguiendo  al  enemigo  vencido  como 
para  retirarse  y  escaparse. 

No  hubo  antiguamente  lugar  señalado  en  los  gim- 
nasios para  el  curso,  porque  donde  quiera  corrian,  pero 
especialmente  se  señalaba  un  estadio,  el  cual  contenia 
doscientos  cincuenta  pasos,  y  esta  era  la  medida  de  una 
carrera  de  ida  y  vuelta.  De  aquí  tomó  el  ejemplo  San 
Pablo:  «Nam  hi  qui  in  stadio  currunt  ab  ómnibus  se 
abstinent^y>  etc.  Para  conservar  las  fuerzas  naturales  y 
correr  velozmente  se  abstenían  de  mujeres,  vino  y  de- 
masiada comida.  Horacio: 

S^is  cupit  optatam  cursu  contingere  metarn 
Multa  tulit,fecitquepuer  suda-vit  et  alcit, 
Abstinuit  'venere  et  inno.... 

El  que  en  su  veloz  carrera 
Quiere  tocar  la  meta  despeada, 
Mucho  ha  de  trabajar  en  su  primera 
Edad,  sufrir  calor  y  escarcha  heladaj 
Que  aquel  de  premio  es  diño 
Que  ie  abstiene  de  Venus  y  de  vino. 

Las  leyes  que  guardaban  eran  las  siguientes:  cor- 
rian de  arriba  hacia  abajo,  esto  es  desde  Oriente  á  Po- 
niente, de  la  manera  que  el  Sol  comienza  y  acaba  su 
curso;  desnudos,  en  calzones,  derechos,  sin  torcer  á 


—    24   — 

una  parte  ni  á  otra,  con  mucha  velocidad,  sin  pararse, 
habian  de  llegar  al  puesto  que  les  tenian  señalado,  y  al 
que  primero  llegaba  le  daban  corona  de  vencedor  y  el 
premio  que  estaba  señalado  en  el  certamen,  y  solia  ha- 
ber primero  y  segundo  como  acá  en  las  fiestas  litera- 
rias, ó  cuando  corren  la  seda.  Tenía  esto  sus  moralida- 
des y  significaciones  muy  discretas. 

D.  Diego.     Díganoslas  V.  m. 

D.  Fern.  Corrian  de  arriba  hacia  abajo,  signifi- 
cando que  todo  lo  que  nació  ha  de  morir,  como  apetito 
forzoso  que  las  cosas  vienen  á  su  centro,  que  por  eso 
comenzaban  de  la  parte  de  Oriente  y  acababan  en  el 
Occidente,  conforme  á  aquella  sentencia: 

Fergit  c.d  Ocasum  quídquid  peyvenit  ab  Ortu. 

Pasa  volando  al  Ocaso  velozmente 
Lo  que  partió  del  Oriente. 

Corrian  desnudos,  porque  conviene  desnudarse  de 
los  afectos  todos  para  pasar  la  carrera  de  esta  vida,  por- 
que todos  ellos  no  son  otra  cosa  que  impedimentos  que 
desacomodan  nuestro  vivir  bien. 

También  corrian  desnudos  para  dar  á  entender  que 
los  que  nacemos  desnudos  de  la  misma  manera  llegare- 
mos á  la  sepultura,  pensamiento  que  primero  sintió  el 
santo  Job. 

Iban  derechos,  sin  torcer  á  una  ni  otra  parte,  por  la 
poca  diferencia  que  hay  de  la  vida  á  la  muerte. 

Era  necesario  llegar  al  puesto,  porque  nada  puede 
retardar  la  muerte,  á  la  cual  con  fatal  necesidad  todos 
vamos  corriendo  velozmente. 


-    25   — 

Estos  son  los  misterios  de  la  carrera  y  estadio  don- 
de corrian,  pero  es  de  saber  que  habia  muchos  géneros 
de  cursores:  estos  que  corrian  á  pié  llamaban  los  grie- 
gos apobatas  y  parabostas,  y  corrian  en  el  circo  tam- 
bién. 

D.  Ped.  Aunque  he  leido  algo  de  los  circos  ro- 
manos, no  sé  bien  cómo  eran,  y  quisiera  entenderlo. 

D.  Fern.  Pues  para  que  V.  m.  lo  sepa,  lea  á 
Onufrio  Panvino  en  el  tratado  que  hizo  De  Ludis 
Circensibus^  y  á  Julio  César  Bulengero,  De  CircOj  donde 
está  estampada  la  forma  de  él  y  declarada  latísimamen- 
te:  pero  porque  V.  ms.  en  el  ínterin  no  lo  deseen  todo, 
diré  por  mayor  alguna  cosa,  porque  también  corrian  en 
el  circo;  y  así,  como  lugar  de  este  certamen,  también 
como  de  otros,  pertenece  á  nuestra  materia. 


§.  11. 

Del  circo  y  juegos  circenses. 

Ante  todas  cosas  digo  que  hay  variedad  entre  los 
autores  sobre  la  etimología  y  origen  de  la  voz  circenses, 
porque  unos  dicen  que  se  dice  Quia  ludi  fiebant  circum 
enses,velin  circuitu;  otros  que  del  circo  donde  se  celebra- 
ban, porque  en  él  corrian  en  circuito.  Tertuliano  quiere 
que  se  dijesen  de  Cirse,  hija  del  Sol,  porque  los  primeros 
espectáculos  ó  fiestas  romanas  se  dedicaron  al  Sol,  y 
que  allí  tenía  templo.  No  tenemos  para  qué  gastar  mu- 
cho tiempo  en  esto,  porque  no  es  nuestro  intento. 

4 


—    26    — 

Los  primeros  circos  que  hubo  en  Roma  muy  desús 
principios  fueron  de  tablados  hechos  de  madera,  sobre 
los  cuales  levantaban  gradas,  donde  sentado  el  pueblo 
romano  por  sus  tribus  ó  decurias,  viesen  sin  que  unos  á 
otros  se  estorbasen  ni  impidiesen. 

Su  forma  era  circular  prolongada,  porque  el  prin- 
cipio de  donde  se  comenzaba  la  carrera  sólo  hacía  dos 
ángulos;  pero  donde  se  remataba  en  la  meta  era  el  circo 
muy  redondo.  El  espacio  que  enmedio  quedaba  era  lla- 
no, por  donde  los  justadores,  atletas  ó  aurigas  agitadores 
corrian. 

Esto,  que  al  principio  fué  de  madera,  después,  cre- 
ciendo la  potencia  de  la  República  Romana,  se  hizo  de 
obra  soberbia  y  grandiosa  de  cantería  y  ladrillo;  por 
manera  que  lo  que  antes  eran  gradas  de  madera  se  hizo 
de  obra  perpetua  sobre  fuertes  bóvedas,  unas  sobre 
otras,  en  las  cuales  bóvedas  habia  oficinas  diputadas  pa- 
ra varios  efectos. 

D.  Diego.  Poco  más  ó  menos  ya  imagino  cómo 
pudo  ser  este  edificio;  porque  me  acuerdo  haber  visto 
el  amphiteatro  de  Sevilla  la  Vieja,  y  mudándole  la  for- 
ma del  edificio,  lo  juzgo  de  aquella  traza. 

D.  Fern.  No  era  el  circo  redondo  del  todo  como 
aquel  que  V.  m.  dice,  antes  ovalado,  pero  en  cuanto  á 
las  gradas  y  bóvedas  juzga  V.  m.  muy  bien;  mas  dire- 
mos algo  de  las  partes  del  circo:  y  aunque  hubo  muchos 
circos  en  Roma,  quiero  tomar  por  asunto  el  que  llama- 
ron Máximo,  que  estuvo  en  el  valle  llamado  Murcia, 
entre  los  montes  Aventino  y  Palatino. 

En  la  descripción  del  circo  dejamos  por  decir   una 


—  27  — 
parte  de  él  muy  principal,  que  es  una  muralla  que  cor- 
ria  desde  casi  el  principio  hasta  donde  estaba  la  meta:  á 
esta  muralla  llamaban  espina,  y  no  se  levantaba  del  sue- 
lo más  que  una  vara  ó  poco  más.  Tenía  doce  pies  de 
ancho,  y  en  longitud  dividia  todo  el  circo,  dejando  en 
las  extremidades  espacio  bastante  para  que  los  caballos 
con  las  bigas,  trigas  y  cuadrigas  pudiesen  revolver  cor- 
riendo. Bigas  eran  carros  ó  carricoches  de  dos  caballos; 
trigas,  de  tres;  cuadrigas,  de  cuatro.  Encima  de  esta  es- 
pina habia  muchos  ornamentos.  Tenía  este  circo  trece 
puertas,  siendo  la  mayor  la  de  enmedio,  y  estas  puertas 
estaban  á  la  parte  que  hacía  el  circo  dos  ángulos. 

Luego  estaba  un  sitio  que  llamaban  las  cárceles,  por- 
que así  como  las  cárceles  tienen  los  reos  presos,  de  la 
misma  manera  tenian  estas  cárceles  los  caballos,  y  eran 
hechas  de  bóvedas:  llamábanles  también  el  pueblo,  por- 
que estaban  cercadas  de  murallas  con  sus  almenas.  Aquí 
entraban  los  agitadores  con  sus  coches  ó  cuadrigas,  y 
cuando  habian  de  salir  al  circo  salian  por  doce  puertas; 
pero  no  luego  que  salian  corrian,  hasta  hacerles  cierta  se- 
ñal el  Pretor  con  un  lienzo  que  llamaban  mappa,  y  al 
mismo  tiempo  dejaban  caer  una  como  cinta  que  estaba 
delante,  para  que  todos  pasasen  velocísimamente. 

Tenía  más  el  circo  Máximo  un  euripo  ó  estanque 
lleno  de  agua,  que  tenía  diez  pies  de  hondo  y  otros  tan- 
tos de  ancho,  y  éste  estaba  cercano  á  los  poyos  ó  gradas 
por  la  parte  interior  del  circo,  y  lo  cercaba  todo  por  los 
dos  lados,  y  la  parte  superior  ó  semicírculo  donde  esta- 
ban las  metas,  por  derredor  de  los  cuales  pasaban  los 
■carros  ó  coches  de  los  aurigas  con  mucho  peligro  de  ha- 


—    28    — 

cerse  pedazos  si  tocaban  en  ellas;  había  también  demás 
de  las  metas,  sobre  la  espina,  muchas  columnas,  aras  y 
estatuas,  y  un  alto  y  grande  obelisco  enmedio,  consa- 
grado al  Sol,  y  otro  á  la  Luna,  que  era  menor,  y  por  esto 
remataban  en  punta  con  unas  como  llamas. 

Habia  también  dos  formas  de  huevos  muy  grandes, 
consagradas  á  Castor  y  Polux,  que  nacieron  según  las 
fábulas  de  dos  huevos  fatales  de  un  cisne. 

Por  la  otra  parte  exterior  del  circo  habia  puertas 
por  donde  entraban,  y  escaleras  por  donde  subian  á  las 
gradas  interiores  de  él,  de  tal  disposición  y  artificio  que 
no  se  estorbaban  al  entrar  y  salir. 

La  longitud  del  circo  era  de  setecientos  setenta  y 
cinco  pasos,  que  son  tres  estadios.  Otros  cuentan  el  es- 
tadio de  ciento  veinte  y  cinco  pasos,  y  esta  es  más  co- 
mún y  cierta  opinión;  y  así,  una  milla  son  ocho  esta- 
dios, y  de  anchura  tres  yugadas  ó  aranzadas,  y  tenía 
en  redondo  una  milla  todo  él.  Cabían  dentro,  según 
Dionisio  Halicarnasco,  ciento  cincuenta  mil  hombres, 
y  sin  estorbarse  la  vista  unos  á  otros.  Según  Plinio  y 
Sexto  Rufo,  cabían  doscientos  sesenta  mil  hombres. 

Hubo  en  Roma  sin  este  círculo  ó  circo  Máximo 
otros  muchos,  como  el  Flaminio,  el  de  Antonio  Cara- 
calla,  el  de  Aureliano,  el  de  Flora,  el  de  Alejandro  Se- 
vero, de  Domicio,  el  Vaticano. 

D.  Ped.  Cosa  por  cierto  parece  admirable  y  bas- 
tante prueba  de  la  grandeza  inmensa  de  aquella  gran 
ciudad. 

D.  Fern.  He  dicho  yo  muy  poco,  y  confieso  que 
dejo  de  decir  muchas  cosas  de  la  grandeza  del  circo,  y 


-    29   — 

de  sus  ornamentos  y  aras;  pero  no  dejaré  de  decir  algo 
de  los  coches  ó  carricoches,  que  como  hemos  dicho  los 
romanos  llamaron  bigas,  trigas  y  cuadrigas,  porque  per- 
tenece á  la  materia  que  vamos  tratando  del  correr.  Eran 
estos  coches  ó  carricoches  pequeños  y  fuertes,  nó  cu- 
biertos por  cima,  y  tenian  una  silla  donde  iba  el  auriga, 
agitador,  bigario  ó  cuadrigario,  que  todos  estos  nom- 
bres tenía,  sentado,  rigiendo  su  coche  y  azotando  fuer- 
temente los  caballos.  Vénse  de  estos  cochecitos  en  me- 
dallas de  plata,  bien  grabados,  que  por  esta  razón  lla- 
maron bigatos. 

Al  principio  no  hubo  más  que  dos  cuadrillas  ó  fac- 
clones  de  aurigas,  la  una  que  se  vestia  de  color  de  librea 
blanca  y  la  otra  colorada  y  rosada.  La  blanca  significaba 
el  invierno  por  las  nieves,  y  la  colorada  el  verano  por  el 
calor  del  Sol;  y  otros  dicen  que  la  blanca  era  dedicada  ai 
viento  Céfiro,  y  la  roja  á  Marte.  Añadieron  otras  dos 
facciones  ó  cuadrillas,  la  una  de  color  que  llamaron  pra- 
sino,  que  era  verde,  y  la  otra  de  color  véneto,  que  era 
azul;  éste  consagrado  ai  cielo  ó  la  mar,  y  aquél  á  la  tier- 
ra ó  á  la  primavera:  de  manera  que  todas  vinieron  á  ser 
cuatro  cuadrillas,  que  tuvieron  el  nombre  de  sus  colo- 
res: Prasina,  Rusata,  Véneta,  Albata.  También  signifi- 
caban por  ellas  los  cuatro  tiempos  del  año,  ó  los  cuatro 
elementos. 

Estos  aurigas  de  ordinario  eran  esclavos  ó  libertos,  ó 
extranjeros,  porque  era  arte  de  gente  baja,  aunque  muy 
favorecida  de  los  nobles  y  de  todo  el  pueblo  romano. 
Las  cuadrillas  tenian  sus  prefectos,  capitanes  y  maes- 
tres. Los  caballos  hablan  de  ser  muy  ligeros,  y  los  cria 


_  30  — 

ban  coa  notable  cuidado;  y  estaban  tan  diestros  en  la 
carrera,  que  hubo  tal  vez  que,  cayendo  el  auriga,  los  ca- 
ballos sin  él  dieron  sus  siete  vueltas  al  circo,  y  llevaron 
la  palma,  parándose  á  la  última  vuelta  en  el  sitio  acos- 
tumbrado como  si  lo  pidieran  tácitamente. 

Hablan  de  correr  estas  cuatro  facciones  partiendo  de 
las  cárceles,  que  estaban  al  principio  del  circo,  por  la 
mano  derecha,  según  le  cabia  á  cada  uno  el  lugar  por 
suerte;  y  llegaban  á  la  meta,  que  era  un  gran  mármol 
que  estaba  al  fin  de  la  espina,  y  en  llegando  allí  revol- 
vían á  otra  meta  que  estaba  al  otro  cabo  de  la  espina;  y 
daban  al  circo  siete  vueltas,  significando  los  siete  plane- 
tas ó  siete  dias  de  la  semana,  y  las  doce  puertas  por  don- 
de sallan,  los  doce  meses  del  año. 

Era  cosa  de  mucho  gusto  ver  los  aurigas  con  la  dife- 
rencia de  colores  corriendo  por  el  circo,  y  habia  aficio- 
nados á  cada  facción,  tanto  que  apostaban  á  cuál  ven- 
cía, y  aun  á  veces  llegaban  á  venir  pesadamente  sobre 
tales  contiendas.  Llevaba  el  premio  el  primero  de  todos 
que  dadas  las  últimas  siete  vueltas  llegaba  primero  á  la 
meta.  Muchas  veces  nó  sólo  corrían  sus  cuadrigas  ó  co- 
ches, sino  que  también,  habiendo  acabado  sus  carreras, 
saltaban  de  ellos  y  corrían  á  pié  sus  aurigas.  El  premio 
era  lo  más  ordinario  una  palma,  que  estaba  puesta  en  un 
vaso  al  cabo  de  la  meta,  sobre  la  espina. 

D.  Diego.  No  ha  dicho  V.  m.  el  número  de  auri- 
gas que  corrían  en  cada  facción  ó  cuadrilla,  ó  si  corrían 
todos  juntos. 

D.  Fern.  Digo,  señor,  que  el  número  de  los  auri- 
gas en  cada  facción  eran  veinticinco,  y  tal  vez  hubo  no 


__  31  — 
masque  veinte;  y  no  corrían  todos  juntos,  porque  no 
cupieran  ni  se  supiera  con  distinción  cuáles  eran  los 
vencedores.  Corrian,  pues,  de  cuatro  en  cuatro,  uno  de 
cada  cuadrilla,  y  habiendo  éstos  dado  las  siete  vueltas 
al  circo,  y  sabiéndose  quién  llevaba  primero,  segundo  y 
tercero  premio,  luego  echaban  otros  cuatro  otro  lance 
con  el  número  de  vueltas  que  los  demás.  A  estos  lances 
llamaban  missus,  y  venian  á  ser  todos  los  lances  veinte  ó 
veinticinco,  conforme  habia  el  número  de  aurigas;  y 
aunque  es  así  que  decimos  que  este  oficio  ó  ejercicio  no 
lo  hacía  sino  gente  baja,  veces  hubo  que  lo  hicieron  se- 
nadores y  equites,  y  los  mismos  emperadores,  como 
Nerón  y  otros  tales,  y  tenian  tanto  afecto  á  salir  con  la 
victoria,  que  algunos  usaban  de  hechizos  para  que  sus 
caballos  corriesen  velozmente  y  que  los  de  los  contrarios 
tropezasen  y  cayesen.  Era  necesario,  nó  sólo  destreza, 
sino  mucha  fuerza  para  regir  los  caballos  y  no  caer;  y 
así,  no  era  para  muchachos,  sino  para  mancebos  ya  fuer- 
tes. A  Floro  le  costó  la  vida,  como  parece  de  su  sepulcro. 

FLORVS  EGO  HIC  JACEO  BIGARIVS  ÍNFANS, 

QVI  CITO,  DVM  CVPIO  CVRRVS,  CITO 

decidí  AD  VMBRAS. 


§.      III. 

Prosigue  la  materia  del  correr  y  de  los  toros 
y  juegos  de  cañas,  y  su  origen. 

D.  Ped.     Mucho  me  he  alegrado  de  saber  q^ué  co- 


—  32  — 
sa  era  el  circo  en  Roma,  y  de  los  juegos  circenses,  y  deseo 
que  V.  m.  nos  diga  otros  juegos,  especialmente  si  hay 
algunos  que  queden  hoy  en  el  uso. 

D.  Fern.  Digo,  señor,  que  los  mismos  aurigas  ó 
cocheros  corrían  también  á  caballo,  algunos  con  dos  ca- 
ballos apareados,  y  por  saltar  del  uno  en  el  otro  en  me- 
dio de  la  carrera,  y  volver  al  mismo  de  donde  saltó  co- 
mo le  parecía  al  caballero,  llamaron  los  tales  caballos 
desultorios,  y  los  tales  caballeros  llamaron  los  griegos 
celestes;  y  habia  tan  diestros  corredores,  que  aun  los 
muchachos  hacian  esta  gallardía. 

D.  Diego.  Yo  he  visto  en  Madrid  á  un  mozo 
hacerla,  y  me  dicen  que  en  Italia  es  muy  ordinario,  y 
que  no  lo  es  el  correr  á  caballo  solos  ó  apareados  dos 
caballos  como  en  España. 

D.  Fern.  De  lo  que  hoy  pasa  en  Italia  sólo  de 
oídas  puedo  deponer;  pero  délo  antiguo  digo  que  en  el 
circo  corrían  caballos  y  caballeros  singulares,  por  ganar 
premio  como  los  aurigas,  y  nó  como  ahora  por  gallar- 
día y  gentileza  se  hace  en  España,  y  es  el  más  vistoso 
entretenimiento  de  la  gente  noble,  y  aun  de  los  prínci- 
pes y  señores. 

D.  Ped.  Yo  he  tenido  los  juegos  de  cañas  y  toros, 
que  son  las  fiestas  más  frecuentes  de  que  hoy  usamos  en 
España,  por  invención  nuestra,  y  me  fundo  en  la  afi- 
ción notable  y  propensión  que  todos  les  tenemos;  aun- 
que he  leidoenla  Historia  del  P.  Juan  de  Mariana,  de 
la  Compañía  de  Jesús,  que  es  cosa  de  los  moros  ó  imi- 
tación de  sus  batallas,  que  tanto  duraron  en  esta  tierra. 

D.  Fern.     Pues   vo  quiero  averiguar  dos    cosas. 


—  33  — 
respetando  ante  todas  la  erudición  de  Juan  de  Maria- 
na, que  lo  tengo  por  uno  de  los  mayores  ingenios  de 
nuestra  edad,  de  mayor  juicio  y  erudición:  la  primera, 
que  no  fué  invención  de  españoles  sino  de  los  romanos 
ó  de  sus  ascendientes  los  troyanos,  y  que  lo  ejercitaron 
muchachos. 

D.  Diego.  ¡Oh,  cómo  hadado  V.  m.  en  el  punto 
de  mi  gusto,  y  le  prometo  que  le  tengo  de  oir  aficiona- 
dísimamente! 

D.  Fern.  Pues  yo  sé  que  el  Sr.  D.  Pedro  tiene  el 
mismo  deseo,  porque  le  he  visto  jugar  cañas  con  mucha 
destreza. 

D.  Ped.  Confieso  á  V.  m.  esta  verdad  en  cuanto  á 
mi  deseo,  que  en  la  destreza  del  juego  de  las  cañas  yo 
cedo  al  Sr.  D.  Diego. 

D.  Fern.  Ahora,  señores,  no  estamos  en  las  con- 
tiendas del  circo,  aunque  tratamos  de  él:  vamos  al  in- 
tento; y  en  cuanto  á  los  toros,  no  hallo  que  los  romanos 
hiciesen  fiestas  de  toros  sólo  de  ordinario,  como  ahora, 
porque  aunque  los  lidiaban  era  á  vuelta  de  fieras,  leones, 
osos,  tigres,  habadas  ó  rinocerontes,  elefantes,  jabalíes, 
lobos  y  otros  animales  y  bestias  fieras  y  extrañas,  las 
cuales  unas  veces  peleaban  unas  con  otras  en  el  anfitea- 
tro y  circo,  y  otras  veces  con  hombres  condenados  á 
muerte  ó  que  se  alquilaban  para  este  cruel  ministerio. 
Julio  César  en  una  sola  fiesta  echó  cuatrocientos  leones, 
y  Augusto  cuatrocientas  veinte  panteras  ó  onzas,  sin 
otras  extrañas  fieras;  Claudio  cuatrocientos  osos;  Ne- 
rón cuatrocientos  osos  y  trescientos  leones:  y  en  esta 
venación  los  caballeros  romanos  alancearon  muchos  to- 


—  34  — 
ros  á   caballo.   Trajano,  nuestro  sevillano,   acabada  la 
guerra  de  Dacia,  hizo  fiestas  en  Roma  por  ciento  veinte 
y  tres  dias  continuos,  en  los  cuales  se  corrieron  y  mata- 
ron mil  bestias  mansas  y  tres  mil  de  todos  géneros. 

Fuera  nunca  acabar  si  hubiéramos  de  escribir  por 
menudo  estas  venaciones  ó  lidias  de  fieras,  para  con 
las  cuales  son  nuestras  fiestas  de  toros  cosa  muy  poca,  y 
con  todo  eso  es  menester  gran  ruido  para  hacerlas  y  cues- 
tan mucho;  y  así,  ahora  no  son  comparables  nuestras 
fiestas  con  las  de  entonces,  pues  si  ahora  siendo  las  fies- 
tas tan  pequeñas  suelen  parecer  los  gastos  grandes, 
¿qué  sería  en  aquel  siglo  para  juntar  y  traer  á  Roma  de 
partes  remotísimas  tanta  variedad  de  fieras  y  tan  gran 
número,  alimentándolas  y  acompañándolas  mucha  gen- 
te? Pero  con  la  grandeza  del  Imperio  Romano  todo  era 
poco. 

D.  Diego.  Díganos  V.  m.  algo  de  los  toros,  que 
las  otras  fiestas,  como  no  se  usan  ya,  poco  nos  im- 
portan. 

D.  Fern.  Las  fiestas  de  toros  atribuían  los  auto- 
res á  los  caballeros  de  Tesalia,  y  así  á  los  toreadores 
llamaban  tésalos.  Suetonio  Tranquilo,  en  Claudio^  ca- 
pítulo XXI,  ¡unta  fiestas  devtorosy  juegos  de  cañas,  y 
dice  así:  «.Ac  super  cuadrigarum  cert amina  Troja  lussum^ 
exhibuit  -pr ¿etérea  Thesalos  equites,  qui  feros  tauros  per 
spatia  circi  agunt  inciliuntque  defessos  et  ad  terram  cor- 
nibus  detrahunt.^  Nó  sólo  los  varones  grandes,  pero 
aun  los  muchachos  y  las  muchachas  toreaban,  subién- 
dose sobre  los  mismos  toros  y  burlándose  de  ellos.  Sé- 
neca, lib.  II,  cap.  XXXI,    De  Ira:  «Aspice  elephanto- 


—  3S  — 
rum  jugo  colla  submissa:   taurorum^  pueris^  ■pariter  ac 
fceminis  per  sultantibus  terga   inpune  calcari.yy  Imitó 
felizmente  Marcial  este  lugar  en   el   libro  V,  Epig. 
XXXII: 

Aspice  quam  placidis,  hisultet  turba  jwvencis, 
Et  sua  quam  facilis  pondera  taurus  amat. 
Cornibus  kic  pendet  summis,  'vagus  Ule  per  armus 
Ciirrit,  et  in  tato  'uentilat  arma  boije. 
Atferitas  immota  riget:  fion  esset  arena 
Tutior,  et  pos set  fallere  plana  magis, 
Nec  trepidare  gressus,  sed  de  discrimine  palma, 
Securus  puer  est,  solicitumque  pecus . 

Este  Epigramma  volviera  yo  en  un  Soneto  de  esta 
manera: 

Mira  cómo  la  ociosa  muchedumbre 
El  retozón  novillo  está  lidiando; 
Uno  verás  del  cuerno  estar  colgando 
Del  toro,  que  ama  ya  su  pesadumbre; 

Otro  al  ijar,  por  gusto  ó  por  costumbre, 
Salta  y  anda  corriendo,  y  ya  bailando, 
En  todo  el  buey  las  armas  ventilando, 
Que  volvió  su  fiereza  en  mansedumbre. 

Libre  el  mozuelo  burla  el  lomo  duro 
Del  toro  más  audaz,  que  en  el  arena 
Ni  le  tiemblan  los  pies;  ¡quién  tal  creyera! 

Que  un  niño  en  el  peligro  esté  seguro, 
Y  que  una  fiera,  de  piedad  ajena, 
Cuidadosa  y  solícita  estuviera. 

Solíanles  poner  hachas  en  los  cuernos,  como  ahora, 
y  vistiéndolos  de  materia  fácil  de  quemar,  pegarles 
fuego.  Esto  se  hace  ahora  acá  con  cohetes.  De  esta  cos- 
tumbre hay  un  Epigramma  tn  Marcial: 


-  36  - 

^i  modo  per  totam  flammis  stimulatus  arenam 
Sustulerat  raptas  taurus  in  astrapilas, 
Occubuit  tándem  cor  ñuto  ardore  petitus, 
Dumfacilefn  tolli  sic  elepkanta  putat. 

El  toro  que  de  llama  estimulado 
Corre  veloz  la  arena,  á  las  estrellas 
Avienta  dominguillos.  Finalmente, 
Cayó  del  fuego  ardiente  acometido. 
Pensando  echar  por  alto  un  elefante. 

Ponían  los  dominguillos  delante,  para  que  irritados 
los  toros  envistiesen  con  ellos,  uso  que  aún  se  conser- 
va en  nuestras  fiestas  de  toros.  Ya  V.  ms.  saben  que 
estos  dominguillos  son  unas  figuras  de  soldados  con 
sus  lancillas,  y  á  veces  los  visten  de  colorado:  á  las  tales 
figurillas  ó  dominguillos  llamaron  los  romanos  prima 
pila  ó  pilas j  porque  los  primeros  que  iban  en  el  ejérci- 
to á  batallar  eran  los  primi  pilos ,  de  la  voz  primus  et  pi- 
luníy  que  es  el  dardo  ó  arma  arrojadiza.  El  llamarle  en 
España  dominguejos  quizá  fué  por  el  color  colorado,  que 
era  festivo  y  dominguero  antiguamente.  Con  este  color, 
porque  imita  la  sangre,  se  irritan  naturalmente  los  to- 
ros. Ovidio: 

Haiid  secas  exarsit,  quam  circo  taurus  aperto 
Cum  sua  terriblli  petit  incitamina  cornu, 
Pkefziceas  'vestes,  elusaque  'vulnera  sentit. 

Que  en  romance  se  puede  explicar  así: 

De  tal  manera  ardió,  cual  bravo  toro 
Que  con  cuerno  terrible  al  dominguillo 
Acomete,  y  tocando  la  escarlata, 
Arde  viendo  burladas  sus  heridas. 

Del  dominguejo  ó  pila  habla  Marcial  en  el  Amph.  LIX: 


—  37  — 

o  quam  terñbilis  exsarsit  pronus  in  iras, 
Síuantus  erat  cornu,  cui  pila  taurus  erat. 

Habla  aquí  de  una  habada  ó  rinoceronte  que  arro- 
jaba un  toro  por  alto  como  si  fuera  un  dominguejo  de 
paja;  y  en  otro  Epigramma,  haciendo  donaire  de  uno 
que  se  decia  candido,  y  tenía  muy  ruin  capa,  le  dice: 

Te  lacedemonio  'velat  toga  lata  galera, 
y  el  quam  seposito  de  grege  partna  dedit, 
At  mea,  que  fassa  est  furias,  et  cornua  taiiri, 
Noliierit  dici,  quam  prima  pila  suam. 

En  otro  Epgramma^  hablando  de  Lauro,  que  al 
juego  de  la  pelota,  á  que  era  aficionado,  perdió  su  cau- 
dal y  se  quedó  en  pelota,  se  burla  así: 

b¡e?no  nova  caluui  sic  inflammatus  a?nica 
Flagra-uit  quantum  Laurus  amor e  pila. 
Sed  qui  primus  erat  lusor,  dum  floruit  atas, 
Nunc  postquam  desiit  ludere  prima  pila  est. 

Hizo  admirable  alusión  de  la  voz  pila  por  la  pelo- 
ta y  por  el  dominguejo;  y  este  Epigramma  y  otros  no 
quisiera  volver,  porque  quizá  no  acertaré,  ó  por  ventu- 
ra echaré  á  perder  la  agudeza  del  poeta,  no  alcanzando 
nuestra  lengua  á  la  latina  en  esta  parte.  Mas  porque  me- 
recen perdón  las  faltas  de  la  poesía  de  repente,  me  pa- 
rece que  y<^  la  volviera  así: 

Ningún  amante  se  ardió 
De  nueva  amiga  en  el  fuego, 
Cuanto  Lauro  mozo  el  juego 
De  pelota  ciego  amó: 
Fué  quien  más  diestro  jugó 
El  juego  de  la  pelotaj 
Hasta  que  con  capa  rota 


-  38  - 

Hecho  dominguillo  acaba, 
Y  en  pelota  se  quedaba 
Cuando  dejó  la  pelota. 

Dije  que  el  lidiar  toros  era  cosa  ó  invención  de  los 
caballeros  de  Tesalia,  nó  porque  ellos  fueron  los  prime- 
ros que  los  inventaron,  porque  juzgo  que  en  cada  pro- 
vincia habria  los  mismos  entretenimientos,  sino  porque 
los  tésalos  eran  muy  diestros  en  esto. 

Los  romanos  tuvieron  su  origen  en  cuanto  á  los 
juegos  de  toros  de  lo  que  dice  Sexto  Pompeyo  en  los 
Fragmentos,  que  habiéndose  vendido  carne  de  toros  sa- 
crificados, dio  gran  pestilencia  á  las  preñadas,  por  lo 
cual  se  votaron  fiestas  de  toros  en  el  circo  Flaminio,  que 
estaba  fuera  de  la  ciudad,  porque  los  dioses  infernales  no 
entrasen  en  ella:  «Tauri  Indi  instituti  Diis  inferís  ex 
hac  causa  videntur:  Tarquinio  regnante  cum  magna  inci- 
disset  pestilentia  in  mulieres  grávidas  qu<£  fuerat  facta 
ex  carne  divendita  populo  taurorum  immolatorum'.  oh  hoc 
ludí  tauri  appellati  sunt,  et  fiunt  in  circo  Flaminio,  ne 
intramuros  evocentur  Dii  inferi.»  Otra  razón  es  la  que 
da  M.  Terencio  Varron  del  origen  de  estos  juegos.  Si 
hubiéramos  de  decir  todo  lo  que  se  ofrecía  y  hemos 
visto  de  las  venaciones  de  los  romanos,  detendríamos 
mucho  la  plática;  y  de  lo  que  tantos  han  ya  dicho  doc- 
tísimamente,  no  hay  para  qué  trasladar:  basta  remitir 
á  V.  ms.  á  lo  que  han  escrito  Onufrio  Panvino,  Bulen- 
gero,  Juan  Rosino  y  otros  autores  en  varios  lugares. 

Resta  que  digamos  del  juego  de  cañas,  y  de  sus 
primeros  inventores,  que  no  fueron  los  españoles,  aun- 
que más  de  ginetes  se  precien,  sino  Eneas  el   Troyano, 


-  39  - 
el  cual,  estando  en  Sicilia,  lo  inventó,  haciendo  de  él 
una  viva  representación  de  las  batallas  en  que  él  se  ha- 
bla hallado  entre  los  griegos  y  troyanos,  acometiendo  á 
veces  los  unos,  y  huyendo  á  veces  los  otros.  De  Eneas 
lo  aprendió  su  hijo  Julio  Ascanio,  que  lo  trajo  de  Italia 
y  lo  enseñó  á  la  fundación  de  Albalonga  á  los  mucha- 
chos de  su  edad,  y  en  ellos  se  fué  continuando  hasta 
que  los  recibió  Roma  y  ejercitó  en  el  circo  Máximo. 

Entraban  como  ahora  en  sus  cuadrillas;  los  cuadri- 
lleros habian  de  ser  de  lo  mejor  de  Roma;  llamábanles 
Príncipes  de  la  Juventud;  al  juego,  por  sus  fundadores, 
llamaban  Troya  ó  la  casa  real  de  Fríamo.  Así  lo  dice 
Festo  Pompeyo:  ^Troja  et  regia  Priami  lusus  puero- 
rum  equestrium  dicitur.»  También  se  llamaban  Pyrhica 
vulgarmente.  Así  lo  dice  Servio  en  el  V^  Mneid.:  «Ut  ait 
Suetonius  Tranquillus,  lusus  ipse^  quem  vulgo  Fyrhicam 
appellantj  Iroja  vocatur  cujus  origine  m  exprés  si  t  in  libro 
de  puororum  ludibus.y>  Si  tuviéramos  ahora  este  libro, 
escussábamos  muchos  deseos  de  los  juegos  que  vemos 
jugar  á  los  muchachos,  que  sospecho,  y  no  pienso  que 
me  engaño,  que  tienen  origen  antiquísimo. 

D.  Diego.  ¡Oh,  señor!  Suplico  á  V.  m.  dirija  en 
cuanto  fuese  posible  su  plática  á  este  fin,  porque  con- 
fieso á  V.  m.  mi  flaqueza,  que  fui  muy  aficionado  á  ju- 
gar los  juegos  que  usan  los  muchachos,  y  me  holgaría 
saber  que  tienen  su  principio  en  la  antigüedad,  porque 
estos  juegos  de  los  romanos,  como  ya  no  están  en  el 
uso,  no  dan  tanto  gusto  oidos. 

D.  Fern.  Yo  obedeceré  á  V.  m.  en  cuanto  pu- 
diere, y  no  me  aparto  de  ese  intento,  pues  voy  proban- 


—  40  — 
do  que  el  juego  de  cañas  fué  propio  de  los  muchachos. 
Hubo  algún  tiempo  en  que  la  costumbre  de  jugar  los 
muchachos  las  cañas  se  intermitió  y  dejó;  mas  Julio 
César,  que  tuvo  espíritu  ardiente  de  honor,  lo  restau- 
ró. Suetonio  en  este  Príncipe:  <Circencihus  Trojam  lu- 
cit  tur  ma  dúplex  majorum  minorumbe  puerorum.»  Dion 
dice  lo  mismo  en  el  lib.  XLIÍI:  «Trojam  antiquo  more 
patritorum  fila  lucerunt.»  Augusto  César,  por  la  misma 
razón  que  su  tio,  le  fué  muy  aficionado;  y  le  celebró 
mucho  Tranquilo,  en  su  Vida:  <!(,Sed^  et  Troj¿e  ludum  edi- 
dit  frequentissime  majorum  minorumve  pueroriim  delectu 
prisci  decoris  7noris  que  existimans  clar¿e  stirpis  indolem 
sic  innotescere.-t  Mas  habiendo  sucedido  que  se  le  que- 
bró una  pierna  á  Cayo  Nomio  Asprenate,  y  después  á 
Escornino,  hijo  de  Asinio  Polion,  personas  nobilísimas, 
se  dejó  de  ejercitar  por  algún  tiempo:  después,  olvida- 
das aquellas  desgracias,  se  volvió  á  usar  de  ordinario. 
Dion,  en  el  lib.  XLVIII,  dice  que  Mario  Agripa  lo  hi- 
zo con  gran  magnificencia  en  las  fiestas  apolinares: 
<L'Troj¿e  ludum  per  nobiles  pueros  magnifice  edidit.y>  Des- 
pués, siendo  edil,  dio  á  los  muchachos  el  gasto  de  las  li- 
breas y  lo  demás  necesario  para  un  juego  de  cañas.  (El' 
mismo  Dion,  en  el  mismo  lib.  XLVIÍI.)  Cayo  Calígula 
en  el  dia  de  su  nacimiento  por  muy  gran  fiesta,  y  en  la 
muerte  de  Drucila  por  placación  y  sacrificio  á  los  Manes. 
Suetonio/;?  eodem  Príncipe,  cap.  XVIII:  «Caligula  na- 
tali  suo  venationes  edidit  patritn  pueri  Trojam  lucerunt.'» 
Y  más  abajo:  Drucil¿e  sorori  mortu¿e  puhlicam  sepultu- 
ram  tribuit,  ac  pr^toriani  milites  cum  suo  tribuno;  ac 
seorcim  equestris  ordo  seorsimpatritii  pueri  Troj¿e  decur- 


—  41  — 
done  c'irca  tumiilum  ejus  oheqiiitarunt.'^  La  gran  bestia 
de  Nerón,  siendo  muchacho,  aun  nó  de  doce  años,  lo 
jugó  con  tanta  destreza  y  donaire  que  se  llevó  el  favor 
público  y  aura  popular.  Suetonio/;?  <?(?,  cap.  VII:  <k1enet 
ad  huc^  nec  dum  matura  puerilia  circencibus  ludís  Tro- 
jam  constantissime  lucii.»  Lo  mismo  dice  Cornelio  Tá- 
cito: «Sedente  Claudio  circencibus  ludis  cum  fueri  novi- 
les  equis  ludricum  TrojíC  inirent^  interque  eos  Britanicus 
Imperatore  genitus^  et  Lucius  Domitius  adoptione  mox 
inimperiorum  cognomenque  Neronis,  adsutus  favor  plebis 
acrior  in  Domitium  loco  pr¿esagii  acceptus  est.» 

Pero  porque  no  se  nos  vaya  todo  en  flores,  han  de 
ver  V.  ms.  un  juego  de  cañas  que  pinta  Virgilio;  y  digo 
que  lo  han  de  ver,  porque  de  tal  manera  lo  pinta  que 
parece  que  lo  pone  delante  de  los  ojos.  Sus  palabras  pi- 
den la  atención  y  respeto  que  este  divino  poeta  merece, 
que  son  en  el  V  de  las  jEneidas,  de  la  manera  que  yo 
las  diré: 

At  parer  ^ncas  iiondum  certami/ie  misso, 
Custodem  ad  sese,  co?nitemque  iínpubis  Juli 
Epitidem  <vocat,  et  jidam  sic  fatur  ad  aurem. 
Vade  age,  et  Ascanio,  si  jam  puerile  paratum 
Agmen  hahet  seaim,  cursusque  instruxit  equorum, 
Ducat  a'vo  turmas,  et  sese  ostendat  in  armis: 
Dic,  ait:  ipse  omnem  longo  decedere  circo 
Infusum  populum^  et  campos  jubet  es  se  patentéis. 
Incedunt  pueri,  par it erque  ajite  ora  pareíitum 
Franatis  lucent  itt  equis:  quos  omnis  eunteis 
Trinacria  mirata  fremit ,  Trojaque  Jwventus. 
Ómnibus  in  morem  tonsa  coma  pressa  corona: 
Cornea  bina  ferunt  prafixa  hastilia  ferro, 
Pars  leves  humero  pharetras:  et  pectore  summo 
Flextlis  obtorti  per  collum  it  circulus  auri. 


—  42  — 

Tres  equitum  numero  turma,  ternique  njagantur 
Ductores:  pueri  bis  se  ni  quenque  secuti. 
Agmine  partito  fulgent,  paribusque  jnagistris. 
Jjna  acies  juvenum,  ducit  quam  par'vus  ovantem 
l^ ornen  anji  referens  Priamus,  tua  clara  Poli  te 
Progenies,  auctura  Ítalos:  quem  Thracius  albis 
Portat  equus  bicolor  maculis  ,'vestigia  primi 
Alba  pedis,frontemque  ostentans  arduus  albam. 
Alter  Atys,  genus  un  Je  Atyi  duxere  Latini: 
Par'vus  Atys,  pueroque  puer  dilectus  "Julo. 
Extremus  for maque  ante  omnes  pulcher  Julus 
Sidonio  est  in-vectus  equo:  quem  candida  Dido 
Esse  sui  dederat  monimentum,  et  pignus  amoris. 
Gatera  Trinacriis  pubes  senioris  Acesia 
Fertur  equis. 

Excipiunt  plausu  pavidos,  gaudentque  fuentes 
Dardanida,  'veterumque  agnoscunt  ora  parentum. 
Postquam  omnem  lati  conssesum,  oculosque  suorum 
Lustr advere  in  equis,  signum  clamare  paratis 
Epitides  longe  dedit,  insonuitque  flagello. 
Olli  discur rere  pares,  atque  agtnina  terni 
Diductis  soliere  choris,  rursusque  njocati 
Com^ertere  'vias,  inf estaque  telatulere. 
Inde  alios  ineunt  cursus,  aliosque  recursus 
Ad-versis  spatiis,  alternosque  orbibus  orbes 
Impediunt,  pugnaque  cient  simulacra  sub  armis: 
Et  nunc  tergafuga  tiudant,  ?iunc  spicida  niertunt 
Inf ensi:  f acta  pariter  nunc  pace  feruntur. 

Ut  quondatn  Creta  fertur  Lahyrinthus  in  alta 
Parictihus  textum  cacis  iter,  ancipitemque 
Mille  'viis  habuisse  dolum,  qua  signa  sequendi 
Falleret  indeprensus,  et  irremeabilis  error: 
Haud  aliter  Teucrum  nati  vestigia  cursu 
Impediunt,  texumque  fugas,  et  pralia  ludo 
Delphinum  similes:  qui  per  maria  hutnida  ítando 
Carpathium,  Libycumque  secant,  luduntque per  undas. 
Hunc  morem,  hos  cursus,  atque  hac  certamina  primus 
Ascanius,  longam  muris  cum  cingeret  Albam, 
Retulit,  et  priscos  docuit  celebrare  Latinos: 


—  43   — 

^uo  puer  ipse  modo,  securn  quo  Troja  pubes, 
Albani  docuere  suos :  hinc  máxima  porro 
Accepit  Roma,  et patrium  serva'vit  honor em: 
Trojaque  ttunc:  pueri,  Trojanum  dicitur  agmen. 

D.  Ped.  Por  cierto  que  estoy  dudando  si  oíalos 
versos  de  Virgilio  ó  estaba  viendo  jugar  las  cañas  á  los 
muchachos  troyanos.  Tanta  es  la  fuerza  del  bien  decir 
y  tanto  el  ingenio  de  ese  gran  poeta. 

D.  Diego.  No  deja  particular  que  no  esplique  ad- 
mirablemente; pero  dudo  si  los  troyanos  y  romanos  ju- 
gaban las  cañas  cara  á  cara  como  los  caballeros  de  Jerez 
de  la  Frontera,  que  únicamente  en  toda  España  con- 
servan este  uso,  si  bien  ocasionado  á  lastimar  los  ojos  y 
el  rostro.  Muévome  á  esta  duda  por  aquellos  versos: 

Diductis  sol'vere  choris,  rursusque  <vocati 
Con'vertere  'vias,  infestaque  tela  tultre. 

porque  la  voz  infesta  quiere  decir  cara  á  cara  ó  al  ros- 
tro, como  infesto  corpore  quiere  decir  en  la  parte  delan- 
tera del  dedo  grueso. 

D.  Fern.  Así  como  V.  m.  trae  el  ejemplo  es;  pe- 
ro del  uso  de  las  cañas  lo  dudo,  porque  ahí  en  ese  lugar 
Virgilio  da  á  entender  que  acometieron  y  revolvieron, 
y  á  lo  último  desembarazaron  los  bohordos;  aunque 
también  pudo  á.Q.Q\v  infesta  tela  á  las  primeras  cañas  que 
se  tiran  para  provocar  á  los  contrarios,  que  son  siempre 
cara  á  cara:  mas  en  los  demás  lances  siempre  arrojan  las 
cañas  ó  bohordos  contra  los  que  se  van  retirando  á  su 
puesto. 

Pero  oigamos  al  traductor  castellano,  que  aunque 
con   muy  desiguales  pasos  á  los  de  tan  gran  ginete,  se 


—  44  — 
esforzó  lo  que  pudo   volviendo  aquellos  versos  así   á 
nuestra  lengua: 

Pero  el  piadoso  Eneas,  no  acabado 
Aún  el  certamen  del  mancebo  Ascanio, 
Llama  á  Epitides,  ayo  y  compañero, 

Y  habíale  al  oído  de  este  modo: 
«Corre,  vé  y  dile  á  Ascanio,  si  ha  juntado 
Las  pueriles  cuadrillas  ya  consigo, 

Y  si  las  ha  instruido  en  la  carrera. 

Que  las  traiga  á  las  honras  de  su  abuelo.» 
Dijo,  y  mandó  apartar  toda  la  gente. 
Por  el  pueblo  extendido  abriendo  plaza. 
Luego  entran  los  mancebos  juntamente 
Á  vista  de  sus  padres,  y  en  caballos 
Ricamente  enjaezados  resplandecen, 
Admirando  á  Sicilia  y  la  troyana 
Juventud,  que  alabando  está  su  entrada. 
Van  á  la  antigua  usanza  coronados. 
Llevando  cada  uno  dos  bohordos; 
Cuál  al  hombro  carcax  de  leves  flechas, 

Y  cuál  cadena  de  oro  retorcido. 
Entraron  repartidos  en  tres  tercios; 

De  cada  doce  en  torno  y  por  entre  ellos 
Iban  tres  cuadrilleros  gobernando, 
Iguales  en  destreza  y  gallardía. 
Iba  por  capitán  de  la  una  escuadra, 
Ufano  y  ledo,  el  Príamo  pequeño. 
Insigne  con  el  nombre  da  su  abuelo, 
Tu,  Claro  hijo  é  ínclito  Polite, 
Raíz  segunda  de  gran  suma  de  ítalos. 
En  un  caballo  tracio  remendado 
De  dos  colores,  blanco  de  ambas  manos, 
De  alta  y  yerta  cerviz,  de  blanca  frente. 
Era  Atis  el  segundo,  el  cual  fué  cepa 
Del  latino  linaje  de  los  athios, 
Digo  el  pequeño  Atis  y  joven  caro 
Al  joven  Julo,  capitán  postrero. 
Aunque  primero  en  rara  hermosura. 


•  —  45  — 

Era  el  hermoso  Julo  que  llevaba 
El  caballo  sidonio  que  en  Cartago 
Le  dio  en  presente  la  phenisa  Dido 
Por  prendas  del  amor  que  le  tenía. 
La  demás  juventud  iba  en  caballos 
De  Sicilia,  que  dio  el  anciano  Acestes. 
Fueron  con  grande  aplauso  recibidos 
De  las  damas  troyanas,  que  miraban 
En  ellos  á  sus  padres  retratados. 
Después  que  todo  en  torno  rodearon 
El  acompañamiento  y  ancha  plaza 
Con  gallardía  ardiente  en  sus  caballos, 
Que  tascando  aguardaban  en  sus  puestos; 
Epitides  de  lejos  dio  la  seña, 
Que  fué  el  azote  restallar  sonante: 
Arrancan  al  momento  apareados 
De  tres  en  tres,  distantes  igual  trecho, 

Y  pasan  su  carrera;  y  en  tornando 
Epitides  á  dar  la  seña  usada, 
Tornan  ligeros  por  do  habían  corrido, 

Y  al  cabo  arrojan  voladoras  cañas, 
Con  denuedo  enemigo  en  la  apariencia: 
Comienzan  luego  de  contrarios  puestos 
Una  muy  bien  trabada  escaramuza; 
Corren  aquéllos  contra  aquestos,  y  éstos 
Contra  aquéllos,  y  vuelven  y  revuelven 
Una  vez,  otra,  y  otra,  y  en  rodeo 
Galopan  por  la  verde  y  ancha  plaza; 
Van  los  unos  pasando  por  los  otros, 

Y  entorno  meten  vueltas  y  revueltas. 
Fingiendo  una  batalla  verdadera; 

Tal  vez  huyendo  vuelven  las  espaldas. 
Tal  vez  con  las  agudas  cañas  tornan 

Y  medrantando  á  los  que  los  seguían, 

Y  tal  vez  hecha  paz  corren  mezclados; 
Bien  como  en  la  alta  Creta  un  tiempo  fama 
Haber  habido  un  labírinto  oscuro 

Cuya  confusa  é  intrincada  hechura 
Con  mil  caminos,  calles  y  senderos 


-  46  - 

La  gente  confundía  y  engañaba 
De  suerte  que  el  error  inextricable, 
La  multitud  de  sendas  y  carreras. 
Cegaba  á  los  que  entraban  las  señales 
Por  dopodian  para  salir  regirse; 
Nó  de  otra  suerte  los  gallardos  hijos 
De  los  troyanos  por  el  verde  cerco 
Corriendo  unos  con  otros  se  encontraban, 

Y  á  veces  se  impedían  la  carrera. 
Del  todo  semejantes  á  delfines 

Que  por  los  mares  húmedos  nadando 
Dividen  con  lascivo  juego  el  agua 
Del  piélago  carpathio  y  africano. 
Este  juego  que  digo,  aquesta  usanza 
De  así  correr  en  forma  de  batalla, 
Ascanio  fué  el  primero  que  en  Italia 
Lo  renovó  en  el  tiempo  que  cercaba 
La  ciudad  de  Albalonga,  de  altos  muros, 

Y  dio  enseñanza  del  á  los  latinos, 
Nuestros  antecesores;  y  en  la  misma 
Forma  que,  siendo  él  mozo,  con  los  mozos 
Troyanos  hoy  aquí  lo  había  jugado: 

Los  de  Alba  á  sus  menores  lo  enseñaron, 
De  donde  ya  después  de  largos  años 
Lo  tomó  Roma,  conservando  la  honra 

Y  célebre  uso  de  Troya,  madre  suya; 

El  cual  juego  el  día  de  hoy  se  dice  Troya, 

Y  el  escuadrón  de  mozos  que  lo  juega 
Hasta  hoy  se  dice  el  escuadrón  troyano. 

D.  Dugo.  Confieso  que  ahora  lo  he  entendido 
con  más  claridad,  y  todavía  me  parece  que  á  veces  ju- 
gaban de  los  bohordos  cara  á  cara,  y  á  veces  como  se 
usa  en  España  comunmente;  y  también  describe  el  poe- 
ta la  entrada  corriendo,  y  después  los  galopes  volviendo, 
y  finalmente  lo  dice  todo  con  tanta  gallardía  que  no 
hay  más  que  desear. 


—  47  — 
D.  Fern.     Démosle  un  poco  de  lugar  en  estasca- 
ñas  también  á  Claudiano.  In  Sexto  Const.  Theod: 

Hic  et  belligeros  exercuit  área  lusus; 
Armato  hic  seape  choros,  certaque  'vagandi 
Textas  lege  fugas  m  confusosque  resersus, 
Et  pulchras  error um  artes  jucundaque  Mariis 
Cert amina,  etc. 

Et  infra: 

Torquentur  in  orbes 
Agnima  perpetuisque  im  mota  cardine  claustris 
Janus  bella  prefuens  Uta  subs  imagine  pugníe. 

Esto  se  llega  más  á  la  saltación  pyrrhica,  de  que 
también  se  acordó  Juan  Escobeo  en  el  Serm.  XLII, 
Alex.  ah  Alex.  Dies.  gen.,  cap.  XÍX  novissime;  Juan 
Meurs,  De  Orchestra^  fol.  70. 

D.  Diego.  No  se  olvide  V.  m.  de  lo  que  prome- 
tió del  correr  de  los  muchachos,  pues  tan  bien  averigua- 
do queda  que  ellos  jugaban  las  cañas  antiguamente. 

D.  Fern.  No  me  olvido,  pues  los  historiadores  y 
poetas  nos  dejaron  tantas  memorias.  Traeré  algunas  á 
nuestro  intento.  Virgilio,  en  el  V  de  la  Eneida^  dice  que 
Eneas  hizo  certamen  de  correr  los  muchachos  en  Sici- 
lia, en  las  honras  de  su  padre  Anchíses,  de  lo  cual  se 
acordó  Higinio  en  las  Fábulas.  En  esta  contienda  en- 
traron Eurialo  y  Niso,  un  par  de  muy  buenos  amigos. 
Fué  Eurialo  primero  vencedor,  y  se  le  dio  por  premio 
un  caballo  enjaezado.  Llevó  segundo  premio  Helimo, 
á  quien  se  le  dio  una  aljaba  amazónica.  Diores,  un  al- 
mete de  la  ciudad  de  Argos,  sacó  los  despojos  de  un 
león.  Niso  un  broquel,  obra  de  Didimaon. 


Julio  Soliiio,  en  el  libro  V  desús  Historias  admira- 
bles^ refiere  de  un  muchacho  milesio,  llamado  Polyn- 
nescor,  que  habiéndole  su  madre  puesto  á  guardar  ca- 
bras, corriendo  alcanzó  una  liebre;  por  lo  cual  su  amo 
en  la  olimpiada  XLVl  le  dio  para  los  juegos  olímpicos, 
y  en  ellos  alcanzó  corona  de  vencedor. 

Pausanias,  en  VI,  dice  de  Damisco,  vencedor  en  el 
juego  olímpico;  y  en  el  estadio  habia  estatua  que  con- 
servaba esta  memoria,  no  siendo  este  muchacho  de  más 
de  doce  años:  €Posiíus  ibidem  est  a  mesenis  DamiscuSy 
qui  annos  natus  duodecim,  palmam  ex  olympcis  ludís  tu- 
lit.  Hic  ipse,  de  quo  nunc  agimus  Damiscus,  fueros  de  sta- 
dio  vicit,  et  quinqué  post  hanc  et  ■partim  Nemeas  partim 
vera  Isthmisi  victori¿e  obtingere.yy 

Pone  Pausanias  otros  muchachos,  y  después  de 
ellos  dice  que  tuvieron  estatua  por  vencedores  en  el  cir- 
co Sophio  Messenio  y  Eleo:  «Post  Cheream  Sophius 
MesseniuSy  et  Eleus  vir  stonius  collocati  sunt:  in  cursu 
Ule  fueros  ante  vertit.-» 

Y  en  el  lib.  III,  In  Laconisis,  refiere  de  Danao  que 
casó  sus  hijas  proponiéndolas  por  premio  al  que  más 
corriese,  escogiendo  el  primer  vencedor,  y  luego  el  se- 
gundo, y  así  los  demás;  á  cuya  imitación  Icario,  padre 
de  Penélope,  instituyó  el  mismo  certamen,  en  que  ven- 
ció Ulises  y  casó  con  la  muy  casta  y  honrada  Penélo- 
pe. Excuso  referir  sus  palabras,  por  no  cansar. 

Tuvieron  los  antiguos  especialísimo  cuidado  en  la 
educación  de  sus  hijos,  procurando  agilitarlos  para  la 
milicia;  y  así,  dice  Pausanias  en  el  lib.  V  de  las  Historias 
EliacaSy  que  los  eleos,  nó  sólo  hacian  que  sus  hijos  mu- 


—  49  — 
chachos  corriesen  y  hiciesen  los  demás  ejercicios  gím- 
nicos,  sino  que  también  les  señalaban  premios  para  inci- 
tarlos, y  fueron  algunos  de  ellos  vencedores.  Sus  pala- 
bras son  éstas:  «Puerorumvero  cer lamina^  nullo  veteris 
memori¿e  exemplo  arbitratu  suo  instituerunt  elei:  ac  pri- 
mum  quidem  decursu  et  lucia  se-ptima^  et  tricessima  olym- 
piada,  pueris  proposita  premia  luct^  Hypostenes  lacede- 
monius^  cursus  palmaní  accepit  Eleus  Polynices.» 

Corrieron  también  á  caballo  por  ejercitarse  los  mu- 
chachos en  el  campo  Marcio,  como  lo  dice  Estrabon 
con  harta  elegancia  en  el  üb.  V  de  su  Geografía,  y  me- 
jor Virgilio  en  el  VII  de  su  Eneida: 

Ante  urbem  pueri  et  frima'vo  flore jwventus 
Exercentur  equis,  domitantque  iti  ful'vere  currus; 
Aut  acres  tendunt  arcus,  aut  lenta  lacertis 
Spicula  contorquetit  cursiique  tctuque  lacessunt. 

De  este  ejercicio  mezclado  con  los  otros  se  dirá  en 
los  ejemplos,  que  por  no  repetirlos  muchas  veces  los  de- 
jo; y  á  quien  quisiere  ver  mucho  en  esta  materia,  vea  á 
Pausanias  en  el  V  y  VI  Eliacorum,  en  el  cual  hallará 
infinitas  memorias  y  estatuas  levantadas  á  muchachos 
vencedores  en  estos  juegos,  por  honra  suya,  del  cual 
traeremos  algunos  ejemplos,  dejando  muchos. 

Otro  género  de  saltos  hacian  los  soldados  sobre  un 
caballo  de  madera,  desnudando  las  espaldas,  para  hacer- 
se diestros.  Véase  á  Vegecio,  libro  I,  cap.  XVIII,  y  á 
Justo  Lipsio  en  el  üb.  V  T)e  Militia  Rom.,  cap.  XIV, 


—  so 


§.     IV. 

De/  salto  y  la  saltación. 

Ya  que  habernos  salido  de  la  obligación  de  aquellos 
juegos  más  graves,  y  V.  ms.  son  tan  bien  contentadizos 
que  se  satisfacen  con  la  parte  menor  de  ellos,  que  es  el 
uso  de  los  muchachos,  averiguaremos  cómo  ellos  con  par- 
ticular atención  de  aquellas  dos  Repúblicas  ejercitaron 
los  juegos  que  restan  del  Pentathlo  ó  Quinquercio,  los 
cuales  están  en  los  autores  tan  juntos  á  los  ejemplos  que 
de  ellos  traeremos  para  nuestra  probanza,  que  apenas 
los  podremos  dividir;  pero  siguiendo  el  orden  comenza- 
do, diremos  del  saltar,  presuponiendo  que  son  diferen- 
tes salto  y  saltación,  porque  salto  dice  San  Isidoro: 
^Saltus  quasi  exilise  inaltum^  est  enim  saltus  altus  exilire 
vel  longius.»  Es  una  jactacion  ó  arrojamiento  del  cuer- 
po en  alto  ó  largo.  La  saltación  es  un  tripudio,  baile  ó 
danza  á  compás,  de  lo  cual  habló  Cicerón,  diciendo  era 
el  fin  de  muchos  regocijos.  *.Multarum  delitiarum  comes 
est  extrema  saltatio.» 

Digamos  primero  del  salto,  aunque  no  fué  muy  fre- 
cuente en  gimnasios,  pues  Platón  no  se  acordó  de  el; 
mas  acordóse  Vegecio  De  Re  militaría  lib.  I,  cap.  IX, 
en  estas  palabras:  <s.Ad  saltum  etiam^  quo  vel  fosea  tran- 
siliuntur,  vel  inpediens  aliqua  altitudo  superatus  exercen- 
dus  est   Miles,  ut  cum  ejusmodi  dijicultates  evenerint. 


—  51  — 
possint  sine  labore  transiré.»   Cosa  importante  es  á  los 
soldados  el  salto,  ó  para  pasar  á  fosa  ó  sobrepujar  algu- 
na altura,  porque  cuando  tal  cosa  sucediere  puedan  ha- 
cerlo sin  mucho  trabajo. 

Sidonio  Apolinar  lo  trae  por  juego  y  entretenimien- 
to de  los  soldados: 

Clipeosque  notare 
Ludas,  et  intortas  precederé  saltibus  astas. 

Jugar  de  los  broqueles  diestramente 

Era  juego,  y  de  un  salto 
Salvar  torcidas  lanzas  por  lo  alto. 

Saltaban  los  athletas  desnudos,  como  dice  San  Ci- 
priano T)e  Spectaculi:  «  Ecce  tibi  alter  nudus  saltat;y>  y  á 
veces  con  unos  pesos  ó  mazas  de  plomo  en  las  manos, 
que  llamaban  halteres^  de  que  hace  memoria  Pausanias, 
VI  Eliacorum,  y  les  llama  firmeza  de  los  que  saltan. 

Su  forma  de  éstos  era  rosilla  y  larga  más  que  redon- 
da, y  capaz  para  asirlos  bien  con  la  mano  por  el  medio. 
Habia  otro  modo  de  ellos,  cuya  forma  expresa  Mercu- 
rial en  su  Gimnástica^  fol.  78,  en  el  cual  pueden  V.  ms. 
ver  muchas  cosas  tocantes  á  esta  materia  que,  como  no 
se  usan,  no  me  detengo  en  ellas;  mas  por  usarse  saltar  á 
pié  cojita  en  muchos  juegos,  diremos  algo  de  ella. 

D.  Diego.  Venga  muy  en  hora  buena  la  madre 
vieja,  pié  cojita,  y  díganos  V.  m.  su  origen  y  descen- 
dencia. 

D.  Fern.  Los  teólogos  de  la  gentilidad  dicen  que 
Icario,  padre  de  la  ninfa  Erigone,  á  quien  por  su  gran 
justicia  y  equidad  el  dios  Baco  enseñó  el  uso  de  las  vi- 


des  para  que  él  lo  enseñase  á  los  mortales,  habiendo 
plantado  y  cultivado  una  hasta  que  estaba  en  flor,  un 
descomedido  cabrón  se  entró  donde  estaba  y  le  comió 
fruto  y  hojas;  Icario,  lleno  de  justa  saña  por  el  malogro 
de  su  cuidado  y  su  vid,  mató  al  cabrón;  y  hincando  el 
pellejo,  de  que  le  desnudó,  pidió  á  sus  compañeros  que 
en  venganza  de  su  pecado  todos  saltasen  sobre  él  con  só- 
lo un  pié,  suspendiendo  el  otro,  esto  es  á  piécojita. 

Fué  tan  alegre  fiesta  para  ellos  ver  caer  unos  y  te- 
nerse mal  y  temblando,  que  esta  risueña  celebridad  la 
transfirieron  en  fiestas  y  sacrificios  del  dios  Baco,  cuya 
deidad  el  atrevido  cabrón  habia  ofendido  comiéndole  su 
vid.  Así  lo  refiere  Higinio,  nuestro  español:  Signorum 
Calestium^  in  Arctophilace.  Trae  por  testigo  á  Erathos- 
tenes,  cuyas  palabras  cita.  Llamaron  á  estas  fiestas  Asco- 
lia  y  al  juego  Ascoliasmos,  que  viene  á  ser  lo  que  he- 
mos dicho:  saltar  por  las  odres  a  pié  cojita.  Aristhó- 
phanes  en  la  comedia  Pluto^  act.  V,  esc.  I,  hace  memo- 
ria del,  diciendo  Scaro  á  Mercurio. 

Nu?ic  sub  dio  per  utres  saltat  uno  pede. 

Y  Platón  en  el  convite:  «.Instar  eorum  qui  único  cru- 
re  innidi  saltare  coguntur. » 

Julio  Pólux  lo  describe  bien:  «Ascolia  Zein  quoque 
vocatur  utri  vacuo,  sed  spiritu  inflato,  et  inuncto  incilire, 
ut  propter  unge  uní  um  laberentur.  •» 

Virgilio,  en  el  II  de  las  Georgias: 

atque  Ínter  pocula  Leu 
Mollibus  in  pratis  uncios  salir e  per  utres. 

Daban  por  premio  el  mismo  pellejo  lleno  de  vino 
al  que  saltaba  sobre  él  en  un  pié  diestramente,  que  no 


—  53  — 
cayese,  sino  se  quedase  firme  y  derecho;  y  al  que  resba- 
laba le  seguía  la  grita  y  risadas,  premio  de  su  caida.  Era 
esta  fiesta,  nó  sólo  digna  de  tan  alegres  aras  como  las 
de  Baco,  pero  que  también  las  viese  en  el  teatro  del 
pueblo  de  la  ociosidad.  Elio  Rhodiginio,  lib.  V,  cap.  IV, 
Antiquar  Lect.:  «Ascoliasmus  saltatio  erat.  Bacchi  dedi- 
cata  festis  qu¿e  vocatur  Ascolia,  qiiod  theatris  medio  utres 
quos  vocant  Aaxovc,  inflatos  obuntosque  uno  tantum  insili- 
r en t  pede  ut  delabentes  7~isum  exitarent.y> 

Los  romanos,  muy  antiguos  en  aquella  rusticidad> 
también  tuvieron  éstas  como  aquéllos,  que  ya  comenza- 
ban á  imitar  á  las  naciones  patrocinando  su  extendida 
superstición,  llamándolas  cornualia^  y  al  saltar  á  pié  co- 
'Í\X.2i.cornuare^  id  est,  cornu  se  inflectere.  Para  tomar  vue- 
lo y  saltar  con  más  fuerza,  inclinaban  el  cuerpo.  Marco 
Barron,  en  el  I  de  Vita  Pop.  Rom.:  «.Etiam  pelles  bubu- 
las  oleo  per  fusas  percurrebant  ibique  cornuabant^  a  quo 
Ule  ver  sus  ve  tus  est  in  carminibus,  sibi  pastores-  ludos 
faciunt  coriis  cornualia.yy 

Nó  sólo  saltaban  á  pié  cojita  sobre  las  odres,  pero 
también  en  muchas  maneras,  en  varios  certámenes  y 
juegos;  unas  veces  al  que  mayor  salto  daba,  otras  cor- 
riendo unos  tras  otro  hasta  alcanzarlo  ó  cansarse;  tal 
vez  contaban  ¡os  saltos  hasta  cansarse  ó  vencerse  el 
uno.  Nuestro  buen  amigo  Julio  Pólux,  á  quien  debe- 
mos estos  y  otros  juegos:  «In  AscoUasmo  autem^  uno  su- 
blato  pede  altero  quidem  saltare  oportet,  quod  kQY.olioi.Y.oi.p 
vocaveruntj  sive  in  longitudinem  saltitarent,  sive  unus 
quidem  sic  insecutus  sit,  alii  vero  utroque  pede  fugerunt 
doñee  aliquem  uno  pede  illattus  persecutor  nanciscatur  aut 


—   54  — 
stantes  saltahant  saltus  ipsos  numerantes^  et  -penes  multi- 
tudinem  erat  victoria.» 

Ahora  vemos  jt^gar  á  los  muchachos  todos  estos 
juegos,  si  no  estoy  olvidado,  porque  los  que  juegan  á 
coscogita  cuentan  los  saltos  que  dan  ó  en  largo  ó  en  nú- 
mero á  cuál  da  más  saltos;  y  en  un  juego  que  llaman 
Espada  Lucia  es  ceremonia  necesaria  que  el  que  salta  en 
el  otro  ha  de  venir  á  coscojita,  ó  á  pié  cojita.  Lo  mismo 
en  otro  juego  que  llaman  Palomita  blanca^  á  hao^  si  ya 
no  es  el  mismo;  pero  aquella  particularidad  de  que 
uno  huye  con  ambos  pies  y  otro  lo  sigue  hasta  alcan- 
zarlo, como  dice  Julio  Pólux,  es  particular  costumbre 
de  los  que  juegan  á  un  juego  que  los  muchachos  lla- 
man la  Maruca,  de  que  en  otra  ocasión  hablaremos. 

D.  Diego.  ¿Ha  visto  V.  m.  por  ahí  un  juego  que 
llaman  FU  derecho? 

D.  Fern.  No  sé  qué  vislumbre  veo  del  en  Athe- 
neo,  lib.  III,  cap.  VIÍÍ:  «Invenitur  tamen  quambis  raro 
in  hac  sententia:  nam  Satyrus  Sophocles  h¿ec  loquitur, 
Herculi  disposito  immedium  dorsum  Satirum;  y  parece 
que  Policiano  aludió  también  á  él  en  el  prólogo  de  los 
Meneemos:  ^Esporgite  lumbostum,  nos  sesum  ibimiis  spec- 
tavimus  que  vos  taciti  aut  ridepimus.^ 

La  saltación,  que  en  castellano  llamamos  danza,  bai- 
le ó  tripudio,  fué  antiguamente  en  dos  maneras:  una 
honesta  y  útil  para  el  ejercicio  del  cuerpo,  y  otra  desho- 
nesta y  lasciva.  La  misma  diferencia  tenemos  hoy;  mas 
digamos  algo  de  lo  antiguo,  porque  hay  tanto  escrito 
en  esta  materia,  que  se  puede  hacer  de  todo  ello  un  jus- 
to volumen;  y  porque  de  la  una  y  de  la  otra  danza  te- 


—  55  — 
nemos  ejemplos  en  España,  no  nos  divertiremos  mucho 
á  ajenas  provincias. 

Comparala  danza  Luciano  á  la  armonía  de  los  or- 
bes celestes,  porque  así  como  aquéllos  se  mueven  á 
compás  y  número,  así  el  que  danza  se  mueve  con  ar- 
monía, dando  gusto  y  alegría  al  que  lo  mira.  Nuestros 
españoles  fueron  tan  amigos  de  esta  tan  honesta  danza 
que  dice  Silio  Itálico,  en  el  lib.  III  de  la  Guerra  Püni- 
¿•¿z,  que  era  todo  su  entretenimiento  y  gusto  sagrado  y 
profano. 

Nunc  pedís  alterno  percussa  verbere  térra. 
Ad  numerum  resonans  gaudenta  plaudere  cetras. 
Ha  requies  ludusqiie  -viris  ea  sacra  voluptas. 

Como  tan  belicosos,  en  la  paz  hacían  entreteni- 
mientos de  la  semejanza  de  sus  batallas,  usando  de  la  sal- 
tación Pirrhica,  la  cual,  como  dice  Atheneo  en  el  libro 
XIV  desús  Dimnosophistas:  «.Erat  quasi  armorum  ins- 
tructioj»  un  ensayo  de  batalla,  una  esgrima  á  compás, 
con  la  cual  danza  se  festejan  también  los  dioses. 

¿^i  recte  súber e  chorus  decorare  Déos , 
Hi  optitni  et  in  hallo,  etc. 

Pudo  ser  que  este  baile  se  le  pegase  á  los  españoles 
de  los  muchos  griegos  que  en  España  poblaron.  Mué- 
vome  á  creerlo  así,  porque  nó  sólo  usaron  de  las  mis- 
mas danzas  los  griegos  que  acá  vemos  imitadas,  pero 
también  la  voz  baile  y  bailar  es  griega,  del  verbo  ba- 
llizo,  y  de  tiempo  antiguo  muy  usada  en  España.  En  el 
concilio  segundo  Bracarense:  «.Si  quis  ballationes  ante 
Eclecias  Sanctorum  fecerit,  seu  faciem  suam  transforma- 
verit  in  habitu  muliebriy>  etc.    Y   en  el  tercero  concilio 


-  56  - 
Toledano  se  les  llama  hallimachi¿e:  «Cluod  hallimachiay 
et  turfes  cantici  prohibendi  sunt  a  Sanctorum  solemniis.» 
Llamáronles  ballmachi¿e  ó  hallimachias  del  verbo  halli- 
zo  y  machi,  que  es  pugna;  «quasi  saltantium  pugna.-» 
Aquí  se  ajustan  muy  bien  los  versos  de  Siüo  Itálico  arri- 
ba dichos. 

Los  autores  antiguos  tuvieron  á  los  curetes  por  in- 
ventores de  esta  danza.  Así  lo  dice  Estrabon,  üb.  X: 
«Credibile  est  armiferam  illam  saltationem  abéis  intro- 
ducíame prius  qui  muliebris  vestitu  comati  et  stolati  Cu- 
retes  vocarentur,  ut  fortiores  in  re  militari  c¿eteris  eva- 
derenty  et  versa tam  inde  armis  vitam  haverent.» 

Y  estos  curetes  vinieron  desde  Grecia  y  asentaron 
en  la  costa  de  Gibraltar  y  Tarifa:  así  lo  dice  Trogo 
Pompeyo  ó  su  abreviador  Justino,  lib.  XLl  V:  <aSaltus 
vero  tartesiorum  ín  quibus  Titanes  Bellum  adversus  Deas 
genie  proditur  incoluere  curetes.y> 

En  los  regocijos  y  convites,  dice  Estrabon  en  el  III 
de  su  Geografía  que  danzaban  al  son  de  la  trompeta  mi- 
litar los  lusitanos,  y  las  mujeres  de  Baeza  y  Guadix  y 
otros  pueblos  de  aquella  región,  que  se  llamó  Basteta- 
nia;  oigamos  sus  palabras:  «.Ínter  potandum  ad tibiam 
saltant,  et  ad  tubam  coreas  ducunt  interum  insilientes  et 
poplitibus  inflexis  redunt  corpus  dimitentes.  In  Baste- 
tania  ¡d  etiam  mulleres  faciunt  una  alteram  manu  te- 
nentes.  » 

Este  género  de  baile  es  el  mismo  que  el  de  las  mu- 
jeres espartanas.  Escribe  el  dicho  autor:  «Exilione  ute- 
bantur  Láceme  mulleres  adnates  saltando  qu¿e  retro  flexis 
cruribus  ita  saltábante  ut  calabrus  nates  atíngirent  quan- 


—  57  - 
doque   cruribus  alternatim  inflexis   quandoque  utrisque 
uno,  et  eodem  tempore.y> 

Es  tan  uno  este  de  las  mujeres  espartanas  con  el 
baile  de  los  lusitanos  y  de  las  mujeres  bastetanas,  que  no 
se  puede  negar,  y  muy  semejante  todo  lo  dicho  á  lo 
que  vemos  en  la  danza  de  las  espadas,  que  es  aquella 
saltación  pirrhica  ó  ballimachia  de  que  primero  diji- 
mos, que  hiriendo  los  pies  el  suelo  al  compás,  usan  de 
las  espadas  y  broqueles  haciendo  un  género  de  batalla 
muy  graciosa. 

Pues  el  bailar  dejándose  caer  sobre  las  asentaderas, 
cruzando  y  sacando  las  piernas  con  mucha  destreza,  no 
hay  danza  nuestra  en  que  hoy  no  lo  veamos,  derivado 
de  aquel  antiquísimo  siglo. 

D.  Ped.  Verdaderamente  consuena  toda  la  anti- 
güedad con  lo  que  hoy  se  usa,  y  es  cosa  de  muchísima 
admiración  la  tenacidad  de  las  costumbres  españolas, 
que  todas  parecen  heredadas:  de  donde  he  venido  á 
pensar  si  un  juego  de  muchachos  que  llaman  Ande  la 
rueda  es  especie  de  esa  saltación  pirrhica. 

D.  Fern.  Diga  V.  m.  la  forma  de  ese  juego,  y 
podrá  ser  le  hallemos  alguno  semejante. 

D.  Ped.  La  forma  de  este  juego  es  asírjúntan- 
se  muchos  muchachos,  y  asidos  de  las  manos  en  rueda,  y 
otros  andan  sueltos  fuera,  y  todos  ellos  andan  velocísi- 
mamente  alrededor,  bailando  y  tirando  coces  al  que  anda 
fuera,  lo  que  dice  uno  y  responden  todos:  Ande  la  rue- 
da, y  coces  en  ella. 

D.  Fern.  Harto  es  que  en  la  antigüedad  descu- 
bramos algo  que  se  le  parezca,  á  la  manera  que  en  un 


-  58  - 

día  nebuloso  y  nublado  se  suelen  descubrir  los  bultos  de 
lejos,  adivinando  lo  que  son,  con  peligro  de  no  acertar: 
tal  me  parece  hallo  en  el  lib.  XVIIl  de  la  Iliada  de  Ho- 
mero delineada  esa  danza  ó  Juego;  sus  versos  de  ver- 
sión de  Espondano  dicen  así: 

Ibi  quidem  adolescentes,  et  'virgines  formosisima 
Hi  quandoque  cursitahant  doctis  pedibus, 
Agiliter  admodum  sicut  cumquis  rotam,  aptam 
Manibus  sedens  figidus  tenta^erit  si  currat. 

Allí  las  hermosísimas  doncellas 
Y  mancebos  danzaban  con  pies  diestros 
Veiocísimamente  á  la  redonda, 
Como  cuando  el  ollero  con  las  manos 
Prueba  la  rueda  á  ver  si  está  corriente, 

Atheneo,  en  el  lib.  I,  cap.  VIII,  juzga  por  heroica 
esta  danza,  porque  imita  al  Sol  en  su  esfera:  «AU¿e  sunt 
saltationes  apud  Homerum^  quce  ciberar  istes  vocanttur. 
Ali¿e  'per  spheram  quam  Solem  circumvolventem  ínter 
heroicas  inducit.y> 

Más  expresamente  lo  veo  imitado  en  Aristóphanes, 
en  la  comedia  llamada  Las  Avispas^  en  estos  versos: 

Car'tdiim  itefratres 
Citos  pedes  monjete  in  Orbem 
Hum  recalcitrans  quis 
In  Schema,  eat  accinens 
Miretur  ut  theatrum. 

Consideren  V.  ms.  con  cuidado  y  noten  todas  las 
particularidades  de  esta  danza,  pues  llama  á  los  que  en 
ella  danzan  hermanos  de  los  cangrejos,  por  la  multitud 
de  los  pies  que  se  mueven  en  círculo,  porque  caris^  en 
lengua  griega,  significa  cangrejo:  incítanlos  á  que  mué- 


-  59  — 
van  los  pies  velozmente,  y  que  cada  uno  vaya  tirando 
coces,  diciendo  el  versillo  andando  á  la  redonda. 

D.  Diego.  No  faltó  ahí  sino  que  dijera  el  versillo 
de  ándela  rueda,  que  en  todo  lo  demás  admirablemente 
conviene.  Díganos  V.  m.  si  acaso  ha  encontrado  por 
ahí  á  Jiían  de  las  Cadenas  á  hao,  que  parece  también 
de  ese  género  de  danza,  porque  se  engastan  y  encade- 
nan los  muchachos  y  pasan  á  la  redonda. 

D.  Fern.  No  sé  qué  ecos  he  oido  en  el  lib.  II  Be 
Rerum  Natura,  que  Lucrecio  me  suena  en  los  oidos  di- 
ciendo: 

^os  memorant  phrygios  inter  se  forte  caleñas 
Ludunt,  etc. 

Así  enmienda  y  entiende  este  lugar  el  buen  viejo 
Adriano  Turnebo  en  el  lib.  XXVII  de  sus  Adversa- 
rios, donde  dice  que  Lucrecio  alude  á  un  juego  semejan- 
te: «Lucere  enim  catenas  erit  ludu  quodam  catenarum  seu 
in  quam  catenatim  concerere  sese;  et  implicare  catenasque 
imitari.» 

Pero  ya  es  tiempo  que  pasemos  al  otro  género  de 
saltación  lasciva  y  deshonesta,  y  ojalá  en  ella  no  hallare- 
mos tantos  ejemplos  antiguos  y  modernos  en  nuestra 
tierra.  Bástenos  saber  que  los  bailes  de  las  mozuelas  ga- 
ditanas, muy  célebres  en  el  mundo  llamándoles  bailes,  á 
diferencia  de  danza,  porque  danza  llamamos  comun- 
mente á  la  honesta  saltación,  y  danza  llamamos  también 
á  las  que  en  las  fiestas  del  Corpus  Christi  en  todas  las  ciu- 
dades de  España  se  usan,  con  rico  adorno  de  vestido, 
en  que  se  representan  algunas  historias  de  las  que  Lu- 
ciano refiere. 


—  6o  — 

D.  Ped.  Ya  que  llega  V.  m.  á  este  punto,  díga- 
nos qué  danzas  son  esas,  pues  conforman  con  las  nues- 
tras. 

D.  Fern.  Digo  que  los  antiguos  griegos  y  roma- 
nos tenian  unos  géneros  de  danzas  en  las  cuales,  con  el 
movimiento  del  cuerpo  y  gesticulaciones,  el  que  danza- 
ba iba  representando  toda  una  historia  sin  hablar  pala- 
bra, pero  con  tales  movimientos  y  acciones  que  expre- 
saba todas  las  acciones  alegres  ó  tristes  de  aquella  fábula 
ó  historia:  á  éstos  llamaron  los  antiguos  pantomimos, 
del  verbo  griego  mimesthaij  que  es  representar^  y  de  la 
voz  pantos,  que  es  todo,  como  si  dijéramos  representarlo 
todo.  Tales  danzas  fueron  La  batalla  de  los  Titanes,  El 
nacimiento  de  Júpiter,  La  prisión  de  Saturno,  Las  per- 
sonas de  Prometeo,  La  caida  de  Icaro,  El  laberinto  de 
Creta,  y  otras  muchas. 

D.  Ped.  Algo  de  esto  hemos  visto  este  año 
en  los  teatros  y  coliseos  de  Sevilla,  con  sola  una  dife- 
rencia, que  el  músico  que  tocaba  la  vigüela  iba  can- 
tando la  historia  y  el  bailarín  danzando  las  piezas  de  él: 
así  se  bailó  El  caballero  de  Olmedo  y  la  Fábula  de  Pí- 
ramo  y  Tisbe,  y  á  esta  traza  otras. 

D.  Fern.  No  pueden  llegar  las  gesticulaciones 
que  ahora  se  hacen  á  las  que  nos  refieren  las  historias; 
basta  que  imiten  algo.  Mas  volviendo  á  nuestro  baile, 
digo  que  la  diferencia  entre  la  danza  y  él,  es  que  en  la 
danza  las  gesticulaciones  y  meneos  son  honestos  y  varo- 
niles, y  en  el  baile  son  lascivos  y  descompuestos:  tales 
eran  los  bailes  gaditanos  antiguamente,  de  que  habló 
Juvenal,  Sát.  XI. 


—  6i  — 

Forsitam  spectes  ut gaditana  canoro. 
Incipiat  prurire  choro  plaiisuqiie  propala 
Ad  terram  trémulo  desee ndant  clune  puelLe 
Irritamentum  ijeneris  languentis^  etc. 

Estas  danzas  ó  bailes  lascivos  y  deshonestos  eran 
también  pirrhicos  por  la  presteza  y  agilidad  de  su  mo- 
vimiento, y  usaban  de  él  en  las  fiestas  de  Baco,  funda- 
dor de  nuestra  vecina  Lebrija. 

De  que  se  bailase  en  las  tales  fiestas  tengo  por  autor 
á  Atheneo,  lib.  XIV,  cap.  XVIII:  ^At  Pirrhica  qu¿e 
a-pud  nos  reperitur  Dionystca  qu¿edam  ese  videtur,'» 

Y  la  razón  es  porque  los  compañeros  de  Baco,  que 
se  llamaban  sátyros  y  silenos,  ó  digamos  sus  sucesores, 
la  bailaban:  «.Erat  enim^  como  dice  Julio  César  Escalí- 
gero,  máxime  notoria  gesticulatione  creberrima  et  celé- 
rrima potisimum  Satyrorum.» 

Alude  á  este  baile  Marcial,  hablando  de  una  dama 
gaditana: 

Tam  tremulum  crisat  tam  blandum  prorit  ut  ipsum. 
Alas  turbatorum  faceret  Hyppolitum. 

Y  en  otra  parte,  el  mismo  poeta: 

Vibrabunt  sine  fine  lumbos. 

D.  Ped,  Dijo  V.  m.  que  el  dios  Baco  fundó  á  Le- 
brija, y  como  lugar  nuestro  vecino  me  alegraré  ver  al- 
guna probanza  de  esta  proposición. 

D.  Fern.  Recibido  está  por  los  hombres  doctos 
que  Nebrissa  ó  Lebrija  es  fundación  de  Dionisio  Baco, 
por  unos  versos  de  Silio  Itálico,  que  así  lo  dan  á  enten- 
der, y  son  del  IIÍ  libro  de  la  Guerra  Púnica.  Dicen  así: 


—    62    — 

Te?npore  quo  Baccus  populas  dominahat  iberos 
Concutiens  T/iyrso,  atque  acuta  Mena  ad  Calpem 
Lascibo  genitiis  Satyro  Nimphaque  Mirice. 

Y  hablando  de  los  lugares  que  siguieron  la  guerra 
de  los  cartagineses,  cuenta  á  Lebrija  con  este  aparato: 

Ad  Nebrissa  Dionysais  consica  T/iyrsis 
S}uam  satyri  coluere  lebes  redimitaque  satra 
Nebride  et  Hortano  Menas  nocturna  Liao. 

Ven  aquí  V.  ms.  sátyros  y  ménades  en  Lebrija,  don- 
de serian  sus  bailes  tan  frecuentes  y  sus  relinchidos 
tanto  que  los  pudiéramos  oir  desde  nuestra  tierra  y 
campos,  si  ya  por  acá  no  teniamos  la  misma  festividad. 
Y  digo  esto,  porque  yo  tengo  en  mi  casa  una  efigie  de 
estas  ménades,  de  muy  buen  mármol,  coronada  de  ye- 
dra y  suelto  el  cabello.  Están  los  corimbos  ó  obas  de  la 
piedra  y  las  hojas  extremadamente  expresadas  en  el  már- 
mol. 

Y  que  esta  figura  sea  de  las  ménades,  mimalónides, 
baccas  ó  basárides,  que  todos  estos  nombres  tienen,  es 
evidente  por  los  lugares  que  citaré  á  V.  ms.  donde  nos 
las  dejaron  pintadas.  Séneca,  en  la  tragedia  Edipo^  acto 
segundo,  al  principio: 

Efussam  re  dimite  comam  ?iut  antes. 

Corymbo: 

Mollia  Nisa-tis  armati  Barc/iria  Tyrsis. 

Tíbulo: 

Sed  'varice  flores,  et  frons  redimita  Corymbis. 

Ovidio: 

Ibat  ut  Edonius  referens  triteria  Bacc/io 
Iré  solet  fassis  barbara  turba  comis. 


-63  - 

Estucio,  en  el  epitalamio  de  Estela: 

Erat  Enthea  Ihyrsis 

Atque  heder edis  redimita  Cohors. 

Y  un  sátiro  tengo  de  la  misma  manera  coronado  de 
yedra,  y  lo  conservo  como  venerable  antigüedad  entre 
otros  retazos  que  de  ella  tengo.  Nonno  Panopolita,  en 
el  lib.  XLVllI,  trata  de  los  bailes  que  muy  en  sus  pa- 
ñales le  cantaron: 

Et  ipsuní  Eleusi  midibus  Dea  apposuit  Bachis, 
Circa  Puerum  Bac/mm  circulabant  Chorea. 

Lindamente  pinta  Aristóphanes  uno  de  estos  corros 
bailadores  del  dios  Bacco  en  la  comedia  Cerealia  cele- 
brantes. En  latin  suena  así: 

Terna  et  Concinna  totam  canúlenam 
Dualis  autem  ita  ipse, 
Tu  heridifer  B aeche. 
Te  Choroalibus  ide  brando  E'vion  b  B  a  ce  he 
Peomis  et  semelis  fili 

Chorea  qui  celebrans  per  montes  Nimpharum 
Amabilibus  in  Himnis. 

Iban  estas  ménadas,  basirides,  bachas  ó  mimalionaes 
tocando  adujes  y  sonajas:  toda  su  trápala  representa 
muy  bienSidonio  Apolinar  en  tales  versos: 

rotat  Anthea  Thyrsum. 
Basaris  et  tnaculu  Crithea  nebridus  horrens , 
Exitat  odrysios  ad  marcida  tympana  mystas. 

Á  estos  instrumentos  ó  sínodo  de  ellos  les  llamó 
Marcial  crusmata: 

Edere  lasci'uos  et  Betica  crusmata  gestus 
Et  gaditanis  ludere  docta  ?nodis. 

El  mismo  celebra  los  certámenes  gaditanos: 


-  64- 

Cántica  qui  Nili,  qui  gaditana  susurret. 

Y  por  eso  la  llaman  á  Cádiz  Tinnula,  que  resuena 
con  el  son  de  sus  instrumentos,  Papino  Stacio,  Silv.  I: 

Illic  cimbala  1  inmune  que  Gades. 

Estos  lascivos  bailes  parece  que  el  Demonio  los  ha 
sacado  del  Infierno,  y  lo  que  aun  en  la  república  de  los 
gentiles  no  se  pudo  sufrir  por  insolente,  se  mira  con 
aplauso  y  gusto  de  los  cristianos,  no  sintiendo  el  estrago 
de  las  costumbres  y  las  lascivias  y  deshonestidades  que 
suavemente  bebe  la  juventud  con  ponzoña  dulce,  que 
por  lo  menos  mata  al  alma;  y  no  sólo  un  baile,  sino 
tantos,  que  ya  parece  que  faltan  nombres  y  sobran  des- 
honestidades: tal  fué  la  Zarabanda^  la  Chacona^  la  Car- 
retería^ la  Tapona,  Juan  Redondo,  Rastrojo,  Gorrona, 
Pipirronda,  Guriguirigai,  y  otra  gran  tropa  de  este  gé- 
nero, que  los  ministros  de  la  ociosidad,  músicos,  poetas 
y  representantes  inventan  cada  dia  sin  castigo. 

Parece  que  previno  estos  tiempos  Job  en  su  Thre- 
nod'ia,  cap.  XXÍ:  «Pueri  eorumexultant  lusibus.  Tenent 
tympanum  et  cytharam,  et  gaudent  ad  sonltum  organi.» 

Y  con  ser  Platón  un  gentil,  temió  que  en  su  repú- 
blica se  pegase  tal  contagio  de  las  costumbres;  y  así,  en 
el  lib.  VII  de  ella  dejó  escrito,  nó  sólo  que  no  hubiese 
cantares  deshonestos  en  su  república,  ni  bailes  lascivos, 
pero  ni  nuevos  tampoco:  «Omni  igitur  ratione  conandum 
ne  pueritia  in  cantibus  et  saltationibus  nova  nunquam 
audeat  imitari  nevé  ullus  ad  novitatem  pueros  volupta- 
tum  blandimentis  alliciat.» 

Y  los  lacedemonios  desterraron  de  su  ciudad  á  Ar- 
chiloco  por  autor  de  estos  cantares  y  malos  bailes,  como 


-  65  - 

lo  dice  Va).  Max.,  lib.  VI,  cap.  III.  Horacio  atribuye  el 
perdimiento  de  Roma  á  estos  bailes.  Carm.  ÍII,  Od.  VI: 

Facujida  culpa  Síecula  nuptias 
Primum  inquina'vere,  etgenus,  et  domos-. 

Hocfonte  deribata  clades 
In  patriam,  popidumque  fhcxit . 
Motus  doceri,  gaudet  jónicos 
Matura  'virgo,  et  Jingitur  artubus 

Jam  mine,  et  incestos  amores 
De  tenero  meditatur  ungui. 

¡Oh!  ¡Si  nuestros  jueces  despertasen  al  son  de  tan 
importantes  voces,  y  pusiesen  remedio  en  las  costum- 
bres depravadas  de  la  juventud,  y  desterrasen  ya  los 
teatros  de  España!  Mas  porque  ya  es  hora  de  que 
V.  ms.  coman  un  bocado  y  descansen,  tratemos  de  eso: 
«£/  nunc  amoto  quaramus  seria  ludo.> 


DIÁLOGO  II 


DIÁLOGO  II 


D.  Diego.  ¡Qué  de  memorias  alegres  nos  reduce 
este  agradable  sitio!  En  ninguna  manera  permite  vagar 
la  imaginación  á  cosas  tristes,  porque  la  hermosura  de 
este  jardín,  desenfado  del  patio,  y  todo  el  edificio  y  sitio 
de  esta  heredad  entretienen  los  ojos  y  ocupa  su  hermo- 
sura en  el  entretenimiento. 

D.  Ped.  Con  haber  en  los  campos  de  nuestro  lu- 
gar tantas  y  tan  grandes  y  hermosas  heredades,  tan  ex- 
tremadas y  grandiosas  caserías,  cuales  no  se  ven  seme- 
jantes en  España,  parece  que  nuestro  gusto  está  vincu- 
lado á  esta  sola,  y  que  no  se  puede  hallar  gusto  sino 
aquíc 

D.  Fern.  Tanto  puede  la  amistad  y  merced  que 
V.  ms.  hacen  á  su  dueño,  que  fabrican  materias  de  ale- 
grías y  agradecimiento,  pagándose  aun  de  mis  deseos; 
pero  yo  siempre  me  reconoceré  deudor. 


-  yo  — 

D,  Diego.  Por  lo  menos  V.  m.  lo  es  de  lo  que 
ayer  prometió,  de  proseguir  aquella  alegre  materia  de  los 
juegos  que  ayer  trató  en  este  mismo  puesto,  donde  sin 
pensar  hoy  nos  hallamos,  atraidos  de  la  suavidad  y  olor 
de  las  flores,  y  convidados  de  la  sombra  de  estos  na- 
ranjos. 

D.  Fern.  Bien  le  conocí  á  V.  m.  la  afición  á  lo 
que  se  comenzó  ayer:  pienso  yo  que  cualquiera  que  sa- 
crificare al  genio  y  á  las  sagradas  Musas  tendrá  mucho 
respeto  y  afición  á  la  venerable  antigüedad;  y  porque 
ayer  dijimos  del  correr  y  el  saltar  algún  poco,  pasando 
de  carrera  á  salto,  por  muchas  más  cosas  que  se  pudieran 
decir,  hoy  proseguiremos  los  juegos  que  restan  del  pen- 
thathlo  ó  quinquercio,  por  el  mismo  orden;  según  lo 
cual  tiene  el  tercero  lugar  la  lucha,  á  la  cual  llamaron 
los  griegos  palestra,  sobre  cuya  etimología  contienden 
Plutarco,  Julio  Pólux  y  otros  gravísimos  varones.  La 
voz  palestra,  no  sólo  significa  lucha,  sino  también  pa- 
lestra; esto  es,  lugar  donde  se  ejercita  la  lucha,  como  pa- 
rece de  aquel  verso  de  Virgilio: 

Pars  in  gramineis  exercent  membra-palaestris. 

La  antigüedad  de  la  lucha,  á  mi  parecer,  es  tanta 
como  la  que  tiene  el  género  humano,  porque  desde  que 
nuestro  primer  padre  fué  desterrado  del  Paraiso  de  los 
deleites  al  valle  de  las  lágrimas,  sus  hijos  y  descendien- 
tes conteiidieron  y  lucharon,  uno  con  sus  apetitos,  ó 
los  de  su  hermano,  para  salir  cada  uno  con  su  intento; 
y  así,  todos  cinco  ejercicios,  que  todos  ellos  dependen 
de  los  pies,  manos  y  puños,  según  Lucrecio,  lib.  III  De 
Rer.  Nat.: 


—  71  — 

Arma,  antigua  ftianus,  ungues,  dentesque  fuerunt, 

Y  las  demás  partes  del  cuerpo  y  sus  facultades  tienen 
una  misma  antigüedad:  lo  que  yo  ahora  averiguaré  será 
su  uso  en  las  repúblicas  que  tuvieron  política:  y  no  se 
ha  de  entender  que  la  lucha  fué  así  simple  como  ahora 
vemos  cuando  dos  mancebos  luchan;  porque  en  Grecia 
y  otras  partes  hubo  maestros  asalariados  de  lo  público, 
y  lugares  que  llamaron  gimnasios,  donde  lucharon  en 
una  parte  que  llamaban  xisto.  Luchaban  desnudos,  y 
para  esto  se  untaban  con  aceite  y  polvo  todo  el  cuerpo, 
y  fabricábanse  muy  bien  su  cuerpo  primero.  Por  eso 
Garcilaso  le  llamó  polvorosa  á  la  lucha. 

Por  tí  con  diestra  mano 
No  revuelve  la  espalda  presurosa, 
Y  en  el  dudoso  llano  huye  la  polvorosa 
Palestra,  como  siempre  ponzoñosa. 

Hacían  sus  acometimientos  para  asirse  bien,  y  te- 
nían sus  tretas  particulares,  que  eran,  como  dice  Julio 
Pólux,  lib.  III,  cap.  IX:  i<.Cruribus  prosterrere  detor- 
quere,  pervertere.»  Derribar  con  las  piernas,  torcer  el 
cuerpo,  pervertir,  echar  zancadilla,  siempre  fué  tenido 
por  treta  nociva  y  engañosa.  Nomo  Ponopolitano,  en  el 
lib.  XXXVII  de  los  Dioniciacos: 

yEacus  -vctria  consilia  agitans  doloso,  'vero  pede 
Sinistrum  Aristhey  thalum,  allide/it  pedís, 
Supinum  per  se  ijolutmn  dejecit  ad  terrani. 

Volveré  así  estos  versos  en  romance,  porque  ayer 
dejamos  muchos  de  propósito. 

D.  Diego.  Hácenos  V.  m.  un  grande  beneficio  y 
merced. 


—    72    — 

D,  Fern.     Digo,  pues,  así: 

Varias  cosas  revolvía 
Eaco  en  sus  pensamientos: 
Con  zancadilla  engañosa 
Torciendo  el  pié  de  Aristheo, 
Y  echándole  boca  arriba. 
Le  tendió  todo  en  el  suelo. 

Ulises,  con  Ayax  luchando,  lo  venció  con  engaño. 
Homero : 

Doli  aiiteni  non  ohlitus  est  Ulises 
Percussit  pone  poplitem  adeptus-^ 
Sol-uit  autem  membra 
Dejecit  que  retro. 

Pero  no  olvidado  Ulises 
De  sus  cautelosas  mañas. 
Hirió  por  detrás  las  corbas 
Y  dio  en  el  suelo  con  Ayax. 

Lucano,  lib.  XIV  De  Bello  civili;  Achelao  en  Gre- 
cia, Ovidio,  lib.  III  Methamorph.,  y  Plauto  en  la  come- 
dia Pseudolo^  hablando  del  vino,  dice: 

Captat  primum pedes,  liictator  dolosus  est. 

Luchando,  falso  aquel  es 
Que  ase  primero  los  pies. 

Fué  ejercicio  que  hicieron  los  héroes  y  semidioses, 
pues  Hércules  luchó  con  Antheo  en  Libia.  Algunos 
hacen  inventor  de  la  lucha  á  Theseo;  otros  á  Phorban- 
te.  Esta  invención  entiendo  de  la  lucha  pública  con  pre- 
mio en  certámenes:  y  Luciano  introducen  Vulcano  lu- 
chando con  Cupido,  y  de  esto  hay  muchos  ejemplos  que 


—  73  — 
no  importan  á  nuestro  intento.  Sidonio  Apolinar  toca  la 
lucha  de  Pólux/«  carmine  ad  Felicem: 

Non  dicatn  lacedemonis  jubentiis 
Uñetas  Tind¿erid¡s  di  se  as  se  luetas, 
Doetosque  palem  patriis  Teramnem 
Gim.ias  Bebritii  tretnlt  theatri. 

No  cantaré  la  juventud  gallarda 
Del  muchacho  Tindáride,  que  luchas 
Untadas  consagró;  si  el  ejercicio 
Pastoril  Teramneo  ya  enseñado 
El  Bebricio  teatro  le  tenía. 

Teramne  fué  un  pueblo  de  Lacedemonia,  en  Gre- 
cia, donde  la  lucha  tuvo  mucho  valimiento,  y  allí  Pólux 
luchó  en  su  juventud,  como  á  lo  largo  lo  cuenta  Valerio 
Flacco  en  el  lib.  IV  de  sus  Argonautas^  que  por  muy 
largos  no  refiero  sus  versos. 

Ejercitaban  de  propósito  los  muchachos  en  este 
ejercicio  de  luchar  para  fortalecer  los  miembros,  en  que 
dio  muestra  de  su  valor  siendo  muchacho  Alcibiades,  que 
diciéndole  otro  muchacho  cjue  luchaba  con  él  ¿Muerdes 
como  mujer,  Alcibiades?  respondió  animosamente:  «Nó, 
sino  como  león.»  «Num  in  lucía  cuní  deprimeretur  ne 
caderet  ^nagnus  illius  qui  eura  deprimehat  sibi  injectas  ori 
admovit  et  morderé  capit  qui  nexu  laxato  cum  diceret: 
¿Mor des  Alcibiades  more  mulierum?  Minime  vero  inquit, 
sed  more  leonum.y> 

Licurgo  tuvo  por  tan  importante  la  lucha,  que  nó 
sólo  los  mancebos,  sino  también  las  doncellas  quiso  que 
la  ejercitasen. 

Plutarco,  in  Licurgo:  aCorpore  virginum  cursu  lucia 


—  74  - 
discorum  et  tellorum  jactu  exercuit^  ut  et  fcetus  radix  va- 
lidum  in  valentibus  corporibus  exordium  haber et.y^  De 
manera  que,  siendo  fuertes  la  madre  y  el  padre,  que  son 
raíces  de  la  generación,  las  crias  lo  fuesen. 

De  Grecia  pudiéramos  traer  muchos  ejemplos,  pero 
digamos  algunos  de  Roma.  Aquel  famoso  mancebo  y 
capitán  Marco  Coriolano  en  este  ejercicio  se  fortaleció 
para  ser  después  ilustre  varón.  Plutarco,  in  Coriolano: 
^Ita  Corpus  ad  omnius  generis  pugnam  paravit  ut  adver- 
sum  agitis  esset  et  corpus  haber  et  inpr¿ehendendo^  luctus- 
que  bellisis  difficile  extricatu.» 

Terencio  lo  tiene  por  cosa  digna  de  la  educación  de 
un  hombre  noble,  in  Adelphis: 

Fac  periculum  in  literis,  in  palestra,  in  musís, 
S^ua  aquum  est  liberum  scire  adolescentem. 

Trae  tantos  ejemplos  Pausanias  á  cada  paso,  que 
parece  supérfluo  referirlos;  mas  volvamos  los  versos  de 
Terencio  en  nuestra  lengua: 

Haz  esperiencia  en  las  letras, 
En  la  música,  en  la  hicha, 
Artes  que  el  mancebo  noble 
Ha  de  aprender  en  la  cuna. 

No  faltó  quien  infamase  la  lucha  y  no  la  tuviese 
por  buena,  desterrándola  de  su  república;  así  lo  hicie- 
ron los  egipcios,  de  quien  dice  Século,  üb.  II,  cap.  III: 

aPalestra  aut  música  non  vacant  existimantes  quotidia- 
num  illius  exertitium  Junioribus  infirmum  esse  et  peri- 
culosum  ex  eo  vires  brebiores  effici.  > 

Lo  mismo  parece  haber  sentido  Xenophonte  en  la 
Pérdida  de  Ciro:  «Quem  admodum  dicuntur  Gr¿eci  do c ere 


—  75  — 
pueros  in  luctatione  decipere^  cosque  excercere  inter  se  qui 
hoc  faceré  possint.» 

San  Cipriano  Ja  juzga  también  por  deshonesta  y 
mala  in  Epístola  ad  Plebem:  «Quam  foeda  inquid  ista 
luct amina  vir  infra  virum  jacens  inhonestis  nexibus  im- 
plicattus.y> 

Tertuliano,  lib.  De  Spectaculis:  <  Palestrica  Diaboli 
negotium  esí.'» 

Y  Plinio  no  siente  bien  de  ella. 

Lo  cierto  es,  que  la  lucha  por  sí  como  ejercicio  es 
buena;  ahora  la  dañosa  es  mal  uso:  los  ejemplos  de  va- 
rones insignes  acreditan  esta  parte,  pues  á  más  de  los 
ya  dichos,  Arato  la  ejerció.  Plutarco,  in  Arato:  «Cum 
ingenue  educaretur  Argis^  et  corpus  surgere  in  bonum  ha- 
hitum^  et  prosperitatem  dideret  ad  medicationem  contulit 
se  palestr¿e.> 

Y  Luciano  introduce  al  dios  Mercurio  por  maestro 
de  la  lucha  in  Apolline  et  Mercurio:  «duem  admodum 
ego  vaticinar  Msculapius  medetur  Mercuri;  palastricam 
doces  puerorum  exercitator  optimis.» 

Y  Platón,  en  el  Diálogo  VII:  «due  vero  in  recta 
luctatione  a  eolio  manibus  laterumque  motu  cum  victori¿e 
studio^  hones tuque  habitu  adhíbetur,  cum  ad  omnia  utilia 
sint^  tum  ad  sanitatem  vires  que  conducunt  pratereunda 
non  sunt.» 

Este  género  de  lucha  de  que  hemos  hablado  era  la 
ordinaria  que  ahora  vemos  á  los  muchachos,  que  es  pro- 
curar derribarse  el  uno  al  otro  asiéndose  fuertemente 
brazos  y  pies. 

Habia  también  otro  género  de  lucha,  que  llamaban 


-  76  - 
voluntaria  ó  pancracio,  que  era,  estando  echados  los  lu- 
chadores en  el  suelo,  procurar  coger  uno  al  otro  debajo 
y  oprimirlo  hasta  que  lo  rindiese.  De  esta  lucha  se  en- 
tiende que  había  Aristóteles,  de  Con,  Anim.  gress.,  y 
Antileo  en  Oribacio  Collect.,  cap.  XXVII,  donde  hace 
la  lucha  de  dos  maneras,  una  estando  en  pié  y  otra  es- 
tando en  el  suelo;  y  esto  basta  de  la  lucha. 


§.  II. 

El  tirar  ts  fuerza  de  las  manos  y  brazos,  arrojando 
de  ellos  alguna  cosa.  En  los  gimnasios  lo  que  arrojaban 
era  una  maza  redonda  y  gruesa,  á  manera  de  plato,  que 
llamaban  disco.  La  materia  de  ella  era  de  metal  ó  de 
mármol;  tal  vez  se  vio  prolongada  en  forma  de  un  la- 
drillo ó  barra  de  plata  de  las  que  ahora  traen  de  las  In- 
dias. Eran  algunos  de  estos  discos  tan  pesados,  que  ape- 
nas podia  un  hombre  levantarlos  del  suelo  y  moverlos; 
mas  los  ordinarios  no  eran  tan  pesados.  Este  ejercicio, 
como  sencillo  y  fácil  de  probar,  tiene  la  antigüedad  que 
los  demás,  porque  aunque  no  fuesen  los  que  arrojaban 
en  la  forma  del  disco,  bastaba  ser  alguna  piedra  grande, 
como  aquella  que  Ulises,  denostado  de  Evrialo,  mance- 
bo hermoso  pero  necio,  tiró  con  tanta  gallardía,  que 
nadie  osó  contender  de  todos  los  Pheaces. 

Con  el  disco  jugaba  el  dios  Apolo  cuando  al  mance- 
bo Jacinto,  malogrado,  le  costó  bien  caro,  pues  perdió 


—  77  — 
la  vida,  yéndosele  de  la  mano  el  disco  al  dios  Apolo  y 
dándole  en  la  cabeza  á  Jacinto.  Luciano,  in  Apolline  et 
Mercurio:  ^Disco  Apollo  ludere  discehat  atque  ego  una 
cuní  tilo  ludeham;  et  ego  quidem  quemadmodum  cum  sua 
vera  inus  dücum  inaltum  sursum  versus  jaculabam^  Za- 
pyrus  autem  e\  a  Taigeto  spirans  ablatum  puero  in  caput 
inflixtt.» 

La   misma  desdicha  llora  Nonno  Panopolita,  III 
Dyonis: 

Et  platitam  juvenis  'videns  agitatam  auris 
Disci  recordatus  lamentabatur  neqiía  et  puero 
Emulus  imbideret  etiam  infoliis  iientus. 

Viendo  el  pié  del  mancebo  fatigado 
Del  aura,  y  acordándose  del  disco, 
Triste  se  lamentaba  porque  el  viento 
Émulo  nó  otra  vez  lo  molestase. 

i  Qué  bien  nuestro  Marcial  en  dos  Epigramas!: 

Splendida  cum  ■volitent  spartan  pondera  disci 
Este  procul,  ju-uenes ,  sit  semel  Ule  nocens. 
Flectit  ab  iwviso  morientia  lamina  disco 
Aenjaltus  P/ice-vi  cura  dolosque  puer. 

Cuando  los  lucientes  pesos 
Vuelan  del  disco  espartano 
Baste  que  dañe  una  vezj 
Poneos  en  cobro  muchachos. 
Del  disco  aparta  los  ojos. 
Ya  con  la  muerte  turbados, 
Cuidado  y  dolor  de  Febo, 
El  Jacinto  malogrado. 

De  su  destreza  en  el  disco  y  otras  lozanías  de  su 
edad  habla  Philolaches  en  P lauto,  así: 


_  78  - 

Cor  dolet  mih'i  qiiem  scio  nunc  setnatque  ut  fui 
¿luo  ñeque  industriar  de  jwventute  erat  gimnástica 
Disco,  hastis,  pila,  cursu,  armis,  equo. 

Duéleme  el  corazón  de  que  me  acuerdo 
Quién  soy  ahora  y  quién  fui  antiguamente; 
Pues  más  que  yo  ninguno  fué  industrioso 
En  el  arte  gimnástico,  en  el  disco. 
Danza,  pelota,  curso,  armas,  caballo. 

Quintiliano  en  la  declaración  por  Milite  contra  Tri- 
bunum  dice  que  fué  juego  aun  entre  los  soldados: 
«.Ludufuit  rotare  Saxa  librare  jacta  Sudes  saltus  agita- 
re venaíu.y> 

Este  ejercicio  se  hace  todavía  en  España,  y  en  los 
pueblos  menores  y  serranías  es  más  frecuente.  Llámanle 
tirar  la  barra,  y  de  aquí  ha  venido  á  ser  proverbio  por 
aventajarse;  también  se  llama  el  herrón,  por  un  hierro 
redondo,  grueso,  horadado  por  medio,  que  es  el  instru- 
mento que  imita  en  algo  al  disco. 

Tirar  con  arco  ha  sido  en  el  mundo  tan  frecuente, 
que  no  ha  habido  nación  bárbara  que  no  lo  haya  usado; 
y  verdaderamente  que  es  ejercicio  fácil  y  conveniente 
en  esta  edad,  poco  admitido  en  Europa,  habiendo  suce- 
dido en  su  lugar  la  pólvora,  invención  que  parece  nació 
del  infierno  en  su  crueldad  y  violencia,  y  por  lo  menos 
huele  á  los  pebetes  de  ella,  por  no  disimular  su  nacimien- 
to. Poco  há  que  conocemos  el  uso  de  ella,  y  antes  en  to- 
dos los  lugares  habia  oficiales  de  esta  arte:  ahora  ni  en 
Sevilla  se  hallará  uno  tan  sólo,  habiendo  muchos  oficia- 
les de  arcabuceros,  pólvora  y  balas.  Pero  vamos  á  nues- 
tro intento,  y  de  él  tenemos  la  parte  menor,  que  es  el 
ejercicio  de  la  juventud  en  arcos  y  flechas.  Aquel  man- 


-  79  - 
cebito.  Amor,  cuñado  de   Hércules,  en   Valerio  Flaco, 
lib.  I  de  Argonautico: 

Tela  puer  facilesque  humoris  gaudentihus  arcus 
Gestat  Hilas. 

Flechas  y  arco  liviano  trae  á  los  hombros 
Hilas,  gentil  mancebo. 

Y  en  otra  parte,  el  mismo  autor: 

Stib  te  puerila  tela  magister 

Venator  ferat  et  nostram  festinet  ad  Hastam. 

Papinio  Stacio  introduce  á  la  ninfa  Thétis  ponién- 
dole arco  y  flechas  á  su  hijo  muchacho,  mal  disimulado 
Achiles. 

Mater  et  ipsa  humeros,  exertaque  braclña  velat 
Ipsa  arcum  pharetramque  locat. 

Estudio  antiquísimo  fué  de  los  persas,  pues  desde 
edad  de  cinco  años  hasta  veinte  y  cuatro  los  instruian 
en  este  y  otros  ejercicios.  Estrabon  en  el  XV  de  su 
Geografía:  <A  quinto  usque  ad  vigesimum  quartum  dis- 
cunt  sagitarejacularey  equitare  et  in  primis  vera  dicere,y> 

El  último  es  muy  de  notar,  porque  los  muchachos 
que  siéndolo  dicen  mentiras,  nunca  pierden  la  mala 
maña. 

Los  scitas  son  de  tiempo  antiquísimo  ejercitados  en 
esto.  Lucano,  VIH  Phars.: 

Necpuer,  aut  sénior  lactales  tendere  nerbos 
Signis  et  a  nulla  tnors  est  incerta  sagita. 

Nadie,  muchacho  viejo,  los  fatales 
Nervios  tendía  perezosamente, 
Porque  todas  sus  flechas  son  mortales. 


—  So- 
los parthos  y  germannos,  en  naciendo,  aprendían  á 
tirar  con  arco  y  vibrar  la  lanza.  Sen.,  in  Epist.  XXXVí: 
tSi  in  Parthia  natus  esset  arcum  statim  tenderet;  si  in 
Germania  protinus  puer  tenerum  hastile  uibraret. » 

Como  doctrina  importante  antiguamente  para  guer- 
ra, la  quiere  Vegecio  por  juego  introducir,  y- entreteni- 
miento en  los  mancebos,  lib.  V  Be  Re  Milit.:  «.Sed 
prope  tercia  vel  quarta  pais  Juniorum  que  aptior  potue- 
rit  reperiri  arciihus  ligneis  sagitis  que  lussoriis  ad  illos 
ipsos  exercenda  palos.» 

Y  Cornelio  Tácito,  en  el  lib.  IV  de  las  Historias^ 
dice  que  era  doctrina  que  Cibil  enseñaba  á  su  hijo  pe- 
queñuelo:  «Et  ferebatur  Cibilis  par  bulo  filio  quosdam 
captivorum  sagitis  Jaqulisque  puerilibus figendos  obtusse.» 
David,  de  este  común  uso  de  los  muchachos,  tomó  la 
comparación  para  desengañar  los  injustos  maldicientes, 
diciendo  que  las  heridas  que  dan  son  de  tan  poca  consi- 
deración como  las  heridas  de  los  virotillos  pueriles:  «Sa- 
gita  parvulorum  facta  sunt  plaga  erorum.yy  Psalm. 
LXIIl. 

También  era  juego  tirar  con  dardos  los  muchachos. 
Nó  sin  pompa  poética  lo  dijo  Sidonio  Apolinar: 

Et  puer  est  Cupidus  nunquam  sed  par  cus  habendi 
Urget^  quod  sperat  ludum  si  forte  retexam  ' 
Consumit  quidquidjaculis  fec'tsety  putaris 
Istius  una  dies  tribus  hunc  tremuere  sagitis 
AfTguis,  cer^vus.  Aper,  etc. 

Codicioso  el  mancebo,  y  nó  avariento. 
Persigue  lo  que  espera;  y  si  dijere 
El  entretenimiento  suyo  acaso. 
Lo  que  con  dardos  tira  sólo  un  dia 


—  »I  — 

Lo  consume  con  solas  tres  saetas: 
Temblaron  de  este  joven  animoso 
Serpiente,  siervo  y  jabalí  brioso. 

El  mismo  autor,  en  el  Panegírico  de  Antemio: 

Ludus  erat  puero  raptus  ex  Iioste  ¡agitas 
festina  tractare  vianu  captosque  per  arcus 
Tlexa  reluctantes  in  cornua  tendere  nerboí . 

Y  en  el  Panegírico  de  Abito: 

Jam  si  forte  suem  latrantibus  improbas  imber. 
Terruit  albentes  nigro  sub  gutere  Lunas 
Frangere  per  aci-versos  'venabula  cogeré  predas . 


§.       III. 

Del  tirar  con  honda,  costumbre  mal  continuada  en- 
tre muchachos,  hay  mucha  memoria  en  los  autores:  por 
juego  de  esta  edad  lo  trae  Higinioen  las  Fábulas^  y  dice 
que  en  los  certámenes  argibos  que  hizo  Acasto,  hijo  de 
Peleo,  venció  con  honda  á  Cephato.  Platón  lo  hizo  ley 
de  aquella  su  república;  lib.  VIÍ:  <í.Certetur  arcu  pella^ 
lancéis^  lapdumque^  et,  sund¿e  jactione.» 

En  las  islas  de  Mallorca  y  Menorca  fué  la  honda  co- 
sa tan  célebre,  que  fueron  proverbio  del  mundo  y  famo- 
sos sus  habitadores  en  las  batallas  por  el  uso  de  ellas; 
pero  desde  muy  pequeños  los  enseñaban  sus  madres  á 
que  no  habian  de  comer  más  pan  que  el  que  atinasen 
tirando  con  la  honda.  Así  lo  dice  Flavio  Vegecio,  I  De 
Re  Milit,:  <Fundarunt  autem  usum  primi  Ballearium 


Insularum  habit atores^  et  itaperite  exercuisset  dicunt  ut 
matres  parvos  filios  nullum  cibum  contingere  sinerent 
nissi  quem  ex  funda  destinato  lapide  percusissení.» 

Diodoro  Sículo  acredita  la  misma  costumbre,  y  di- 
ce que  les  ponian  á  los  muchachos  encima  de  un  palo 
por  blanco  el  pan,  y  no  lo  comian  hasta  que  con  la 
honda  lo  derribaban;  lib.  VI,  cap.  VL  Bibliotheca: 
alta  autem  lapides  rectos  propellunt^  ut  raro  effugiat  ic- 
tum  appetitus  locus  quod  eis  continuus  a  pueritia  usus  pro- 
bet  a  matribus  et  in  certamen  coactis  imponunt  enim  su- 
pra  erectum  lignum  panem,  signum  quodjactu  petant  ñe- 
que ante  cibum  capiunt,  quam  panem  lapide  ejecíum  pro 
cibo  sumant.y> 

Licofron,  en  su  comedia  Alexandra,  dice  lo  mis- 
mo, y  añade  que  los  traian  desnudos  y  descalzos  pre- 
venidos con  sus  hondas. 

Nudam  trahunt  discalceatam  intam 
Tribus  fiinibus  instructis  fundís, 
•¿Quorum  matres  jaculandi  artem 
Docebant  infantes  ante  c¿enam  filios, 
Nullus  enim  illorum  maxilis  panem  mandet, 
A-ntequain  cum  certa  assequantur  lapide 
Super  lignum  scopi  signum  positum, 
Atque  illi  quidem  ripas  conscendent  ásperas 
Iberif eras  justa  t  artes  i  portam. 

Atribuye  esta  costumbre  Licofron  á  los  españoles 
andaluces,  como  también  Estrabon  á  los  lusitanos,  en 
el  lib.  II!:  «Caterum  Hispani  fere  omnes  peltis  usi  sunt 

bello^  levique  armatura  latrociniorum  causa  quales  Lusi- 
tanos dixi7niis  baccuh  funda  et  gladio  uti-;9>  porque  estos 
mallorquines  son  raza  de  españoles. 


-  83  - 

También  fué  muy  diestra  aquella  medio  muchacha 
Camilia,  de  quien  dice  Virgilio  que  arrojaba  pelotas  de 
metal  con  la  honda. 

Et  fundam  Tereti  ctrcum  caput  egit  cihena. 

Honre  David  este  ejercicio  y  acredite  su  mucha  ha- 
bilidad en  la  suya,  de  tan  buena  suerte,  que  dio  con  su 
jigante  en  tierra.  Reg.  I,  cap.  XVII:  <(.Et  misit  manum 
suam  in  peram^  tulitque  iiniim  lapidem,  et  funda  jecit^  et 
circumducens  percusit  Philist^um  in  fronte^  et  infixus  est 
lapís  in  fronte  ejus^  et  cecidit^  in  faciem  suam  super  ter- 
ram.» 

Bien  ejercitada  tenía  la  honda  quien  con  tanta  des- 
treza de  un  tiro  alcanzó  tan  grande  victoria,  si  bien  es 
verdad  que  Dios  le  gobernaba  la  mano. 

Lo  que  hasta  aquí  hemos  dicho  del  tirar  con  honda 
es  loable  ejercicio,  con  que  nos  da  ejemplo  é  instruye  la 
antigüedad;  pero  las  hondas  que  hoy  ejercitan  nues- 
tros muchachos  son  perniciosísimas,  que  tiran  á  dañar  y 
herir  sin  destreza  ni  aprovechamiento  corporal  ni  espiri- 
tual suyo,  antes  se  hacen  licenciosos  y  malos  con  tales 
permisiones;  y  no  dudo  que  también  tiene  antiguo  prin- 
cipio, pues  San  Agustin  dice  que  en  África  habia  de  es- 
tos apedreadores,  en  los  cuales  entraban  chicos  y  gran- 
des, y  se  herian  y  mataban.  Llamábanles  catervas  por 
la  muchedumbre  que  se  juntaba  y  se  dividía  en  ellas,  y 
hacian  sus  bandos  ó  bandas,  y  solian  ser  contrarios  pa- 
dres y  hijos.  Donde  esta  costumbre  habia  hecho  más 
hondas  raíces  era  en  Cesárea  de  Mauritania:  las  pala- 
bras del  Santo  en  el  lib.  I  de  Doctrina  cristiana^  capítu- 
lo XXIV,  son  tales:  aDenique  apud  Casaream  Mauri- 


taniíej  cum  populo  disuaderem  pugnam  civilem^  quam  ca- 
terbam  vocabaní,  ñeque  enim  cives  tantum  modo^  verum 
etiam  propinqui  et  fratres^  postermo  par  entes  ^  ac  fiüi  la- 
pidibus  Ínter  se  in  duas  partes  divisi  per  aliquot  dies  con- 
tinuos certo  íempore  anni  solemniter  dimicabant,  et  quis- 
que ut  quemque  poterat  occidebat.'>> 

¡Cuánto  de  esto  hemos  visto  acá!  Quitó  el  glorioso 
Doctor  con  sus  sermones  esta  barbaridad,  y  la  supersti- 
ción de  echar  la  stipe  ó  limosna  á  las  fuentes,  y  las  dan- 
zas lascivas  en  los  templos. 


§.     IV. 

Apuñearse,  á  que  llamaban  pugilato,  y  de  cómo  los 
muchachos  ejercitaron  el pentathlo. 

Apuñearse,  que  llamaron  pugilato  los  latinos,  de  la 
voz  pugno,  por  el  puño,  y  á  los  que  lo  ejercitaban  púgi- 
les, era  ejercicio  duro,  peligroso  y  pesado,  porque  no  se 
apuñeaban  con  la  mano  desnuda. 

D.  Diego.     Díganos  V.  m.  la  forma  de  este  juego. 

D.  Fern.  Lea  V.  m.  á  Virgilio  en  el  lib.  V  de  la 
Eneida,  y  allí  verá  á  Dares  y  Entellus  desbaratarse  á  pu- 
ñetazos, no  sólo  con  el  vigor  y  fortaleza  de  sus  manos 
y  brazos,  sino  también  con  unos  que  llamaban  cestos. 

D.  Diego.     ¿Cómo  eran? 

D.  Fern.  Eran  unos  guantes,  digámoslo  así,  de 
fuertes  correones  que  se  asian  en  los  codos  y  enlazaban 
fuertemente,  y  á  veces  llegaban  hasta  los  hombros  y  se 


-  85  - 

cruzaban  por  las  espaldas,  porque  no  se  cayesen,  y  en 
las  manos  ó  puños  tenían  unas  como  puntas  de  fierro, 
con  que  lastimaban. 

Puestos,  pues,  en  la  palestra  los  púgiles,  como  si  fue- 
ran esgrimidores,  se  tiraban  tajos  y  reveses  con  las  ma- 
nos, porque  no  se  podian  abrazar  ni  llegar  uno  á  otro  á 
través,  y  desdichado  del  que  se  descuidaba,  que  de  un 
golpe  escupia  las  muelas.  De  este  ejercicio  y  de  la  des- 
treza que  en  él  tenía  fanfarronea  graciosamente  Ergaci- 
lo  Paracito  en  la  comedia  de  Planto: 

Nam  meus  est  baUistapugnus-,  ciibkus,  cathayulta  est  mihi. 
Humeras  artes,  tum  genu,  et  quacurnque  icero  ad  terram  daba 
Dentilegos  omnes  mortales  f acia m  quemque  ofjendero, 
Et  qui  obstiterit,  oxesistet  eja  Me  homo  pugilatum  incipit. 

Volveré  todas  estas  fanfarronerías  y  desgarros  en  un 
romancillo,  y  no  será  con  la  gracia  que  ello  suena  en  la- 
tin,  pero  que  contendrá  la  misma  sentencia: 

Mi  puño  es  una  ballesta, 
Mis  codos  tiros  pedreros, 
Arietes  son  mis  hombros. 
Que  echan  muros  por  el  suelo: 
Con  la  rodilla  derribo 
A  todos  cuantos  encuentro. 
Si  alguno  me  resistiere 
(Que  sería  atrevimiento), 
Haré  que  estén  ante  mí 
Sus  carrillos  á  derecho: 
Sabrán  todos  los  mortales. 
Cuantos  son,  cuantos  nacieron, 
Que  sus  dientes  y  muelas 
Cogedores  los  he  hecho. 

D.  Ped.     Paréceme  que   es  ese  buen    hombre  á 


—  86  — 

modo  de  nuestro  Rastrollo,  que  de  valiente,  á  puñadas 
come,  y  á  coces  bebe. 

D.  F£RN.  En  todas  edades  ha  habido  de  todo,  y 
nada  hay  nuevo  debajo  del  sol;  mas  porque  concluyamos 
con  el  pentathlo  ó  quinquercio,  y  por  ejercicio  de  los 
muchachos,  traeré  algunos  lugares  que  ciñen  todos  los 
juegos,  y  sea  el  primero  el  de  Séneca  in  Hercule  furente , 
act.  IV,  donde  hablando  de  los  muchachos,  y  con  ellos, 
dice: 

Non  njos  patrite  laudis  comité 
Jjlti  sabo  'vulnere  reges. 
Non  Argiba  membra  palestra 
Flectere  docti:  fortes  coestu 
Fortes  qua  manu:  jam  tamen  ausi 
Telum  scythici  le-ve  corytM, 
Misstim  certa  librare  manu 
Tutos  fugafigere  cer-vos: 
Ite  infaustum  genus,  o  pueri, 
Nati  per  istes  triste  laboris . 

Nó  vosotros,  compañeros, 
De  paternal  alabanza, 
Por  vengaros  de  los  reyes 
Con  las  sangrientas  espadas, 
Ahí  tenéis  de  las  palestras 
Argias  la  docta  enseñanza. 
Fuertes  en  cesto  y  en  mano. 
Mas  con  osadía  gallarda. 
Sabéis  con  mano  certera 
Tirar  las  flechas  livianas, 
Que  el  scita  corítho  empuña, 
Que  al  ciervo  ligero  alcanzan. 
Sed  valientes,  mancebitos. 
Generación  desdichada; 
Sed  por  el  triste  camino 
Del  trabajo  y  la  desgracia. 


-  87  - 
Mucho  mejor  comprehendió  el  quinquercio  Plauto 
in  Bacchidibus: 

Negó  tibí  annis  'vigÍ7itifiiisse,  prhu  copiam 
Digitum  longe  a  pedagogo  pedem  ut  referem  ei  a  edibus. 
Ante  Solem  ex  Orientem  missi  in  palastram  <venire, 
Gimnasü  prrrfecto  haud  mediocres  panas  petideres, 
Idque  ubi  obtiiigerat  hoc  eúam  malum  accersebatur  nialo-^ 
Et  magister  et  discipuli  perhibeantur  improbi. 
Ubi  ciirsu,  luctando,  hasta,  disco, 
Pugilatu,  pila  saliendo  se  exercebant. 

Por  espacio  de  veinte  años 
No  me  dio  mi  ayo  licencia 
Que  un  dedo  de  él  me  apartase, 
Saliendo  de  rasa  afuera. 
Si  antes  que  saliese  el  sol 
No  venía  á  la  palestra, 
Al  prefecto  del  gimnasio 
Pagué  nó  pequeñas  penas 
Cuando  tal  acontecía. 
Que  á  un  mal  otro  mal  se  llega: 
Discípulos  y  maestros 
Padecíamos  afrenta; 
Porque  en  disco,  lucha,  en  asta. 
En  la  pelota  y  carrera, 
En  puñete,  seso  y  saltos 
Pagábamos  la  pereza. 

Muy  bien   Píndaro  Tebano,  en  el  epítome   de    la 
Iliada^  donde  tratando  de  las  exequias  de  Patroclodice: 

Et  varios  ci>teri  ludorum  indicit  honores 
Tydides  Tiriscum,  cursu  pedibusque  ferocem 
Meryonem  saperat;  luctando  'vincitur  Ayax, 
Cujus  decepit  'vires  Leenius  asta, 
Cestibus  ad'versis  cunctos  superávit  Cphebus, 
Et  disco  fortis  Polybetes  depulit  omnes 
Meryonesque  omnes,  etc. 


—   88   — 

Virgilio  ocupa  todo  el  lib.  V  en  la  misma  materia. 

D,  Ped.  Yo  he  reparado  en  una  cosa,  que  si  el 
Sr.  D.  Fernando  me  da  licencia  se  la  tengo  de  pre- 
guntar. D.  Fernando:  ¿Cómo,  siendo  los  romanos  tan 
recatados  en  la  educación  de  sus  hijos,  los  enviaban  al 
gimnasio  á  ejercitarse  en  los  juegos  que  V.  m.  acaba  de 
decir,  en  los  cuales  se  desnudaban  y  era  forzoso  que  los 
vieran  los  varones  grandes,  lo  cual  no  parece  muy  apro- 
pósito  para  las  licenciosas  costumbres  de  aquel  tiempo, 
y  aun  más  que  licenciosas? 

D.  Fern.  No  es  pequeña  dificultad.  V.  m.  acuerda 
en  ella  la  severidad  de  los  antiguos  romanos,  que  porque 
no  habían  visto  escuelas  de  Rectórica,  y  se  supo  que  en 
Roma  de  nuevo  las  abrió  un  maestro  donde  los  mancebos 
se  juntasen  á  estudiar,  como  si  esto  fuera  gran  crimen, 
dice  Aulo  Gelio  que  se  juntó  el  Senado  para  lo  remediar, 
lib.  XV,  cap.  Xí:  nDenuntiatum  est  nobis^  esse  homines 
qui  noviim  ge  ñus  disciplin^e  insütuerunt  ad  quos  juhen- 
íus  in  ludum  conveníate  eos  ihi  inposuisset  latinos  Retho- 
res,  ibi  homines^  adolescentes  dies  fotos  decidere^  hac 
nova,  qu¿e  pr^eter  consuetudinem  ac  mores  majorumfiunt, 
ñeque  placenta  ñeque  rede  videntur, » 

Y  aun  en  jugar  no  les  daban  de  los  juegos  lícitos 
toda  la  licencia  que  querian,  como  dice  Cicerón:  <^Sicut 
pueris  non  omnern  licentiam  ludendo  damus^  sedemque  ho- 
nestis  act'ionibus  non  sit  aliena;»')  etc. 

Y  Augusto  César,  como  dice  Tranquilo,  no  per- 
mitió que  en  los  espectáculos  estuviesen  los  muchachos 
sentados  junto  á  los  hombres:  <<Spectandi  confusissimum, 
ac  solutissimum  morem  correxit^  manitís  e plebe  proprium 


-  89  - 

ordinem  asignavit:  pr^textatis  cum  eiim  suum  proximum 
p^edagogis.y» 

Y  Plinio  el  más  mozo,  escribiendo  á  Hispula  á  un 
el  Maestro,  dice  se  ha  de  escoger  con  mucho  recato: 
<Jam  circunspitiendus  lattnus  Rector  cujus  schola  sevi- 
ritas  puder^  et  in  primis  castitas  constet.» 

Quisiera  yo  que  algún  autor  me  hubiera  prevenido 
en  la  solución  de  esta  duda,  mas  no  lo  he  visto;  pero  de 
los  ejemplos  dichos  colijo  que  en  esto  y  en  todo  eran  los 
romanos  muy  recatados  y  circunspectos:  y  así,  juzgo  que 
aunque  los  ejercitaban  en  los  juegos  del  quinquercio, 
para  alguno  de  los  cuales  era  forzoso  desnudarse  en  car- 
nes, con  todo  era  á  tiempo  que  no  se  hallaban  presentes 
varones  grandes,  por  ser  muy  de  mañana  cuando  venian 
al  gimnasio;  así  parece  del  lugar  de  Plauto  ya  mencio- 
nado, y  haber  pena  para  el  que  no  venía  á  aquella  hora: 

Ante  solem  ex  Orientem,  missi  in  palastram  'venires, 
Gimnasn  prefecto  haud  mediocres  panas  penderes. 

No  poco  abonan  este  pensamiento  unos  versos  de 
Ausonio,  en  sus  Idilios: 

Degenere  ánimos  timar  arguit:  at  tibi  constat 
Intrépidas  nec  te  clamor  plugteque  sonantes 
Nec  matutinis  agicet  formido  sub  horis. 

Marcial,  en  el  lib.  IX,  Epigr,  L: 

¿luid  tibi  nobiscum  est  ludi  scelerat  magister 
Imbisum  pueris  'virgÍ7iibusqíie  caput? 
Nondutn  cristati  rupere  silentia  Galli 

Y  en  el  lib.  XII,  Epigr.  XLVIII: 

negant  'vitam 
Ludi  magistri  mane  nocte  pistores. 


-  go  - 

En  la  región  Tercera  de  Roma  dice  Publio  Víctor 
que  habia  una  escuela  que  se  decia  Ludus  matutinus; 
verdad  es  que  ésta  era  donde  los  gladiatores  meditaban 
con  espadas  negras  ó  palos  la  esgrima,  para  que  al  medio 
dia,  que  era  el  tiempo  en  que  el  pueblo  lo  veia,  estuvie- 
sen diestros  en  su  ministerio;  pero  si  para  esto,  que  era 
de  ninguna  importancia,  se  juntaban  muy  de  mañana, 
claro  está  que  los  muchachos  tendrian  ésta  por  suya,  co- 
mo cosa  de  más  importancia,  pues  también  para  lavarse 
la  tenian  señalada. 

Y  parece  este  cuidado  más  cierto,  pues  habia  en 
Roma  personas  diputadas  para  requerir  las  escuelas  de 
los  muchachos,  como  parece  de  una  inscripción  anti- 
gua que  está  en  Roma  en  San  Onofre,  y  la  trae  Grute- 
ro,  pág.  450,  núm.  7.  Dice  así: 


T.  PETRONIO.  T.  F.  PROCVLO. 

P.  D.   N.  CIV.  CVRATORI    LVSVS. 

JVVENVM.  V.  F.  JVVENEM 

AG.  OB  M.  E.  QVI  STATV^ 

DEDICATIONE 

DEDIT.  JVBENIBVS  S.  H.  S. 

EX  ADJECTO  PANE,  ET  VINO  EPVLANTIBVS. 

L.     D.     D.     D. 


Aunque  aquí  más  parece  que  estaban  encomendados 
á  este  curador  los  mismos  juegos  de  los  muchachos, 
porque  ludus  en  la  lengua  latina  significa  la  escuela  ma- 
terial en  que  algo  se  aprende;  pero  lusus  significa  los 
juegos  de  esta  edad:  de  manera  que  este  oficio  era  para 
ordenar  y  reformar  los  tales  juegos,  con  que  está  bastan- 


—  91  — 

temente  encarecido  el  cuidado  de  aquella  gran  República 
en  la  educación  de  sus  hijos  muchachos. 

D.  Diego.  Estcí  muy  bien,  pero  resta  que  V,  m. 
nos  declare  esa  inscripción,  porque  refiriéndonos  las  le- 
tras singulares  solamente  nos  pone  V.  m.  más  deseo  de 
saber  lo  que  significan;  como  si  vemos  pasar  un  hombre 
muy  embozado  ó  una  mujer  muy  tapada,  que  por  el 
mismo  caso  solicitan  más  el  cuidado  de  los  que,  si  no 
fue/an  de  aquella  forma,  no  los  miraran  á  la  cara. 

D.  Fern,  V.  m.  me  ha  metido  en  una  dificultad 
que  no  sé  yo  cómo  salga  de  ella,  porque  esas  letras  sin- 
gulares son  tan  raras,  que  si  no  es  adivinando,  y  con 
gran  riesgo  de  errar,  no  puedo  declararlas;  pero  á  trueco 
de  dar  gusto  á  V.  ms.,  me  expongo  á  la  censura  de  los 
críticos,  y  así  digo  que  toda  esta  piedra  contiene,  ex- 
tendiendo las  letras  singulares,  esta  sentencia:  «Tito  Pe- 
tronio  Titi  filio  Proculo,  Jurídico  nostr¿e  civitatis  Cura- 
torij  lusus  juveniim  victorem  fecit  Juvenem  Augustum  oh 
memoriam  ejus  qiii  dedit  Juvenibus  statu¿e  dedicatione 
semí  sextertium,  ex  adjecto  pane  et  vino  epulantibus  Lo- 
cus,  datus  Decreto  Decurionum.-» 

Confieso  que  aquellas  letras  P.  D.  N.  Civ.  no  las  he 
visto  en  otra  parte,  y  podria  alguno  pensar  que  dicen: 
*  Primo  Decurione  nostr¿e  civitatis.  y> 

Yo  digo  lo  que  más  verosímil  me  parece.  Las  dos 
letras  V.  F.  son  muy  ordinarias,  y  quieren  decir  Virtus 
fecit  ó  Vir  fortis;  pero  aquí  no  entra,  por  lo  cual  me 
parece  más  apropósito  lo  que  he  dicho,  porque  el  acusa- 
tivo Juvenem  Augustum  ha  de  tener  verbo  que  lo  rija,  y 
el  que  más  cuadra  allí  t^fecity  mayormente  tratando  de 


-  92  — 

juegos  de  mancebos.  Las  últimas  letras,  L.  D.  D.  D., 
son  muy  ordinarias,  y  significan  lo  mismo  que  se  ha  di- 
cho: <íLocus  Datus  Decreto  Decurionum,»  que  se  entien- 
de donde  se  colocase  la  estatua  que  le  dedicaron,  que 
como  era  parte  pública  no  se  podia  poner  sin  licencia 
del  Cabildo.  En  Alejandría  de  Egipto,  porque  no  habia 
decuriones,  habia  un  jurídico,  uí  in  cap.  I  De  Oficio 
Cur.  Alex;  pero  en  los  demás  lugares  llamábanse  dum- 
viros,  y  los  elegian  de  entre  los  decuriones,  por  lo  cual 
todavía  dudo  de  aquellas  letras  P.  D.  N.  Civ. 

Los  persas  despertaban  los  muchachos  con  vacías 
y  campanillas  antes  que  saliese  el  sol,  para  los  ejercicios 
de  esta  edad.  Estrabon,  lib.  XV:  «iEngregant  eos  in 
unum  locum  acris  sonitu  ante  lucem  exitatos.»  Platón,  en 
el  lib.  VII  De  Legib.^  lo  previno  también:  nAsiirgente 
pueri  ad  magistrum  proficiscantur.y 

Ocurrían  también  á  esta  dificultad  los  pedagogos, 
que  de  ordinario  andaban  con  los  muchachos  y  no  los 
dejaban  mezclar  con  la  plebe  mayor  ni  ir  al  teatro,  co- 
mo lo  afirma  Juliano  en  el  Masapog:  «.Negat  sibi  per 
pedagogum  licuisse  prius  theatris  interesse  quam  pilorum 
plus  in  mentó  quam  in  capite  haberet.y> 

Y  con  ser  Horacio  hombre  humilde  y  de  condición 
libertina,  dice  así  en  la  Sátira  V,  lib.  I,  y  de  su  educa- 
ción, teniendo  por  ayo  ásu  padre: 

Ipse  mih'i  cusios  incorruptissimiis  omnes 
Circum  doctores  adcrat?  Quid  multa,  pudicum 
¿luiprimus  •virtutis  liónos  ser-va^vit  ab  omni 
Non  solumfacto,  'uerum  opprobio  quoque  turpi. 


—  93  - 

Él  fué  mi  incorruptísimo  custodio 
Con  todos  los  maestros;  finalmente, 
Me  conservaba  casto  y  vergonzoso, 
Nó  sólo  en  hecho,  pero  en  dicho  torpe. 
Que  este  es  honor  de  la  virtud  primero. 

Esta  vigilancia  de  los  romanos  resplandecia  también 
en  que  aun  teniendo  licencia  de  jugar,  en  los  saturnales 
permitia  más  á  los  muchachos.  Marcial  en  el  lib.  V, 
Epigr.  LXXX. 

Jam  tristis  nucibus  per  relictis 
Clamoso  rebocattur  a  magistro . 
Et  blando  male  proiiitus  fritilo. 
Arcana  modo  raptus  é  popina 
JEdilem  rogat  ludus  Aleator 
Saturnalia  transiré  teta,  etc. 

Triste  deja  las  almendras 
El  muchacho,  que  le  llama 
Su  vocinero  maestro, 
Que  es  ya  la  hora  pasada. 
El,  blandamente  perdido. 
Con  lágrimas  en  la  cara. 
Ruega  al  edil,  y  él  severo 
Aun  del  tinalo  le  saca. 

Á  este  intento  se  chocarrea  Plinio  el  Mozo  con 
Cornelio,  su  amigo:  «Nam  tu,  magister,  ego  contra;  at- 
que  ideo  tu  in  scholam  revocas;  ego  adhuc  saturnalia  ex- 
tendo  librum  misisti.» 

Todo  lo  dicho  parece  doctrina  de  Platón,  que  cono- 
ció bien  la  lascivia  de  esta  edad  y  dejó  advertido  en  el 
lib.  VII  De  Legib.  una  circunstancia  muy  necesaria  á 
la  educación:  «Q^uoniam  vero  ñeque  Recudes,  ñeque' alia 
prorsus  animalia,  sine  pastare  vivere  debent,  nec  pueri 


—  94  — 

etiam  sine  pedagogis  sint^  ñeque  absque  dominis  serví. 
Est  autem  fuer  omni  bestia  intractabilior,  nam  cumpru- 
dentia  fontem  nondum  perfecium  abeat,  inssidiosisimus  est 
acerrimus  et  petulantissimus  omnium  bestiarum^  et  cum 
primum  a  matribus  nutricibusque  se  jungitur^  pedagogis 
eum  ad  puerilem  lasciviam  compescendam  commendaret 
Qpportet.y> 

Son  palabras  dignas  de  toda  ponderación  y  adver- 
tencia. 

D.  Diego.  De  manera,  que  sacamos  por  conclu- 
sión verdadera  que  conviene  mucho  ejercitar  los  mucha- 
chos en  las  fuerzas  corporales,  pues  dos  Repúblicas  tan 
sabias,  tan  antiguas  y  tan  poderosas  lo  tuvieron,  nó  sólo 
por  entretenimiento  y  alegría  de  los  pueblos,  sino  tam- 
bién por  doctrina  necesaria  para  que  los  mozos  se  cria- 
sen fuertes  y  robustos  para  la  guerra  y  para  vivir 
mucho. 

D.  Fern.     Es  sin  duda  ninguna. 

D.  Ped.  Pero  si  en  España  quisiesen  volver  á  ha- 
cer todos  ejercicios  del  pentathlo  ó  quinquercio  no  me 
parece  á  mí  que  pudiera  ser. 

D.  Fern.  Es  tan  grande  la  mudanza  de  costum- 
bres y  tan  diferentes  aquellos  siglos  de  los  nuestros,  que 
ni  puede  ahora  ser,  ni  aun  sé  si  conviniera;  porque  la 
malicia  de  los  hombres  y  la  soberbia  ha  crecido  dema- 
siadamente, y  cuando  la  humildad  y  sencillez  cristiana 
debiera  reducir  los  hombres  á  tenerlos  reducidos  auna 
admirable  paz,  conformidad  y  amor,  parece  que  puesto 
envidiosamente  el  enemigo  del  género  humano,  no  cesa 
de  sembrar  discordias,  infundiendo  en  los  ánimos  alti- 


-  95  - 
vez  y  menosprecio  del  prójimo,  con  que  las  cosas  están 
en  miserabilísimo  estado  y  digno  de  muchas  lágrimas. 
Mas  porque  ahora  no  tratamos  de  reformación,  ni  nos 
toca  sino  alegrarnos  por  estos  pocos  dias  que  nos  hemos 
apartado  del  bullicio  del  pueblo,  volvamos  á  nuestra 
plática  de  juegos. 

D.  Diego.  No  desamparemos  del  todo  la  utilidad 
á  lo  menos  que  el  ejercitarse  en  honestos  juegos  trae, 
ni  la  hagamos  tan  imposible  que  algo  de  lo  dicho  no  se 
pueda  conservar  honestamente. 

D.  Fern.  No  há  mucho  que  el  P.  Pedro  de  Guz- 
man,  de  la  Compañía  de  Jesús,  sacó  á  luz  un  tratado 
de  sólo  este  argumento;  y  así,  nó  sólo  digo  que  no  es 
imposible,  pero  que  pueden  y  deben  los  príncipes  dar 
órdenes  y  mandar  cómo  algunos  de  aquellos  juegos  se 
conserven,  que  nó  en  balde  las  leyes  que  premiaron  esos 
ejercicios  se  conservan  hoy  en  el  cuerpo  del  Derecho; 
con  que  parece  que  los  príncipes  convidan  á  la  honra, 
si  no  de  los  premios,  á  la  alegría  y  honor  de  la  victoria 
que  ella  consigo  trae.  Paulo  Jurisconsulto,  en  una  ley 
del  Digesto,  de  Ale^  ludu  et  Aleatoribus,  pone  estas 
palabras,  que  comprehenden  el  pentathlo  ó  quinquercio: 
^Senatus  consultum  vetuit  in  pecuniam  ludere,  pr¿eter 
si  quis  certet  hasta  vel  pilo  jaciendo,  currendo,  psalendo, 
luctando,  pugnando  quid,  virtus  causa  fuit .)> 

Y  como  por  estímulo  y  incitamento  del  pueblo  per- 
mitiesen las  leyes  públicas,  Titia  y  Cornelia,  que  en  es- 
tos juegos  se  hiciesen  apuestas  y  fuesen  lícitas  y  se  cum- 
pliesen. Marciano  Jurisconsulto,  en  la  ley  Qjiibus  eo  tit ., 
y  el  emperador  Justiniano  en  la  ley  Fin.  c.  de  Pelig.  et 


-96- 

Sump.  Fun.^  parece  que  no  los  permite,  pero  convida  ai 
ejercicio  de  los  juegos,  que  allí  llamó  de  esta  manera, 
conforme  la  Lecion  de  Andrés  Alciato,  lib.  I,  pr^term. 

verb.  Lussum:  «Commonobolon,  Commodoy  Laulo- 

molo  Kegindala  Compon  Reyfrusare.» 

De  otra  manera  lee  Jacobo  Cujacio  in  Peratiíhl.  tit. 
ad  Junet.:  «Monovolos,  Contomonb^  bolos  (Quíntanos ^  Con- 
íax,  sine  fibulan  Perkhiíe,  Hippice.» 

Siguiendo  esta  última  lección  de  estos  nombres  gre- 
co-bárbaros, y  dejados  los  demás,  parece  ser  estos  juegos 
gímnicos,  y  parte  de  ellos  comprehendidos  en  el  penta- 
thlo.  Monóvolo  es  salto,  sin  que  el  que  lo  dá  tenga  en 
las  manos  algo,  de  que  queda  dicho  cuando  hablamos  de 
este  ejercicio.  Contomonobolo  es  también  salto  nó  senci- 
llo, sino  sobre  alguna  asta  ó  palo,  afirmándose  en  la 
cual  el  que  salta  carga  todo  el  cuerpo,  ^intanos-contax 
es  tirar  dardo  ó  lanza  sin  hierro;  hoy  dia  se  usa  este  jue- 
go en  Italia,  y  se  llama  duintana.  Perichite  llama  á  la 
lucha  de  que  ya  tratamos.  Hippice  es  correr  á  caballo, 
de  que  ya  también  queda  algo  dicho,  y  es  frecuentísimo 
en  España  más  que  en  ninguna  parte  del  mundo,  por  la 
gallardía  y  velocidad  de  sus  caballos,  y  en  especial  los 
de  nuestra  Andalucía,  que  á  los  demás  se  aventajan. 

Conocieron  los  antiguos  ser  necesarios  los  juegos,  y 
en  especial  entre  la  gente  lozana  y  furiosa  en  la  moce- 
dad; y  así,  para  apartarlos  de  vicios  que  acarrea  la  ocio- 
sidad, ordenaron  juegos,  que  juntamente  con  entretener 
y  alegrar  la  naturaleza,  dan  la  agilidad  y  fuerzas  para 
las  ocasiones  de  veras,  y  para  conservar  la  salud.  Lo 
mismo  han  sentido  los  doctores  santos  y  doctos  de  núes- 


-  97  - 
tra  edad,  entre  los  cuales  el  Dr.  Navarro  y  Juan  Gutiér- 
rez, que  en  general  lo  dijo  en  las  Cuestiones  canónic.^  I 
part.,  cap.  VII,  y  con  especialidad  Juan  Mariana  en  el 
libro  De  SpectaCj  cap.  XXV,  cuyas  palabras  no  pondré 
todas,  sino  las  que  hacen  á  nuestro  propósito:  <s,Concur- 
rant  ínter  se  equites,  peditesve  lúdicro  certamine  injusta 
pugna  modum^  cum  singulis  singuli,  autfacto  agmine  cursu 
Juvenes^  lucta,  jactuque  certent  pramiis  etiam  victorihus 
propositis  ad  accendendum  certamen:  qua  sunt  omnia  be- 
llorum  imagines  virihus  corporis  exercendis  idónea  dexte- 
ritataque  comparanda^  ñeque  minus  utile  erit  de  sagi- 
ttendí  pueritia  certamen  constituiré^  glovis  vel  plumhis 
e  ferro  tubo,  flamma  luctante  e  jaculis  inmodum  flammi- 
nis  signo  proposito  contendere  pramio^  designato  illi,  qui 
primus  collimaverit:  quod  in  aliis  nationibus  fieri  scimus 
cum  aliquo  modo  fructuque  máximo.  Addantur  tripu- 
dia more  Hispánico  Chorea  tibi  acque  sit  timpani  sonitum 
pedum pulsu  modulante.-» 


§.     V. 

Moderación  de  la  disciplina  y  juegos. 

D.  Ped.  Déme  licencia  V.  m.  que  divirtiéndonos 
un  poco  á  lo  moral,  y  sin  salir  de  la  materia,  le  pregunte 
una  duda, 

D.  Fern.  Diga  V.  m.  todo  lo  que  fuere  servido, 
que  aquí  tengo  por  interés  errar  á  trueco  de  dar  gusto 
á  V.  ms. 

13 


D.  Ped.  He  visto  poner  muchas  veces  en  disputa 
entre  personas  de  consideración  que  desean  acertar  con  la 
educación  de  sus  hijos,  si  conviene  largarles  un  poco  de 
licencia  de  jugar  y  travesear;  ó  por  el  contrario  sería 
mejor  asustarlos  y  sujetarlos  fuertemente,  para  que  con 
el  yugo  se  amansasen,  como  dice  el  Espíritu  Santo: 
«Bonum  est  viro  cum  ■portaverit  jugum  ab  adolescentia 
siia.'» 

D.  Fern.  Para  dar  preceptos  de  educación  tenía 
yo  necesidad  de  ser  un  Sócrates,  Platón,  Séneca  ó  Plu- 
tarco; mas  á  la  pregunta  de  V.  m.  responderé  guiado 
de  aquellas  grandes  lumbreras  que  poco  há  dije,  hallan- 
do en  ambas  proposiciones  de  V.  m.  igual  peligro  que  el 
que  previno  Ulises  pasando  por  Scila  y  Caribdis:  aunque 
temo  no  me  suceda  lo  que  á  él,  mas  al  fin  á  la  luz  de 
aquellos  ilustres  fanales  deseo  guiar  por  medio  sin  tocar 
en  el  un  extremo  ni  en  el  otro. 

Nó  sin  misterio  aquellos  sabios  architectos  de  las  pa- 
labras griegas  y  latinas  juntaron  en  las  voces  que  signifi- 
can enseñar  los  muchachos  que  significasen  también  jue- 
go; y  así,  del  verbo  ttcííOí^o,  que  ^s  jugar ^  dijeron  iKxihix^ 
que  juntamente  es  juego  y  enseñanza;  -¡ixig,  que  es  mucha- 
cho^ de  donde  se  deriva  la  voz  castellana  faje^  por  el 
muchacho  que  nos  sirve;  y  así,  dijo  Plauto  en  la  come- 
dia Versa:  «Pegnion  delitia  pueri  Salve.»  Y  Ausonio 
Gallo  llamó  Pegnion  á  una  obra  lúdicra  ó  juguete,  y  di- 
ce: «Ut  nec  ludus  labor anti^  nec  ars  desit  ludendi.»  Los 
latinos  á  la  escuela  donde  aprenden  los  muchachos  lla- 
maron ludus,  y  al  maestro  ludi  mngister,  para  significar 
que  habían  de  aprender  jugando  y  jugar  aprendiendo. 


—  99  — 
Ascanio  Pedí  ano:  «Omnem  scholam  liidum   dicere  Ro- 
mani.» 

Ovidio,  aludiendo  á  esto,  dijo:  «Et  puer  es,  nec  te 
quid  quam  nissi  ludere  oportet,  lude.»  Etc. 

Platón,  en  el  VII  'De  Rep,:  «Ergo  non  tanquam  coac- 
tos pueros  in  dissiplinis,  o  vir  optime,  sed  quasi  ludentes 
enutrias  ut  et  magis  adqiio  quisque  natura  sit  aptus  posit 
agnoscere. » 

Los  demasiados  regalos  y  licencia  es  cosa  perniciosí- 
sima en  esta  edad,  porque  los  hace  dificultosos,  pesados  é 
iracundos,  y  que  por  cualquiera  cosita  se  levantan  y  quie- 
ren tomar  el  cielo  con  las  manos;  y  al  contrario,  la  de- 
masiada severidad  los  hace  apocados  de  ánimo,  de  cos- 
tumbres serviles  y  bajas,  ineptos  para  la  conversación 
humana.  En  verdad  que  lo  dijo  Platón  por  estas  mis- 
mas palabras,  en  el  mismo  lugar:  «.Novis profectoviden- 
tur  deUti¿e  dificiles  morosos  iracundosque  redere  et  libide 
causa  excitahundos  Juvenum  mores  efficere^  contra  vero 
nimia  servitus  atrox  cuní  abjectos  et  iliberales  et  humana 
consuetudinem.» 

El  mismo  lugar  de  Platón  parece  que  miraba  Quin- 
tiliano,  á  quien  como  maestro  experimentado  en  esta 
materia  se  ha  de  dar  mucho  crédito,  cuando  en  el  libro 
I  de  sus  Instituciones  Oratorias  dejó  advertido:  «Nam 
inprimis  cavere  opportevit,  ne  studia  qui  amare  nondum 
potest  oderit^  et  amaritudinem  semel  perceptum  etiam  ul- 
tra rudes  sennos  reformidet:  lusus  hic  sit  et  laudetur  et 
rogé  tur. » 

No  fué  maestro  de  menor  importancia  Ausonio, 
pues  mereció  serlo  del  emperador  Graciano,  y  por  ello 


lOO    — 

Cónsul  ordinario  de  Roma.  Dijo  en  uno  de  sus  Idilios: 

nec  semper  acerbi, 
Exertet  pueros  n)ox  imperiosa  magistri. 
Sed  requies,  studiique  njicesdata  témpora  ser-vant, 
Et  satis  est  puero  memori  legisse  libenter 
Et  cessare  liicet;  Graco  schola  nomine  dicta, 
Justa  laboriferis  tribuatur  ut  otia  Musís. 
Disce  libens:  lotigum  declinatur  laborem, 
Intervalla  damus  studium  puerile  profectis. 

Nó  siempre  á  los  mozuelos  ejercita 
La  voz  imperiosa  del  maestro, 
Que  hay  tiempo  de  holgarse  establecido: 
Bá'jtele  al  muchachuelo  memorioso 
Leer  de  buena  gana,  y  es  forzoso 
Que  llegue  el  tiempo  lícito  de  holgarse. 
Llamaron  á  la  escuela  así  los  griegos, 
Porque  se  dé  al  tiempo  de  descanso. 
Junto  á  las  santas  Musas  laboriosas 
Aprende  nó  forzado,  que  intervalos 
Daremos  para  que  el  trabajo  luego 
Lo  mitigue  el  regalo,  que  el  estudio 
Pueril  fallece  si  con  varia  mano 
No  templa  lo  sagrado  y  lo  profano. 

El  glorioso  San  Gerónimo  nos  dejó  el  mismo  precep- 
to de  educación  escribiendo  á  Pocatula:  aPost  laborem 
lussibus  gestiat^  de  matris  pendat  eolio ^  rapiat  osculapro- 
plnquorum^  psalmos  mercede  decantet,  amet  quod  cogitur 
discere  ut  non  opus  sit  sed  delectatio  non  necescitas  sed 
voluntas.-)-)  Admirable  templanza,  cierta  y  digna  de  mu- 
cha atención. 

Valga  también  la  sentencia  de  Galeno,  que  aunque 
su  intento  no  fué  más  que  curar  el  cuerpo,  de  su  buena 
disposición  muchas  veces  resulta  la  templanza  de  las  eos- 


—    lOI    — 

tumbres;  y  al  contrario,  dice  que  se  dé  licencia  bastante 
para  hartarse  de  jugar  á  los  muchachos,  en  el  I  Be  Sanit. 
tuend.:  <Qjuod^  si  qua  ocupatione  avocetur  qui  puellum 
mutrit  módico  pane  pravito,  ludere  permitat  quantum 
velit,y> 

Pero  como  dicho  y  advertido  queda,  esta  licencia 
de  jugar  ha  de  ser  siempre  después  de  cumplida  la  obli- 
gación del  estudio,  porque  como  dice  Plutarco:  <kEt  vi- 
gor illius  a  etatis  incontinens  volupíatum  lascibi^eque  et 
freno  opus  habet;y>  como  acontece  á  los  paj arillos  que 
criamos  cogiéndolos  del  nido,  que  en  naciéndoles  las 
alas,  aunque  más  los  hayamos  regalado,  se  nos  van  de 
las  manos  sin  poderlos  más  coger. 

¡Qué  bien  á  este  intento  Juvenal!: 

¿^uem  si  re'voses  subsistere  nescit 
Et  te  contempto  r  api  tur,  metisque  relictis, 
Nemo  satis  credit  tantuní  delinquere,  quantum. 
Permitant  adeo  indulge t  sibi  latius  ipsi. 

No  sabe  parar,  si  corre, 
Aunque  quieras  refrenarlo, 

Y  ha  de  pasar  de  la  raya, 
Del  deleite  arrebatado. 
No  pudieras  persuadirte 

Que  á  tanto  hubieras  llegado, 

Y  que  con  poca  licencia 
Se  atreviera  á  pecar  tanto. 

Para  este  fin  es  necesario  el  juego,  como  dice  el  Es- 
píritu Santo  y  V.  m.  lo  advirtió  al  principio. 

Los  lacedemonios,  que  se  criaron  con  la  severidad 
de  las  leyes  de  Licurgo,  criaban  sus  hijos  con  notable 
austeridad,  y  los  persas  de  la  misma  manera.  De  aqué- 


—     102    — 

líos  dice  Xenophonte  que  los  criaban  con  tanta  ver- 
güenza y  recato,  que  las  manos  no  las  sacaban  de  deba- 
jo de  la  capa:  cuando  iban  por  la  calle  iban  muy  com- 
puestos, callados,  sin  mirar  á  una  ni  otra  parte,  llevando 
bajos  los  ojos  y  fijos  en  el  suelo,  como  si  fueran  estatuas 
de  bronce,  de  donde  venía  el  ser  tan  vergonzosos  como 
doncellas  en  el  tálamo;  oigamos  sus  palabras:  «Ad  h¿ec 
volens  quasi  natnralem  his  pudorum  vehementer  concilla- 
re inperavit^  tit  in  viis  maniis  intra  palium  haberent^  et 
cum  silentio  incederent^  ac  nusquam  circunspicerent:  illo- 
rum  enim  voces  nimus,  quam  si  es  sent¿enei  comherterisy 
verecundiores  autem  eos  quam  que  in  thalamo  sive  virgi- 
nes  exisíema  veris.» 

Comparar  V.  ms.  ahora  nuestros  muchachos  á  éstos, 
la  obligación  de  cristianos  á  la  ceguedad  de  gentiles,  y 
no  podrán  dejar  de  causarles  grande  admiración. 

D.  Ped.  Pues  ¿qué  dirá  V.  m.  de  la  licencia  de 
ver  comedias,  de  los  cantares  lascivos,  de  los  bailes  des- 
honestos. Seguidillas^  Chacona,  Carretería,  Rastrojo, 
Japona,  y  otra  gran  tropa  de  nombres  que  cada  dia  in- 
venta el  pueblo  de  la  ociosidad,  músicos,  poetas  y  re- 
presentantes? 

D.  Fern.  Ahí  no  hay  sino  exclamar  con  Platón: 
«O  qualem  hospes  rem  narras  ti!;  quale  pestem  Juvenum, 
et  puhlicis  civlbus,  et  prebatum  domibus  illatam!» 

Tales  tiempos  previno  en  su  llanto  Job:  «Pueri 
eorum  exultant  luscibus,  tenent  timpanum  et  citar am.» 

Mas  ya  nos  entramos  mucho  en  lo  moral;  por  tanto 
no  profesamos  eso,  sino  alegrarnos  lícitamente,  dejando 
á  cargo  de  los  magistrados  lo  que  es  suyo,  y  á  los  maes- 


—  103  — 
tros  de  la  juventud  que  reformen  por  su  parte  lo  que  les 
toca,  pues  tantos  avisos  tienen  en  la  Sagrada  Escritura 
y  en  los  autores  sagrados  y  profanos. 

Mas  por  despedida  no  puedo  dejar  de  ponderar 
mucho  la  circunspección  que  Platón  quiso  que  se  tuvie- 
se aun  en  los  cantarcillos  y  bailes  de  los  muchachos, 
mandando  por  ley  en  su  República^  que  no  sólo  no 
fuesen  deshonestos,  pero  que  no  se  introdujesen  nuevos, 
poniendo  en  esto  mucho  conato  y  fuerza:  ^Enim  igitur 
r añone  comandum^  nepueritia  in  cantibus  et  saltationibus 
nova  inquam  audiat  emitíeri:  nevé  ullus  ad  novitatem  pue- 
ros  blandimentis  voluptatum  alliciat.» 

Y  porque  ya  el  casero  nos  ha  hecho  señal  de  que 
está  la  comida  aderezada,  y  es  hora,  por  hoy  dejaremos 
esta  materia. 


DIÁLOGO  III 


DIÁLOGO  III 


i  I. 


D.  Fern.  Muy  de  mañana  veo  á  V.  ms.  en  el 
puesto,  cuando  los  imaginaba  dormir  á  sueño  suelto 
por  el  cansancio  de  la  cacería  de  ayer  tarde. 

D.  Diego.  Es  lástima  que  hallándose  un  hombre 
de  bien  en  el  campo,  le  ronde  el  sol  la  puerta  sin  que  él 
primero  se  levante  á  dar  saludes  y  recibirlas  de  la  blanca 
aurora. 

D.  Ped.  Justo  es  que  se  dé  la  mejor  parte  del  dia 
á  las  Musas,  pues  las  Horcadas  y  Napeas  llevaron  su 
parte  ayer  tarde;  y  pues  tanta  parte  tiene  la  antigüedad 
en  el  gusto  de  todos  los  que  bien  sienten,  y  V.  m.  nos 
dejó  ayer  engolosinados  con  los  lúdicros  y  ejercicios  de 
la  juventud,  será  bien  que  la  prosiga,  diciendo  algo 
más  de  los  juegos  comenzados. 

D.  Fern.  Muy  bien  les  tengo  conocido  á  V.  ms. 
el  juego;  pero  de  aquellos  cinco  que  comprehendimos 


lOi 


en  el  pentathlo  ó  quinquercio  no  ha  quedado  ninguno 
por  decir,  aunque  de  ello  dejé  muchas  cosas  de  propósi- 
to, que  muy  á  la  larga  escriben,  Mercurial  en  su  Gim- 
násticaj  ó  Onofrio  Panvino  y  Bulenguero  en  el  libro 
De  Lud.  Circens.  y  De  Circo;  nuevamente  Juan  Aluer- 
cio  en  el  libro  singular  que  sacó  á  luz  De  Ludis  Gra- 
corum^  y  á  Pedro  Pantoja  de  Ayala,  toledano,  docto  ju- 
risconsulto y  de  los  que  verdaderamente  aman  las  Mu- 
sas y  sacrifican  al  genio  de  nuestro  tiempo,  en  un  ele- 
gantísimo tratado  que  dio  á  luz  este  año  de  1625,  sobre 
el  título  De  Alec£  lusu,  et  Aleatoribus. 

D.  Ped.  Está  muy  bien  advertido;  mas  yo  no 
trato  ahora  de  que  V.  m.  nos  diga  más  de  aquellos  jue- 
gos, que  con  lo  dicho  estamos  satisfechos,  y  cuando  ten- 
gamos comodidad  veremos  aquellos  autores.  Hay  otros 
juegos  en  los  de  esta  edad,  que  verdaderamente  tal  vez 
me  han  pulsado  el  ánimo,  deseando  saber  si  tienen  orí- 
gen  en  la  antigüedad. 

D.  Fern.  ¡Oh,  pecador  de  mí,  y  qué  tecla  toca 
V.  m.,  tan  fácil  en  la  apariencia,  y  tan  difícil  en  la  obra! 
No  es  materia  que  nadie  ha  tratado,  con  haber  los  inge- 
nios de  este  tiempo  movido  cuantas  menudencias  de  an- 
tigüedad se  pueden  imaginar.  Puede  ser  que  de  muy 
menuda,  ésta  se  les  haya  olvidado;  por  lo  cual  á  mí  me 
será  muy  dificultosa,  y  con  mucho  peligro  de  errar,  si 
algo  dijere  a  V.  m.  de  lo  que  he  observado. 

D.  Ped.  De  la  misma  manera  disculpara  á  V,  m., 
aunque  para  mí  ninguna  materia  que  toque  en  antigüe- 
dad deja  de  ser  de  mucha  importancia, 

D.  Diego.     Y  aun  puede  añadir  V.  m.  provecho. 


—  109  — 

D.  Fern.  De  la  misma  manera  lo  siento;  pero  no 
todos  lo  juzgan  así. 

D.  Diego.     Ni  esto  es  para  todos. 

D.  Fern.  Para  que  yo  lo  estime  en  mucho,  básta- 
me saber  que  el  primero  de  los  ingenios  humanos,  el 
que  no  ha  tenido  segundo  y  sería  locura  pensar  nadie 
imitarle,  Homero,  en  aquel  antiquísimo  siglo  escribió 
un  libro  de  esta  materia,  llamado  r,xiyvix,  id  est^  Ludi- 
era, y  otro  Homero,  ^llamado  Celio,  después  compuso 
también  un  libro  De  Lúdicros;  así  lo  testifica  Suidas  in 
Historiéis:  y  no  es  de  menos  autoridad  para  calificar  es- 
te buen  gusto  haber  escrito  Suetonio  Tranquilo  entre 
otras  obras  suyas  excelentes  un  tratado  de  Jjusibus  pue- 
rorum,  el  cual,  si  hoy  gozáramos,  no  habia  más  que 
desear;  perdióse  con  otros  tesoros  de  la  antigüedad: 
mas  testifican  de  él  los  que  lo  vieron,  que  son:  Servio, 
en  el  lib.  V  át\?i  Eneida  de  Virgilio,  donde  dice:  <^Lu- 
sus  ipse  quem  vulgus  Pyrrhicum  appellat,  Troya  vocatur 
cujus  originem  expressit  in  libro  de  Puerorum  ludihus 
Suetonius  Tranquillus.» 

Lo  mismo  testifican  Aulo  Gelio,  Noct.  Attie.,  libro 
VI,  cap.  VII,  y  Juan  Azetresen  la  Chillada  VI. 

D.  Ped.  Ahora  nos  ha  puesto  V.  m.  mayores  estí- 
mulos al  gusto  y  al  deseo,  y  así  será  justo  empleo  que 
V.  m.,  recogiendo  las  reliquias  de  la  antigüedad,  resti- 
tuya lo  que  por  su  parte  pudiere:  «Sunt  etiam  Mussis 
sua  ludiera  mixta  Cama'nis.» 

D.  Fern.  No  puedo  yo  salir  al  teatro  sin  la  perso- 
na de  Melchor,  que  me  consta  que  lo  es  de  todos  los 
muchachos  de  mi  barrio.  ¡Hola!  Melchorillo,  no  te  va- 


—   lio  — 

yas  de  aquí,  y  no  sea  como  ayer,  que  te  hiciste  invisible. 

Melch.  Esa  virtud  tienen  unos  botes  que  el  se- 
ñor D.  Fernando  tiene  en  esta  botica. 

D.  Diego.  Ya  veo  yo  que  de  cochero  no  has 
aprendido  más  que  eso;  mas  porque  no  perdamos  tiem- 
po, razón  será  que  para  que  el  Sr.  D.  Fernando  satisfaga 
nuestro  deseo  le  preguntemos  ordenadamente,  aunque 
no  sé  yo  qué  orden  podemos  nosotros  tener  en  la  cosa 
que  de  su  naturaleza  no  lo  tiene;  pero  siguiendo  el  des- 
concierto de  los  mismos  muchachos  que  juegan,  iremos 
preguntando  como  se  nos  fueren  ofreciendo  á  la  memo- 
ria, quizá  por  aquí  errando  acertaremos,  pues  el  orden 
más  acertado  es  el  que  nace  de  la  naturaleza  de  la  cosa 
que  se  trata;  y  pues  ellos  varian  por  su  antojo  los  jue- 
gos, sea  ésta  la  ley  de  nuestras  preguntas. 

D.  Fern.  Parece  ha  leido  V.  m.  la  misma  senten- 
cia en  Epitecto:  «Si  inmunis  retroverteris,  velut  pueri^ 
qui  nunc  luctatores  ludunt^  nunc  íibicines,  nunc  gladiato- 
res^ deinde  Buccionam,  deinde  íragisi  decantante  sic 
et  íu.^ 

D.  Ped.  Sea,  pues,  ese  mismo  desorden  el  orden 
nuestro;  y  porque  el  juego  á  que  yo  tuve  más  afición 
cuando  muchacho  fué  el  de  las  almendras,  así  por  lo 
que  tenía  de  juego,  como  porque  era  golosina,  quiero 
comenzar  por  él. 

D.  Fern.  Y  es  muy  apropósito.  Pues  que  nos  vol- 
vemos á  las  primeras  niñerías,  comencemos  por  el  juego 
que  es  de  los  primeros  de  aquella  edad;  y  á  eso  mismo 
llamaban  los  latinos  Rediré  ad nuces ^  relinquere^  abjicerCy 
nuceSy  tomando  la  metáfora  del  juego. 


—  III  — 

Fué  este  juego  muy  frecuente  en  la  antigüedad  en 
varias  maneras  de  entretenimientos,  y  para  tratar  de  él 
presupongo  que  la  voz  nux,  latina,  nó  sólo  significa  la 
nuez,  sino  también  cualquiera  fruta  con  cascara,  como 
el  almendra,  avellana,  castaña,  etc.;  de  lo  cual  disputa 
Macrobio  en  los  Saturnales^  üb.  III,  cap.  XVIII;  Ser- 
vio en  el  lib.  II  de  las  Geórgicas;  Atheneo  en  el  lib.  II, 
cap.  XI.  Y  así,  aunque  muchas  veces  hubiéramos  de 
traducir  nueces,  porque  también  con  ellas  juegan  los 
muchachos,  traduciremos  en  las  autoridades  que  trajé- 
remos almendras,  porque  de  ellas  se  toma  el  nombre 
del  juego,  aunque  se  juegue  con  otra  especie  de  fruta. 

Fué  ceremonia  solemne  de  los  casamientos  que  al 
tiempo  que  la  nueva  casada  se  entregaba  al  marido,  él 
tomaba  puñados  de  nueces  ó  almendras  y  las  arrojaba  á 
los  muchachos;  ellos  á  porfía  las  cogian,  diciendo  cier- 
tas palabras  nó  muy  honestas,  y  haciendo  cierto  baile  ó 
tripudio  que  era  tenido  por  dichoso  agüero  de  las  bo- 
das. Tocó  esta  costumbre  Virgilio  en  las  Bucólicas^  en 
aquel  verso  Sparge  marite  nuces. 

Plinio,  en  el  lugar  arriba  citado,  les  llamó  por  esta 
causa  compañeras  de  los  fesceninos  nupciales:  <íNuces 
juglandes  quamquam  et  ips^e  nuptialium  fesceninorum 
comité  s.y> 

Servio  y  los  comentadores  de  Virgilio  dan  varias 
razones  en  esta  envejecida  ceremonia. 

La  que  hace  á  nuestro  propósito  es,  que  el  arrojar 
los  desposados  las  nueces  ó  almendras  era  señal  que  re- 
nunciaban todas  las  cosas  de  muchachos,  y  de  allí  adelan- 
te se  profesaban  varones  y  hombres  de  veras;  porque 


fué  este  juego  tan  general  en  la  antigüedad,  que  por  la 
voz  nux  ó  nueces  entendían  juego  de  almendras  ó  cual- 
quiera otra  niñería  de  aquella  edad,  como  lo  dice  aquella 
frase  tan  conocida:  Ad  nuces  rediré. 

Estas  costumbres  de  echar  y  esparcir  nueces  en  las 
bodas  las  tocó  Catullo  en  el  célebre  Epitalamio  de  Julia 
y  Manilio. 

Da  nuces  piieris  iners 
Concubina,  satis  dici, 
Lucisti  nucibus. 

Las  nueces  da  á  los  muchachos, 
Perezoso  concubino; 
Harto  estás  ya  de  jugar 
Las  almendras  con  los  niños. 

La  misma  costumbre  se  conserva  hoy  en  las  bodas, 
especialmente  en  las  aldeas,  donde  se  esparcen  almen- 
dras, nueces,  castañas  y  garbanzos  á  los  muchachos, 
Juan  Cicardo,  en  las  Notas  de  San  Clemente,  testifica 
la  misma  de  Alemania:  «A sacro  enim  ut  primum  fuerint 
domun  reversi,  cum  nova  nupta  pro  ípsis  foribus  missilia 
quadam  incomfiuentem  turbam^  que  officii  gratia  comi- 
tatur. » 

Trae  también  á  Tertuliano  por  testigo  de  esta  cos- 
tumbre, la  cual  también  averigua  doctamente  Bernabé 
Brisonio  en  el  lib.  Be  Ritu  Nuptiarum.  En  cuanto  á 
juego,  lo  tocó  Persio,  Sat.  I. 

Et  nucibus  facimus  quacumque  relictis 
Cum  sapimus  patruos,  etc. 

Lo  que  hacemos,  dejadas  las  almendras, 
Cuando  tíos  sabemos. 


—  113  — 

Saber  á  tíos,  es  decir,  que  aun  todavía  no  hablan 
acabado  de  salir  de  la  tutela  y  todavía  salian  los  mozue- 
los á  las  costumbres  que  sus  tios  ó  tutores  les  enseña- 
ban. Marcial  alaba  el  juego  por  donoso  y  de  poca  costa. 

Alea  par-va  nuces^  sed  non  damnosa  tndetur. 

Quien  adivinó  y  previno  nuestro  deseo  fué  Ovidio 
ó  cualquier  otro  autor  que  lo  fué  de  la  Elegía  De  Nu- 
ces, que,  como  quiera  que  sea,  es  muy  antigua:  allí,  ha- 
blando de  los  juegos  de  almendras  que  vamos  tocando, 
dice: 

Has  puer,  aut  certo  rectas  dvverberat  ictu, 
Aut  pronas  dígito  bis-ve  semel-ve  petit. 
¿luatuor  in  nucibus  non  ampUus  in  alea  tota  est. 
Cum  sibi  suppositis  additur  una  tribus 
Per  tabula  cli--uu?n  labijubet  alter  et  aptat. 
lungat  ut  e  ínultis  qucelibet  una  suam. 
Est  etiam  par  sit  numerus  qui  dicta  an  inpar, 
Ut  dibinatus  auferunt  Augur  opes. 
Fit  quoque  decreta  qualem  coeleste  figura 
Sidus  et  in  greecis  litera  qiiarfa  tenet. 
Hac  ubi  distincta  est,  gradibus  qu¿s  constitit,  intus 
¿luod  tetigit  'virga  tot  capit,  inde  nuces. 
Et  'vas  quoque  sepe  ca-vum  spatio  distante  locatur 
In  quod  missa  le-uimur  cadete  una  manu. 

Horacio  introduce  á  un  padre  reprehendiendo  á  su 
hijo  porque  era  tan  inclinado  á  jugar  que  no  se  le  caian 
del  seno  las  almendras  y  las  tabas. 

Te  talos,  aule,  nucesque 

Ferré  sina  --vidi,  etc. 

Y  Suetonio  Tranquilo  dice  que  Augusto,  aquel 
gran  monarca  del  mundo,  jugaba  á  las  almendras  con  los 
niños  que  para  este  fin  buscaba  y  escogía:  «Augustus^  la- 

^5 


~  114  — 

xandi  animi  gratia  modo,piscabalur  hamo  modo  talis  aut 
ocellatis  nucibus  que  ludebat,  cum  pueris  minutis  quos  fa- 
cí e  et garrulitate  amabiles  undique  conquirebat.» 

D.  Ped.  No  pase  V.  m.  portan  encima  los  juegos 
que  Ovidio  tocó  en  aquella  Elegía,  que  aunque  al  vue- 
lo, me  parece  que  son  muchos,  y  algunos  conocidos. 

D.  Fern.  a  ese  punto  aguardaba  yo  á  V.  ms.,  y 
no  me  sería  muy  fácil  atinar  con  los  juegos  que  hoy  se 
juegan;  pero  ayudado  de  la  gracia  del  Sr.  Melchor  po- 
dré decir  algo  que  simbolice  al  intento. 

Melch.  Pídamela  V.  m.  en  cristiano,  que  esa 
lengua  en  que  están  yo  no  la  entiendo,  aunque  tal  vez 
malas  lenguas  dicen  que  la  hablo. 

D.  Fern.  A  mí  me  está  muy  bien  eso,  y  para  es- 
tos señores  digo,  que  acerca  de  la  lección  de  los  ya  refe- 
ridos versos  hay  variedad  de  Códices,  porque  en  aquella 
voz  divcrberet^  lee  Erasmo  dílaníat;  y  Radero,  sobre 
Marcial,  dílaminat;  y  donde  los  demás  leen  figura,  lee 
Aldo  Romano  figíra.  Yo  sigo  la  lección  del  conde  Cons- 
tancio Lando  sobre  Cátulo.  Iremos  considerando  los 
juegos  por  su  mismo  orden;  dice  el  primero  dístico: 

Has  fuer,  aut  certo  rectas  dlverberat  ictu, 
Aut  pronas  dígito,  bis-ve  semel've  petit. 

Para  el  Sr.  Melchor,  dice  Ovidio  que  los  mucha- 
chos armaban  las  almendras  poniéndolas  derechas,  en- 
tiendo las  puntas  hacia  arriba,  y  que  les  tiraban  para  der- 
ribarlas. Ésto  en  el  primer  verso. 

Melch.  De  la  misma  manera  se  juega  este  juego 
ahora;  su  forma  es  ésta:  toman  un  medio  ladrillo,  y  en 
él  asienta  cada  uno  la  almendra  hacia  arriba,  y  luego  al 


-  115  - 
que  le  cupo  la  suerte  de  tirar  primero  tira,  y  si  lleva  de 
camino  alguna  ó  algunas  las  gana.  Tras  él  van  tirando 
los  demás,  cada  uno  como  le  cupo  la  suerte,  y  el  que  no 
acierta  con  el  tiro  pierde;  llámanle  á  este  juego  Ladri- 
liejo^  por  el  ladrillo  donde  arman  las  tales  almendras, 
nueces  ó  castañas. 

D.  Fern.  Bien  dijo  el  Sr.  D.  Diego  que  es  perito 
Melchor  en  esta  filosofía,  si  bien  el  mismo  juego  lo 
ejemplifica  de  otra  manera  Erasmo,  al  uso  de  su  tierra. 
Ahora  digamos  el  que  se  comprehende  en  el  segundo 
verso : 

Aiit  pronas  dígito  bis-fe  semelue  petit. 

Ha  dicho  Ovidio  que  jugaban  con  las  almendras  en- 
hiestas: ahora  dice  que  las  tendian  llanas  y  les  daban  con 
el  dedo  una  ó  dos  veces. 

Melch.  Ese  juego  le  llaman  Dedillo;  es  así:  po- 
nen una  cuaderna,  y  encima  de  las  tres  almendras  en 
que  se  arman  ponen  la  cuarta  tendida,  y  el  que  juega 
tira  con  el  dedo  á  derribarla  tan  sutilmente  que  no  des- 
componga las  tres:  si  lo  hace  así  gana  la  cuaderna  toda, 
y  si  no  derriba  la  almendra  sola  de  una  ó  dos  veces,  ó  si 
las  descompone  todas,  pierde  la  dicha  cuaderna. 

D.  Fern.  Está  bien.  Vamos  con  nuestro  texto 
adelante. 

Suatuor  in  nucikis  non  ampUus  alea  tota  est. 
Cum  sibi  suppositis  additur  una  tribus. 

Este  es  el  juego  de  las  cuadernas  sencillamente:  la 
forma  de  armarlas  ya  la  ha  dicho  Melchor,  que  es  po- 
ner una  almendra  sobre  tres,  y  luego  tirar  á  derribarlas 
con  una  teja  desde  el  puesto  que  se  señala  de  común 


—   ii6  — 

consentimiento,  tirando  cada  uno  como  le  cupo  la  suerte. 
Y  según  la  lección  del  jugar  de  Suetonio  Tranquilo, 
que  nó  poco  há  trajimos,  leen  algunos  castellatis  nucibus, 
que  viene  á  ser  este  juego  de  las  cuadernas.  La  más  co- 
mún opinión,  con  Isacc  Casaubono,  lee  occillatis,  que 
quiere  decir  horadadas  ó  partidas,  y  pienso  que  el  autor 
escribió  de  esta  manera:  oscillatis,  hoc  est,  sigillaribus, 
q.ue  eran  unas  figurillas  como  muñequillas,  de  que  en 
otro  lugar  trataremos. 

Mas  volviendo  á  nuestras  cuadernas,  digo  que  este 
juego  lo  describe  Philon  en  su  Cosmopea;  y  Nicesas  dice 
que  lo  jugaba  Alexio,  emperador  de  Constantinopla. 
Luciano,  in  Chronosolonibus,  da  á  entender  que  fué  jue- 
go, nó  sólo  de  muchachos,  sino  también  frecuentado  de 
los  mayores.  Vamos  al  siguiente: 

Per  tabula  cli'vum  labijwvet  alter  et  optat. 
Tungat  iit  ex  multis  quceli'vet  una  suam. 

Aunque  con  breves  palabras,  da  á  entender  Ovidio 
que  ponian  una  tabla,  inclinándola  en  forma  que  hiciese 
cuesta,  y  el  uno  de  los  jugadores  decia  al  otro  que  deja- 
se deslizar  su  almendra  por  la  tabla  y  deseaba  siquiera 
una  tocase  con  alguna  de  las  suyas.  Esto  dicen  así  las 
palabras  latinas. 

Melch.  a  este  juego  llaman  los  muchachos  la 
Chasa.  Ponen  una  tabla  cuesta  arriba,  de  modo  que 
puedan  por  ella  rodar  las  almendras;  el  uno  arma  sus 
almendras,  y  al  fin  de  la  tabla  en  la  parte  más  baja;  el 
otro  deja  deslizar  su  almendra  de  la  parte  de  arriba, 
asestando  á  las  del  otro  muchacho;  si  toca  alguna,  esa 


—  117  — 
gana;  si  pasa  por  medio  ó  por  el  lado  sin  tocar,  pierde,  y 
de  esta  manera  van  jugando. 

D.  Fern.     a  nuestro  texto: 

Est  etiam  par  sit  numerus  qui  dicat  an  impar, 
Ut  divinatas  auferat  augur  opes. 

Aquí  viene  el  Sr.  Oidor  F ares  y  nones^  tan  grave, 
que  si  no  le  respetan  hará  como  los  Doce  Pares. 

D.  Diego.  Debido  le  es  todo  respeto  á  tan  gran 
señor,  cuyo  tribunal  es  tan  absoluto  como  el  de  Castilla 
y  León;  mas  aunque  más  pueda  con  la  fortuna,  no 
puedo  yo  creer  su  antigüedad. 

D.  Fern.  ¿Tan  presto  se  ha  olvidado  V.  m.  de  lo 
que  dijo  Ovidio?  Pues  para  que  no  estime  en  poco  per- 
sona tan  grave,  la  tengo  de  calificar  con  información  de 
testigos  bien  ancianos:  el  primero  sea  Platón,  que  tiene 
casi  dos  mil  años  de  edad.  En  la  primera  pregunta  dijo 
que  conoce  á  las  partes  y  que  tiene  noticia  de  este  jue- 
go, á  que  en  su  tierra  llamaban  artiasmos,  del  verbo 
oc.o~LOíC,evj-^  que  le  comunicó  y  trató  desde  muchacho  y 
fué  muy  su  amigo;  y  en  las  demás  preguntas  generales 
dijo  que  venza  quien  tuviere  justicia,  porque  es  muy 
amigo  de  la  verdad.  Dice,  pues,  este  testigo  in  Lyside 
seu  de  Amicitia,  que  entrando  donde  estaban  ciertos 
hombres  haciendo  sacrificio,  vio  que  después  de  acaba- 
do, unos  mancebos  bien  puestos  estaban  en  el  zaguán 
del  templo  jugando  á  las  tabas  y  á  las  tablas  parte  de 
ellos,  y  parte  jugando  á  pares  y  nones  en  un  rincón  del 
gimnasio.  «Ingresi  autem  juvenes  sacrificantes  invini- 
muSy  et  sacra  firme  perada  illibus  aute7n  Comptostalis  cal- 
culusque  ludentes;  fartim  in  ipso  vestíbulo fioris;  partim  in 


—    ii8   — 

gimnasiij  ángulo  parí  inpari  ludebant;y>  y  que  se  halla- 
ron presentes  en  esta  sazón  Sócrates,  Hipotales,  Itessipo, 
Menexeno  y  Lysis. 

No  es  menos,  sino  más  antiguo  que  él  Aristópha- 
nes,  que  testifica  del  mismo  personaje  en  la  comedia 
Plut$,  act.  IV,  esc.  I:  <(.Nos  ser  vuli  par  inpar  hi'deba- 
mus  aureis.  > 

El  mismo  autor,  en  el  act.  IV,  esc.  V,  en  una  gra- 
ciosísima interlocución  que  introduce  de  un  mozuelo  y 
una  vieja  desdentada,  que  por  ser  entretenida  la  volveré 
también  en  verso: 

JuvENis.  Age,  'vis  tu  mecutn  lusitare  diu  tule? 

Anus.        Ubinam,  homo  miser? 

J  u  V  E  N .  Hic  scilicet . 

Ubi  tamem  nuces?  Tu  acceperis. 
Anus.        SIuÍíP.  Sualen  dunü 
JuvEN.  Siuot  sunt  tibi  dentes. 

Carinus.  Lubet,  et  hos  tnihi  dibinando  ascequi. 

Tres  habet  opinar,  aut  f artas  se  quatuor. 
JuvEN.      Sol-ve  nuces,  Jiam  molarem  habet  tantum  unicum. 

JOVEN.       ¿Quieres,  vieja,  que  juguemos? 
Vieja.        ¿En  dónde,  niño  cuitado? 
JOVEN.       Aquí  donde  estoy,  no  sé 

Que  de  almendras  nos  hagamos. 

Tómalas  tú. 
Vieja.  ¿Qué?  ¿Ó  qué  juego? 

JOVEN.       ¿Cuántos  dientes  te  han  quedado? 
Carino.    También  yo  quiero  jugar, 

Y  saberlo  adivinando. 

Digo  que  tiene  tres  dientes; 

Cuando  mucho  tiene  cuatro. 
JOVEN.       Perdiste:  dá  las  almendras. 

Sola  una  muela  le  hallo.  '• 


-   119  — 

D.  Diego.  Saladamente  se  burlaban  con  la  vieja 
los  mancebitos.  Todo  el  mundo  ha  sido  uno. 

D.  Fern.  Esto  mismo  parece  de  la  perseverancia 
de  nuestro  juego  de  Pares  y  nones,  pues  Julio,  en  el 
Onomástico,  dice  de  él:  ^Sed  et  ludere  ■par  inpar  astraga- 
lorum  multitudine  manibus  contesta  dibinationem  habet 
farhim  et  imparium,  Ídem  vero  et  fabis  nucibus^amigda- 
lis,  et  pecunia  faceré  solevant.» 

D.  Ped.  Admirable  testigo,  porque  prueba  el 
modo  de  jugar  apretando  la  mano  y  cubriendo  en  estas 
el  dinero,  nueces,  habas  ó  almendras,  para  que  el  otro 
jugador  adivine  si  son  pares  ó  nones. 

D.  Fern.  No  es  menor  en  el  crédito  que  él,  aun- 
que lo  es  en  la  edad.  Suidas,  también  griego,  que  afirma 
jugarse  en  Atenas:  «Lussus  quídam  talis  est  apud  Athe- 
nienses:  interrogabat  aliquis  nucibus  comprehensis,  exten- 
saque  manu  quantum,  habeo?  Qiuod  si  alter  divinaverit  in 
respondendo,  tot  solvit,  quot  interrogator  in  manu,  te- 
nuit.-* 

Hasta  aquí  los  autores  y  testigos  de  Grecia;  será 
justo  quedemos  lugar  á  los  latinos. 

Horacio  Vcnucino  dice  que  lo  juegan  en  Italia  entre 
otros  juegos:  uLudere  par  inpar  equitare  arundine  longa. 

Interprétalo  con  más  claridad  su  comentador  Acron 
Erlencio,  y  dice  así:  «Ludere  par  inpar  de  illo  dicit, 
cum  quo  pueri  soliti  sunt  ludere  inter  se  quando  promunt 
copiam  nucum  manibus;  tune  quando  simul  veniant  ad  lu- 
dendum  laxo  sinu  veniunt,  et  girum  inter  se  faciunt  et 
proponunt  sive  problemata:  tune  coopert  a  manu  quisque 
ostendit  suo  compari  et  infit,  quot  in  sunt?  Si  alius  augu- 


—    I20    — 

rari  -potest^  aufert^  illi:  sic,  dici  hoc  certant,  doñee  iinus 
desoneret  al¡um.y> 

Muy  buenas  señas  da  este  testigo  del  conocimiento. 

Suetonio  Tranquilo  dice  que  tenía  tanta  estima- 
ción en  el  palacio  de  Augusto  César,  que  daba  dinero 
el  mismo  emperador  para  que  lo  jugasen.  En  una  car- 
ta, escribiendo  á  su  hija:  «Misi  tibi  diñarlos  ducentos 
quinquaginta,  quos  singulis  convivís  dederam  si  vellent 
Ínter  se  coenam  vel  talis^  v  el  'par  inpar  lude  re.» 

D.  Diego.  Bastante  le  ha  calificado  V.  m.  en  su 
persona  y  antigüedad;  resta  que  nos  diga  V.  m.  de  su 
nombre,  por  qué  se  llamó  así. 

D.  Fern.  Los  romanos  le  llamaron  Par  inpar^ 
del  modo  de  jugarlo;  y  no  es  menos  latina  la  fórmula 
de  hoy  en  España,  que  es  señal  que  conservan  la  anti- 
güedad de  los  romanos,  pues  de  preguntar  el  un  mucha- 
cho Par  est?  y  responder  el  otro  Non  est^  se  llama  hoy 
el  juego  de  Pares  y  nones,  juntando  la  pregunta  y  la  res- 
puesta. 

Del  oficio  que  tiene  de  jugar  en  las  controversias 
dudosas,  ya  V.  ms.  saben  cuan  usado  es  echarlo  á  pares 
y  nones,  aunque  este  oficio  fué  de  propiedad  de  otro 
personaje  llamado  de  los  latinos  Mico  micas,  y  que  des- 
pués nos  dirá  el  Sr.  Melchor. 

Melch.     Desde  ahora  se  lo  digo  fi  V.  ms. 

D.  Diego.  ¿Qué  les  parece  á  V.  ms.  de  la  malicia 
de  este  desvergonzado? 

D.  Fern.  No  juzgue  V.  m.  de  la  intención,  que 
si  ella  es  mala,  yo  tuve  la  culpa,  que  le  puse  el  cabo  á  la 
paleta. 


—    12] 


§.    11. 

Nuestro  autor  prosigue  con  los  juegos  de  esta  manera. 

Fit  quoque  decreta  qualem  cceleste  figuram 

Sidus,  et  ingracis  litera  quartatenet. 
Hac  ubi  distincta  est  gradibus  qua  constitit  intus, 

Sluot  tetigit  'virga,  tot  habet  inde  nuces. 

No  pienso  que  está  este  juego  hoy  en  el  uso  con  es- 
tas ceremonias  y  figuras  que  aquí  dice;  y  así,  se  percibe 
con  alguna  dificultad. 

Melch.  Declárelo  V.  m.  en  romance,  que  siendo 
juego  de  almendras  no  se  me  ha  de  escapar. 

D.  Fern.  Yo  pienso  que  se  le  escapó  á  Calderino 
y  otros  gramáticos  que  por  aquí  pasaron;  mas  puede  ser 
que  el  misterio  se  revele  á  los  pequeñuelos.  Lo  que  yo 
entiendo  es  que  los  muchachos,  ó  ya  fuesen  varones, 
levantaban,  formándolos  con  las  manos,  de  lodo,  unos 
valladillos  en  altura  de  tres  ó  cuatro  dedos,  en  forma 
de  triángulo,  que  tal  es  la  figura  celestial  á  quien  los 
griegos  llamaban  delton,  que  es  la  cuarta  letra  de  su 
alfabeto,  y  á  esta  figura  asimila  Ovidio  el  lugar  donde 
echaban  las  almendras:  y  para  que  no  quede  á  sólo  el 
entendimiento,  lo  ofrezco  á  los  ojos: 


En  medio  de  este  cercadillo  ó  embarazo  enastaban 
una  varilla,  que  servía  de  escopo  á  los  que  del  puesto  ti- 
raban las  almendras  á  dar  en  esta  varilla;  y  aquel  que 
daba  en  ella  y  su  almendra  se  quedaba  dentro  ganaba,  y 
el  quenó  perdia. 

A  Erasmo  le  parece  que  la  varilla  no  estaba  enhies- 
ta y  hincada,  sino  tendida  á  la  larga.  No  estoy  de  su 
parecer,  por  aquella  voz  constitit,  que  me  da  á  entender 
que  estaba  derecha  y  levantada. 

Melch.     No  he  vist    ''/gar  esp  juego  en  mi  vida. 

D.  Diego.  Alguna  sen^'  '-i.nza  tiene  con  el  juego 
que  los  muchachos  llaman  de  la  liiyuela,  porque  en  el 
lugar  de  los  valladillos  acá  los  muchachos  hacen  unas 
rayas  que  forman  casi  la  figura  de  una  asierra  tendida 
en  el  suelo,  y  allí  fijan  una  varilla  enmedio,  en  esta  figu- 
ra que  yo  aquí  figuro. 


Tiran  los  muchachos  desde  el  puesto,  y  el  que  toca 
en  la  varilla  y  se  le  queda  su  almendra  en  el  círculo  cua- 
drado gana. 

D.  Fern.  No  es  muy  desemejante  al  otro  juego, 
si  bien  las  figuras  se  diferencian  geométricamente;  y  es- 
te juego  se  hace  de  ordinario  con  cuartos,  y  le  llaman  la 
Rayuela. 

En  Julio  Pólux  hallo  un  juego  llamado  GrammismOy 


~  123  — 

que  parece  viene  á  ser  la  Rayuela,  aunque  aquel  autor 
no  lo  declara  más  que  así:  «Huic^  autem  ludo  proxime 
accedet  Grammismus^  et  dia  grammissareo,  quem  ludum 
nonnulli  et  lineas  vocarunt;»  si  no  contradice  Melchor. 

Melch.     Es  como  V.  m.  dice. 

D.  Fern.     Nuestro  texto  prosigue: 

Vas  quoque  scepe  cwvnm,  spatio  distante  locatur. 
In  quod  ?nissa  lem  mix  cadat  una  mafiu. 

Dicen  que  ponian  un  vaso  cóncavo  apartado  alguna 
distancia  del  puesto,  al  cual  con  mucho  tiento  arrojaban 
á  colar  dentro  una  sola  almendra. 

Melch.  No  se  pone  acá  vasillo  ninguno,  mas  en 
su  lugar  hacen  un  hoyo  del  tamaño  de  la  concavidad 
de  una  mano,  en  el  suelo,  y  el  que  tira  primero  y  cuela 
allí  una  almendra  gana  otras  tantas  de  todos  los  que 
juegan;  y  si  no  la  cuela,  ó  colándola  se  vuelve  á  salir 
fuera,  paga  á  cada  uno  una.  Llaman  á  este  juego  Mo- 
chiliuno. 

D.  Fern.  Mucha  semejanza  tiene  con  el  que  va- 
mos diciendo,  y  entiendo  que  lo  jugaban  también  con 
unas  pecezuelas  de  hueso,  de  que  habla  Pomponio  apud 
Priscianum:  « Ínter im  dum  contemplor  orcam  taxillos 
perdidiy»  que  es  lo  mismo  que  solemos  decir:  «Por  mi- 
rar á  la  puesta  perdí  la  rueca,»  en  refrán  castellano;  y 
no  estoy  del  parecer  de  los  que  reprehenden  á  Cornuto, 
intérprete 'de  Persio,  que  en  aquel  verso:  €Angust¿e  eo- 
lio non  fallí  et  ore^^»  sintió  de  este  juego  de  almendras; 
pues  demás  de  su  antigüedad,  porque  merece  respeto,  se 
prueba  evidentemente  de  este  lugar  de  Ovidio. 

También  hallo  que  en  la  antigüedad  hacian  un  ho- 


—    124    — 

yo  de  industria,  y  á  él  tiraban  almendras,  bellotas  y 
nueces  en  lugar  de  tabas,  y  el  juego  dice  Julio  Pólux 
que  le  llamaban  Tropa,  aunque  esta  voz  le  parece  sos- 
pechosa á  Enrico  Stephano.  Las  palabras  de  Pólux  son: 
(íLudus  autem  Tropa  dictus,  plerumque  astragalisfit^  quos 
infobeam  de  industria  adhorum  receptionem  factumpro- 
jiciunt,  sape  tamen  gladibus  et  nucibus  astragalorum  loco 
ludentes  utuntur.» 

D.  Diego.  Este  juego  se  me  hizo  á  mí  muy  nue- 
vo viéndole  jugar  en  la  puerta  del  Arenal,  en  Sevilla, 
un  día  de  éstos,  y  lo  tuve  por  invención  moderna.  Jué- 
ganlo  con  ocho  bolillas  muy  pequeñas,  y  el  hoyo  á  don- 
de concurren  todas  las  bolillas  juntas,  como  si  dijésemos 
en  tropa,  está  hecho  en  industria  y  sacado  á  plana  en  un 
medio  del  otro  más  pequeño,  donde  han  de  entrar  todas 
juntas. 

D.  Ped.  Si  de  este  juego  de  los  griegos  tropa,  vie- 
ne la  voz  militar  tropa,  por  la  gente  junta  sin  orden? 

D.  FePvN.  No  es  muy  fácil  averiguar,  aunque  la 
voz  toda  es  una.  De  este  juego  habla  Brodeo  sobre 
Marcial,  Üb.  IV,  cap.  XIV,  y  en  las  Misceláneas,  libro 
X,  cap.  XXVI. 

D.  DisGo.  En  las  autoridades  que  V.  m.  ha  traí- 
do de  las  nueces  ó  almendras  vienen  muchas  veces  jun- 
tas las  tabas,  que  parece  llaman  los  griegos  astragahs, 
y  los  latinos  talos;  y  pues  se  parecen  los  juegos,  no  es 
razón  los  aparte  V.  m.,  si  tienen  también  antigüedad, 
que  ella  es  la  que  buscamos. 

D.  Fern.  Tiene  tanta,  y  hay  tanto  escrito  del 
juego  de  la  Taba,  que  los  varios  pareceres  ds  autores 


—    125    - 
griegos  y  latinos  antes  pervienten  que  guian,    y  dando 
noticia  de  él  me  confunden. 

Los  modernos  han  querido  penetrar  esta  dificultad, 
y  no  me  pienso  valer  de  sus  dichos,  si  bien  no  todos 
fueron  en  la  materia  tan  dichosos.  Dijo  algo,  y  nó  ple- 
najmente,  el  obispo  Sipentino,  sobre  el  segando  libro  de 
Marcial;  Philipo  Beroaldo,  sobre  Propercio;  Celio  Ro- 
diginio,  lib.  XX  Lect.  Antiq.^  cap.  XVÍI,  y  en  el  libro 
IV,  caps.  XI  y  XII;  Nicolao  Leoniceno,  in  Sanneto;  Ga- 
leto  Marcio,  De  Promisqua  discip.^  cap.  XX VI;  Esca- 
lígero,  en  las  Exer citaciones  contra  Cardano;  Turnebo, 
en  los  Adversarios^  lib.  V,  cap.  VI;  Lambino,  sobre 
Plauto,  in  Asin.;  Polidoro  Virg.,  lib.  II  De  Inven,  rer.; 
Lipsio,  Antiquan  lect.  inanvivio;  Isacc  Casaubono,  so- 
bre tranquilo,  in  Aug.;  Francisco  Robertelo,  sobre  Cá- 
tulo;  Ramírez  de  Prado,  sobre  Marcial;  Martin  /\nto- 
nio  del  Rio,  in  Senecam^frag.  Herc.  fur, 

D.  Ped.  Por  cierto  para  cosa  tan  menuda  admiro 
que  tantos  hombres  doctos  se  hayan  desvelado. 

D.  Fern.  ¿Pues  de  esto  se  admira  V.  m.?  Otros 
tantos  ó  más  trae  Pedro  Pantoja  de  Ayala  en  sus  Co- 
mentos altit.  de  Aleator^  en  la  Lee.  fin.,  fol.  109,  que  por 
todos  son  de  sólo  los  modernos  treinta  y  dos  autores; 
yo  sacaré  de  todos  alguna  cosa  con  mucha  brevedad, 
remitiendo  á  V.  m.  á  los  autores  alegados. 

Ante  todas  cosas  digo  que  taba  llamamos  acá  aquéi 
hueso  que  los  animales  visalcos  ó  pati-hendidos  tienen  en 
la  coyuntura  baja  de  las  manos:  llamáronle  ]os  griegos 
astragalos;  los  latinos,  talus;  los  españoles,  taba  ó  carni- 
col; los  franceses,  ossellet;  los  flamencos,  pickelsteen.  La 


—     126    — 

figura  de  este  hueso,  como  V.  ms.  lo  habrán  visto  mu- 
chas veces,  tiene  cuatro  lados  todos  diferentes,  como  que 
parece  que  la  naturaleza  ocasionó  en  la  misma  ociosidad 
ruda  del  mundo  este  juego,  y  esta  es  la  mayor  proban- 
za de  su  antigüedad;  y  aunque  Polidoro  Virgilio,  lib.  II, 
cap.  XIII  Be  Invent.  rer.,  no  halla  inventor,  Martin 
Antonio  del  Rio  dice  que  el  bienaventurado  San  Cipria- 
no hizo  inventora  Thallte:  «Suspicor  divum  Ciprianum 
allce  et  talorum  inventionem,  'Thaleti  adscrivere.y> 

Mas  porque  el  nombre  de  éste  no  fué  sino  Talo, 
rey  de  Creta,  y  su  legislador  más  antiguo,  Acinos  entien- 
de que  fué  error,  que  se  extendió  á  las  obras  de  Sexto 
Empírico  contra  Mathemáticos^  cap.  XVIII;  y  aunque 
todos  aquellos  autores  no  han  descubierto  el  inventor 
de  la  taba  y  su  juego,  yo  le  he  hallado  claramente  en  el 
Phedro  de  Platón,  el  cual  hace  inventor  de  ella  y  de  los 
dados  á  Theuth,  á  quien  los  egipcios  en  la  ciudad  de 
Nauerate  dedicaban  la  ibis:  ^Aud'tbi  enim  área  Nau- 
cratim  Egiptii  priscorum  quendam  fuisse  Deorum  cui  di- 
cata sit  avis^  quam  Iblm  voeant^  nomem  autem  Demoríi 
'Theuth.  Hunc  primum  omnium  numerum,  et  numeri  com- 
putationem  invenisse,  et  Geometriam,  et  Astronomiam,  ta- 
lorum rursus,  alearumque  ludos  et  literas. » 

De  manera  que  ya  hemos  dado  con  el  inventor,  no 
sólo  del  juego  de  tabas  y  dados,  sino  de  la  Arithmética, 
Geometría  y  Astronomía. 

Después  de  haber  escrito  yo  esto,  vide  á  Pedro  de 
Guzman  en  los  libros  de  los  Bienes  del  honesto  trabajo^ 
disc.  VII,  §.  III,  donde  siente  lo  mismo  que  yo  tenia 
aquí  escrito.  Alégalo  también  Pedro  Pantoja  adTit.  de 


—    127    — 

ale¿e  lusu^  fol.  87,  in  margine,  según  lo  cual  yo  osaría 
afirmar  fué  Noé  ó  algún  hijo  suyo  ó  nieto,  porque  estas 
ciencias  ellos  fueron  los  primeros  que  las  enseñaron  al 
género  humano  después  del  Diluvio  universal. 

Del  nombre  de  Theuth,  inventor  de  los  juegos  de 
fortuna,  por  ventura  se  deriva  la  voz  de  tahiir,  con  que 
denotamos  á  los  que  juegan  ansiosamente. 

Ser  la  invención  del  juego  de  la  Tí^'m  muy  antigua 
se  prueba  de  Luciano,  en  los  Saturnales,  úo  de  introdu- 
ce al  sacerdote  de  Saturno,  que  muchos  juzgan  ser  Noé, 
preguntándole  que  si  en  aquel  primero  siglo  jugaban  á 
la  Taba:  «Quin  illud  etiam  mihi  responde:  Talis  ludere 
in  usufuií,  íui  quoque  s¿eculi  mortalibus;»  y  le  responde 
que  sí,  porque  no  llegaba  la  soltura  á  tanto  que  jugasen 
millaradas  de  ducados,  como  ahora,  sino  cuando  mucho 
jugaban  almendras  ó  nueces;  porque  ¿qué  precio  se  ha- 
bía de  dar  á  hombres  que  ellos  todos  eran  de  oro?  Sus 
palabras:  ^Erat  sane,  ut  non  depositis  talentis,  verum,  ut 
plurimum,  nucibus;  namque  tándem  pretio,  certassent 
ipsi  talis  cum  ipsi  toti  essent  aurei?» 

Después  de  esto  introduce  á  Júpiter,  también  jugan- 
do á  la  Taba:  tNuper  vero  Rex  Ule  atque  omnium  pater, 
depositis  Aegide  ac  fulmine .^^  Á  los  héroes  pone  tal  vez 
jugando  este  juego  Apolonio  en  sus  Argonautas.  Todo 
esto  no  lo  digo  á  otro  fin  que  su  mucha  antigüedad. 

D.  Diego.  Resta  saber  si  lo  jugaron  los  mucha- 
chos. 

D.  Fern.  Nó  sólo  era  juego  de  muchachos,  pero 
él  mismo  era  símbolo  del  entretenimiento  de  esta  edad. 
Pausan ias,  in  Achaicis:  «Talus  quidem  adolescentum  eí 


—    I2«    — 

Virginum  luscionem  significat  quíe  a  natura  grandioribus 
a  liena  teñera  ¿etati  non  indecora  est.» 

Ninguna  cosa  hallaban  más  á  mano  los  muchachos 
para  jugar,  ni  más  fácil;  y  así,  su  afición  fué  siempre 
una.  Aristóphanes,  en  la  comedia  Avispas:  «Equidem  te 
puto  velle  as  trágalos  occhare  fuelle. y>  Platón,  in  Lyside: 
idnvenimus  pueros  calculis  talisque  ludentes.» 

Plutarco,  en  el  De  Fortuna  Alexandri,  trayendo 
aquella  pérfida  sentencia  del  capitán  Lisandro:  «Viros 
jure  jurando:  pueros  talis  fallendo.y> 

Julio  Pólux  trae  por  testigo  á  Platón  de  su  senten- 
cia: «Sed  est  pueros ,  in  Spoliariis  astragalos  sportulis  ra- 
pere,  Plato  inquit.>y 

Lucano  compara  á  este  siglo  á  el  muchacho  que 
juega  á  la  Taba,  in  Auctiene  vitarum:  «^lid  est,  Secu- 
lum?  Puer  ludens,  ludens  talis.» 

Este  juego  era  el  entretenimiento  de  aquel  brioso 
mancebo  Alcibiades  cuando,  jugando  con  otros  de  su 
tamaño,  venía  una  carreta,  y  llegando  á  la  sazón  el  rústi- 
co carretero  para  que  se  quitasen  de  la  calle,  todos  los 
muchachos  echaron  á  huir;  sólo  Alchibiades,  á  quien  le 
tocaba  la  mano,  le  mandó  que  se  detuviese,  y  no  lo  ha- 
ciendo por  su  villanía,  se  tendió  de  bruces  en  la  tierra 
diciendo:  Pase  si  quiere,  Plutarcus,  in  Alcibiades:  <Pa- 
cio  etiam  nunc  lucitahat  in  bicotalis  cum  jaciens  qu¿e  vices 
redirent,  adipsum  supervenit plaustrum  omistum:  ibipri- 
muní  aurigam  sustinere  jussit,  quo  non  párente  ob  rustici- 
tate  sed  per  gente,  alii  pueri  dimoverunt  se:  Alcibiades 
pro  vehiculo  absesit  se  in  faciem  espendensque  se  esmodo, 
dixit:  Si  velle t y  transir et.» 


—    129    — 

Séneca,  en  el  lib.  IV  De  Constantia:  «Non  ideo  quid 
quam  Ínter  illos  puerosque  interesse  quis  dixerit  quod  illi 
taloruMy  nucanque  et  ¿eris  avaricia  est.» 

Por  último  de  esta  averiguación  digo  que  los  mu- 
chachos llamaban  mujer,  que  es  lo  mismo  que  mocoso, 
á  los  que  no  jugaban  bien:  así  lo  dice  Fexto  Porapeyo 
en  los  Fragmentos:  «Mulier  dici  solet,  quasimucosuSy  is 
qui  talis  male  ludit.-» 

También  era  juego  de  viejos,  por  ventura  porque 
se  cumpliese  en  ellos  el  proverbio:  Bis  pueri  senes.  Y 
así.  Cicerón,  en  el  lib.  De  Senect,  dice  que  se  queden 
los  mozos  con  las  armas,  los  caballos,  lanzas,  mazas, 
pelotas,  nadar  y  correr,  dejando  las  tabas  y  los  dados  á 
los  viejos:  ^Haheant  igitur  alii  sibi  arma,  sibi  equos, 
sibi  hastas,  sibi  clavam  et  pilam,  sibi  natationes,  et  cur- 
sus,  nos  senibus  lusionibus  multis  talos  relinquant  et  tes- 
seras.  » 

Y  Juvenal,  en  una  Sátira:  «Si  damnosa  juvat  senem 


§.     líí 

Modo  de  jugar  á  la  Taba. 

D.  Ped.  Díganos  V.  m.  ahora  la  forma  de  jugar 
á  la  Taba. 

D.  Fern.  Mucha  dificultad  adivino  en  la  respues- 
ta; pero  diré  algo  de  lo  que  entiendo,   presuponiendo 


—  ijo  — 
que  las  tabas  con  que  jugaban,  ó  eran  de  las  mismas 
naturales  que  se  sacan  de  los  animales,  ó  á  su  imitación 
hechas  de  diferentes  materias,  como  marfil,  oro,  plata, 
etc.  Jugaban  tal  vez  con  una  taba  sola;  de  ordinario  era 
con  cuatro.  Cicerón,  I  De  Divinal.:  aOjiatuor  tali  casu 
jacti  venerem  efficiunt. » 

El  mismo,  en  otra  parte:  KVenerem  jacti  posse  qua- 
tuor  tdlis  jacti s  et  quadringentis  veneréis  non  posse  casu 
consistere.» 

Plauto,  en  la  comedia  Curculo: 

Talos  possit  sibi  in  manum,  prmjocat 
Me  in  aleam,jusit  buhorios  quatuor. 

Para  evitar  las  fullerías  y  pandillas,  no  tiraban  las 
tabas  con  la  mano,  sino  tenian  un  vasillo,  que  llama- 
ban firgOyturricula  ó  fritillo^  el  cual  tenía  dentro  unas 
como  gradas  ó  escaloncillos:  echaban  dentro  los  talos  ó 
tabas,  y  meneábanlos  muy  bien,  y  luego  los  arrojaban 
sobre  una  tabla  que  llamaban  albeolo.  Del  vasillo  habló 
Séneca  en  la  Coloqutntida: 

Nam  quoties  7nissurus  erat,  resonante  frittllo 
Utraque  subdacto  fugie-vat  tessera  fundo. 

Marcial,  en  el  lib.  V,  Epig.  últ.: 

Et  blando  male  perditus  frittllo . 

Sidonio  Apolinar,  lib.  II,  Epist.  IX:  ^Crepitandum 
fritillos,  tesserarum  strepitu;y>  et  in  Carmina  XXIII: 

Hic  talos  crepitantibus  fritillis. 

Por  ser  este  vasillo  causa  de  evitar  tahurerías,  se 
gloría  en  Marcial: 

¿iua  crit  compositus  manus  impro'va  mitire  talos. 
Si  per  me  liccet  nil,  nisi 'vota  facit . 


—  IJI  — 

Como  si  dijera: 

La  mano  del  tahúr  procura  clavar  el  dado; 
Pero  si  por  mí  no  es,  no  gana  más  que  deseos. 

A  la  tabla  dijimos  que  llamaban  albeolo.  Así  lo  dice 
Cicerón,  De  Finibus:  «Aut  alveolum poseeré^  aut  quare- 
re  quempiam  luáum.'» 

También  le  llamaban  tabla.  San  Isidoro:  «In tabula 
¡uditur  pyrgOj  tesserisque  eitalis.» 

D.  Diego.  Ahora  nos  dirá  V.  m.,  si  es  servido, 
cuándo  ganaban  ó  cuándo  perdían. 

D.  Fern.  Las  suertes  buenas  ó  malas  se  llama- 
ban con  todos  estos  nombres:  cous^  chtus^  planus^  Venus  y 
caniSy  basiliscuSy  Hércules ^  vulturius.  Y  de  otra  manera: 
MidaSy  vulturiuSy  Hércules^  Venus,  canis,  as¡nus,  síes?- 
choriy  suppus,  chius,  cous,  curipidis,  signum. 

D.  Diego.  No  distingue  V.  m.  las  suertes  buenas 
y  malas,  para  que  sepamos  cuáles  eran. 

D.  Fern.  Las  suertes  dichosas  eran:  Venus ,  cous , 
suppuSy  basiliscus.  Midas,  Hércules;  las  infelices  y  azares 
eran:  canis,  chiuSyplanus,vulturius,  asinus. 

Llamaban  también  á  la  suerte  feliz  senio  y  á  la  infe- 
liz unió,  nó  porque  tuviesen  puntos,  sino  tomando  la 
metáphora  de  los  dados,  que  tenian  seis  lados  y  en  ellos 
figurando  desde  un  punto  hasta  seis. 

Muchas  autoridades  se  podrán  traer  de  todo  lo  di- 
cho, pero  basten  pocas  que  lo  prueban  bien.  Propercio, 
lib.  IV: 

F.t  mihi  per  talos  -venerejn  quai-ente,  secundas 
Damnosi  se??iper  suhsiluere  canes. 


Yo,  con  tabas  favorables, 
Buscaba  suerte  de  Vénusj 
Pero  los  canes  dañosos 
Sallan  por  mal  agüero. 

San  Isidoro:  «Canem  vitari  ab  aleatoribus,  quia 
damnosus  est,  et  unum  significat.  Operi  Senionem  quia  bo- 
num  jactum  afferet.» 

Marcial: 

Senio  nec  nostrum  cum  cañe  quassat  ebur. 

D.  Ped,  Díganos  V.  m.  ahora  cómo  ganaban  ó 
perdian. 

D.  Fern.  Si  jugaban  con  una  taba  sola  como 
ahora,  y  echaban  la  parte  de  ella  que  hace  algo  de  in- 
chazon  ó  barriga,  le  llamaban  los  nombres  de  felicidad. 
Venus,  cous,  etc.,  y  ganaban.  Si  echaban  la  parte  con- 
traria á  ésta,  que  hace  una  concavidad  y  es  algo  llana, 
le  llamaban  canis,  chius,  planus,  vulturius,  etc.  Cuan- 
do jugaban  con  cuatro  tabas  era  la  suerte  dichosa  si 
caian  todas  cuatro  cada  una  en  postura  diferente;  mas 
si  caian  todas  de  una  misma  figura,  era  azar  y  mala 
suerte. 

Melch.  En  tomando  V.  ms.  la  taba  no  hay  quien 
se  la  quite  de  las  manos,  y  también  tengo  yo  voto  en 
esta  facultad. 

D.  Fern.  Y  el  primero:  pues  diga  V.  m.  lo  que 
le  parece,  que  todos  obedeceremos. 

Melch.  Lo  mismo  es  eso  que  si  jugasen  á  la  Pri- 
mera con  los  naipes,  que  cuando  vienen  cuatro  manja- 
res diferentes  gana  el  que  juega;  como  si  dijéramos  los 
cuatro  sietes,  ó  tres  sietes  y  un  as,  que  hace  primera  pa- 
sante. 


—  ^33  — 

D.  Fern.  No  estoy  muy  lejos  de  pensarlo  así,  y 
aun  por  ventura  degeneró  de  esta  diferencia  de  lados  de 
las  tabas  la  diferencia  de  los  cuatro  manjares:  mas  resta 
averiguar  lo  que  íbamos  diciendo,  y  en  Luciano  hay  un 
lugar  insigne  con  que  lo  averigüemos.  Hablando  de 
un  loco  enamorado  de  una  estatua  de  Venus,  dice  que 
para  ver  si  le  habia  de  suceder  bien  ó  mal  echaba  ¡as  ta- 
bas; y  si  salia  la  suerte  de  Venus  se  alegraba,  y  si  lo 
contrario  echaba  maldiciones:  «Super  mensa  quatuor  ta- 
los Lybic<e  capra  componens,  ludendo  experiabatur  quid 
sibi  sperandum  foret.  Et  scopum  quidem  jaciendo  sortitus 
erat^  l¿etabatur  nullo  talorum  effigie  a  equali  cadente: 
sin  autem  ut  fit  negligentiuSy  talos  jecisset  in  mensam  et  illi 
abominavilius  subsilnssent  universe  Gnido  dirás  impre- 
cabaturj) 

De  aquí  se  entienden  fácilmente  aquellos  versos  de 
Marcial : 

Cum  ñeterit  nullus  'vultu  enbi  talis  eodem 
Muñera  me  dices  magna  dedisse  tibi. 

Cuando  caen  las  tabas  con  lados  diferentes. 
Dirás  que  te  envíe  grandes  presentes. 

En  esta  materia  hay  un  lugar  de  Suetonio  Tranqui- 
lo, in  Augusto^  que  á  los  intérpretes  ha  hecho  mucha 
dificultad  su  inteligencia.  Trae  este  autor  una  epístola 
original  de  Augusto  á  Tiberio,  en  que  le  dice:  «Juga- 
mos ayer  y  hoy,  mi  Tiberio,  como  unos  viejos;  porque 
echadas  las  suertes  de  las  tabas,  el  que  echaba  el  can  ó  el 
senion  ponia  cada  vez  un  real,  todo  lo  cual  tiraba  el 
que  echaba  la  suerte  Venus.»   «LucimuSj  mi  Tiberi, 


—  134  — 
yz^fyjxi'/Mzeri^et  hodie^talis  enim  jactatis  ut  quisque  senio- 
nem  aut  canem  misserat  in  singulos  talos  singulos  denarios 
conferehat:  quos  tollehat  universos  qui  venerem  jeserat.y* 
La  dificultad  está  en  que  hemos  dicho  que  era  suer- 
te feliz  el  senion,  y  que  con  ella  se  ganaba;  y  se  prueba 
llanamente  de  aquel  verso  de  Persio: 

Scb-e  erat  voto  quid  dexter  seiiio  ferret. 

Pues  como  aquí  lo  compara  Augusto  César  al  can, 
y  dice  que  si  echaba  el  senion  ó  el  can  ponía  un  real 
tantas  veces  cuantas  echaba  aquella  suerte,  y  que  se  los 
llevaba  todos  el  que  echaba  la  Venus;  respondo  que 
cuando  jugaban  con  una  taba  llamaban  al  can  suerte 
infeliz,  senion;  mas  cuando  jugaban  con  cuatro  tabas, 
llamaban  y  era  suerte  dichosa.  Y  porque  Augusto  jugó 
con  sola  una  taba,  como  consta  de  aquellas  palabras  in 
singulos  talos,  por  eso  perdia  el  que  echaba  el  senion  ó 
can. 

D.  Diego.  Ha  dicho  V.  m.  los  nombres  de  los 
dos  lados  contrarios  de  la  taba,  y  le  faltan  los  otros  dos, 
que  no  nos  ha  dicho  cómo  se  llamaban,  ni  si  perdian  ó 
ganaban  con  ellos. 

D.  Fern.  Respondo  que  al  lado  de  la  taba  muy 
llano  le  llamaban  ternion,  y  al  opuesto,  que  hace  una 
concavidad  con  esta  figura  c/o,  le  llamaban  cuaternion:  el 
que  echaba  estos  lados  todos  cuatro  era  suerte  azar,  y 
perdia;  pero  si  echaba  uno  ó  dos  terniones  ó  cuaternio- 
nes,  y  los  demás  eran  de  las  otras  figuras,  no  perdia, 
antes  ganaba  con  el  ternion  tres  dineros  y  cuatro  con 
el  cuaternion.  Tal  vez  dejaban  la  taba  tan  solamente,  ó 
dejaban  las  tabas,  como  jugando  acá  á  la  Perinola,  cuan- 


-  135  — 
do  sale  la  letra  D,  ó  como  cuando  juegan  al  parar  y  sale 
presa  sin  pinta,  que  si  es  la  del  contrario  no  pierde  más 
que  el  naipe  y  pasa  al  otro  siguiente. 

D.  Ped.  Yo  estoy  muy  contento  con  lo  dicho,  y 
pienso  lo  estará  el  Sr.  D.  Diego. 

D.  Diego.  Yo  lo  estoy  mucho,  y  me  admiro  de 
la  antigüedad,  estimación  y  frecuencia  del  juego  de  ja 
Taba,  y  me  lastimo  que  á  la  buena  señora  la  haya  des- 
terrado Bihariy  supremo  monarca  de  la  ociosidad,  á  la 
provincia  de  la  Picardía.  Mas  quisiera  yo  saber,  si  en  el 
juego  de  la  Tábanos  quedan  algunos  rastros  de  lo  que 
fué  antiguamente.  . 

D.  Fern.  Paréceme  que  podemos  comparar  el 
juego  de  la  Taba  que  hoy  vemos  usar  con  aquellas  dos 
famosas  estatuas  que  en  Roma  llaman  Pasquín  y  Mar- 
fodio,  que  de  puro  manoseadas,  traidas  y  llevadas  de  un 
lugar  á  otro  apenas  les  ha  quedado  rastro  ni  figura  de 
lo  que  antiguamente  eran.  Y  así,  ni  más  ni  menos,  ire- 
mos adivinando  los  vestigios  que  hoy  nos  quedan  en  la 
Taba  de  su  uso  antiguo,  y  de  lo  que  fué  y  resta  hoy, 
que  es  bien  poco. 

En  cuanto  á  lo  primero  de  la  taba,  lo  mismo  es  y 
de  la  misma  manera  que  Dios  la  crió;  que  como  este  es 
derecho  natural,  no  se  puede  mudar.  Del  nombre  latino 
queda  algún  vestigio,  diciendo  de  talos^  taba.  Al  lado 
que  los  latinos  antiguos  llamaron  canis  parece  le  llaman 
ahora  carne,  aunque  no  es  ahora  ésta  suerte  infeliz. 

De  la  voz  canícula  parece  que  tomó  todo  el  nom- 
bre la  taba,  pues  algunos  ó  muchos  lugares  de  Castilla 
le  llarnan  carnicol.  Yo  he  querido  averiguar  esto  alguna 


-  136  - 

vez,  preguntando  á  los  muchachos,  y  he  sabido  que  á 
k  suerte  del  un  lado  llaman  ahora  horca^  que  es  la  suer- 
te infeliz,  como  lo  fué  la  de  canis;  á  la  contraria  llaman 
carne,  que  es  la  suerte  de  Venus.  Suelen  llamar  tam- 
bién á  un  lado  chuque,  que  parece  de  género  del  nom- 
bre chius. 

La  Perinola  parece  ser  hija  muy  parecida  á  la  Ta- 
ba, porque  tiene  cuatro  lados  no  más,  y  en  ellos  vemos 
estas  cuatro  letras:  T,  S,  P,  D.  La  T  corresponde  á  la 
suerte  de  Venus,  porque  el  que  la  echa  se  lleva  todo  el 
dinero  que  los  jugadores  han  puesto,  como  dijo  Augus- 
to en  Suetonio  Tranquilo:  «dúos  tollebat  universos  qui 
veneremjecerat.%  Y  esta  misma  suerte  se  llamaba  coo, 
suppo,  basilisco  y  Midas. 

La  contraria  suerte  es  P,  y  corresponde  al  canis,  ó 
canícula,  ó  senion,  y  el  que  la  echa  pone  el  puesto,  co- 
mo vimos  en  el  lugar  citado  de  Tranquilo:  «Talis  enim 
jactatis,  prout  quisque  senionem  aut  caneni  misserat,  in 
singulos  talos  singulos  denarios  conferebat.» 

Llamóse  también  esta  suerte  plano,  vulturio,  chio, 
asino. 

La  D  y  la  S  corresponden  al  ternion  y  cuaternion, 
que  parecen  suertes  medias  ó  indiferentes. 

Melch.  Algo  tenía  que  decir  Melchor;  mas  pues 
ya  no  se  hace  caso  de  él,  sería  bien  lo  dejasen  ir. 

D.  Fern.  Tiene  razón  el  señor  Melchor,  que 
aqui  quien  puede  hablar  en  esta  materia  sólo  es  él. 

Melch.  No  digo  yo  tal,  sino  que  en  aquellos 
nombres  lo  metió  V.  m.  todo  á  baraja  y  se  dejó  mucho 
por  decir. 


-   137  — 

D.  Fern.  Á  tiempo  estamos  todavía,  señor  Mel- 
chor; diga  V.  m.  todo  lo  que  supiere  de  esta  arte. 

Melch.  Digo  que  aquellos  nombres  modernos 
que  V.  m.  dio  á  la  taba  y  á  sus  lados,  no  siempre  son 
siempre  unos,  sino  que  se  mudan  conforme  á  los  jue- 
gos: cuando  se  juega  al  juego  que  llaman  Taba^  llaman 
carne  á  la  que  hace  aquella  figura  co,  y  con  ella  ganan; 
y  á  la  opuesta  y  contraria  le  llaman  chuque,  y  pierden 
con  ella:  cuando  la  taba  cae  á  la  parte  llana  que  tiene 
una  concavidad  le  llaman  un  nombre  deshonesto  de  la 
parte  trasera  sobre  que  nos  sentamos,  y  a  la  contraria  á 
ésta  llaman  barriga,  por  aquella  hinchazón  que  allí 
muestra  el  hueso,  y  con  ésta  ganan,  perdiendo  con  la 
contraria. 

Hay  otro  juego  de  Taba  que  llaman  Rey.  En  éste 
tienen  los  mismos  lados  otros  nombres:  á  la  que  hace 
aquella  figura  co  llaman  rey,  y  á  la  contraria  alguacil; 
á  la  que  hace  barriga  la  llaman  zapata,  y  á  la  contraria 
llaman  horca. 

D.  Fern.     Decid  cómo  se  juega  ese  juego. 

Melch.  Echa  cada  uno  la  taba  en  alto  conforme 
les  ha  cabido  el  tirar,  y  al  que  le  cabe  el  lado  que  lla- 
man rey  lo  es,  y  el  que  le  cabe  alguacil  hace  su  oficio  de 
alguacil;  al  que  la  zapata  hace  oficio  de  verdugo,  y  al 
que  le  cabe  horca  hace  oficio  de  condenado. 

D.  Fern.     Por  manera  que  es  un  tribunal  entero. 

Mélch,  Sí  señor,  porque  hay  rey,  alguacil,  verdu- 
go y  horca,  que  es  el  reo  y  el  suplicio.  El  alguacil  con- 
dena primero  á  tantos  azotes;  si  el  reo  consiente  la  sen- 
tencia se  ejecuta  luego;  si   no  la  consiente  apela  al  rey, 


-  138  - 
el  cualj  como   le  parece,  aumenta  ó  disminuye  la  sen- 


tencia. 


§.     IV. 

Dados  y  Tesseras. 

D.  Ped.  Muy  engastado  viene  ese  juego  de  la  Ta- 
ba con  el  juego  de  los  Dados. 

D.  Fern.  Ambos  se  comprchenden  bajo  de  una 
voz  general  latina,  que  es  alea,  que  significa  todo  gé- 
nero de  juego  de  fortuna;  aunque  este  de  los  Dados,  por 
ejercitar  en  él  más  que  en  otro  su  poderoso  imperio  esta 
mudable  y  ciega  diosa,  se  ha  alzado  con  el  nombre  de 
alea  simpliciter;  y  ahora  también  entendemos  con  él  los 
Naipes,  juego  muy  parecido  al  de  los  Dados  en  la  fortu- 
na, aunque  nó  en  la  materia  y  forma. 

D.  Ped.     ¿Es  antiguo  el  juego  de  los  Naipes? 

D.  Fern.  Nó  señor,  y  por  tanto  lo  excluiremos  de 
esta  conversación  como  no  digno  de  entrar  en  el  colegio 
de  los  demás;  el  de  los  Dados  es  muy  antiguo,  aunque 
nó  tanto  como  el  de  la  Taba,  porque  lo  inventaron  los 
de  Lidia,  y  éste  Noé  ó  sus  hijos  y  nietos. 

De  que  inventaron  los  dados  y  tesseras,  que  éste  era 
su  nombre  propio  latino,  los  lidos,  es  autor  Herodoto  en 
el  lib.  I;  y  aunque  el  nombre  propio  y  más  común  de 
los  dados  es  tessera,  el  señor  San  Isidoro,  en  sus  Ethi- 
mologias,  les  llama  con  todos  éstos:  lessera,   lepusculus, 


—  139  — 

jaculum^  quadrantal^  numerus.  Ausonio  les  llama  con 
cuasi  el  nombre  castellano  data.  Los  griegos  le  llama- 
ron /vco;,  y  al  juego  v^jr,iix.  Tenian  y  tienen  seis  lados 
todos  iguales,  y  en  ellos  ocho  ángulos,  de  donde  consta 
haberse  engañado  Cardano,  lib.  De  Subtilit.^  en  que  dis- 
tingue el  cubo  de  la  tessera.  Engañóse  también  Toque- 
lino,  sobre  Persio,  que  confunde  el  cubo  con  el  astragalo 
ó  taba,  que  tiene  sólo  cuatro  lados.  Diferenciase  asi- 
mismo de  la  taba  la  tessera^  en  que  por  cualquiera  parte 
que  cae  está  igualmente  firme,  porque  en  ella  no  hay  ó 
no  debe  haber  nada  cóncavo  (si  bien  ahora  los  hacen  al- 
go cóncavos,  aguzando  las  esquinas  ó  ángulos  de  modo 
que  se  tengan  sobre  ellos  sin  tocar  otra  cosa  en  la  tabla), 
en  que  la  taba  no  puede  tenerse  más  que  en  los  cuatro 
lados,  y  si  alguna  vez,  que  era  cosa  muy  rara,  caia  de 
punta  y  se  tenía,  era  tenido  por  dichosísimo  agüero  y 
fortuna;  y  así,  se  decia  por  proverbio:  recto  talo^  como 
ya  dijo  Horacio: 

Securus  cadat,  an  recto  stet  tabula  talo. 

Diferenciábanse  también  las  tabas  de  los  dados  en 
que  las  tabas  formaban  juego  con  una  ó  cuatro,  y  tal 
vez  con  cuarenta.  La  tessera  ó  dado  no  fueron  más  que 
tres.  Ovidio: 

Par'va  monére  pudet,  talorum  dicere  jactus 
bt  sciat,  et  vires  tessera  missa  suas, 
Et  modo  tres  jactet  números,  modo  cogitet  apte 
Siuam  subeat  partem,  calida  quamque  'uocet. 

Vergüenza  será  decirlo, 
Pero  vaya  de  las  tabas, 
Cuyo  juego  es  bien  que  sepa 
,  .  La  mozuela  enamorada.  -, 


—   140  — 

Juegue  también  á  los  dados. 
Porque  las  suertes  echadas 
Sientan  las  fuerzas  de  amor, 
Y  reconozcan  ventaja. 
Tres  números  eche  ahora, 
Ó  ya  con  astucia  ó  maña 
Piense  á  qué  parte  se  inclina, 
A  quién  topa,  ó  á  quién  para. 

Más  claramente  lo  dijo  Marcial: 

Non  sunt  talorum  numero  pars  tessera,  dum  sit. 
Major  quatn  talis  alea  sape  mihi. 

No  iguales  en  el  número  seamos 
Los  dados  á  las  tabas,  con  que  sea 
El  juego  nuestro  de  mayor  cantía. 

No  era  de  menor  consideración  la  diferencia  de  las 
tabas  á  la  de  los  dados,  porque  las  tabas  no  tenian  pun- 
tos y  los  dados  los  tenian,  y  de  ellos  y  sus  números,  ca- 
da un  lado  sus  nombres.  San  Isidoro:  «Jactus  quisque 
apud  lusores  v  éter  es  a  numero  vocabatur,  ut  unio^  benio, 
trinio^  quatrio^  quinio^  senio:  postea  apellatio  singulorum 
mutata  est;  et  unionem^  canem,  trionem^  suppum^  quatrio- 
nem,  planum^  vocabant. » 

La  suerte  azar  é  infeliz  era  el  uno,  y  le  llamaban 
can,  y  la  más  dichosa  era  el  seis,  y  le  llamaban  por  esta 
causa  el  diestro,  ó  dichoso  y  feliz: 

quid  dexter  senio  jerret . 
Scire  erat  in  <voto  damnosa  canicula  quantum  r adere,  etc. 

Luciano,  en  los  Saturnales:  «Nisi  forte  tibi  parum 
esse  videtury  ut  in  Tesserarum  ludo  vincas;  cum  que  c¿e- 


—   141   — 

teris  alea  in  unionem  volvatur  íibi  senionem  in  summo 
latere  ostendat.y> 

Nuestro  patrón  San  Isidoro:  «Jactus  'Tesserarumjta 
a  peritis  aleatoribus  componitur,  ut  aferant  quod  volue- 
rinty  ut  puta  sentó ^  nem  quia  eis  in  bonum  jactum  afferat, 
vitant;  autem  canem  quia  damnosus  est  unum  significat.» 

Alegoriza  el  Santo  comparando  el  tiempo  á  los  tres 
dados,  que  no  están  jamás  en  un  ser  y  siempre  se  mu- 
dan, de  la  misma  manera  que  el  tiempo  corre:  <.<Nam 
tribus  tesseris  ludere  prehibent  per  tria  s^eculi  témpora 
pretérita,  presentia  et  futura^  quia  non  estant  sed  de- 
currunt,» 

Adriano  Tuberno,  en  el  üb.  VI,  cap.  III  de  sus  Ad- 
versarios, dice  que  se  dijeron  dados  de  la  voz  latina  da- 
tus,  data,  datum,  y  lo  prueba  de  los  versos  de  Ausonio, 
que  dicen  así: 

h¡arrante7n  fido  per  singula  pufida  res  sur  su, 
¿lúa  data  per  langas  que  re-vocata  moras. 

Yo  pienso  que  del  mismo  antiguo  modo  de  jugarlos 
nos  han-  quedado  en  los  juegos  de  naipes  y  otros  juegos 
lo  que  llaman  Bolos. 

Vtdimus  et  quando  tabula  certamine  tonga, 
Omnes  quifuerant  enufnerasse  Bolos. 

Cuando  jugaban  á  \^  Pelota  otros  semejantes  no  en- 
tra la  mano,  que  entonces  paga  el  bolo  el  que  entra. 
Llamamos  manos  á  los  jactos,  y  así  llamaban  los  roma- 
nos á  lo  mismo,  de  donde  descendió  la  frase  latina:  Ma- 
nus  remittere;  remitir  lo  que  uno  en  una  mano  ó  jacto 
habia  ganado. 

Para  que  no   hiciesen  las  tahurerías   ó  pandillas,   ó 


—    142    — 

para  que  no  clavasen  el  dado,  usaban  de  aquellos  vasi- 
llos que  llamaban  turriculus^  fritillos  ó  pyrgos,  que  te- 
nían dentro  unas  como  cejuelas  ó  escaloncillos,  donde 
rodando  los  dados  se  mudaban  con  tanta  variedad  que 
era  imposible  que  el  jugador,  aunque  tuviese  más  flo- 
res que  un  Mayo,  hiciese  ruindad.  Ausonio,  de  estos 
grados  ó  escaloncillos: 

Alternis  ■vicibus,  qua  precipitante  rotatur 
Fundat  et  excussit  per  cania  buxa  gradas. 

Bien  claramente  lo  dijo  Sidonio  Apolinar,  lib.  VIII, 
Epist.  XII:  «Hic  tessera  frecuens  eboratis  se  saltatura 
pyrgorum  gradibus . » 

De  esta  manera  los  arrojaban  á  la  tabla  llamada  al- 
veolo ó  tabula,  y  no  fristillo  como  algunos  han  dicho. 

Fué  este  juego  de  Dados  aborrecible  en  todos  los 
tiempos  por  lo  mucho  que  en  él  se  pierde,  y  por  las  mu- 
chas ofensas  á  Dios  y  al  prójimo  que  siempre  trajo  y 
acarrea  á  los  que  lo  juegan;  y  así  lo  prohibieron:  las  leyes 
Ticia,  Publicia  y  Cornelia;  después,  De  Jure  Dig.  et 
Cod.,  por  todo  el  tít.  De  alea  lusu  et  aleat,,  L.  vlt.  c.  de 
relig.  et  supt.  fundt.  Autent.  Interdicimus  c.  de  sacris 
ecless.  Reprehendiéronlo  el  señor  San  Cipriano,  y  otros 
muchos  Padres  antiguos,  referidos  de  Juan  Salisberiense 
in  Polycrat.,  lib.  I,  cap.  V;  y  por  las  leyes  de  España,  nó 
sólo  es  prohibido  el  jugar  los  Dados,  pero  el  mirarlos  ju- 
gar y  el  hacerlos:  L.  t,  II,  VII,  tít.  VII,  lib.  VIII  Re- 
copiL;  y  finalmente,  el  refrán  castellano:  í<Lo  mejor  de 
los  dados  es  no  jugarlos.» 


143  — 


S.     V. 


De  las  Damas  y  el  Axedréz. 

D.  Diego.  ¿El  juego  de  las  Damas  y  el  de  Axedréz 
son  antiguos? 

D.  Fern.  El  de  las  Damas  lo  es  mucho,  y  poco 
menos  el  Axedréz:  llamáronse  las  piezas  de  las  Damas 
cálculos^  en  la  lengua  latina,  y  en  la  griega,  y:r,rjw..  El 
juego  se  llamó  Latrunculorum  lusus.  Descríbelo  Alexan- 
dro  ab  Alexandro  en  sus  Dias  geniales^  cap.  XXI,  por 
estas  palabras:  «Ludus  Calculorum,  veteribus  pr¿ecipius 
fuise  traditur,  qui  et  latrones  dicti  hi  enim  duas  divissi 
turmas  erant  colores  dibersi,  quorum  alii  milites  alii  hos- 
tes:  horum  lusus  erat^  ut  turmis  instructis  velunt  qui 
congredi  acie  ■parábante  hxnc  inde  sub  hostium  imagine 
frocederent,  ac  pr¿escripto  fine  quo  ad  quisque  progredi 
debeat:  ita  cavere  opportebat^  ut  dum  postem  quisque  in- 
■vadere  mititur,  alterius  non  pateat  in  cursibus  qui  etiam^ 
exgemma^  fuere  viris^  et  mulieribus  frecuens,  a  melioribus 
vel  summis  honoribus,  vel  máxime  ¿eltus  et  celebratus. 
^em  Tálame  des  invenisse  pro  di  tus  ad  componendas 
otiosi  exercitus  sedit iones.» 

Así  como  este  juego  fué  muy  antiguo  y  celebrado, 
hay  mucha  mención  de  él.  Llamáronse  también  las  pie- 
zas calses,  que  es  parte  del  pié,  y  no  sé  si  el  llamarles 
hoy   á  las  piezas  peones   viene  del  mismo  principio,  o 


—  144  — 
puede  ser  que  como  es  una  representación  de  batalla  se 
llamen  como  los  soldados  peones,  á  imitación  de  la  in- 
fantería, que  camina  á  pié.  Llamáronse  latrones  ó  la- 
trunculi,  porque  todo  el  cuidado  del  contrario  es  comer- 
le á  los  otros  sus  piezas  y  cautivarlas;  por  eso  les  llamó 
cautelosas  Sóphocles,  hablando  de  su  inventor: 

captas  que  temporis  Turunculos , 

Scruposque  que  tesserasque  fallendo  otio 
In<vemt,  etc. 

La  materia  de  estas  piezas  solia  ser  de  vidrio:  Mar- 
cial, lib.  XIV,  Epig.  XVII: 

hisidiosorum  si  ludis  bella  Lat*-onum. 
Gemmeus  iste  tibi  miles  et  hostis  erit. 

Y  Lucano,  más  claramente: 

Vitreo  peraguntur  ?nilite  Bella. 

Petronio  Arbitro  notó  que  entre  el  delicado  apara- 
to de  la  cena  de  Trimalchion,  después  de  ella  entró  un 
muchacho  con  una  tabla  de  therebinto  y  las  piezas  de 
cristal,  y  que  lo  más  delicado  que  notó  fué  que  en  lugar 
de  las  piezas  blancas  ó  negras  jugaban  con  monedas  de 
oro  y  plata.  También  fueron  de  otras  materias  estas 
piezas,  como  hoy  las  vemos  de  madera  y  marfil.  Sirvie- 
ron asimismo  las  conchuelas  de  la  orilla  de  la  mar,  Julio 
Pólux  describe  este  juego  en  el  Onomástico,  y  dice  que 
á  una  parte  de  él  llamaban  la  ciudad,  y  que  á  las  piezas 
llamaban  canes,  y  que  todo  el  cuidado  del  jugador  era 
coger  dos  de  los  peones  de  un  color  del  contrario  dife- 
rente del  otro  en  color.  «Multis  autem  calculis  constans 
ludus  Latrunculorum  est  loca  lineis  disposita  habens:  et 
una  quidem  Latrunculorum  pars  civitas  vocatur,  et  cal- 


-  145  — 
culi  singuli  canis:  calculis  autem  in  duas  -partes  secundum 
colorem  divisisy  Indi  hujus  ars  erat  comprehensione  duo- 
rum  calculorum  concolorum^  alterum  discolorem  tollere.» 
Marcial  llamó  mandras  á  las  casas  donde  se  asientan 
las  piezas: 

Si  -ijincas  Noniumque  Publiunque, 
Mandras  et  'vitreo  Latrone  clausos. 

Aunque  Josef  Scalígero  en  las  notas  á  una  Égloga 
de  Lucano  quiere  que  mandras  sean  los  caballos  de  este 
juego  del  Ajedrez:  véase  este  autor,  que  en  lo  crítico  es 
aventajado. 

A  las  calles  llama  Julio  Pólux  lineas^  y  dice  que 
eran  cinco  de  cada  parte,  y  que  á  la  calle  de  enmedio 
llamaban  sagrada,  porque  de  ella  no  puede  sacar  nadie 
la  pieza  que  la  ocupe  libremente,  si  no  es  por  mucha 
traza  y  violencia;  y  de  aquí  se  dijo  el  proverbio:  «Mo- 
veo  hunc  á  sacra.)-)  Sus  palabras  todas  son  éstas:  «ínter 
quinqué  vero  utrorumque  lineas  erat  sacra  vocata,  et  inde 
movens  calculum  proverbio  locum  fecit.  Moveo  hunc  a 
sacra. » 

Ovidio,  con  mucha  claridad,  describe  el  juego,  libro 
III  De  Arte  amandi: 

Caiitaque  non  tiilit  latronum  pralia  ludat, 
Unius  cutn  germino  caLiilus  hoste  perit. 
Bellatorque  suo  prensus  sine  compare  pugnet. 
jEmulus  et  coeptiim  so-pe  recurrat  iter. 

Las  piezas  ó  cálculos  con  que  cada  parte  jugaba 
fueron,  como  ahora  son,  doce.  Cicerón,  in  Hortensia: 
«Itaque  tibí  concedo  quod  duodecim  scrupis  olim,  ut  cal- 
culum reducás  si  te  alicujus  dati  pcenitet.^ 


—   146  — 

Aquí  parece  que  llama  Cicerón  al  lance,  dado.  El 
movimiento  de  los  peones  ó  piezas  siempre  era  el  ca- 
minar adelante.  Unos  pasaban  muchas  casas,  como 
ahora  las  damas,  otros  caminaban  de  casa  en  casa,  como 
ahora,  sin  saltar,  por  lo  cual  á  aquellos  que  hoy  llama- 
mos damas,  les  llamaban  vagos ^  y  á  los  peones  ordina- 
rios; y  cuando  encerraban  á  algunos  les  llamaban  indios, 
de  donde  proverbialmente  á  los  muy  pobres  y  que  no 
podian  ir  atrás  ni  adelante  les  llamaban  indios.  Señor 
San  Isidoro,  lib.  XVIII,  et  in  cap.  LXVII:  «Calcuh 
partim  ordine  moventur;  partim  vage;  ideo  altos  ordina- 
rios; allios  vagos,  appellant:  at  vero  que  moveri  omnino 
non  pos  uní.  Indios  dicunt:  Un  de  e geni  es  homines  Incite 
vocantur  quibus  spes  ultra  procedendi  nulla  restat. » 

De  donde  se  entiende  aquel  lugar  de  Plauto  en  el 
Penulo:  ^Ad  Indios  rem  rediisse.» 

Así  lo  sienten  Adriano  Turnevo  y  Josef  Scalígero. 

Séneca  hace  memoria  de  este  juego,  reprehendiendo 
que  la  sutilidad  de  los  ingenios  se  gasta  en  cosas  supér- 
jíiuas:  <i.Latrunculus  ludlmuSy  insuper  vacius  subtilitas 
teritur.y> 

Fuéronle  aficionados  jugadores  el  gran  Pompeyo  y 
Scévola,  Jurisconsulto,  de  quien  dice  Quintiliano,  libro 
XI  Inst.,  que  jugando  con  uno  el  dicho  Scévola  á  las 
damas  jugó  una  pieza  mal,  siendo  él  mano,  por  lo  cual 
fué  vencido  y  perdió  el  juego;  y  que  yendo  al  campo, 
acordándose  de  todos  los  lances  que  habia  jugado,  los 
repitió  por  su  orden  y  volvió  á  decirlos  al  jugador  con 
quien  habia  jugado,  y  el  lance  donde  erró,  el  cual  con- 
fesó que  así  era  verdad:  «At  vero  Scévola  in  ludo  duode- 


—   147  — 
cim  scruporum  cum  prior  calculum  promovisset^  esset  que 
victus:  dum  rus  tendí t  repetito  totui  certaminis  ordine 
quo  dato  errasset  recordattus  rediit  ad  eüm^  qui  cum  lus- 
serat:  isque  ita  factum  ese  confessus  est.y> 

Séneca  refiere  de  Canio,  condenado  á  muerte,  que 
notificándole  la  sentencia  fatal,  estuvo  tan  en  sí  que 
contó  las  piezas  todas,  y  dijo  al  centurión  que  venía  á 
notificársela:  «Séarae  testigo  que  !e  llevo  una  pieza  de 
ventaja.»  <iLutrunculis  ludebatur  vocatus  Canius^  nume- 
ravit  cálculos  annuens  centurioni:  Testis,  inquit^  eris  uno 
me  antecederé.» 

De  este  juego  escribió  un  valenciano  un  libro,  que 
yo  vide  impreso  y  leí  algunos  años  há,  y  otro  llamado 
Valle, 

Suidas  reduce  el  juego  á  Philosofía,  y  dice  que  la 
Tabla,  así  dice  la  voz  griega,  significa  el  mundo  infe- 
rior ó  la  tierra;  ser  las  piezas  doce,  significa  el  Zodiaco 
y  sus  doce  signos;  la  arca  y  los  siete  granos  son  los  siete 
Planetas;  la  torre  significa  la  altura  del  cielo,  de  donde 
nos  vienen  los  bienes  ó  males:  «Tabula  enim  est  mundus 
terrestris:  duodenarius  numerus  est  Zodiacus:  ipsa  vero 
arca  et  sepíim  in  ea  grana,  sunt  septem  stell¿e  planetarum. 
Turris  est  altitudo  Cceli  unde  bona  et  mala. » 

Parece  haber  tomado  aquel  autor  las  mismas  pala- 
bras de  Cedreno  en  los  Anuales,  si  bien  la  forma  de  es- 
tas piezas  se  diferencia  en  algo  de  las  que  hoy  usamos 
en  Castilla. 

El  juego  del  Axedrez,  aunque  no  es  tan  antiguo 
como  el  de  las  Damas,  es  muy  antiguo,  pues  lo  inventó 
Xérges,  según  Polidoro  Virgilio,  en  el  año  de  '^^'^^'^  del 


—  148  — 

mundo.  Su  iíivencion  fué  así:  que  no  pudiendo  aquel 
sabio  varón,  ni  atreviéndose  á  decir  á  un  rey  tirano 
cuánto  peligro  corria  su  tiranía  sin  fuerzas,  inventó  este 
juego  para  que  fuese  documento  que  la  majestad  del  rey 
há  menester  muchos  que  le  defiendan  y  acompañen,  y 
que  de  otra  manera  no  podia  estar  segura,  y  para  esto 
instituyó  un  ejército  con  su  capitán,  y  otro  contrario, 
que  cada  uno  procuraba  dar  mate  al  otro.  Llamáronse 
Ludus  Schacorum,  ah  scandendo,  que  es  pasar  adelante  y 
subir;  los  griegos  le  llamaron  ^oapiv^oan;.  Pedro  Gregorio, 
en  el  Syntagma,  piensa  que  es  invención  de  los  hebreos, 
y  que  su  nombre  viene  de  las  dos  voces  Schachi  et 
Mathi;  que  aquélla  s\gv{\ñQ3.  fortificar  y  esta  otra  ma- 
tar ó  ser  muerto:  y  así  el  juego  se  acaba  en  jaque  y  ma- 
te cuando  el  rey,  cercado  por  todas  partes,  sin  poderse 
menear,  está  como  muerto. 

Marcos  Gerónimo  Vida  hizo  un  elegantísimo  poema 
de  este  juego,  en  que  atribuye  su  invención  á  los  italia- 
nos. Por  ser  muy  largo,  no  lo  referiré. 

En  nuestra  lengua  escribieron  de  él  libros  enteros 
Rui  López  de  Segura,  impreso  en  Alcalá  año  de  1562, 
y  el  Ldo.  Martin  del  Rey  no,  á  quien  puso  por  título: 
Dechado  de  la  vida  humana  del  juego  de  Axedrez;  y 
Fr.  Jacobo  de  Thesalonia,  del  Orden  de  Predicadores, 
entre  otras  obras  escribió  cuatro  libros  de  sólo  este  jue- 
go, y  un  tratado  Antonio  de  Prado,  Jurisperito,  y  otro 
Thomás  Foro,  Semproniensis,  que  está  en  el  VII  volu- 
men de  los  tratados  de  los  doctores,  fol.  168. 


DIÁLOGO  IV 


DIÁLOGO  IV 


§.   I. 

De  la  Morra^  Micacion,  Trompos  y  Peonzas. 

D.  Fern.  ¡Quién  pensara  que  después  de  tres  días 
que  há  que  tratamos  de  estas  niñerías  no  estuviesen  ya 
V.  ms.  cansados  ó  enfadados! 

D,  Diego.  Muy  al  contrario,  pasa  en  nosotros 
que  con  la  memoria  de  las  cosas  de  la  niñez,  nos  rejuve- 
necemos. 

D.  Ped.  Tienen  no  sé  qué  de  gusto  escondido, 
que  no  se  halla  en  otras  ningunas,  así  por  su  sencillez 
como  porque  aquel  buen  tiempo  no  puede  ocurrir  á  la 
memoria  sin  el  gusto  con  que  le  acompañamos,  tan  sin 
mezcla  entonces  de  pesar. 

D.  Fern.  Mucho  temo  no  se  diga  por  nosotros 
loque  Séneca:  «Similli  fuer  i  s  sumus,  quibus,  omne  lu- 
dí crum  in  pretio  est.y> 

D.  Ped.     Muy  lejos  estoy  de  ese  temor,  asegurado 


—    152    - 

con  la  autoridad  del  Espíritu  Santo,  que  en  el  capítulo 
XXXII  del  Eclesiástico  persuade  holgarse  honestamen- 
te y  jugar  cada  uno  en  su  casa  ó  su  retiro:  <iPr¿ecurre 
autem  prior  in  domum  tuam,  et  illic  avocare  et  illic  lude. 

Et  age  conceptiones  tuas^  et  non  indelictis  et  in  verbo 
superbo.» — Multa  et  ludo  vide  apudD.  Thomam.  2.  2,  q. 
32,  art.  7,  et  q.  168  de  Modestia^  art.  2  et  3: — et  Ricar- 
dum^  in  4.  sent,^  dist.  1 5 :  — plurima  apud  Stephanum  Co-s- 
taní  in  trac,  de  Ludo  qui  habetur.  —  In  tractatibus  D.  D. 
Thom.  7,  fol.  161: — et  apud  thomam  Actium  de  ludo 
Schacorum  in  iisdem  tract.  D.  D.  Thom.,  tom.  7,/ri78, 
Paris,  de  Puteo  et  Sacra  Lupi,  aliosque  qui  habentur 
eodem  tom.  7  Doctorum.y> 

D,  Diego.  A  tan  segura  autoridad,  y  en  materia 
tan  honesta,  no  hay  que  buscarle  más  razones,  sino  que 
V.  m.  se  disponga  á  la  importunidad  de  nuestras  pre- 
guntas;, y  porque  pienso  que  nos  hace  falta  mi  criado, 
será  bien  llamarle.  ¡Hola,  Melchor! 

Melch.     Señor,  no  estoy  en  casa. 

D.  Diego.  Tú  eres  siempre  de  tan  poco  prove- 
cho, que  viene  á  ser  lo  misnio:  mas  ahora  no  faltes  de 
aquí,  que  te  há  menester  el  Sr.  D.  Fernando. 

D.  Fern.      ¿En  qué  quedamos  ayer? 

D.  Diego.  De  lo  que  V.  m.  ha  comenzado  no 
pienso  que  queda  nada  por  decir;  sólo  que  el  otro  dia 
apuntó  V.  m.  que  en  ocasión  diria  del  verbo  mico  micas, 
á  quien  los  pares  y  nones  hablan  usurpado  el  oficio  de 
j^ugar. 

D.  Fern.  Ya  me  acuerdo  de  lo  que  dije  del  verbo 
mico  apuntando  al  Sr.  Melchor. 


—   ^S3  — 

Melch.  También  yo  me  acuerdo  que  me  descar- 
gué bastantemente. 

D.  Fern.  Pues  yo  quiero  ahora  cumplir  mi  obli- 
gación, y  digo  que  en  el  reino  de  Valencia  vi  jugar  un 
juego  que  llaman  la  Morra,  que  hasta  entonces  no  lo 
habia  visto  jugar  en  mi  vida.  Después  lo  vi  jugar  á  ex- 
tranjeros en  el  Arenal  de  Sevilla,  y  dando  vueltas  á  los 
libros  hallo  que  es  muy  antiguo. 

D.  Ped,  Díganos  V.  m.  primero  la  forma  de  ese 
juego,  que  yo  no  lo  he  visto. 

D.  Fern.  Vilo  jugar  de  esta  manera:  los  jugado- 
res son  dos;  alzan  de  repente  ambos  las  manos  con  los 
dedos  que  quiere  cada  uno  extendidos,  encogidos  los 
otros,  y  al  mismo  tiempo  que  levantan  las  manos  cada 
uno  dice  el  número  que  quiere,  y  el  que  acierta  con  el 
número  que  dijo  contando  los  dedos  que  ambos  tienen 
levantados,  gana,  y  el  otro  pierde:  como  por  ejemplo, 
si  uno  alzara  los  dedos,  y  el  otro  dijere  seis,  que  si  no 
hubiere  más  que  cuatro  dedos  levantados,  pierde  el  que 
dijo  seis,  y  si  los  hubo,  gana;  y  si  ninguno  acierta  la 
suerte  es  indiferente  y  vuelven  á  jugar. 

D.  Ped.  Ahora  entiendo  lo  que  dijo  nuestro  Mar- 
cial cordobés  á  los  opositores  del  magisterio  de  músi- 
ca de  aquella  Santa  Iglesia,  en  una  Décima^  que  si  no 
me  acuerdo  mal  dijo  así: 

Los  edictos  con  imperio 
Maese  Lobo  ha  prorogado, 
Hasta  que  varíe  el  grado 
De  su  vocal  magisterio. 
Si  no  lleva  otro  misterio, 
El  nuevo  término  corra, 


—   154  — 

Y  juegue  en  tanto  á  la  Morra 
Nuestro  pretendiente  Bobo, 
O  apele  de  un  maese  Lobo 
Para  otro  maese  Zorra. 

Dijo  famosamente,  haciendo  alusión  de  los  nombres 
de  los  opositores,  y  tomando  la  metáphora  del  solfear 
con  los  dedos  y  los  gestos  que  los  músicos  hacen,  á  los 
que  hacen  los  que  juegan  ala  Morra;  y  sólo  resta  que 
V.  m.  nos  diga  su  antigüedad. 

D.  Fern.  Jugáronla  muy  de  antiguo  los  rústicos 
romanos.  Marco  Varron,  alegado  de  Nonio  Marcelo: 
^Micandiim  erit  cum  gr¿eco  utrum  ego  illius  nmnerum 
anille  meum,  sequatur.»  Cicerón,  en  el  lib.  De  Divinat.: 
<í¿Q.uid  est  sors?  Ídem  pro-pe  modum  guod  micare,  quod 
talos  jacere^  quod  Tesseras.» 

De  aquí  vino  aquel  antiguo  proverbio:  «Dignus 
qué  cum  in  tenehris  mices.y>  «Fulano  es  un  hombre  de 
bien,  que  se  puede  tratar  con  él  á  ojos  ciegas  y  jugar  á 
la  Morra  á  oscuras.» 

Nonio  Panopolita,  en  el  lib.  XXXÍII  de  sus  Dioni- 
siacoSy  describe  buena  parte  del  juego: 

Ludus  erat  alternatim  dígitos  expandere 
Has  erige nt es,  illas  deprimentes . 

Elegantemente  Calpurnio,  en  la  Égloga  II: 

Tyrsis  et,  o  pueri,  me  judise  pignora  dixit. 
Irrata  sint  moneo:  satis  hoc  mercedis  habebo. 
Si  laudem  ■■uictor,  sifert  opprobia  'victus. 
Et  nunc  alternos  magis,  ut  distinguere  cantus 
Possitis,  ter quisque  manus  jáctate  micantes; 
Nec  mora:  discernunt  digitis. 

Tírsis  dijo:  ¡Ohj  mancebitos! 


—  ^ss  - 

Si  mi  juicio  seguís, 

No  apostéis,  no  pongáis  prendas 

En  contienda  pastoril; 

Baste  por  paga  al  que  vence 

Haber  vencido  la  lid, 

Y  que  del  triste  vencido 
Los  demás  se  han  de  reír: 

Y  para  que  vuestros  cantos 
Más  se  puedan  distinguir, 
Eche  tres  veces  la  mano 
Cada  uno  de  por  sí. 

Y  sin  detenerse  un  punto 
Ellos  lo  hicieron  así, 
Siendo  jueces  sus  dedos. 

Que  el  pleito  han  de  discernir. 

Si  seguimos  el  parecer  de  Cervantes,  en  el  cap.  V  de 
la  Sabiduría  á  este  juego  parece  aludió  el  Profeta  Rey 
en  aquellas  palabras  del  P salmo  XXX:  «/;/  manibus  tuis 
sor  tes  me¿e.-» 

También  está  admitido  comunmente  que  los  solda- 
dos que  sortearon  las  vestiduras  de  Nuestro  Señor  Je- 
sucristo las  sortearon  con  dados,  y  así  se  pintan  en  los 
instrumentos  de  la  Pasión:  mas  muy  consideramente 
Nonio  Panopolita,  en  la  Paráphrasis  del  Evangelio  de 
San  Juan,  dice  que  á  este  juego  de  la  Morra  ó  Mica- 
cion  las  sortearon. 

Purpurea?}!  ne  disecemus  'veram  hanc  tunicam 
Di-vinajn,  habentem  formam  peregrinam,  sed  oro  y  osa. 
Dígitos  nianus  jadentes,p-ocul jacta  signa  'victoria 
Sor  te  'videamus  contentioras  experta  cujus  erit . 

Por  esta  causa  dice  Isaacc  Casaubono  en  las  Animad- 
versiones á  Suetonio  in  Augusto^  que  á  cualquiera  con- 
troversia donde  habia    duda,  así  en  materia  de  precio 


-  156- 

como  de  justicia,  se  dirimía  en  lite  con  Micacion:  tFuit 
autem  Micationis  ujus  frecuens  apud  veteres  in  controver- 
sySyttan  etiam  in  contractibus  faciendis,  si  de  pretio,  aliave 
quavis  senon  convenirent,  Micat iones  delanio  emebantur.y> 

D.  Ped.  Razón  tiene  Mico^  as,  de  quejarse  que 
tan  lata  jurisdicción  se  le  haya  quitado  y  dádosele  en 
España  á  los  pares  y  nones. 

D.  Fern.  Señor;  como  se  le  acabó  á  Roma  su 
monarchía,  pasóse  á  los  Pares  de  Francia,  y  luego  á 
Castilla  y  León. 

D.  Diego.     En  todo  hay  mudanza  y  variación. 

D.  Fern.  Mientras  mandó  Roma,  aun  las  carnes 
en  el  matadero  se  sorteaban  por  Micacion;  mas  después 
se  prohibió  por  edicto  de  Turcio  Aproniano,  prefecto 
de  la  ciudad,  que  hoy  se  conserva  en  un  mármol  que  se 
ve  en  Roma  en  la  iglesia  de  los  Santos  Apóstoles,  y  lo 
trae  Joano  Grutero  en  las  Inscripciones  del  Orbe,  que  es 
como  se  sigue: 

Ex  autor  i  t  ate  Turcü 
Aproniani  Prtefecti  urbis 
Ratio  docuit,  utilitate  siiadente, 
Consiietudine  micatidi  sum  mota 
Sub  exagio  potius  pécora  •venderé, 
¿luam  digitis  coludentibus  tr adere,  etc 

Por  ser  muy  largo,  y  bastar  lo  dicho  para  nuestra 
probanza,  no  lo  pongo  todo. 

D.  Ped.  Muy  admitido  veo  en  el  uso  de  los  mu- 
chachos el  trompo,  y  según  pienso,  también  tendrá  an- 
tigüedad. 

D.  Fern.  Juzgo  lo  mismo  que  V.  m.,  y  nó  con 
pequeña  probanza,  pues  el  Profeta  Rey  toma  de  él  la 


—  157  — 
metáphora  en  el  P salmo  LXXXII,  y  pide  á  Dios  que 
trate  á  sus  enemigos  como  suele  el  muchacho  al  trompo 
ó  peonza:  «Deus  meus^  pone  illos  ut  rotam.»  Allí  la  pa- 
labra rota  signiíica  trompo. 

Así  lo  entiende  Genebrardo:  «Torque  illos  in  niun- 
dum  trochis^  quo  modo  trochus  solet  torqueria  pueris,  jacta 
illos  ut  super  terram^  sphera  et  globus  jactatur;  ó  como 
la  bola  ó  pelota,  que  no  puede  parar  en  cuesta. 

Así  lee  el  Caldeo:  tPone  eos  ut  rotam  qu¿e  vohitur 
et  movetur  nec  consistit  in  declivi.» 

Los  griegos  le  llamaron  trochos;  los  latinos  turbo; 
nuestra  voz  castellana  trompo  más  se  llega  á  la  voz 
griega. 

Aristóphanes  habla  de  él  en  la  comedia  Aves  como 
de  cosa  muy  usada: 

Sy Trocho  ui/iil  JiJJerre  opportet , 

Pi Inteligo 

Troc/ium:  et  quidem  sunt  ?m/ii  per  Jo'vem 

Optime  Cercyrea  tales  ala. 

¿íuibus  te  fac'iam  hodie  trochare. 

Aquí  se  nos  vino  por  su  pié  la  etimología  de  la  voz 
castellana  trocar.,  que  es  revolverse  el  estómago  y  lan- 
zar, que  parece  haber  salido  de  la  voz  trochos  por  el  mo- 
vimiento y  vueltas  que  da  esta  invención  de  los  mucha- 
chos, la  cual  fué  en  dos  maneras:  su  primera,  el  trocho 
griego,  el  cual  era  una  máquina  redonda  hecha  con  unos 
aros  ó  círculos  de  fierro,  y  en  medio  de  ellos  otro  arillo, 
en  que  habia  una  campanilla  ó  cascabelejo  que  sonaba; 
ésta,  impelida  con  un  instrumento  que  llamaban  asa., 
que  revolvia  en  círculo   v  corría  velozmente,  haciendo 


-   158  - 

un  sonido  agudo  y  suave.  Describió  Antilo  un  instru- 
mento muy  parecido  á  esto,  que  le  llaman  ensilicia,  de 
que  trata  Orivacio  en  el  lib.  VI  de  sus  Collectaneos,  y 
Marcial  en  el  lib.  III  de  su  Gymnástica^  cap.  VIII.  De 
este  trocho  habló  Horacio,  lib.  III,  Carm.  ode  XXIV, 
por  juego  de  muchachos: 

Nescit  equo  rudis  Harere  ingenuas  puer, 
Venarlque  timet;  ludere  doctior, 
Seu  graco  jubeas  trocho 
Seu  malis  'vetita  legibus  alea. 

No  sabe  el  muchacho  noble 
Ni  aun  tenerse  en  el  caballo, 
Ni  cazar,  porque  es  más  diestro 
En  el  trompo  y  en  los  dados. 

Del  mismo  habló  Marcial   en  el  lib.  XIV,  Epigra- 
ma CLXVIII: 

Induce ttda  rota:  das  nobis  utile  munus, 
Iste  Trochus  pueris,  ut  ?ni/ii  cantus  erit. 

Tráigase  aquí  la  rueda,  pues  ofrece 
Buen  entretenimiento:  aqueste  trompo 
Es  para  los  muchachos  juguetones; 
Mas  para  mí  los  hierros  de  una  rueda 

El  mismo  poeta,   en  otro   Epigrama  dice    de  esta 
suerte: 

¿Garrulus  in  laxo  cur  annulus  orbe  ^agatur? 
Cedat  autarglstis  ob'via  tornja  trochis . 

¿Por  qué  el  anillo  sonante 
Anda  en  los  mayores  arcos? 
Poique  á  los  agudos  trompoi 
Se  va  la  turba  apartando. 


-  ^S9  - 
Esta  especie  de  trocho  ó  trompo,  aunque   fué  ins- 
trumento de  lucioiies  pueriles,  lo  fué  también  de  varo- 
nes, porque  habia  arte  de  él.  Testifícalo  Horacio  en  su 
Jrte: 

hidocttis  que  pila,  discife,  troc/ii've  quiescit. 

Mejor  Ovidio: 

Hic  artem  nandiprcecipit.  Ule  trochi. 

Requeria  mucha  fuerza  este  juego,  por  ser  el  ins- 
trumento pesado,  y  nó  menos  aquella  asa.  Propercio, 
lib.  líl,  £%.*X1II: 

Increpat  et  'versi  clauis  adunca  trochi. 

Engáñanse  los  que  han  confundido  este  género  de 
trompos  con  los  que  hoy  vemos  usar  nuestros  mucha- 
chos; porque,  aunque  el  nombre  era  todo  uno,  la  má- 
quina y  el  modo  de  jugarlo  eran  muy  distintos. 

El  segundo  modo  de  trompos  era  el  que  hoy  ve- 
mos jugar,  á  que  también  llaman  peonzas.  Llamáronle 
los  latinos  turbo  ó  turben.  De  él  habló  el  Escoliastes  de 
Aristóphanes:  «.Turbo  est  instrumentum  quod  ververe 
vertunt  pueri.»  Y  el  mismo  Aristóphanes,  in  Vespis: 
<Versent  se  coram  nobis  more  Turbinis.y> 

Juéganlo  de  dos  maneras:  con  un  azotillo,  dándole 
aprisa,  haciéndole  dar  muchas  vueltas  alrededor.  Defíne- 
lo Arcon  Helinio,  intérprete  de  Horacio:  «.Torchus 
turbo  est  quia  ludentibus  pueris  scutica  agitatur. » 

Pintólo  elegantísimamente  Virg.,  lib.  VII  de  su 
Eneida: 

Ceu  quondam  torto  'volitans  subverbere  turbo, 
¿luem  pueri  magno  in  gyro  'vacua  atria  circiim 
Intenti  ludo  exercent.ille  actus  /¿abena 


—   i6o  — 

Cur-z'aíh  fertur  spatils:  stupet  inscia  turba, 
Impubisque  manus,  fnirata  'volubile  buxum, 
Dant  ánimos  plaga: 

Como  debajo  de  torcido  azote 
Vuela  el  agudo  trompo,  que  el  muchacho 
Al  juego  atento  en  el  zaguán  vacío 
Al  retortero  trae,  y  él  llevado 
De  punta  de  metal  en  retorcidas 
Carreras  es  traido,  y  espantada 
La  necia  turba  de  los  rapacillos 
Viendo  el  voluble  box  á  quien  aliento 
Las  heridas  le  dan,  etc. 

Tíbulo  se  queja  del  amor,  que  lo  trata  crnelmente, 
como  suele  el  muchacho  á  la  pelota: 

Na?!jque  agor  ut  perplana  citus  seu  'verbere  turbo 
^lem  celer  assueta  'versat  ah  Arte  puer. 

Tráeme  al  retortero, 
Como  suele  el  rapaz  con  diestra  mano 
Vol/er  un  trompo  por  el  suelo  llano. 

Box  le  llama  al  trompo  Persio  en  la  Sátira  III,  por- 
que ordinariamente  se  hacian  de  esta  madera.  Virgil.: 

Ne  cuquis  Callidior  Buxum,  torquerefragello. 

También  parece  haber  usado  los  muchachos  del  en- 
cordonado, con  que  hacen  mover  los  trompos  velocísi- 
mamente  sin  apartarse  de  un  lugar,  y  tan  sesgos,  que 
parece  no  se  menean:  de  este  género  habló  Aristópha- 
nes  in  Vespis: 

Tranquille  ut  coram  nobis  sese 
Ferset  turbinis  instar. 

Horacio,  viéndose  enhechizado  de   los   amores  de 


Canidia,  ó  fingiétidolo,  le  ruega  que  desencordone  el 
trompo  ó  aquel  ovillo  con  que  le  tiene  fuertemente 
atado: 

Canidia,  parce  <vocibiis  tándem  sacris, 
Citumque  retro  sal've  tttrbinem. 

Canidia,  deja  ya  de  cnhechizarme; 
Suelta,  suelta  ese  trompo  encordonado. 

Usaban  las  hechiceras  para  sus  embustes  de  una  fi- 
gura que  llamaban  rombo^  que  casi  imitaba  al  trompo; 
y  así,  Horacio  le  baptiza  con  ese  nombre,  y  mejor  Pro- 
percio,  lib.  IV,  Eleg.  V: 

Straminea  rombi  ducitur  illa  rota. 

Los  intérpretes  de  Teócrito  le  llaman  á  este  instru- 
mento mágico  turbo.  A  su  encordonado  aludió  Lucre- 
cio, VI  De  Rer.  Nal.: 

Traxerunt  torti  mágica  'vertigine  Fili. 

Y  Silio  Itálico  al  encordonado  del  trompo  comparó 
lo  enroscado  de  una  serpiente: 

Alter  latifero  stridebat  tur  bine  serpens. 

Pausanias,  en  el  lib.  VI,  hablando  de  Policles,  ven- 
cedor, cuya  estatua  acompañaban  dos  niños,  dice: 
«Asistunt  pucíones,  dico:  eorum  alter  'Trochum  pr¿efert, 
tenían  alter  appetit.-^ 

Por  último,  no  quiero  dejar  un  Epigrama  griego 
que  habla  del  trompo  elegantemente: 

At  pueri  ei  talis  ludentes  turbine  acuto 
Vertebat  lato  quisque  suum  in  tribio. 

Con  el  agudo  trompo  los  muchachos 
En  el  ancho  zaguán  cada  uno  juega 
Con  el  suyo,  volviéndolo  en  redondo. 


—    l62    — 

Tenían  por  costumbre  decir  los  muchachos  cuando 
tiraban  el  trompo  zw/.y-a  üavrovsra,  que  es  como  si  di- 
jésemos: «Cada  uno  trompe  con  el  que  más  le  convinie- 
re, ó  con  el  más  cercano;»  como  si  acá  dijésemos  en 
nuestro  refrán  otro  nacido  de  un  juego  de  muchachos, 
que  cuando  lo  juegan  dicen:  «Cada  oveja  con  su  pa- 
reja;» sentencia  digna  de  notar  en  los  casamientos  y 
amistades,  que  no  conviene  elegir  lo  que  es  desigual,  ó 
por  grande  ó  por  pequeño.  Y  así,  el  filósofo  Pitaco  en- 
vió á  la  plaza  uno  que  le  consultaba  acerca  de  su  casa- 
miento, para  que  lo  que  allí  oyese  á  los  muchachos  eso 
hiciese.  Véase  Plutarco,  De  Educat.;  Homero,  en  el  IX 
de  la  Iliada,  y  á  Espondano,  su  comentador,  fól.  164, 
Glosa  n. 

D.  Ped.  He  estado  imaginando  si  el  juego  de  los 
Trucos  es  derivado  de  los  Trochos,  porque  se  parecen 
mucho  en  los  nombres. 

D.  Fern.  No  estoy  de  ese  parecer,  porque  los 
Trucos  i  las  Bolas  que  los  muchachos  juegan,  y  el  que 
llaman  Pilamaleo  ó  la  Chucea  son  juegos  modernos:  así 
lo  siente  Gerónimo  Mercurial  en  su  Gymnástica,  libro 
VI,  cap.  VIII. 


i     11. 

De  la  Pelota. 

D,  Diego.     Estos  días  he  visto  muy  valido  y  fre- 
cuentado el  juego  de   la  Pelota,    y  ciertamente   yo  me 


-  i63  - 

huelgo  así  de  jugarlo  como  de  verlo  jugar,  que  no  ss 
qué  tiene  consigo  de  nobleza  y  gallardía. 

D.  Fern.  Es  ejercicio  propiamente  de  nobles  y 
de  príncipes,  y  esta  propiedad  no  la  tiene  de  nuevo;  an- 
tes pienso  que  nació  y  se  crió  con  él,  demás  de  que  es 
bonísimo  adminículo  de  la  salud. 

D.  Fed.     Díganos  V.  m.  lo  que  de  él  ha  leido, 

D.  Fern.  No  podré  yo  decirlo  todo  sin  incurrir 
en  nota  de  prolijo;  pero  diré  algunas  cosas,  entresacán- 
dolas de  lo  que  de  él  han  escrito  varones  gravísimos.  Su 
invención  atribuyen  unos  á  los  lacedemonios;  otros  á 
los  siconios;  Plinio,  á  un  ilustre  varón  llamado  Phito; 
Agalis,  in  Atheneo^  á  Naucicaa,  princesa  hija  del  rey 
Alcinoo;  Heredoto  atribuyó  su  invención  á  los  lidios, 
in  CU  o. 

Lo  que  yo  pienso  es  que  es  aun  más  antiguo,  si  bien 
Homero,  en  el  Vi  de  la  Odisea^  dice  que  cuando  salió 
Ulises  á  la  orilla  de  la  isla  de  los  pheaces  hecho  una  re- 
saca del  mar  y  ludibrio  de  las  ondas,  vio  que  después 
que  la  infanta  Naucicaa  con  sus  doncellas  lavó  y  tendió 
al  sol  sus  paños,  quitándose  los  tocados  de  la  cabeza,  co- 
menzaron á  jugar  á  la  Pelota. 

Caterum  post  quam  cibo  saturata,  ansillteque  et  ipsa 

Pila  ipsa  ludebant,  capitij  redi?nicula  depoiietues: 

His  aute?n  Naucicaa  pulchris  ulnis  incepit  cantilenam. 

Llamáronle  los  griegos  l'^oj/pa;  los  latinos  ■pila^  y 
ambas  naciones  tuvieron  diferentes  juegos,  algunos  de 
los  cuales,  aunque  confusos  en  las  tinieblas  de  la  anti- 
güedad, iremos  declarando. 

Los  griegos  tuvieron  cuatro  géneros   de  pelota,  se- 


—   164  — 

gun  Marcial  en  la  Gymnástica,  lib.  II,  cap.  IV:  grande, 
pequeña  ó  mediana,  vacía  ó  de  viento,  coryco.  Los  la- 
tinos tuvieron  otros  cuatro:  fuelle,  trigonal,  pagánica, 
harpasto.  Diremos  de  todas  algunas  cosas,  y  especial- 
mente de  la  que  ha  quedado  en  uso. 

Fuelle  era  una  pelota  grande,  hecha  de  cordobán, 
llena  de  viento,  la  cual,  si  era  mediana,  la  impelian  con 
los  puños;  pero  si  era  muy  grande,  la  impelian  con  los 
codos:  y  esta  pelota  se  jugaba  entre  muchos,  los  cuales 
al  cogerla  no  habian  de  tocarse  con  los  cuerpos  unos  á 
otros,  si  bien  con  las  manos  se  tocaban;  y  si  entre  dos, 
era  impelida  estando  el  uno  en  contra  del  otro.  El  cory- 
co era  también  pelota  grande,  y  aunque  en  lugar  de 
viento  la  llenaban  de  harina,  y  tal  vez  de  arena. 

D.  Ped.  Díganos  V.  m.  cómo  se  podia  jugar  esa 
pelota. 

D.  Fern.  Colgábanla  del  techo  ó  bóveda  del 
gymnasio,  tanto  distante  del  suelo,  quedaba  cerca  de  la 
cintura  de  los  jugadores;  cogíanla  con  la  mano,  la  arro- 
jaban todo  cuanto  podían.  En  estas  idas  y  venidas  to- 
paba esta  pelota  con  los  jugadores,  unas  veces  en  los 
brazos,  otras  en  los  pechos  y  las  espaldas,  y  de  este  mo- 
do se  ejercitaban;  y  no  dudo,  que  demás  de  ejercicio 
del  cuerpo,  que  era  lo  primero  que  se  pretendía,  tenía 
algún  gusto  y  entretenimiento  para  los  jugadores  y  los 
que  miraban;  y  este  género  de  pelota  me  afirman  perso- 
nas de  crédito  que  todavía  se  usa  en  algunos  lugares  de 
Castilla  la  Vieja. 

Pero  no  dejemos  tan  sin  probanza  el  uso  antiguo, 
que  lo  testifica  Antilo,  médico,  en  OribaciOyy  lo  refiere 


-  ,65  - 

Mercurial  por  estas  palabras:  «Corpus  in  corporibus 
imbesillioribus  grano  Jiculneo,  aut  fariña:  irrobustioribus 
erana  impleíur:  ejus  vero  magnitudo  ad  vires  et  ad¿etatem 
accomidatur;  suspenditur  autem  in  Gymnasii  superne  cul- 
mine^ taníumque  e  térra  distat^  ut  fundum  ad  ejus  qui 
exercetur  umbilicum  pertingat.  Hunc  utrisque  manibus 
tenentes^  qui  exercuntur  priman  quidem  quiete  ^postea  vero 
veementius  gestante  ita  ut  ipsum  resedentem  consequatur^ 
et  iterum  resedenti  cedant^  violentia  compulsi  postremo 
vero  cum  a  manibus  rej  i  siente  emitunt^  ut  cum  revertitur 
vehementius^  corpori  adbentus  suo  ocurrat  ad  extremum 
vero  se  inceden  suam  sapisime  restituendo  dimitunt  ut  ex 
congres  su  sino  a  val  de  abertant  retrocedat^  exquo  sit  ut 
quandoque  manibus  occurrant  dum  propinquat;  quandoque 
pectore^  manibus  pasis^  quandoque  vero  iis  adterga  vo- 
lutis.y> 

La  pelota  pequeña  de  viento,  que  impelían  con  los 
puños,  llamaron  por  esta  causa  folliis  pugilatorius;  así 
parece  de  Plauto  in  Rudente:  «Ex  templo  hercle  ego  te 
follem  pugilatorium  faciam.» 

Por  su  liviandad  le  llamó  Marcial  de  pluma,  nó 
porque  la  llenaban  de  pluma:  «Plumea  sculaxi  partiris 
pondera  Folli.»  Y  por  esta  causa  la  usaban  los  mucha- 
chos y  los  viejos. 

El  mismo  Marcial: 

lie  proculjwvenes,  mitis  mihi  convenit  cetas. 
Folie  decet  fueros  ludere.  Folie  senes. 

Este  género  de  juego  de  Pelota  era  muy  apropósi- 
to  para  la  sanidad,  y  así  el  lugar  donde  se  jugaba  era 
muy  llano,  sin  empedrado  ni  ladrillado;   antes  tenía  al- 


—   i66  — 

gun  polvo,  nó  tanto  que  impidiese  saltar  la  pelota  ni 
correr  los  jugadores,  pero  de  manera  que  pudiesen  afir- 
mar bien  los  pies.  Así  lo  sienta  Mercurial,  trayendo  á 
nuestro  Marcial  en  testimonio: 

Colligit  et  refert  lapsum  de  pul-Tjere  Folle?n, 
Et  sijam  lotus,  jam  soleatus  erit. 

D.  Diego.  No  puedo  entender  aquel  género  de 
juego  de  Pelota  de  viento  que  dijo  V.  m.  que  se  impelía 
con  los  codos. 

D.  Fern.  Ni  los  autores  lo  declaran  de  manera 
que  yo  lo  pueda  dar  á  entender  bien;  pero  allí  por  los 
codos  entiendo  los  brazos,  desde  la  cintura  hasta  las  ma-- 
nos,  porque  como  la  pelota  era  tan  grande  que  no  la 
podía  comprehender  la  mano,  cogíanla  con  los  brazos 
tal  vez,  aunque  de  ordinario  andaba  ella  por  lo  alto  y 
los  jugadores  se  levantaban  todo  lo  que  podían  á  coger 
la  pelota,  extendiendo  las  manos  siempre  y  levantándo- 
las de  la  cintura  arriba  hasta  ponerse  de  puntillas  sobre 
los  pies.  Y  no  se  maraville  V.  m.  de  estos  modos  de  ju- 
gar, que  como  hoy  no  los  vemos  se  nos  hacen  muy  difi- 
cultosos; mas  quien  ha  visto  estos  días  jugar  en  nuestro 
lugar  los  moros  de  Berbería  á  la  Pelota  con  unos  garro- 
tes de  á  tres  cuartas  en  lugar  de  palas,  y  recogerlas  con 
ellos  diestramente,  sacar  y  rebatir,  no  se  admirará  de  se- 
mejantes modos  antiguos. 

D.  Ped.  Yo  he  leído  en  las  historias  de  las  Indias 
que  aquellos  bárbaros  juegan  á  la  Pelota  desnudos,  y  la 
recogen  con  el  cuerpo,  y  vuelven  con  los  muslos  y  espi- 
nillas, y  otras  partes  del  cuerpo  que  de  todo  nos  parecen 
ineptas  para  aquel  ministerio. 


—  167  — 
D.  Fern.     Mucho  más  es  volver   la  pelota  con  la 
planta  del  pié,  y  con   todo  eso  hubo  en   la  antigüedad 
quien  lo  hiciese.  Así  lo  dice  Manilio  en  el  lib.  V  Astro- 


lile  filam  celer't  Jugientem  redJere  planta, 
Et  pedibus  pensare  manus,  et  ludere  saltu. 
Per  totunque  vagas  corpus  disponere  plantas 
Ut  teneat  tantos  orbes,  si'uiqtie  ipse  recludat, 
Et  <veluti  doctos  jubeat  'volitare  per  ipsum. 

Diestro  aquél  en  volver  con  diestra  planta 
La  pelota  que  huye,  compensando 
Con  los  pi.ís  el  oficio  de  las  manos, 
Jugando  á  saltos  y  con  vagas  plantas, 
Disponer  todo  el  cuerpo,  porque  haga 
Tantas  vueltas,  que  en  sí  mismo  se  encoja, 
Y  que  los  pies  por  cima  del  mandados 
Vuelen,  á  este  ejercicio  ya  enseñados. 

No  se  lee  en  la  antigüedad  el  uso  de  las  palas,  que 
ahora  son  tan  comunes,  para  sacar  y  volver  la  pelota, 
pero  bien  el  de  las  raquetas. 

D.  Diego.     No  he  visto  jugar  con  raquetas. 

D.  Fern.  Yo  sí,  en  Sevilla,  en  la  huerta  de  la  Al- 
coba, que  es  parte  de  la  Alcázar  real,  donde  apropósito 
vi  un  juego  de  Pelota  de  este  género  fabricado  allí. 
Los  más  que  jugaban  eran  extranjeros.  La  raqueta  es 
hecha  de  una  redecilla  extendida  fuertemente  sobre  un 
arco  redondo  y  algo  prolongado,  con  su  manubrio  ó  ca- 
bo para  tenerlo  y  jugar  de  él.  De  ella  hace  memoria 
Ovidio,  lib.  III  De  Arte  amandi: 

Recticuloque  pila  leves  fundantur  aperto. 

Pelota  trigonal    no  era  porque  fuese  en   triángulo, 


—  It)«  — 

que  todas  eran  redondas,  sino  porque  se  jugaba  entre 
tres,  puestos  en  triángulo  para  echarla  uno  á  otro  y  re- 
cogerla y  volverla.  Usaban  de  ambas  manos,  porque  no 
cayese  en  la  tierra.  Así  lo  dijo  Marcial: 

Capta'vit  tepidiim  dextra  lanjaque  trigonem. 

Y  en  otra  parte: 

Si  me  mo-uilíbus  seis  expulsare  sinistris. 
Sum  tua  siiiesis  Rus  tice,  redde  pilam. 

Alaba  por  esta  causa  la  destreza  de  Polybio  en  usar 
de  la  mano  izquierda: 

Sic  palmam  tibí  de  trigone  nudo, 
Uiictee  det  fa'vor  arbiter  corante 
Nec  laudet  Polybñ  magis  sinistras. 

Lo  más  cierto  es  que  esta  pelota  trigonal  se  llama- 
ba así  porque  el  lugar  donde  se  jugaba  era  triangular, 
porque  estaba  cerca  del  baño  ó  hypocausto;  este  lugar 
estaba  siempre  húmedo,  resumándose  las  paredes,  por 
lo  cual  le  llamaba  húmeda  Marcial  á  la  pelota:  tepidum 
trigonem.  Pruébase  esto  de  un  lugar  de  Papinio  Stacio 
en  las  Silv.,  lib.  I: 

^id  mine  astra  solo  referam  tabúlala  crepantes 
Anditura,  pilas,  ubi  langidus  ignis  in  erat 
Aedibus,  et  tenuem  'vol'vun  hypoeausta  'vaporem. 

Lo  mismo  se  prueba  de  un  lugar  de  Plinio  el  más 
mozo,  libro  V,  Epist.  ad  Apolinarem:  nApoclyterio  su?- 
perpositum  est  spheristerium  quod  plura  genera  exer- 
citationi  pluresque  circuios  capií.» 

Véase  á  Guevarcio  sobre  aquellos  versos  de  Stacio, 
y  luego  diremos  en  esta  parte  algo  más  de  lo  que  él 
advierte. 


—  169  — 

De  esta  pelota  trigonal  piensa  D.  Sebastian  Covarru- 
bias,  en  el  Tesoro  de  la  Lengua  Castellana^  que  se  dijo 
trinquete  el  lugar  donde  se  juega;  y  Guevarcio,  en  las 
notas  de  Papinio  Stacio,  advierte  que  se  llamó  trigor. 
Lo  mismo  Pedro  de  Avala  Pantoja,  que  recogió  admi- 
rablemente este  juego  y  otros  muchos,  y  los  describe 
con  notable  elegancia  y  claridad.  Del  que  vamos  ha- 
blando escribió  Alexandro,  lib.  III  T)ier.  Genial^  capí- 
tulo XXI,  por  estas  palabras:  uTrigonalis  altera  in  qiia 
sinistr¿e  'pr¿eci-piiis  usus  tradiíur,  nanque  illius  impulsu 
magis  quam  dextrcC  ludus  agebatur  cujus  erat  usus^  vel 
máxime  in  corporis  motu,  et  agilítate  ut  sciret  apte  pi- 
lan? Jasere  atque  exipere  modo  incurrere,  modo  rrecurere.» 

Séneca,  en  el  lib.  II  De  Beneficiis^  cap.  XVII,  hace 
una  elegante  comparación  de  dar  y  recibir  el  beneficio, 
volver  y  gratificarlo,  considerando  quién  lo  da  y  á 
quién.  Son  sus  palabras  tan  elegantes,  que  les  haré  agra- 
vio si  no  las  pongo  todas:  tVelo  Crysippe  noster^  uti  si- 
militudines  de  pil¿e  lusu  quam  cadere  non  est  dubium  aut 
mitentis  vitio,  aut  accipientis,  tune  cursum  suum  servat 
ubi  Ínter  manus  utriusque  cepta  ab  utroque  et  jacta^  et 
excepta  versatur.  Nescesse  est  autem  lusor  bonus  aliter 
ipsam  collusori  longo^  aliter  brebi  mitat.  Eadem  Benefi- 
ciis  ratio  est,  nísi  utrique  person^e  dantis,  et  accipientis 
aptatur  nec  ab  hoc  exibit;  nec  ad  illum  perveni  et  ut  de- 
beat:  si  cum  exercitato,  et  docto  negotium  est  audacius  pi- 
lam  mitemus;  ut  cumque  enim  venerit  manus  illam  expe- 
dita et  agílis  percutiet.  Si  cum  tirone  et  indocto,  non  tam 
rigide  nec  tam  exacte;  sed  languidius  et  in  ipsam  ejus  di 
rigentes  manus  remise  ocurremus.y> 


—   lyo  — 

Mas  este  juego  que  aquí  describe  Séneca  no  es  de 
la  pelota  trigonal,  sino  sólo  entre  dos,  de  la  manera  que 
hoy  se  juega  entre  nosotros,  en  algún  corredor,  sobre 
una  cuerda,  aunque  debajo  del  nombre  de  pelota  trigo- 
nal también  entendió  Marcial  la  común  en  el  lib.  XIV, 
Epig.  CLXIII. 

Llamáronle  tepida  ó  caliente  porque  de  ella  pasa- 
ban al  baño,  y  era  cosa  usada  estar  baño  y  espheriste- 
rio  ó  corredor  de  pelota  juntos,  y  era  fuerza  comunicar- 
se la  humedad  del  un  lugar  al  otro.  De  lo  primero  Pli- 
nio,  enellib.  líl,  Epist.  De  Spurina:  ^  Ubi  hora  balney 
nuntiata  est;  in  solé  si  caret  vento  ambulat  nudus:  deinde 
movetur  pila  vehementer,  et  diu. 

Y  describiendo  el  mismo  Plinio  una  casa  de  placer 
suya,  dice:  «Apoditerium  superpositum  est  spheriste- 
rium,  quod  plura  genera  exercitationis  pluresque  circuios 
capit. » 

Y  Ulpiano  en  la  ley  Siquis  D.  m¿end.:  «Ut  in  hortis 
ejus  quod  raven  m^e  abebat  in  quos  ómnibus  annis  secedere 
solevat  spheristeríum,  et  hipocausta,  et  qu¿edam  alia  vale- 
tudini  apta  su¿e  inpensafaceret.» 

Habiaen  Roma  hora  señalada  para  dejar  el  ejercicio 
de  la  pelota  y  pasar  al  baño,  á  que  tocaba  una  campana, 
y  esta  es  la  primera  vez  que  en  la  Historia  Romana  se 
toca  este  instrumento,  que  después  tocó  y  tomó  la  Santa 
Iglesia  Católica  para  convocar  los  fieles  al  templo.  Mar- 
cial, que  vio  y  dejó  advertidas  muchas  cosas  de  aquella 
República,  que  delineaba  para  la  eternidad,  lo  dice: 

Redde  pilam,  sonat.as  termarum-,  ludere  pergis? 
Virgule  'vis  sola  lotus  abire  domutn. 


Dad  la  pelota,  que  ya 
Suena  el  metal  de  las  termas: 
¿Aún  jugáis?  Iréis  á  casa 
Lavado  con  agua  fresca. 

PdotR  pagcíftíca  se  llama  de  la  voz  pago,  que  es  bar- 
rio, y  aldehuela,  porque  era  tan  frecuente  su  uso,  que 
donde  quiera  se  usaba,  así  en  los  barrios  de  la  ciudad 
como  en  los  pagos,  aldeas  y  serranías  de  fuera.  Era 
también  de  cuero,  llena  de  pluma,  algo  mayor  que  la 
trigonal  y  más  dura,  por  lo  cual  se  jugaba  con  alguna 
dificultad  y  trabajo,  como  de  ella  dice  Marcial: 

Hiec  qua  dificUi  turget  paganicu  plufna. 
Folie  fninus  laja  est,  mi/ius  arcta  pila. 

Harpasto  era  el  último  modo  de  pelota  de  los  roma- 
nos, aunque  la  voz  es  griega,  del  verbo  Kp-ndi^o,  que  es 
arrebatar.  Era  también  de  cuero,  y  más  pequeña  que 
lasque  hemos  dicho.  Los  jugadores  la  procuraban  arre- 
batar á  los  otros,  y  llamábanse  ph^ninda,  de  su  in- 
ventor. 

Ateneo,  en  el  lib.  I,  cap.  VIII:  «Ludus  autem  pil<e 
harpastum  nuncwpatum  pheninda  vocabatur,  quem  ego 
omnium  máxime  dilligo;  et  mox:  appellabatur  ph¿eninda 
ad  inmissione  pila  ludentium,  ve  I  quia  ejus  inventor  fui  t 
Phenestius  P¿edotriba,  ut  testis  Jubas  MaurisiuSy  idque 
Antiphanis  carmine  confirmat. 

Exerseat  phcenindas  apud píianestium. 

Del  nombre  con  que  los  latinos  la  conocían,  Mar- 
cial : 

Slve  harpasta  mana  pul'vurulenta  rapis. 

Et  alibi: 


—  172  — 

Non  harpas t a  vagus pulvurulenta  rap'is. 

Llámala  aquí  pulvurulenta,  porque  como  este  jue- 
go se  hacía  entre  muchos  sin  dejar  caer  la  pelota,  y  unos 
procuraban  quitársela  al  otro,  era  forzoso  al  impelerse 
caer,  y  así  se  ejercitaban  donde  habia  arena  ó  polvo. 

D.  Ped.  Diga  V.  m.  más  claramente  ese  juego, 
para  que  lo  entendamos. 

D.  Fern.  Yo  pienso  que  era  así:  poníanse  los  ju- 
gadores como  dicen,  anchos  en  rueda,  y  enmedio  de 
ellos,  el  que  tenía  la  pelota  hacía  señas  á  uno  como  que 
la  queria  arrojar  á  él,  y  así  iba  engañando  y  descuidan- 
do á  todos,  hasta  que  de  repente  la  arrojaba  al  que  más 
descuidado  le  parecia,  engañando  con  su  disimulación. 

Así  lo  dice  Julio  Pólux  en  su  Onomástico:  aPherin- 
da  autem  dicitur  aut  a  'primo  inventare  Phenindo^ 

aut  a  id  est  decidiendo: 

quoniam  alio  simulantes  -pilam  in  aliam  partem  mitunt, 
decidientes  credulum.» 

Algo  también  toca  Atheneo  en  el  lugar  citado:  Sic 
Antiphanes: 

C api ens  pilam ^  dedit  quidem-,  mox  aufugit. 
Lcetatm  expulit  simulque  hunc  alterum 
Exirefecit. 

Dice  más  Atheneo,  que  en  este  juego  se  guardaba 
cierta  concinidad,  á  manera  de  danza  ó  saltación:  <iT)a- 
vant  operam^  ut  quídam  concinitas  servaretur  iníer 
eos.» 

El  señor  San  Isidoro,  lib.  I  Ethimolog.,  cap.  XXV, 
trae  unas  palabras  de  Nevio,  poeta,  en  la  comedia  lla- 
mada Tarentila^  donde  hablando  de  una  mujer  impúdi- 


—  173  - 
ca  describe  el  juego  graciosamente,  y  de  él  se  prueba 
también  que  se  ponian  en  rueda  muchos,  y  que  no  se 
jugaba  entre  sólo  tres  como  quiere  Pedro  de  Ayala.  Las 
palabras  son :  «Quasi  in  coro  pila^  ludens  datatim  dat  se  se 
et  communem  facit  alium  tenet^  alii  admitat^  aln  manus 
est  ocupata^  alii  pervelit  pendem  alii  dat  annulem  spec- 
tandum  alabris^  alium  invócate  et  cum  alio  cantat  et  tamen 
aliis  dat  dígito  literas.» 

D.  Ped.  Admirablemente  lo  describe,  por  cierto, 
y  me  parece  que  estando  en  Castilla  la  Vieja  vi  jugar 
ese  juego  entre  mujeres,  y  le  llamaban  la  Olla. 

D.  Fern.  Así  lo  dice  también  Ramírez  de  Prado, 
al  lib.  IV  de  Marcial,  Epig.  XIX.  Ya  vimos  en  esta 
autoridad  de  Nevio,  poeta,  que  los  romanos  llamaban  á 
este  juQgo  Datatim  I udere.  También  lo  dice  Plauto  7;^ 
Curculione:  «'Tune  isti  qui  ludunt  serví  scurrarum  data- 
tim  in  via.y> 

Lo  mismo  refiere  Nonio  Marcelo  de  autoridad  de 
Marco  Varron,  que  dice  jugaban  los  muchachos  este 
juego  en  Roma  en  la  plaza,  frontero  á  las  carnicerías: 
«Videbis  Rom¿e  inforo^  ante  lanienas  pueros pila  datatim 
ludere.» 

Y  este  modo  de  jugar  á  la  Pelota  es  algo  diferente 
del  que  llamaban  raptim  ludere  y  expulsim  ludere,  por  lo 
que  se  ha  dicho  y  se  dirá  adelante;  y  así  lo  distingue 
Adriano  Turnebo  en  sus  Adversarios,  lib.  VII,  capítu- 
lo IV,  y  Taumano  In  Curculione,  art.  II,  sent.  III.  Y 
con  licencia  y  paz  de  los  críticos,  con  quien  no  quiero 
pleitos  ni  debates,  con  lo  dicho,  declaró  un  lugar  de  Ne- 
vio, poeta,  que  cita  Nonio  Marcelo  in  Exordio:  fíln  molis 


—  174  — 
.inquit  servi  ludunt  raptim  pila^  datatim  mor  su;»  con  las 
cuales  palabras  quiso  decir  que  en  las  tahonas,  esparte- 
rías, ó  ergástulos  donde  habia  esclavos  aherrojados  ju- 
gaban con  la  pelota,  ó  harpasto,  arrebatándola  como  era 
la  ley  del  juego,  mas  en  las  cosas  de  comer  no  jugaban 
ese  juego,  sino  el  que  llamaban  Dataiim,  que  era:  pues- 
tos en  rueda,  el  que  tenía  el  pan,  queso  ó  fruta  en  la  ma- 
no, hacer  que  lo  queria  dar  á  uno  y  darlo  á  otro,  en- 
gañando al  crédulo,  que  esta  es  la  ley  del  juego;  y  hoy 
dia  se  suele  acá  amagar  á  dar  la  cosa  á  uno  y  tirar  la 
mano,  diciendo  Miz,  con  risa  de  los  demás  y  vergüenza 
del  que  se  dejó  engañar  con  la  golosina. 

D.  Diego.  Yo  me  acuerdo  que  en  la  escuela  jugá- 
bamos los  muchachos  un  juego  llamado  Al  caer,  (\\.\q 
frisa  algo  con  ese  que  V.  m.  dice  que  jugaban  los  escla- 
vos en  Roma,  que  es  en  esta  forma:  pónense  los  mu- 
chachos en  rueda,  y  uno  en  un  puntero  clava  un  pedazo 
de  pan  y  queso,  ó  fruta,  y  van  todos  mordiendo  con 
mucho  tiento,  dándolo  el  uno  al  otro  y  el  otro  al  otro, 
hasta  que  queda  tan  adelgazado  el  pan  ó  queso  ó  fruta 
que  se  cae;  y  el  que  lo  hace  caer  pone  otro  tanto,  y  vuel- 
ven á  jugar  de  la  misma  manera. 

D.  Fern.  No  dudo  que  á  ese  juego  justamente  le 
podremos  llamar  Datatim  ludere,  y  que  de  los  modos 
de  jugar  unos  juegos  nacen  otros  que  les  parecen,  y  se 
quedan  en  aquella  especie.  A  este  juego  parece  que  ju- 
gaba aquel  Poltrón  que  pinta  Petronio  Arbitro  en  el 
Satírico:  «Nec  tam  pueri  nos  quam  erat  opera  pretium 
ad  spectaculum  duxerat,  quam  ipse  pater  familias  qui 
soleatus  pila  sparciva  exersebatur,  nec  eam  amplius  repC' 


—  175  - 
tevat  qua  terram  contingerat;-»  de  modo,  que  cayendo  la 
pelota  en  el  suelo,  pierde  aquel    por  cuya  culpa  cayó. 


§.     III 

Otros  juegos  de  Pelota. 

D.  Ped,  Diga  V.  m.  los  demás  juegos  de  Pelota 
que  en  la  antigüedad  se  usaban. 

D.  Fern.  De  propósito  me  he  prevenido  de  al- 
gunos libros,  viendo  que  ya  me  es  forzoso  obedecer  á 
V.  ms.  por  el  gusto  que  me  muestran  en  estas  cosas,  y 
en  ningún  autor  antiguo  hallo  junto  lo  que  en  Julio  Pó- 
lux,  el  cual,  en  el  lib.  III  de  su  Onomástico^  cap.  VII, 
pone  un  juego  de  Pelota,  que  llamaban  Episcoro;  éste 
era  juego  de  mancebos,  y  se  jugaba  entre  muchos  en 
dos  bandos,  tantos  á  tantos.  Hacian  en  la  plaza,  calle  ó 
corredor,  ú  otra  parte  donde  jugaban,  tres  rayas  distan- 
tes; en  la  de  enmedio  ponían  la  pelota,  y  las  otras  dos 
rayas  caian  á  las  espaldas  de  cada  banda;  los  que  esco- 
gian  para  sacar  la  pelota  la  tiraban  á  los  otros,  los  cuales 
ponian  gran  diligencia  en  volver  la  pelota  hasta  tanto 
que  los  de  una  banda  echaban  fuera  de  la  raya  última  á 
los  de  la  otra.  Las  palabras  de  aquel  autor  son  tales: 
«Etepiscirus  quidem^  etiam  ephevica  et  promiscua  dici- 
tur;  luditur  autem  juxta  multitudinem  paribus  ad  'pares 
dispositi:  deinde  mediam  Uneam  indiferentem  educentes 
scirum  vocant,  huicque  pila  imposita  est;  alias  duas^ 


—  176  — 

lineas  post  utrorumqiie  ordinem  describentes  ad  ceteros 
qui  primum  electi  sunt  fila  mitunt^  quibus  negotium  est 
pilam  ad  volantem  rejicere  doñee  alterutri  alios  ad  aliam 
lineam  usque  pepulisent.» 

Á  este  juego,  por  lo  que  tiene  representación  de  ba- 
talla, le  llamó  justamente  Séneca  Spheromachía,  en  la 
Epist.  VIII,  y  Papinio  Stacio  en  las  Silvas;  y  clara- 
mente lo  dice  Julio  Pólux:  uLicet  etiam  spheromachiam 
pil¿e  ludum  ad  surcum  vacare. -^ 

Este  juego  tiene  mucha  similitud  con  el  que  hoy  se 
juega,  aunque  ahora,  como  se  saca  la  pelota  con  palas,  se 
saca  desde  el  puesto  de  cada  una  de  las  bandas,  y  nó  de 
enmedio  como  antiguamente,  porque  entonces  sacaban 
la  pelota  con  sola  la  mano  en  este  juego  de  que  vamos 
hablando. 

Pone  luego  nuestro  autor  otro  juego,  que  lo  descri- 
be de  esta  manera:  dar  con  la  pelota  en  el  suelo  derecha, 
y  cogerla  en  el  salto  antes  que  vuelva  á  caer;  y  volvién- 
dola á  tirar,  irla  cogiendo  de  la  misma  manera  muchas 
veces.  Y  este  juego  dice  que  se  Wdixm  Aporragis:  «.Apor- 
raxis  vero  apportebat  pilam  diré  ote  in  solum  jacentem  exi- 
pientem  saltum  pil¿e  manu  iterum  miíere.» 

Ahora  también  lo  juegan  los  muchachos. 

El  juego  que  luego  se  sigue  tiene  muy  lindo  nom- 
bre, pues  se  llama  Urania,  nombre  de  una  de  las  nueve 
musas,  hijas  de  Júpiter  y  de  Menemosine;  quiere  decir 
cosa  del  cielo.  Jugábanlo  así:  inclinábase  el  que  tenía  la 
pelota  cuanto  podia,  mirando  al  cielo,  que  por  esto  se 
le  dio  el  nombre;  arrojaba  la  pelota  con  toda  su  fuerza  á 
lo  alto;  cada  uno  de  los  jugadores  cuidaba  saltando  co- 


—   177  — 
gerla,  antes  que  tocase  á  la  tierra:  <<~In  Urania  vero  hic 
quidem  reclinat  sese:  pilam  in  ccelum  projictt:  illis  vero 
asilientibus  cura  erat  illatn  -priusquam  terram  contigeret 
urripere.  y> 

Este  parece  ser  el  juego  que  el  rey  Alcinoo  hizo, 
entre  otros,  en  honra  de  su  huésped  Ulises,  como  lo  di- 
ce Homero  en  el  lib.  VIÍI  de  la  Odyssea: 

Hi  igitur  postquam  pidchratn  pilam  in  manibus 
Acceperunt,  purpuream  quam  ipse  Polybus  fecerat  priuiens . 
Hanalter  jaciebat  ad  nwues  umbrosas  fluxus  retro, 
Alter  aiitem  a  térra  in  altum  elevatus  facile  accipiebat, 
Ante  qua?n  pedes  ad  pa-vimentum  'uenireiit. 

Después  que  recibieron  en  las  manos 
La  hermosa  pelota  que  de  púrpura 
El  prudente  Polybo  hecho  había. 
Uno  á  las  negias  nubes  la  arrojaba. 
Vuelto  atrás;  pero  el  otro,  de  tierra 
En  alto  levantado,  la  cogia 
Antes  que  al  suelo  con  los  pies  tocase. 

Prosigue  muy  á  lo  largo  en  este  lugar  de  Homero 
Eustaquio  este  juego  de  Urania,  y  lo  advierte  Hesi- 
chio,  y  según  parece  del  poeta,  tenía  conjunta  danza  y 
tripudio.  Por  coger  el  uno  primero  que  el  otro  la  pelo- 
ta, ocasionaba  empujarse,  y  así  le  llamaban  Expulsira 
luderCy  como  lo  oimos  en  aquel  lugar  de  Marco  Barron: 
«  Purgatum  sciío^  quoniam  videbis  Rom¿e  in  foro  ante  la- 
nienas  pila  expulsim  luderejy 

Acordóse  de  él  Luciano  también,  en  el  diálogo 
Anatharsis^  diciendo  que  lo  jugaban  los  lacedemonios; 
y  de  él  propiamente  habla  el  Jurisconsulto  Alieno,  leg. 
si  ex  plagis^  %.  ult.  D.  ad  Leg.  Aquiliam.  Dice  así:  «Cum 


-   178  - 

pila  complures  luderent,  quídam  ex  hic  servalum,  cum 
pilam  recipere  cofiaretur,  impulit:  Servus  cecidit^  et  cruz 
fregit  qu¿erebatur  an  dominus  servuli  lege  AquiUa  cum  eo 
cujus  impulsu  cediderat  agere  ponit:  responditior  posse: 
cum  magis  cusu  quam  culpa  videreiur  factum.» 

La  razón  de  dudar  era  porque  no  se  daba  la  acción 
de  la  ley  Aquilia  contra  el  que  hizo  caer  este  esclavillo, 
que  iba  á  coger  la  pelota,  pues  de  la  caida  se  le  quebró  la 
pierna;  y  responde  el  jurisconsulto  que  no  le  compete, 
porque  esto  le  sucedió  acaso. 

D.  Diego,  Pues  ¿por  qué  no  fué  culpa,  si  le  dio 
empeñon  tal  que  lo  hizo  caer  y  quebrarse  la  pierna? 

D.  Fern.  Porque  era  naturaleza  del  juego  empu- 
jarse, á  que  se  obligaban  los  que  jugaban  por  el  mismo 
caso  que  sabiendo  el  juego  lo  jugaban;  y  así,  Acursio 
en  breves  razones  entendió  la  mente  de  esta  ley  en  la 
Glosa:  «Erat  enim^  inquit,  de  natura  ludi  unum  allium 
impeliere. Td 

D.  Ped.  No  me  alegro  menos  de  saber  ese  juego 
que  del  entendimiento  de  esa  ley. 

D.  Fern.  Pone  luego  Julio  Pólux  otro  juego,  di- 
ciendo que  cuando  dos  muchachos  arrojan  la  pelota  á  la 
pared  contando  los  saltos,  al  vencido  le  llamaban  Asno, 
y  estaba  obligado  á  hacer  lo  que  le  mandase  el  vence- 
dor, á  quien  por  esto  le  llamaban  Rey:  «Q^uando  porro 
pilam  admirum  ínitunt^  saltuum  multitudo  numeratur: 
victus  quidem  Asinus  vocatur,  omneque  per  agebat  injuc- 
tum  illi  officium,  victor  vero  Rex  erat,  et  injungebat .y> 
De  aquí  nació  aquella  neomenia  ó  proverbio  de  muchos, 
que  los  grandes  philósofos  usurparon  para  cosas  de  vé- 


-  179  - 
ras:  «Rex  eris  si  recte  feceris.y>    Rey  serás  si  bien  hi- 
cieres. 

¡Qué  bien  todo  el  juego,  Platón,  en  el  diálogo 
"Taríeo!:  <k^í  aberraverit  is  decidevit  quem  admodum 
dicunt  hi  qui  spheram  ludunt^  piieri  Asimis:  qui  vero  nil 
abcrrans  vicerit:  Rex  noster  esto.yy 

El  primero  que  notó  este  lugar  á  este  intento  fué 
Erasmo,  en  el  lib.  III  de  las  Ehiliady  cent.  V,  y  engáña- 
se Lebino  Torrencio,  que  dio  este  honor  á  Antonio 
Mu  reto. 

La  misma  fórmula  trajo  Horacio  en  la  Epís.  I,  lib.  I: 
^At  piieri  liidentes;  Rex,  eris  ajunt,  si  recte  feceris.^ 
Y  Ausonio  Galo,  en  los  Monosílabos:  <sGiui  recte  faciet, 
non  qui  dominatur  erit  Rex.» 

Sólo  falta  que  el  Sr.  Melchor  dé  aquí  su  parecer. 

Melch.  Esos  juegos  de  Pelota  últimos  juegan  los 
muchachos  de  esta  manera:  tira  la  pelota  el  que  la  tiene 
al  muro,  y  como  va  recogiéndola  y  volviéndola  á  tirar, 
va  diciendo:  uno,  dos,  tres,  Martin  Cortés,  en  la  cabeza 
me  des;  cuando  acaba  de  decir  esto,  recoge  la  pelota  con 
la  cabeza;  si  no  la  recoge  ó  se  le  cae  antes  en  el  suelo,  se 
pone  por  asno,  la  cabeza  baja  y  llegada  á  la  pared;  el 
que  ganó,  que  se  llama  Rey,  se  pone  encima  de  él,  ca- 
ballero, y  otro  muchacho  toma  la  pelota  y  hace  otro 
tanto  como  el  primeí-o,  hasta  que  pierde  y  se  pone  por 
asno,  y  el  rey  desciende  del  primero  y  se  sube  en  el  se- 
gundo. 

También  juegan  á  contar  todos  los  saltos  que  da  la 
pelota,  rechazándola  á  la  pared,  y  á  este  juego  llaman  las 
Bonitas:  al  que  en  él  pierde  le  dan  palmadas  ó  azotes. 


—  i8o  — 

D.  Fern.  ilhí  reconozco  yo  algo  de  la  costumbre 
antigua,  pues  dice  nuestro  patrón  San  Isidoro  que  el 
que  perdía  á  la  pelota  lo  azotaban;  lib.  XVIII,  Ethi- 
tnol.^  cap.  LXIX:  «Suram  dicitur  daré  qui  pilam  crure 
prolato  feriendam  pr^evet  coUusoribus. » 

Otro  género  de  pelota  hubo  también,  como  es 
aquella  de  madera  que  trae  Mercurial  en  su  Gymnástica 
por  autoridad  de  Avicena;  y  le  llaman  Vilamaleo.  Hoy 
permanece  en  España  este  juego,  y  le  llaman  el  Mallo^ 
en  el  cual  con  m.azos  de  madera  también  avientan  una 
bola  á  quien  más  puede,  con  gran  fuerza,  y  también  le 
llaman  la  Chucea. 

Hubo  también  pelotas  de  vidrio,  de  que  fué  inven- 
tor Urso  Tagato,  como  parece  del  epitafio  de  su  sepul- 
tura, que  se  halló  en  Roma:  «.Ursus  Tagatus  viíria^  qui 
primus  pila  luei  deeenter  eum  meis  lusoribuSy'n  etc. 

Ejercitábanse  en  este  juego  de  Pelota  jugadores  des- 
nudos, en  carnes,  con  solos  paños  menores  que  cubrian 
las  partes  secretas,  como  parece  por  medallas  de  Marco 
Aurelio  Antonino,  y  Gordiano,  y  claramente  lo  dice 
Ateneo,  lib.  I,  cap.  VIII:  « Lude bat  pila  non  in  suaviter 
Cd'cibius  Chalsidiensis  philosophus^  et  alii  complures  An- 
tigoni  regis  amici,  simul  vestes  exuabent.» 

Y  Marcial  le  llamó  á  la  pelota  trigonal  desnuda 
por  esta  causa: 

Sic  fahnam  tihi  de  trigone  nudo 
Uncto  det  favor  arbiter  corona. 

Esta  costumbre  de  desnudarse  era  muy  ordinaria  en 
los  ejercicios  gímnicos,  y  en  éste  por  razón  particular 
de  pasar  de  él  al  hipocausto  ó  baño,  que  todo  ello  jun- 


—   i8i   — 

to  debía  ser  muy  apropósito  para  la  salud.  Galeno  lo 
alaba  en  el  libro  que  de  él  escribió:  «Máxime  igitur 
laudo  hoc  exercitium  quod  et  corporis  sanitatem  suppedi- 
tat^  et  fartium  concinitatem^  et  ad  hac  animi  virtiitem; 
hoc  autem  est  parvea  pil^e  exercitium^  nam  et  anim¿e  ad 
omnia  prodesse  potest  et  corporis  partes  omnes  máxime 
^qualiter  exercet.y> 


§.     IV. 

Hogueras  de  la  noche  de  San  Juan. 

D.  Ped.  Con  lo  que  V.  m.  ha  dicho  hasta  aquí 
me  ha  aficionado  más  esta  materia  lúdicra,  y  vengo  en 
esta  consideración,  que  muchos  dias  há  he  revuelto  en 
la  imaginación,  pensando  que  por  menudas  que  sean 
las  costumbres  admitidas  generalmente  en  las  ciudades, 
con  todo  eso  tienen  hondas  raíces:  á  cuyo  intento  re- 
cuerdo á  V.  m.  una  costumbre  muy  general  en  todos  los 
lugares,  y  especialmente  en  las  aldeas. 

D.  Fern.  En  esas  se  conservan  mejor  las  cosas, 
usos  y  palabras  antiguas:  y  así,  lo  que  en  ellas  viere 
V.  m.  usado,  no  lo  condene  fácilmente  sin  examinarlo 
primero. 

D,  Ped.  He  visto  en  algunas  fiestas  ó  regocijos, 
y  en  especial  la  noche  de  San  Juan,  hacer  la  gente  rústi- 
ca y  mozuelos  grandes  hogueras,  por  cima  de  las  cuales 
saltan  con  mucha  porfía  y  regocijo. 

D.  Fern.     Es  costumbre  digna  de  que  se  repare 


en  ella,  y  tan  general,  que  Simón  Mayólo  dice  de  ella 
así  en  el  coloquio  que  llamó  In  benilias  in  nocte  S.  Joan- 
nis  Bapt'ut¿e:  iln  plurrmis  per  Germaniam  'vicis,  et  op- 
pidis  publici  ignes  parantiir^  ad  quos  utriusque  sexus  JU' 
venes  et  senes  convenientes  choreas  cum  cantu  agunt; 
multas  enim  supertitiones  observant.» 

Y  aunque  hoy  no  tienen  esas  hogueras  humo  de 
antigüedad,  no  dudo  es  costumbre  traducida  de  ella 
hasta  nuestra  edad  continuadamente. 

Esto  me  da  también  á  entender  el  tiempo  en  que  de 
ordinario  se  hacían,  que  es  en  la  Primavera,  cuando  las 
mieses  van  creciendo  y  granar.do,  porque  en  este  mis- 
mo tiempo  celebraban  los  rústicos  pastores  las  fiestas 
llamadas  Palilia,  en  honra  de  la  diosa  Palas,  haciendo 
hogueras  de  heno  y  saltando  por  ellas  para  expiarse  y 
limpiarse:  Marco  Varron,  apud  veterem  Interpretem: 
«Palilia  tum  privata  quam  publica  sunt  apud  rústicos  ut 
congetis,  cum  f¿eno  Stipulis  ignem  transiliant  his  Palili- 
bus^  se  expiceri  credentes.» 

Por  entender  los  antiguos  que  pasando  por  el  fuego 
se  limpiaban  de  los  pecados,  les  llamaban  á  estas  fiestas 
lustraciones,  y  dice  Columela  que  se  hacian  entre  otros 
sacrificios  por  las  sementeras,  y  que  era  envejecida  cos- 
tumbre; lib.  II,  cap.  XXVIII:  <íHoc  loco  cretum  habeo 
cum  solemnia  festorum  p-<ecen  suerim,  desideraturos  lus- 
trationum,  caterorumque  sacrificiorum^  que  pro  frugibus 
jjunt  morem  priscis  usurpatum.» 

Dice  justamente  que  fué  costumbre  muy  antigua, 
pues  por  lo  menos  nació  en  el  principio  de  la  ciudad  de 
Roma,  instituyéndola  Rómulo,   su  fundador.    Dionis. 


-   i83  - 

Halicarn.,  lib.  I.  Antiquit.  Rom.:  «Deinde  focos  anlc  ta- 
bernáculos fieri  jubens^  educit  populumflamwias  íransilien- 
tem  expiationi  polluttonum  causa.y> 

D.  Diego.  Díganos  V.  m.  la  forma  que  tenían 
las  tales  lustraciones. 

D.  Fern.  Eran  así:  después  de  haber  hecho  mu- 
chas ceremonias  á  su  usanza  y  dicho  ciertas  oraciones  a 
la  diosa  Palas  y  á  Fauno,  deidades  de  los  campos,  en- 
cendían las  hogueras  de  heno,  y  saltaban  por  cima  de 
ellas.  Ovidio,  IV  Fast.: 

Moxqiie  per  ardentes  stipulas  crepitantis  acervi 
Trajicias,  celeri  stranua  membra  pede. 

Persuadíanse  que  esta  ceremonia,  no  sólo  limpiaba 
al  que  la  hacía,  como  es  cierto  que  el  fuego  purga  y 
cuece  el  metal,  sino  que  también  limpiaba  su  ganado. 

Omnia purgat  edax  ignis,  niit'iutnque  metalli 
Excoqiiit:  id  circo  cum  du ce  purgat  o<ves. 

Por  esta  causa  lustraban  los  ejércitos,  las  curias,  las 
colonias,  los  ganados,  las  casas,  los  lechos,  de  que  trae 
muchos  ejemplos  Simón  Mayólo  en  sus  Días  Canicula- 
res^ De  cult.  et  orat.  Deor. 

El  fuego  no  era  sencillamente  hecho  de  sólo  heno  ó 
leña,  porque  le  añadían  agua  y  piedra  azufre,  y  el  sal- 
tar tenía  también  su  cuenta,  que  no  habia  de  ser  menos 
de  tres  veces.  Ovidio,  Fast.: 

Certe  ego  transiUi  positas  ter  iii  ordine  flammas . 

Y  Propercio: 

Terque  meum  tetigit.  Sulphure  et  igne  caput. 

Mejor  lo  dijo  Ovidio  en  el  VI  de  los  Metamorpho- 


Terque  senemfla?nma,  ttr  aqua,  ter  ¡ulphure  lustrat. 

D.  Ped.     ¿Teniau  dia  cierto  esas  lustraciones? 

D.  Fern,  Había  lustros  y  lustraciones.  En  cuan- 
to á  las  hogueras  y  sus  ceremonias  todo  era  uno;  pero 
en  cuanto  al  tiempo  nó,  porque  lustro  llamaban  á  un 
general  sacrificio  y  expiación  que  hacian  en  Roma  cada 
cinco  años,  para  expiar  y  limpiar  la  ciudad  y  sus  veci- 
nos, y  de  aquí  vino  el  llamarse  el  espacio  de  cinco  años 
lustro.  Las  lustraciones  particulares  cada  uno  las  podia 
hacer  á  su  voluntad  cuando  edificaba  la  casa,  estrenaba 
el  lecho,  abria  la  puerta  de  su  casa  ó  tienda,  como  ahora 
lo  suelen  hacer  quemando  romero;  pero  habia  tiempo 
señalado  para  la  general  y  solemne  lustracion  de  las  se- 
menteras y  ganados,  aunque  en  esto  hay  variedad  de 
opiniones,  que  unos  dicen  que  se  hacía  por  el  parto  de 
Ilia,  y  así  les  llamaban  Parilia  quasi  de  parta  Hice,  que 
fué  el  nacimiento  de  Rómulo.  Probo  Gramático:  «Pales 
dea  pasiorum  est,  cujus  dicitur  sacrum  appellari  Parilia^ 
transposita  litera  qu<e  si  suo  loco  esset  Palilia  potius  di- 
cerentiir  qui  dies  yiatalis  est  urbis  Rom^e,  ut  in  ignem 
transiliant  accensis  stramentis  more  agresti.» 

Muy  bien  describió  esta  solemnidad  Propercio, 
lib.  IV,  Eleg,  ÍV: 

Urbifestus  erat:  dixere  Palilia  paires, 
Hic  primas  ccepit  ítiíenibus  esse  dies 
Annua  pastoruf/t  cotivi-via  lusus  in  urbe, 
Cum  pagana  madent  jercula  delitiis, 
Cumque  super  raros  fcenii  flamma?itis  acervos 
Trajicit  itnm andas  ebria  turba  dapes. 

Era  dia  festiv'o  para  Roma, 
Que  llamaron  Palilia  los  mayores, 


~  185  - 

Y  el  que  ilustró  primero  sus  almenas; 
Cuando  en  festivos  juegos  y  convites 
Los  pastores  se  alegran,  abundando 
Sus  mesas  de  sus  rústicos  manjares; 
Cuando  la  turba  harta  va  saltando 
De  llama  resonante  las  hogueras. 

Los  más  de  estos  autores  dicen  que  estas  fiestas  ó 
lustraciones  se  hacían  cada  año  en  el  mismo  dia  que  tu- 
vo principio  Roma,  con  los  cuales  se  conforma  Ovid.: 

Per  flammas  saliysse  pecus,  salitsse  colonos, 
¿lucdfit  natali  nunc  quoque  Roma  tuo. 

La  misma  opinión  sigue  Eusebio  en  el  Crónico^  y 
quiere  que  esta  fiesta  tuviese  dia  cierto  y  señnlado,  que 
eraá  25  dias  del  mes  de  Abril,  aunque  Plutarco  quiere 
que  fuese  á  24.  No  falta  quien  diga  que  estas  fiestas  y 
regocijos  de  las  hogueras  se  hacian  también  á  24  de  Ju- 
nio, dia  del  gran  Precursor  de  Cristo,  San  Juan  Baptis- 
ta,  que  hoy  celebra  la  Santa  Iglesia,  y  que  á  este  dia, 
muchos  siglos  antes  que  el  gran  Bautista  naciese,  le  lla- 
maban Lámpara,  conque  parece  quiso  Dios  honrar  antes 
el  dia  en  que  habia  de  nacer  aquel  lucero,  que  habia  de 
dar  testimonio  de  la  luz.  Algo  de  esto  tocó  San  Theo- 
doreto.  Balsano  refiere  las  palabras  de  Michael  Cons- 
tantinopolitano,  y  Josef  Scalígero  lo  deduce  de  San 
Juan  Crisóstomo,  in  Séptimo  operis  magni. 

D,  Diego.  Dijo  V.  m.  al  principio  que  esta  cere- 
monia habia  tenido  principio  y  continuación  desde  la 
gentilidad;  y  resta  que  V.  m.  nos  diga  algunos  ejemplo'í 
con  que  lo  averigüe. 

D.  Fern.  Bastante  probanza  es  la  que  V.  ms.  han 
oido,  juntándola  con  lo  que  hoy  ven  en  las  aldeas  y  en 

^+ 


—  i86  — 

Jos  campos  entre  los  rústicos  y  gente  de  más  lozana 
edad,  aunque  ya  sin  aquel  humo  de  gentilidad,  tomando 
de  toda  la  fiesta  no  más  que  el  regocijo  y  entretenimien- 
to. Pero  como  el  demonio  en  todos  los  siglos  ha  sido 
muy  vigilante,  pretendiendo  que  el  honor  que  se  le  de- 
be á  Dios  se  le  dé  á  él,  pasó  esta  superstición  á  aquel 
pueblo  antiguamente  regalado  de  Dios,  y  entre  los  pe- 
cados que  la  Escripura  cuenta  que  hizo  Manases,  fué 
uno  hacer  que  sus  hijos  pasasen  por  el  fuego.  Paralipo- 
men,  lib.  II,  cap.  XXIII:  «Jdifrevitque  altaría  in  domo 
Domin!^  transireque  fit  filios  suos  per  ignem.>-> 

La  misma  historia  se  lee  en  el  lib,  IV  de  los  Reyes, 
cap.  XXI;  y  por  Ezequiel,  cap.  XX,  se  queja  grave- 
mente el  Señor  de  las  idolatrías  en  que  habian  incurrido, 
y  en  especial  de  ésta:  «Et  in  oblatione  donorum  vestro- 
rum  cum  traducatis  filios  v estros  per  ignem,  vos  pollui- 
mini  in  ómnibus  idolis  ves  tris  usqiie  hodie.» 

Estas  malas  hogueras  consagraban  al  ídolo  de  Mo- 
loch  en  un  lugar  que  llamaban  Toph,  que  quiere  decir 
tímphano,  porque  los  malditos  sacerdotes,  al  tiempo  que 
hacían  pasar  al  muchacho  por  las  llamas,  tocaban  adufes 
y  otros  instrumentos  músicos  para  que  los  padres  no 
oyesen  los  gritos  que  los  pobres  muchachos  daban  al 
quemarlos  el  fuego  y  se  compadeciesen  de  ellos. 

Llegó  la  misma  idolatría  hasta  los  tiempos  de  la 
Iglesia  cristiana,  pues  la  reprehende  Tertuliano  in  Apo- 
logeticOy  adversus  gentes:  «  Grande  videlicet  negotium  fo- 
cos, et  choros  in  publicum  educere  et  vicatim  epulare.» 

«Después,  los  Padres  del  concilio  Trulense,  viendo 
que  esta  gentílica  ceremonia  se  continuaba,  la  reprehen- 


-   i87  - 

dieron  gravemente  en  el  Canon  LXV;  y  ya  estaba  pro- 
hibida expresamente  por  los  Cánones  apostólicos.»  Cle- 
mente, in  VII,  cap.  IV:  «.Non  dahis  operam  magice  arti^ 
non  lustrabis  lustratores,  enim  non  eris  incantans,  ñeque 
lustrans  filium  tuu?n.» 

Aún  duró  mucho  tiempo  esta  persuasión  general  de 
que  el  fuego  purgaba  y  limpiaba  las  cosas  polutas  y 
manchadas,  y  quedó  el  uso  en  los  muchachos,  de  que 
hay  un  raro  ejemplo  en  el  lib.  VII,  cap.  XVI,  de  la 
Historia  Tripartita:  estaban  jugando  unos  muchachos 
en  una  plaza  á  la  Pelota;  pasó  acaso  por  allí  Lucio,  obis- 
po arriano;  sucedió  que  la  pelota,  mal  sacada  ó  mal  re- 
chazada, pasó  por  entre  los  pies  de  la  cabalgadura  en 
que  iba  el  Obispo  arriano:  viendo  esto  los  muchachos 
católicos,  dieron  grandísimos  gritos,  juzgando  su  pelota 
por  manchada  con  sólo  la  sombra  del  hereje;  oyendo  el 
Obispo  los  gritos  de  los  muchachos,  mandó  á  uno  de  los 
que  le  seguían  que  se  quedase  y  viese  lo  que  hacían.  Los 
muchachos  encendieron  una  hoguera  y  pasaron  la  pelo- 
ta por  medio  de  la  llama,  juzgando  que  de  aquella  ma- 
nera quedaba  limpia;  y  ésta  dice  el  autor  que  era  cos- 
tumbre de  muchachos,  reliquias  de  la  antigüedad.  Oiga- 
mos las  mismas  palabras  del  historiador:  «Adolescentes 
in  plater  alter  alteri  porrigentes  lusu  delectahantur;  isto 
auteyn  Lucio  transeúnte  contigit  ut  sphera  cadens  per 
asini  pedes  transir et^  in  quo  vectavatur,  stuno  pueri  vehe- 
menter  ejulabant  arbitrati  spheram  pollutione  repletam: 
at  Ule  Lucius  hoc  intelligens  pr<ecepit  quidam  sequentium 
ut  spectaret  et  quo  generetur  agnosceret:  pueri  vero  acce- 
dentes ignem  et  spheram  jaculantes  per  mediam  flamman 


— •  Ibb  — 

hoc  modo  arbítrati  siint  exptatam;  et  hoc  quidem  novi  ju- 
venile  esse,  ct  consuetudines  antiqu^e  reliquias.-» 


§.     V. 

De  los  Corros. 

D.  Ped.  Muy  dados  de  las  manos  vienen  á  esta 
fiesta  de  las  hogueras  de  la  noche  de  San  Juan  los  cor- 
ros, músicas  y  bailes;  y  pues  la  costumbre  antigua  los 
juntó,  no  es  razón  se  dejen  para  otra  ocasión :  aunque  no 
dudo  de  su  antigüedad  y  uso,  me  alegraré  oir  algo  de 
ellos. 

D.  Fern.  Algo  queda  dicho  cuando  tratamos  de 
la  saltación;  pero  el  corro  que  V.  m.  pregunta,  que  es 
el  que  vemos  usado  tales  dias,  de  las  mozuelas  princi- 
palmente, parece  que  se  alzó  con  el  nombre  antiguo, 
pues  de  la  voz  chorus  se  dice  hoy  corro,  dando  espíritu  á 
la  letra  r.  Platón  lo  difine,  II  De  Legib.:  «Omnis  chorea 
tripudium  est  et  cantus.y>  Séneca,  en  la  Epíst.  LXXXV: 
«Muliitudo  canentium  atque  saltantium.» 

San  Isidoro,  nuestro  patrón,  diferencia  el  choro  de 
la  chorea,  haciendo  al  choro  cosa  sagrada  y  á  la  chorea 
profana:  «Chorus  est  multitudo  in  sacris  collectus;  dictus 
chorus  quod  inito  inmodum  corona  circa  aras  starent,  et 
in  psallerent:  nam  chorea  ludicrum  est  cantilena  vel  sal- 
íationis  classium.> 

Bien  se  echa  de  ver  que  el  corro  es  en  algo  diferente 


—  189  — 

de  la  saltación,  porque  en  ella  no  había  más  que  tripu- 
dio y  gesticulaciones  del  cuerpo,  sin  canto;  mas  en  el 
corro  hay  forzosamente  canto,  y  juntamente  tripudio  y 
saltación.  Virgilio  lo  entendió  así  cuando  dijo: 

Omnis  qiicfii  choriis  et  soc'ú  comitantur  orantes . 

Donde  Servio: 

Chorus  fropié  est  cce-uúrum  cantas  atque  saltatio. 

Y  en  otra  parte  dijo  Virgilio: 

Pars  pedibus  plaudunt  choreas  et  carmina  dicunt. 

El  uso  de  los  corros,  aunque  hoy  no  ha  quedado  si 
no  es  en  las  aldeas  y  gente  de  la  media  plebe,  fué  anti- 
guamente justo  empleo  de  las  señoras  é  hijas  de  los 
príncipes  para  cantarle  alabanzas  al  Señor,  como  lo  hizo 
María,  hermana  del  gran  sacerdote  Aron,  siendo  ella  la 
que  guiaba  el  corro,  después  de  aquella  gran  maravilla 
de  undir  Dios  á  los  gitanos  en  el  mar.  No  se  desdeñó  es- 
ta señora  de  coger  el  adufe  la  primera,  para  que  á  su 
ejemplo  le  siguieran  todas  las  señoras  mujeres  cantando 
y  bailando;  aquélla  dio  principio  con  aquel  glorioso 
canto  que  comienza: 

Cantemos  al  Señor  gloriosamente, 
Engiandeciendo  aqueste  gran  Guerrero, 
Que  al  mar  echó  caballo  y  caballero. 

<<^Sumpsit  ergo  María  ■prophetisa^  sóror  Aarori^  tym- 
■panum  in  manu  sua^  egress^eque  sunt  omnes  mulleres  post 
eam  cum  íympanis  et  coris  quibus  pracinebat  dicens: 

Cantemus  Domino  glorióse  enim  magnificatus  est: 
Equum  et  assensorem  projicit  in  mare. » 

Fué  uso  en  aquel  tiempo,  salir  los  corros  de  las  mu- 
jeres á  cantar  la  gala  al  vencedor  en  los  recibimientos 


—     IpO    — 

triunfales,  como  el  de  David,  vencedor  del  Filisteo,  en 
e!  cual  salieron  todas  las  mujeres  de  la  ciudad  al  recibi- 
miento, ordenadas  en  corros,  con  adufes  y  panderetes, 
cantando  unas  y  respondiendo  otras,  «Saúl  mató  mil 
y  David  diez  mil.»  Reg.  I,  cap.  XVIÍI:  aEgresscc 
sunt  mulleres  de  universis  urbihus  Israel  cantantes^  cho- 
rosque  ducentes  in  occursum  Saúl  regís  in  tympanis  l¿eti- 
tice,  et  sistris^  et  tnuiue  sibi  res-pondentes  ■pracinehantlu- 
dentes  ut  que  dicentis:  Precussit  Saúl  mille,  et  David 
decem  millia.-»} 

De  este  entretenimiento  hace  memoria  en  sus  ende- 
chas el  santo  Job,  cap.  XXI,  según  la  versión  Tyguri- 
na  y  Batablo:  «.Ad íympanum  et  citharam  docunt  choros.^} 
¡Qué  de  veces  David!  «Laúdate  Dominum  in  tympano 
et  choro:  laúdate  Eum  in  choris  et  órgano.» 

Estos  corros,  adufes  y  cantos  juntó  todos  el  bien- 
aventurado San  Agustin,  para  hacer  fiesta  á  la  Anun- 
ciación de  la  Virgen  Santísima  en  el  sermón  XVIII  de 
SancliSj  II  de  Anuntiatione:  «Plaudat  num  organis  Ma- 
ría et  Ínter  veloces  artículos  tympana  puerper¿e  concre- 
pent  Letantes  chori,  et  alternantíbus  modulís  dulcía  can- 
tica  misceantur.-» 

Y  pues  la  autoridad  de  San  Agustin  nos  ha  traído  á 
la  memoria  los  corros  del  día  dichoso  de  la  Encarnación 
del  Verbo  Divino,  no  será  fuera  de  propósito  lo  que  de 
este  mismo  dia,  25  de  Marzo,  he  observado  en  la  lec- 
ción de  la  antigüedad. 

Celebraban  los  phryges  este  dia  en  honra  de  la  ma- 
dre de  los  dioses  con  particular  alegría  y  gusto,  dicien- 
do que  en  él  se  acababa  y  tenía  fin  el  llanto,  tristeza  y 


—  191   - 

obscuridad,  porque  el  sol  ya  vencía  en  tiempo  á  la  no- 
che, haciendo  alegres  y  mayores  los  dias;  y  así,  llamaban 
á  este  dia  Hilaria,  que  en  romance  suena  las  alegrías;  y 
mostrándolas  en  las  obras  exteriores,  se  disfrazaban  re- 
presentando cada  uno  diferente  persona  de  la  que  era, 
de  tal  manera  que  nó  fácilmente  se  pudiera  discurrir 
cuál  era  el  verdadero  ó  fingido  personaje:  habla  de  esta 
materia  Herodiano  en  tales  palabras:  «Pasimque  ómnibus 
ludendi  licentia  permititur,  sic  iit  -personas  induant  quas- 
cumque  libitum.» 

Véase  también  á  Macrobio  en  los  Saturyíales. 

Todo  se  puede  ajustar  muy  bien  á  la  Encarnación 
del  Verbo,  acabadas  las  sombras  de  la  ley  Vieja  con  la  de 
Gracia,  pues  se  celebra  la  fiesta  á  la  verdadera  Madre  de 
Dios,  cuya  Anunciación  dio  final  al  llanto,  sombras  y 
tristezas  de  la  ley  Antigua,  y  principio  al  dichoso  tiempo 
de  las  alegrías  y  de  la  Gracia. 

Y  Platón,  en  aquella  su  concertada  República, 
quería  que  hubiese  corros  y  que  en  ellos  entrasen  chi- 
cos, medianos  y  grandes,  cantando  himnos  á  Dios;  y 
así,  consagraba  el  primero  corro  á  las  Musas,  por  ser  de 
muchachos  y  muchachas:  Primus  itaqiie  puerilis  Mu- 
sarum  chorus^  studiosi  toti  civitati  decantaturus  ingre- 
diuntur.» 

El  segundo  corro  era  de  los  mancebos,  dedicado  á 
Apolo,  cantándole  Péanes. 

El  tercero  era  de  los  varones  desde  treinta  hasta  se- 
senta años,  en  honor  de  Dionisio  Bacho,  á  quien  canta- 
ban ditirambos;  y  finalmente  quería  que  todos,  chicos  y 
grandes,  hombres  y  mujeres,  siervos  y  libres,  cantando 


—  192  — 

himnos,  llenasen  toda  la  ciudad  de  alegría  y  contento: 
«  duod  opporteat  viros  omnes  et  pueros,  liberas ^  et  servas, 
másenlos  y  et  /¿eminas,  et  universa?n  civitatem  toti  civitati 
qu¿e  diximus  variis  ínodis  decantare,  ut  ex  innumerabili 
hymnorum  varietate  in  explehili  qiiodam,  modo  volump- 
tate  concinentes  afficianttur.yy 

D.  Diego.  Esta  doctrina  de  Platón  para  su  Repú- 
blica no  parece  sino  un  vaticinio  de  lo  que  estos  dias  he- 
mos visto  en  Sevilla  y  en  toda  la  Andalucía,  y  en  la 
mayor  parte  de  España,  en  honor  de  la  Inmaculada 
Concepción  de  la  Virgen  Santísima;  y  tengo  por  impo- 
sible que  en  ninguna  república,  gente  ni  nación  se  ha- 
yan visto  corros  tan  grandes  y  devotos  que  á  voz  en 
cuello  cantasen  este  piadoso  Misterio  con  aquel  devoto 
hymno:  nT^odo  el  mundo  en  general,»  etc. 

D.  Fern.  Muy  bien  lo  advierte  V.  m.,  y  cierto 
que  tengo  por  imposible  haber  oido  semejante  ejemplo 
en  ningún  siglo;  pues  vimos  en  muchos  de  estos  corros 
juntos  príncipes,  grandes,  hombres  de  todas  suertes, 
mujeres,  niños  y  doncellas,  siervos,  libres,  con  un  ad- 
mirable consortimiento  de  devoción,  por  todas  las  ciu- 
dades y  templos,  á  veces  con  tripudios  y  cantos,  alaban- 
do á  Nuestro  Señor  y  á  su  Madre  Santísima  en  este 
piadoso  Misterio  de  su  Limpieza:  y  en  Sevilla  se  juntó 
en  una  de  estas  procesiones  ó  corros,  según  se  dijo  en- 
tonces, tan  gran  número  de  toda  suerte  de  personas, 
que  pasaron  de  veinte  mil,  cosa  que  no  sé  si  otra  vez  se 
ha  oido  en  el  mundo. 

Mas  vueltos  á  aquellos  nuestros  corros  menos  gra- 
ves, fueron  muy   usados  en  los  floridos  tiempos  de  los 


—  193  - 
héroes  y  semideos,  pues  Homero  los  trae  en  el   libro 

XVIII  de  su //?W^: 

Firgines  aute?n  et  jwuenes  innupti,  pueriliter  sapientes, 
Textis  in  calathis  portabant  diilcem  fructum-^ 
Hos  autem  ínter  puer  medios  cithara  sonora 
Sua'viter  sitarisabat^  corda  autem  belle  resonabat 
Teñera  njocei  hi  autetn  pulsantes  terram  simul, 
Cantuque  sibiloque  tripudiantes  sequebantur. 

Doncellas  y  mancebos  no  casados 
Que  saben,  como  niños,  niñerías, 
Dulce  fruta  en  tejidos  canastillos 
Llevaban:  iba  entre  ellos  con  vihuela 
Sonora  un  muchachuelo  que  tañia 
Resonando  las  cuerdas  dulcemente, 
Cantando  con  voz  tierna,  y  le  seguían 
Bailando  á  compás  otros,  juntamente 
Con  canto  y  silbo  haciendo  cabriolas. 

Exprime  en  el  mismo  libro  todas  las  ceremonias  del 
corro,  pintando  otro  de  esta  manera: 

Ibi  quidem  adolescentes  et  -virgines  formossissima, 
Hi  quandoque  cursitabant  docñs  pedibus . 
Agiliter  admodum,  sicut  cumquis  rotam  aptam  rnanibus 
Sedens  jigulis  tenta^-verit  si  currat, 

¿iuandoque  rursus  cursitabant,  per  ordines  dispositi  inter  se 
Plurima  delectabilem  c/ioreutn  circunstabat  multitudo 
Oblectans  sese:  dúo  autem  saltatores  inter  ipsos, 
Cantum  incipientes  'versabant  super  eos  medios. 

Allí  con  hermosísimas  doncellas 
Bellos  muchachos  danzan  con  pies  diestros 
Velocísimamente,  como  rueda 
Que  ollero  prueba,  á  ver  si  está  corriente. 
Otras  veces  danzaban  por  su  orden, 
Dispuestos  entre  sí  y  á  la  redonda. 
Gran  multitud  mirando  está  este  corro, 

as 


—   194  — 

Y  se  alegra:  mas  dos  mancebos  bellos, 
Lindos  danzantes,  el  cantar  comienzan, 
Dando  mil  vueltas  por  el  medio  de  ellos. 

Hesiodo,  en  el  principio  de  su  'Theogoráa,  alabando  la 
belleza  de  las  Musas,  dice  que  danzan  en  corro  con  de- 
licado pié,  tripudiando  en  el  ámbito  de  la  ara  paternal. 

Las  Gracias  ó  charites  fingían  que  andaban  siempre 
en  corro  dadas  las  manos,  para  significar  la  mucha  be- 
nevolencia y  amor  que  se  tienen.  Séneca,  en  el  libro  de 
Beneficiis:  <s.¿QjÁÍd  Ule  consertis  manibus  et  incedere  un- 
tium  chorus?  ¿Quare  sórores,  et  quare  manibus  con- 
sertis? >"> 

Gustaban  de  esto  los  dioses  soberanos,  pues  Apolo 
en  Délo  instauró  esta  costumbre. 

Delon  7naternam  iifvicit  Apollo 
Instauratque  choros,  mixtimque  altaría  circmn, 
Cretes  Drjopesque  fremunt  pictique  Agathyrsi, 

Su  Delon  natural  visita  Apollo 
Instaurando  sus  cantos,  y  mezclados 
En  torno  de  las  aras,  relinchaban 
Cretenses  y  pintados  agathyrsos 
Con  los  driopes. 

Lucio  Apuleyo,  en  el  X  de  sus  Milesias,  pinta 
un  corro  ó  é2iWT.2L  de  niños  y  niñas  elegantísimamente: 
«Nam  puelli puell¿eque  Jlorenti  vir entes  actatula,  forma 
conspcui,  veste  nítida,  in  cessu  gestuosi,  dispositis  ordi- 
nationibus,  decoros  ambitus  inerrabant;  nunc  in  orbem 
rotarum  fiexuosi;  nunc  in  obliquam  seriem  connexi,  et  in 
quadratum  pallorem  cum  ea  tiset  in  caterv¿e  desidium  se- 
parati,» 


-  195  - 

Como  el  corro  era  cosa  sagrada,  contenia  misterios 
de  naturaleza;  y  así,  las  primeras  vueltas  que  daban  eran 
de  la  mano  izquierda  á  la  derecha,  significando  el  mo- 
vimiento rápido  del  cielo  de  Oriente  á  Poniente:  luego, 
de  la  derecha  á  la  izquierda,  dando  á  entender  que  tal 
es  el  movimiento  natural  del  cielo  de  Poniente  á  Orien- 
te: la  tercera  vuelta  era  en  redondo,  con  que  significa- 
ban la  perfección  de  la  esfera  con  su  movimiento  del 
Setentrion  al  Mediodía,  y  del  Mediodía  al  Septentrión: 
salir  un  muchacho  á  bailar  primero  significa  el  Sol,  que 
alumbra  los  demás  astros:  luego  una  doncella,  la  Luna:  ir 
sacando  de  una  en  una,  es  dar  á  entender  los  cursos  de 
los  planetas:  y,  finalmente,  todo  el  corro  significa  las 
estrellas  del  firmamento,  que  en  el  corro  con  suave  y 
dulce  armonía  hacian  fiesta  á  su  Criador. 

Algo  de  esto  tocó  Luciano  en  un  Diálogo  que  de 
esta  materia  escribió:  «.Etenim  ipsa  siderum  chorea  et 
errantium  cuní  non  errantibus  conjunctio^  corumdemque 
modulata  atque  consinna  paríicipatio^  et  illa  bella,  tum 
pulchre  instituía  armonia  primogenite  saltationes  argu- 
menta fuere  et  inditia  certissima.y> 

Dá  la  razón  Servio,  observantísimo  de  la  antigüe- 
dad, por  qué  aun  las  danzas  y  corros  que  se  ordenaban 
para  alegría  de  los  pueblos  se  dedicaban  á  los  dioses  so- 
beranos, y  responde  que  nuestros  mayores  con  grandí- 
sima consideración  ordenaron  y  quisieron  que  nó  sólo 
con  el  afecto  del  alma  religiosamente  se  ha  de  alabar  á 
la  suprema  deidad,  pero  porque  también  no  hubiese 
parte  en  nuestro  cuerpo  que  no  sintiese  esta  religión: 
c<Sane  quidem  ut  in  religionibus  sal  tare  tur,  h¿ec  ratio  est. 


—   196  — 

quod  nullam  majores  nostri  partem  corporis  es  se  volue- 
runt  quce  mnreligionem  sentiat.» 

Dionisio  Alicarnaseo  acredita  la  costumbre  de  ir  en 
los  corros  uno  que  guia  y  enseña  á  los  demás  las  fórmu- 
las del  danzar  y  cantar,  y  dice  que  á  éste  llamaron  Pre- 
sul:  «duemque  chorum  pracedebat  unus  vir^qui  praibat 
c¿eteris  saltationis  formulas,  quem  Prasulem  vocavant.^ 

A  veces,  este  que  guia  lleva  una  toballa,  cinta  ó  liga 
y  va  asido  todo  el  corro  que  le  va  significado.  Por  ven- 
tura esta  es  la  saltación  que  los  griegos  llamaron  cordax, 
de  que  hace  mención  Aristhóphanes  en  la  comedia  de 
Nubes;  y  de  ella  entiende  Pólux  que  habló  Horacio 
en  aquel  verso: 

lortum  digna  sequi  potius  quam  ducere  funem. 


%.     VI. 

Instrumentos  del  Corro. 

D.  Diego.  Buena  parte  del  corro  son  los  instru- 
mentos, con  que  la  miásica  se  compone  y  se  da  al  com- 
pás, á  las  gesticulaciones  y  meneos  de  los  que  bailan. 
Los  ordinarios  son  vihuela,  tímpano  ó  adufe,  pandereta 
y  sonaja,  y  otros  de  este  género. 

D.  Fern.  Son  tan  naturales  del  corro  esos  instru- 
mentos, que  nunca  faltan  de  él,  especialmente  el  tím- 
pano ó  adufe,  á  que  también  llaman  pandero. 

D.  Ped.  ¿Qué  voz  es  esta  pandero,  que  es  epíte- 
to de  los  necios? 


-  197  - 
D.  Fern.  En  cuanto  al  origen  de  la  voz,  es  grie- 
ga: 7rav§c'|0tg,  sive  -nxv^épx,  instrumento  músico,  cosa  del 
dios  Pan,  de  quien  tomó  su  nombre  España,  y  de  quien 
nos  quedó  la  palabra  espanto  y  bandurria,  que  en  su 
origen  es  griega.  Así  lo  sienten  Martin  Antonio  del  Rio 
y  Bernardo  Aldrete.  Llamar  á  los  necios  panderos,  no 
sé  que  tenga  otra  razón  sino  porque  el  pandero  es  hue- 
co y  no  tiene  dentro  más  que  viento.  Es  cierto  que  el 
tímpano  fué  instrumento  propio  de  mujeres  y  nacido 
para  el  corro.  Virg.,  IX  Mneid.: 

Tympana  vos  buxusque;  'vocat  Berecynthia  matris, 
Indea,  si/lite  arma  'viris,  etc. 

Y  Ovidio,  IV  In  Pastor.: 

Inhunt  seminares  et  in  unia  timpana  tundent. 

Atheneo  en  el  lib.  XIV,  que  trae  á  Diógenes,  trá- 
gico, in  Semele: 

AuditioJie  cogno-vimiis  Asiaetisis  mitJiatas, 
Cybeles  f aminas  fortiinatis  satas  pkrygibus^ 
Tympanorum  aris  per  cussorum  strepitu 
Ac  cymbalorum  quie,  manibus  ptdsatitur  tnurmure 
Trementes  celebrare  sapientem,  ac  Medicam  deam. 

Por  oidas  sabe.nos  que  de  la  Asia 
Mujeres  consagradas  á  Cibeles, 
Hijas  de  phrygios  bien  afortunados. 
Que  repicando  con  la  mano  adufes. 
Vacías  de  metal  y  campanillas, 
Celebran  con  temblor  su  diosa  Médica. 

Aristóphanes  en  la  comedia  Li  sis  trata: 

Ergo  illi  luxus  fceminarum  promicat, 
Sonusque  tympani,  et  frecuens  Baccatio 
Adonidisque,  etc. 


Dos  especies  de  tímpanos  habia,  como  también  aho- 
ra: el  uno  redondo,  cubierto  por  ambas  partes  con  pe- 
llejos; el  otro  cuadrado  en  arco  menor,  y  otro  cubierto 
por  sola  una  parte  ó  hasera.  Estos  últimos  siempre  se 
tocan  con  las  manos  y  los  dedos;  son  los  instrumentos 
más  cercanos  al  son,  y  parece  haber  habido  también  es- 
ta especie  antiguamente.  Lucrecio: 

Tympa/ia  tenta  tonant  palmis,  e  te. 

Donde  no  sólo  nos  dejó  probanza  de  lo  que  deci- 
mos, sino  por  la  extructura  de  las  voces,  el  mismo  soni- 
do que  resulta  del  tímpano  tocado  con  los  dedos  ó  pal- 
mas de  las  manos,  por  admirable  onomatopeya,  como 
Enio  para  significar  el  ruido  de  la  guerra: 

África  terribili  tre?nu¡t  korridat  térra  tumulta. 

Y  Virgilio,  el  sonido  que  hace  un  buen  caballo  an- 
daluz corriendo: 

Sluadrufedante  fiitrem  sonitu  qiiatit  singula  campmn. 

Vueltos  á  nuestro  intento,  que  adufe  y  tímpano  sean 
una  misma  cosa,  y  propia  de  la  trápala  y  bullicio  de  un 
corro,  Ovidio  lo  dijo: 

¿luecumque  áspides,  clamor  jwvenilis ,  et  una 
faeminece  'voces  percussa  que  tympana  palmis . 

Ayúdanos  Tíbulo  hablando  de  Berecinthia: 

Nvues  cita  ccepit  manihus  lenje  tympanum. 

Tomó  con  nevadas  manos 
Veloz  el  adufe  leve. 

Y  Cátulo  muy  bien: 

Rangebant  alii,  proceris  timpana  palmis. 

Juntamos  al  tímpano  con  la  sonaja,  como  lo  vemos 


—  ^99  - 
junto  en  la  Escritura,  Reg.  I,  cap.  XVIII:  «.In  timpanis 
letiti¿e  et  in  sisíris.»  Parece  ser  !a  sonaja  el  sistro,  por 
la  etimología  del  nombre  sistro,  hoc  est  á  qtiatiendo.  No 
falta  quien  diga  que  entre  los  egipcios  era  cierto  género 
de  trompeta.  Entre  las  demás  naciones  cosa  sabida  es 
que  es  crepitáculo  mujeril.  Juvenal: 

Lis  et  iratoferiat  mea  lumina  sistro. 

Era  muy  propio  de  los  sacerdotes  isiacos,  medio 
mujeres.  Ovidio,  II  Meiamorphos.: 

Per  tua  sistra  precor  per  Anubidis  ora  ^verendi. 

Marcial,  en  el  lib.  IV: 

Siquis  plorutor  eolio  tibi  cernida  pendet, 
Hac  quatiat  teñera  gárrula  sistra  maiiu. 

Y  en  otra  parte : 

Linigeri  fugiunt  cal-vi,  sis  traque  turba, 

Job  juntó  al  tímpano  la  vihuela:  <.<Ad  tympanum  et 
citharam  ducunt  choros.y> 

Es  natural  uso  de  los  que  bailan  en  el  corro  la  casta- 
ñeta, y  pienso  que  compite  con  los  demás  crepitáculos 
en  lo  agudo  de  su  sonido,  y  aun  en  su  antigüedad.  Esto 
averiguamos  de  Atheneo,  lib.  IV,  donde  dice  que  hay 
otros  instrumentos  diferentes  de  los  que  el  viento  anima 
ó  se  alargan  con  cuerdas,  y  que  sólo  hacen  ruido  con  el 
repique.  De  los  cuales  habla  Dicarcheo  en  el  libro  de  los 
Ritos  de  Grecia,  como  de  instrumentos  muy  acomoda- 
dos á  los  bailes  de  las  mujeres,  que  tocados  con  los  dedos 
resultaba  un  suave  estrépito,  como  lo  significaba  en  un 
cántico  de  la  diosa  Diana,  que  comenzaba: 

Otro  tenía  en  las  manos 
Sus  castañetas  doradas. 


—    200    — 

Dicen  las  palabras  de  Atheneo  esto  mismo:  ^Quiri 
et  alia  diversa  sunt  tum  ab  iis  qua  -protenduntorfide^  cre- 
ptu  solum  obstrepentia,  veluti  cremhula,  id  est  crepiía- 
cula:  de  illis  Dacharcheus  in  lib.  de  Grecia  ritibus,  ait: 
popularía  supra  qiiam  credat  alisquis  instrumenta  fuisse 
quadam  saltationibus  et  cantibus  faminarum  accommoda' 
ta,  quibus  percussi  digitis  suavis  ederetur  strepitus:  eaque 
significare  in  cántico  Diana  cujus  hoc  est  initium: 

Catiebat  alius  haberis  in  mariibiis 
Crembula  áurea  de  cor  ata.» 

No  dudo  que  aquí  trata  Atheneo  de  la  antigüedad 
y  uso  de  las  castañetas,  á  quien  los  griegos  llamaban 
crémbala;  mas  cuando  yo  lo  dudara  no  me  dejara  Isaaco 
Casaubono,  intérprete  y  comentador  de  Atheneo,  que 
en  este  lugar  dice  que  estos  instrumentos  que  llamaban 
crémbala  se  hacian:  «Expusilli  tintinabuUs  alligatis: 
Hispani  ex  duabus  aureis  veluti  exequis  lancibus  colisis 
strepitum  ejusmodi  illi  vocant  castañetas. » 

Y  aunque  es  verdad  que  lo  más  ordinario  es  que  los 
que  bailan  se  valen  de  castañetas,  ó  de  madera  ó  de 
metal,  sin  ellas  y  con  los  dedos  hacen  agudo  son  á  las 
veces. 

En  la  Profecía  de  Ezechiel,  cap.  XXV,  amenaza 
Dios  á  los  moabitas  porque  se  habian  holgado  mucho 
con  los  trabajos  de  su  pueblo,  y  celebrádolo  en  bailes,  y 
dice:  aFro  eo  quodplausisti  manUy  et percusisti  pede^  et 
gavisa  est  in  corde.»  Donde  los  intérpretes  sagrados  en- 
tienden que  plaudere  manu  et  percutere  pede  es  danza 
haciendo  castañetas,  zapatetas  y  cabriolas,  como  en  el 
villano.    Vaya  por  apendix  de  las  castañetas,   que  con 


—    201    — 

ellas  dadas  con  los  dedos  pedian  antiguamente  el  orinal, 
como  parece  de  Marcial,  lib.  III,  Epig.  LXXXVII: 

Digiti  crepantis  signa  no<vit  eunuchus 

Y  en  el  lib.  VI,  Epg.  LXXXIX: 

Ciim  peteret  seram  media  jam  ?iocte  matellam 
Arguto  madidus  pollice  Panaretus. 

Y  en  otra  parte: 

Dum  poscor  crepum  digitorum,  et  njerna  moratur 
Oquaties  pellex  culcitra  facta  mea  est. 

D.  Ped.  Pues  ¿en  qué  pecaron  las  tejoletas,  morte- 
ruelos  y  cascabeles,  y  otros  crepitáculos,  que  si  no  en  los 
corros,  en  varias  tropas  de  mozuelos,  suenan? 

D.  Fern.  V.  m.  quiere  ver  junta  una  pandorga, 
pues  me  llama  con  todo  ese  ruido  de  instrumentos,  cuyo 
sonido,  si  no  es  tan  suave,  pienso  que  lo  será  el  saber 
su  antigüedad;  que  pues  los  autores  más  graves  de 
aquellas  grandes  repúblicas  griega  y  latina  no  se  desde- 
ñaron de  dejarnos  escrita  su  memoria,  no  es  justo  nos 
desdeñemos  nosotros  de  saberla.  En  cuanto  al  uso 
de  las  tejoletas,  Pólux  afirma  que  le  tuvieron  los  grie- 
gos, y  que  les  llamaron  phryginda;  y  porque  no  dude- 
mos del  uso,  dice  que  phryginda  era  interponer  en  los 
dedos  de  la  mano  izquierda  tejuelas  partidas,  y  herirlas 
con  la  mano  derecha  á  compás:  «Phyginda  texuelas 
contritas  simstr¿e  manuSy  digitis  interponentes,  ¿extra  ma- 
nUy  secundum  numerum  feriunt.» 

Atheneo  les  llama  lepadas,  lib.  V,  cap.  IV,  y  allí 
Isaaco  Casaubono:  «Puellos  enim  inditis  in  lapadibus 
sonare^  et  procatiores^  conchis  quas  tellinas  vocant.y) 

Cuenta  que  el  rey  Antíocho,  en  ciertas  fiestas  ó  es- 


—    202    

pectáculos,  en  lugar  de  los  suaves  instrumentos  que 
otros  llevaban,  llevó  él,  por  mostrar  tristeza,  tejoletas: 
« Antiochus  ut  magis  se  dejiceret  t  ex  tas  circunferevat  íi- 
hiarum^  loco.» 

Por  uso  universal  lo  vuelve  á  referir  en  el  lib.  XIV, 
tomándolo  de  Didimo:  «.Lepadas  patris  ohscindunt  et 
crembalisant.» 

Y  declarando  al  mismo  autor,  dice:  ^Didymus  scri- 
bit^  quosdam  solitos  lir¿e  vice  chonchis  et  textis  complosis 
numero  sum,  sonun  saltantibus  exitare,  ut  testatur  in  ra- 
nis  Aristophanes^  velut  est  illa,  qu<£  textulis  crepitum 
dat.y> 

Casaubono,  en  este  lugar:  nCapuent  ex  textis,  et  osi- 
reis  nostratibus  inter  dígitos  insertis.y) 

De  esta  música  se  acordó  Ju venal  en  la  Sát.  XI: 

audiat  illa, 

Testarum  crepitus  cuín  njerbis  nudum  olido  stans 
Fornice  mancipium. 

Tocaban  las  mujeres  públicas  de  Roma  tejoletas, 
como  ahora  dan  con  una  cañuela  en  la  silleta,  haciendo 
un  sonetillo.  No  le  faltó  esa  música  á  Nerón,  pues  para 
ellas  y  otras  semejantes  y  poco  mejores  tenía  (según  di- 
ce Suetonio)  cinco  mil  mancebos  de  robustísima  juven- 
tud, hijos  de  caballeros,  que  con  bombos  y  tejoletas  le 
hiciesen  aplauso,  sustentándolos  á  gran  costo  y  ense- 
ñándoles este  ministerio:  «Ñeque  eo  segnius  adolecentu- 
los  equestris  hordinis  et  quinqué  amplius  millia  robustissi- 
m¿e  juventutis  undique  elegit,  qui  dibisi  infact iones,  plau- 
suum  genera  condiscerent,  bombos  et  imbrises  et  testas  va- 
can t,  operamque  navabant  insignes  pinguissima  coma,  et 


—    203    — 

excelentissimo  cultu  pueri  neccine  anulo  l¿evis  quorum  du- 
ces  quadragena  milia  merevant.» 

Lo  que  aquí  llama  Suetonio  bombos,  era  cierto  gé- 
nero de  aplauso  que  imitaba  á  las  abejas  ó  el  sonido  de 
los  tímpanos,  como  vemos  lo  hacen  hoy  en  las  galeras 
cuando  saludan  unas  á  otras,  ó  algún  capitán  que  pasa. 
Imbrices,  imitaban  al  ruido  que  causaba  el  agua  cayen- 
do en  la  tierra,  que  es  un  silbido  que  hacen  ahora  los  es- 
tudiantes cuando  el  cathedrático  entra  en  el  general,  y 
con  esto  lo  aplauden:  así  lo  dice  Casaubono,  y  lo  deduce 
Lycophron  y  Sóphocles. 

Tal  género  de  música  como  los  dichos  son  los  mor- 
teruelos;  y  aunque  en  lo  antiguo  fueron  de  barro,  y  los 
tocaban  con  palillos,  no  por  eso  se  diferencian  mucho 
de  los  nuestros.  De  estos  instrumentos  hace  Suidas  in- 
ventor á  Diocles,  atheniense.  Señor  San  Isidoro  distin- 
gue menudamente  el  morteruelo  de  otros  instrumentos, 
y  dice  que  se  hacian  de  metal  ó  de  plata,  y  junta  una 
pandorga  como  las  que  vamos  diciendo;  lib.  III  Eti- 
molog.:  «.Tertia  est  diviiio  rithmi^  pertinens  adnerbos  et 
pulsuSj  cuidatur  species  diversarum  cythararum^  timpa- 
num  et  cimbalum  et  systrum  acetabula.  Áurea  et  argén- 
tea  vel  aUaqu¿e  metalia  rigore  percusa,  reddunt  cum  sua- 
vitate  tinitum.y> 

No  se  olvidó  de  los  mismos  crepitáculos  Casiodoro 
en  aquella  erudita  carta  que  escribió  á  Symacho:  (c^id 
acetabulorum  tinitus?  Quid  dulcissitni  soni  referant  va- 
ria percutione,  modulamem.» 

A  este  instrumento  aludió  Propercio  en  la  Eleg.  IX 
del  lib.  ÍV: 


204    — 

Nanus  et  ipse  suos  bre'vlter  concretas  inartus 
Aptabat,  truncas  ad  cava  buxa  manus. 

Así  lo  siente  en  este  lugar  Escalígero. 

Los  cascabeles  no  tienen  menos  celebridad  en  las 
danzas  y  corros  y  en  las  carreras  de  caballos.  Si  la  voz 
cascabeles  es  latina  ó  bárbara  no  me  entrometo:  la  mis- 
ma de  que  usaron  los  autores,  con  poca  diferencia,  se 
conserva  hoy.  Acordóse  de  este  crepitáculo  Cicerón, 
•pro  Celio:  «Mimi  etiam  exüus,  non  fabul¿e  in  quo  cum 
clausula  non  invenitur  fugit^  aliquis  e  manibus  deinde  sca- 
bela  concrepant  aulaum  tollitur.» 

Suetonio  Tranquilo,  hablando  de  Cayo  Calígula, 
contando  aquella  pesada  burla  que  quiso  hacer  á  unos 
caballeros,  dice:  i^Deinde  repente  magno  tibiarum  et  sca- 
velorum  crepitUy  cumpalla  tunicaque  tallari  prociluit,  ac 
desaltato  cántico  abiit.» 

Casaubono,  en  las  advertencias  en  este  lugar,  dice 
así :  «Assentior  autem  amacissimo  Scaligero^  qui  scabelos 
esse  putat,  apud  Suetonium  et  Arnobium,  quod  Hispani  et 
Aquitani  casca-velos  dicunt.  Erat,  hoc  enum  et  crepitacu- 
lis  generibus  quíbus  vel  cum  musicis  organis,  vel  inopia 
eorum  ut  notat  scholiastes^  Aristophanis  ad  Ranas^  ute- 
bantur. » 

El  lugar  de  Arnobio  parece  también  á  la  letra: 
«Etiam  me  aureis  tinnitibus,  et  quasationibus  cimbalo- 
rum"^.  lEtiam  me  timpanisl  ¿Etiam  me  simphoniisl  l^id 
deficiunt  crepitus  scaveloruml» 


DIÁLOGO  V 


DIÁLOGO  V 


§.  I. 


D.  Diego.  Es  tan  necesaria  cosa  el  juego  y  entre- 
tenimiento á  la  vida  humana,  que  le  compara  Cicerón  al 
sueño  y  descanso  de  los  trabajos;  y  si  no  es  posible  sin 
descansar  y  dormir,  sigúese  que  tampoco  sin  entrete- 
nimiento. Oigamos  al  Príncipe  de  la  Elocuencia,  I  Off.: 
^Ludo  autem  et  joco  uti  illis  quidem  licet^  sed  sicut  som- 
no^  et  quietibus  cateris  tum  cum  gravihus  seriisque  rebus 
satisfecerimus.yy 

Juan  Estoveo,  Serm,  II:  «.Vita^  sine  festibitatibus 
via  est  longa  sine  dibersario.^ 

D.  Thom.  2.  2,  q.  i68,  art.  3,  ad.  3.""':  «Ludus  est 
nesesarius  ad  conservationem  humante  natur¿e.y> 

D.  Ped.  Añada  V.  m.  que  fuera  imposible  durar 
mucho  un  trabajo  continuado,  sin  alternarlo  con  algún 
descanso  y  entretenimiento.  Ovid.: 

Oiiod  caret  alterna  requie  dura<vik  no»  est. 


—    208    — 

Ya  V.  m.,  Sr.  D.  Fernando,  entenderá  dónde  va  á 
parar  el  discurso  del  Sr.  D.  Diego,  que  le  hallo  tan  afi- 
cionado como  yo  á  estas  materias  lúdicras;  y  pues  ha- 
ciéndonos V.  m.  lo  que  suele,  habia  de  dar  lugar  á  que 
nos  entretuviésemos  cazando  ó  jugando,  ¿qué  mejor 
juego  puede  ser  que  aquel  donde  los  vemos  todos  repre- 
sentados, nó  sólo  como  hoy  se  juegan,  sino  de  la  mane- 
ra que  en  los  tiempos  pasados  se  jugaban?  Con  todo  eso, 
si  esto  es  cansancio  de  V.  m.,  no  queremos  gusto  á 
vuestra  costa. 

D,  Fern.  Tan  lejos  estoy  de  cansarme,  que  si 
V.  ms.  no  me  preguntan  esta  materia  comenzada,  les 
solicitara  yo  á  ellos:  quiero  confesar  mi  flaqueza  inge- 
nuamente, que  con  amigos  tan  de  corazón  fuera  falta 
de  urbanidad  no  hablar  con  sencillez.  Si  V.  ms.  me  pre- 
guntaran cosas  de  mucha  consideración,  por  ventura  no 
supiera  responderles;  mas  estas  cosas  menudas,  donde 
aunque  yerre  no  se  aventura  nada,  ¿por  qué  las  tengo 
de  negar  á  quien  doy  el  alma? 

D.  Ped.  Esa  confianza  da  seguridad  á  nuestro 
atrevimiento;  y  así,  suplico  á  V.  m.,  que  aunque  nos- 
otros no  sepamos  preguntarle,  V.  m.  prosiga  la  materia 
lúdicra,  que  es  tan  extraordinaria,  que  ningún  crítico  la 
ha  tratado  en  estos  tiempos:  digo,  esta  parte  que  se  llega 
más  á  la  edad  pueril. 

D.  Fertu.  Yo  me  he  habido  en  esta  materia  como 
las  hormigas,  que  de  una  gran  sementera  ellas  sólo  co- 
gen'cl  granillo  que  por  descuido  se  le  cayó  de  la  espiga 
al  labrador,  ó  lo  que  barriendo  la  era,  por  poco  menos- 
preció. De  todas  las  materias  de  la  antigüedad  hay  tan- 


—  209  — 
to  escrito,  que  no  parece  que  hay  olvidado  nada  de  lo 
que  se  puede  coger  en  esta  gran  mies  de  los  autores 
griegos  y  latinos:  todo  está  recogido  y  barrido  por  va- 
rios autores  y  varones  de  recóndita  erudición.  Sólo  este 
granillo  quedaba,  para  que  alguna  hormiguilla  como  yo 
se  entretuviese:  «Parvum  priva  decent.yy  Ayer,  sino 
estoy  olvidado,  dijimos  de  los  corros  y  fiestas  del  dia  de 
San  Juan,  y  parece  que  podemos  juntarles  las  burlas  y 
juegos  saturnales,  porque  aunque  no  convienen  en  el 
tiempo,  convienen  en  el  entretenimiento, 

D.  Diego.  Díganos  V.  m.  primero  qué  eran  fies- 
tas saturnales. 

D.  Fern.  No  será  necesario  tomar  tan  de  atrás 
la  carrera  como  la  tomó  Pretextato  en  Macrobio,  capí- 
tulo VII,  donde,  y  en  Justo  Lipsio,  que  escribió  de  esta 
materia,  podrán  V.  ms.  ver  mucho  y  muy  curioso.  Yo 
no  diré  sino  lo  que  nos  toca  de  nuestra  materia.  Los 
saturnales  eran  fiestas  que  se  hacían  en  honor  de  Satur- 
no, rey  de  Italia,  en  cuyo  tiempo  fué  el  Siglo  de  Oro, 
cuando  aún  no  estaba  introducida  en  el  mundo  la  ser- 
vidumbre. Celebrábanse  estas  fiestas  los  seis  ó  siete  dias 
últimos  del  mes  de  Diciembre,  y  en  ellas  los  esclavos, 
en  memoria  de  la  común  libertad  de  aquel  dichosísimo 
siglo,  se  igualaban  con  sus  señores  y  se  les  permitía  y 
daba  á  todos  licencia  de  jugar.  Macrobio:  «Regni  ejus 
témpora  felicis sima  feruntur,  cum  propter  rerum  copiam 
tum  etiam  quod  nondum  quisquam  serviíio  vel  libértate 
discriminahatur.  ^¿e  res  inteligi  potest,  quod  saturnali- 
bus  tota  servís  li  cent  i  a  permititur.» 

Las  mujeres  tenían   también  sus  fiestas  saturnales 

27 


—    2IO    — 

en  el  mes  de  Marzo.  Vide  Jacohum  Guterrium^  De  Ju- 
re Pontificio.  En  estos  licenciosos  dias,  amos  y  criados 
no  trataban  cosas  de  veras;  todo  era  comer,  beber,  em- 
borracharse, dar  voces  como  locos,  jugar,  hacer  reyes, 
convidar  á  los  esclavos,  cantar  y  bailar  desnudos,  y  ha- 
cer con  el  cuerpo  mil  desvergüenzas,  arrojarse  en  el 
agua  fria,  tiznarse  el  rostro.  Buen  testigo  es  Luciano  en 
sus  Saturnales:  «Nec  tamen  in  his ipsis  septem  diebus  se- 
rium  quippiam  aut  publicum  tractare  mihi  permisum  est: 
Verum  potare^  inebriare^  vociferaría  ludere  certare  tesse- 
riSy  creare  Reges ,  fámulos  in  comvibium  adhivere^  canere 
nudus;  lascivo  corporis  motu  saltitare,  non  nunquam  et 
in  gelidam  aquam  daré  pr^cipitem  facie  fulgine  oblita.» 

Por  haber  sido  Jano  compañero  de  Saturno,  les 
consagraron  á  ambos  los  dos  meses  de  Diciembre  y 
Enero  juntos;  y  así,  también  en  las  fiestas  de  Jano  ha- 
cian  estos  disparates  en  formas  y  en  figuras  monstruosas 
de  demonios,  vistiéndose  los  varones  en  hábitos  de  mu- 
jeres, afeminando  el  rostro.  Alvino  Flaco,  De  Divinis 
Oficiis:  «  Unde  inperiti  homines,  Janum  veluti  Deum  co- 
lentes, diem  ipsum  multis  spurcitiis  sacrarunt:  quídam 
mutabant  se  in  species  monstruosas,  inferorum  que  haviíus 
transformabant:  alii  In  femíneo  ge  stu  mutati  virilem  vul- 
tum  ef¿eminabant.y> 

D.  Diego.  Todo  eso  vemos  hoy,  especialmente  en 
las  aldeas,  donde  el  dia  de  los  Santos  Inocentes,  que 
concurre  en  el  mismo  tiempo  en  que  antiguamente  co- 
mo V.  m.  dice,  celebraban  los  saturnales,  la  gente 
rústica  hacen  semejantes  disparates,  pónense  carátulas 
y  echan  coplas  de  repente.  Virg.,  II  Georg.: 


—    211    — 

Oraque  corticibus  sumunt  horrenda  cwvatis 
Et  te  Bache  -vocant  per  carmina  lata. 

De  aquí  el  uso  de  nuestras  mojarrillas,  disfrazados, 
de  la  mañana  de  San  Juan,  la  danza  de  matachines,  etc. 
El  tiznarse  el  rostro  es  muy  usado. 

D.  Fern.  En  los  autores  encontraremos  con  esa 
costumbre.  Patronio  Arbitro:  «Cum  Ascultos  arahatus 
tot  malis  in  somniim  laberetur,  illaqu^e  injuria  depulsa 
fuerat  fuella  iotam  facum  ejus  fugiline  longa,  perfri- 
cuit. » 

Nonio  Marcelo  nos  asegura  que  fué  juego  y  burla, 
y  que  lo  mismo  es  tiznar  el  rostro  á  uno  que  hacer  bur- 
la de  él  y  tenerlo  por  hombre  ridículo:  «Sublevit  signi- 
ficat  illucit^  et  pro  ridiculo  habuit  tractum  agerere  ludi 
quo  dormientibus  ora  pinguntur.» 

Lo  mismo  se  averigua  de  Plauto  en  la  comedia 
Aulularia^  act.  IV,  esc.  V: 

Fidei  sensebum  maximam  multo  fidem 
Es  se:  ea  sublevit  os  mihi  -pe  sume. 

Y  en  el  prólogo  del  Epidico: 

mox  compresa 

Cognosit  opera  sibi  senis  os  sublitum, 
Suble-vit  os  Ule  lena  et  matri  mulieris. 

Y  en  Captivis: 

Ita  mi  histülido  sursum  <versus  os  suble-vere 
Offucciis. 

También  soüan  pintarse  el  rostro  con  moras,  aun- 
que fuese  fuera  de  tiempo  de  los  saturnales.  Virgilio: 

Jamque  "videnti 

Sanguineis  frontem  moris,  et  témpora  pingit. 


—    212    — 

Peor  era  darse  con  estiércol  en  las  narices,  y  colgar 
de  los  genitales,  como  amenazan  á  uno  holgándose  con 
él  en  el  Pluto  de  Aristóphanes,  act.  II,  esc.  IV: 

Prendemus  te,  et  pr¿e  gaudio  Ulisem  imitantes 
Tibi  suspenso  a  testiculis,  ut  irco  nares. 
Liniemus  stercore. 

Tales  burlas  como  las  dichas  le  hacian  sus  truhanes  á 
Claudio,  emperador  de  Roma,  tirándole  huesos  de 
aceitunas  al  rostro,  dándole  humazo  á  las  narices  y  po- 
niéndole alguna  cosa  asquerosa  en  las  manos  para  que 
cuando  despertase  se  untase  el  rostro,  como  es  ordina- 
rio llevarse  las  manos  á  él  después  de  despierto;  y  final- 
mente, otras  cosas  que  V.  ms.  oirán  de  Suetonio,  cuyas 
son  estas  palabras:  «Et  quoties  post  cibunt  ohdor  miseret^ 
quod  eifere  accidebat  olearum  ac  palmularum  ossibus  in- 
cessevatur:  interdum  ferul¿e  flagro  ut  per  ludum  exitaba- 
tur  a  corporeis  solevant  et  ?nanibus  ster  tentiis  socci  in- 
duci,  ut  repente  experge  factus  faciem  sibi  confricaret.y> 

Atar  los  muchachos  también  á  el  que  está  dormido, 
burla  fué  que  los  muchachos  juguetones  hicieron  con  el 
viejo  Sileno.  Virg.,  Eglog,  VI: 

Silenumpueri  somnio  HJidere  jacetitem 
Adgressi,  nam  sepa  senex  spe  carminis  ambo 
Lucerat  injiciunt  ipsis  ex  'vincula  sertis. 

Dar  sopapos  gracia  es  que  se  halla  en  el  uso,  y  lo 
fué  antiguamente,  pues  Aristóphanes  la  trae  en  la  co- 
media Corealia  Celebrantes: 

Egregius  es:  sed  infla  buccam  dextram 
Mu  ¡Hei  mihi!  eu.  ¿S^uid  clamas  ti? 

Propio  de  las  fiestas  saturnalicias  es  mantear.  Por 


—  213  — 
travesura  de  Othon  en  su  perdida  mocedad  la  refiere 
Tranquilo,  diciendo:  «Que  bella  que  anda  de  noche,  en- 
contrando algún  pobrete,  ó  que  no  se  podía  defender 
por  estar  enfermo  ó  cargado  de  vino,  extendiendo  su  sa- 
yo lo  manteaba.»  «In  prima  adolecentia  prodigus  ac 
procax  a  deo  ut  aparte  flagris  s¿epius  objungaretur,  fere- 
vatur  et  vagari  noctibus^  atque  inbalidum  quemqiie  oh- 
viorum  vel  potulentium  corripere^  ac  distinto  sago  inpo- 
situm  sublime  jactare. » 

Fué  tan  común  aquella  burla  antiguamente  como 
ahora,  pues  Marcial  cautela  á  su  libro  que  no  crea  ala- 
banzas fingidas  temiendo  que  después  de  ellas  lo  man- 
tearían. 

Audieris  cum  grande  sopkos  dumhacia  captas. 
Ibis  ab  excuso  misus  in  asir  a  sago. 

Del  mismo  entretenimiento  hace  memoria  Ulpiano 
en  el  lib.  Collat.  jiiris  cum  lege  Mois.,  según  Isaaco  Ca- 
saubono  sobre  Suetonio,  in  Othone. 

Suelen  fingir  un  ahorcado,  y  suele  ser  fiesta  de  mu- 
cha risa  y  alguna  vez  pesada.  También  la  hallamos  en 
la  antigüedad.  Ateneo,  lib.  XIV,  lo  refiere  de  los  de 
Tracia:  «Seleucus  eo  Thracihus  in  convihiis  scrihit^  sus- 
pendium  ludere  teretilaqueo  altiori  quodam  loco  adaptato 
subjectaque  ad  perpendiculum  saxo  volubili  si  quis  asien- 
disset:  illos  ergo  sortiri  et  cui  sors  ohvenisset  falsem  cum 
manu  tenentem  insistere  lapidi;  ac  eolio  resstim  innectere: 
alliumque  tune  aceendentem  saxum  pelleri  quo  fugiente 
misimox  false  laqueum  abscindaty  qui  pendet  stragulatur 
et  periit  aliis  ridentibus^qui  mortem  ejus  pro  joco  havent.» 

Casi  á  éste  semejante  es  aquel  espectáculo  que  Cor- 


—    214   — 

nelio  Tácito  escribe  que  en  Alemania  se  usaba:  que  los 
soldados  desnudos  se  arrojaban  á  las  espadas  desnudas, 
con  tal  destreza,  que  sin  hacerles  mal  se  entretenian,  ad- 
mirando su  destreza:  ^Genus  spectaculorum  enum,  atque 
in  omni  C¿etu  idem,  nudi  Juvenes  quibus  in  ludicrum  est 
Ínter  gladios  se  atque  infestas  frammeasjaciunt.  Exita- 
tio  artem  paravit  ars  decoren.  > 

Xenofonte  refiere  de  los  thraces  que  en  unas  fiestas 
hicieron  muchas  de  estas  demostraciones,  y  en  especial 
una  manera  de  danza  de  espadas,  hecha  con  tal  destreza, 
que  pareciendo  que  se  herian  unos  y  otros  en  todas  las 
partes  de  su  cuerpo,  no  se  maltrataban;  y  que  fingían 
un  muerto  de  tal  manera,  que  nadie  pensarla  lo  contra- 
rio. In  VI  Expedit.  Cyri:  «Traces  prius  surrefere,  et  ad 
tibiam  armati  saltarunt^  atque  alte  quidem  a  térra  se  sum- 
ma  cum  agilítate  atolevant,  iit  gladios  tenentes  quibus  al- 
ter  alterutrum  berverabat,  ut  plañe  omnem  hominem  per- 
cusam  existimarent:  sed  erat  ea  ludendi  ars  qUísdam^  Iten- 
qui  aliumjam  mortuum  efferet^  cum  Ule  nulla  ex  parte 
non  mortuus  videretur.» 

Platón,  in  Cutydemo,  pone  una  treta  que  acá  se  ve 
muchas  veces,  que  es  trompicar  sobre  los  filos  de  las  es- 
padas: «Non  tamen  inquam  super  enses  humi  inclinato 
capite  transilire^  et  super  rotam  vohi.» 

Más  destreza  parece  tomarla  de  la  punta  y  tragár- 
sela, y  es  tan  antiguo  este  embuste  como  los  demás, 
pues  Lucio  Apuleyo  lo  testifica:  aCirculatorem  adspexi 
equesirem  spathampraacutam  mucrone  infesa  devorasse.» 
Lib.  I  Be  Asíno  Áureo;  y  Juan  Bautista  Pió,  en  las  Ano- 
taciones de  Sidonio  Apolinar. 


—  215  - 

¿Qué  diremos  de  los  volatines,  á  quien  los  romanos 
llamaron  funámbulos,  sino  que  son  tan  antiguos  en  el 
mundo  como  en  el  ocio,  pues  hace  memoria  de  ellos 
Terencio?  y  nó  sólo  fueron  los  hombres,  pero  aun  los 
elefantes,  que  parece  cosa  increíble,  si  Suetonio  Tranqui- 
lo no  lo  dijera,  que  en  unos  espectáculos  los  dio  el  empe- 
rador Gal  va:  «Elephantos  funámbulos  edidit.» 

En  tales  fiestas  como  éstas  suelen  poner  un  lebrillo 
lleno  de  estiércol  de  los  bueyes,  blando,  y  apuesta  uno  á 
sacar  algo  en  la  boca,  asidas  las  manos  atrás.  A  esto  lla- 
maban fecacion,  y  era  juego  usado,  pues  Julio  Pólux  lo 
pone  entre  otros  que  causaban  risa:  «Fecatio  riscis  gra- 
tia  inventa  est.  Oportet  ex  enim  aliquid  infíesís  leviter 
immersum  in  manibus  retroductis  ore  eximere.» 

Apuestan  también  á  beber  en  algún  lebrillo  de  vino 
ó  agua  sin  resollar,  y  de  esto  se  acordó  Atheneo,  lib.  Xí, 
cap.  últ.:  «Sedest  opus  manus  post  terga  cum  contraxeris 
bibisse  flatibus  sine.y> 

No  deslinda  aquí  si  estos  flatos  han  de  ser  por  la 
parte  antica  ó  postica,  dejándolo  al  buen  entendedor. 

En  estas  ocasiones  se  hacen  apuestas  también  á 
quién  alza  más  peso  con  los  dientes:  llámale  á  esto  rai- 
pusara.  Con  este  juego  engañaron  los  criados  de  Amu- 
lio  á  Remo,  hermano  de  Rómulo,  fundador  de  Roma, 
que  para  cogerlo  fué  menester  apostar  quién  llevaba 
más  trecho  una  piedra  de  pesar  lana  que  allí  los  pastores 
tenian,  asiéndola  con  los  dientes,  las  manos  atadas  atrás. 
Remo  dijo  que  la  llevaría  él  desde  donde  estaba  al  mon- 
te Aventino;  y  dejándose  ligar  las  manos,  lo  llevaron 
contra  su  voluntad  á  su  abuelo.  Así  lo  cuenta  el  autor 


—    2l6    — 

de  la  origen  romana,  en  tales  palabras:  «.Jt  vero  lib.  II 
Pontijicalium  -proditur  misos  ab  Amulio  qui  Remum  peco- 
rum^  pastor em  atraherenty  cum  non  ociderent  vim  afferet 
opportunum  tempus  sibi  ad  insidiandum  nodos  quod  tune 
Romulos  aberat  genus  lusus  simulasse  quinam  eorum  ma- 
nihus  post  terga  ligatis  lapidem^  quo  lanapensari  solebaty 
módicas  sublatum,  quam  longisime  perferret.  Tum  Remum 
fiducia  virtum  in  Aventinum  usque  se  perlaturum  spopon 
disse,  Dein.  post  quam  vinciri  se  passus  est,  Alban  abs- 
tractum.» 

Acurcio,  en  la  glosa  de  la  Ley  finaU  c.  de  Relig.  et 
suptibusfun.:  «Et  Raipusa  ubipondus  dentibus  elevatur.» 
Tráelo  también  Juan  Bautista  Pió,  Annot.  Post.^  y  Alia- 
to,  lib.  I.  Pratermisorum. 

Rociarse  con  agua  ó  tomándola  con  la  boca  ó  en  al- 
gún modo  de  jeringa  era  juego  que  frecuentaban  mucho 
loslacedemones.  Pesado  era  el  juego  que  Eliogábalo  ha- 
cía con  sus  truhanes,  pues  los  ataba  á  una  rueda  de  no- 
ria y  los  hacía  volver  en  ella  sumergiéndolos  en  el  agua; 
y  burlando  de  ellos,  les  decia  que  eran  amigos  Ixiones. 
«Parásitos  ad  rotam  aqiiariam  ligavat^  et  cum  vertigine 
sub  aquas  mitebat  rursusque  in  summum  revohebat^  eos- 
que  amicos  Ixiones  vocavaí.» 

Así  lo  dice  Lampridio  en  este  Príncipe;  á  que,  según 
la  sentencia  de  algunos  autores,  aludió  Juvenal  en  la  Sá- 
tira XI: 

Et  Lacedetnonio  Pytismate  lubricat  orbetn. 

Quieren  que  aquí  la  voz  pytisma  sea  del  verbo 
TTOTt^Ko,  que  es  leviter  y  rorare.  Así  lo  entienden  As- 
cencio  y  Mancileno  y  Pedro  Crinito,  cuyas  son  las  pa- 


—  11']  — 

labras  siguientes:  «Jam  eo^illud  allias  ad te  scripsi^quod 
apud  Juvenalem  sententiam  de  Pytismate  commutaret 
afirmans:  ludum  magis  quendam  in  Laconisis  frecuentem 
innui  cum  quis  alter  alteri  aquilam  tnspuens  colluderat .y> 

Aunque  Angelo  Policiano,  en  la  Centuria  I,  capítu- 
lo XXVIII,  quiere  que  se  lea  en  aquel  lugar  Pytilismate^ 
que  es  un  juego  ó  ejercicio  de  que  hace  memoria  Gale- 
no, lib.  II  Rxercit.^  en  el  cual  los  mancebos,  poniéndose 
de  puntillas,  movian  velocísimamente  los  brazos  atrás 
y  adelante,  y  que  se  hacía  cerca  de  las  paredes:  ^Pytili- 
sare  est^  cum  quis  quam  summis  pedíbus  ingrediens  manus 
protendit  velocissimeque  movet  alteram  retrorsum^  scilicet 
alteram  prorsum,  quo  potisimum  gymnasii genere  apud pa- 
r tetes  exercentur. » 

Dejo  las  demás  interpretaciones  de  este  lugar,  por- 
que no  hacen  á  nuestro  intento.  A  estos  que  así  rociaban 
llamaban  autocabdalos,  y  los  coronaban  con  yedra. 
Atheneo,  I.  XÍV,  c.  VIÍI.  Sermus  Delicus,  in  libro  De 
Peanibus:  «Qui  vocantur  Auticabdali  coronati  hedra  sen- 
sim  irrorabant.» 


i  II. 

Darse  grita. 

Cuando  tan  licenciosas  fiestas  hace  la  gente  rústica 
no  perdona  los  oprobios  que  la  lengua  puede  decir,  dán- 
dose grita  unos   á  otros;  costumbre  que  dice  Horacio, 

zS 


—    2I8    — 

in  Epist.  ad  August.,  que  se  tenía   después  de  alzados 
los  Agostos. 

Agrícola  prisa  fortes,  par^voque  beati, 
Pondita  post  frumenta  le-v antes  tempore  festo 
Corpus,  et  ipsum  animum  sapejinis  duraferentem 
lellurem  porco,  Sil--uanum  lacte  piabant, 
Floribus,  et  'vino  genitum  memorem  'verhis  a-vi 
Fescenina per  hunciti'venta  licentia  morem, 
Versibus  alternis  oprobria  rustica  ludit. 

Los  antiguos  labradores 
Con  poca  hacienda  ricos, 
Después  de  alzadas  las  heras 

Y  de  recoger  el  trigo. 
Para  aliviar  el  trabajo 

Del  cuerpo,  en  tiempos  festivos 
(Que  este  es  el  fin  deseado 

Y  á  sus  cuidados  debido), 
A  la  diosa  de  la  tierra 

Le  daban  en  sacrificio 
Un  puerco,  lechea  Silvano, 
Al  Genio  flores  y  vino. 
Este  rito  licencioso 
Inventó  los  fesceninosj 
Unos  á  otros  se  echan  coplas, 
Pullas  con  rústicos  dichos. 

Por  los  caminos  es  cosa  muy  usada  esta  grita,  y  los 
que  van  navegando  por  los  rios,  que  todos  unos  á  otros 
se  dan  grita  y  dicen  oprobios.  Horat.,  Epist.  I: 

Tune  pueris  nauta,  pueris  con-vitia  nauta 
Ingerere. 

Mejor  que  todos  Ausonio,  en  su  Mosela: 

Lata  operum  plebes  festinantes  que  coloni, 
Fertice  nunc  summo  properant  nec  dejuge  dorso 


—    219   — 

Certantes  stolidis  clafnoribíis;  inde  'viator 
Riparum  subjecta  terens,  hinc  navita  labens 
P  robra  canunt  seris  cultor  i  bus. 

La  plebe  alegre  y  labrador  ligero 
Que  aprisa  á  subir  va  por  el  collado, 
O  descendiendo  ya  por  la  ladera 
Contienden  con  clamor  desentonado. 
Y  luego  el  caminante  que  la  orilla 
Pasa  del  rio,  ó  ya  sea  el  navegante 
Que  el  agua  va  cortando  con  la  quilla, 
Al  labrador  tardío 
Oprobios  dice,  que  resuena  el  rio. 

J3.  Ped.  ¿Por  qué  dice  Ausonio  que  á  los  labrado- 
res tardíos  les  daban  grita,  y  qué  grita  era  la  quedaban? 

D.  Fern.  Por  antigua  ley  de  agricultura,  según 
Catón  y  Marco  Barron,  la  poda  de  las  viñas  se  debe 
hacer  cuando  se  hace  la  sementera,  ó  por  lo  menos  que 
esté  hecha  cuando  llega  el  equinocio  vernal,  que  es  á 
21  de  Marzo.  Plinio  pone  la  ley:  «Pautationem  equi- 
nocttio  ■paractam  habet.»  Y  quien  esta  ley  no  entiende 
es  cierto  que  no  entiende  la  poda,  por  lo  cual  á  los  que  no 
hablan  podado  les  daban  grita  con  aquella  iníliusta  voz 
de  avecilla  ominosa  llamado  cuquillo,  que  en  el  equino- 
cio comienza  á  cantar  como  dando  la  vaya  á  los  tardíos 
podadores  y  labradores,  diciéndoles  cu^  cu;  y  á  su  imita- 
ción, los  marineros  y  caminantes  suelen  repetir  la  misma 
infausta  voz  cu^  cu^  dándose  grita  unos  á  otros.  Todo 
esto  nos  dejó  escrito  Plinio  en  el  lib.  XVIII,  c.  XXVI: 
«Dum  sciat  inde,  matam  ex  probationem  f¿edam  pu- 
tantium  vites  per  imitationem  alitis  temporarü,  quem  cu- 
culum  vocant.  Dedecus  enim  habetur  oprobiumque  meri- 


—    220    — 

tum  falcem  ab  illa  voluere  invite  depredendi,  ut  ob  idpe- 
tulantie  sales  etiam  cum  primo  veré  ludantur  auspicio  la- 
men^ destetabiles  videníiir.> 

Horacio  otra  vez  acredita  esta  costumbre,  nó  sólo  en 
la  Primavera,  sino  también  en  la  vendimia: 

TuTn  Pr¿e7testinus  regerit  con'vitia  dienus, 
Vindemiator  et  in'victus  usciu  sape  <viator, 
Cesisese  magna  compelans,  ^ooce  Cuculujn. 

Entonce  el  prenestino  le  echa  pullas, 
Duro  vendimiador  nunca  vencido, 
A  quien  el  caminante  muchas  veces 
Con  grandes  voces  llama  de  cuquillo. 

Acron  Helenio  en  este  lugar  de  Horacio  lo  declara  á 
guisa  de  intérprete:  «.Hoc autem  ipsa  renovímus^quodvia- 
tores^  s¿epe  vendimiatores^  agant  convitiis  cum  transierint^ 
et  illi  respondeant  ita  aut  cuculos  illos  apellent  quasi  Pi- 
gros.y> 

Lo  que  más  me  admiró  es  hallar  esta  grita  en  Aris- 
thóphanes,  que  escribió  antes  que  Platón.  i\.quel  poeta, 
en  la  comedia  Ranas: 

Et  apreendentes  quisque  'verbum  proferas. 
Ñeque  e  manu  mitatis  priusquam  clamitem 
Cuculí  tnore:  Cu,  cu. 

Otra  vez  el  mismo   Aristóphanes,  en  la  comedia 

Jves: 

AUgipti  autem  et  phanices  cuculus  rex  erat, 
Et  quando  cuculus  dixise  cu,  cu,  tune phanices  omnes 
Frumenta  et  hordea  in  campis  mate'vant; 
Hoc  erat  illud'verbum  'vere  cucii  herniosi  in  Campum. 

Parece  haber  tomado  de  esta  grita  ó  celéuma  de  ca- 


—    221    — 

minantes  la  metáfora  el  profeta  Jeremías,  en  el  capí- 
tulo XXV,  según  la  versión  de  los  setenta  intérpretes: 
<(Verbum  respondivit  superlotum  suum  set  illi  quato  vi- 
de  mi  atores  respondebant.» 

Mas  esto  es  meter  la  hoz  en  mies  ajena;  contenté- 
monos con  apuntar  el  intento. 

D,  Diego.  ¿Por  qué,  siendo  el  cuquillo  ave  de 
tan  mala  naturaleza  que  se  come  los  huevos  ajenos  y 
supone  los  suyos  para  que  otras  aves  los  crien,  llaman  á 
quien  padece  adulterio  cu^  cu,  habiendo  de  llamarse  á 
quien  le  pone  los  huevos,  que  ese  es  el  verdadero  cu- 
quillo? 

D.  Fern.  El  mundo  juzga  siempre  al  revés.  An- 
tiguamente denostaban  con  nombre  de  cuquillo  á  los 
malos  maridos,  como  la  otra  buena  mujer  que  halló  al 
suyo  en  un  torpe  hecho.  In  Asinaria  Plauti: 

At  etiufn  cuhat  cuculus:  surge  amatar, 
I  domiinu 

Aún  empolla  los  huevos  el  cuquillo; 
Levántese,  galán,  y  vaya  á  casa. 

Y  en  la  misma  Fábula^  á  este  intento: 

Cano  capite  cuculum,  uxor  ex  lustris  rapit . 

Al  viejo  verde,  cuquillo 
Lleno  ya  todo  de  canas, 
Sin  vergüenza  su  mujer 
Por  la  mancebía  lo  arrastra. 

A  los  habladores  importunos  llamaban  también  cu- 
quillos: así  le  llamó  Lycophron  á  Ayax  en  su  Alexan- 
dra;  y  Aristóphanes,  en  la  comedia  Acarnanibus: 


—    222    — 

Suo  crearunt  me  sufragio  tres 
Cuculí:  ac  pro  inde  hoc  execratus  inii 
Fadus. 

D.  Ped.  No  sé  cómo  afrenta  tanto  V.  m.  al  cu- 
quillo, pues  en  verdad  que  dice  Pausanias,  lib.  V  Elia- 
corum,  que  en  el  templo  de  Juno,  en  Cuboca,  estaba  esta 
diosa  con  una  granada  en  la  mano,  y  en  la  otra  un  cu- 
quillo, y  da  la  razón:  que  Júpiter,  enamorando  á  Juno, 
se  volvió  en  este  pajarito  tan  donoso;  Juno,  viendo  que 
se  le  venía  á  la  mano,  como  niña  amiga  de  pajaritos,  lo 
cogió,  y  él  á  mi  fée,  á  la  noche  remaneció  Júpiter. 

D.  Fern.  Ahí  verá  V.  m.  quién  era  Juno,  pues 
antes  que  se  casara  con  su  marido  ya  lo  tenía  hecho  á 
cuquillo.  Mas  por  cosa  notable,  referiré  á  V.  ms.  lo  que 
cuenta  A  miaño  Marcelino  de  unos  muchachos  españo- 
les. Tenían  costumbre  en  España  cuando  entraban  luz 
en  algún  aposento,  como  ahora  solemos  decir  «Loado 
sea  Jesucristo,»  ó  «Buenas  noches  dé  Dios  á  V.  ms.,» 
de  decir  «Venzamos,»  como  gente  tan  guerrera.  Esta 
era  su  mayor  gloria  y  á  esto  se  enseñaban.  Los  mucha- 
chos españoles,  entrando  con  luz  donde  estaban  unos 
soldados  romanos,  dijeron  aquellas  palabras:  uno  de 
ellos,  no  sabiendo  la  costumbre,  interpretando  siniestra- 
mente como  que  les  diesen  grita,  ó  por  ventura  que  era 
señal  de  alguna  traición,  desnudando  la  espada,  mató  á 
su  huésped  con  toda  la  desdichada  familia.  Asi  cuenta 
esto  Amiano,  cuyas  palabras  son:  «dúo  tempore  in  His- 
pania  contigit^  ut  lumem  pueris  sub  noctem  inferentibus, 
at  que  pro  more  funde  ^  manavitut  illatis  luminibus  ínter  se 
salutem  in  Hispania  dicentibus^  vincamus:  Romanus  qui- 


—    223    — 
dam  verba  puerorum  crudeliter  interpretatas^  districto 
gladio  hospitem  cum  familia  jugulavit.» 

Lo  mismo  refiere  Juan  Mariana,  lib.  IV,  cap.  XVII. 

Refiero  de  buena  gana  este  caso,  porque  nó  todas 
veces  es  segura  cosa  dar  grita,  y  se  han  visto  muchas 
desgracias,  porque  nó  todos  los  hombres  son  de  un  hu- 
mor, ni  todos  los  tiempos  unos. 


§.     111. 

Otras  burlas  señalando  con  las  manos^  y  poner  nombres. 

No  se  contenta  la  malicia  humana  para  el  cumpli- 
miento de  sus  antojos  con  aprovecharse  de  la  lengua,  y 
con  ella  significar  y  decir  oprobios  á  su  hermano,  ya  en 
burlas,  y  lo  que  peor  es,  ya  de  veras;  sino  que  también 
se  vale  de  las  manos  y  otras  gesticulaciones  del  cuerpo 
para  este  fin.  A  este  género  de  burla  llamaron  los  lati- 
nos sanna.  Persio,  en  la  Sátira  I,  pone  en  tres  versos 
tres  especies  de  ella: 

o  sane  a  tergo  cum  jnilla  sicoma  pinxlt , 
Nec  manus  aurículas  imitata  est  nonjilis  albas, 
Nec  lingua  tamtum  sitiat  canis  Apules  quantum. 

Al  primer  modo  de  esta  burla  llamaban  Cigüeña., 
que  era  levantar  la  mano  encorvada,  moviendo  el  dedo 
índice.  La  segunda  era  poniendo  las  manos  en  las  orejas, 
imitando  las  del  asno,  de  que  motejaban  á  aquel  con 
quien  se  burlaban.  La  tercera  era  sacar  la  lengua  como 


-—    224    — 

perro  sediento,  para  dar  á  entender  lo  poco  que  estima- 
ban al  burlado.  Hesiodo  y  sus  intérpretes  se  acuerdan 
de  esta  costumbre,  y  Juan  Izetez,  cuyas  palabras  refiere 
en  este  lugar  Isaaco  Casaubono.  El  glorioso  San  Geróni- 
mo refiere  al  monje  rústico,  que  no  crea  á  sus  aduladores, 
porque  por  detrás  le  han  de  hacer  tales  escarnios  como 
burladores,  quede  él  se  habian  de  reir:  «.Ne  credas  adu- 
latoribus  tuis,  imo  irrisioribus  aures  ne  libenter  acomodes 
qui  cum  te  adulationibus  foverint^  et  quodam  ?nodo  inpo- 
tem  mentís  efecerint,  si  súbito  respexeris^  aut  ciconiam 
post  te  deprehendes  colla  curbari^  aut  manus  aurículas 
agitari  asini^  aut  ¿es tuautem  canis  protendi  linguam.y> 

Algo  de  esto  tocó  el  mismo  santo  varón  sobre  So- 
phonias:  «Ciui  si  scirent  holdamviris  tacentibus  prophe- 
tassCy  quam  fost  tergam  meum  incurvarent  in  Ciconiam.» 

Suelen  también  torcer  las  narices,  volviéndolas  á  un 
lado  con  el  dedo.  Acredita  su  antiguo  uso  Apuleyo,  VIH 
Miles.:  iiSed  post  quam  non  cervam  pro  virgine^  sed  asi- 
numpro  homine  succidam^  cum  videre  nare  detorta  magis- 
trum  suum  varié  cavillabantur.» 

El  darse  higas  y  formar  la  mano  imitando  el  príapo^ 
no  le  costó  menos  que  la  vida  á  C.  Calígula,  burlándose 
con  Cayo  Cherea,  á  quien  pidiéndole  el  nombre  le  soüa 
dar  á  Venus,  y  cuando  le  pedia  la  mano  para  besársela 
le  ponia  en  aquella  deshonesta  figura.  Suetonio:  «Jam 
ut  molem  et  ef^eniinatum^  omni  probo  dono  tare  consveverat.^ 
et  modo  signum  petenti  Priapum  aut  Venerem  modo  ex 
aliqua  causa  egenti  gratias^  osculandam  manum  offerre 
com  motam  efformatamque  in  obscenum  modum.> 

Solian  también,  como  ahora,  levantar  el  dedo  de  en- 


—    225    — 

medio,  bajando  los  demás.  Marcial,  lib.  II,  Epig,  VIII: 

Rideto  muhum  qui  te,  Sextille,  Cynedum 
Dixerit,  et  digitum ;porrtgito  médium. 

Ríete,  Sextillo,  mucho 
Del  que  Cynedo  te  llama; 
Y  para  burlarte  de  él^ 
El  dedo  medio  levanta. 

Ju  venal; 

Cum fortuna  ipse  minad 

Mandaret,  laqueum  medicumque  ostenderet  unguem. 

Por  esta  causa,  y  por  su  torpe  uso,  le  llaman  á  este 
dedo  desvergonzado.  Marcial: 

Oscendi  digitum:  sed  impudicum 
Alclionti,  Dasioque,  Simachoque . 

Persio  le  llama  infame: 

frontem  que  atque  'vada  labella, 

Itrfami  digito,  et  lustralibiis  ante  salibis 
Expiat. 

Reprueba  Nuestro  Señor  estas  burlas,  y  da  á  enten- 
der lo  poco  que  le  agradan  por  Isaías,  en  el  cap.  LVIII: 
«Si  abstulerís  demedio  tricathenam^  et  desieris  extendere 
digitum  et  loqui  quodnoíi  -prodest.-d 

El  señor  San  Gerónimo  entiende  que  aquella  frase 
extendere  digitum  es  el  oprobio  de  que  vamos  hablando, 
y  con  esta  opinión  pasan  Lira,  Estrabon  y  el  padre  Mar- 
tin Antonio  del  Rio  en  los  Adagiales  Sagrados.,  fol.  406. 
Lo  mismo  quiso  significar  San  Isidoro  cuando,  hablan- 
do de  los  dedos  de  las  manos,  llegando  al  tercero,  dice: 
^Tertius  impudicus,  qui  per  cum  probra  insectatio  expri- 
mitur,» 


—    226    — 

No  paran  aquí  las  triscas  de  la  mano;  que  la  misma, 
encorvada  sobre  el  rostro,  como  los  que  miran  algo  á 
lo  lejos,  moteja  de  bubo.  Atheneo,  lib.  XIV,  cap.  XII: 
^Bubo  figura  qu<!edam  prospicientium^  summanque  manum 
sufra  faciem  curbancium . » 

Efectos  de  las  burlas  es  ponerse  nombres  postizos, 
que  muchos  duran  toda  la  vida,  y  son  más  conocidos 
por  ellos  sus  dueños  que  por  los  que  les  pusieron  en  la 
pila  de  baptismo;  que  tanto  como  esto  puede  la  mali- 
cia de  los  hombres,  inclinada  siempre  á  lo  peor;  y  como 
el  mundo  siempre  ha  sido  uno,  siempre  ha  tenido  esta 
mala  costumbre,  y  dura  muchos  siglos.  Demóstenes,  en 
la  oración  que  hizo  contra  Cenon,  depone  de  ella  por 
estas  palabras:  «.In  priínis  igitur,  dicam  vobis  ea  per  qu¿e 
tum  audiore  a  contumelia  et  iis  qu¿efacta  sunt  abducía,  et 
dictum  mullos  es  se  in  urbe,  honestorum  virorum  filies,  qui 
ludibriis  causa  homines  adolecentes  varia  sibí  mutuo  cog- 
nomina  fecerint,  atque  alios  meretriculas.» 

Este  agravio  que  él  culpa  en  los  otros  lo  experimiCn- 
tó  en  sí  mismo,  pues  los  muchachos  le  pusieron  á  él  por 
nombre  postizo  Batulo,  por  ser  cuando  muchacho  flaco 
y  enfermizo.  Así  lo  dice  Plutarco  en  su  vida:  «Unde 
cognomem  probrosum  Batulum,  deridentibus  corporis  ejus 
debilitatem  pueris  dicitur  imbenisse.» 

Pirro,  rey  de  los  epi rotas,  se  llamó  así  porque  los 
muchachos  se  lo  pusieron:  «Hic  etiam puerili,  cognomine 
dictus  est  Pyrrus.» 

El  nombre  que  en  el  dia  lústrico  le  pusieron  á 
Achiles  fué,  según  Apolodoro,  Lingiron;  después  le  lla- 
maron Achiles,  que  quiere  decir  el  que  se  cria  sin  pan. 


—    227    — 

Celio  Rodiginio,  Lect.  Anüquar.^  lib.  XXIV,  c.  VI. 
Aquel  espanto  de  Anníbal  y  único  remedio  del  pueblo 
romano,  Quinto  Fabio  Máximo,  por  su  mansedumbre 
y  silencio  cuando  muchacho,  y  por  la  gravedad  de  sus 
costumbres,  le  pusieron  los  muchachos  Ovejita.  Plutar- 
co, in  Fabio:  «Ovicula  puer  di c tus  est^  ex  mansuetis  et 
gravibus  mor  i  bus,  quippe  sedattus  ejus  ingenium,  et  taci- 
t umitas  magnaque  in  fruendis  puerilibus  delectationibus 
íarditas,  ac  labor  in  percipiendis  literis,y>  etc. 

Homero,  en  el  lib.  XVIII  de  la  Odisea,  dice  que 
Tro,  aquel  pobre  que  quiso  competir  con  Ulises,  se  lla- 
maba de  su  nombre  propio  Arneo,  y  porque  hacía  man- 
dadillos  le  pusieron  Tro. 

Arneus  autem  nomine  eral;  hoc  enim  imposuit  'veneranda  mater. 
Sluoniam  nunciat  defere'vat  prqfectus  quando  aliquis  juhebat. 

Ergacilo  Paracito,  en  Plauto,  acredita  buena  parte 
de  esta  costumbre:  «Inventus  indidit  nomen,  scorto  mihi 
eo  quia  invocatus  soleo  esse  in  convivio.  > 

Cayo  Calígula,  con  ser  hijo  de  un  varón  principalí- 
simo y  muy  querido  del  ejército  romano,  por  haberse 
criado  con  hábito  manipular  entre  los  soldados,  le  lla- 
maron Calígula,  que  es  como  si  dijésemos  Calzilla:  «Ca- 
ligul¿e  cognomen  Castrensii  joco  tra^út,  quia  manipulario 
habitu  Ínter  milites  educabatur.» 

Lucio  Apuleyo  acreditó  la  misma  costumbre;  IX 
Milessias:  «Nostri  qu¿endam  bar  bar  um  nostr^e  civitaíis 
Decurionem,  quem  scorpionem  pr¿e  morum  acritudine  vu¡- 
gus  apellat.» 


228 


§.     IV 

Otros  juegos  que  trae  Julio  Pólux. 

D.  Ped.  Gomenzó  V.  m.  á  decir  el  otro  dia  algu- 
nos juegos  que  Julio  Pólux  trae  en  el  Onomástico^  libro 
VII,  cap.  IX,  y  con  otros  que  se  han  ofrecido  interrum- 
pió V.  m.  los  de  aquel  autor;  y  aunque  no  nos  pesa  de 
haber  oido  lo  que  V.  m.  ha  dicho,  deseo  ver  ya  lo  que 
dice,  porque  oigo  con  summo  gusto  las  curiosidades 
que  suelen  traer  estos  autores. 

D.  Fern.     Nó  sin  mucha  razón  dijo  Horacio: 

'VOS  exemplaria  gneca 

Nocturna  ^vérsate  manu,  'vérsate  diurna. 

No  he  hallado  en  ningún  autor  tantos  juegos  ó  lu- 
ciones  pueriles  juntas  como  en  Pólux,  y  yo  no  diré  todos 
lósque  él  escribió,  porque  algunos  están  ya  tan  fuera 
del  uso,  que  apenas  los  puedo  entender;  y  aun  para  los 
que  de  presente  se  usan  habré  menester  la  interpreta- 
ción dfe  nuestro  Pedro  Triba,  Melchor. 

Melch.  Juegue  limpio  V.  m.,  ó  ¡por  Dios!  que 
me  ponga  en  lo  del  Rey. 

D.  Fern.  No  se  enoje  V.  m.,  señor  Melchor,  que 
enlamarle  á  V.  m.  Pedro  Triba  es  decirle  que  es  maes- 
tro de  estos  juegos,  en  lenguaje  gregüesco. 

Melch.  Ahora,  señor,  gregüesco  y  Pedro  Triba 
todo  ello  me  güele  muy  mal;  pero  pase. 


—    229    — 

D.  Fern.  Nuestro  autor  dice  que  habia  un  juego 
que  hacían  con  las  codornices,  en  esta  forma:  señalaban 
un  círculo  en  el  suelo,  y  allí  metían  dos  codornices  á  que 
riñesen,  y  la  que  echaba  á  la  otra  del  círculo  quedaba 
vencida,  y  también  su  dueño,  que  perdia  ó  la  codorliiz 
ó  el  dinero  que  ponían.  Otras  veces  metian  una  codor- 
niz, y  el  que  jugaba  con  el  dueño  de  ella  dábale  un  papi- 
rote y  arrancábale  una  pluma  de  la  cabeza;  si  la  codor- 
niz huia  perdia  el  dueño,  y  si  estaba  queda  vencia  y 
ganaba  la  codorniz  ó  el  dinero:  «Verum  et  cothurniceni 
ferire  ludus  est,  circuios  enim  describentes,  cothurnices  ad 
pugnas  mutuas  constituebant^  eversa  vero  circuloque  exen- 
des  vincebatur^  et  ipsa  et  cothurnices  domines^  et  non  nun- 
quam  quidem  pro  ipsis  ludebatur,  non  nunquam  pro  pecu- 
nia. Est  non  nunquam  cum  hic  quidem  constituit  cothur- 
nisem:  Ule  medio  fieri  digito  deinde  capite  pennam  evellit^ 
et  si  coturnix  induraverit,  victoria  penes  ejus  nutriotorem 
est:  concedente  vero  ea  et  fugiente.feriens  aut  evelens 
vincit. » 

También  trae  este  juego  Suidas,  con  la  voz  lpxvvw,ma. 

Alguna  vez  he  visto  reñir  dos  gallos  y  maltratarse 
el  uno  al  otro  hasta  que  el  uno  huye. 

D.  Diego.  Yo  he  oido  decir  que  en  algunas  pro- 
vincias es  eso  como  acá  las  fiestas  de  toros,  y  en  Grecia 
é  Italia  se  usó  mucho  antiguamente;  y  aun  en  España 
debió  ser  más  frecuente  que  ahora.  Aun  todavía  deci- 
mos cuando  dos  contienden  sobre  alguna  cosa:  (<  Fulano 
es  mi  gallo,)»  porque  aquel  que  tenemos  por  más  valien- 
te entendemos  que  saldrá  con  la  victoria. 

D.  Fern.     Es  esto  tanta  verdad,  que  los  dos  hijos 


—    230    — 

de  Severo  Augusto,  Baciano  y  Geta,  comenzaron  sus 
disgustos  y  competencias  de  la  de  este  juego  de  gallos  y 
codornices.  Así  lo  cuenta  Herodiano  en  el  lib.  III: 
«Interque  se  fratres  disidevant puerili  ■primum  certamine 
c¿edendis  coturni^  cuturnicum  pugnis  quelina^  eorumque 
conflictibus  ac  puerorum  colluct aliones  exorta  discordia.» 

Luego  pone  nuestro  texto  una  nómina  de  muchos 
juegos,  que  explica  refiriendo  cada  uno  de  por  sí.  El 
que  pone  en  primer  lugar,  si  no  le  llamamos  el  rey  de 
los  juegos,  por  lo  menos  le  llamaremos  el  juego  del  rey. 
Llámase  en  griego  Basilinda.  El  lugar  de  Pólux  de  in- 
terpretación de  Ruderijo  Gualtero  dice  de  esta  manera: 
iiRegius  staque  est  cum  sorte  dispositis,  Rex  quod  facien- 
dam  est  pr¿ecipit:  qui  vero  famulus  sorte  jactus  est  omnia 
peragit.» 

Dice  que  se  disponen  los  muchachos  por  suerte,  cada 
uno  en  el  lugar  que  le  cabe;  el  rey  manda  lo  que  se  ha 
de  hacer,  y  á  el  que  le  cabe  la  suerte  de  ser  criado  hace 
todo  lo  que  le  manda. 

Melch.  Ese  juego  también  llaman  hoy  dia  del 
Rey,  y  lo  es  aquel  á  quien  le  cabe  la  suerte,  la  cual  se  ha- 
cía á  Castilla  y  León,  ó  Pares  y  NTones;  el  que  es  rey 
manda  á  cada  uno  de  los  otros  lo  que  quiere  por  su  an- 
tojo. Si  le  manda  que  se  desnude,  al  punto  se  desnuda 
en  pelota;  que  lleve  á  cuestas  una  piedra,  la  lleva;  si 
quiere  que  cante  ó  baile,  ha  de  cantar  ó  bailar,  aunque 
no  sepa. 

D.  Fern.  Lo  mismo  dice,  y  con  harta  elegancia  y 
propiedad,  Luciano  en  los  Saturnales:  <t.Vides  nimirum 
quam  ingens  sit  bonum,  quem  admodum  et  illud  cum  tello 


—   231    — 

Víctor  solus  ómnibus  Rex  prajiceris^  ut  non  solum  ipse  non 
feras  uUa  ridicula  rerum,  etiam  ipse  possi  aliis  imperare 
huic,  ut  turpe  quiddam  de  ipso  vociferetur  illi  ut  saltet 
nudus^  ut  que  sublata  in  humeros  tobicina  ter  Domum  ob 
ambulet. » 

Á  tal  género  de  reino  parece  que  miró  Paulo  Oro- 
sio  hablando  del  infelice  Átalo,  lib.  Vil,  cap.  XLII: 
«duid  de  infelicissimo  Attalo  loquar?  cui  occidi  inter 
tiranos  honor  mori  lucrum  fecit.  In  hoc  Abaricum  impera- 
tore  facto^  r efecto^  acdefecto,  sitius  his  ómnibus  factis  pe- 
ne quam  dictis  mimum  risit,  et  ludum  spectavit  imperii. » 

El  bárbaro  emperador  Máximo,  en  la  habla  de  Gor- 
diano á  los  soldados,  les  dice:  uNerum  nequid  magis  ri- 
diculum  edexerim  cartaginenses  insaníum,  atque  sane  in- 
felisissimo^  et  extremo  jam  atatis  delirante  dubium  sua- 
suan  coactu  quasi  aliqua  in  pompa  ludunt  principatum.» 

Era  este  mismo  juego  parecido  al  juego  que  llaman 
de  los  Jueces,  porque  en  él  imitaba  un  tribunal,  hacien- 
do raaxistrados  con  sus  protextas  y  litores.  Séneca,  en 
el  lib.  De  Constantia  Sapientis^  hablando  de  la  ambición 
de  los  pretendientes,  y  catariberas:  «Non  ideo  quidquam 
inter  illos  puerosque  interesse,  quis  dixerit  quod  illi  inter 
ipsos  magistratus  gerunt,  et  pretextam  fascesque  ut  tri- 
bunal imitantur.  Hi  eadem  in  campo  foroque  et  in  curia 
ludunt.y> 

Plutarco  dice  que  en  esto  se  entretenia  Catón  siendo 
muchacho,  y  fingiendo  acusaciones  y  reos  condenados: 
^Ludus  erat  juditia  acusat iones  damnatorum  obduct io- 
nes.» 

A  Rufino  Crispino,  hijo  de  la  señora  Popea  y  ente- 


—    232    — 

nado  de  Nerón,  le  costó  la  vida  jugarlo,  pues  por  ello, 
sin  otra  causa,  lo  echaron  en  la  mar.  Suetonio,  in  Nerone: 
nPrivignum  Ruffinum,  Popea  natum^  impúber em  aduc, 
quia  ferevatur  Ducatus  et  imperta  ludere,  mergendiím 
mar  i  dum  piscare  tur  servís  suis  demandabit.» 

Esparciano  dice  que  el  ordinario  entretenimiento 
de  Alexandro  Severo,  siendo  niño,  fué  jugar  el  juego 
de  los  Jueces,  llevando  delante  de  sí  lictores  con  sus  se- 
gures, y  mucho  acompañamiento  de  muchachos,  y  él 
muy  grave  como  juez:  aln  prima  pueritia  nuUum 
alium  ludum^  nisi  ad  judices  exercuit,  cum  ipse  prelaíis 
facibus  ac  securibus  ordine  puerorum  circunstante^  judi- 
caret.f) 

A  este  juego  parece  aludió  Horacio  cuando  dijo  de 
la  Fortuna: 

sanjo  leta  negotio 

Ludum  insolentem,  ludere  pertinax 
Transmutat  incertos  honores, 
Nunc  mlhi,  nunc  alii  benigna. 

Este  juego,  que  los  griegos  y  romanos  tenian  por 
entretenimiento,  tenian  los  persas  por  doctrina  é  ins- 
trucción; y  así,  cuenta  Xenofon  en  la  Pedia  de  Ciro, 
que  siendo  niño,  se  querelló  ante  él  un  muchacho  de 
que  yendo  por  una  calle,  y  llevando  vestida  una  camisa 
larga  hasta  los  pies,  se  la  quitó  otro  muchacho  que  era 
más  alto  de  cuerpo  y  tenía  una  camisa  muy  corta.  Lla- 
mado el  reo  y  el  actor,  Ciro  dio  por  sentencia  que  lo 
hecho  estaba  justificado,  y  absolvió  al  reo,  dando  por 
razón  que  habia  hecho  lo  que  estaba  bien  á  entrambos, 
pues  al  actor,  que  era  chico  de  cuerpo,  le  estaba  bien  la 


—  ^33  — 
camisa  chica,  y  al  largo  la  más  larga;  y  al  contrario,  no 
le  estaba  bien  la  camisa  larga  al  que  era  chico  de  cuerpo. 
El  actor,  agraviado,  apeló  para  ante  su  ayo,  el  cual  revo- 
có su  sentencia  y  reprehendió  íi  Ciro,  porque  el  juez  no 
ha  de  mirar  lo  que  está  bien  á  cada  una  de  las  partes,  si- 
no lo  que  dispone  la  justicia,  que  es  dar  á  cada  uno  lo 
que  es  suyo. 

Prosigue  nuestro  autor:  «Ostracinda  verOjCumfue- 
ri  lin¿e  in  medio  ducta  et  divisi  ínter  se  duas  in  partes: 
h¿ec  quidem  extra  textulam^  altera  intra  esse  existimatur 
mitente  autem  aliquo^  ad  lineam  testulam  qu¿ecumque 
pars  superior  fuerit^  hi  ad  illum  festinantes  et  conversi 
fugiunt.  duicumque  autem  fugientium  captus  fuerít  Asi- 
ñus  vocatur:  hic  vero  testulam  projiciens  dicit  Nox^  Dies; 
interior  enim  ejus  pars  pile  oblita  est,  qu¿e  nocti  respón- 
dete vocatur  autem  tes  tule  y  trasmutatio  hoc  ludí  genus.y> 

En  castellano,  para  que  Melchor  lo  entienda,  dice: 
que  divididos  los  muchachos  en  dos  bandas,  hacian  una 
raya  enmedio:  á  una  de  las  bandas  llamaban  dentro  de- 
ja la  texa,  y  á  otra  fuera  de  la  texa;  esta  texa  tomaba  uno 
y  arrojábala  á  la  raya.  El  que  vencia  partia  corriendo,  y 
todos  los  de  su  banda  con  él,  y  daba  tras  de  los  de  la 
banda  vencida,  que  iban  huyendo:  el  que  de  estos  era 
cogido  del  que  iba  tras  él  le  llamaban  Asno,  el  cual  to- 
maba la  texa  y  decia  noche  ó  dia,  porque  por  la  parte  de 
adentro  estaba  empegada  y  correspotidia  á  la  noche.  Es- 
te juego  se  llamaba  Vuelta  la  teja^  y  Platón,  en  Phedro^ 
hace  memoria  de  él. 

Melch.  Tan  en  griego  lo  ha  dejado  V.  m.  como 
antes  estaba. 

30 


—  234  — 

D.  Fern.  Hermano  Melchor:  yo  os  pongo  el  ca- 
so á  la  letra;  vos,  como  intérprete  ó  faraute,  tenéis  obli- 
gación de  ver  qué  juego  de  los  que  juegan  ahora  los 
muchachos  parece  á  el  que  se  ha  dicho. 

Melch.  Ese  juego  tiene  algunas  cosas  parecidas 
al  juego  que  llaman  Daca  la  china,  que  es  de  esta  mane- 
ra: hacen  los  muchachos  una  raya,  y  dividiéndose  en  dos 
bandas,  uno  toma  una  tejuela  y  mójala  en  saliva,  arro- 
jándola en  alto,  diciendo:  «¿Vino  ó  pan?»  Responde  el 
otro:  «Vino,  que  Dios  dará  pan,  ó  pan,  que  Dios  dará 
vino.»  El  que  acierta  queda  hecho  rey  ó  capitán  de 
aquella  banda;  y  dispuestos  los  muchachos,  sentados  en 
el  suelo,  cada  uno  pide  que  le  den  la  tejuela.  El  capitán 
de  todos  la  da  á  quien  le  parece,  tan  disimuladamente 
que  no  lo  puede  echar  de  ver  el  otro  capitán  su  contra- 
rio, el  cual  anda  tentando  las  orejas  á  los  muchachos, 
para  ver  si  por  alguna  señal  puede  echar  de  ver  quién 
tiene  la  tejuela  ó  la  china.  Si  acierta  con  ella,  se  la  lleva 
á  su  banda;  si  no,  van  saltando  los  de  esta  banda  que 
tiene  la  china,  hasta  que  lleguen  á  aquella  raya.  En  to- 
cando en  ella  huyen  los  vencidos.  Los  vencedores  van 
tras  de  ellos  persiguiéndolos;  si  cogen  alguno,  el  que  lo 
coge  le  llama  Asno,  y  se  le  pone  á  cuestas  y  lo  ha  de  traer 
hasta  aquella  raya. 

D.  Diego.  Muchas  cosas  tiene  parecidas  ese  juego 
al  que  dice  el  Sr.  D.  Fernando. 

D.  Fern.  No  es  necesario  que  convenga  en  todas 
las  ceremonias,  porque  la  variedad  de  los  tiempos  y  la 
que  naturalmente  tienen  los  muchachos  jugando  los 
juegos  puede  haberle  dado  alguna  diferencia,  quedan- 


—  '^3S  — 
dose  el  mismo  juego  en  sustancia:  y  esto   sea  doctrina 
general  para  todos  los  juegos,  y  baste  advertirlo  una  vez. 

Pasa  adelante:  «Dielcistinda  vero^  plerumque  in  pa- 
lestris  luditur,  verum  lamen  etiam  alibi:  diia  autem 
sunt  puerorum  partes  alii  trahentes  alio:  si  que  ad  aliam 
partem  transmigrante  penes  illam  victoria  est. » 

Dielcistinda  es  un  juego  que  se  suele  jugar  en  la  pa- 
lestra y  en  otras  partes:  hay  en  él  dos  bandas  de  mucha- 
chos que  los  unos  procuran  traer  á  los  otros  cada  uno  á 
su  banda;  esto  se  entiende  asiéndose  fuertemente  de  las 
manos:  la  parte  que  lleva  á  la  otra  queda  vencedora. 

Melch.  Ese  juego  se  llama  Hurta  la  ropa.  Pó- 
nense  los  muchachos  en  dos  bandas,  con  una  raya  en 
medio;  ásense  de  las  manos,  diciendo  gurrimaco;  el 
que  más  puede  cautiva  al  otro  y  lo  lleva  á  su  banda. 

Lo  mismo  hacen  en  un  juego  que  llaman  Sonsoluna, 
teniendo  la  sombra  unos  y  otros  la  luna  por  jurisdicción, 
y  andan  diciendo  Sonsoluna. 

D.  Fern.  y  aun  las  palabras  de  ese  juego  tienen 
rastro  de  la  lengua  latina,  que  es  señal  de  que  lo  juga- 
ban en  tiempo  de  romanos,  pues  todavía  permanece  la 
forma:  Sum  sub  luna.  Más  á  nuestro  intento  habla  Pla- 
tón en  el  Phaeton^  expresando  el  juego  Dielcistinda  pere- 
grinamente: «Paulatim  enim  procedentes  in  médium  am- 
borum  ignoranter  cecidimus:  ex  nisi  aliquo  modo  nos  met 
ipsos  defendentes  coadamus^  panas  luemus  per  inde,  atque 
illiqui  in  contraria  distrauntur.» 

A  esta  contienda  y  juego  pareció  aludió  Valerio 
Flaco,  VI  Argonaut.: 

Talis  utri?nque  labos,  rapt ataque  limite  in  arelo 


—  236  — 

Membra  ruiri  miseranda  jneaiit,  hi  tendere  contra, 
Hi  contra,  alternceque  'virum  ?ton  cederé  dextra. 

Al  dicho  se  sigue  Misinda:  uMisinda  vero  connivens 
voces  ohservat^  et  quecunqiie  suffugentium  arripuerit,  sta- 
tim  hunc  connivere  cogit,  et  conniventem  oculatos  casu  in- 
venire  sique  quis  connivens  atingut,  aut  aliquid  pr^mos- 
tret  divinatur  num  adeptus  sit.» 

Hasta  aquí  nuestro  texto,  el  cual  es  dificultoso, 
porque  á  mi  parecer  casi  en  todos  los  juegos  no  dice 
ninguno  más  que  en  suma,  dejando  muchas  circunstan- 
cias como  cosa  entonces  sabida.  Lo  que  yo  entiendo  del 
presente  es  que  Miscinda  se  llamaba  eljuego  en  el  cual  se 
poniaunocon  los  ojos  vendados,  haciendo  que  no  veia; 
escuchaba,  empero,  las  voces  de  los  que  jugaban  con  él; 
si  cogia  á  alguno  lo  ponia  en  su  lugar  para  que  hiciese 
otro  tanto. 

Melch.  Hasta  hoy  es  el  juego  Adivina  quién  te 
dio  y  que  así  le  llaman. 

D.  Ped.  Si  no  decis  cómo  es,  no  podemos  decir  si 
acertáis. 

Melch.  Es  de  esta  manera:  pónese  un  muchacho 
los  ojos  cerrados;  los  otros  andan  alrededor,  dándole 
pellizcos,  diciendo:  «Adivina  quién  te  dio,  la  madre 
que  te  parió;»  el  que  está  puesto  escucha  las  voces  dón- 
de suenan,  y  atinando  por  ellas,  si  coge  á  alguno  le  pone 
en  su  lugar. 

D.  Fern.  Muy  bien  habéis  dicho  hasta  ahí;  mas  en 
nuestro  autor  el  mismo  juego  se  continúa  de  modo  que 
el  que  de  nuevo  se  ponia,  cerrados  los  ojos,  buscaba  á 
los  que  se  habian  ido  á  esconder,   y  si  llegaba  á  donde 


—  237  — 
estaba  alguno  escondido,  ó  se  lo  mostraba  alguno,  habia 
de  acreditar  quién  era. 

Melch.  Ese  es  otro  juego  de  por  sí,  al  cual  lla- 
man el  Esconder. 

D.  Fern.     No  nos  lo  esconda  V.  m. 

Melch.  Pónese  un  muchacho  cerrados  los  ojos; 
los  otros  muchachos  van  llegando  á  él,  diciendo:  «¿Qué 
tiene  en  el  pié?»  Responde:  «Un  ascua.»  Y  el  otro  dice: 
«Pues  no  se  te  quita  hasta  la  Pascua.»  Dicho  esto  se  va 
á  esconder;  después  de  todos  escondidos,  va  el  tal  mu- 
chacho buscándolos, diciendo:  «¿Hay  galgos?»  Y  respon- 
de cada  uno  desde  donde  está  escondido:  «Galgos  hay 
en  el  pajar.»  Si  por  la  voz  conoce  y  coge  á  alguno,  lo  ha 
de  llevar  á  cuestas,  y  pónese  en  su  lugar. 

D.  Fern.  Ahora  estará  el  Sr.  Melchor  conten- 
to, que  viene  la  Olla. 

Melch.  Nunca  viene  á  mal  tiempo,  si  ya  no  vie- 
ne en  relación,  como  yo  sospecho. 

D.  Fern.  Como  nos  la  dejó  guisada  Julio  Pólux, 
que  dice  así:  «Chitindra  ollaricus  ludus^senus  quidem  in 
medio  residit^  et  olla  vocatur:  allii  vero  vellunt  aut  cir- 
cumtrahunt  aut  etiam  ververant  circumcurrentes  sea  ab 
ipso  comberso  deprehensus^  ejus  loco  residet.» 

El  juego  llamado  Chitrinda  ó  de  la  Olla,  Pónese 
uno  en  medio  sentado,  que  se  llama  la  Olla;  los  otros  le 
andan  alrededor  pellizcando,  trayéndolo  á  la  redonda  y 
dándole  golpes;  si  él  coge  á  alguno,  lo  pone  en  su  lugar. 

Melch.  En  todo  ese  juego  no  tengo  que  poner  ni 
quitar,  porque  es  el  mismo  que  se  suele  jugar  ahora,  y 
se  llama  la  Olla, 


—  238  - 

D.  Fern.  Pues  el  mismo  se  jugaba  en  otra  forma: 
<Estque  non  nunquam  ut  quis  capí  ti  oüam,  sinistraí  te- 
neat  manu  in  circulo  abambulans.  Hi  vero  ipsum  feriunt 
interrogantes  quis  ollam?  et  Ule  respondet:  Ego  Midas: 
quemcumque  vero  contingerit  pede^  hic  pro  ea  cum  olla 
circum  iit.» 

Pónese  algunas  veces  uno  en  la  cabeza  una  olla,  y 
teniéndola  con  la  mano  siniestra,  anda  alrededor;  los 
otros  le  dan  golpes,  preguntando  «¿Quién  tiene  la  olla?,» 
y  responde  él:  «Yo,  Midas.»  Si  toca  alguno  con  el  pié, 
lo  pone  con  la  misma  olla,  para  que  ande  á  la  redonda. 

Melch.  El  mismo  se  usa  hoy,  y  le  llaman  la  Olla, 
mas  también  le  llaman  Siembro  y  aviso. 

D.  Ped.  Decid  ese  juego,  que  no  me  acuerdo  el 
haberlo  oído. 

Melch.  Es  muy  conocido,  y  juégase  así:  hacen 
una  raya  redonda,  y  el  que  le  toca  ser  la  olla  pone  en 
medio  de  aquel  círculo  un  sombrero,  diciendo:  «Siem- 
bro y  aviso,  pan  y  paniso.  Si  no  hay  quien  lo  coma,  có- 
malo Mahoma.»  Los  otros  andan  alrededor  por  ver  si 
le  pueden  coger  el  sombrero,  y  llevarlo  á  coces.  Si  él  le 
toca  con  el  pié  á  alguno,  lo  pone  en  su  lugar. 

D.  Fern.  El  que  llama  nuestro  texto  Cinetinda, 
dicelo  refiere  Grates  en  sus  juegos.  La  sustancia  de  él 
era  besarse  y  abrazarse.  «Sed  Cynetinda  a  Ruveev,  quod 
osculari  est  nomen  sumpsit^  quod  sestari  videtur  Grates 
in  ludis^  sed  f ere  de  plerisque  in  ea  fábula  idem  poeta  di- 
servit.» 

Esto  dice  Pólux  que  era  haber  de  ser  los  que  juga- 
ban muy  grandes  amigos.  Por  cosa  nueva  lo  vende  Le- 


-  239  — 
lio  Biscibla,  lib.  VII,  cap.  XÍII,  Horat  subses,  y  dice  lo 
jugaban  las  mujeres,  sus  inventores.  Jugaban  al  princi- 
pio de  la  Primavera  y  coronaban  de  flores  al  que  más 
suavemente  besaba.  Sus  palabras  son:  «Observandum 
novum  genus  liidi,  sive  certaminis  a  Magarensibus  insti- 
tuti:  hoc  est  puerorum  osculis  de  certantium  sub  initium 
veris:  premium  erat  ejus  qui  suavius  osculum  inperssiset 
cor  olla  ex  flor  i  bus. y^ 

Con  algunas  más  ceremonias  se  debia  hacer  el  juego 
amatorio  que  llamaban  Cotabo,  de  que  habla  Atheneo, 
lib.  XV,  cap.  I,  y  dice  así,  trayéndolo  de  Eubolo: 

Sífamincs  adñorent  liceret. 

Tempore  saltare  noctis;  <vobÍ5  ego, 
Tum  mala  niciterium,  tres  tenias 
Novemque  addentur  Hits  oscula. 

Lícito  es  bailar,  si  hay  damas. 
Todo  el  tiempo  de  la  noche: 
Yo  por  premio  de  victoria 
Prometo  á  los  vencedores 
Manzanas  á  cada  uno, 

Y  á  cada  uno  tres  cordones, 

Y  que  le  dé  nueve  besos 
A  la  que  le  hace  amores, 

D.  Ped.  Ese  juego  viene  á  ser  alguna  especie  de 
sarao  algo  más  licencioso  que  los  nuestros:  pero  yo  me 
acuerdo  haber  visto  jugar  un  juego  amatorio,  y  ridículo 
juntamente,  sorteando  el  abrazarse  con  unos  cabos  de 
cintas  de  que  cada  uno  de  los  circunstantes,  que  ordina- 
riamente son  hombres  y  mujeres,  ó  mujeres  solas,  se  ase; 
y    aquellos   que   salen  asidos   de   una  cinta  se    abra- 


—  240  — 

zan,  y  si  son  ambos  varones  hay  mucha  risa,  y  si  varón 
y  hembra  se  abrazan  y  quedan  compadres,  de  donde 
tomó  el  nombre  el  juego. 

D.  Fern.  El  mismo  se  solia  sortear  con  dados,  y 
por  las  suertes  se  conocian  los  que  se  querían  bien. 
Propercio,  lib.  III: 

Sit  sors,  et  no-vis  talorum  interprete  jactu, 
Quem  grwvibus  petinis  verheret  Ule  fuer. 

D.  Diego. 

fecimus  et  nos 

Hac  jwvenes . 

D.  Fern. 

Esto  desistí  netnpe  nec  ultra, 
To'visti  error em  brevi  sit  quod  turpiter  audes. 

Más  varonil  es  el  que  se  sigue  en  nuestro  texto: 
«Acinetinda  autem  contentio  erat^  quis  sese  immoviliter^ 
stando  substineret.» 

Asinetinda  dice  que  era  una  porfía  de  estar  en  pié 
sin  moverse  de  un  lugar.  Éste  no  es  tanto  juego,  como 
apuesta  que  suelen  hacer  soldados  y  mozos  robustos. 
Habla  de  ella  Galeno,  libro  II  Be  Sanitate  tuenda.  Mer- 
curial, en  la  Gymnástica^  lib.  III,  cap.  III,  aunque  no 
alega  al  señor  San  Isidoro,  que  habla  expresamente  de 
este  ejercicio  como  uno  de  los  tres  agonísticos  en  el  li- 
bro XVIII,  cap.  XX  Etimolog.:  Agonum  genera  fiiisse: 
Immensitas  virium:  Cursus  coleritas:  Standi  pacientia.» 

Fué  también  pena  de  los  soldados  que  no  hacian 
con  puntualidad  lo  que  sus  capitanes  les  mandaban. 
Más  usado  es  el  que  ahora  viene,  Schemphilianda:  «In 
circulo  sedetur  unus  auteni  fuña  hahens^  clam  apud  ali- 


-  241    - 
quem  deponit.  Si  vero  Ule  apud  quem  jaceat  ignoraverit^ 
circulum  circum  currens  vapulat.  Si  vero  deprehenderit 
curre nt e?n  fugat  ververibus.y> 

La  forma  del  juego  llamado  Schenophilinda  es: 
siéntanse  los  muchachos  en  rueda;  uno  que  tiene  un  cin- 
to ó  cordel,  se  lo  pone  á  escondidas  á  el  que  quiere;  si 
éste  no  lo  siente,  el  que  se  lo  puso  da  tras  él  alrededor 
de  la  rueda  dando  de  azotazos,  mas  si  el  tal  siente  ó  co- 
ge el  cinto  que  le  han  puesto,  da  tras  del  que  se  lo  puso. 

Melch.  Ese  juego  se  suele  hacer  con  un  zapato, 
y  se  suele  hacer  también  con  un  cinto,  y  le  llaman  Es- 
conde la  cinta;  aunque  también  se  suele  jugar  de  otra 
manera. 


%■     V 

Llevar  el  gato  al  agua,  y  otros  juegos. 

D.  Fern.  Pasa  nuestro  autor  aun  juego  muy  co- 
nocido, y  que  para  su  inteligencia  no  sería  necesario 
nuestro  intérprete.  Llamáronle  los  griegos  l.Tio(.TÁpGci\  \os 
\?iimQs  funis  contentiosus;  los  españoles  le  llamamos  Lle- 
var el  gato  al  agua^  que  viene  á  ser  proverbio  del  que 
vence  al  otro  en  contienda.  Su  difinicion  es  ésta:  (i<Sca- 
perda  trabem  in  medio  stabilium  perforantes,  per  fora- 
men autem  funis  tractus  est,  cui  utrinque  unos  alligatur; 
non  trabem  adspiciens,  sed  adversus:  quicumque  vero  alte- 
rum  vietraxerit,  ut  intrabis  summitatem  perveniat,  hic 


—    242    — 

vincere  putatur  et  hoc  scarpedam  trahere  vocitant^  non 
nunquam  duoterga  invicem  prabentes  trahunty  uno  alli- 
gati  vinculo.» 

Fijaban  enmedio  un  madero  horadado  por  arriba;  por 
allí  metian  una  soga;  á  cada  cabo  de  ella  se  ataba  uno  y, 
vueltas  las  espaldas,  tiraba  el  uno  en  contra  del  otro  has- 
ta que  el  que  más  podía  subia  al  otro  á  lo  alto  del  made- 
ro. Tal  vez  se  hacía  esto  sin  poner  palo,  sino  tan  sola- 
mente atándose  con  una  soga  y  tirando  cada  uno  para 
arrastrar  al  otro.  Hasta  aquí  nuestro  texto. 

Melch.  Ese  es  juego  muy  usado,  aunque  yo  no 
lo  he  visto  jugar,  poniendo  un  palo  enmedio,  sino  en 
su  lugar  una  tiranta  ó  viga  de  las  casas  donde  se  suele 
hacer;  y  el  que  tira  más  da  con  el  otro  en  la  viga  con 
mucha  risa  de  los  que  lo  miran.  Otras  veces  lo  hacen 
sin  echar  la  soga  por  la  tiranta  ó  viga,  sino  en  el  suelo, 
cerca  de  algún  charco  ó  lodo;  y  porque  el  que  más  pue- 
de lleva  al  otro  yendo  á  gatas  para  echarlo  en  el  agua,  le 
llaman  Llevar  el  gato  al  agua. 

D.  Fern.  Tenéis  razón  y  sois  hombre  advertido, 
mas  nuestro  juego  también  lo  advirtió  Aristóteles,  y 
le  llama  A'vaaastvorra^orr/.oy.  Tráelo  Cicerón  proverbial- 
mente  en  muchos  lugares,  y  el  buen  viejo  Septimio. 
Clemente  Tertuliano  es  muy  frecuente  en  usurpar  esta 
metáphora  en  el  libro  de  la  Resurrección  de  la  carne: 
«Nolo  nunc  contentiose  fuñe  dusere  hac  an  illa  hominem 
perditu  depostulet. 

Y  en  ellib,  IV,  contra  Marcion:  nDe  titulo  quoque 
funis  ducendus  est  contentionis  pari  nisu  hiño  fluctuan- 
tes.y> 


—  243  — 

Y  en  el  libro  que  escribió  contra  losjudíos:  ((.Alter- 
nis  vicibus  contentioso  fuñe  ut erque  diem  in  vesperam  tr¿e- 
runt.y> 

Horacio  se  valió  de  la  misma  traslación  en  el  libro 
III,  6"^/.  II: 

Inijitiis  tanto  le'vius  muer  ac  prior  Ule 
Qui  ja?n  co7itento  jam  laxo  f une  labor at. 

Tanto  en  los  vicios  menos  miserable 

Y  mejor  es  aquel  que  ya  da  larga, 

Y  ya  acorta  la  rienda  á  su  trabajo. 

Imitóle  Persio  donde  dijo: 

Jam  nunc  adtringas,  jam  nimc  granarla  liixes. 

Y  en  otra  parte: 

Sua  dederat  siipra  repeto  funemqiie  r educo. 

Casaubono  en  este  lugar  siente  que  habla  de  este 
juego,  aunque  otros  comentadores  entienden  que  es  otro 
en  el  cual  los  muchachos  atan  alguna  raposa  ó  otro  ani- 
malejo,  y  lo  sueltan  ó  fingen  que  lo  sueltan,  y  cuando 
se  piensa  libre  se  halla  atado  y  volcado  de  su  prisa  en 
huir  y  de  la  cuerda  á  que  estaba  asido.  Nonno  Panopo- 
lita,  en  el  lib.  XXXVII.  Dionisiacon  parece  alude  á  él 
en  tales  versos: 

hi'vicem  tr alientes  alternatim  fuñe  manum 
Ventre  medio  ele^uabit  per  altigradas  'vias 
Summo  stringentes:  erat  <vero  circum  cursans  'vir 
Utrum  circum  -volutujn  ducens  alteri  jugo. 
Tremare  trahens  tractusque 

Andaban  arrastrándose  uno  á  otro 
A  veces,  y  con  sogas  el  vientre  atado, 
Hasta  que  el  uno  al  otro  levantaba 
Por  caminos  muy  altos  apretado. 


—  244  — 

Allí  vi  andar  un  hombre  á  la  redonda 
Trayendo  á  otro  que  como  él  temblaba, 
Siendo  arrastrado  el  mismo  que  arrastraba. 

Jano  Grutero,/«  SuspitionibuSy  hablando  de  este  jue- 
go, entiende  que  habla  de  él  Platón  en  el  Penulo^  y  lo 
describe  así:  <Erat  etiam  similis  ludum  puerorum  qui 
ducevat  sparteam  ressim  et  tandiu  trahebant^  doñee  aut 
rum-perent^aut  alteruter  omissa  funis  prehencione  innates 
caderet.y> 

Aludit  Plautus  in  Penulo: 

¿Jam  tenetis?  Si  tenetis  diicite 
Cave  dirumpatis. 

Dice  que  al  mismo  juego  llamaban  Certam  dueere. 
«Adit  submanum  in  Plauti  Penulo^  pág.  855:  ubi  multa 
novis  tamem  pr¿eter  rem.» 

Suelen  también  contender  los  mozos  de  otra  mane- 
ra. Clavan  una  soga  en  la  pared,  bien  alta  del  suelo,  y 
asiéndola,  suben  poniendo  los  pies  en  la  pared  todo  lo 
que  puede  alcanzar  su  fuerza,  y  suelen  caer  con  mucha 
risa  de  los  circunstantes.  A  este  juego  aludió  Plinio  el 
más  mozo  en  el  lib.  IX,  Epist.  ad  Lupercum:  *  Vides 
qui  funem  in  summa  mituntur  quantos  solent  exitare  cla- 
mores cum  jam^  jam  casuri  videntur.» 

De  este  género  de  ejercicio  y  juego  habló  Galeno, 
II  De  Sanitat.  Luem.:  iiPr¿eterea  si  quis  per  funem  ma- 
nibus  aprehensum  scandat^  sicuti  in  palestra  pueros  exer- 
cent  qui  eos  ad  rafur  preparant.» 

De  la  porfía  de  este  juego  salió  nuestro  usado  refrán 
poner  pies  en  pared,  por  porfiar  y  defender  bien  una 
cosa  tenazmente.  Suelen  también  subir  por  la  pared 


—  245  — 
arriba  sin  soga,  y  aquel  vence  que  más  alto  dio  en  la 
pared  con  la  punta  del  pié.  Esta  contienda  le  costó  la 
vida  á  nuestro  García  de  Paredes,  y  á  quien  no  pudie- 
ron tantos  ejércitos  armados  mató  un  juego  de  mu- 
chachos. 

Melch.  Yo  pienso  que  éstos  me  han  de  matar 
también  á  mí  si  duran  mucho. 

D.  Diego.  Tú  tienes  tan  poco  entendimiento,  que 
no  gustas  de  lo  que  cualquiera  hombre  discreto  y  sabio 
gustara  mucho. 

D.  Fern.  Tened  paciencia  por  un  par  de  dias, 
pues  estos  señores  la  tienen  para  oir  estas  niñerías. 

D.  Diego.  No  tenemos  que  responder  á  esto  sino 
lo  que  dice  Flinio  en  la  Epístola  á  Fausto:  «Lusus  vo- 
cantur,  sedhilusus  non  minorem  ínter dum  gloriam  conse- 
cuuntur  quam  seria.» 

D.  Fern.  Ahora,  señores,  mucho  me  da  que  pen- 
sar Melchor;  pero  ahora  pensemos  lo  que  dice  Pólux 
tras  lo  dicho:  «In  Aphetinda  autem  ut  conivere  licet 
oportte  but  testulam  in  circulum  demitemtem  sic  moderarte 
ut  in  circulo  consisteret.» 

Dice  hacían  un  circulo  en  el  suelo,  y  luego  tiraba 
uno  una  teja  al  tal  círculo,  con  tal  moderación  que  que- 
dase dentro  de  él. 

Melch.  Ya  hemos  dicho  de  ese  juego  que  se  lla- 
ma la  Rayuela;  juéganlo  con  cuartos  ó  monedas  gruesas 
antiguas:  y  si  es  con  almendras,  en  lugar  del  círculo  ha- 
cen un  hoyuelo  redondo,  y  si  las  almendras  quedasen  den- 
tro ganan,  ó  cuando  entran  pares,  y  si  son  nones  ó  no 
entra  almendra  ninguna  en  el  hoyuelo  pierden. 


—  246  — 

D.  Fern.  Dice  luego:  «.Streptinda  porro  testulam 
aut  numisma  in  tabula  jacens  desuper  injecta  alia  iestula 
aut  numismate^  convertevant.» 

Dice  que  ponian  encima  de  la  mesa  tendida  una  te- 
juela ó  moneda,  y  luego  dejaban  caer  sobre  ella  otra 
moneda  ó  teja  para  hacerla  volver  del  otro  lado. 

Melch.  Ese  es  el  juego  de  la  Apatusca.  Ponen 
una  moneda,  ó  muchas  una  sobre  otras,  y  luego  tiran 
á  volverlas;  si  las  vuelven  ganan,  y  si  no  las  vuelven 
pierden  las  que  quedan  por  volver,  ó  á  lo  menos,  tira 
otro  muchacho. 

D.  Fern.  Dice  luego  Pólux:  <!.Sed  Pleystovolinda 
non,  tesar arum  modo  sed  Astragalorum  est  de  majoris  nu- 
meri  jactu.y> 

Dice  que  Pleistobolinda  era  un  juego,  que  ganaba  á 
él  quien  jugando  con  los  dados  ó  con  las  tabas  echaba 
mayor  número. 

D.  Diego.  Ese  juego  se  juega  hoy  con  unas  pie- 
zas de  hueso  como  dados,  con  sus  puntos  desde  uno 
hasta  seis,  y  el  que  echa  mayor  número  gana.  Llámase 
este  juego  de  las  Harinillas. 

D.  Fern.  Luego  viene  Apodridascinda,  con  tal 
descripción :  « Caterum  Apodridascinda  est,  hic  quidem  in 
medio  connivens  considet,  aut  alius  ejusdem  cohivet  oculos, 
hi  vero  ocultantur  ipso  autem  ad  inquisitionem  consur- 
gente  quemlibet  oportet  ipsum  in  locum  suum  fr¿evenire. » 

Apodridascinda  es  ponerse  uno  enmedio,  cerrados 
los  ojos  ó  tapados  del  otro,  en  tanto  los  muchachos  se 
van  á  esconder;  en  levantándose  á  buscarlos  el  que  es- 
taba sentado,  los  que  estaban  escondidos  porque  no  los 


—  247  — 
coja  vienen  corriendo  al   puesto.  No  dice  más  nuestro 
texto,  y  está  claro  que  se  deja  algo  por  decir,  pues  no 
dice  qué  pena  tenía  el  que  era  cogido  antes  de  llegar  al 
puesto. 

Melch.  Para  eso  está  aquí  Melchor.  A  ese  juego 
le  llaman  Sal^  salero.  Es  así:  pónese  una  rueda  de  mu- 
chachos, y  uno  enmedio;  éste  dice  en  alta  voz,  tenien- 
do cerrados  los  ojos  y  andando  á  la  redonda:  Sarabuca 
de  rabo  de  cuca  de  acu candar,  que  ni  sabe  arar,  ni  fan 
córner^  vete  á  esconder  detrás  de  la  puerta  de  San  Miguel. 
Donde  para  al  decir  esto,  aquel  muchacho  sale  y  se  va  á 
esconder,  y  así  va  repitiendo  las  mismas  palabras  y 
echando  á  fuera  muchachos  hasta  que  se  han  ido  todos. 
Después  los  sale  á  buscar,  diciendo:  Sal,  salero,  vendrás 
caballero  en  la  muía  de  Pedro.  Ellos  procurarán  salir  de 
donde  están,  y  llegar  primero  al  puesto,  porque  al  que 
puede  coger  lo  hace  que  lo  lleve  á  cuestas.  Este  es  el  jue- 
go cumplidamente. 

D.  Fern.  V.  m,,  señor  Melchor,  lo  ha  dicho  muy 
bien.  Si  supiese  decirnos  aquellas  palabras  qué  signifi- 
can, de  Sarabuca  de  rabo  de  cuca,  etc. 

Melch.  Señor,  yo  no  sé  decir  más  sino  que  ésta 
es  la  algarabía  de  allende,  que  quien  la  habla  no  la  sabe, 
y  quien  la  escucha  no  la  entiende. 

D.  Ped.  Esas  palabras  deben  de  ser  como  unas 
que  encontrará  V.  m.  en  el  M.  Catón,  De  re  rustica^ 
cap.  CLX:  Motas,  reta  darles,  dur darles,  st atarles  di- 
sunapiter,  ó  por  ventura  eran  tales  los  versos  Sallares  y 
las  precaciones  de  Numa  Pompilio,  que  los  mismos  que 
las  decían  no  las  entendían. 


—  248  — 

D.  Fern.  Dejémosle,  pues,  á  los  muchachos  sus 
Véráos,  y  prosigamos  con  nuestro  buen  viejo  Pólux,  que 
dice:  «£/  Chalsismus  est,  talis  rectum  numisma  rotantes 
oportet  rotatam  illud  continuo  digito  sustinere.  Quo  ludí 
genere  inprimis  Phrynem  meretricem  delectam  esse  tra- 
dunt.y> 

El  juego  llamado  Calysmo  es  tal:  rodar  la  moneda 
derecha  de  canto,  haciéndole  dar  muchas  vueltas  con  el 
dedo  sin  dejarla  caer;  y  á  este  juego  dice  que  jugaba 
Phryne,  meretriz,  y  que  era  su  deleite.  No  es  sólo  nues- 
tro autor  el  que  dice  esto,  que  también  se  acordó  del 
juego  y  de  Phryne  Plutarco  en  persona  de  Phsrectates, 
en  el  libro  De  Música^  por  estas  palabras: 

Fhryms  pecuHarem  imnñtens  tiirbinem 
Fketendo  me  et  'versando  totu7!tperdidit. 

El  juego  que  ahora  se  sigue  tras  éste  es  así:  ^Himan 
telingmos  si-ve  inplüatorius  duplicis  lori  lahyr'mthi^  in- 
morem  quídam  est  complicatio  per  quam  opertet  báculo 
incerto  dupUcaturam  iangere,  nisi  enim  lorum  salvatar 
irñplicatur  loro  vaculis,  et  hunc  inserens  victus  est.» 

Yo  entiendo  que  este  es  el  juego  que  llaman  de  la 
Co7Tegüela,  que  los  gitanos,  amigos  siempre  de  embus- 
tes, juegan  de  ordinario.  La  sustancia  de  él  es  desatar 
dos  correas,  á  modo  de  un  labyrinto,  en  un  palo  por  don- 
de entran  y  salen  aquellas  correas,  que  si  no  se  saben,  ó 
aciertan,  ó  desenlazan,  se  van  implicando  ó  enlazando 
más  á  aquel  palo,  y  el  que  no  sabe  desatarlas  pierde.  De 
este  juego  habló  Eustaquio  en  la  Iliada  de  Homero: 
«Duplicis  lori  obliqua  circum  actio;>^  que  es  lo  mismo 
que  dice  Julio  Pólux.  Este  juego  es  muy  semejante  al 


—  249  — 
juego  de  P asa ^ pasa ^  ó  Maese  Corral,  que  los  jugadores, 
con  tres  cubiletes  y  unas  pelotillas,  juegan  con  tanta  li- 
gereza de  manos  que  parece  que  se  juntan  todas  tres  pe- 
lotillas en  uno,  estando  cada  una  repartida  en  el  suyo;  y 
hacen  otras  pruebas,  que  aun  á  los  muy  atentos  admi- 
ran, y  les  da  gusto  el  ver  los  engaños  de  sus  ojos.  Séne- 
ca, en  la  Epístola  XLV,  lo  dijo  así:  «Siscita  sine  moxia 
decipiuftt,  qiiomodo  pr¿etigiatorum  ace tabula  et  calculi  in- 
quibus  falasia  ipsa  delecta.y> 

Juan  Escobeo,  en  el  Sermón  LXXX,  compara,  dice 
Arzelisao,  á  los  dialécticos  á  estos  embusteros  jugadores 
de  manos,  que  engañan  alegremente:  «.Arzelisaus  phi- 
losofus  ajebat  dialécticos  similes  pr¿etigiatoribus  calcula- 
riis  qui  jucundi  decifiunt.» 

Estos  se  llaman  circulatores,  porque  andan  haciendo 
gente  de  rueda  en  rueda  y  de  ciudad  en  ciudad;  y  al- 
gunos de  ellos  traen  culebras  grandes  en  el  seno,  que  se 
les  enlazan  en  la  garganta  y  por  los  brazos,  y  les  llegan  á 
la  boca,  con  lo  cual  admiran  á  las  gentes  del  vulgo  y 
asombran  tal  vez  los  muchachos  y  las  mujeres  fáciles,  y 
les  ocasionan  olviden  lo  que  llevan,  para  tomárselo.  Cau- 
teló tales  bellaquerías  el  jurisconsulto  Paulo  en  la  ley 
última  De  variis  et  extraor.  crimin.:  «.In  circulatores 
qui  serpentes  circumferuyit  proponunt,  si  cui  ob  metum 
eorum  damnum  datum  est  promodo  admissi  actio  dabitur.» 

Suelen  traer  éstos  unas  varillas,  con  que  hacen  sus 
ilusiones,  que  llaman  la  varilla  de  las  siete  virtudes,  y 
me  parece  que  veo  algún  rastro  de  ellas  en  el  diálogo 
de  Luciano,  de  Apolo  y  Mercurio,  donde  hablando 
Apolo  con  Vülcano  le  dice:  «Ala tus  quoque  estat  vir- 

32 


—  250  — 

gam  quandam  apparuit  mirificam  potestatem  et  vim  ha- 
bentem.»  Y  responde  Vulcano:  «Copillam  de  di  ipsi  ut 
esse  quassi  ludicrum.» 

Un  poeta,  cuyo  nombre  no  me  acuerdo,  dice  clara- 
mente esta  costumbre  antigua  de  la  tal  varilla. 

Hancque  tibi  'uirgam  qualifelix  atque  he  atas 
Eficere  dabo 

Por  eso  la  aplican  los  poetas  á  Mercurio,  con  que 
hace  lo  que  quiere  engañando  y  adormeciendo  los  ojos 
con  ella,  y  haciendo  que  una  cosa  no  parezca  lo  que  es, 
propio  de  embusteros.  Homero,  en  el  XXIV  de  la 
Odisea: 

Mercurius,  autem  animas  Eyllimus  e'voca'vit. 
Virorum  procorum  tene<vat  autem  -virgam  in  manihus 
Pulc/iram,  aiirea?n  kac  hominu?n  oculos  mulcet  quorufn  vult. 

Tales  eran  las  varas  de  los  magos  de  Egipto,  imita- 
dores falsos  de  la  vara  milagrosa  del  Santo  Moisés,  que 
por  virtud  divina  obraba  maravillas  verdaderas,  no  apa- 
rentes y  falsas  como  las  de  los  que  le  querían  imitar.  De 
esta  casta  de  juegos  es  uno  que  hallo  sólo  en  Ausonio, 
en  el  Idilio  XVII.  Llámale  Ostomachia.  En  suma,  dice 
que  son  huesezuelos  que  hacen  catorce  figuras  geométri- 
cas, porque  son  de  lados  iguales  ó  de  tres  rectángulos, 
y  oblicuos  isóceles,  ortogónicos,  isopleutos  y  escalenos. 
Juntando  variamente  estos  huesezuelos  salen  mil  especies 
y  figuras  diferentes:  ya  un  elefante,  jabalí,  ó  ánsar  que 
va  volando,  un  soldado,  un  cazador,  y  un  perro  de  caza, 
una  torre,  un  cántaro,  y  otras  cosas  tales  y  tantas  como 
cada  uno  tiene  la  traza  para  fingirlas  y  variarlas:  <Simi- 
le  ut  dicas  lúdicro^  quod  gr¿eci  Oq  o¡xay.ioív  vocant.  Ossicula 


—    251    — 

ea  sunt  ad  summam  quat uor de cim  figuras  geométricas  ha- 
bent;  sunt  enim  ¿equilátera^  vel  triquestra  extensis  lineis 
aut  rectis  angulis,  vel  obliquis,  isosele  ipsi,  vel  isopleura 
vocant  orthogonia  quoque  et  scalena.  Harum  ossicularum 
variis  coagmentis  simulantur  species  mille  formaturum: 
elephantus^  bellua^  aut  aper  bestia^  anser  volans^  et  mir 
millo  in  armis  subsiasens^  venator  et  latrans  caniSy  quin  et 
turris  et  cantarus  et  alia  hujus  modi  innumerabilium  fi- 
gurarum  que  alius  alio  scientius  variegant,  sedperitorum 
conunnatio  miraculum  est  imperitorum  junctura  ridicu- 
lum.» 

Porque  no  nos  quede  nada  que  decir  de  este  género 
de  juego,  no  es  razón  que  de  aquí  falten  los  títeres,  fi- 
gurillas que  imitan  los  hombres  y  mujeres,  y  parece  que 
hablan  y  hacen  todas  las  acciones  que  suelen  los  hom- 
bres, y  tirando  de  un  hilillo  menean  y  tuercen  la  cerviz, 
mueven  los  ojos,  acuden  con  las  manos  á  cualquier  mi- 
nisterio, y  finalmente  cualquier  figurilla  de  estas  parece 
que  vive  hermosamente.  Casi  lo  mismo  dice  L.  Apule- 
yo,  que  nos  resucita  esa  antigüedad  en  el  libro  De  Mun- 
do: «Annon  ejus  modi  compendio^  astutia  unius  comvertio- 
nis  multa  et  varia  pariter,  administrant  etiam  illi  qui  in 
ligniolis  hominumfiguris  gestiunt  movent?  Ojiando  filium 
membri  quod  agitari  sdet  traxerint  torqu¿ebitur  servit 
mutavit  caput  oculi  bibrabunt  manus  ad  ministerium  pres- 
to erunt  nec  in  venciste  totus  vi  de  bi  tur  vivere.» 

Mureto,  en  sus  Varias,  lib.  I,  cap.  XV,  dice  que 
Platón  en  el  I  de  su  República  miró  á  este  juego  de  tí- 
teres: «Hic  respectum  putat  ad  illud  quo  Flato  hominem 
quati  oblectamentum  quoddam  Deorum  sensuit,  tali  quo- 


—    252    - 

dam  artifitio  efictum  quali  erant  in  cuncuU  puerorimiy  in 
quis  sifuniculus  tractares  eorum  aliqua  par  corporis  mo- 
veretur  0au/7.aTa,  gr¿ecus  dicta^  et  qui  tales,  incunculas 
lucelli  causa  circunferebant audiebant.> 

Pólux  dice  así:  «Epheddrismus:  lapidem  exijentes  ad 
illum  e  minus  pilisjaculantur,  aut  lapidibus  qui  vero  la- 
pidem non  prosternit  prostenentem  vajulat  comprehensis 
ab  ipso  oculis  doñee  recta  ad  lapidem  perveniat.» 

Digo,  y  confieso  ingenuamente  mi  flaqueza,  que  no 
me  alegré  poco  cuando  hallé  este  juego,  que  fué  mi  afi- 
ción y  cuidado  pueril.  Declarólo  en  gracia  de  nuestro 
faraute  Melchor.  El  Ephedrismo  es  levantar  una  piedra, 
y  desde  lejos  tirarle  con  pelotas  ó  con  piedras;  el  que  no 
la  derriba,  en  pena  lleva  á  cuestas  al  que  la  derriba,  el 
cual  le  lleva,  los  ojos  tapados  con  las  manos,  hasta  que 
acierta  con  la  piedra;  al  cual  le  llama  Diodoro  desparti- 
dora: quem  diremptorem  vocitant. 

Melch.  Ese,  mi  señor,  es  el  juego  que  llaman  la 
Maruca  ó  Marichiva,  y  se  juega  ahora  de  esta  misma 
manera,  aunque  tiene  también  otras  ceremonias,  y  una 
de  ellas  es  que  si  juegan  muchos,  el  que  gana  á  todos  los 
persigue  corriendo  hasta  coger  á  alguno,  el  cual  los  trae 
á  cuestas,  tapados  los  ojos,  hasta  el  lugar  donde  estaba  la 
moruca;  y  los  que  se  escapan  van  huyendo  al  puesto, 
y  han  de  escupir  en  él,  porque  si  no  escupen,  le  queda 
acción  al  que  ha  ganado  para  que  lo  traiga  á  cuestas  si  co- 
ge al  que  no  ha  escupido. 

D.  Ped.  En  verdad  que  me  da  qué  pensar  esa  ce- 
remonia, pues  hemos  visto  que  las  que  hacen  los  mucha- 
chos todas  tienen  sólido  fundamento  en  la  antigüedad. 


—  '2.S3  — 
aunen  los  juegos  tan  mínimos  y   pueriles  como  vamos 
diciendo,  y  me  parece  se  puede  decir   por  ellos  lo  que 
Ovidio  de  los  Mirmidones: 

Pariiujn  genus  est,  patiens  que  laboris 
Suasiti  tenax,  et  quod  queesita  reservent. 

D.  Fern.  En  esta  materia  crece  la  dificultad  al 
mismo  paso  que  disminuye  la  importancia  de  ella.  Mas 
por  la  reverencia  que  se  debe  á  la  antigüedad,  será  bien 
discurrir  sobre  esta  ceremonia  de  escupir  en  el  puesto 
para  quedar  libre  y  seguro  el  que  allí  perdió,  y  vino  hu- 
yendo y  temeroso  de  que  lo  cogiese  el  otro.  No  en  balde 
le  llamó  Propercio  arcana  á  la  saliva,  por  los  misterios 
que  en  sí  encierra: 

Aiit  no f ñas  arcanas  tollat  'versuta  salibas. 

Y  si  la  saliva  es  misteriosa  en  ceremonia  tan  repetida 
de  los  muchachos,  y  tan  retenida  en  todos  los  siglos, 
misterio  tiene.  Ante  todas  cosas,  es  cierto  que  para  los 
encantos  y  hechicerías  usaban  de  saliva,  y  escupian  tres 
veces  echando  tres  chinas  en  el  seno.  Así  Petronio  Ar- 
bitro, en  el  Satírico:  «Hoc  per  acto  carmine  ter  me  jusit 
expuere  terque  lapillos  conjicere  in  sinum,  quos  ipsa  pr¿e- 
cantatos  purpura  invoherat.» 

Plinio,  hablando  en  esta  materia,  lib.  XXVIII,  ca- 
pítulo II,  et  IV:  «Cum  h¿ec  dixetis  tribus  digitis  terram 
tanges:  y  después  idque  ter.-» 

Mas  muy  lejos  está  la  sencillez  de  la  puericia  de  la 
malicia  de  la  hechicería  y  encanto,  y  así  su  ceremonia 
no  toca  en  este  escollo.  Plinio,  que  con  curiosidad  ad- 
virtió muchas  cosas,  dice  que  la  saliva  puesta  con  el  de- 
do tras  de  la  oreja  quita  la  solicitud  y  cuidado  del  áni- 


-  254  — 
mo:  <kSal'iva  post  aurem  dígito  relata  solicitudinem  ani- 
mipropiciat.» 

¡Oh  remedio  fácil  y  barato  de  la  mayor  peste  del 
género  humano!  Según  esto  diremos  que  escupiendo  el 
muchacho,  es  dar  á  entender  que  con  aquello  sana  de  su 
cuidado  y  temor  que  tenía  no  le  cogiese  el  otro.  Hace  al 
mismo  intento  lo  que  dice  Plinio  en  el  libro  XXVIII 
citado,  cap.  IV,  cosa  admirable  y  fácil  de  experimentar: 
que  si  á  alguno  le  pesa  de  haber  herido  á  otro  lejos  ó 
cerca,  si  luego  se  escupe  en  la  mano  con  que  hirió,  al 
momento  se  alivia  de  la  pena  el  herido:  «Mirum  dice- 
mus,  sed  experimento  facile:  si  quem  peniceat  ictus  ¿emi^ 
ñus  cominusque  illati,  et  statim  expuat  mediam  in  ma- 
num  qua  percussit,  levatur  illico  percussus  a  p¿ena.y> 

De  donde  parece  haber  tenido  principio  aquella  re- 
petida costumbre  de  hacer  escupir  en  la  mano  á  los  ni- 
ños cuando  les  han  dado  algún  golpe  y  hecho  llorar,  y 
ellos  escupiendo  se  sosiegan. 

D.  Diego.  Parece  que  no  se  satisface  la  dificultad, 
porque  es  ceremonia  que  el  escupir  hade  ser  en  el  pues  ■ 
to,  y  no  en  otra  parte. 

D.  Fern.  Pues  digamos  que  es  expiación  el  escu- 
pir, como  lo  fué  del  fucino  y  del  morbo  comicial;  porque 
lo  mismo  es  escupir  en  ellos  que  echar  de  sí  el  contagio: 
«Despuimus  comitiales  morbos,  hoc  est  contagia  egeri- 
fnus.)^ 

Y  esto  también  habia  de  ser  tres  veces,  como  parece 
de  J avenal  y  de  Theócrito,  en  el  Idilio  VI.  Finalmente, 
escupian  al  nombrar  cualquier  cosa  cruel,  triste  ó  abo- 
minable. Y  así,  Séneca,  en  el  Ve  Consolatione  ad  Mar- 


-  ^5S  — 
í!am:  «Quis  non  si  admoneatur  ut  de  suis  cogitet  tanquam 
dirum  omnem  disputat.» 

Pero  en  especial  y  más  á  nuestro  propósito  hace  lo 
que  dice  Plinio  en  aquel  cap.  ÍV,  que  escupiaii  cuando 
pasaban  por  algún  lugar  donde  habian  tenido  peligro: 
«.ínter  afnuleta  est  edita  quemque  viin¿e  expiere  item 
cum  quis  transsierit  locum  in  quo  aliquod  periculum  adje- 
rit. » 

Y  así,  diremos  que  escupir  los  muchachos  en  el 
puesto  es  abominar  y  expiarse  del  peligro  que  en  aquel 
lugar  antiguamente  tuvieron;  aunque  ya  los  muchachos 
no  lo  hacen  por  aquel  fin,  sino  por  costumbre  y  ceremo- 
nia del  juego. 

D.  Diego.  Mucho  me  contenta  esa  razón,  y  me 
parece  no  se  podrá  hallar  mejor  ni  más  ajustada. 

D.  Fern.  Podré  exclamar  como  Archímedes:  Eu- 
'píav:(áj  Eupíarw/  Mas  yo  sé  bien  que  podré  decir:  «In- 
veniOj  sed  quod  Plautus  in  Aulularia,  quod  pueri  in- 
fava.» 

D.  Diego.  Otra  dificultad  le  queda  á  V.  m.,  no 
mayor  que  esa  ni  de  menor  importancia:  Dígame  V.  m. 
¿por  qué  cuando  los  muchachos  han  reñido  y  se  meten 
en  paz,  para  firmeza  de  ella  echan  pelillos  cortándoselos 
de  la  ropa  y  echándolos  por  el  viento? 

D.  Fern.  Delgada  dificultad,  por  cierto;  y  si  yo 
la  disuelvo,  ha  de  decir  V.  m.  que  cortó  un  pelo  en  el 
aire.  Si  V.  m.  me  pregunta  la  significación  de  esta  cere- 
monia osaré  afirmar  que  es  lo  mismo  echar  pelillos  que 
decir:  que  como  aquellos  se  los  lleva  el  viento,  y  de  ellos 
no  se  hallará  arte  ni  parte,  aunque  con  cuidado  los  bus- 


—  256  — 

quen,  así  no  se  acordarán  más  de  los  agravios  pasados, 
como  si  el  viento  se  los  hubiese  llevado  y  no  importasen 
un  pelo.  Y  así,  la  ceremonia  se  ha  hecho  refrán,  y  de- 
cimos echar  pelillos,  por  olvidar  para  siempre  las  dife- 
rencias que  entre  algunos  ha  habido.  Resta  ahora  saber 
su  antigüedad,  y  de  ella  yo  no  hallo  pelo  ni  hueso,  si  no 
es  en  Homero,  en  el  III  de  la  lliada,  donde,  juntándose 
griegos  y  troyanos  para  hacer  paces,  y  pues  que  Páris  y 
Menalao  eran  solos  los  interesados  en  Helena,  ellos  solos 
riñesen  y  con  el  duelo  singular  se  llevase  la  dama  el  ven- 
cedor, quedando  los  demás  amigos;  y  dice  Homero 
que  la  primera  ceremonia  fué  cortar  los  pelillos  de  los 
corderos  que  trajeron  para  sacrificio. 

Atridis  aiitem  extrahens  manibus,  cultum 
Slui  et  apud  ensis  magnam  niaginam  semper  pendebat, 
Agnorumex  capitibus  abscindit  pilos.  Sédeos  postea 
Pracones  trojanorum  et  archi-vorum,  distribuerum  Priñdpibus. 


§.     VI. 

Juegos  de  los  PaneSy  Bolillo^  de  los  Pretendientes 
de  Penélope  y  otros  muchos. 

Viene  luego  Epostracismo,  y  lo  difine  así:  «.C^te- 
rum  Epostracismus  testulam  marinam  in  aqu¿e  superji- 
ciem  mittunty  numerantes  ipcius  saltus  in  aque  superficie 
fados  ante  submersionem  éx  saltam  enim  rnultitudine  ja- 
centi  victorifl  adscrivitur.» 


—  257  - 

El  juego  Apostracismo,  es  coger  una  tejuela  de  la 
orilla  de  la  mar  y  arrojarla  por  la  superficie  de  ella,  con- 
tando los  saltos  que  da,  porque  aquel  lleva  la  victoria 
que  más  saltos  le  hace  dar  antes  que  se  unda. 

Melch.  a  ese  juego  llaman  los  Panes ^  porque  ca- 
da golpe  que  da  la  tejuela  forma  un  círculo  redondo  que 
imita  las  hogazas  de  pan. 

D.  Ped.  Muy  ordinario  es  ese  juego,  y  me  mara- 
villo que  sea  antiguo. 

D.  Fern.  No  sólo  hace  memoria  del  Julio  Pólux, 
sino  también  otros  muchos  y  graves  autores.  Hesichio 
dijosu  difinicion  muy  breve:  «Epostracismos^  ludiis  quí- 
dam est  in  quo  pueri  téstalas  jacent  in  mar  i. y) 

Mucha  ventaja  lleva  á  todos  Minucio  Feliz  con  aquel 
Diálogo  que  escribió  contra  los  gentiles,  en  el  cual  muy 
de  propósito  describe  este  juego  con  todas  sus  particu- 
laridades y  ceremonias:  %Ut  cum  ad  huno  locum  ventum 
est,  pueros  videmus  certatim  gestientes  testarum  in  mare 
jaculationibus  ludere:  is  lussus  est:  testam  terentem  jac- 
tatione  fluctum  l¿evigatam,  legere  de  litare  eam  testam  pla- 
gio citu  digitis  comprehensam,  inclinem  ipsum  atque  hu- 
milem  quantum  potest,  super  undas  irrotare,  ut  illud  vel 
anataret  dum  leni  tmpetu  labitur.  Vel  summis  fluctibus 
tonsis  emicaret,  dum  asiduo  saltu  sublebatur.  he  in  pue- 
ris  victorem  ferebat,  cujus  testa  et  procurreret  longius  et 
frecuentiiis  exileret.» 

D.  Ped.     Por  cieito,  con  notable  elegancia  lo  pintó. 

D.  Fern.  Pues  oiga  V.  m.  á  Silio  Itálico  en  el  li- 
bro XIII  De  Guerra  Punicay  que  describe  elegantísi má- 
mente algo  d¿  lo  que  sucede  en  este  juego: 

33 


—  25^  — 

Sic  ubi  pr¿srrumpit  stegnantem  calcidus  undatn 
Exiguos  formal  per  prima  <volum¡}ia  giros, 
Max  tremulum  njibrans,  7notu  giscente  liquorem, 
Multiplicat  crebros  sinuati  gurgitis  obes 
Doñee  postremo  laxatis  circulus  Oris, 
Contigat  geminas  patido  curbamine  ripas. 

Así  como  en  el  agua  sosegada 
Pequeños  cercos  rompe  y  va  formando 
Coalas  primeras  vueltas  piedra  echada, 
Luego  un  círculo  y  otro  acrecentado 
Da  el  tembloso  licor  á  la  ensenada. 
Hasta  que  corvo  toca,  dilatando 
Una  y  otra  riberaj  así  la  fama 
De  rueda  en  rueda  crece  y  se  derrama. 

«.Ferum  Cindalismus  ludus  est  ■paxilorum:  Kt^aXt? 
enim  Paxillos  vocaverunt.  Opus  autem  erat  non  modo 
pasülum  terree  argmlos¿e  infigere^  sed  etiam  in  fixum 
elidere  ververantem  caput  altero  paxillo:  unde  etiam 
procer bium  manavit  clavo  et  paxillo  paxillum.yy 

Dice  que  Cindalismo  qs  juego  de  bolos.  La  obra  era, 
nósólo  hincar  uno  en  la  tierra  arguilosa.  pero  también, 
después  de  estar  fijado,  derribarlo  dándole  en  la  cabeza 
con  otro  bolo,  de  donde  se  dijo  el  refrán:  «Un  clavo  sa- 
ca á  otro  clavo  y  un  bolo  á  otro.» 

Melch.  No  hay  en  ese  juego  qué  decir,  porque  se 
juega  ahora  de  la  misma  forma,  y  le  llaman  el  Bolillo. 

D.  Fern.  Hesichio  hace  memoria  de  él  por  jue- 
go, y  sólo  hallo  de  diferencia  de  wwtstros  juegos  de  Bo- 
los que  acá  tiran  á  derribarlos  con  bolas  que  son  globos 
redondos,  y  en  aquel  juego  antiguo  tiraban  á  unos  bolos 
con  otros;  lo  cual  me  reduce  á  la  memoria  un  juego  dig- 
no de  saberse,  que  jugaban  los  procos   pretendientes  de 


—  259  — 
Penélope,  que  lo  describe  Atheneo  en  el  lib.    I  de  sus 
Gymnosophístas,  el  cual  lo  tomó  de  Apion  Alexandrino, 
que  oyó  á  Cteson  Itacense. 

D.  Ped.     No  nos  niegue  V.  m.  esa  curiosidad. 

D.  Fern.  El  texto  de  Atheneo,  de  interpretación 
de  Natal,  De  Comitibus,  es  como  se  sigue:  «Procidispo 
fuerunt  calados  inter  se  contrarios,  paris  paribus  tot  nu- 
mero,  quod  ipsi  erat  opponeníes,  atque  sic  quinquaginta  et 
quatuor  ex  utraque  parte  statueban,  spatium  quod  in  me- 
dio erat  vacuum  relinquebatur,  in  quo  unum  ponebat 
calculum  quem  vocavant  Penelopem:  hanc  scopitm  facie- 
bant,  siquis  calculo  percuteret  postea  cui  sors  accldisset  is 
ictum  in  hanc  intendebat:  si  quis  'vero  illam  antigisset 
ulteriusque  propuliset  suum  calculum  in  loco  project¿e  ex- 
puls^eque  Penelopes  et  in  quo  illa  prius  leterat,  deponere 
oportebat,  atque  rursus  cum  Penelopem  in  quo  loco  secun- 
do commorat  est  firmarit,  secundum  projicere  calculum, 
quod  si  quis  aliis  in  tactis  solam  illam  ¿epuis  consequere- 
tur  erat  victor  multamque  havere  spem  indebatar  se  Pe- 
nelopem esse  dueturum.  Curi  machiis  s¿epe  viserat  hoc  ludo 
quare  máxime  omnium  Penelopem  conjuguint  spera- 
vat.y> 

Dificultad  tiene  el  texto  griego,  pues  Isaaco  Casau- 
bono  lo  vuelve  algo  diferente;  mas  Juan  Kspondano, 
sobre  el  lib.  I  de  la  Iliada  de  Homero,  fól.  7,  trae 
ambos  textos,  y  da  á  entender  que  es  mejor  el  de  Natal 
De  Coraitibus,  y  promete  el  suyo,  que  aún  no  hemos 
visto.  Yo  entiendo  que  el  juego  es  así:  los  príncipes  que 
fueron  pretendientes,  ó  procos,  de  la  reina  Penélope,  eran 
ciento  y  ocho;  éstos  se  dividieron  en  dos  bandos,  tantos 


—   26o  — 

á  tantos,  y  pusieron  otros  tantos  cálculos  fronteros  unos 
de  otros,  de  manera  que  á  cada  parte  estaban  cincuenta 
y  cuatro;  dejaban  vacío  el  espacio  que  estaba  enmedio, 
y  aquí  ponían  un  cálculo,  á  quien  llamaban  Penélope.  Á 
ésta  hacían  escopo  y  blanco  para  tirarle;  después,  á  quien 
tocaba  la  suerte  éste  era  el  que  primero  tiraba  á  darle; 
si  alguno  le  acertaba  y  aventaba  su  cálculo,  lo  ponían  en 
lugar  de  la  Penélope  que  había  derribado,  y  luego,  en 
habiendo  vuelto  á  poner  á  Penélope  en  el  lugar  que  te- 
nía, volvía  á  tirar  el  segundo  cálculo;  y  si  alguno  sin  to- 
car á  los  otros  cálculos  más  veces  conseguía  el  intento 
de  derribar  á  Penélope,  éste  era  vencedor,  v  todos  le 
daban  buenas  esperanzas  que  se  casaría  con  la  verdadera 
Penélope  deseada  y  pretendida  de  todos.  Este  es  en  sus- 
tancia el  juego  de  los  Procos. 

D.  Diego.  ¿Cómo  dijo  V.  m.  la  voz  cálculos  lati- 
na en  su  misma  lengua? 

D.  Fern.  Porque  sí  vuelvo  damas  ó  piezas  de 
axedrés,  no  pienso  igualo  con  lo  que  el  texto  siente, 
porque  éstas  son  muy  pequeñas  para  el  juego  que  aquí 
se  representa,  y  me  parece  que  en  el  tamaño  y  grandor 
más  se  allegaban  á  bolos  que  á  piezas  de  axedrés,  pues 
con  éstas  no  era  posible  tirar  con  fuerza,  si  no  es  sien- 
do grandes,  sí  bien  pudieran  tener  la  misma  hechura;  y 
más  semejanza  tiene  este  juego  con  el  de  los  bolos  que 
con  el  de  las  tablas,  porque  sí  bien  el  número  es  desigual, 
el  modo  de  armarlos  se  parece  en  algo,  y  nuestro  hecho 
imita  á  aquel  que  representaba  á  Penélope,  en  estar  de 
por  sí  y  tirar  todos  á  él. 

D.  Ped.     Reparo  en  aquella  condición  de  que  el 


—    26l     — 

que  acertaba  á  Penélope,  con  tal  condición  ganaba,  que 
no  había  de  tocar  en  los  cálculos  de  los  demás. 

D.  Fern.  Yo  saco  de  ahí  una  moralidad  impor- 
tante, y  juzgo  que  nó  sin  misterio  se  ponia  aquella 
condición; que  era  advertir  al  pretendiente  de  Penélope, 
que  de  tal  manera  la  conquistase  y  pretendiese  que  no 
tocase  en  el  honor  y  estimación  de  los  demás,  sino  que 
encaminase  su  pretensión  sin  daño  ajeno:  de  donde  nun- 
ca jamás  me  pareció  bien  aquella  costumbre  que  en  Sala- 
manca tienen  los  pretendientes  de  cáthedras,  desacredi- 
tándose los  uno?  á  los  otros  públicamente;  pues  de  tal 
manera  deben  hacer  en  su  causa,  que  consigan  la  desea- 
da Penélope  sin  tocar  en  el  cálculo,  estoes,  en  la  estima- 
ción ajena.  Nuestro  texto:  «Incotyla:  hic  quidem  cir- 
cum  agit  maniis  retro  et  connectit:  illius  manibus  insis- 
tens,  et  -prehendit  ferentis  oculos;hinc  ludum  et  equitatio- 
nem  Cybesindam  vocant.» 

El  juego  llamado  Encotila  es  así:  vuelve  uno  las 
manos  atrás,  ase  la  una  de  la  otra;  otro  muchacho  péne- 
se en  ellas  de  rodillas,  y  tápa!e  los  ojos  con  ambas  ma- 
nos. Á  este  juego  llaman  la  Caballería  y  Cibecinda. 

Melch.  Ese  juego  es  ordinario,  y  lo  llaman  los 
Caballos,  y  también  las  Galeras,  porque  el  que  sobre  el 
otro  va  pone  las  manos  en  forma  de  espolón  de  navio,  y 
con  él  se  embisten  unos  á  otros  y  le.  hacen  una  batalla 
graciosa. 

D.  Fern.  Semejante  á  este  juego  es  el  que  Hesi- 
chio  llama  Ippas^  de  que  hace  memoria  Bulengero,  ca- 
pítulo XXA'^:  <':Hippas  lususfuit^  cum  alter  alterius pue- 
ri  dorso  incid^ns  ut  equo  vehitur.» 


—  262  — 

Entre  nuestros  muchachos  no  hay  cosa  más  usada: 
llámanle  Filderecho. 

No  es  de  menos  frecuencia  el  que  ahora  viene: 
«Musca  Mnea^fascia  alicigus pueri  oculos  obligantes  hic 
quidem  comvertitur;  clamans:  ¿vEneam  venaveris  mus- 
caml  sii  vero  respondentes  venaveris  sed  non  capies^fini- 
culis  ipsum  cedunt  usque  dum  aliquem  arripiaí,» 

«La  Mosca  de  metal.»  Ellos  responden:  <v Cazarás, 
pero  no  la  gozarás.»  Diciendo  esto  le  dan  con  los  cinco 
azotes  hasta  tanto  que  coge  á  alguno,  que  se  pone  en  su 
lugar. 

Melch.  Lo  mismo,  sin  quitar  ni  poner,  se  usa, 
salvo  que  en  lugar  de  aquellas  palabras,  «Mosca  de  me- 
tal,» dicen  acá:  «Par  par^  gallinetas  al  corral.» 

D.  Fern.  Admírase  Pedro  Victorino  en  el  libro 
XV  de  sus  Varias,  de  que  este  juego  se  difundiese  en 
muchas  provincias  y  llegase  á  nuestra  edad.  Sus  pala- 
bras son  éstas:  «Musca  Mnea  ludus,  hic  puerilis  qui  in 
cusu  veterum  gracorum  erat  et  in  allias  etiam  térras,  ma- 
neret  usque  ad  nostra  témpora,  apud  nos  permansit,  et  quod 
non  minus  murum  est  quamvis  diversa  lingua  ah  eadem 
renomen  traxit  ipsum  enim  illi  suo  sermone  Xa>x£coy 
v.viGiv  vocahant:  nostri  vero  pueri  et  ipsum  muscam  ape- 
llant  non  tamen  Mneam  sed  s¿ecam  ,y> 

D.  Diego.  Si  Pedro  Victorino  se  admira,  y  con 
razón,  de  la  perseverancia  de  este  juego,  ¿qué  hiciera  si 
se  hallara  donde  tantos  y  tan  admirables  se  han  referido, 
como  en  esta  plática.'' 

D.  Fern.  No  se  olvidó  del  que  vamos  hablando 
en  el  lib.  líl,  cap.  1  De  S^ectis.:  «Musca  Aenea:  nostri 


—  263  — 

etiam  pueri  hoc  ludí  genere  pasim  utantur,  sed  diverso 
nomine  apellante  nimirum  {Giocare^  ascapuciay  leorho). 
duod  in  eo  pueros  velut  obccecatos  cadere  contingiit^  sed 
in  aliis  Italia  locis,  item  aliis  nominibus  iit  ( Giocare  ala 
Gata  ciega).  In  Etruria  apud burgentes  (^Gallina  bu,  bu), 
Apud  Holandros  ut  audio,  Iloender  ¥^oi).y> 

Eustachio,  en  el  lib.  XXI  de  la  Iliada  de  Homero, 
dice  que  los  griegos  le  llamaron  Mosca  de  metal  por  un 
género  de  tábanos  que  tenian  alas  de  color  de  metal. 
Algo  parece  á  éste,  otro  juego  que  los  muchachos  suelen 
jugar  imitando  ciegos,  y  tirando  á  tirar  con  un  palo  á 
tiento,  y  diciendo:  «Yo  soy  ciego  y  no  veo  nada;  á  quien 
diere  no  se  me  da  nada.»  Llamábanles  andavatas  anti- 
guamente á  los  que  de  esta  manera  se  burlaban  ó  palea- 
ban. Erasmo  congetura  de  Séneca  que  ésteerajuego  en 
la  Iliada  II,  Ent.  III:  <,<.C¿eterum  fuerint  ne  populi,  an- 
davat  ad  eum  modum  soliti  pugnare  an  gladiator um gemís 
qui  clausis  oculis  tender  ent  in  adversarium,  an  potius  lu- 
sus  genus,  ut  prope  modum  ex  Séneca  licet  conjiceret,  ?ton- 
dum  satis  compertur  haheo.y> 

Como  quiera,  fué  cosa  muy  usada,  pues  se  halla  de 
él  mención  en  los  autores:  «D.  Hieronímus,  adversus 
Helvidium,  ad  hoc  provandum  congerit,  descripturis  exem- 
pla  quam  plurima  more  andabaturum  in  tenebris  gladium 
ventilans,» 

ídem  contra  Juvinianum:  «Melius  est  tamem  clau- 
sis quod  ajunt  oculis  Andabatarum  more  pugnare,  quam 
directa  spicula  clypeo  non  repeliere  veritatis. » 

De  Honieio  se  entiende  aludió  á  esta  manera  de  ju- 
gar pesadamente,  cuando   introduce  á  Ayax  Telamón 


—  264  — 
peleando,  cerrados  los  ojos.  A  mí  me  causó  admiración 
hallar  el  juego  que  viene;  Exere  ó  dilecte  el  Sol:  «Lusus 
vero,  exere  diiecte  Sol,  plausus  habet puerorum,  cum  acla- 
matione  hujus  modi,  quando  nubes  fr¿evertit  Solem,  unde 
Stratis  in  ■phenisiis  inquit: 

Deinde  Sol  obtenperat  pueris 
Si  dicatit:  «Exere  o  dilecte  Sol.» 

El  juego  que  llaman,  Sal,  sol  amado,  contiene  aplau- 
so de  los  muchachos  en  aclamación  cuando  el  sol  va  pa- 
sando por  entre  nublados;  por  lo  cual  el  poeta  Stratis, 
en  sus  Phemsas,  dijo  así: 

Obedece  aun  el  sol  á  los  muchachos 
Cuando  dicen:  «Sai,  Sol,  oh  Sol  amado.» 

Melch.  Lo  mismo  dicen  ahora:  <s~Sal,  sol,  y  dame 
en  los  ojos,  que  los  tengo  cenagosos, y>  cuando  va  el  Sol 
entre  nublados. 

D.  Ped.  Así  es,  y  yo  lo  he  visto  decir  muchas  ve- 
ces, y  lo  dije  siendo  muchacho:  mas  en  esa  aclamación 
de  los  griegos  aun  reverencio  su  elegancia  en  el  decir, 
pues  la  contienen  aquellas  palabras,  «Sal,  oh  amado  so1.>í 

D.  Fern.     Con  mucha  razón  dijo  Horacio: 

Gracis  ingenium  Gratiis  dedit  ore  rotundo 
Musaloqui 

D.  Ped.  Ya  que  V.  m.  nos  ha  dicho  el  aplauso 
que  los  muchachos  hacen  al  Sol,  será  razón  que  nos  di- 
ga por  qué  los  mismos  enseñan  á  su  hermana  la  Luna, 
cuando  es  nueva,  la  bolsa,  que  parece  es  género  de  aplau- 
so, y  el  mostrársela  es  como  ponerla  debajo  de  su  pro- 
tección. 

D.  Fern.      Puede  ser  que  porque  la  haga   crecer 


—  0.6^  — 

como  ella  va  creciendo;  y  por  ventura  esta  es  la  razón 
porque  en  muchas  monedas  antiguas,  como  en  las  de 
Juliano  Apóstata,  en  las  de  Faustina,  y  las  de  muchos 
municipios  y  colonias,  como  Hipa,  Ilipla,  Orippo,  Cas- 
canto  y  otras,  veo  está  esculpida  la  luna  nueva  cornicu- 
larmente,  si  no  es  porque  la  luna  nueva  es  contraria  á 
los  ladrones  y  hurtos.  Y  así,  Virgilio,  en  el  I  de  las 
Geórgicas,  dice: 

Non  fuga  melior  contraria  furtis. 

Y  Juan  Espondano,  sobre  el  III  de  la  litada,  vers.  X : 
«Ideo  novam  Lunam  contrariam  furtis  dixit.  Virg.,  I 
Georgicorum.»  Y  diremos  que  mostrarla  es  invocar  su 
protección  contra  los  ladrones,  para  que  la  guarde  de 
sus  uñas. 

Del  juego  que  se  dice  Fecacion,  que  es  el  que  se  si- 
gue en  el  aplauso  de  los  muchachos,  ya  dijimos;  y  así, 
pasaremos  á  el  siguiente,  que  es  así:  <i.Galleruca  animal 
volatile  est,  quod  et  melotantham  vocant,  cui  limum  alli- 
gantes  dimitunt  quod  in  circulum  instar  ínter  volans  dum 
implicatur. » 

Galeruca  es  un  animal  volátil,  que  también  llaman 
melothanta,  el  cual  le  atan  una  pelotilla  de  lodo,  para 
que  volando  se  enrede. 

Melch.  Eso  hacemos  acá  con  los  escarabajos,  ca- 
balletes y  avispas,  con  las  que  le  solemos  enviar  cartas 
al  rey. 

D.  Fern.     Del  juego  se  acordó  Aristóphanes: 

Sed  cogitatione  iiti  'vinctum  compede, 
Sluodam  scarabaum  sursum  laxa 
In  aerem. 

34 


—  266  — 

Largarle  has  las  alas  pensamiento. 
Como  al  escarabajo  que  das  al  viento. 

Sigúese  Chelichelona:  «Chelichelona  autem  virgi- 
num  lusus  est,  simile  qui  piam  cum  olla  havens:  h¿ec  enim 
residet,  et  testudo  dicitur:  h¿ec  vero  circum  curcitantes 
interroganti  Chelichelona^  quid  agis  in  media?  Illa  vero 
respondet:  lanas  conjecto  et  filum  milesium.  Deinde  h¿e 
rursum:  Tuus  verojilius^  quid  faciens  periit?  Illa  vero 
dixit:  Álbum  ab  equis  in  mare  deciliit.yy 

Esto  es:  Chelichelona  es  un  juego  de  muchachas, 
que  tiene  similitud  con  la  Olla.  Pónense  en  rueda,  y  una 
enmedio,  que  se  llama  tortuga;  las  demás  andan  alrede- 
dor corriendo  y  preguntándole. 

Y  ella  responde: 

TexenJo  estoy  lana  y  lino  milesio. 

Vuelven  ellas  á  decir: 

¿Qué  hizo  tu  hijo,  que  murió  tan  presto? 

Y  ella  responde: 

Cayó  del  caballo  en  el  mar  soberbio. 

De  este  juego  hace  memoria  Eustachio  sobre  la 
Odisea^  fól.  767;  Bulengero,  De  ludis  veterum,  capítu- 
lo XLI. 

Melch.  Un  juego  hay  acá  que  parece  á  ese,  por- 
que se  pone  una  muchacha  enmedio  de  muchas,  y  dice: 
«Aquí  está  D/  Sancha  cubierta  de  oro  y  plata.»  Y  ella 
responde:  «¿Quién  es  este  hombre  que  me  anda  persi- 
guiendo de  noche  y  de  dia?»  También  parece  á  otro  jue- 
go que  se  dice  ¿A  dó  las  yeguas.'',  en  el  cual  andan  las 
muchachas  corriendo  á  la  redonda;  pero  la  que  anda 
fuera  no  está  sentada,  antes  procura  coger  á  alguna  que 


—  267  — 
se  ponga  en  su  lugar,  y  anda  diciendo  un  cantarcillo  de 
esta  manera:  «¿A  dó  las  yeguas?»,  y  ellas  responden: 
«En  el  prado  están. — ¿Quién  las  guarda? — El  malvi- 
Han. — ¿Y  lo  que  te  di? — Con  putas  y  rufianes  me  lo  co- 
mí.— ¿A  dó  la  puta? — Ando  y  ando,  y  hela  aquí.»  Y 
á  la  que  coge  se  pone,  y  vuelven  á  correr. 

D.  Fern.  Luego  dice  Julio  Pólux  así:  Taliíro  lu- 
ciere est^  medio  manus  dígito  pollici  smnmiso  nasum  fe- 
rire.y> 

Dice  que  el  juego  Talitro  es  herir  la  nariz  con  el 
dedo  de  enmedio,  que  se    pone  debajo  del  dedo  pólice. 

Melch.  Ese  juego  llaman.  Pasa,  Gonzalo,  y  tiene 
más  de  burla  que  de  gracia. 

D.  Fern.  Con  todos  los  dedos  tiraba  á  sacar  ojos 
Drucila,  hija  de  aquel  monstruo  C.  Calígula,  aun  sien- 
do muy  niña,  en  nada  parecida  á  su  padre  tanto  como 
en  la  crueldad  y  fiereza.  Suetonio:  '(.Nec ullo  firmiore  in- 
dicio sui  seminis  ese  credevat  quam  feritaíis,  qu¿e  illi 
quoque  tanta  jam  tune  erat,  ut  in  festis  dígitos  ora  et 
oculos  simul  ludentium  infantium  incesseret.yy 

Prosigue  el  texto:  ^ Ratha pygüein  est  pede  obliquo 
coxam  percutere.yy 

En  breves  razones,  viene  esto  á  ser  tirar  coces,  aun- 
que en  él  no  se  declara  si  es  á  sí  mismo  ó  á  otra,  y  am- 
bos sentidos  dan  lugar.  Dice  luego:  aPeníalita  autem 
sibi  lapili  sint,  sive  calculi  seu  astragili,  quinqué  sur- 
sum  ejiciuntur  ut  manus  comversa,  eaque  prejecta  sunt 
inposteriorem  manus  partem  recipiantiir,  vel  sinon  omnia 
potest  ea  saltim  qu¿e  novit  Et  in  manu  jacent  digitis  de^ 
niio  recipere.» 


—  268  — 

El  juego  Penthalita  es  echar  hacia  arriba  cinco  chi- 
nas, ó  tabaSj  ó  contadores,  y  recibirlas  en  el  envés  de  la 
mano,  y  si  nó  todas,  por  lo  menos  aquellas  que  sabe,  y 
estando  eti  la  mano  volverlas  á  coger  con  los  dedos. 

Melch.  Ese  es  juego  muy  usado  de  todos  los  mu- 
chachos y  muchachas. 

D.  Fern.  También  he  visto  jugar  otro  juego  con 
seis  chinas,  que  llaman  el  Castro^  ó  Tres  en  carro ^  ó 
Tres  en  raya^  y  hace  memoria  de  él  Ovidio,  III  De 
Art.  mnandi: 

Par-va  tu  'veüa  capit  temos  utrinque  lapillos, 
In  qua  'V ¡sisee  et  continuase  suos. 

De  hoc  ludo  Bulengerus,  lib.  único  De  Ludis,  capí- 
tulo IV,  et,  apud  Gallos  Madrillas  appellari  ait. 

Luego  prosigue  Pólux  con  tres  juegos  de  doncellas, 
que  llaman  Pitameliades:  «Picíariy  et  Piíamelia  virgi- 
num  ludis  ponsas  enim  celebrantes  currunt  se  invicem  ad 
fortinationem  exit antes.» 

Éste,  según  la  opinión  de  algunos,  toca  algo  en  el 
juego  de  las  Mayas,  de  que  hablaremos  luego. 

Ahora  se  sigue:  «Platogonium  vero^  amatores  aut 
amic¿e  ludevant.  Sic  autem  et  crepitaculum  vocatur,  et 
sistrmn  quo  sopiunt  cum  voluptate  mitrices  ¿egre  dur- 
mientes pueros^  sed  et  papa-veris  et  lelephüli  dicti^  folia 
primis  duobus  sinistr¿e  manus  digiti:  in  circulum  flexis 
imponemtesj  etvola  alterius  manus  percutientes^  si  ruptum 
hoc  istuc  solium  sonum  clarum  ederet^  eos  qiios  amabant 
sui  meminisse  existimabant.  Insuper  et  lilium  dúplex  exis- 
tenSy  et  vacuum  interius  inflantes  ut  spiritu  impleretur 
in  fronte^  rumpentes  sonó  huic  similia  judicabant.» 


—  269  — 

Platogonio  es  un  juego  que  hacian  los  enamorados 
y  enamoradas,  y  llámase  también  Platogonio  una  sona- 
juela  ó  adufillo  con  que  las  amas  arrullan  á  los  niños  que 
duermen  mal.  Lo  que  los  enamorados  hacian  para  ver 
si  los  querian  bien,  era  coger  la  flor  de  la  adormidera  ó 
amapola  entre  los  dedos  primeros  de  la  mano  izquierda, 
formados  en  círculo,  y  hiriéndolos  con  la  palma  de  la 
mano  derecha  hacerlos  crugir;  si  crugia  recio  y  claro, 
creian  que  aquellas  á  quien  amaban  tenían  memoria  de 
ellos. 

Melch.  Eso  también  se  hace  ahora,  y  algunas  ve- 
ces echan  dos  hojas  de  olivo  al  fuego,  ó  de  laurel,  y  del 
estallido  toman  el  agüero. 

D.  Fern.  Siempre  los  enamorados  han  tenido 
muchas  impertinencias,  y  entre  ellas  una  semejante  á  la 
dicha,  de  que  hace  memoria  Theócrito: 

Alba  supercuso  crepuere  papa<v era  pugno. 

Como  también  la  que  dice  Pólux  en  el  resto  de 
nuestro  texto,  dándose  en  la  frente  con  dos  lirios,  lleno 
uno  de  viento,  y  haciéndolo  romper  y  crugir.  Y  cuando 
á  uno  le  zumban  los  oidos,  decir  que  alguien  lo  está 
nombrando,  de  que  hay  refrán  en  un  epigrama  an- 
tiguo: 

Gárrula  quid  totis  resanas  miJñ  noctibus  auris 
Nescio  quem  dicis  nunc  Ttieminisse  tnei. 

Aristeneo,  lib.  II,   cap.  XIII:    «Non  ne  auris  tibí 
resonabant  quando  lacrimans  tui  memoriam  faciebant.» 
Papinio  Stacio,  in  Silv.: 

lude  sonus  geminas  fniki  circuit  aures. 

Tocan  lo   mismo   Plinio  y  Luciano,  y  lo  he  visto 


—  270  — 

en  Plutarco.  Todo  esto  tiene  algo  de  di  vi  nación  y  su- 
perstición; y  si  alguno  advertidamente  y  de  propósito 
hiciere  caso  de  ella,  pecará  gravemente,  pues  todas  estas 
cosas  están  prohibidas  por  Derecho  canónico  y  por  le- 
yes del  reino,  lib.  VIII,  tít.  IV,  L.  VI  Nov¿e  recopi- 
lationes  ibi. 

Ni  palmada  de  niño  ni  de  virgen.  Á  este  género  se 
puede  atribuir  otra  burla  ó  engaño  que  se  suele  hacer  á 
los  muchachos,  persuadiéndoles  que  un  cardillo  descu- 
bre las  cosas  que  hacen;  y  así,  suelen  las  madres  ó  tias 
decirles  que  tal  y  tal  cosa  que  hicieron  se  la  dijo  el  car- 
dillo, voz  que  á  mi  juicio  tiene  su  origen  en  la  lengua 
griega  RapSía  07,  que  quiere  decir  el  corazón,  porque 
aquello  que  nos  da  el  corazón  decimos  que  lo  dice  el 
cardillo,  quasi  cardia,  estoes,  el  corazón  meló  dio  ó  me 
lo  dijo. 

Finalmente  pone  el  juego  que  llaman  Collavisare,  y 
lo  define  así:  Collavisare  est  cum  hic  quidem  planis  ma- 
nibus proprios  comprimí t  oculos^  Ule  vero  feriens  interro- 
gat:  Utrum  nam  peracusserit?  » 

Este  es  el  juego  que  los  impíos  judíos  burlando  de 
Cristo  Nuestro  Señor  jugaron  con  él,  según  San  Lúeas, 
cap.  XXII:  üEt  velaverunt  eum^  et  percutiebant  faciem 
ejuSy  et  interrogaverunt  eum^  dicentes:  Profetisa  quis  est 
qui  te  percussit.yy 

La  misma  fórmula  trae  San  Mateo,  cap.  XXVI: 
«Profetisa  no  bis,  Criste,  qui  est  qui  te  percussit.» 

San  Marcos,  cap.  XIV;  San  Juan,  cap.  XVIII. 

Demás  de  hallarlo  tan  expreso  en  los  Santísimos 
Evangelios,  lo  hallo  en  las  Ranas  de  Aristófanes,  donde 


-    271    - 

azotando  Caco  al  dios  Baco  le  pregunta:  «^Nunquid 
percussit  te^.  iNunquid  te  tetigiñ-» 

Y  sea  el  fin  de  la  plática  de  hoy  la  Pasión  de  Nues- 
tro Señor  Jesucristo,  con  que  nos  podemos  ir  á  comer. 

D.  Ped.  Bien  es  que  la  mesa  se  consagre  á  tan 
fausto  nombre,  cediendo  los  de  Volupia  y  Angerona. 

Et  mine  a  moto  quaramus  seria  ludo. 


DIÁLOGO  VI 


15 


DIÁLOGO  VI 


§.    r. 

Estimación  de  los  muchachos j  Mayas  y  sus  ritos. 

D.  Ped.  Mucho  debe  la  posteridad  á  los  escritores, 
que  nó  sólo  las  cosas  mayores  y  tocantes  á  los  príncipes 
y  monarcas  del  mundo  escribieron,  sino  también,  humi- 
llado el  estilo,  tocaron  á  las  cosas  menores  y  de  la  plebe, 
previniéndole  al  gusto  algún  divertimiento.  Tales  juzgo 
á  las  Milesias  de  L.  Apuleyo,  el  Satírico  de  Petronio 
Arbitrio,  algunos  Diálogos  de  Luciano,  y  en  Julio  Pó- 
lux  lo  que  V.  m.  ha  referido  de  juegos. 

D.  Fern.  Nó  todos  los  ingenios  se  inclinan  de 
una  manera;  y  como  la  naturaleza  en  sus  obras  exterio- 
res es  varia,  para  su  mayor  grandeza  y  hermosura,  así 
ni  más  ni  menos  en  el  mundo  menor,  que  es  el  hombre, 
se  halla  esta  hermosa  diversidad;  de  donde  han  produ- 
cido tantas  y  tan  diversas  obras  como  de  los  antiguos 
hoy  gozamos;  esforzados  en  nuestros  siglos  algunos  in- 


—  276  — 

genios  han  resucitado  aquellos  antiguos  alientos  y  dado 
á  luz  muchas  obras  de  ingenio  dignas  de  admiración. 

D.  Ped.  ¿y  por  qué  nó,  señor,  ha  de  haber  quien 
dé  á  aquella  parte  menos,  que  decimos,  á  la  plebe  li- 
teraria, no  le  dé  un  poco  de  divertimiento,  dejando  caer 
la  pluma  entre  los  muchachos  de  la  escuela,  que  juntos 
en  sus  cabildos  los  imagino  dar  justas  quejas,  que  sien- 
do ellos  la  felicidad  de  los  tiempos,  la  esperanza  de  las 
repúblicas,  para  cuyo  aumento  antiguamente  se  hicieron 
las  leyes  Papinia  y  Julia,  y  otras  muchas  De  prole  augen- 
da^  no  haya  en  este  tiempo  quien  escriba  y  celebre  sus 
cosas?  Aumentan  su  razón  con  decir  que  ha  habido 
quien  cante  de  las  ranas,  de  los  mosquitos,  de  las  pulgas, 
y  que  en  ésto  gastaron  sus  ingenios  los  mayores  y  más 
insignes  del  mundo,  Homero,  Virgilio,  Ovidio,  y  de 
ellos  y  de  sus  juegos  se  haya  escrito  cosa  alguna:  antes 
por  burla  y  menosprecio  llaman  á  sus  cosas  niñerías,  ha- 
biendo sido  en  tiempos  más  dichosos  á  quien  los  sacer- 
dotes de  Júpiter  se  repartían.  Pausanias,  in  Archaisis: 
«Priscis  quidem  temporibus  decernebatur  Jovis  sacerdo- 
tium  pueris  qui  primas  in  pulchritudine  tulisent.  ■» 

Y  admitidos  en  los  cabildos  y  senados  de  Lacedemo- 
nia  y  Roma,  donde  se  hizo  mucho  caso  de  los  Papirios  y 
Pretextatos,  sienten  mucho  acordarse  la  amistad  que 
con  ellos  mostraban  los  héroes,  semideos  y  filósofos,  pues 
Hércules,  domador  de  monstruos,  tenía  esto  por  mayor 
entretenimiento;  y  Dionisio  Bacco  se  embebecía  tanto  en 
jugar  con  los  muchachos,  que  no  sentía  que  los  Titanes 
lo  despedazasen.  Archinas  Terentino  enseñó  á  la  anti- 
güedad el  aprecio  que  de  ellos    se  había  de  hacer,  ju- 


-  277  — 
gando  él  de  muy  ordinario  con  los  muchachos,  y  esto 
mismo  vio  aquel  á  quien  ninguna  parte  de  la  Filosofía 
se  le  escondió,  Sócrates,  y  asi  no  tuvo  empacho  ni  de- 
cayó de  su  sabiduría  cuando,  poniendo  una  caña  entre 
las  piernas,  corrió  con  sus  hijos  y  fué  burlado  de  Alci- 
biades.  No  sintió  otra  cosa  Homero,  poeta  de  celestial 
ingenio,  cuando  acomodó  á  las  vehementísimas  manos 
de  iVchíles  sonorosos  instrumentos  de  cuerda.  ¿Oué  di- 
ré de  aquellos  claros  ejemplos  de  la  prudencia  militar, 
Scipion  y  Lelio,  que  en  las  riberas  de  el  mar  de  Gayeta 
jugaron  con  las  chinas;  por  lo  cual  juntamente  merecie- 
ron que  de  ellos  dijese  Horacio: 

Virtus  Scipiada  et  mitis  sapientia  Lali 
Nugari  cumillo  et  disunti  Itidere? 

Corroboran  su  pretensión  con  el  ejemplo  de  Ana- 
xágoras,  que  estando  ya  en  las  vísperas  de  su  entierro, 
donde  todos  los  afectos  mal  regidos  cesan  y  comienzan 
á  aparecer  los  crepúsculos  de  la  verdad  eterna,  pregun- 
tándole los  príncipes  de  la  ciudad  Lamsacena  que  qué 
gustaba  que  se  hiciese  por  él  después  de  su  entierro, 
respondió:  «t//^«m  quot  annis^  quo  mense  defesisset 
ludere  permiíerentur.» 

Válense  de  lo  que  dijo  y  hizo  el  filósofo  Pithaco, 
que  preguntándole  uno  que  se  quería  casar  á  quién  es- 
cogería acertadamente  por  mujer,  no  se  atrevió  á  res- 
ponder á  tan  gran  consulta,  sólo  tomando  por  asesores 
á  los  muchachos  que  jugaban  en  la  plaza,  á  cuya  au- 
diencia remitió  el  pleito,  y  allí  se  dio  aquella  tan  justa  y 
verdadera  sentencia:  «Cada  oveja  con  su  pareja.»  No  se 
quieren  valer  de  Agesilao,  que  corría  parejas   en  caba- 


—  278  — 

Hitos  de  cañas  con  sus  hijos;  ni  del  gran  Cosme  de  Me- 
diéis, que  aun  estando  en  la  plaza  enseñaba  á  sus  nietos 
á  tañer  pitos  de  alcacer,  porque  esto  lo  pudo  causar  el 
demasiado  afecto  de  padres:  pero  válense  de  la  misma 
verdad,  Cristo,  Señor  Nuestro,  que  increpando  la  dure- 
za de  los  judíos,  les  dice  el  juego  que  los  muchachos  de 
aquella  república  solian  jugar:  «Cui  autem  stimabo  si- 
milem  generationem  istam?  similis  est  pueribus  in  foro 
qui  clamantes  co¿e  qualihus  dicunt?  Cacinimus  vobis  et 
non  saltastisy  et  nos  lamentabimus^  et  non  planxistis.» 

Y  que  en  el  Deuteronomio,  cap.  XIII,  hizo  Dios 
tanto  caso  de  ellos,  que  los  igualó  con  los  grandes,  man- 
dando que  á  los  unos  y  á  los  otros  se  les  leyese  la  Ley. 

Lo  mismo  fué  en  tiempo  de  Josué,  cap.  VIII;  Jo- 
sias,  Reg.  IV,  cap.  XI;  Esdras,  cap.  VIII,  y  Nehemias. 
Finalmente,  la  reverencia,  estimación  y  trato  de  los  ni- 
ños y  el  hacerse  como  ellos  no  importa  menos  que  la 
salvación.  La  misma  palabra  del  Padre  lo  dijo;  Math., 
cap.  XVIIÍ:  lAdvocans  Jesús  parvulum  statuit  eum  in 
medio  eorum^  et  dixit:  Amen  dico  vobis ^  nisi  conversi  fue- 
ritis,  et  ejiciamini  sicut  parvuli^  non  intrabis  in  regno  Cce- 
lorum.  Qjii  susceperit  unum  parvulum  in  nomine  meo,  me 
suscipit.  ^i  autem  scandalisaverit  unum  de  pusiliis  is- 
tis,  qui  in  me  credunt,  expedit  ei  ut  suspendatur  mola  asi- 
naria  in  eolio  ejus,  et  demergatur  in  profundum  maris.» 

Concluyo  con  que  por  su  boca  sale  perfecta  la  ala- 
banza de  Dios.  Psalm.  VIII:  «Ex  ore  infanti^m  et  lac- 
íentium  perfecisti  laude m.y> 

Que  es  decir,  que  la  boca  de  los  niños  es  la  que  le 
agrada  más;  y   así,  á  ellos  les  dio   inaugurar   los  reinos 


—  ^79  — 
más  dichosos  que  ha  habido  en  el  mundo,  guardando 
Dios  el  acierto  de  la  mayor  y  mejor  elección  para  la  boca 
de  los  niños,  como  se  vio  en  el  reino  de  Numa  Pompi- 
lio,  imperio  de  Augusto,  obispado  de  San  Ambrosio.  A 
ellos  se  les  debe  la  felicidad,  esperanza  y  bendición  de 
Dios  en  los  pueblos  cuando  en  sus  plazas  alegremente 
juegan:  «Cotnplebunlur  infantibus  et  puellis  ludentibus 
'platea  ejus.» 

D.  Fern.  Por  cierto  V.  m.  ha  declamado  famosa- 
mente, esforzando  mi  pusilanimidad;  que  yo  por  no  mar- 
chitarme en  el  ocio  de  esa  soledad  con  tristes  desvelos  y 
pensamientos  confusos,  suelo  por  divertirme  y  ocupar  el 
tiempo  entretenerme  en  estas  niñerías;  pienso  que  no  son 
del  todo  vanas. 

D.  Diego.  Muy  buen  paso  dan  ambos  V,  ms.  á 
mis  deseos;  y  asi,  no  veo  que  tenga  V.  m.  excusa  algu- 
na en  proseguir  esta  materia  comenzada,  si  es  que  aun 
queda  algo  que  decir. 

D.  Fern.  N^o  sé  qué  restos  me  mueven  todavía  en 
la  memoria;  y  de  esta  vez  pienso  dar  con  todo  lo  que  de 
varia  lección  he  advertido  y  opinado:  y  porque  la  en- 
vejecida y  continuada  costumbre  de  celebrar  las  mucha- 
chas el  mes  de  Mayo  en  todas  las  ciudades  de  España 
las  fiestas  de  las  Mayas,  me  ha  dado  siempre  motivo  de 
pensar  que  con  ser  cosa  muy  antigua,  asimismo  encierra 
en  sí  algún  oculto  misterio,  discurriendo  por  sus  cere- 
moniosas acciones,  podrá  ser  saquemos  (como  dicen)  el 
ovillo  por  el  hilo. 

D.  Diego.  Certifico  á  V.  m.  que  ha  tocado  el 
punto  de  mi  deseo,  porque  estando  en  Salamanca  oí  dis- 


—   28o  — 

putar  á  hombres  doctos  de  esta  materia,  ocasionando  la 
ley  única,  C.  de  Maiuna,  lib.  XXXÍ,  pensando  algunos 
que  en  aquella  ley  se  trata  de  este  juego. 

D.  Fern.  Yo  me  alegro  que  V,  m.  tenga  alguna 
noticia  ya  del,  conque  le  hallaré  más  afirmado  y  atento: 
y  en  cuanto  á  esa  dificultad  que  V.  m.  dice  oyó  en  Sa- 
lamanca, aunque  venero  aquella  Universidad,  osaré  afir- 
mar que  en  aquella  ley  en  ninguna  manera  se  habla  de 
este  juego.  Suidas  dice  que  fué  una  fiesta  que  en  Roma 
se  hacía  en  el  mes  de  Mayo,  en  el  cual  los  príncipes  de 
la  ciudad  de  Ostia,  holgándose,  se  echaban  en  la  mar 
unos  á  otros:  i<  Maj  urnas  fe  stum  fuit  Rome  Mayo  mense, 
quo  principes  civitatis  Osíie^  qu¿e  marítima  urhs  est^  de- 
litiis  voc antes  alii  altos  in  marinas  aquas  conjicebant.» 

Sigúelo  Andrés  Alciato  en  el  Peregon,  lib.  III,  ca- 
pítulo V";  á  ambos  refuta  el  cardenal  César  Baronio  en 
las  notas  al  Martirologio  XXVI,  Decemb.,  y  aunque 
da  sus  razones,  no  trae  la  autoridad  de  Niceforo  Calix- 
to, conque  del  todo  queda  convencida  aquella  duda. 
Afirma  este  autor  que  las  fiestas  que  llamaban  Mayunas 
eran  una  contienda  naval  que  los  gacios  en  Grecia  hacian, 
donde  se  mostraban  todos  muy  dados  al  culto  de  los 
demonios;  pero  después  que  se  convirtieron  cesó  aquella 
idolatría.  Sus  palabras,  vueltas  en  latin,  son  tales  en  el 
lib.  VIII,  cap.  XXXIII:  Proinde  populi  multi  et  urbes, 
tota  ad  Christum  se  convertebant,  quem  ad  modum  Gac- 
corum  navale^  quod  maj  urna  dictum  fuerat  Demonum  to- 
tum  se  ad  nos  contulit.» 

De  manera  que  aquella  ley  no  habla  de  nuestras  Ma- 
yas, sino  de  aquellas  fiestas  de  los  gacenses,  primero  per- 


—    28l    — 

mitidas  por  Arcadio  en  aquella  ley  única,  C  de  Ma- 
juma,  y  después  prohibida  por  Teodosio  el  Menor,  libro 
XV,  tít.  VI,  Cod.  Teodotiani.  Dice  que  estas  fiestas  de 
las  Mayas  no  son  otra  cosa  que  una  representación  del 
casamiento  á  que  siempre  aspiran  y  se  van  disponiendo 
las  mozas:  á  la  verdad,  tiene  algunas  ceremonias  de  ca- 
samiento, como  es  engalanarla,  subirla  en  tálamo,  el 
agua  que  la  rocian.  De  lo  primero  habló  Optato  Afro, 
lib.  VI:  «Hoc^  nec  mulieres  patiuntury  qu¿e  carnaliter  nu- 
hunty  ex  quibus  si  aliqui  Mariium  mutare  contingerlt, 
non  reperitur  illa  temporibus  festinitas,  non  in  altum  to- 
litur,  non  populi  frecuentia  procuratur.yy 

Del  rociarla  con  agua,  M.  Varron :  «Aqua  asperge- 
batur  nova  nupta^  sive  vipura,  castaque  ad  virum  ve^ 
rine^"^  etc. 

Nonio  Marcelo  dice  que  el  agua  se  traiaen  un  vasi- 
llo que-  parece  también  á  la  almarraja  que  le  ponen  á 
la  Maya:  «Contra  a  novo  marito  cum  ignis  efoco  titione 
ex  felisi  arbore  et  aqua  in  ¿equeali  allata  esset.-» 

Véase  Bernabé  Brisonio  en  el  lib.  De  Ritu  nuptia- 
rum,  donde  asaz  trata  esa  materia  de  las  ceremonias  y  ri- 
tos del  matrimonio;  y  si  éste  fuese  como  dice  Covarru- 
bias  el  que  las  Mayas  representan,  entenderíamos  que 
aquellos  juegos  que  Pólux  en  el  lib.  VII,  cap.  IX,  trae, 
aquella  Pictamelides,  Pitari  Pitamelis,  son  de  las  Ma- 
yas que  vamos  tratando:  <.<Firginum  ludi  sponsas  enim 
celebrantes.-»  currunt  se  invicem  ad festinationem  exi- 
t  antes.  > 

A  esta  opinión  resisten  dos  razones,  que  á  mi  pare- 
cer son  suficientes  para  entender  que  las  Mayas  no  re- 

36 


—    282    — 

presentan  matrimonio.  La  primera  el  tiempo  en  que  las 
celebran,  que  es  siempre  el  mes  de  Mayo,  de  donde 
ellas  tomaron  el  nombre,  ó  por  mejor  decir,  la  que  se  lo 
dio  al  mes  se  lo  dio  á  ellas:  si  bien  Ovidio,  gran  investi- 
gador de  fiestas  y  ceremonias  antiguas,  en  los  Fastos, 
hablando  del  mes  de  Mayo,  dice: 

Slueritis  unde  putem  Majo  data  nomina  mensi, 
Non  satis  est  liquido  cognita  causa  mihi. 

Como  quiera  que  sea,  en  este  mes  de  Mayo  no  se 
casaban  antiguamente,  porque  en  él  se  celebraba  á  los 
Lémures,  que  son  dioses  de  los  difuntos,  ó  los  mismos 
difuntos,  sus  fiestas;  y  por  eso  estaba  admitido  en  el 
vulgo  que  las  que  casaban  en  el  mes  de  Mayo  eran  malas 
mujeres. 

Mense  malas  Majo  nubere  <vulgus  ait. 

Pues  celebrar  representación  de  matrimonio  en 
tiempo  ominoso  y  contrario  á  las  esperanzas  que  se  pro- 
metían, bien  se  ve  que  este  pensamiento  no  se  encami- 
na bien. 

La  segunda  razón,  porque  si  las  Mayas  representan 
matrimonio,  como  eligen  desposada,  hablan  de  elegir 
también  desposado,  cosa  que  jamás  hacen;  y  no  habien- 
do matrimonio  sin  ambas  condiciones,  tampoco  su  re- 
presentación lo  puede  ser,  por  faltar  lo  sustancial  y  esen- 
cial de  la  acción.  Por  lo  cual  es  forzoso  adelantar  nues- 
tro discurso,  investigando  otro  principio.  Ningún  autor 
hallo  que  trate  esta  materia  debidamente,  aunque  algu- 
nos han  alucinado  deseando  acertar.  Estos  son:  Pineda, 
en  la  Monarquía,  tomo  I;  Puente,  lib.  III,  cap.  XXI; 
Simón  Mayólo  en  sus  Vias  caniculares;  Alexandro,  Ab 


-  283  — 
Alexandro  Geni;  Mosquera  Barnuevo,  en  el  Comento  de 
la  Numantinay  cant.  II.  Quien  mejor  discurrió  y  pensó 
fué  Alonso  García  Matamoros,  en  el  tratado  de  las 
Academias,  el  cual  dice  que  las  muchachas  españolas  re- 
presentan á  Maya,  hija  de  Athlante,  que  en  ingenio  y 
hermosura  excedió  á  todas  las  de  su  tiempo,  y  así  le  con- 
sagran divinos  honores,  no  persuadiéndose  que  puede 
ser  fábula  lo  que  tan  tenazmente  y  por  tantos  siglos  el 
uso  conserva.  Sus  palabras  son  las  siguientes:  «Maya 
Athl antis  filia,  quod  ingenio  et  arte  -putar etur  exellere  a 
cuntis  Hispanice  famineis,  divinitus  Honorata  fuit:  Nec 
enim  fabulam  potui  inquan  putare,  quod  me  non  semel 
apud  graves  Autores  legisse  memini.  Narrant  enim  di- 
catos  fuisse  illi  mensi  Majo  in  singulos  annos  propter  in- 
gens  doctrin¿e  miraculum  statos  solemnesque  honores  qui 
in  morihus  etiam  nostris  (quod  mirari  subit)  nunc  per- 
severant  dum  antiquo.  Scilicet  Hispanice  ritu,  egregia 
forma  puellam,  quam  nostri  homines  Majam  vocant,  mi- 
ris  exornari  modis  videmus.  Hunc  in  loco  paulo  celtiore 
sedentem  ¿equ¿e  formosa  circunstant  virgines,  cui  totos 
mensis  Maii  triginta  dies  velut  regin¿e  libenter  obediunt 
veteris  illius  Viraginis  gentilia  traditione  memore s.y> 

Ya  aquí  tenemos  más  cierta  luz  de  esta  ceremonia, 
aunque  para  que  yo  discurra  deseo  que  V.  ms.  me  digan 
las  que  hoy  usan  las  muchachas,  que  pienso  de  su  tena- 
cidad son  las  mismas  que  en  aquellos  antiquísimos  si- 
glos celebraban. 

D.  Diego.     Yo  las  diré  muy  puntualmente.  Jún-^ 
tanse  las  muchachas  en  un  barrio  ó  calle,  y  de  entre  sí 
eligen  á   la   más  hermosa  y   agraciada  para  que  sea  la 


—    2^4   — 

Maya;  aderézanla  con  ricos  vestidos  y  tocados;  coró- 
nanla  con  flores  ó  con  piezas  de  oro  y  plata,  como  reina; 
pónenle  un  vaso  de  agua  de  olor  en  la  mano;  súbenla 
en  un  tálamo  ó  trono,  donde  se  sienta  con  mucha  gra- 
cia y  majestad,  fingiendo  la  chicuela  mucha  mesura;  las 
demás  la  acompañan,  sirven  y  obedecen,  como  á  reina, 
entreteniéndola  con  cantares  y  bailes,  y  suélenla  llevar 
al  corro.  A  los  que  pasan  por  donde  la  Maya  está  piden 
para  hacer  rica  á  la  Maya:  y  á  los  que  no  le  dan  les  dicen 
«Barba  de  perro,  que  no  tiene  dinero,»  y  otros  oprobios 
á  este  tono. 

D.  Fern.  Paréceme  que  lo  ha  descrito  V.  m.  muy 
puntualmente;  y  es  tan  común  la  ceremonia,  que  pocos 
la  ignorarán.  Guiaré  mi  discurso  por  el  tiempo  y  cere- 
monia de  él,  para  que  de  aquí  investiguemos  lo  más 
cercano  á  la  verdad,  opinando  por  la  incierta  luz  de  las 
conjeturas;  y  conformando  aquesas  ceremonias  con  lo 
que  hallaremos  en  la  antigüedad,  parece  que  la  opinión 
de  Matamoros  de  que  esta  fiesta  se  celebre  en  honor  de 
Maya,  hija  de  Athlante  y  madre  de  Mercurio,  y  que 
ella  dió  nombre  al  mes,  sea  la  más  cierta  y  probable, 
por  lo  que,  dejadas  varias  opiniones,  dice  Macrobio  en 
el  üb.  I  de  los  Saturnales^  cap.  Xil:  «Contendunt  alii 
Majam  Mercurii  matrem  mensi  nomen  dedise^  hunc  má- 
xime probantes^  quod  hoc  mense  mercatores  omnes  Maj<£ 
pariter  Merctirioque  sacrificant .-» 

y  parece  cosa  en  razón  que  siendo  esta  señora  hija 
de  Athlante,  rey  de  España,  aquí  le  hiciesen  mayor  ho- 
nor y  reverencia  por  su  admirable  ingenio  y  hermosura; 
y  así  lo  dice  Ovidio,  V.  Fastorum: 


—  285  — 

Sluarum  Maja  suas  forma  superas  se  sórores 
Traditur  

Y  esto  conforma  con  la  elección  que  las  nuestras 
hacen  de  la  más  hermosa. 

Celebraban  la  fiesta  en  las  Kalendas  de  Mayo,  te- 
niendo á  la  misma  Maya  por  la  tierra,  á  quien  celebra- 
ban con  nombre  de  Buena  diosa,  de  que  es  autor  Corne- 
nelio  Labeon  en  Macrobio:  «Autor  est  Cornelius  Labeo 
huic  Majíe,  id  est ^  térra  eodem  Kalendis  Maii  dicatam 
sub  nomin¿e  Bon¿e  De¿e.» 

Trátanla  como  á  reina  y  señora,  poniéndola  orna- 
mentos de  tal,  y  cetro  en  la  mano,  porque  tiene  el  poder 
de  la  diosa  Juno.  El  mismo  autor:  «Hanc  Deam  poten- 
tiam  habere  Jtmonis,  ideoque  regale  scepriim  in  sinistra 
manu  est  additum.)> 

La  corona  de  flores  se  le  pone  por  la  Primavera.  Así 
lo  dijo  Cátulo: 

Miki  csrolla  ficta  veré  ponitur, 

Y  como  la  tierra  es  madre  de  las  flores,  cuyo  reino 
tiene  su  mayor  aumento  en  Abril  y  Mayo,  celébranla 
su  fiesta  en  el  último  dia  de  aquél  y  primero  de  éste. 
O  vid.,  Fast,: 

Mater  ades  florum  ludís  ceiebrandajocosis; 
Distuleram  partes  mense  prior e  tuas, 
bicipis  Aprili,  transís  in  témpora  Maii, 
Alter  te  fugiens  aun  'venit  alter  habet. 

Pero  ¿para  qué  atribuimos  á  la  diosa  de  las  flores  lo 
que  era  muy  natural  de  la  Ninfa  mayor,  á  cuya  imita- 
ción, como  en  la  otra  fiesta  antigua,  las  Gracias  y  las 
Horas,  deidades  de  la  creación  de  Hesiodo  en  su   Teo- 


—  286  — 

gonía,  en  éstas  las  muchachas  traen  canastillos  de  flores 
y  clavellinas  con  que  hacen  coronas  y  ciñen  las  sienes  de 
la  ninfa  Maya?  Gran  socorro  nos  da  O  vid.: 

Con-veniunt  pictis  in  cinte  njestibus  Hora, 
Inque  la'ves  calathos  ínunera  nostra  lengut. 
Prot'tnus  accedunt  Char'ttes  nectumque  coronas 
Certaque  celestes  implicatura  comas. 

La  gravedad  y  señorío  de  reina  y  levantarle  como 
tal  en  trono,  obedecerle  las  demás  teniéndole  suma  se- 
veridad, toca  algo  en  la  diosa  Maya,  ó  majestad,  de 
quien  dice  O  vid.: 

Nec  mora  concedit  medio  subltmis  olympo, 
Áurea  purpureo  conspicienda  sinu; 
Concederé  simul  pudor  et  metus  omne  videres 
Numen  ad  hanc  ijultus  compasáis  se  suos. 

Nótese  la  majestad,  el  vestido  rico,  la  obediencia, 
reverencia  y  miedo  que  todas  las  muchachas  muestran  á 
la  Maya  como  á  señora  y  diosa:  y  más  abajo  describe 
Ovidio  cómo  la  acompañan  niños  y  niñas: 

Illa  comes  pueris  'virginibusque  'uenit . 

El  vasillo  con  agua  para  rociar  no  disiente  de  lo  di- 
cho, antes  consuena;  pues  la  tierra,  que  es  la  diosa  Maya 
ó  diosa  buena,  no  puede  criar  nada  sin  el  rocío:  ó  di- 
gamos que  es  aquel  vaso  que  en  los  sacrificios  de  esta 
diosa  se  usaba,  en  el  cual  llamaban  al  vino  leche,  y  al  mis- 
mo vaso  melaría:  «Fas  in  quo  vinum  inditum  sit  me- 
larium  neminetur,  et  vinum  et  Lac  nuncupetur.» 

La  descripción  de  tal  vasillo,  como  el  que  hoy  se 
usa,  la  hallo  en  aquella  solemnísima  pompa  que  Lucio 
Apuleyo  ambiciosamente  pinta,  lib.  XI,  y  dice  que  era 


-  287  - 
de  cuello  largo  como  la  almorraja,  y  que  iba  junto  á  la 
diosa:  'kOracula  faverrime.  Cav  ata  fundo  quam  rotundo 
minis  ex  trine  e  cus  simulachris  JEgiptorum  efigiata  ejus 
orificium  altiuscule  levatum,  in  calcalem prorrecíum  lengo 
ribulo  prominebat.» 

Y  aun  estas  almarrajuelasque  hoy  se  usan  tienen  de 
vasos  sacrificiales  el  no  poderse  tener  en  pié,  como  aque- 
lla que  antiguamente  llamaban  vasa  fictilia,  que  era  pre- 
ciso derramarse,  y  así  no  podian  asentarlas  en  la  tierra. 
Pedir  á  los  que  pasan  también  es  ceremonia  en  la  anti- 
güedad con  los  dioses;  costumbre  que  reprehendió  Mi- 
nucio  Félix  en  el  Octavio:  «Mendicantes  vicatim  Déos 
ducunt.» 

Hace  mención  de  esta  costumbre  Plutarco  in  Iside^ 
y  L.  Apuleyo  en  el  lib.  VIII  de  las  Milesias;  y  fué  tan- 
to el  exceso,  qué  fué  menester  corregirlo  por  ley  de  las 
Doce  tablas:  «Pr^eter  idea  matris  fámulos  nequis  stipen 
cogito.» 

Vióse  bien  practicado  en  los  actos  de  nuestras  san- 
tas Justa  y  Rufina,  que  perecieron  por  no  querer  dar 
la  stipe  á  la  diosa  Venus,  llamada  de  los  antiguos  sevilla- 
nos Salambona. 

D.  Ped.  Los  ritos  de  aquellas  antiguas  fiestas  de 
la  ninfa  Maya  y  las  presentes  de  nuestras  Mayas  están 
muy  ponderados  y  todas  ellas  se  combinan  bien,  y  pare- 
ce que  se  están  señalando  con  el  dedo;  sólo  resta  que 
V.  m,  declare  aquella  fórmula  de  pedir  para  la  rica  Ma- 
ya, en  la  cual  muchas  veces  he  reparado  y  preguntado  á 
las  muchachuelas  que  para  quién  piden,  y  ellas  tenaz- 
mente responden  aquello  mismo. 


D.  Fern.  No  es  digna  de  menosprecio  fórmula 
tan^antiguay  repetida,  y  juzgo  que  lo  es  tanto  como  las 
demás  ceremonias,  y  uso  de  las  Mayas;  y  tal  vez  he 
pensado  si  quieren  decir  que  piden  para  hacer  rica  á  la 
Maya;  pero  ellas  no  piden  sino  diciendo:  «Para  la  rica 
Maya,»  y  fuera  disparate  pedir  para  la  rica  si  por  esto 
querían  decir  que  la  Maya  era  rica,  pues  el  decirlo  era 
ocasionar  que  nadie  les  diese.  De  donde  aquel  nombre 
de  rica  no  puede  ser  epíteto  y  adjetivo  de  la  Maya,  sino 
nombre  sustantivo  de  alguna  cosa;  y  siendo  así  que  es- 
te uso  excede  aun  la  memoria  de  los  romanos,  ó  por  lo 
menos  durando  en  España  su  monarquía  se  exercitó  y 
frecuentó,  diremos  que  pedir  para  la  rica  Maya  es  pedir 
para  aquel  tocado  que  los  romanos  llamaban  Rica^  el 
cual  era  cosa  sagrada  y  lo  usaban  las  flamínicas,  mujeres 
de  los  flamines  ó  sacerdotes.  Era  colorado,  deshilado  y 
cuadrado:  hacíanlo  de  lana  blanca,  y  las  que  lo  hilaban 
habían  de  ser  doncellas  ingenuas,  ciudadanas  de  Roma,  y 
que  tuviesen  padre  y  madre.  Así  lo  dice  Paulo  en  los 
Fragmentos  rica:  «Vestimentum  quadratum^  jimbriatum 
purpureum^  quo  flaminica  propallio  utebantur.  Alii  dicunt 
quo  ex  lana  fiat  succida  alba  quod  conjiciunc  virgines  in- 
gés ingenue,  Datrima  Matrim^  cibes  et  inficiatur  ca- 
rulee  colere.^ 

Festo  Pompeyo  dice  que  las  ricas  eran  un  tocado 
pequeñuelo,  cuadrado,  deshilado,  para  tocar  la  cabeza: 
«Rica  et  Ricula  vocantur  parva  ricinia,  ut  palióla  ad 
usum  capitis  facta.» 

Aristóphanes,  en  la  Lusistrata,  parece  que  se  con- 
forma con  esta  opinión,  según  el  intérprete  latino:  «G?- 


2«9    — 

peris  ricam  tibi  quam  dedero  circum  caput  hac  in  lolve 
tuum.» 

Granio,  otro  autor,  dice  que  ricas  eran  los  apretado- 
res, bandas  ó  listones  que  las  flamínicas  se  ponían  en  la 
frente  por  seiial  de  su  dignidad  sacerdotal:  «Granius 
quidem  aut  ricam  es  se  multe  bre  singulum  capitis,  cuo 
provita  flamimca  redimitur.» 

No  debió  tener  la  rica  sólo  este  uso,  aunque  siempre 
fué  cosa  sagrada,  pues  también  se  cubrian  la  cabeza  con 
ella  cuando  las  mujeres  sacrificaban:  así  lo  dice  M.  Var- 
ron,  en  el  IV  de  la  Lengua  latina:  «Rica  a  ritu  quod 
romanu  ritu  f¿e mina  eum  faciunt  capita  velant.» 

Flauto  lo  equipara  al  vestido  real:  «Ricam,  bacili- 
cum  aut  exGticum  hac  vocabula  actiones  subigunt  ut  fa- 
ciant  viri.» 

Últimamente,  Nonio  Marcelo  dice  que  es  el  pañuelo: 
«Rica  est  quod  nos  sudarium  dicimus.y> 

Pues  ahora,  sea  la  toca  ó  sobretoca  de  la  Maya,  vo- 
lante, apretador  ó  pañuelo  rico,  á  todo  el  vestido  de  que 
ricamente  le  adornan  á  todo  ello  llamaban  rica,  y  para 
ello  pedian,  conservándose  esta  voz  en  esta  envejecida 
ceremonia,  bastantísima  prueba  de  su  antigüedad,  que 
las  muchachas  religiosamente  han  continuado  en  esta 
fórmula  de  pedir  para  la  rica  á  la  Maya,  porque  las  mu- 
jeres conservan  incorruptas  las  palabras  y  la  antigüedad. 
Así  lo  dice  Cicerón,  líl  De  Oratore:  «Facilius  enim 
mulleres  incorruptam  antiquitatem  servant,  quod  multo- 
rum  sermonis  experte  catenent  semper  qu¿e  prima  dedi- 
cerunt.  > 

La  última  ceremonia  es  que   dicen    oprobios  á  los 

37 


—  290  — " 

que  piden  y  no  les  dan,  diciéndoles:  «Cara  de  perro, 
que  no  tiene  dinero.»  «Barbas  de  gato,  que  no  tiene 
cornado.»  De  las  actas  de  Santa  Justa  y  Rufina  consta 
que  las  maltrataron  y  afrentaron  de  palabras  y  obras, 
quebrantándoles  sus  vasos,  de  que  se  sustentaban.  Mas 
aun  el  modo  de  comunicar  de  nuestras  muchachas  es 
harto  sencillo  y  semejante  á  los  oprobios  que  Achiles 
dijo  á  Agamenón,  llamándole  «Cara  de  perro,»  porque 
le  llevaba  á  la  doncella  Briceida.  Homero,  Iliada  VI: 

SJc  te  o  nialde  impudens,  consequimur  ut  guadear 
Honorem  conser-vantes  Menelao  canino  nj'ir  'vultus. 

Y  hablando  con  el  mismo  le  llamó  «Borracho,  ojos 
de  perro.» 

Fino  gra--üa  in  oculos  habens. 

Y  Aristhófanes,  en  las  Avispas: 

Cujus  terribiles  oculi  fulgebant  fronte  canina. 


§.    II. 

Columpios  y  otras  fiestas  de  mujeres. 

D.  Diego.  Fiestas  de  mujeres,  particulares  del  mes 
de  Mayo,  son  las  que  V.  m.  ha  dicho:  mas  el  columpiar- 
se y  mecerse  es  uso  de  todo  el  año,  y  pues  también  es 
entretenimiento  de  mozuelas,  á  propósito  será  que  V.  m. 
nos  diga  algo  de  él  y  de  su  antigüedad. 

D.  Fern.  Que  el  uso  de  los  columpios  sea  muy 
antiguo  dice  la  voz  griega  y  latina  que  los  significa,  pues 


—  291   — 

es  cosa  clara  que  todo  lo  que  tiene  su  nombre  propio  en 
aquellas  dos  lenguas  se  usó  en  ambas  repúblicas,  como 
también  es  consecuencia,  que  lo  que  no  tiene  nombre 
griego  ni  latino,  tendremos  sospecha  de  que  es  cosa  muy 
moderna  y  de  poco  tiempo  inventada;  mas  lo  que  nos- 
otros llamamos  en  España  columpios,  tiene  en  la  lengua 
griega  su  nombre,  que  es  At'ropa,  y  en  latin  oscilum.  La 
voz  castellana  columpio  no  sé  qué  origen  tenga:  sólo 
me  acuerdo  haber  leido  en  el  libro  De  recta  pronuntia- 
tione  de  Justo  Lipsio,  que  esta  misma  voz  columpio  ha- 
lló en  una  inscripción  antigua;  mas  él  no  entendió  lo  que 
significaba,  antes  la  tuvo  por  monstruosa;  ni  yo  sabré 
decir  si  allí  significa  nuestro  columpio,  por  ser  fragmen- 
tos que  no  dan  más  luz.  Oscila  dice  Servio  que  se  lla- 
maron los  columpios:  <i.Abeo  quod  cillerentiir  his^  id  est 
mover  entur.y> 

De  su  origen  y  principios  hay  varias  opiniones  entre 
los  místicos  y  teólogos  de  la  gentilidad.  Dicen  que  ha- 
biendo el  dios  Baco  enseñado  á  Icaro,  ateniense,  padre 
de  la  doncella  Erigone,  el  uso  é  invención  del  vino,  Ica- 
ro incautamente,  no  estimando  tan  divino  don  como  era 
justo,  lo  profanó  enseñándolo  á  ciertos  hombres  rústi- 
cos. Estos,  permitiéndolo  Baco  airado,  después  de  haber 
bebido  mucho  y  perdido  el  uso  de  la  razón,  pensaron  de 
sí,  según  los  disparates  que  hacían,  que  Icaro  les  habia 
dado  veneno,  por  lo  cual  lo  mataron.  Cuando  esta  últi- 
ma desgracia  le  sucedió,  acaso  habia  ido  su  perro  con 
él,  que  viendo  á  su  amo  muerto,  como  si  el  instinto  na- 
tural de  su  amor  y  fidelidad  fuera  racionalidad,  volvió  á 
casa  de  su  amo.  Erigone,  que  de  no  venir  con  el  perro 


—  292  — 

su  padre  tomó  mala  sospecha  de  algún  infelice  suceso, 
salió  de  su  casa,  guiándole  el  amigo  perro  por  los  cami- 
nos que  ella  no  sabía,  hasta  que  le  puso  con  el  cuerpo  de 
Icaro,  su  padre,  muerto.  Viendo  tamaña  desdicha, 
aconsejóle  su  atrevido  dolor  que  tomase  un  lazo  y  se 
colgase  de  un  árbol;  pero  los  dioses  soberanos,  que  des- 
de su  estrellado  alcázar  vieron  que  el  aire  meneaba  aquel 
desdichado  columpio,  compadecidos  de  ella,  volvieron 
á  la  doncella  Erigone  estrella,  que  hoy  es  el  signo  Virgo. 
No  quedó  sin  su  debido  galardón  el  bendito  perro,  que 
también  lo  volvieron  en  otra  estrella,  que  es  el  Can  me- 
nor. Valía  entonces  muy  barata  la  inmortalidad,  pues  la 
echaban  á  los  perros.  No  paró  la  ira  de  Baco  en  el  vir- 
ginal suspendió  de  Erigone  y  muerte  de  su  padre:  antes 
sucedió  que  viendo  las  doncellas  atenienses  el  buen 
despacho  suyo,  dieron  todas  en  ahorcarse.  Ni  era  de  tan 
poca  consideración  este  daño  que  no  solicitase  mucho  á 
los  sabios  y  celosos  atenienses  á  consultar  el  oráculo. 
Respondió  que  aquella  pestilencia  virginal  cesaba  si  bus- 
casen los  cuerpos  de  Icaro  y  su  hija;  mas  como  buscados 
no  pareciesen  por  la  tierra,  por  mostrarse  obedientes 
observadores  de  los  mandatos  divinos,  colgaron  de  altos 
árboles  sogas,  y  mecíanse  arrojándose  de  arriba  á  bajo, 
para  que  con  esta  diligencia  echasen  de  ver  los  dioses 
que  buscaban  aquellos  cuerpos  nó  sólo  por  la  tierra  si- 
no también  por  el  aire,  conque  los  dioses,  aplacados,  sus- 
pendieron la  pestilencia  de  aquellas  doncellas,  y  cesó, 
pero  nó  el  uso  de  los  columpios,  que  ya  por  cosa  agrada- 
ble á  los  dioses  proseguian;  mas  como  sucedia  que  me- 
ciéndose en  ellos,  algunas  veces  caian  en  vergüenza  de 


—  293  — 
los  que  los  miraban,  ponían  unas  figuras  en  su  lugar  y 
las  meneaban  y  mecían,  á  las  cuales,  como  dicho  es,  lla- 
maban At'wpag,  y  los  romanos  Oscillay  ab  eo  quod  cille- 
rentur  his^  id  est  moverentur.  Todo  esto  cuenta  Servio 
en  el  lib.  II  de  las  Geórgicas  de  Virgilio,  porque  el  poeta 
lo  tocó  en  aquellos  versos: 

Et  te  Bachi  vocant  per  carmina  Ixta  tibique 
Os  cilla  ex  alta  suspendunt  molli  a  pinu . 

Adriano  Turnevo,  lib.  XX  Adversar,  cap.  XXIV, 
declarando  el  lugar  de  Virgilio,  dice  que  nó  todos  los 
críticos  convienen  en  su  interpretación;  mas  él  de  su  pa- 
recer piensa  son  los  columpios:  «Constat  ex  gramaticis 
gr¿ecis,  solitos  athenienses  de  arboribus  melles  sive  baca- 
nalibus  suspendere  sesiones,  et  gestationes  quas  Moras 
vocant,  aut  cunctabor  affirmare  oscilla  esse  qu¿edam  ut  sic 
dixerim  suspendicul.i  quibus  se  in  aere  -pendentes  agita- 
bant,y> 

Trae  por  testigo  á  Hesichio.  Otros  autores  más  re- 
catados en  dar  crédito  á  semejantes  narraciones  dijeron 
que  se  inventaron  los  columpios  para  columpiarse  y 
limpiarse  de  los  pecados,  porque  habiendo  purgación  de 
ellos  por  agua  y  fuego,  era  justo  que  hubiese  también 
por  el  elemento  del  aire:  estos  tres  géneros  de  purgato- 
rio tocó  Virgilio,  lib.  VI  Eneid.: 

alia  panduntur  inanes 

Suspense  ad  'ventos-,  aliis  sub  gurgite  'vasto 
Infestum  el-vitur  siclus  aut  existur  igni. 

Muy  á  la  larga  cuenta  esta  fábula  Higinio  en  los 
signos  celestes,  in  Arctophilace,  y  en  la  fáb.  CXXX.  El 
intérprete  de  Arato,  en  la  voz  Canis.  Hesichio,  Plutarco 


—  294  — 
y  Macrobio  Cornificio  dicen  que  esta  invención  comen- 
zó en  la  Italia,  cuando  habiendo  peleado  el  rey  Latino 
contra  Mesencio,  rey  de  los  cerites,  nunca  más  pareció; 
por  lo  cual  mandaron  á  sus  esclavos  que  le  buscasen 
dentro  de  seis  dias  por  la  tierra  y  por  el  cielo;  no  pudie- 
ron cumplir  este  rigoroso  mandato  sino  fué  inventando 
los  columpios,  á  imitación  de  los  atenienses.  Los  que 
reducen  las  fábulas  á  Filosofía  moral,  dijeron  que  los  co- 
lumpios se  inventaron  para  contemplar  en  su  instabili- 
dad la  de  las  cosas  humanas,  que  ya  suben  y  se  encum- 
bran, ya  con  ímpetu  y  presteza  bajan,  y  lo  que  vimos 
levantado,  en  breve  momento  lo  vemos  caido  y  humi- 
llado, ó  para  que  en  los  columpios  se  nos  acordase  de 
de  las  primeras  cunas  en  que  nos  mecieron,  todos  re- 
medios encaminados  al  conocimiento  propio,  y  cautelar 
á  los  mortales  la  poca  seguridad  que  pueden  tener  cuan- 
do se  vieren  levantados  de  la  fortuna,  y  que  no  pierdan 
la  esperanza  del  todo  cuando  se  hallaren  caídos  y  bajos, 
que  podrá  ser  que  la  mudanza  los  vuelva  al  puesto  don- 
de se  vieron.  Mas  dejadas  moralidades,  del  columpio 
tomó  la  metáfora  Petronio  en  el  Satírico,  diciendo  de 
un  viejo  verde:  «Sic  ínter  mercenaria  anamicum  que 
posítus  senex  veluti  oscillatione  ludebat.» 

Y  Tertuliano:  allla  dicitur  Carthago  studiis  aspe- 
rrima  helli  prima  omnium  armasse  in  oscillum  pendutis 
Ímpetus.» 

De  este  entretenimiento  escribieron  Adriano  Tur- 
nevo,  Advers.,  lib.  VII,  cap.  XX,  et  lib.  XX,  capítulo 
XXIV;  Scaliger.,  in  Aujon.,  lib.  II,  cap.  XXVI;  Mar- 
tin  del   Rio,  Frag.  Hipolact.,  III,  v  las  notas  satir.  de 


—  295  — 
Petronio,  fól.  ii 6;  Pedro  Pantoja,  de  M^¿2/.,  fól.  230. 

De  este  género  de  columpios  eran  unas  máquinas 
que  llamaban  pentauro,  ó  por  lo  menos  eran  semejan- 
tes. No  me  atreviera  yo  á  juzgar  esto  si  Gerónimo  Mar- 
cial no  me  ayudara  en  la  Gimnástica^  lib.  III,  cap.  VIII: 
«Credo  valde  similem  es  se  jactationem  illam  Peíauro  qua 
hodie  apud  multas  fuellas  et  fueros  efficitur,  as  seré  ad 
laqueari  a  funibus  quatuor  suspenso,  et  ibi  sedentibuSy 
pueris,  aut  puelis  veluti  per  aerem  jactatis  cuncti  qiiod 
genus  sub  oscillarum  appelatione  a  veteribus  significatum 
puto.» 

Dice  que  Abicena  habla  de  ellos  en  la  primera  parte 
del  lib.  IV,  cap.  XIII:  «JEger  penatur  super  instru- 
mentum,  quod  pueri  veljuvenes  solertin  arern  concuti.» 

Lo  mismo  vemos  imitado  en  las  monedas  de  César 
Augusto,  y  fué  invención  tan  general  que  la  conocie- 
ron los  de  Tracia  y  los  egipcios:  de  aquella  máquina 
llamada  petauro  habló  Juvenal  en  la  Sátir.  XIV: 

An  magis  oblectant  animum  j adata  petauro^ 
Corpora  quique  solent  rectum  descenderé  funetn. 

Y  Marcial  en  el  lib.  XI: 

¿iuam  rota  transmiso  toties  fortam  inpacta  petauro. 

Arrojaba  esta  máquina  de  sí  al  que  en  ella  se  ponia, 
y  habia  hombres  y  muchachos  de  tan  desesperado  atre- 
vimiento que  se  ponian  en  el  petauro  para  que,  imitan- 
do á  las  aves,  volasen,  ó  los  volasen  por  los  aires.  Clau- 
diano: 

Fel  qui  more  anjium  cese  jaculantur  in  auras, 
Corporaque  adificant  ce/eri,  eres  sentía  nexu, 
S^uorum  compositam  puer  augmentatus  in  arcem 


—  2g6  — 

Emicet,  et  'vinctus  planta  'vel  cruribus  harens, 
Péndula  librato  fingut  'vestigia  saltu, 
Alternosque  scient  mrAus:  ellatus  et  Ule. 

Una  máquina  muy  semejante  á  estos  columpios  ó 
petauros  he  visto  imitada  estos  dias  en  algunas  fiestas 
públicas  en  nuestro  lugar,  y  á  la  verdad  muy  semejante; 
porque  un  madero  fijo  en  el  suelo  y  otro  que  por  lo  alto 
de  él  se  mueve  velozmente,  y  atravesado  otro  madero 
de  donde  penden  los  columpios,  de  manera  arrebatan  á 
los  que  en  ellos  se  ponen,  que  no  teniéndose  muy  bien, 
los  hace  volar  muy  lejos,  y  mientras  andan  allí  asidos 
subiendo  y  bajando  se  entretienen  ellos  y  entretienen  á 
quien  los  mira,  que  son  ordinariamente  gran  multitud 
de  muchachos  y  gente  déla  primera  tijera. 

Tuvieron  las  mozuelas  otros  entretenimientos  que 
por  los  tiempos  del  año  solemnizaban;  tales  fueron  las 
fiestas  que  llamaron  Caprotinas.  En  ellas  las  mujeres, 
vestidas  de  hojas  de  higueras,  saliendo  al  campo,  junta- 
ban sus  criadas,  corrían  unas  tras  otras  y  alrededor,  ha- 
ciendo un  modo  de  batalla,  dándose  con  aquellos  ramos 
y  tirando  pedradas.  Plutarco  en  Rómulo:  «Invitant  f se- 
mina extra  urhem  fisa  Ramis  in  umbralas.  Coactu  anu- 
llo  circum  currunt^  luduntque  mox  verberibus  lapidibus- 
que  ínter  se  prelianíur.y> 

Corrían  también  tras  de  una  cabra  á  pedradas,  en  las 
fiestas  de  la  diosa  Juno  Phalisca,  y  la  que  la  matábase  la 
llevaba  por  premio.  O  vid.,  líl  Amor,  eleg.  XII: 

In'visa  est  Domina  sola  capilla  sua. 
Illius  inditto  sil<vis  inventa  sub  altis 
Dicitur  in'ventam  detinuisse  fugam 


—  297  — 

Nunc  quoque  per  pueros  jacuits  iiicessitur  índex, 
Et  pramium  autori  'vulneris  ipsa  datur. 

D.  Ped.  Á  la  primera  fiesta  imitan  ahora  las  mu- 
jeres, saliendo  al  campo  y  dándose  con  los  jamones,  y 
tirándose  naranjas.  La  segunda  está  admitida  en  los 
muchachos  de  la  escuela,  que  corren  los  gallos  y  el  que 
lo  mata  lo  gana. 


^.     III. 

Consejas:  la  Mala  cosa:  el  Diablo  Cojuelo. 

D.  Ped.  Soseguemos  un  poco  esta  gente  menuda, 
y  hagamos  que  al  fuego  las  noches  de  invierno  cuenten 
sus  cuentos  y  consejas,  que  es  uso  tan  admitido  en  nues- 
tra edad,  que  no  pueden  dejar  de  tener  antiguo  origen, 
según  las  demás  cosas  que  V.  m.  ha  dicho. 

D.  Fern.  Nó  sólo  es  uso  y  costumbre  antigua, 
pero  precepto  de  la  educación  acertada.  Por  lo  menos, 
la  apadrina  Platón  en  sus  leyes:  «iVcj  carminihus  fabu- 
lisque,  et  saluta  ratione,  et  cartibus  esse  optimam  ■pueris 
occinemus .» 

y  Ausonio: 

Suescat  peritis  fabulis, 
Simul  jocari  et  ludere. 

Mas  háse  de  advertir,  que  las  consejas  que  se  les  en- 
señaren sean  buenas,  y  de  que  aprendan  á  serlo.  Plutar- 
co, Tie  Educatione  pueror.:  ^  Plato  nutritibus  prudenter 

38 


—    29»    — 
pj'íecepity  ne  quasivis  fábulas  pueris  recitent,  ne  eorum 
animi  pravitate  ac  stoliditate  ocupentur.» 

Conviene  que  las  consejas  les  entretengan  y  enga- 
ñen, porque  sería  cosa  peligrosa  ocupar  el  ánimo  tierno 
con  algún  mal  ejemplo.  Así,  los  maestros  de  los  mu- 
chachos persas,  gente  que  con  rigor  advertido  y  tem- 
plado crió  sus  hijos,  les  enseñaban  á  contar  y  cantar 
consejas,  pero  acomodadas  y  útiles.  Acredítalo  Strabon 
con  el  lib.  XV:  «Dicipimarum  contínentisimis  atuntur 
( Pers¿e)  qui  et  fábulas  acomódalas  ad  utilitalem  in  te- 
xunt,  cum  cantu  et  sine  cantu.-» 

La  razón  porque  á  los  muchachos  le  son  útiles  las 
buenas  consejas  da  Strabon  en  el  lib.  I:  porque  como  el 
hombre  naturalmente  desea  saber,  las  consejas  despiertan 
el  entendimiento  y  dan  camino  al  estudio  de  la  sabidu- 
ría, y  á  entender  el  lenguaje:  <i.Cupidus  enim  cogitationis 
est  homo,  ad  quam  rem  fabularum  studium  aditum  eipa- 
raty  hinc  nanque  incipiunt  pueri  audire,  et  magis  magis- 
que  sermonibus  auscultandis  vacare.» 

De  manera,  que  nó  sólo  son  las  consejas  antiguas, 
pero  es  antiguo  consejo  que  los  muchachos  las  apren- 
dan, y  aun  el  modo  de  contarlas  parece  también  here- 
dado; y  lo  mismo  suelen  los  muchachos  decir,  que  cuan- 
do hablaban  los  bueyes  como  ahora  las  piedras:  y  á  este 
modo  he  encontrado  en  Philostrato  una  conseja  en  la  vi- 
da de  Apolonio:  «Itaque  de  ilia  cogitans  recordatus  est 
fábula  quam  sibi  dum  adhuc  infans^  fasciis  ligaretur^  et 
nutriretur  in  Olympo  horce  narrabant  devacca  quce  quon- 
dam  homini  locuta^de  térra  ac  de  se  ipsa  qu^edam  enarrans 
homines  ad  solis  amandos  bobes  compulit.» 


-  299  ~ 

Muy  bien  el  viejo  de  Tertuliano,  en  el  libro  contra 
Valentiniano,  toca  las  consejas  de  las  torres  encantadas  y 
los  peines  del  Sol:  ^Jan  si  in  totam  fahulam  in  nititur 
te  infantia^  aliquid  tale  iníer  somni  díficultates  ad  nutri- 
cula  audivisse  lamia  turres  et  pectines  Solis.» 

Estas  torres  y  lamias  son  de  la  misma  casta  de  las 
que  su  abuela  contaba  á.  Policiano  que  había  en  los  de- 
siertos, las  cuales  se  tragaban  vivos  los  muchachos  que 
lloraban:  «Míhi  quidem  etiam  perulo  avia  naravat^  esse 
aliquas  in  solitudine  lamias^  qu¿e  plorantes  deglutirent 
■pueros. » 

Luciano,  in  Fhilopseade^  pone  muchas  de  estas  ma- 
las cosas;  los  pegasos,  chimeras,  gorgones,  cíclopes: 
«Pegasos,  pr etérea  chimeramque,  et  gorgones,  et  ciclopes, 
qu¿e  mentes,  afficere  piierorum  queant,  quilorbam  ad  huc 
lamiamque  metunt.y> 

Suelen  los  muchachos  antes  de  comenzar  un  cuento  ó 
conseja  decir:  «Érase  lo  que  era,  el  mal  se  vaya  y  el  bien 
se  venga;  el  mal  para  los  moros,  y  el  bien  para  nosotros.» 
Así  parece  que  imitan  la  fórmula  de  Plutarco  in  Sympho- 
siac  V^I:  «Bulinum  foras:  intro  divitias  et  sanitatem.» 

Y  Tertuliano  contra  los  Valentinianos:  «.Malum 
foras.» 

Q.  Sereno  Samonico,  en  el  libro  de  Medicina:  «Sed 
fortuna  potens  omnem  convertat  in  hostes.»  El  mal  para 
los  moros. 

Á  estos  modos  de  hablar  llama  Tertuliano  dicibula, 
dichillos,  contra  Valentiniano:  «Satis  meminerat  Ptolo- 
meus  puerilium  dicibulorum:  in  maripoma  nasti  et  in 
arbore  pise  es.» 


—  300  — 

Nuestros  muchachos  á  este  tono:  «Por  la  mar  corren 
las  liebres,  por  la  tierra  las  anguilas.» 

Suelen  asombrar  los  muchachos  nombrándoles  San 
Antón,  Carne  pies,  la  Tragamasa,  la  Paparrasoya.  A 
este  género  llamaban  mamas.  Así  lo  dice  Sexto  Pompe- 
yo  en  los  Fragmentos:  «Manías  autem,  quas  nutrices 
jninantur  pueris,  perhulis  larbas,  id  est  Manes ^  quos  deos^ 
deasque  puíabant.» 

Y  aun  por  ventura  de  la  palabra  manía  viene  llamar 
hoy  mandria  á  un  hombre  tonto,  que  no  sirve  más  que 
de  espantajo  y  figura,  aunque  también  llamaban  man- 
dras  á  los  caballos  ó  bagajes  y  á  las  piezas  del  ajedrez 
que  llamamos  caballos.  Llamábanles  también  manducos, 
porque  hacian  unas  malas  figuras  con  grandes  bocas  y 
dientes,  é  iban  dando  dentelladas  como  acá  Jas  tarascas 
y  mojarrillas.  Plauto,  in  Rudente:  «¿Qui  si  aliquo  ad 
ludos  me  pro  manduco  locum?  ^^a  propter?  ^ia  Pol, 
clare  crepito  den  ti  bus.» 

De  estos  terriculamientos  habló  Juvenal,  Sátira  III: 

Cum  persona  pallentis  hiatum 

In  gremio  ?natr¡s  formidat  rusticas  infans. 

Temen  aquellos  nombres  formidables  los  niños,  y  el 
depravar  el  rostro  ó  hacer  movimiento  con  los  dedos. 
Séneca  lo  testifica:  «More  puerorum^  quibus  tneíus  jucu- 
tit  umbra^  et  personarun  deformitas,  et  depravata  factes 
lacrimaSy  vero  evocant  nomina  parum  grata  auribiis  et 
digitorum  motus^»  etc. 

D.  Ped.  Eso  viene  á  ser  una  general  persuasión 
que  todos  los  muchachos  tienen  de  un  espectro,  sombra 
ó  espantajo  que  llaman  la  Mala  cosa,  la  Muía  descabeza- 


—   30I   — 
da,  el  Diablo  Cojuelo,  la  Pantasma,  y  otros  nombres  se- 
mejantes. 

D.  Fern.  Certifico  á  V.  m.  que  cuando  encontré 
en  algunos  autores  esta  tropa  de  trasgos,  que  me  hice 
cruces,  nó  tanto  de  miedo  como  de  admiración,  de  ver 
en  ellos  casi  lo  mismo  que  hoy  experimentamos  en  nues- 
tros muchachos,  y  tuvimos  creido  cuando  lo  fuimos.  A 
ésta,  pues.  Mala  cosa,  le  llamaban  Empusa  ó  Gilo.  N ice- 
foro  Calixto,  lib.  XVIII,  cap.  IX,  dice  que  la  vio  el 
emperador  Mauricio  sacar  un  niño  de  su  aposento  como 
que  se  lo  queria  tragar,  aunque  no  le  pudo  hacer  daño: 
\dllud  vero  quod  anicularum^  est  mihi  prope  incredibile 
adherís  perc¿epe  eamque  Empusa  dicitur^  allius  vero  Gilo 
dixerit^  infaníem  ex  cubículo  velunti  eum  inferre  po- 
tuisse.» 

Este  Empusa  ó  Mala  cosa  decian  que  se  les  aparecia 
á  los  que  sacrificaban  á  Hecate  ó  á  los  dioses  Manes,  va- 
riando muchas  formas,  y  asombrando  á  los  desdichados 
al  medio  dia,  y  que  andaban  en  un  pié.  Celio  Rodiginio, 
lib.  XI,  cap.  XVI:  «Esse  vero  Phantasma,  damonides 
sive  specírum,  quod  sese  infelisibus  imperat  mulíifician- 
que  demutet  formaní^  ut  se  meridiem  plurinium  ostentet 
cum  inferís  parentatur  nomínis  ratio  ut  Eustathio  pla- 
ceta quía  uno  incedat  pede.» 

Las  formas  y  figuras  que  mudaba  y  variaba  esta 
fantasma  súbitamente  eran  haciéndose,  ya  buey  ó  vaca, 
ya  una  muía,  ya  una  mujer  hermosísmia,  y  luego  dejado 
de  ser  mujer  parecia  perra,  ardiále  la  cara  toda  y  tenía 
un  pié  de  hierro.  Elegantísimamente  Aristóphanes,  en 
su  comedia  Ranas: 


—  302  — 

At  maxlmam  profecto  'video  bolluam 
í¿}Halem?  no'vamquie  incuncta  súbito  'vertitiir 
Modo  bos,  modo  autem  muía,  rursum  J amina  pule herrima y 
Age  ubi  est>  recta  ad  illamferor 
Aut  rursus,  aut  est  mulier,  imojam  canis, 
Igni  totafacies  refulget,  et  crus  alteriim  es  i  illi 
JEneum,  Empusa,  pro  inde  est. 

Consideren  V.  ms.  las  palabras  de  este  antiquísimo 
poeta,  y  compárenlas  con  lo  que  los  muchachos  dicen 
asombrados  en  sus  consejas,  que  asombran  de  la  confor- 
midad que  han  no  con  otro  rudimento  á  la  memoria, 
que  á  veces  le  llaman  ala  Mala  cosa  la  Ternera  descabe- 
zada: <.<Modo  Bos  y  modo  autem  Muía.-» 

En  toda  Sevilla  y  su  comarca  ven  los  muchachos  á 
D."  María  de  Padilla  en  un  coche,  ardiendo  en  llamas 
de  fuego:  uRur sus  f semina  pulcherrima,  igni  totafacies 
refulget. » 

Siempre  también  lleva  allí  consigo  el  Diablo  Cojue- 
lo:  «Crus  est  alterum  illi  Mneum  Empusa  prohinde 
est.yi 

Casi  lo  mismo  dice  Aristóphanes  refiere  Luciano  en 
el  áVúogo  P hilos eude:  ^Multl forma  quodam  spectrum  et 
quod  allias  apparebaiy  primum  quidem  muliebrem  formam 
referebaty  deinde  in  Baccamformosam  vertevatur,  postre- 
mo catula  zñdebatur.'d 

No  carece  de  misterio  decir  que  esta  bestia  ó  fantas- 
ma se  aparece  al  medio  dia  á  los  desdichados,  porque 
esto  tiene  más  de  verdad  ya  que  de  conseja,  entendiendo 
que  este  espectro  Empusa  ó  Mala  cosa  es  el  demonio 
meridiano,  de  quien  pide  David  á  Dios  que  le  libre,  po- 
niendo su  verdad  por  escudo  para  no  temer  los  temores 


—  303  - 
de  la  noche  y  el  acometimiento  y  demonio  meridiano, 
en  el  Psalm.  XC:  «.Non  timebis  a   timore   nocturno  ab 
incurso  et  demonio  meridiano. » 

Véase  á  Martin  Antonio  del  Rio  en  las  Mágicas 
Disquisiciones^  lib.  II,  q.  XXVII,  sect.  IV. 

El  glorioso  San  Gerónimo,  obispo  Nacianceno,  ha- 
blando con  los  depravados  afectos  del  alma,  y  aquella 
parte  bruta  que  turba  la  razón,  le  dice  sentidísi mámente: 
«Empusa  Menas,  animal er  misserrima:  Empusa  Menas, 
quo  voluptas  te  trahit''^. 

D.  Diego.  ¿Por  qué  llaman  el  Diablo  Cojuelo, 
siendo  él  tan  ligero  que  cérea  en  un  momento  y  anda 
toda  la  tierra^ 

D,  Fern.  Por  ventura  nació  esta  persuasión  de 
que  como  cayó  del  Cielo  se  le  quebró  alguna  pierna. 
Esto  creerán  los  que  cuentan  las  consejas,  y  sea  entre 
ellos  Homero,  que  en  el  himno  de  Apolo,  y  en  el  libro 
XVIII  de  la  Iliada,  dice  que  cuando  Júpiter  echó  á 
Vulcano  del  Cielo,  cayó  precipitado  en  la  isla  de  Lem- 
nos  y  que  se  le  quebró  una  pierna  y  quedó  cojo. 

quando  me  dolor  capit  procal  delapsum, 

Matris  mea  'voluptate,  qu<e  me  'volebat  oi  ultaret 
Claudiim  existentem  .  

Ya  tenemos  aquí  un  celestial  caido  del  Cielo,  cuyo 
nombre  era  Vulcano,  dios  del  fuego,  como  lo  es  Luci- 
fer príncipe  de  los  demonios.  Yo  probaré  que  al  mismo 
llamaron  los  gentiles  Lucifer,  y  tuvo  templo  donde  es 
ahora  Sanlúcar  de  Barrameda,  ciudad  de  los  ilustrísi- 
mos  duques  de  Medina-Sidonia.  No  lo  dice  menos  que 
el  Príncipe  de   la  Geografía,  Strabon,   lib.  III:    <¿Inde 


—  3^4  — 
supra  B¿etim  navigatur^  et  urbs  succedit  ebora,  et  Luci- 
fer i  fanum^  quod  vocant  Lucemdeibiam.  » 

Del  mismo  lugar  he  visto  y  tengo  muchas  monedas 
de  bronce,  por  la  una  parte  la  efigie  de  Vulcano,  con  su 
birrete  y  tenazas,  y  por  el  reverso  un  lucero;  y  en  otras 
monedas  está  esculpido  el  templo  mismo,  con  que  que- 
da sin  duda,  por  la  misma  confesión  de  los  gentiles,  que 
su  dios  Vulcano  es  Lucifer,  que  cayó  del  Cielo,  y  que  es 
el  dios  del  fuego,  á  que  eternamente  está  condenado,  y 
que  está  cojo,  porque  tiene  depravada  la  voluntad  para 
no  poder  arrepentirse  y  subir  otra  vez  á  aquella  silla  de 
que  cayó.  ¿Quién  duda  que  los  gentiles,  grandes  imita- 
dores en  sus  fábulas  de  las  verdades  de  la  Escripíura, 
tomaron  esta  fábula  de  la  caida  de  Luzbel  del  Cielo,  cu- 
briéndola con  nombre  de  Vulcano,  pero  no  disimularon 
que  era  del  Infierno,  ni  que  era  cojo,  para  que  de  aquí 
entendamos  que  es  el  Diablo  Cojuelo?  Este  pensamien- 
to lo  hallé  que  también  lo  habia  ocupado  en  parte  Juan 
Espondano  en  los  Comentarlos  de  Homero:  «C^terum 
hic  Vulcan'í  lapsus  non  valde  abest  ab historia  sacra,  qu¿e 
angelos  detrusos  CívIg  pariter,  commemorat,  et  nescio  hanc 
hoc  ignara  illa  et  c¿eca  antiquitas  adum  brarti.y> 

No  sé  qué  se  tienen  estas  cosas  malas  y  del  Infierno, 
que  las  más  ciertas  señas  de  que  se  camina  allá  es  cuando 
en  este  mundo  tenemos  algunas  cojeras,  que  así  se  lla- 
man las  malas  costumbres.  Las  más  ciertas  señas  que  le 
dieron  á  Psiche  de  que  iría  derecha  al  Infierno,  fueron 
que,  habiendo  andado  buena  parte  del  mortífero  y  es- 
pantoso camino  del  Infierno,  encontraría  un  arriero  cojo 
que  llevaba  un  asno  cojo  cargado  de  leña,  pero  que  no 


-  305  — 
le  hablase  aunque  le  pidiese  algunos  garrotillos  para  su 
carga,  que  se  le  iba  cayendo.  Oigamos  el  discreto  ha- 
blador L.  Apuleyo,  VI  Melis,:  «Jam  que  confecta  bona- 
parte  mortífera  vitt¿e  continuaveris^  claudum  assinum 
lignorum  gerulum  cum  agasone  simili,  qui  te  rogavit  deu- 
denti  sarcina  susíi culos  porrigas,  sed  tu  milla  de  prompta 
voce  tacita  pretérito.'* 

Polifemo,  Oficial  de  Vulcano,  mostró  ser  grande  y 
horrendo,  pero  también  cojo;  estaba  siempre  cerca  de 
su  fragua.  Homero,  Iliada,  XVIII: 

Dixit:  et  ab  incudis  loco  mostrum  ingens  surrexit, 
Claudicans  subtus,  autem  sur  a 'valide  incedebant  distorta. 

Por  esta  razón  tenian  por  cosa  abominable  y  de  mal 
agüero  encontrar  algún  cojo.  Plin.,  lib.  XXVÍII,  capí- 
tulo IV :  «Simili  modofastinationes  reperciitimus  dcxtr^e- 
que  clauditatis  ocursum.y> 

Y  aún  duraba  esta  persuasión  en  tiempo  de  San  Juan 
Crisóstomo,  pues  él  la  reprende  en  la  Hom.  XXI,  ad 
popul.  Anthioch:  «Et  qui  tándem  sunt  omnia  s¿epe  quis 
domum  suam  egresus^  hominem  vides  manoculum  aiit  clau- 
dican ten  et  ahominaturus  est.y> 

Á  este  mismo  intento,  Marcial: 

Crine  riiber,  niger  ore, 
Brebis  pede,  lumiae  l¿esus, 
Rem  magnam  prestas,  Zoile, 
Si  bonus  est. 

Rubio  y  de  color  moreno, 
Un  pié  breve,  un  ojo  tuerto. 
Una  gran  cosa  harás  cierto, 
Zóylo,  si  tú  eres  bueno. 

39 


—  3o6  — 

Mejor  pintó  Homero  un  bellaco  maldiciente,  y  le 
pone  este  vicio  de  cojera.  Éste  era  Tersites,  de  quien  di- 
ce en  el  II  de  la  litada: 

7/iersites  autem  immoderate  'verbo  usus  crositabat^ 
Strabo  erat,  claudus  autem  altero  pede. 

D.  Ped.  Mucho  tiempo  há  que  tiene  V.  m.  á  los 
muchachos  sin  menear  las  manos  y  los  pies,  helados  de 
miedo  de  la  Mala  cosa.,  y  será  justo  que  los  veamos  ju- 
gar algunos  de  los  juegos  que  suelen  á  la  candela. 

D.  Fern.  Al  propósito  será  eso  el  juego  que  lla- 
man Fa-pa  sal.,  y  aun  importara  que  nos  lo  dijese  Mel- 
chor, que  ya  casi  está  olvidado. 

Melch.  Hacen  en  las  cenizas  unas  rayas  largas,  y 
al  cabo  de  ellas  un  circulo  redondo  como  un  ojo,  y  ta- 
pados el  un  muchacho  los  ojos  va  con  un  puntero  adi- 
vinando cuál  es  el  Papa  sal,  que  así  llaman  á  las  rayas 
largas,  y  cuál  es  el  Ojo  de  buey,  que  es  el  círculo.  Si 
yerra,  lastímanle  la  cara  con  un  tizón  de  la  candela,  á 
que  ordinariamente  se  juega  este  juego,  y  de  verle  así 
tiznado  se  rien  los  circunstantes. 

D.  Fern.  Esa  es  ceremonia  común  á  muchos  jue- 
gos, como  ya  vimos  tratando  de  ella,  y  consta  de  un  lu- 
gar dePetronio,  que  aunque  tiene  varias  lecciones,  la  que 
hace  más  á  nuestro  propósito  es  que:  ^Illa  qucc  injuria 
depulsa  fuerat  ansilla,  totam  faciem  ejus  fulgine  longa 
perfricuij  et  non  sensientis,  lahea  humerosque  sopitis  ti- 
tionibus  pinxit.» 

Que  parece  mucho  á  la  ceremonia  de  este  juego  de 
tiznar   el  rostro   con  tizón.  Pero  al  mismo  juego  hallo 


—  307   — 
muy  semejante  el  que  Bautista  Mantuano   toca  en  la 
Égloga  V,  Candidus: 

Tune  jubet  hibernos  noctu  'vigilare  Decembris 
Aniefocum,  et  cineri  ludos  inarrare  badila. 

El  juego  del  soldado  es  muy  ordinario  en  todas  oca- 
siones. Dirálo  Melchor. 

Melch.  Fingen  un  soldado  que  viene  de  la  guerra 
destrozado  y  desnudo,  y  cada  uno  le  manda  una  pieza 
de  vestir,  como  camisa,  sayo,  calzón,  etc.  El  que  trae 
un  palo,  que  es  el  soldado,  anda  variando,  y  pidiendo  lo 
que  cada  uno  le  mandó,  le  da  el  castigo  que  quiere  el 
que  trae  el  soldado. 

D.  Fern.  Paréceme  que  aludió  á  este  juego 
M.  Varron  en  la  comedia  Cornicula,  referida  en  el  libro 
YV  De  lingua  latina:  «Itaque  dictum  est  in  Cornicula: 
Militis  adbenta  quem  circum  eunt  ludentes,  qui  cessamus 
ludos  faceré?  Circus  noster  ecce  adest.yy 

La  burla  graciosa  de  descuidar  á  uno  contándole 
algo  y  haciéndole  atender  a  otra  parte,  y  en  el  ínterin 
cogerle  alguna  cosa  ola  bolsa,  le  hallo  en  Aristóphanes, 
en  la  comedia  Equiíe: 

At  per  Jovem,  etiam  in  tne  puero  'uersutia  fuerunt 
3uos  quos  enim  sic  dolare  ad  eos  locutus, 
Spectati  pueri:  Non  'videtis  'vir  no'va'í  id  est  hundo, 
lili  'videnjant,  Ínterin  ego  carnes  auferebam. 

¡Por  Júpiter!  que  yo  cuando  muchacho 
Mil  tretas  supe:  á  todos  engañaba, 
Diciéndoles:  «Mirad;  mirad,  muchachos. 
¿No  veis  la  golondrina?  Ya  es  verano.» 
Y  al  que  más  embobado  la  miraba, 
Yo  entretanto  la  carne  le  hurtaba. 


-  308  — 

El  señor  San  Agustín,  sol  de  la  Iglesia  Cathólica, 
con  ser  la  doctrina  que  en  sus  muchos  é  innumerables 
libros  escribió  tan  levantada,  no  se  desdeña  de  traer  al- 
gunas cosas  menudas  de  juegos  de  muchachos,  y  á  fée 
que  lo  sabía  muy  bien,  pues  cuando  oyó  la  voz  de  uno 
que  fué  motivo  próximo  á  su  conversión,  entendió  que 
en  alguna  casa  por  allí  cerca  jugaban  ó  cantaban  mucha- 
chos, y  oyendo  aquella  voz:  Toma  y  lee,  toma  y  lee, 
pensó  si  era  algún  juego  ó  cantar  que  tenía  alguna  fór- 
mula: «Vocem  de  ve  ana  domo,  vel  potius  de  Ccelo,  tonan- 
tem  audibit,  seu  puerire  peíentis:  Tolle  lege,  toUe  lege: 
mox  que,  vultu  mulato  quam  acurate  secum  expediré  cepit, 
curum  ne  pueri  ludentes  aliquid  tola  cantare  solerent. 
Posidius  in  ejus  vita.» 

Él  mismo  cuenta  de  sí  una  travesura  de  ir  á  hurtar 
peras  mal  maduras  con  otros  muchachos,  y  en  otra  par- 
te cuenta  el  juego  de  los  Apedreaderos  ó  catervas;  pero 
en  el  Serm.  XXIV,  De  Verbis  Apostoli,  trae  un  juego 
parecido  al  que  acá  los  muchachos  llaman  Moros  vie- 
nen. Las  palabras  del  Santo  son  tales:  «.Pestilentia  ad 
hostium  venit,  numnium  qu^erit  da  illi  dúos,  et  ducat  se.» 

En  románcelo  vuelvo  así:  í;La  pestilencia  viene,  un 
cuarto  quiere:  dale  dos,  y  vayase  con  Dios.» 

No  pasemos  en  silencio  una  burla  graciosa  de  la  co- 
dicia inconsiderada,  que  hacen  los  muchachos,  hincando 
cuartos  ó  reales  en  el  suelo,  para  que  los  que  pasan  se 
bajen  á  cogerlos;  y  cuando  con  más  gusto  los  agarran, 
se  hallan  burlados,  por  estar  el  real  ó  cuarto  clavado  en 
el  suelo,  ó  asido  del  hilo  engañoso.  De  esta  graciosa  bur- 
la hace  memoria  Horacio,  Epist.  XVI: 


—  309  — 

Cur  nielior  ser-va  quo  liberior  sit  avarus 
Intrlbis  fixum,  qui  se  demitit  ab  assem 
Non  -video. 

Imítalo  Persio  en  la  Sátira  V; 

In  queluto  fixum  pos  sis  transcenderé  nummum. 

Tenga  también  la  gula  su  pago  en  el  juego  que 
suelen  hacer  los  muchachos  arrojando  por  alto  la  fruta  y 
recogiéndola  con  la  boca  abierta;  pues  no  le  costó  me- 
nos que  la  vida  á  Druso,  hijo  del  emperador  Claudio, 
que  recogiendo  de  esta  manera  una  pera  ó  cermeña,  se 
le  atravesó  de  tal  manera  en  la  garganta,  que  lo  ahogó. 
Suetonio:  «Drusum  pompe  iis  impúber em  admissit^  pro- 
per  lusum  in  sublime  in  jactato,  et  hiata  oris  excepto 
strangulatum.» 

Sirva  esto  de  aviso  á  todos  los  muchachos  golosos, 
como  á  nosotros  de  ejemplo  del  mismo  juego,  lo  que 
dice  Aristóphanes  in  Equitibus: 

Hei  ?ni/ii  misero  perii!  non  isti  senex 
Domi  sapit  optime:  sed  quando  in  hac  petra  concidct 
Haut  aliter^  atque  pueri  solent 
Cum  fieos  laqueo  appensos patulo  ore  capiunt. 

¡Ay  de  mí,  perecido  é  desdichado! 
Sabe  mucho  este  viejo  marrullero. 
Todo  el  dia  en  su  casa  está  sentado 
En  una  piedra,  de  que  hace  otero: 
La  boca  abierta,  el  cuello  levantado, 
Para  tragarse  al  triste  pasajero; 
Como  cuando  el  muchacho  está  aguardando 
El  higo  que  del  hilo  está  colgando. 

¡Qué  bien  piensa  el  poeta  lo  que  hoy    vemos  de  los 


—  3IO  — 

viejos,  que  se  ponen  en  su  puerta  á  otear  cuanto  pasa  y 
no  pasa  por  la  calle. 


§.     IV 

Dioses  de  los  muchachos.  Muñecas. 

Aunque  la  república  pigmea  de  los  muchachos  or- 
dena y  trata  sus  juegos  con  ímpetu  natural,  de  que  son 
llevados,  y  así  muchos  de  los  juegos  le  son  natura- 
les, como  lo  dijo  Platón  en  el  VII  De  Legibus:  (íFue- 
rorum  ludi  quídam  sunt  ipsis  guodam  modo  naturales^ 
ad  quos  quando  comveniunt  sponte  feruntur;»  con  todo 
eso,  es  grande  imitadora  de  los  mayores:  y  así,  en  sus 
juegos  hemos  visto  imitados  reinos,  reyes,  jueces,  tri- 
bunales, batallas,  certámenes,  circos,  anfiteatros  y  to- 
do género  de  entretenimiento.  Mas  hasta  ahora  poco 
hemos  visto  de  una  parte  de  república  muy  principal  y 
muy  necesaria  para  su  conservación,  que  es  la  Religión, 
cosa  que  me  persuadí  siempre  que  tuvieron  imitada  co- 
mo lo  demás,  mayormente  en  gente  á  quien  por  la  ig- 
norancia es  tan  común  el  miedo,  pariente  cercano  de  la 
Religión.  Y  aunque  podamos  entender  que  los  padres 
en  tiempo  de  la  gentilidad,  les  enseñaban  la  doctrina 
que  ellos  seguían  de  sus  dioses,  con  todo  eso  la  propen- 
sión natural  de  imitar]^  adjudicó  los  suyos  propios  á  la 
puericia.  Estos  eran  unas  figurillas,  á  que  llamaban  Os- 
cillas  ó  Sigilla.  Esto  me  da  á  entender  Macrobio  en  el 


—  311  — 
lib.  I  de  los  Saturnales^  cap.  XI:  Vel  nunc  sigillaria,  qu¿e 
lussum  reptandi  adhuc  infantite  oscillis  factilibus  pra- 
ventj  tentat  oficio  r eligí onis  adscribere.yy 

Cantacuceno,  Sobre  la  Sabiduría,  da  buen  paso  áeste 
pensamiento,  así  de  la  imitación  de  los  muchachos,  co- 
mo de  su  religión  á  tales  figurillas:  «Pueri  ¿edificante  na- 
vigant,  agros  colunt,  nuptias  effingunt,  simulachra  quí- 
dam proferunt,  et  circa  illa  colletantur.» 

Que  fuesen  cosa  sagrada  estas  imagencilías  lo  dice 
Macrobio,  lib.  I  Saturnal.,  cap.  XI:  «Inde,  usum  talia  si- 
mulacra  fingendi,  inter  sacra  mansisse.» 

Así,  tenian  fiesta  particular,  que  era  en  el  mes  de 
Diciembre,  al  mismo  tiempo  que  se  celebraban  las  fiestas 
saturnales;  y  así,  se  enviaban  por  fiesta  y  regalo  de  estas 
Oscillas  ó  Sigillos,  como  ahora  suelen  acá  enviar  en  el 
mismo  tiempo  ojuelas  y  buñuelos,  y  otros  dulces  y  cosas 
de  comer.  Una  de  este  género,  hecha  de  barro,  se  halló 
en  un  sepulcro,  y  la  conservo  en  mi  casa:  es  figura  de 
un  pastorcito,  sentado  en  una  peña,  con  su  gaita  en  una 
mano  y  la  otra  teniendo  la  alforjuda  que  trae  á  las  es- 
paldas. Otra  halló  el  maestro  Juan  Ximenez  Bernal, 
del  tamaño  de  un  dedo:  es  imagen  de  la  diosa  Venus 
Gnida;  es  de  bronce,  el  rostro  venéreo  y  risueño,  el  ca- 
bello tendido  de  parte  y  parte  cogido  en  rizos;  en  la  ma- 
no tenía  alguna  concha  ó  flor,  y  por  estar  truncada  por 
la  muñeca  no  se  puede  saber;  la  otra  mano  tiene  sóbrela 
parte  natural,  cubriéndola.  Dije  que  era  la  diosa  Venus 
Gnida,  porque  todas  sus  señas  descubrió  Luciano  en  el 
diálogo  de  los  Amores:  «.Allii  ípsa  igitur^in  medio  posita 
est  ex  Parió  marmore,  opus  sane  pulcherrimum,  atque  pra- 


—  312  — 

clarum  et  risu  quodam  simúlalo  siih  ridens;  nulla  veste 
illam  ipsam  tegente  nuda  consficitiir^  nisi  quatenus  altera 
7nanu  -pudenda  quati  ohlita  sui  abscondit.» 
Ovidio: 

Ipsa  Venus  fubem  quoties  'velamina  ponit , 
Protegitur  lava  semi  redacta  manu. 

En  las  Kalendas  de  Mayo  hacian  fiestas  á  los  dioses 
Lares,  y  en  ellas  levantaban  altares  con  estas  imágenes 
pequeñas.  Ovidio: 

Prastiiibus  Maja  Laribus  njidere  Kalendce, 
Aram  constituí  par-uaque  sigua  deum, 

Festo  habla  más  largo,  y  dice  que  por  las  cabezas  li- 
bres colgaban  estas  imágenes,  y  por  los  esclavos  pelo- 
tas: «Pil¿e  et  efigies  muliebres^  et,  viriles  ex  lana  et  com- 
pitalibus  suspendabaíur  in  compitis  quod  hunc  diem  fes- 
tum  esse  deorum  in  fororum^quos  vocant  Lares, putarent; 
quibus  tot  pil¿e  quot  capita  servorum,  tot  efigies  quot 
esent,  et  simulacris  contenti.» 

De  ser  esta  costumbre  religiosa  dimanaba  también 
la  que  habia  de  que  llegando  las  doncellas  á  la  pubertad 
colgaban  estas  figuras  ó  muñecas  en  el  templo,  dedicán- 
dolas á  la  diosa  Venus.  Toca  la  costumbre  Persio  en  la 
Sátira  II: 

Dicete  Pontífices,  in  sancto  quidfacit  aurum? 
Nempe  hoc  quod  -veneri  dónate  a  'virgine  puppa. 

Decid,  los  sacerdotes,  ¿qué  hace  oro 
En  el  templo?  Lo  mismo  que  muñecas 
Á  la  estatua  de  Venus  ofrecida. 

De  aquí  vino  á  decir  Prudencio  contra  Simaco: 


—  3^3  — 

piierorum  infantia  prima 

Errorem  cum  lacte  bibtt.  Gusta  'vera  ínter 
Vagitus  def arree  mola,  saxa  in  Uta  ceeteris 
Viderat,  tinguentoque  Lares  palle scere  nigros. 

Bebe  error  con  la  leche  la  primera 
Edad  de  los  muchachos,  que  ha  gustado 
El  forro  de  la  mola  entre  pucheros: 
Ó  mirándolas  penas  enceradas 
Con  ungüento  humedecen  á  las  Lares 
Amarillos  del  humo. 

Venía  á  ser  tan  común  el  uso  de  estas  Oscillas  como 
ahora  el  de  las  muñecas,  que  sucedieron  en  su  lugar, 
aunque  sin  aquella  falsa  religión  que  los  antiguos  les 
atribuian:  mas  en  los  tiempos  de  Arnobio  Afro  aún  no 
habia  cesado  el  adorarlas,  pues  en  el  lib.  V  las  refiere 
como  cosa  todavía  supersticiosa:  ^Sape  numero  videmus^ 
h¿ec  signa  modo  parbula  jieri^  et  palmarem  in  minutiem 
contrahi."» 

Los  griegos,  que  nada  dejaron  de  inventar  y  aun  en- 
señar á  los  otros,  también  las  tuvieron:  llamáronles 
Keu/sas,  y  de  ellas  hace  mención  Dion  Crisóstomo, 
en  la  Oración  Rodiaca;  Lactancio  Firmiano,  lib.  I,  capí- 
tulo IV  Divin.  instit ;  señor  San  Agustin,  lib.  VII, 
cap.  III  de  la  Ciudad  de  Dios.  Tenía  también  la  edad 
infantil,  en  la  común  religión  de  los  romanos, sus  particu- 
lares dioses  que  mirasen  por  ella:  y  así,  habia  diosa  Cu' 
nica,  que  cuidaba  de  los  niños  en  la  cuna;  Adeorta  y 
Abeona,  que  entraban  y  salian  con  ellos;  Bona  mente, 
que  les  daba  buen  entendimiento;  Statano  y  Fabulano, 
para  que  les  enseñasen  á  tenerse  en  pié  y  hacer  peninos 
y  hablar.  Tomaban  los  nombres  estos  pueriles  dioses  de 


—  3H  — 
los  oíicioSj   y  así:  «Obstando  et fabulando,  stanus fabu- 
hnus  ofabulanus.» 

Y  así,  estos  dos  dioses  me  parece  á  mí  que  dieron 
principio  á  aquellas  dos  palabras  repetidas,  Sutano  y 
Fulano^  que  es  decir  que  no  sabemos  más  señas  de  la 
persona  que  decimos,  sino  aquellas  tan  comunes  á  todos 
los  hombres,  que  son  estar  en  pié  y  hablar;  Stanus  et 
Fabulanus.  Covarrubias  dice  que  de  dicciones  hebreas. 
Lo  cierto  es  que  de  esta  lengua  muy  poco  se  ha  pegado 
en  Castilla,  y  menos  en  Andalucía,  si  ya  no  se  derivase 
de  la  arábiga,  su  parienta;  y  aunque  parezca  litigar  en 
ajeno  fuero,  doy  un  paso  más  adelantado,  asiéndome  de 
Sagrada  Escriptura,  que  en  el  cap.  XXI  del  Génesis  di- 
ce así:  iiCunque  vidiset  Sara  filius  Agar  Mgiptice  lu- 
dentem  cum  Isaac  filio  suo^  dixit  Abraham  ejice  ancillam 
hanc  et  filium  ejus.^ 

Vio  la  buena  vieja  Sara  jugar  al  niño  Isaac  con  el 
muchachuelo  Ismael,  hijo  de  Agar,  y  le  pareció  tan  pe- 
sado el  juego,  que  al  punto  dijo  á  su  marido  que  echasen 
á  madre  y  hijo  de  casa. 

Dudan  los  doctores  qué  juego  fuese  éste  que  estos 
dos  niños  jugaban,  que  tanto  escandalizó  á  Sara  y 
Abraham  para  echar  de  casa  á  Agar  y  Ismael;  y  dejadas 
varias  interpretaciones  que  no  hacen  á  mi  intento,  siem- 
pre pensé  que  fuese  este  juego  de  las  muñecas,  á  las  cua- 
les el  muchachuelo  Ismael,  enseñado  de  los  demás  mu- 
chachos gentiles,  enseñaba  á  reverenciar  al  santo  Isaac; 
y  como  cosa  cercana  á  ser  idolatría  de  veras,  tan  daño- 
sa para  el  alma  del  que  habia  de  ser  patriarcha  y  santo, 
al  punto  le  pareció  atajarla. 


-  3^S  — 

Parece  que  este  mi  pensamiento  le  habia  ocupado 
primero  el  señor  San  Gerónimo  sobre  el  Génesis,  donde 
dice:  «Sive  quod  idola  ludo,feceritjuxía  illud  quod  ali- 
biscriptum  est;  sedit  populus  manducare  et  bibcre  et  sur- 
rexerunt  ludere.» 

La  misma  opinión  fué  de  Nicolao  de  Lira,  afirman- 
do que  la  tuvieron  los  hebreos,  y  San  Buenaventura  so- 
bre el  cap.  XII  de  la  Sabiduría;  y  en  el  mismo  capítulo 
Lorino,  cuyas  son  estas  palabras:  «Ocupetur  circa  idola 
et  icunculas  quibus  pueri  delectare  solent,  et  ludere  ima- 
ginibus;  eodem  faceré  videtur  lusus  Ismael  cum  Isaac ^qui 
ut  pridem  notavtmus,  -vel  impertabat  lasciviam  vel  con- 
fictionem  et  adorationem  idolorum.» 

Jacobo  Bidermano  considera  esta  misma  costumbre 
de  tener  muñecas  en  los  santos  Inocentes,  entre  otras  ni- 
ñerías que  elegantemente  describe  in  Herodiade: 

Forte  siias  piiltes  et  a?nati  gaudia  lecti 
Liquerat  rei politus ,puppasque  ex  more  traehat, 
Jam  satur  ad  soliti  dilecta  crepundia  ludi, 
Magnus  et  bullas  ínter  pupposque  togatos 
Sig?2orum  numerus. 

Últimamente,  eran  dioses  de  los  muchachos  Inter- 
duca  y  Manuduca,  para  traerlos  en  casa,  y  de  la  mano. 
De  Manuduca  parece  que  se  derivó  á  nuestra  lengua  el 
nombre  de  muñeca,  por  estas  figurillas  que  vamos  di- 
ciendo, y  por  la  parte  que  junta  al  brazo  con  la  mano, 
que  también  le  llamamos  muñeca:  «Q.uasi  quod  manura 
ducaty  aut  Manuduca  sit.» 

No  para  aquí  la  imitación  política  de  nuestra  alegre 
república,  que  no  sabe  estar  parada;  y  así,  dice  Horacio 


-  3i6  - 
que  tiene  otras  acciones,  como  son  edificar  casas,  correr 
en  caballos  de  caña,  uncir  ratones  á  las  carretillas  y  jugar 
á  Pares  y  nones. 

/Edificare  casas,  equitare  iii  arrundine  longa, 
Ludere  par  inpar,  plostello  adjuiigere  tnures. 

Yo  me  acuerdo  que  siendo  de  esta  edad,  edifiqué  en 
un  grande  arenal  de  un  camino,  después  de  haber  llovi- 
do, una  ciudad  con  sus  murallas  y  plazas,  comparti- 
miento de  barrios,  calles  y  casas,  y  quedé  más  ufano 
que  Rómulo  con  su  edificio;  mas  sucedióme  lo  que  dice 
Homero  sucedió  á  los  achibos  con  sus  reparos  y  tor- 
res, que  se  las  derribó  Apolo,  y  toma  la  metáfora  de  las 
casas  que  vamos  diciendo,  en  el  lib.  XV  de  la  Iliada: 

Hac  iüi  profundehantur  turmatim,  anteibat  Apollo, 
Aegidem  gestans  valde  pretiosam-.  diruit  murum  Archiboriim 
Facile  admodum:  ut  cumquis  arenam  puer  prope  mare, 
S^ui  postqiiam  fecerit  opera  Insoria  per  infantiam, 
Post  iterum  destruit  pedibus  et  matiibus  liidens. 

Por  allí  los  soldados  se  extendían 
En  tropa,  mas  guiábalos  Apolo, 
Que  llevaba  un  escudo  muy  precioso, 
Y  el  muro  derribó  de  los  achibos 
Facilísimamente;  como  cuando 
Edifica  un  muchacho  en  el  arena 
Junto  á  la  mar,  que  luego  que  ha  acabado 
Las  obras  á  que  su  niñez  le  inclina, 
Con  pié  y  mano  jugando  las  derriba. 

Séneca,  en  el  libro  De  Constantia  Sapientis^  repre- 
hendiendo á  los  mayores  en  las  obras  de  los  muchachos, 

«////  in  litoribus  arena  congesta,  simulacra  domun  exi- 
tant.>:> 


—  317  — 

Y  Luciano,  en  el  Diálogo  Hermotimo,  sive  de  sectis: 
«Q.uoniam  illud  per  simile  erit  puerorum  ¿ediculis,  quas 
alia  et  infirmas  pararle  solent^  ita  protinus  sub  vertunt 
ac  diruunt.y> 

Aristóphanes,  en  la  comedia  Nubes,  dicede  un  mu- 
chacho artificioso  y  grande  imitador: 

Nesis  soUcitus  sed  doce:  ingenios us  es, 
Suapte  natura:  nam  Funtillus  cum  aduc  puer  esset, 
Aedificabat  hic  intus  casas-,  naves  sculpebat,  et  posellas  cortea 
Fingebat:  Rafias  etiam  faciebat  sibi 
Ex  punicorum  malorum  putamine. 

De  las  carretillas,  que  es  entretenimiento  muy  de 
los  mismos  personajes,  demás  de  los  lugares  citados,  el 
mismo  Aristófanes,  en  sus  Nubes: 

Naín  et  ego  olim,  dum  tibi 
Aduc  sexenni  et  balbucienti,  sum  obsequens 
Plosteüiim  emi  tibi  in  festo  dialium, 
O  bollo  quem  primutn  pro  mercede  acceperam. 

Tíbulo,  de  las  cosas  que  vamos  diciendo: 

Turbaque  'vernarum  faturi  bona  signa  coloni 
Laudet,  et  ex  'virgis  extruet  arte,  casas. 

La  santa  Madre  Teresa  de  Jesús  se  solia  ejercitar 
en  esto  en  su  niñez,  que  fué  vaticinio  de  las  que  habia 
de  edificar  después  de  su  orden  del  Carmen.  Así  dijo  el 
poeta  que  escribió  su  vida: 

Tomó  en  ella  unas  tejitas, 
Y  unas  con  otras  compuestas 
Levantaba  unas  casitas. 
Entre  los  árboles  puestas, 
Como  en  los  montes  ermitas. 

Dióle  este  ejercicio  el  cielo, 


-  3i«  - 

Y  casicas  dio  en  labrar; 
Pronóstico  que  en  el  suelo 
Habia  de  edificar 
Las  ermitas  del  Carmelo. 

La  misma  niñería  llora  tiernamente  Lope  de  Vega 
Carpió,  en  un  epicedio  á  su  hijo  Félix,  en  sus  Rimas  Sa- 
cras. 


§.     V. 

Juegos  de  los  muchachos. 

Muy  en  diminución  hemos  venido  con  nuestros  jue- 
gos pueriles,  pues  de  juegos  los  hemos  hecho  juguetes, 
y  con  todo  eso  no  se  nos  han  de  quedar  en  el  tintero. 
Llamábanles  los  latinos  Crepundia  ó  Crepitacula  ó  Cre- 
fando.  De  este  género  son  los  adufillos  ó  sonajuelas,  de 
que  hizo  memoria  Lucrecio: 

Nec  crepitaculis  opus  est,  ftec  quidquam  adhibenda  est. 
Alma  mitrisis  blanda  atque  infracta  coquella. 

No  es  menester  sonajuela. 
Ni  que  le  procure  el  ama 
Enseñar  blandos  halagos 
Demediando  las  palabras. 


Marcial; 


Si  quis  plorator  eolio  tibi  'vernulla  pendet, 
Hac  quatia  teñera  gárrula  sistr a  manu. 


Arnobio,  contra   los  gentiles:    ^Et  ut  ad  silentium 


—  319  — 

pabides  nutrisis  motibus  et  crepitaculis  adducerentur 
auditis. » 

No  se  olvidó  nuestro  amigo  Julio  Pólux:  «Sic  au- 
tem  et  crepitaculum  vocatur^  et  siferum  quo  sopiunt  cum 
voluptate  nutrices  <£gre  durmientes  pueros.» 

Y  Tertuliano,  contra  los  judíos:  «Scilicet  vagitu 
adarma  esset  comvocaturus  gentes ^  et  sigum  belli  non  tuba, 
sed  crepitaculo  daturus.-* 

Siendo  ya  mayorcitos  los  niños,  tienen  otros  jugue- 
tes, como  espadillas,  hachuelas,  manecillas,  etc.  De  esto 
dejó  hecho  un  copioso  inventario  Plauto,  en  la  comedia 
Rudente.  acto  IV,  scen.  IV: 


DiJiMONES  Loquere  nunc  jam,  puella.  Gripe,  anitmim  advorte,  ac  tace. 

Faljestra  Suf2t  crepundia. — DíEM.  Ecca  'video. — Gripus.  Perii  in  pri- 
mo proeliol 
Mane,  ne  ostenderis. — D^M.  Suafacie  sunt}  Responde  ex  ordine. 

Pal.    Ensiculo  est  aureolus  primumlitteratus. — D^m.  Diee  dum: 
In  eo  ensiculo  litterarum  quid  est? — Pal.  Mei  nomen  patris. 
Post  altrinsecus  est  seuricula  ancipes,  item  áurea 
Literata:  ibi  matris  nomen  in  securicula  est. — Djí;m.  Manel 
Dic,  in  ensiculo  quid  nomen  est  paternum? — Pal.  D amones. 

D^M.  Di  inmortales  ubi  loci  sunt  spes  mea} — Grip.   himo  adepol,  mea} 

YiMU,  Perge,  te  obsecro,  continuo. — Grip.  Placide!  Aut  item  malam  cru- 
ce m. 

D^.M.  Loquere  matris  nomen  hic  in  securicula  quidfiet. 

Pal.    Dedalis. — D^m.  Dime ser^atum  cupiunt. — Grip.  At  me perditum 

Dru.  Filiam  meam  es  se  hanc  oportet. — Grip.  Sit  per  me  quidcm. 
¿liti  te  di  omnes  perdant,  qui  me  hodie  oculis  'vidiste  tuis 
Meque  adeo  scelestum,  qui  non  circumpexi  centies 
Prius,  me  ne  quis  inspectaret,  qua?n  rete  extrai  ex  aqua. 

Pal.     Post  est  sicilicula  argenteola,  et  dua  connexa  manicula  et 

Suculo. — Grip.   ¿iuin  tui  dierecta  cum  súcula,  et  cu?n  proculis ¡ 

Pal.    Et  bulla  áurea  est,  pater  qiiam  dedit  mi/ii  natali  die. 


—    320    — 

D.  Acaba  de  hablar,  muchacho. 
P.   Pues  estame  atento,  Grippo. 
J.    No  hables  palabra,  Trachalio. 
P.   Traigo  aquí  mil  juguetillos. 
D.  Ya  los  veo.  En  los  encuentros 

primeros  he  perecido. 
D.  Está  queda.  No  los  muestres. 

¿Cómo  son?  Por  orden  dílo. 
P.    Es  lo  que  traigo,  primero, 

Con  letras  un  estoquillo. 
D.  Di  más. 
P.  Traigo  una  hachuela 

Muy  aguda,  de  dos  filos^ 

Y  es  también  de  oro,  y  con  letras 
De  mi  madre  el  nombre  escrito. 
Dos  manecillas  asidas, 

Y  de  plata  un  cuchillillo, 

Y  una  puerquecilla. 

D.  Vete 

Con  ella  y  con  los  cochinos. 
P.    Una  Nómina  de  oro 

Traigo,  demás  de  lo  dicho, 

Que  en  el  dia  que  nací 

Me  la  dio  mi  padre  mismo. 

El  mismo  Plauto  llama  á  estos  crepitáculos  Monu- 
menta  incunuco;  act.  VI,  scen.  VI:  «Cistellum  domo  affer 
cum  monumentis.y)  En  el  cual  lugar  un  intérprete  anti- 
guo: a  Monumenta  sunt  qu¿e  Grec<e  dicuntur  Xvjipiruj.xxa.'» 

Véase  á  Taubmano  en  este  lugar. 

De  el  uso  de  los  juguetes  se  entiende  un  lugar  de 
Theophrasto  Erecio,  en  que,  hablando  de  las  ceremo- 
nias de  un  adulador,  que  queriendo  agradar  á  un  señor 
le  tomaba  las  barbillas  á  sus  hijos,  y  dándoles  juguetes 
les  decia:  «En  utrem,  en  securim.»  Así  lo  entiende  Ca- 
saubono. 


—  3^1  — 

Bien  podrán  entrar  en  esta  cuenta  las  Nóminas. 

D.  Diego.  Mucho  es  que  sea  el  uso  de  ellas  tan 
antiguo. 

D.  Fern.  Dicen  que  tuvo  principio  de  que  un  hi- 
jo de  Tarquino  Prisco,  siendo  muy  muchacho,  mató 
un  enemigo  en  batalla.  Por  esta  hazaña,  el  Senado  Ro- 
mano le  donó  en  remuneración  un  corazón  de  oro, 
para  que,  viéndoselo  puesto  los  otros,  entendiesen  que 
aquel  niño  tenía  un  corazón  de  varón  grande. 

Hay  quien  diga  que  son  mucho  más  antiguas  estas 
Nóminas,  y  que  Pitágoras  las  enseñó  á  su  discípulo  Lu- 
cumon  Hetruceo;  y  siendo  tan  sabio  el  inventor,  no 
fué  acaso  la  invención,  porque  era  señal  y  símbolo  para 
que  todos  estuviesen  advertidos,  que  en  tanto  se  podian 
llamar  hombres,  en  cuanto  sus  corazones  se  aventajasen 
á  los  otros  en  valor.  Así  lo  dice  Macrobio:  «Ut  bullam 
inspicienteSy  ita  demum  se  homines  esse  cogitar ent  si  corde 
prestarent.» 

Era  también  símbolo  del  consejo  y  de  la  verdad. 
Como  insignia  de  tanta  consideración,  no  la  traían  sino 
los  muchachos  nobles.  M.  Tullio,  in  Ferrinis:  «Bulla 
in  toga  pretexta  ornamentum  erat  pueriti¿e  inditium^  at- 
que  insigne  fortun¿e. 

Servían  también  estas  Nóminas  ó  bullas  para  conocer 
por  ellas  los  niños  que  se  perdian.  Parece  esto  de  un  lu- 
gar de  Plauto,  en  la  comedia  Stellaria: 

Nam  hic  crepundia  insunt,  qiiibus  cum  te  illa  olim  ad  me  detulit. 
Síuam  mihi  dedit  furentes  te  ut  cognoscant  facilius . 

Y    Cicerón,  en   Bruto:    «Nunc  quoniam  totum  non 

41 


—    322    — 

n¿evo  aliquo  aut  crepundis,  sed  corpore  omne  videris  velle 
cognoscere.  > 

Ayconio  Pedianodice,  que  no  sólo  los  nobles  traian 
estas  bullas  ó  dijes,  sino  también  los  libertinos;  pero  de 
materia  baja  y  pendientes  de  correas,  siendo  las  de  los 
nobles  de  oro  y  plata.  El  primer  hijo  que  tuvo  Hercilia, 
una  de  las  sabinas  arrebatadas,  fué  encomendado  con  este 
hábito,  y  otro  tal  se  le  dio  al  muchacho  Papirio  por  su 
astucia  y  silencio  varonil:  colgábanlas,  en  llegando  á  ca- 
torce años  los  niños,  á  los  dioses  Lares,  como  las  mucha- 
chas las  muñecas  á  Venus,  Persio:  «Bulla  que  succintis 
Lar  i  bus  donata. pependit.» 

Los  triunfadores  llevaban  en  su  carro  triunfal  bulas, 
porque  en  tan  alta  gloria  no  les  hiciese  mal  la  envidia;  y 
con  este  intento  se  les  ponen  ahora  á  los  niños  con  reli- 
quias de  santos  y  Agnus  de  cera:  y  no  se  les  ha  de  per- 
mitir que  traigan  unas  cedulillas  supersticiosas,  como  las 
que  algunas  embusteras  inventan,  con  caracteres  no  co- 
nocidos y  oraciones  del  ánima  sola,  que  quien  las  rezare 
no  morirá  en  agua  ni  fuego,  ni  de  muerte  súpita.  Tal 
era  aquella  de  que  hace  memoria  y  burla  Luciano  en  los 
Saturnales: 

«Atque  id  quiden  est  sciendam^  quod  ea  columna  ma- 
nevit.» 

Ñeque  /ames,  ñeque  pestilentia,  ñeque  incendium,  ñe- 
que quid  quam  aliqui  molestum,  in  illorum  domum,  introi- 
hit.y> 

También  es  el  uso  de  las  Higas  antiquísimo,  como 
lo  dice  el  nombre,  que  en  su  origen  es  griego.  Al  prin- 
cipio traian  los  niños  la  parte  natural  del  hombre  figura- 


—  3^3  — 
da:  para  templar  eti  aquella  deshonestidad,  la  mudaron 
en  Giga.  x'Vsí  lo  dice  Martin  Antonio  del  Rio  en  las 
Mágicas  Disquisiciones,  lib.  III,  q.  IV,  sect.  I:  i<Vel 
si  quid,  turpiculum  -pueri  gestent  appensum  eolio,  unde 
facini  nomem  inditum  virili  membro,  eo  quod  contra  faci- 
nationem  talia,  gestarent  oscilla:  et  mutato  in  paulo  ho- 
nestiorem  niodum  more  digitos  dúos  cum  pollice,  sin  in- 
certo  ut  tale  quid  exprimant  degagate,  vel  evore,  ve  I  ar- 
gento, ut  fit  hodie  in  Hispania  (Higa  vocant)  et  elegans 
doctor is  Castellanis  epigramma  cujus  lemma  est  Higa.y> 

bt  pueri  cat'eant  ladentia  lamina  7natru?n, 
Colla  appensa  ferunt  signa,  Priape,  tua; 
Nomine  nostra  te  dixerunt  Vmga  púdico, 
malis  t antis  ista  medetur  a'vis. 


Vide  plura  apud  Ramirencium  in  Pentecontharco, 
cap.  XXXI. 

Tiene  de  imitación,  y  de  entretenimiento  y  juguete, 
la  afición  y  uso  de  los  pajarillos,  á  que  todos  los  niños  se 
inclinan;  y  así,  no  será  razón  negárselo  á  esta  plática. 
Plauto  pone  en  honra  este  juguete,  y  dice  que  es  de  lo? 
muchachos  nobles  y  patricios: 

^asi  patriáis  pueris,  aut  monédala,  aut  anates, 
Aut  coturnices  dantur,  quis  cum  lusitent; 
Et  mi  ad-veniente  upupa,  qua  medelectet  data  est. 

Pajaritos  suelen  darse 
A  los  muchachos  patricios 
Para  jugar,  como  urracas. 
Codornices  ó  anadinos. 

Y  aun  también  una  abubilla 
Me  dieron  recien  venido, 
Para  alegrarme  con  ella 

Y  tenerme  entretenido. 


—  324  — 
Ovidio,  hablando  de  la  estatua  de   Pigmalion,  X 

Meth.: 

Muñera  fert  illi  chancas  teretesque  lapillos^ 
Et  par  ni  as  njolucres,  et  flores  mille  color  um. 

Conchas  le  trae  por  regalo, 
Con  aguijuelas  redondas; 
Aves  pequeñas  y  flores 
De  mil  colores  y  formas. 

¡Qué  famoso  dejó  aquel  pajarillo  de  su  querida  Les- 
via,  Cátulo,  llorando  su  muerte! 

Lugete,  Veneres  Cupidinesque, 
P  as  ser  mortuus  est  mea  puella. 
Síuem  plus  illa  oculis  amabat. 

Llorad,  Venus  y  Cu'pidos, 
El  pájaro  de  mi  niña. 
Se  murió.  Más  que  á  sus  ojos 
Ella  lo  amaba  y  queria, 

Y  en  otra  parte,  el  mismo  poeta: 

Passer  delitia  mee  puella 
Siui  cumludere,  quem  in  sinu  t enere 
Cui  primum  digitum  daré  ad  petenti 
Et  aeréis  solet  exitare  mor  sus. 

De  mi  niña  el  pajarillo, 
Que  era  toda  su  alegría. 
Que  lo  guardaba  en  su  seno, 
Que  con  él  jugar  solía; 
Ai  que  metía  en  el  pico 
El  dedo  que  le  pedia; 
Que  se  lo  comía  á  bocados 
Cuando  los  labios  le  pica. 

Arnobio  lo  halló  muy  apropósito  para  hacer  callar 


-  s-^s  — 

á  los  niños:  «Ut  parvuli  pasiones  quo  lacrimis  parcant 
ahstineant  que  plorantibus.  Pascerculos,  Pullulos,  eque- 
leoSy  Panes  acciplunt.y 

Plinio  redujo  el  entretenimiento  á  razón  de  estado; 
lib.  IV,  Epist.  II:  <í.Haheat  puer  manulos  multos junctos 
et  solutos  habeat  Canes ^  LucinaSy  Psítacos^  Merulas.-» 

San  Agustín  comparó  esta  niñería  á  lo  que  vemos 
pasar  en  el  mundo  con  los  de  mayor  edad:  «Anuntiabus 
et  pilulis^  et  passerihus  ad  Prefectos  et  Reges  transiré. 


^.     VI. 

Cantares  de  los  muchachos.  Nina,  nina,  y  Lala,  lala. 

De  esta  vez  despacho  con  todas  las  menudencias 
que  restan  comenzadas,  concluyendo  los  lúdicros  pueri- 
les con  algunos  cantarcillos,  cuya  imitación  ó  cuya  sus- 
tancia hoy  dura,  con  no  poca  admiración  de  quien  con- 
sidera la  instabilidad  de  las  cosas  humanas,  que  todas 
tienen  mudanza,  y  que  se  hallan  en  la  república  pueril 
conservados  sin  ella  y  lleguen  á  nuestra  noticia  y  uso 
como  estuvieron  en  antiquísimos  siglos.  Tal  es  el  testa- 
mento de  Grunio  Coroco  Procelo,  que  lo  cantaban  los 
muchachos  en  la  escuela  con  mucha  fiesta  y  risada,  como 
ahora  el  testamento  de  la  zorra  ó  del  gallo:  por  esto  se- 
rá agradable,  y  por  lo  que  tiene  de  graciosa  antigüedad. 
Tráelo  Bernabé  Brisonio  en  el  lib.  Vil  De  Formulis, 
fól.  756:  contiene  las  palabras  y  cláusulas  que  se  siguen: 


—  3^6  — 

«M.  Grunius  Corocotta  testamentum  feci.  Patri 
Verrino  Lardino  do^  lego^  darique  voló  glandis  modios 
XXX.  Matri  mea  Vetunna  Scrop¿e  do,  lego,  dari  laco- 
nic¿e  siliginis  modios  XL.  Et  sóror  i  mea  Guirina,  in  cu- 
jus  votum  interese  non  potui,  do,  lego,  dari  hordei  modios 
XXX  et  de  meis  visceribus.  Dabo  donabo  sutoribus  setas, 
rixatoríbus  capitinas,  surdis  aurículas,  causidicis  et  ver- 
vosis  linguam,  pueris  vecicam,  puellis  caudam.  Lucanicus 
signavit.  Nuptialicus  signavü.  Lardio  signavit.  'Terci- 
llus  signavit,  Celsanus  signavit.  Cimatus  signavit. » 

La  gracia  de  este  testamento  está  en  la  alusión  que 
estos  nombres  hacen  con  las  cosas  de  un  tocino,  nó  co- 
mo los  nombres  suenan,  sino  á  lo  que  significan;  y  si 
errare  en  esto,  allí  se  quedan  ellos  enteros,  para  que 
V.  ms.  jueguen  mejor  y  rian  más: 

«Marcos  Grumio  Corocota,  hago  mi  testamento.  A 
mi  padre  Verroquino  Lardino  doy,  mando  y  quiero  que 
se  le  den  treinta  fanegas  de  bellotas.  A  mi  madre  Sancha 
Añeja  doy  y  mando  que  se  le  den  cuarenta  fanegas  de 
trigo  candial.  A  mi  hermana  Cochina,  en  cuyas  bodas 
no  me  pude  hallar,  mando  que  se  le  den  treinta  fanegas 
de  cebada,  y  algo  de  mis  asaduras.  Daré  á  los  zapateros 
cerdas,  á  los  pleiteantes  la  cholla,  á  los  sordos  orejas,  á  los 
abogados  y  habladores  la  lengua,  á  los  muchachos  la 
vegiga,  á  las  muchachas  la  cola.  Longaniso  lo  firmó. 
Bodero  lo  firmó.  Lardion  lo  firmó.  Rascón  lo  firmó. 
Altozano  lo  firmó.  Cominero  lo  firmó.» 

El  señor  San  Gerónimo,  en  la  Epist.  ad  Eustachium^ 
afirma  que  los  muchachos  en  su  tiempo  lo  cantaban  con 
grandes  risadas  en  la  escuela:  «Testamentum  autem  M. 


—  3^7  — 
Grunii  Corocote  Procelli  decantant  in  scholis  puerorum 
agmina  cachinantium.y> 

La  palabra  Corocota,  como  las  demás,  hace  alusión  á 
cosas  y  propiedades  del  cochino.  Ella  imita  aquel  ruido 
ó  estridor  que  el  puerco  anda  haciendo  siempre,  y  fué 
nombre  de  un  famoso  ladrón  español,  de  quien  habla 
Dion  en  el  lib.  LVI,  diciendo  que  Augusto  César 
mandó  tres  mil  ducados  á  talla  á  quien  lo  prendiese  ó 
matase;  y  sabiéndolo  él,  se  fué  á  presentar  ante  el  Em- 
perador, y  pidió  el  premio,  que  fué  perdonarlo  y  darle 
los  tres  mil  ducados.  De  la  misma  manera  que  Corocota 
es  nombre  propio  de  varón,  lo  son  todos  los  demás,  y 
con  la  misma  alusión  á  otras  cosas  tocantes  á  la  materia. 

Digamos  ahora  de  las  reverendas  madres  de  todos 
los  cantares,  y  de  los  cantares  de  todas  las  madres,  que 
son  Nina,  nina  y  Lala,  lala^  cuyo  uso  es  tan  natural, 
que  no  habiendo  qué  cantar,  ó  no  sabiendo,  ellos  mismos 
sin  cuidado  ni  artificio;  y  son  tan  bien  contentadizas, 
que  se  contentan  con  cualesquiera  tono  y  no  extrañan 
ninguna  voz  por  mala  que  sea,  condición  muy  propia 
de  madres. 

Juzgo  que  el  cantar  Nina,  nina  es  la  voz  Ncenia, 
que  con  poca  corrupción  persevera.  Así  lo  tuve  siem- 
pre creído,  y  después  he  visto  á  D.  Francisco  Fernan- 
dez de  Córdoba,  que  en  su  Disdacalia  multiplex^  capí- 
tulo XL,  lo  dice  así  expresamente;  de  que  me  holgué, 
por  tener  apadrinado  mi  pensamiento  con  el  de  un  hom- 
bre docto  y  de  buen  gusto  en  todas  letras. 

Esta,  pues,  antigua  voz  N¿enia,  según  M.  Varron, 
Festo  Pompeyo  y  Nonnio  Marcelo,  era  canto  desagui- 


-  328  - 

sado,  insuave  y  triste,  que  las  preficas  6  plañideras  ó  en- 
dechadoras  decian  á  los  difuntos.  Llamóse  así  por  la  si- 
militud que  tiene  con  las  cadencias  de  los  que  lloran: 
«Quosdam  dicunt  ve  lie  i  de  dici  Nc^nnia,  quod  et  voci  si- 
milior  querimonia  flentium  sit.» 

Foreste  canto  triste  le  usurpó  Ovidio,  VI  Fast.: 

Ducit  Supremos  Inania  nulla  choros, 

Y  aun  Cicerón  afirma  en  el  II  De  Legibus  que  tam- 
bién los  griegos  lo  usaban,  en  esta  oración:  «Eosque  can- 
tus  adtibicinem  prosecuatu)',  cui  nomem  N¿enice,  quo  vo- 
cahulo  etiam  Grecos  cantus  lúgubres  nominantur .y> 

De  este  canto  habla  Papinio  Estacio  en  el  VI  de  la 
Thebaida: 

Lege  Phrigum  mata:  Pelopem  mostrasse  ferebant 
Exeqiúale  sacrum  carmenque  minoribus  umbris 

Utile. 

Plauto  le  usó  por  el  fin  y  remate  de  una  cosa.  Así  lo 
dijo  in  Pseudolo:  «Ubi  circumvortor  cado,  id  fuit  N¿enia 
ludo.y> 

San  Gerónimo  contra  Rufino,  por  lo  que  solemos 
decir  niñería  ó  cosa  de  poca  importancia:  «Nisi  forte 
non  fuit  in  presentiarum,  qui  tuas  emmendaret  N¿enias.y> 

Por  esto  me  persuadí  en  algún  tiempo  que  la  voz 
castellana  niño  y  niña  se  originaba  de  aquí;  pero  no  es 
así,   porque  son  puramente  dicciones  griegas:    Núvvto?, 

Así  lo  siente  Josef  Scaligero,  y  de  la  voz  niña  hay 
una  inscripción  sepulcral  que  lo  prueba:  uNinnia  Cro- 
nis.  A  ni.  H.  S.  E.»  «;  Aquí  está  enterrada  la  niña  Cro- 
nis,  de  tres  años. » 


—  329  - 

Hubo  también  apellidos  de  Niños  en  gente  nobilí- 
sima, como  hoy  en  España;  y  así,  hubo  un  cónsul  en 
Roma  que  se  llamó  Q^Ninnio  Hasto,  que  fué  cónsul 
el  año  de  la  fundación  de  Roma  866  y  de  Cristo  114. 
Véase  Onufrio  Pan  vino,  en  los  Fastos . 

Este  cantar  inventó  Simónides,  natural  de  la  isla 
Cea. 

Sedne  rclictis  Musa  frocax  jocis. 
Cea  retractes  muñera  Nania. 

Mas  no,  dejados  los  juegos. 
Quieras,  Musa  sin  vergüenza, 
Repetir  los  tristes  dones 
Del  cantar  de  la  isla  Cea. 

Llamaban  á  los  cantarcillos  de  los  muchachos  Ne- 
nias. Este  es  nuestro  intento,  y  lo  acredita  Horacio,  li- 
bro I,  Epig.  I : 

Roscia,  díc  sodes  melior  lexum  fuerm-um 
N nenia  quee  regnum  recte  faáentibus  offer. 

Ley  Roscia,  di  por  tu  vida 
Si  de  los  niños  la  Nenia 
Es  mejor  ley  que  á  los  buenos 
Ofrece  que  reino  tengan. 

Las  Nenias,  cantarcillos  que  aquí  toca  Horacio,  son 
las  que  dijimos  que  decian  los  muchachos  en  el  juego  de 
pelota  llamado  Urania: 

Rex  eris,  si  recte  feceris. 

Y  en  Otra  parte:  « dui  recte  faciet^  non  qui  dominatur^ 
erit  Rex."» 

En  el  mismo  sentido  lo  dijo  Tíbulo,  de  enmendación 
de  Josef  Escaligero,  Elegía  LXVIH: 

42 


—  330  — 

Nec  pecatum  a  me  quisquam  pote  dicere, 
Verum  isti  populi  Nainia  qui  itefadt. 

Nadie  puede  decir  que  yo  he  pecado, 

Si  no  es  la  Nina  Nina  de  este  pueblo  (*). 

Quiso  decir  que  no  habia  cosa  más  pública  en  él, 
pues  lo  cantaban  los  muchachos  como  el  cantar  de  Nina, 
nina;  y  adviértase  en  aquella  dicción  Nainia  ú  óix^tongo 
desatado,  como  también  lo  suelo  oir  á  los  muchachos, 
que  dicen  Naina,  naina.  De  manera,  que  así  entre  los 
romanos  como  entre  nosotros,  Nasnia,  ó  Nina,  nina,  es 
cantarcillo  y  nombre  de  cantar,  como  decimos  el  Conde 
Claros j  que  es  tonadilla  y  cantar  juntamente,  que  co- 
mienza: 

Conde  Claros  sin  amores  no  podía  reposar. 

No  le  faltan  padrinos  y  testigos  de  su  antigüedad  á 
la  madre  Berecinthia,  la  Lala,  lala,  grande  arrulladora 
de  niños,  y  á  quien  todos  debemos  los  primeros  boste- 
zos, por  ser  hija  de  lallo^  lallas^  que  significa  dormir. 
En  esta  acepción  la  toma  Persio,  Sátira  III: 

Et  similis  regnum  pueris  Pappare  minutum 
Pos  sis  et  irattus  mamma  lallare  recusas. 

Algunos  comentadores  de  este  lugar,  dormidos  al 
sordo  arrullo  de  este  verso,  entendieron  que  lallare  era 
lac  sucsere,  mamar;  mas  dispiértales  el  sueño  Cornuto, 
antiguo  intérprete  de  Persio,  y  abrió  los  ojos  á  todos 
para  entender  y  restituir  la  verdadera  lección  de  Auso- 
nio  en  una  epístola  ad  Probum: 


(*)  Después  de  escrito  este  tratado  llegó  á  mi  noticia  que  Jobiano 
Pontano  habia  escrito  un  tratado  de  este  intento  de  la  Nina,  Nina,  y  le 
llama  Na^niie,  y  no  lo  he  visto  hasta  ahora. 


—  33^   — 

Sic  iste,  qu't  naius  est  tuus, 
Flos  flosculorum  RomuU, 
Nutrisis  Ínter  lemmata 
Lilisque  somníferos  tnodos 
Sucset  peritisjabulis, 
Simul  jocari  et  luciere. 

Así  aqueste,  que  es  tu  hijo, 
De  Rómulo  flor  de  flores. 
Entre  las  temas  del  ama 
Cante  tonos  dormidores; 
Soñoliento  Lala,  Lala, 
Que  entre  consejas  entone 
Discretas,  para  que  aprenda 
Entretenimientos  nobles. 

Donde  se  leia  lilii  se  ha  de  restituir  lalli,  que  es  es- 
te antiguo  cantar.  Así  lo  advirtió  primero  Mariángelo, 
y  lo  trae  Elias  Vineto  sobre  este  lugar  de  Ausonio. 
Apadrina  todo  este  pensamiento  y  la  costumbre  de 
Francia,  Josef  Escaligero,  en  las  Lecciones  Ausónicas, 
que  por  haberle  visto  después  de  todo  esto  escrito,  y 
conformarse  con  lo  que  yo  tengo  escrito,  me  alegré  no- 
tablemente. Sus  palabras  son  tales,  en  el  lib.  II,  cap.  XI, 
In  dimetria  ad  Prohum^  Pref  Pret.:  i<Lallas  et  RaraSa 
vpcú.í'j^oc,  nutricum:  hoc  est  N¿eni¿e  nuíricum,  qua  pueris 
incucunt  somnos,  sub  inde  hoc  reperendo  Lalla,  Lalla^ 
quod  et  multis  locis  mutrices  hodie  faciunty  unde  ¡aliare 
pueri  dicabantur;  cum  hac  catiuncula  somno  declinat  ocu- 
los,  Grec¿e  mamma  seu  mutrices  pro  eodem  nina.,  nina 
quod  et  Gr¿eccus  facti  tasse,  inditio  est  N¿enia  illa  qu¿e 
Greca  vocabantur  Nwvtou,»  etc.;  cuya  tonadilla  llamó 
con  mucha  propiedad  somnífera.  De  ella  habló  Nomnio 
Panopolita,   lib.   III   de  sus  Dionisiacos: 


-  33^  — 

Et  pueromm  resonans  cantinelam  incitatricem  somni, 
Ambos  dormieiites  sopi'vit  nutricali  ai-te. 

Con  el  cantar  de  niños,  que  trae  sueño, 
Ambos  los  adurmió  como  ama  diestra. 


Y  de  ella  entiendo  que  habla  Quintiliano,  que  dice 
que  Cricipo  inventó  canto  particular  para  amamantar 
los  muchachos:  «Cricippus  etiam  nutricum  qua  adhi- 
hentur  infantibus  allactationi^  suum  quoddam  curmen 
asignat, » 

Los  griegos  le  tuvieron  también,  según  esto,  y  le 
llamaban  AaXta?. 

Nota  muchas  cosas  en  esta  materia  Casaubono  sobre 
Theophrasto  y  sobre  Ateneo,  lib.  XIV,  cap.  III. 

Por  último,  digo  que  ellos  significaban  la  puericia 
con  esta  letra  A,  que  es  la  que  llamamos  lambda;  nos- 
otros, L.  Así  lo  dice  Juan  Bautista  Porta,  De  Oculis 
notis,  lib.  I,  cap.  III. 

Acabamos  esta  plática  con  aquellas  palabras  mal 
formadas  con  que  saludamos  á  nuestros  padres  en  los 
umbrales  de  la  vida,  Tata,  Mamma,  y  significamos 
nuestras  necesidades  pidiendo,  Pappa,  Búa,  que  son  las 
mismas  que  griegos  y  romanos  usaron,  y  de  que  también 
nosotros  somos  herederos.  Aristóphanes,  en  la  comedia 
Lucístrata: 

Heu  tur  pus  Ule  non  vocavis  Mammiam? 

Fuelló  Mamma,  MammaMammao  Mamtniam^ 

El  viejo  Catón,  en  el  libro  de  Educación  de  los  mu- 
chachos: «dui  ciburn  et  potionem  Búas  et  Pappas  vocant^ 
et  Patrem  "Tattam,  Matrem  Mammam.'» 


—  333  — 

Planto,  en  la  Mostellaria:  (íEquidvideor  tibi  Mam- 
mam  adire?» 

De  una  viejona  que  por  parecer  niña  llamaba  á  todos 
Mammas  y  Tatas,  dijo  graciosamente  Marcial: 

Mammas  aique  Taitas  'vocant  Afra,  sed  ipsa  tatarum 
Diu  et  Mamtnarmn  maximima  Mam?na  posiet. 

Tatas  y  Mammas  á  todos 
Llama  la  señora  Afra: 
Dice  bien:  que  es  bisabuela 
De  los  Tatas  y  los  Mammas. 

De  ambas  voces  se  halla  memoria  en  inscripciones 
sepulcrales: 

^MILI^.  SIRIADI.  V.  A.  LII. 
M.IIII.  D.IIX.  VETURIA  PRI- 
MIGENIA. MAMM^  PIENTISS.... 
P. 
KALE.  MATER.  MIRTILUS. 
TATA.  ET.  EROS.  COMFECER. 

No  se  nos  olvide  un  brindis,  y  aquello  porque  azo- 
tan á  los  muchachos  si  lo  callan.  Lo  uno  y  lo  otro  lo  ha- 
llo en  la  comedia  Nubes,  de  Aristóphanes: 

Cumtu  adhuc  balbucires,  quid  }m?n  velles  'videbam, 
Nam  si  Brin  diceres  ego  adbertens  potu  exibebant 
Si  Mammam  posceres,  ego  panem  curricula  ajjerebam, 
Priusquam  diceres  Cacam. 

De  aquella  voz  Brin,  que  así  está  en  el  texto  grie- 
go, por  ventura  vino  á  llamar  el  convidar  con  la  bebida 
brindis  y  brindar.  Mas  ya  há  rato  que  Horacio  me  está 
diciendo  al  oido:  «Z)¿?  nuces  pueris  iners.» 

Lo  que  yo  á  V.  ms.   digo,  como  dueños  y  señores 


—  334  — 
mios,  es  lo  que  Sidonio  Apolinar:  <!.Illud  veri,  nec  ve- 
recunde  ■peto,  ut  presentibus  ludrias ,  ignoscatis  libenter.» 


§.     Vil. 

Disputan  los  interlocutores  si  conviene  que  se  sepa 
y  publique  esta  plática. 

D.  Diego  Ha  dicho  V.  m.,  señor  D.  Fernando, 
tan  bien  y  cumplidamente  todo  lo  que  toca  á  esta  mate- 
ria lúdicra,  de  que  yo  no  pude  presumir  de  que  hubiese 
que  tratar  la  parte  del  primer  dia,  y  yo  he  puesto  de  la 
mia  tanta  atención  y  gusto,  que  puedo  decir  que  no  sólo 
oia,  sino  que  veia  jugar  á  los  muchachos  en  Roma  y 
Atenas. 

D.  Ped.  Mucho  reprime  la  presencia  del  señor 
D.  Fernando,  y  la  opinión  que  tenemos  de  su  modes- 
tia, á  la  demostración  de  admiración  y  gusto  que  dos 
tan  leales  amigos  como  el  señor  D.  Diego  v  yo  pudié- 
ramos hacer  de  la  plática  de  estos  dias,  de  materia  tan 
exquisita,  que  nadie  la  ha  tratado  tan  realzada  de  varia 
erudición  y  no  vulgar  antigüedad;  pero  este  medroso 
encogimiento  no  podrá  detener  las  riendas  á  la  voluntad 
agradecida;  cuya  significación,  reservándola  para  su  de- 
bido lugar,  sólo  falta  una  cosa,  que  dándome  V.  m.  li- 
cencia, la  tengo  de  decir. 

D.  Fern.  Reconociendo  tan  grandes  favores  de 
V,  ms.   y   de  mi  amistad,   nó  de  mis  obras,  me  alegro 


—  33S  - 
mucho  me  adviertan  faltas;  que  como  estoy  cierto  que 
en  lo  dicho  he  incurrido  en  muchas,  deseo  enmendarlas, 
y  más  viniendo  tan  puras  del  mal  olor  que  le  suelen  pe- 
gar los  alientos  plebeyos  y  envidiosos. 

D.  Ped.  No  está  la  falta  en  lo  que  se  ha  dicho, 
que  para  advertirlas  sería  necesario  ojos  más  de  linces, 
y  advertencia  más  crítica  que  la  mia;  lo  que  á  mi  pare- 
cer falta  es  la  licencia  de  V.  m.  para  que  todo  lo  dicho 
se  reduzca  á  escrito,  porque  la  memoria  de  tan  alegres 
horas  no  se  pierda,  y  porque  los  amigos  que  no  se  han 
hallado  presentes  participen  de  nuestro  giKto. 

D.  Diego.  Lo  que  el  señor  D.  Pedro  pide,  suplico 
yo  encarecidamente,  porque  aunque  V.  m.  me  previno 
en  pedirlo,  no  se  me  alcanza  en  desearlo. 

D.  Fern.  Aunque  sus  deseos  de  V.  ms.  son  efectos 
de  su  amigable  y  generosa  voluntad,  y  que  yo  deseo 
satisfacer,  aun  con  riesgo  de  mi  opinión,  juzgo  que  con- 
viene dilatarlo,  para  que,  reprimiendo  el  afecto  de  la 
amistad,  deliberen  sin  pasión  lo  que  á  todos  puede  estar 
bien.  Si  todos  los  que  la  hubieran  de  leer  fueran  tan 
sinceros  jueces  como  V.  ms.,  poco  se  podia  aventurar 
en  las  faltas  de  ingenio  y  erudición  que  todo  lo  dicho  ha 
tenido:  <!.Sum  memor  ipse  mei  satis,  et  mea  frivola  novi.'» 

D.  Diego.  Eso  no  ha  de  ser  bastante  para  que 
V.  m.  niegue  tan  justa  demanda. 

D,  Fern.  Denme  licencia  V.  ms.  para  que  defien- 
da mi  causa.  ¿Qué  dirán  V.  ms.  de  un  mercader  á  quien 
se  le  confió  algún  caudal,  si  fuese  á  una  feria  á  emplear- 
lo, y  esperando  todos  que  viniese  muy  acrecentado,  ha- 
llasen que  el  empleo  todo  fué  en  muñecas,  pitos,  caba- 


—  33^  — 
Hitos  de  cañas,  y  alfileres,  y  otras  bujerías,  con  que  nos 
suelen  llevar  la  plata  de  España;  ó  que  este  tal   merca- 
der, aventurando  su  caudal  y  su  persona,  como  dijo  Ho- 
racio, 

Impiger  extremos  currit  mercator  ad  Indos, 

Per  mare  pauperiem  fugiens,  per  saxa,per  ignes, 

después  de  haber  llegado  á  salvamento  y  tratado  la  mer- 
cadería con  felicidad  para  volver  rico  á  España,  se  des- 
perdició en  comprar  cocos,  jicaras,  guacamayos  y  calta- 
nillas?  Claro  está  que  de  V.  ms.  y  de  todos  sería  justa- 
mente burlaÜo. 

Ceu  Nwvis  Hispanice  magister 
Dedecoriim  pretiosus  Emptor. 

Pues  si  yo,  después  de  haber  estudiado  y  ocupado 
el  tiempo  y  caudal  en  comprar  y  revolver  libros,  ferias 
donde  se  hallan  joyas  de  tanto  precio,  cuando  se  habia 
de  esperar  de  mí  algún  tratado  con  que  ayudase  á  la  Re- 
pública literaria,  saliese  ahora  con  esas  niñerías,  ¿no  me- 
recería ser  desterrado? 

Alfredo  Tana,  á  la  cocente  arena 
Di  Lybia. 

D.  Ped.  De  manera  cierra  V.  m.  el  paso  á  nuestra 
pretensión,  que  le  temo  enojado  á  la  réplica;  mas  con 
la  licencia  que  me  da  la  merced  que  siempre  de  V.  m. 
recibo,  v  nuestra  antigua  y  verdadera  amistad,  diré  mi 
parecer. 

Aunque  el  espacio  que  V.  m.  ofrece  para  deliberar 
en  todos  los  casos  es  acertada  y  cauta  prevención,  en  es- 
te caso,  largando  los  ojos  de  la  consideración  á  los  in- 
convenientes que  suelen  suceder,  no  hallo  ningunos  de 


-  337  — 
momento.  Los  que  V.  m.  ha  representado,  se  reducen  á 
cautelar  el  riesgo  de  su  opinión  y  estimación,  fruto  que 
dan  las  obras  de  erudición  en  el  tribunal  de  Soylos  y 
Aristarcos,  que  culparán  á  V.  m.  que  se  ocupó  en  ta- 
les niñerías.  No  hallo  que  V.  m.  sienta  ni  se  recate  de 
otro  inconveniente;  y  si  bien  es  verdad  que  es  imposible 
agradar  á  todos,  y  mucho  mas  reprimir  las  lenguas  de 
los  maldicientes,  «quod  omnes  rogant^  sed  felices  inpa- 
íram,y>  no  me  parece  que  en  reducir  á  escrito  esta  pláti- 
ca hallen  materia  de  murmuración  y  censuras;  porque 
de  estos  maldicientes  unos  saben  poco  ó  nada,  i<et  illos 
premet  nox  fabulequ^  manes ;y>  otros  saben  algo:  y  és- 
tos, como  deben  ser  candidos  jueces,  no  pueden  tener 
por  pequeño  y  ocioso  su  cuidado  de  V.  m.  ó  su  deseo. 
No  hay  parte  en  la  sagrada  antigüedad,  por  pequeña  que 
sea,  que  no  merezca  cultura  y  estimación;  como  no 
tendría  culpa,  sino  alabanza,  el  agricultor  que  igual- 
mente labró  la  viña,  sin  mirar  que  lo  muy  pequeño  no 
habia  de  dar  fruto.  Si  hubiese  alguno  tan  inconsiderado 
que  esto  juzgare,  acumularía  á  tal  desprecio,  nó  sólo 
su  opinión  de  V.  m.,  sino  también  otras  muy  grandes 
reputaciones.  ¿Qué  diría  de  los  que  han  escrito  de  me- 
dallas, de  los  vasos  y  estatuas.^^  ¿Qi?^  precio  tendrían  las 
vigilias  empleadas  en  averiguar  antiguos  trajes  y  vesti- 
dos.^ ¿Quién  hubiera  visto  sacados  de  entre  sus  mismas 
ruinas  y  restituidos  á  la  luz  los  teatros  y  anfiteatros'' 
¿Para  qué  se  han  empleado  desvelos  doctos  en  los  triun- 
fos, pompas  y  gladiatores.^  Pero  allanemos  este  tropiezo, 
y  pensemos  que  á  los  autores  de  aquellas  obras  los  de- 
fiende su  erudición,  y  que  en   ella  halla  qué  admirar  y 

43 


—  33^  — 
qué  aprender  la  mayor  envidia;  lleguemos  á  esta  nues- 
tra plática.  No  es  de  otro  género,  pues  también  en  su 
antigüedad  y  retazos  de  ella  se  conformó  con  los  demás. 
Todo  lo  que  V.  m.  ha  dicho  es  relación  de  gravísi- 
mos autores,  investigados  con  atención,  juntando  lo  que 
estaba  esparcido  y  reduciendo  á  orden  lo  que  no  lo  te- 
nía. Pues  ¿-quién  habrá  tan  atrevido  y  profano,  que  sien- 
do lo  que  V.  m.  ha  dicho  de  Platón,  Homero,  Aristóte- 
les, Marco  Tulio,  Varron,  Virgilio,  Macrobrio,  Pólux, 
y  otros  clarísimos  varones,  luces  de  la  antigüedad  y  or- 
namento de  la  república,  se  atreva  á  poner  en  ello  len- 
gua? Mas  estos  mismos  rigorosos  censores  se  podían 
mover  á  título  de  amistad,  culpando  á  V.  m.  que  ya 
que  ocupó  las  buenas  horas  en  la  lección  de  los  libros 
donde  se  hallan  cosas  tan  preciosas,  no  tomó  asunto 
más  levantado,  y  á  esto  se  encamina  la  similitud  que 
V.  m.  trajo  del  mercader  que  empleó  en  bujerías  su 
caudal,  de  lo  cual  me  tengo  yo  de  valer  prosiguiéndola, 
para  responder  en  contra  de  su  mismo  intento.  Yo  digo 
que  sería  muy  inconsiderado  aquel  á  cuyas  manos  llegó 
consignada  una  rica  y  surtida  cargazón  de  muchos  far- 
dos, si  porque  en  el  primero  y  segundo  que  abrió  se  ha- 
lló empleada  cantidad  de  azabaches,  agujas,  cintas  y  al- 
fileres, sin  proseguir  adelante  con  su  cala  y  cata,  luego 
desestimó  todo  el  empleo  y  lo  abromó  y  echó  en  un  rin- 
cón, sin  hacer  caso  del.  Como  sería  de  liviano  y  anticipa- 
do juicio  el  otro  que,  entrando  en  una  casa  grande  y 
principal,  porque  vio  en  los  corredores  algunos  países  y 
pinturas  de  poco  precio,  sin  ver  más  juzgó  que  las  que 
el  señor  de  aquella  casa  guardaba  en  sus  salas  y  camarín 


—  329   — 
eran  de  la  misma  manera;  ó  porque  vio  en  alguna  pieza 
en  el  aparador  platos  de  barro,  desacreditó  todo  el  apa- 
rato de  la  mesa,  sin  prevenir  que  el  aparato  de  plata  ó 
china  estaba  con  justa  causa  guardado. 

Multa  di'vitis  in  domo 
Sita  est  per  omnes  ángulos  pelex: 
Fulget  aureus  Seyphus. 
Nec  are  desit  expolita  pel-vis, 
Est,  et  olla  fict ¡lis 

Granjisque  et  ampia  argéntea  est  pafopsis, 
Sunt  aburnea  qua  piam. 
Non  nulla  quercusunt  ca-vata  et  ulmo, 
0?nne  'vas  Jit  utile. 
S}uod  est  adusum  congruens  herüetn 
Instruum  enim  domiim 
Ut  empta  magno,  ist  parata  ligno. 

Y  con  licencia  de  V.  m,,  y  por  no  salir  de  su  estilo, 
la  tengo  de  volver  así:  con  que  pido  perdón  á  las  faltas 
de  repente: 

Están  las  casas  del  rico 
Llenas  de  muchas  alhajas; 
Resplandece  el  vaso  de  oro, 
De  metal  vacía  no  falta; 
Hay  olla  hecha  de  barro, 

Y  grande  fuente  de  plata; 
Son  de  marfil  unos  vasos 

Y  otros  de  encina  labrada: 
Que  todos  son  menester 
Para  el  señor  de  la  c  asa, 
Tanto  lo  que  cuesta  poco 
Como  en  lo  que  másse  gasta. 

Mucha  reprehensión  merecia  su  trabajo  de  V.  m. 
si  toda  su  lección  se  encaminara  sólo  á  este  fin:  mas  si 
entre  los  estudios  más  serios  y  para  mayores  fines  se  di- 


—  340  — 
virtió  un  poco  el  ánimo,  ¿qué  culpa  ó  qué  crimen  co- 
metió? ¿No  es  fructuosa  la  tierra  que  lleva  entre  bellos  y 
acopados  árboles  las  pequeñas  y  humildes  pero  vistosas 
flores:  Mezcló  la  sabia  naturaleza  de  agradable  variedad 
todas  sus  obras,  para  hacerse  admirable:  «Ut  enimvariis 
multatis  que  seminibus^  ita  ingenia  nostra,  nunc  hac,  nunc 
illic  medial ione  recoluntur.yy 

Sic  Jiominum  ingenium  flecti  duciqueper  artes, 
No?i  rígida  docta  íno-uiHtate  dotet. 

Considera  muy  bien  Piinio  el  más  mozo  que  nues- 
tro ánimo  se  fatiga  atraido  de  su  inconstancia  ó  su  fla- 
queza en  la  consideración  atenta  de  las  artes.  Justo  es 
que  respire  y  se  alegre  para  cobrar  nuevos  alientos;  y 
siendo  esto,  nó  sólo  voluntario,  sino  forzoso,  m.uy  acer- 
tada diversión  y  entretenimiento  buscó  V.  m.  en  los 
juegos  de  los  muchachos.  Porque  ¿qué  mejor  entreteni- 
miento que  en  aquello  que  en  primer  lugar  merece  este 
nombre?  ¿Qué  más  inculpable  diversión  que  en  los  sen- 
cillos juegos  de  la  niñez?  No  juzgo  sólo  que  V.  m.  se 
ha  entretenido  docta  y  discretamente,  sino  que  merece 
alabanza  y  agradecimiento  de  la  posteridad.  Huya  de 
aquí  Némesis.  Á  esto  no  obsta  la  pequenez  de  la  ma- 
teria, ni  ésta  disminuye  un  punto  el  premio,  porque  no 
es  gran  pintor  el  que  pinta  gigantes,  ni  malo  el  que  pin- 
ta pigmeos.  Aquel  se  dirá  buen  pintor  que,  guardando 
los  preceptos  del  arte,  obra  con  perfección  y  valentía. 
Aquel  se  llamará  mal  pintor: 

Infelix  operis  sumtno  qui  poneré  totum 
Nescit  


-  341   — 
Nó  porque  el  otro  poeta  fanfarrón  comenzó  su  obra 
con  loca  hinchazón: 

Diuitias  Priami  cantanjo  et  nobile  bellum, 

se  dejó  de  reir  con  justa  causa  Horacio: 

Partiirie?it  montes  nascetiir  ridiculas  mus. 

Más  alabanza  mereció  Virgilio  por  su  Mosquito  que 
Claudiano  por  su  Gigantomachia.  ¿Quién  habrá  en  el 
mundo,  de  sano  juicio  y  mediana  noticia  de  erudición, 
que  no  estime  en  más  las  Ranas  de  Aristófanes  y  Home- 
ro que  los  Caballeros  del  Phebo?  Que  aquellas  durarán, 
con  emulación  de  los  siglos,  y  éstos,  como  fábulas  des- 
proporcionadas y  vanos  encantamientos,  perecieron  con 
la  vida  del  autor,  sin  admiración  ni  agradecimiento  de 
'iddie.  El  ser  materia  pequeña  y  olvidada  antes  realza  el 
ingenio.  Más  acredita  la  agudeza  de  su  vista  el  que  en 
la  noche  oscura  con  incierta  luz  de  estrellas  descubrió  el 
menudo  aljófar,  ya  perdido  y  envuelto  en  el  arena,  que 
el  que  vio  acaso  las  murallas  y  torres  de  su  patria,  si 
bien  éstas  son  de  mayor  precio  y  valor.  Acabo  con  lo 
que  Plinio  ad  Tuscum  siente:  «Lusus  vocatur  sed  ilusus 
intendum,  non  minorem  gloriam  quam  seria  consequun- 
tur.» 

D.  Fern.  Aunque  de  las  bien  ordenadas  razones 
que  V.  m,  tan  eruditamente  ha  pensado  y  dicho,  experi- 
mento los  quilates  de  su  ingenio,  que  há  muchos  dias 
conozco  y  estimo  mucho,  más  se  adelantan  los  que  re- 
reverencio  de  su  verdadera  amistad,  pues  sube  á  tanto 
precio  lo  que  en  sí  no  lo  tiene,  con  sólo  el  crédito  que  le 
da,  previniendo  desde  ahora  razones  de  mi  defensa  con- 
tra la  sospecha  de  mi  injusta  calumnia;causa  por  sí  bas- 


—  342  — 
tante  á  que  pospuesto  el  amor  propio  me  sujete  á  la  ley 
de  su  gusto.  Pero  hay  otra  tercera  especie  de  hombres  en 
el  mundo,  como  aquellos  que  finge  Aristóphanes  en  el 
convite  de  Platón,  bien  que  aquéllos  se  llamaban  an- 
dróginos, y  éstos  críticos. 

D.  Diego.  Ese  es  un  género  de  gente  pestilencial, 
que  se  ha  pegado  de  unas  ciudades  en  otras,  y  ya  casi 
llega  á  las  aldeas  el  contagio. 

D.  Fern.  Pues  si  este  discurso,  así  cual  es.  llegase 
á  las  manos  de  uno  de  estos  enfermos  de  presunción,  no 
dudo  que  lo  arrojaría  por  ahí: 

Ingenúnans  tremulus  naso  crispante  cachinas. 

O  si  por  hacerle  gran  favor  le  leyese,  en  acabando, 
si  tuviese  tanta  paciencia,  se  mostraría  como  fiero  león 
airado. 

Atque  animi  intenpres  mana'vit  lingua  cruorem. 

Estos  son  semejantes  á  aquella  diosa  Até  de  Home- 
ro, de  la  cual  dice  se  derivan  todos  los  males,  que  todo 
lo  anda,  y  es  tan  perniciosa  que  dando  con  su  cabeza  en 
las  nubes  pone  los  pies  sobre  todas  las  cabezas  de  los 
mortales,  á  los  cuales  apesta  é  inficiona  su  aliento;  y  es 
tanta  su  malicia,  que  se  atreve  á  poner  lengua  en  el  mis- 
mo Júpiter  y  los  demás  celestiales.  Finalmente,  ésta  es 
la  calumnia,  cuyos  sacerdotes  (si  tan  venerable  nombre 
merece  tan  infame  gente)  son  los  maldicientes. 

D.  Ped.  No  digo  yo  que  no  son  dignos  de  temer 
los  críticos,  mucho  más  que  aquellos  dias  que  los  mé- 
dicos llaman  críticos  en  las  enfermedades;  porque  en 
éstos  alguna  vez  dan  muestra  de  mejoría  los  enfermos: 
más  aquéllos  siempre  desahucian  sin  piedad,  y  muchas 


—  343  — 
sinjuicio,  como  lo  promete  su  nombre,  haciendo  contra 
lo  que  profesan.  Mas  para  pasar  por  peligros  tan  conoci- 
dos he  hallado  un  medio,  y  no  es  el  que  tomó  Ulises,  ta- 
pándose los  oidos,  pues  no  remediaremos  nada  si  deja- 
mos abiertos  los  de  todos. 

D.  Diego.  Yo  lo  deseo  oir,  porque  sería  para  mí 
de  mucho  disgusto  cualquiera  de  los  dos  inconvenientes: 
ó  que  la  opinión  del  señor  D.  Fernando  recibiese  algún 
detrimento,  ó  que  esta  plática  se  malograse,  olvidando 
tantas  curiosidades  ocultas  como  el  señor  D.  Fernando 
ha  investigado. 

D.  Ped.  No  tiene  riesgo  ninguno  de  los  que  V.  m. 
ha  propuesto  escribir  este  volumen,  y  que  éste  no  se 
muestre  sino  á  alguno  muy  amigo,  con  gusto  y  mandado 
del  señor  D.  Fernando. 

D.  Fern.  Sea  muy  enhorabuena,  con  que  también 
le  tengo  de  poner  una  nómina: 

Bullatis  ut  mihi  nugis . 

Pagina  t urges cat. 

Y  ha  de  ser  la  que  Marcial  puso  en  su  lib.  X,  con 
una  oración  contra  el  Tacino,  que  comienza: 

Nasutus  sis  US  que  licet,  sis  de  ñique  nasus. 

D.  Ped.      V.  m.  lo  pertrechará  de  manera  que  nos 
atrevamos  á  enviarle  tal  vez  á  Sevilla. 
D.  Fern. 

Sunt  isti  dúo,  tres've  qui  revol-vant . 
Nostrarum  lineas  ineptiarum. 

Estoy  cierto  que  con  ellos  se  cumplirá  la  sentencia 
Plautina: 


—   344  — 

J'rovisores  arburabunt,  si  probis  narraberis . 

Bien  los  buenos  judgadores, 
Si  á  buenos  se  lo  contares. 

Nunc  itaque  et  verbus,  et  catera  luJrica  pono. 

Laúdate  pueri  Dominum. 

Laúdate  nomen  Domini. 

Ipsi  Gloria. 

EISAIQNAi: 


VARIOS  TRATx4D0S 


ANTIGÜEDAD 
DEL  APELLIDO  CARO 


Á  D.FERNANDO  CARO, 

Regidor  Perpetuo  de  la  Villa  de  Carmona, 

EL  DR.  RODRIGO  CARO,  S. 


Pregúntame  Vm.  por  la  suia  si  este  apellido  de  Caro 
es  antiguo,  i  si  en  los  tiempos  passados  por  las  historias 
consta  auerse  llamado  Caros  algunos  varones  famosos? 
y  en  tal  caso  me  manda  le  sirva  con  hazer  una  breve  re- 
capitulación i  catálogo  de  ellos.  En  ambas  cosas  inte- 
resso  tanto  gusto,  que  después  de  auer  hecho  lo  que 
Vm.  me  manda,  no  me  queda  deudor  de  cosa  alguna, 
por  ser  común  la  causa  i  el  gusto.  Bien  quisiera  io  sa- 
tisfazer  este  intento  con  más  copia  de  libros  que  los  que 
en  esta  villa  tengo,  hallándome  en  parte  que  me  pudie- 
ra valer  de  los  de  mis  amigos;  pero  como  lo  que  aquí 
escribo  no  es  más  que  obra  de  la  memoria,  en  hallando 
algo  de  nuevo,  lo  podremos  añadir. 


-  348  - 
Ante  todas  cosas,  agradesco  á  Vm.  el  gusto  que  no 
sólo  en  ésta,  pero  en  todas  las  cosas  de  antigüedad 
muestra,  i  le  exorto  á  que  lo  prosiga,  pues  el  conoci- 
miento de  ella  es  utilíssimo  i  necessario  á  toda  suerte  de 
personas  i  gentes,  en  especial  á  los  que  professan  letras 
ó  gobiernan  repúblicas,  porque  entre  otros  bienes  i  ece- 
lencias  suias  introduze  en  la  mente  hábitos  de  sabiduría 
i  prudencia,  i  despierta  el  conocimiento  de  las  cosas, 
para  de  todas  hazer  cabal  y  justo  aprecio;  da  hermo- 
sura i  ser  á  las  sciencias;  establece  el  verdadero  sentir 
en  la  variedad  de  opiniones,  porque  reconociendo  sus 
autores,  sabe  discernir  sus  razones  i  méritos;  haze  es- 
pléndida i  autorizada  la  oración,  mysteriosa  i  sonante 
la  poesía;  i,  finalmente,  no  ai  cosa  en  las  artes  i  ciencias 
que  más  las  ilustre  i  realce.  ¿Qué  más?  De  ninguna 
cosa  se  jactan  i  precian  tanto  las  familias  i  linages  nobles 
como  de  la  antigüedad,  y  tantos  más  grados  i  quilates 
de  valor  se  les  da,  quanto  más  luengo  tiempo  an  tenido 
en  la  común  opinión  fama  i  possession  de  respeto.  Esto 
es,  porque  como  el  olvido  i  la  instabilidad  de  las  cosas 
umanas  hazen  tan  conocida  guerra  á  su  duración,  lo 
que  de  sus  rigores  se  escapa  es  tenido  á  maravilla. 
Aquello  maiormente  está  sugeto  á  mudanza  i  ruina,  que 
tiene  por  lei  nuestra  mudable  i  varia  voluntad,  como 
son  las  vozes  i  nombres  de  las  cosas,  que  bien  así  como 
las  hojas  de  los  árboles  enlas  selvas  cada  año  se  mudan 
i  renuevan,  naciendo  unas  i  envege^iéndose  otras.  Ho- 
racio, á  este  intento: 

Ut  silva  folíis  pronos  mutantur  iri  annos 
Prima  caJiint,  ita  'verborum  •uetus  iníerit  cetas. 


—  349  — 

Nosotros  i  nuestras  cosas  somos  debidos  á  la  muerte. 

El  nombre  ¿qué  otra  cosa  es  sino  voz,  y  qué  otra 

cosa  es  la  voz  sino  un  poco  de  aire  herido?  No  tiene 

más  ser  ni  sustancia.  Por  esto  llamó  vanos  los  nombres 

Ovidio: 

^id  Styga?  quid  tenebras  et  nomina  njana  íimetisF 

Y  Lucano,  en  su  Pharsalia: 

Et  nomina  'vana  Catonum. 

Por  su  vanidad  perecen  y  mueren.  Ausonio: 

Monimenta  fatiscunt . 
Mors  etiam  saxis,  nominibusque  'venit. 

Por  esto  con  justa  razón  merecen  respeto  los  nom- 
bres que  del  olvido  i  la  mudanza,  que  es  su  muerte  co- 
mún, se  escaparon;  i  luego  que  en  la  lecion  los  encon- 
tramos, pulsan  el  ánimo  i  llaman  la  atención. 

Por  ventura  fué  esta  la  causa  que  movió  al  doctíssi- 
mo  Antonio  Agustin,  arzobispo  de  Tarragona,  á  hazer 
un  libro  bien  grande,  en  que  recapituló  los  nombres 
propios  que  en  los  libros  del  Derecho  se  conservan. 

Si  io  ubiera  tenido  este  intento,  por  ventura  ubiera 
colegido  un  gran  catálogo  de  nombres  de  familias  que 
hoyen  España  se  conservan.  Los  queaora  me  ocur- 
ren son  éstos:  Pon^e,  Pacheco,  Estúniga,  Calvo,  Lai- 
nes,  Elío,  Mesa,  Palma,  Varo,  Merino,  Melio,  Pino, 
Mena,  Pastor,  Copones,  Florido,  Mela,  Parra,  Mato, 
Serrano,  Abbad,  Cano,  Marín,  Falcon,  Adrián,  Laso, 
Leen,  Mi  lian,  Arellano. 

No  es  menos  frequente  ni  ^élebre  que  todos  los  di- 
chos este  apellido  i  nombre  Caro  en  historias  é  inscrip- 
ciones, de  que  haré  á  Vm.  una  breve  recapitulación  y 


-  35^  — 
compendio,  traiendo  por  testigos  de  lo  que  digo  no  só- 
Jo  los  autores,  sino  los  mismos  lugares  originalmente, 
para  que  se  entienda  que  no  hablo  de  cabera  como  di- 
cen. I  porque  siempre  en  tales  casos  es  justo  temer  la  ca- 
lumnia, es  forzoso  enbra^ar  el  escudo  contra  ella,  i  des- 
de aora  protestar  que  mi  intento  no  es  por  esto  texer 
descendencias,  ni  derivar  genealogías;  porque  aunque  en 
la  de  este  apellido  a  auidoen  esa  villa  i  en  otras  de  An- 
daluzía,  Castilla  i  Valencia,  i  de  presente  ai,  insignes  fa- 
milias i  varones,  no  es  mi  intento  dezir  que  estos  ó 
aquellos  vienen  de  alguno  de  los  que  aquí  nombrare, 
sino  sólo  manifestar  la  antigüedad  i  célebre  mención  de 
este  nombre  i  apellido:  pero  aunque  los  que  ubieren 
tenido  nuestro  nombre  no  sean  deudos  ó  progenitores 
nuestros,  es  bueno  hazer  parentesco  de  solos  los  nom- 
bres para  imitarles  en  la  virtud  ó  ecelencia  que  tuvie- 
ron, conque  merecieron  la  inmortalidad.  No  va  tan  des- 
calco de  razón  i  fundamento  este  parentesco,  que  no  lo 
tenga  con  firmeza  en  el  Derecho.  El  jurisconsulto  Pa- 
piniano  lo  dixo  en  la  leí  76  cumfilius.  Vide  1.  uxorem  29, 
ff.  de  maniimissis  in  testamento.  Cuiacius  doctissime  ind. 
%  pater:  Dig.  de  legat.  11^  allí.  Sempronio  plus  trihuas  in 
honorem  nominis  mei:  porque  la  similitud  ó  unidad  del 
nombre  causa  amistad. 

Marcial,  lib.  X,  epigr.  73,  ad  Marcum: 

Possefti  nisi  munus  amare 
Maree  tuum,  poteram  Nomen  amate  meum. 

Fué  cosa  muí  usada  en  el  pueblo  romano  que  los 
que  passauan  á  agena  familia  por  adopción  ó  arrogación 
dexassén  su  propio  nombre  i  el  de  su  familia  natural,  y 


-  35^  - 
tomassen  el  nombre  de  aquella  á  que  passavan  por  adop- 
ción; como  lo  hizo  Paulo  Emilio,  hijo  de  Paulo  Emilio 
Macedónico,  que  por  adoptarlo  Scipion  dexó  el  nombre 
propio  y  se  llamó  Scipion  como  su  padre  adoptivo.  Y 
no  auia  otra  razón  más  fuerte  para  tal  mudanza,  si  no 
tuvieran  por  parentesco  la  similitud  del  nombre,  imitan- 
do la  naturaleza,  i  supliéndola  con  arte;  por  lo  qual  na- 
die que  esto  supiere  se  maravillará  que  passe  en  nos- 
otros lo  que  tan  común  a  sido  en  el  género  umano,  es- 
pecialmente en  las  repúblicas  políticas  i  bien  goberna- 
das. 

Viniendo  á  nuestro  intento,  el  primer  Caro  que  á 
esta  memoria  viene  fué  soldado  valentíssimo  de  Alexan- 
dro  Magno,  cuia  historia  escribe  elegantemente  Quinto 
Curcio  en  el  lib.  IX  de  las  Cosas  de  Alexandro^  cuias 
palabras  trasladaré  fielmente  en  la  manera  siguiente: 

«Avia  Alexandro  tomado  la  ciudad  de  Nora  y  otros 
muchos  pueblos  de  menor  contía,  cuios  vezinos  se  aco- 
gieron y  hizieron  fuertes  en  un  peñasco  tan  alto,  y  tan 
fuerte  por  naturaleza,  que  llegándolo  á  conquistar  Hér- 
cules, según  fama,  se  desistió  del  propósito.  Falto  de 
consejo  Alexandro,  porque  el  tal  peñasco,  que  se  llama- 
ua  Dorinis,  era  tajado  por  todas  partes,  se  le  ofreció  un 
ombre  maior,  diestro  en  aquellos  lugares,  con  dos  hijos 
suios,  el  qual  le  dixo  que  si  se  lo  pagaua  le  mostraría 
camino  para  ganarlo.  Ofrecióle  Alexandro  ochenta  ta- 
lentos, y  tomando  por  rehenes  uno  de  los  dos  hijos,  le  dio 
soldados  para  la  conquista.  Fué  por  capitán  de  los  sol- 
dados armados  á  la  ligera  Mulino,  secretario  del  Rei, 
para  que  cercando  la  peña  por  la  parte  que  tenía  un  cer- 


—  3S^  — 
ro  frontero  entretuviessen  i  engañassen  al  enemigo.  Este 
gran  peñasco,  nó  como  los  ordinarios  se  levanta  poco  á 
pocoá  su  maior  altura;  antes,  á  manera  de  una  íorre  (i), 
estaua  derecho:  bien  que  por  la  parte  baxa  era  más  an- 
cho i  en  la  superior  más  angosto.  Passa  á  la  raíz  de  él  el 
rio  Indo,  hondo  por  ambas  vandas;  por  otra  parte  esta- 
ua cercado  de  lagunas  i  pantanos,  en  tal  manera  que  era 
impossible  combatirlo  sin  terreplenarlas.  Estaua  á  mano 
una  selva,  de  la  qual  mandó  Alexandro  que  cortassen 
fagina,  pero  que  no  truxessen  más  que  los  troncos,  por- 
que no  se  estorvassen,  i  él  echó  mano  el  primero  á  un 
árbol,  i  lo  arrojó  al  pantano:  acudió  luego  con  alarido 
i  gusto  todo  el  exército,  no  dexando  ninguno  de  hazer 
cosa  que  el  mismo  Rei  auia  comenzado:  detuviéronse 
en  esto  siete  dias;  i  estando  ia  llenas  aquellas  cavernas, 
mandó  el  Rei  que  los  flecheros  i  los  soldados  llamados 
argianos  forcejassen  por  subir  arriba.  Escogió  él  mis- 
mo de  su  compañía  treinta  valientes  mancebos,  á  los 
quales  dio  por  capitanes  á  Caro  y  Alexandro.  A  éste 
advirtió  el  Rei  que  mirasse  que  tenía  su  nombre  mis- 
mo; i  porque  el  peligro  era  mui  cuídente,  no  pareció 
que  convenia  que  el  Rei  en  persona  fuesse  á  esta  im- 
presa: mas  así  como  se  dio  señal  de  acometer,  como 
varón  de  audacia  prompta,  vuelto  á  los  de  su  guarda, 
mandó  que  le  siguiessen,  i  él  el  primero  acometió  al 
gran  peñasco,  no  quedando  macedón  que  no  le  siguiesse, 
porque  dexados  sus  puestos,  todos  siguieron  á  su  Rei. 
Era  cosa  de  lástima  verlos  caer  de  lo  más  alto  i  que   se 


(i)     Meta  está  en  el  thsto  de  Q.  Curtió;  pero  como  este  género  no 
está  en  el  uso,  trasladamos  torre. 


-  3S3  — 
los  tragaua  el  rio,  i  movía  tristeza  i  dolor  aun  á  los  que 
no  peligrauan,  adivinando  en  la  miseria  agena  lo  que 
para  ellos  estaua  también  guardado;  i  volviéndoseles  en 
miedo  la  misericordia,  no  llorauan  ia  los  muertos,  sino 
a  sí  mismos;  auíanse  ia  empeñado  tanto  que  no  era  po- 
sible volver  atrás,  sino  siendo  vencedores,  aunque  á 
mucha  costa,  porque  los  bárbaros  arrojauan  grandes 
peñas  sobre  los  que  subían,  las  quales,  no  pudiéndose  te- 
ner los  soldados  por  la  altura,  daban  con  ellos  abaxo. 
Auíanse  escapado  del  peligro  Alexandro  y  Caro^  capita- 
nes de  aquellos  treinta  que  el  Rei  auia  enviado  delante, 
i  ia  comentaban  á  pelear  de  cerca  con  los  enemigos; 
pero  como  los  bárbaros  arrojauan  dardos  de  lo  alto,  re- 
cibían muchas  heridas.  Acordóse  el  capitán  Alexandro 
de  lo  que  el  Rei  le  auia  dicho,  i  peleava  con  más  ánimo 
que  recato,  hasta  que  caió  muerto,  herido  por  todas  las 
partes  de  su  cuerpo;  y  viéndolo  Caro  ia  caído,  no  acor- 
dándose más  que  de  su  venganza,  comentó  á  arrojarse 
contra  el  enemigo,  dando  á  muchos  la  muerte,  ia  con 
la  lanza  ia  con  la  espada:  pero  cercando  á  uno  solo  tan- 
tos enemigos,  cayó  sin  fuerza  y  sin  vida  sobre  el  cuer- 
po de  su  amigo.  Viendo  tan  miserable  caso  Alexandro 
Magno,  mandó  dar  señal  de  recogerse.»  Hasta  aquí 
Q.  Curtió,  á  nuestro  intento. 

Sucedió  esta  batalla  cerca  de  la  Olimpiada  114, 
de  la  fundación  de  Roma  400  años,  i  antes  que  Nues- 
tro Redentor  Jesucristo  nacíesse350  años.  Tanto  es  an- 
tiguo en  varones  célebres  el  apellido  y  nombre  de  Caro^ 
pues  le  tuvo  este  ínclyto  mancebo,  que  murió  por  su 
Reí  i  por  su  amigo. 

45 


—  354  ~ 

I  de  su  historia  consta  también  lo  que  poco  á  de- 
zíamos  de  la  similitud  del  nombre,  pues  Alexandro 
Magno  le  hizo  cargo  al  compañero  de  Caro  que  advir- 
tiesse  tenía  su  nombre,  para  que  le  imitasse  en  el  valor. 
Las  palabras  de  Curtió  son  éstas:  «Duces,  inquit,  his 
dati  sunt  Carus  et  Alexander^  quem  rex  nominis,  quod 
sibi  commune  esset  cum  eo  admonuit.»  I  esta  similitud 
de  nombre  fué  vastante  para  que  no  cediesse  al  rigor 
de  la  muerte.  Ergo  Alexander  et  promissi  memor,  et  no- 
minis  sui  dum  acrius  quam  cautius  dimicat^  undique  con- 
fossus  obrruitur. 

Este  Caro^  como  parece  de  Q^  Curtió,  era  griego, 
natural  de  Macedonia,  porque  los  soldados  pretorianos 
de  Alexandro  que  él  llevava  en  su  guarda  i  compañía, 
de  la  qual  era  Caro^  eran  macedones,  como  e!  Rei  tan- 
bien  lo  era. 

De  Macedonia  passaremos  á  nuestra  patria  España, 
igual  i  semejante  á  ella  en  el  valor  de  sus  naturales.  De 
aquí  fué  Caro^  capitán  general  de  los  pueblos  segeda- 
nos,  arevacos  i  thitios,  que  todos  ellos  lo  eligieron  de 
común  parecer  contra  los  romanos,  que  entonces  hazian 
la  guerra  en  España  la  Citerior,  por  aquella  parte  que 
oi  llamamos  Castilla  la  Vieja,  cerca  de  Osma.  Salió  Caro 
á  la  batalla  con  veinte  i  cinco  mili  ombres,  y  contra  él 
el  cónsul  Marco  Ful  vio  Nobilior,  que  traia  en  su  exér- 
cito  treinta  mili  de  pelea  i  muchos  ciudadanos  romanos. 
Úbose  Caro  y  su  gente  tan  valerosamente,  que  desba- 
rató el  Cónsul  y  lo  puso  en  huida,  auiéndole  muerto 
mucha  gente,  i  entre  ella  seis  mili  ciudadanos  romanos, 
cuia  muerte  fué  sentida  i  llorada  en  Roma.  No  le  costó 


—  3S5  — 
á  Caro  de  valde  tan  illustre  vitoria,  porque  de  manera 
le  empeñaron  su  valor  i  corage  en  la  prosecución  de 
ella,  que  peleando  fortíssimamente  caló  muerto  i  ven- 
cedor. Este  sucesso  cuenta  Apiano  que  passó  6o i  años 
déla  fundación  de  Roma,  150  antes  que  Nuestro  Señor 
naciesse.  Parece  que  las  provincias  que  en  el  mundo  con 
más  orgullo  an  imperado,  con  invidia  unas  de  otras,  an 
produzido  varones  de  este  nombre  insignes;  pues  de 
Macedonia,  patria  del  maior  capitán  del  mundo,  passa- 
mos  á  España,  patria  de  los  Trajanos,  Adrianos  i  Theo- 
dosios,  i  de  aquí  á  Italia,  señora  del  mundo,  asombro  de 
todos  los  siglos  que  son  i  serán,  en  la  qual  nacieron  mu- 
chos de  este  apellido  Caro,  insignes  varones  tanto  en  la 
guerra  como  en  la  paz.  En  ésta  más  que  en  aquélla 
resplandeció  Tito  Lucrecio  Caro,  natural  de  Roma,  de 
la  nobilíssima  y  antiquíssima  familia  de  los  Lucretios; 
fué  admirable  poeta  i  philósopho  de  la  secta  epicúrea: 
escribió  doze  libros  De  Rerum  Natura,  i  fué  el  prime- 
ro de  los  romanos  en  aquel  género,  como  lo  dize  él 
mismo: 

Auia  PieriJum  peragro  loca  nuUius  ante 
Irita  solo. 

Cicerón  alabó  i  estimó  mucho  sus  obras,  i  las  corri- 
gió.  Ovidio  adivinó  por  su  ingenio  i  grandeza  su  in- 
mortalidad, pues  dixo  que  sólo  el  último  fuego  del  dia 
del  Juizio  las  consumiria. 

Carmina  sublhnis  tune  simt  peritura  Lucreti. 
Exitio  ierras  cutn  dabit  una  dies. 

Onrran  los  poetas  latinos  su  memoria  con  magnífi- 
cos epítetos  i  encomios:  unos  le  llaman  admirable,  otros 


—  35^  — 
sublime,  otros  de  arduo  furor.  Véanse  Ovidio,  Mar- 
cial, Quintiliano,  Papinio  Estacio,  y  otros. 

Amólo  tanto  Lucilia,  su  muger,  .que- dándole  un  pó- 
culo amatorio,  le  quitó  la  vida.  Floreció  más  de  cien 
años  antes  que  Jesucristo  naciesse:  de  él  no  quedan  oi 
más  que  seis  libros,  De  Rerum  Natura. 

Poco  después  de  Tito  Lucrecio  Caro  florecieron  en 
Roma  Marso,  Rabirio,  i  Macro,  poetas,  i  entre  ellos 
fué  célebre  Caro.  De  él  haze  memoria  Ovidio  en  el  IV 
de  Ponto^  el.  i6,  en  aquellos  versos: 

Et  qui  lunoiietn  leesisset  in  Hfcule  Carus, 

Junonis  si  mtn  inni  gener  Ule  foret. 

El  mismo  Ovidio  tuvo  un  amigo  llamado  Caro, 
persona  de  mucha  cuenta  i  valor  en  Roma,  que  le  de- 
fendia  en  su  destierro  i  permanecia  su  amigo  en  su  cai- 
da,  cumpliendo  con  la  ethimología  del  nombre  de  Caro 
que  tenía.  En  el  líl  de  los  Tristes  lo  dize  Ovidio: 

Su7n  quoque  Care  tuis  defensus  'uiribus  absens; 
Seis  Carum  •veri  nominis  esse  loco. 

En  el  IV  de  Ponto,  en  la  Elegía  XIII,  escribe  al 
mismo  Caro,  rogándole  mucho  que,  como  persona  lle- 
gada al  emperador  Germánico  César,  interceda  que  se  le 
al^e  el  destierro,  y  le  da  cuenta  de  su  vida  en  él.  Comien- 
ca  esta  Elegía: 

o  miJii  non  dubios  inter  memorande  sodales 
¿lui  quod  es,  id  ■veré  Care  ijocaris,  ciue. 

En  Novempopulonia,  ciudad  de  Francia,  dura  hasta 
oi  una  inscripción  de  Marco  Tarino  Caro,  sacerdote. 
Tráela  Jano  Grutero  en  las  Inscripciones  del  Orbe.  Co- 
mienza así: 


—  3  57  - 

M.  TARINO.  CARO.  SACERD. 

Cornelio  Tácito,  en  el  lib.  I  de  sus  Historias^  haze 
memoria  de  Julio  Caro^  soldado  legionario,  que  mató  á 
Tito  Vinnio,  amigo  del  emperador  Galba:  <^Ante  ¿edem 
Divi  Julii  iacuit  primo  ictu  (T.  Vinius)  in  poplitem 
mox  ab  Julio  Caro  legionario  milite  in  utrumque  latiis 
transverberatus. » 

En  tiempo  de  el  cruel  Domiciano  ubo  en  Roma  un 
varón  noble,  que  fué  delator  ó  fiscal,  llamado  Metió 
Caro,  el  quai,  sirviendo  á  la  auaricia  de  su  dueño,  fué  te- 
nido por  mal  ombre.  De  él  ai  hecha  memoria  en  autores 
de  aquel  tiempo.  Plinioel  más  mo^o,  en  la  Ep.  á  Voco- 
nio,  lib.  I:  «Lacerat  Herennium  senecionem  tam  intem- 
peranter  quidem  ut  dixerit  ei  Metius  Carus:  Qiuid  tibi 
cum  meis  mortuis^.y>  I  en  el  lib  VI,  Epístola  ad  Hispa- 
num:  <íPetit  ut  Carus  veniat,  nosque  si  potest,  in  alliqua 
inquisitionis  vestigia  inducat.» 

De  éste  habló  Juvenal  en  la  Sátira  \,  v.  35: 

¿íuem  Massa  timet  qiiem  muñere  paipai 
Carus,  ei  a  trepido  Thimele  summissu  Latino. 

No  lo  olvidó  Marcial,  lib.  XII,  Fpigram.  in  thele- 
sinum  ii,  et  ibi  Radericus: 

Ecce  reum  Carus,  detulii  adsit  agellus 
Exsilii  comitem  queris?  agelluseat. 

Plinio,  lib.  VI,  Ep.  a  Voconio,  nombra  á  Atilio 
Caro,  que,  pues  él  confiessa  ser  su  amigo,  sin  duda  era 
persona  de  mucha  cuenta.  «Scribis,  inquit,  Robustum 
splendidum  equitem  romanum  cum  Attilio  Caro  meo  ocri- 
culum  usque  iter  fecisse  deinde  nusqua'm  campar uisse.y> 

Si  los  comentadores  de  Juvenal  entienden  que  este 


-  358  - 
Attilio  Caro  es   el   delator   Metió  Caro^  se  engañan, 
pues  en  los  nombres  ó  pronombres  son  diferentes. 

Luciano  el  que  se  llamó  Blasphemo,  en  el  lib.  II  de 
las  Verdaderas  Historias^  haze  memoria  de  Caro^  que 
fué  vencedor  en  lucha,  exercicio  en  los  buenos  tiempos 
mui  valido  i  estimado. 

En  el  tiempo  de  Tito  Aurelio  Antonino,  sucessor  de 
Hadriano,  nuestro  italicense  ó  sevillano,  fué  cónsul  en 
Roma  Caio  Popilio  Caro:  tubo  tanbien  dignidad  de  so- 
dal  hadrianal.  Consta  de  los  Fastos  Consulares  \  de  una 
piedra  antigua  in  Tibure  in  cede  Bivi  Pauli  non  procul 
ab  Urbe. 

CAIO.  POPILIO.  C.  P.  QVIRINA 

CARO.  COS.   VII.  VIR.  SODAL. 

HADRIANAL.  LEGATO.   IMP. 

CAES.  ANTONINI. 

Marco  Valerio  Marcial,  en  el  lib.  ÍX,  escribe  dos  á 
Caro.  La  una  comienza  así.  Epigr.  XVIII  ad  Carum: 

o  cui  'virgíneo  flavescere  cofiíigit  auro 
Dic  ubi  Palladium  sit  tibi  Care  decus>. 

La  segunda,  ad  eundem  Carmn,  acaba  con  un  dísti- 
co tal: 

Non  solum  Pallas  íribuit  tibi  Care  coronam 
Effigiem  domini  quam  colis  illa  dedit. 

Lambino,  Turnebo  y  otros  gramáticos  dizen  que 
este  Caro  fué  abogado;  otros  que  capitán  de  cien  sol- 
dados; Radero  que  fué  vencedor  en  los  juegos  quin- 
quatrios  en  onor  de  la  diosa  Minerva,  i  que  por  esto  le 
dio  el  Emperador   una  corona  de  oro  en  premio.  De 


—  359  — 
qualquier  modo  él  fué  persona  principal  y  ^élebre. 
El  mismo  poeta  Marcial,  en  el  dicho  lib.  IX,  escri- 
be otro  Epgramma  á  Caro^  deudo  suio  (lib.  IX,  Eftg, 
^^,  ad  Carum  cognatum),  á  quien  enviava  ciertos  rega- 
los.  Comienza  así: 

Si  mihi  Picena  iurdus  palleret  olma. 

Y  en  la  mitad  del  Epigramma: 

Cara  daret  solemne  tibi  cognatio  nomen. 

Algunos  exemplares  leen  Clara.  Estoi  por  los  ori- 
ginales que  dizen  Cara,  con  la  qual  voz  satisface  dos 
intentos:  el  uno  del  apellido  de  su  familia,  que  se  11a- 
mauan  Caros,  y  el  otro  de  la  propinquidad  i  amor  de 
deudo.  I  pienso  que  estos  Caros  eran  españoles,  porque 
lo  era  tanbien  M.  Valerio  Marcial. 

En  el  lib.  X  satiriza  á  un  Caro  que  fué  médico  y 
murió  de  quartanas.  Dize  así: 

Nequius  a  Caro  ni/iil  unquam  Máxime  factum  est 
¿i¿(am  quod  febre  perit,Jecit  et  Ule  nefas. 

No  a  auido  qué  desechar  en  todos  los  Caros  de 
que  hallamos  hecha  memoria;  pero  el  que  se  sigue  vas- 
tava  para  dar  mucho  onor  i  ser  á  este  apellido  de  Caro, 
pues  lo  tuvo  no  menos  que  un  emperador  romano.  Es- 
te fué  Marco  Aurelio  Caro,  electo  por  el  exér^ito  año 
de  la  Natividad  de  Nuestro  Señor  de  283.  Fué  su  ele- 
cion  aprobada  por  el  Senado,  porque  en  muchas  digni- 
dades i  cargos  que  Caro  auia  tenido  en  tiempo  de 
Probo,  su  antecessor,  se  auia  mostrado  merecedor  de 
tan  gran  monarchía,  así  en  paz  como  en  guerra.  Fue- 
ron sus  hazañas  muchas:  en  suma,  venció  los  Parthos; 
tomó  por  fuerza  de  armas  las  famosas  ciudades  de  Seleu- 


—  36o  — 
ciai  Thesiphpnte  i  la  provincia  de  Mesopotamia.  Atajó 
un  raio  el  curso  de  su  vida  i  sus  Vitorias,  estando  en 
su  tienda.  Dexó  dos  hijos  emperadores  augustos.  Carino 
i  Numeriano.  En  Ibi^a  permanece  oi  una  basa  de  esta- 
tua con  tal  inscripción: 

IMP.  CAES.   M.  AVRELIO.  CARO. 

Pío.  FELICI     INVICTO.  AVG.  PONT. 

MAX.  TRIB.  POT.  P.  P.  COS.  II. 

PROC.  ORDO.  EBVSI.  D.  N.  MER. 

«El  Concejo  de  Ibicja  puso  y  dedicó  esta  estatua  á  su 
señor  el  emperador  Marco  Aurelio  Caro,  piadoso,  felice, 
augusto,  pontífice  máximo,  tribuno  de  la  plebe,  padre  de 
la  patria,  cónsul  segunda  vez,  porque  mui  bien  lo  mere- 
cía.» 

En  Tarragona,  en  la  iglesia  de  Santa  Tecla,  está  la 
inscripción  siguiente: 


FORTISSIMO.   ET.    CLEMENTISSIMO. 

IMP.  CAES.  M.  AVRELIO.   CARO 

INVICTO.  AVG.  P.   M.  T.  P.  COS.   II. 

PROCONSVLI.  M.  AVRELIVS.  VA 

LENTINIANVS.    V.   C.  P.  P.   HISP. 

CIT.  LEG.  PR.  PR.  D.  N    M.   Q. 

EIVS. 

«Al  fortíssimo  i  clementíssimo  emperador  Cesar  Mar- 
co Aurelio  Caro,  invincíble,  augusto,  pontífice  máximo, 
tribuno  de  la  plebe,  cónsul  segunda  vez,  procónsul,  dedi- 
có esta  estatua  Marco  Aurelio  Valcntiniano,  vicario  cesá- 
reo, prefecto  pretorio,  legado  pretor  i  propretor  de  la  pro- 
vincia de  España  Citerior,  devoto  á  su  divinidad  ¡  mages- 
tad.» 


-  36i  - 
La  celebridad  de  este  nombre  llega  hasta  la  caída  del 
Imperio  romano,  i  con  él  se  sepultó  como  todas  las  de- 
más cosas;  i  así  hallo  entre  los  Epigrammas  que  Au- 
sonio  Galo  hizo  á  diversos  héroes,  uno  que  escribió  á 
un  Caro.  Son  sus  palabras  las  que  se  siguen: 

Me  sibi,  et  uxori,  et  natis  commune  sepulcrum 
Constituit  seras  Carus  ad exequias. 

Olvidávaseme  poner  en  la  lista  de  los  Caros  á  Tito 
Ebucio  Caro,  triumviro,  que  con  Marco  Emilio  Lépi- 
do  y  Tito  Quincio  Crispino  deduxo  las  colonias  de  Mu- 
tina  y  Parma  en  el  año  600  ab  Urbe  condita,  que  fué 
152  íiños  antes  que  Jesucristo  naciesse:  consta  de  Tito 
Livio,  cuias  palabras  son  éstas:  «Eodem  anno  Mutina  et 
Parma,  colonia  romanorum,  ciuium  sunt  deducta,  bina 
millia  in  agrum  qui  proxime  bocorum,  ante  Tuscorum 
fuerat.  Octona  iugera  Parma,  quina  Mutina  Gccepe- 
runt.  deduxerunt  triumviri,  M.  Mmilius  Lepidus,  T. 
Ebutius  Carus  L.  Quinctius  Crispinus.-» 

De  Salvio  Caro,  procónsul  de  Creta,  haze  mención 
Ulpiano  en  el  lih.  XLVTII  de  los  Digestos,  t."  ad  Sen. 
Cons.  Turpilianum,  lib.  XIV.  Aunque  en  otros  origina- 
les se  llama  el  mismo  Flauio  Caro. 

De  Q.  Latinio  Caro  ay  una  inscripción  en  íano  Gru- 
tero,  pág.  658  Lugduni: 

Q.   LATINIVS.  CARVS 

ET.  DECIMIA.  NIPOCOLIS 

PATRÓN  I.  ALVMNO.  KA 

RISSIMO.  ET.  SIBI.  POSVE 

RVNT.  ET  SVB.  ASCIA.  DE 

DICAVERUNT. 


—   3^2 

In  Colonia  Agrippina: 


L.  AEMILIVS.    CARVS 
LEG.  AVGVSTALIS. 

Jano  Grut.,  pág.  1025. 

L.  AEMILIO.  L.  F.  CAM.  CARO 

LEG.  AVG.  PR.  PR.  PROVINCIAE 

CAPADOCIAE,  etc. 

Jano  Grut.,  pág.  300.  Fué  cooptado  Decio  íunio 
Caro  en  la  Decuria  17.  Vipsanio  y  Messala  Consulibus. 

Hasta  aquí  los  autores  antiguos  romanos  i  griegos, 
i  no  pienso  que  dexará  de  auer  otros  muchos,  que  io  no 
e  visto,  donde  se  hallen  varones  de  este  nombre.  En 
nuestra  edad,  i  de  400  años  á  esta  parte,  en  España, 
Italia,  Inglaterra  i  otras  provincias  a  auido  i  ai  per- 
sonas de  este  apellido  con  quien  pudiéramos  onrrar  este 
catálogo;  pero  no  es  tal  mi  intento,  ni  Vm.  me  pregun- 
ta esto.  Por  fin  de  todo  pondré  la  inscripción  que  Vm. 
quiere  poner  en  su  capilla  al  señor  Juan  Caro,  padre  de 
Vm.: 

D.     O.     M.     S. 

lOANNI.  CARO.  V.  C.  QVI.  FIDEM.  PIETATEM. 

AiMOREM.  ERGA.  PATRIAM.  A.   MAIORIBVS. 

REFERENS.  VIVVS.   EXCOLVIT.  MORIENS. 

POSTERIS.  COLENDA.  RELIQVIT.  QVI.  HOC 

D.  lOANNIS.  BAPT.  SACELLVM.  VETVSTATE. 

COLLAPSVM.  P.  S.  FVLCIENDVM    CVRAVIT.  * 

QVI.   PIE.  VIXIT.  PIVS.  OEIIT.   ANN.  LXXIII. 

FERNANDVS.  CARVS. 

CARO.  PAREN'n.  B.  M.  P.  ET.  FILIIS 

ANNO.  XPI.   M.DC.XVIII. 


—  3^3  — 
En  Segouia,  en  fragmento  de  mármol  terminal,  se 
leen  estas  letras,  TVSTVM  ET  CARVM,  que  por 
ventura  fueron  los  duumviros  que  señalaron  el  térmi- 
no. Allí,  en  la  parroquial  de  San  Blas,  está  un  lucido  de 
mármol  que  fué  sepultura  de  un  caballero  llamado  Pe- 
dro Caro,  i  con  él  tuvieron  allí  sepultura  su  muger  i 
hijo:  según  las  letras  parece  de  400  años  ó  más  de  anti- 
güedad. Está  en  latin,  en  el  género  de  versos  que  enton- 
ces se  usaua,  i  el  autor  parece  no  auerse  olvidado  de 
las  obligaciones  de  la  sílaba  del  verso  heroico.  Dizeasí: 

OSZA.  PET.  CARI.  LECTOR.  SCIAT.   HI.  TOMVLARI. 

CONIVX.  ET.   NATI.  SVNT.   EV  IBIQ.  LOCATI. 

EST.  VRRACA.   PARENS.  PROLES.  D.   CARQ.  EORVR. 

PATER,   NAZRVM.   LAVRENTIVS.   ESTE.   SVORVM. 

AC.  PARARENS.   EST.   NATI.   NOMEN.  ^LIV. 

VV.  JE  FVCTV.  SIT.   XREMISERTv.   EORV. 

Sacó  las  letras  fielmente  quien  me  dio  copia  de  esta 
inscripción. 

De  este  caballero  Pedro  Caro  era  hijo  otro  que  vino 
á  la  conquista  de  Seuilla  con  el  santo  rei  D.  Fernando,  i 
fué  repartido  en  Utrera,  como  consta  del  repartimiento 
de  Seuilla. 

Del  comendador  Aníbal  Ca?'o  ha^e  mención  Xrisp- 
tóual  Salasar  Mardones  en  el  comento  de  la  fábula  de 
Píramo  y  Tisbe,  pág.  mihi  75  y  74,  en  la  copla  44,  en 
el  último  verso. 

De  Roberto  Caro  hac^e  mención  Juan  Ouen,  lib.  Ij 
Epig.  45,  pág.  170,  y  que  fué  consegero  Rl.  privado 
del  Rey  y  mui  querido  de  todo  el  reino. — yí¿/  Henrri- 
cum  principem,  lib.  I. 


Á  LA  VILLA  DE  OARMONA 


SILVJ^ 


¡Salve,  alcázar  sagrado! 
¡Salve,  una  i  otra  vez,  antiguo  muro 
De  mí  por  patria  cara  venerado! 
Aunque  del  tiempo  vives  mal  seguro, 
I  de  el  mismo  te  veo 
la  casi  en  tus  ruinas  sepultado, 
No  sé  qué  de  valor  i  de  grandeza 
A  mis  ojos  üffreces. 
Con  que  respeto  i  afficion  mereces! 

¡Quán  bien  te  puso  nombre  de  alegría, 

0  ínclyta  Carmena, 

Quien  tu  primero  pueblo  disponía! 
Pues  con  mural  corona 
Sales  festiva  á  recibir  el  dia, 

1  con  la  fértil  copia  de  tus  bienes 
Alegre  lo  festejas  i  entretienes. 

Prevínote  la  mano  artificiosa 
Sobre  altos  pedernales  arriscada, 


-  3^^  - 

Para  que  de  altos  fines 

Émula  á  las  estrellas  te  avezines: 

I  tú,  á  grandes  hazañas  ardidosa, 

Les  hurtaste  no  menos  que  un  lucero, 

Que  resplandece,  impressa  gloriosa, 

En  el  escudo  de  tu  limpio  acero. 

De  tu  illustre  tropheo 

Las  dos  Hesperias  invidiosas  veo, 

Pues  usurpas  su  onor  á  Leucothea, 

I  el  Héspero  luciente  á  Cytherea. 

Para  ser  como  reina  respetada 
Te  dio  naturaleza 
La  magestad  i  alteza: 
I  así,  en  ombros  de  montes  levantada, 
Presides  al  gran  llano 
Que  enrriquece  de  espigas  el  verano. 

¡Quánto  es  mejor  tu  vega 
Que  la  que  en  varias  flores  deleitosa 
Dauro  varre  con  oro  i  Genil  riega! 
¡Quánto  te  debe  Pallas  belicosa 
De  olivas  siempre  verdes! 
¡Quánto  licor  sagrado 
Pródiga  en  aras  de  Dicnysio  pierdes! 

Mas  ¿para  qué  tu  generoso  aliento 
Desacredito  en  lo  caduco  i  vano, 
I  arrastro  por  el  suelo  el  pensamiento.'' 
Vozes  me  da  en  su  templo  soberano 
La  fama  de  tus  hijos  inmortales, 
Guio  nombre  la  Aurora  en  sus  umbrales 
Oió  admirada;  i  su  valor  pregona 
El  indio  mar  en  la  tostada  zona. 

Aquí  i  allí  corrieron  orgullosos, 
El  renombre  español  acreditando, 
I  dando  á  Marte  ejemplos  gloriosos. 
¿Qué  está  la  fiera  invidia  murmurando? 


—  367  — 

Pues  vio  quánto  esta  gloria  tuia  abona 

Que  para  el  César  invinciblc  fuesse 

Flaco  el  poder  romano, 

I  á  el  mismo  pareciesse 

(Qui^á  temió)  fortíssima  Carmona. 

Déla  bárbara güeste  descreída 
De  el  feroz  africano 
Tanto  fuiste  temida, 
Que  acometer  no  osó  tu  muro  fuerte; 
I  assí,  pudo  engañarte,  nó  vencerte. 

¡Ai,  quánto  precio  diste 
De  noble  sangre  al  fiero  alfange  moro, 
Á  la  vida  la  Cruz  anteponiendo, 
La  lealtad  al  thesoro! 
Dígalo  el  cuello  santo 

De  uno  solo  (¡i  quán  grande!)  Theoderniro, 
Admiración  de  Córdoba,  i  espanto 
Del  bruto  Abderrahmen  enfurecido. 
I  ¿qué  retorno  diste  á  su  venganza? 
Mili  te  pagó  por  uno. 

Tú  fuiste  de  Fernando  la  esperanca, 
Que  con  sólo  aquistar  tu  alcázar  fuerte 
xAdelantó  su  intento  glorioso 
Sobre  el  obscuro  reino  de  la  muerte: 
Lloró  su  fatal  suerte 
El  bárbaro  en  Seuilla  delicioso; 
Arrastró  negro  luto  entristecido 
El  gran  Calipha,  en  África  temido. 

¿Qué  reñidas  batallas,  qué  esquadrones 
No  onrraron  tus  pendones? 
Illustres  hijos  tuios 
Dan  ser  al  promontorio  Melitéo, 
Desde  el  mar  gaditano  al  turbio  Egeo. 

¿Quién  el  genio  no  admira 
De  los  que  con  benigno  aspecto  mira 


-  368  - 

Erudita  Minerva? 

Mas  su  decoro  á  sí  solo  reserva 

Su  debida  alabanca; 

Que  aunque  se  esfuerce  osado  el  pensamiento 

El  dezir  no  lo  alcanca. 

Vive  siempre  segura,  vive  ufana: 
No  temas  de  tu  luz  sombra  enemiga: 
Tu  gloria  soberana 
Vivirá  eternamente; 
Que  es  maior  que  el  olvido  tu  alta  frente. 


Á  Don  Fernando  Caro.  S. 


Mucho  puede  Vm.  conmigo,  pues  los  ímpetus  de 
lajuventud,  de  quien  es  propio  exercicio  el  poema,  con 
mandarme  los  a  resuscitado  para  hazer  esta  canción  á 
esa  villa,  la  qual  debe  á  mi  desseo  el  querer  dezir  mucho 
de  ella,  como  por  su  discurso  se  echa  de  ver.  Mas  por- 
que no  se  puede  dezir  en  pocos  versos  mucha  historia, 
i  la  poesía  es  mejor  mysteriossa  que  larga,  toqué  algu- 
nas cosas,  que  si  no  es  quien  está  mui  adelante  en  am- 
bas cosas,  por  ventura  no  las  entenderá.  I  así,  me  pa- 
reció satisfazer  á  qualquier  letor  con  declarar  lo  más 
importante  de  esta  canción  en  estos  escholios  ó  observa- 
ciones. 

¡Salve,  alcafar^  etc. — Phrasis  familiar  á  los  que  sa- 
ludan la  patria  ó  los  padres: 


—  369  — 

Salve  sánete  Parens,  iterum  sálvete  rccepti 
Ne  quicquam  ciñeres. 

I  nuestro  doctíssimo  Nebrisense,  saludando  á  su 
casa  después  de  una  larga  ausencia: 

Salve  par-va  domus,  iterum  sal-vete  Penates, 
Atque  Lares  ortus  conscia  turba  mei. 

Jacobo  Menetio  Vasconcelos  á  su  Ebora: 

Sahue  magna  parens  frugum,  facunda  'virorum 
Sal've  altrix  nolis,  urbs  o  gratissima  sal've . 

De  mí  por  patria  cara,  etc. — Esta  voz  carato  alu- 
siua  i  ancípite,  i  se  puede  atribuir,  nó  sólo  á  que  es  pa- 
tria cara,  esto  es  amada,  sino  á  que  Carmona  es  patria 
de  los  Caros,  porque  de  esa  villa  se  an  derivado  á  mu- 
chos lugares  de  su  contorno  familias  de  Caros,  gente  de 
estimación  i  cuenta. 

¡Cluán  bien  te  puso  nombre  de  alegría,  etc. — lo  e  te- 
nido á  la  villa  de  Carmona  por  lugar  á  quien  funda- 
ron i  pusieron  nombre  los  phenices  ó  cartagineses,  en 
cuia  lengua  se  halla  esta  voz  Carmon,  por  un  monte  que 
hubo  en  Phenicia  fertilíssimo.  Sinifica  tanbien  en  lengua 
sira  Malum  granatum,  sive  vine  a  dolor  is  et  fortitudinis; 
la  granada,  ó  viña  de  dolor  i  fortaleza:  significados  que 
quadran  mui  bien  al  sitio,  forma,  disposición  i  fertili- 
dad de  esa  villa  i  sus  campos.  Muévome  á  creer  esto, 
porque  toda  esta  tierra  la  poblaron  i  abitaron  thenices, 
tirios  ó  cartagineses,  que  toda  es  una  casta  i  nación,  i  los 
lugares  que  poblauan  ó  fundauan  los  llamauan  del  nom- 
bre de  otros  lugares  de  su  tierra,  como  aora  lo  hazen  los 

47 


—  370  — 
españoles  en  las  Indias,  que  á  las  ciudades  que  fundan  ó 
abitan  las  llaman,  como  las  de  acá,  Mérida,  Trugillo, 
Cartagena,  la  Puebla,  etc.  Por  esta  misma  razón  entien- 
de Arias  Montano  que  Seuilla  es  fundación  de  phe- 
nices,  de  la  voz  phenicia  Spala,  que  quiere  dezir  lla- 
nura. 

De  la  opinión  mia  va  diverso  Bernardo  Aldrete, 
varón  doctíssimo  i  de  consideradíssimo  juizio.  Fúndase 
en  que  la  voz  Carmon  en  la  lengua  griega  sinifica  alegría: 
por  ventura  le  pusieron  así  por  lo  mucho  que  descubre 
de  cielo,  i  la  vista  que  por  todas  partes  descubre  de  su 
apacible  i  hermosa  vega.  Además,  que  el  mismo  nom- 
bre tuvo  una  ciudad  de  Arcadia,  según  Pausanias;  otros 
quieren  que  Carmon  fuesse  lugar  en  Mesenia.  El  mismo 
nombre  tuvo  el  templo  de  Apolo  en  Lacedemonia,  un 
rio  en  Arcadia,  i  un  monte  en  el  Peloponeso;  i  según 
esto,  la  fundaron  griegos. 

¡O  ¡nclyta\  etc. — Epíteto  que  á  la  maior  ciudad  da 
el  maior  de  los  poetas  antiguos: 

Augusto  augurio  posquam  inclyta  condita  Roma  esí. 

Á  Troia,  Virgilio: 

o  patria,  o  paires,  Di--vum  Jomus  inclyta  Troia. 

Las  dos  Hesperias^  etc. — Son  Italia  i  España,  ó  de 
Atlante  Héspero,  rei  de  estas  partes  ocidentales,  ó  de 
la  estrella  de  Venus,  que  parece  a!  Poniente  i  se  llamó 
Héspero.  Carmo  tiene  por  insignia  de  sus  armas  un 
luzero  con  esta  letra:  Sicut  Lucifer  lucet  in  Aurora.^  sic 
in  Bdethica  Carmo.  En  las  monedas  antiguas  tuvo  por 
una  parte  espigas  i  por  otra  un  rostro  con  una  pelada, 
que  fué  señal  de  municipio.  Dize  que  le  hurtó  el  Espero 


-  371  - 
luziente  á  Cytherea,  porque  de  la  diosa  Venus  fué  mui 
amado.  Así  lo  dize  Claudiano  in  Epiihalamio: 

Attollens  thalamis  Idalium  iubat 
Dilectus  Venen  nascitur  Hesperus. 

¡^ánío  licor  sagrado  pródiga  en  aras  de  Dionysio 
pierdes!  etc. — Dionysio  es  el  dios  Baco,  á  quien  los  anti- 
guos atribuieron  la  invención  de  las  vides  i  del  vino,  de 
que,  como  todas  las  demás  cosas  pertenecientes  á  la  vida 
umana,  Carmona  no  carece,  aunque  en  esto  es  menos 
fértil  que  en  lo  demás:  qui^á  por  eso  tanbien  le  quadra 
el  nombre  de  Carmon,  que  es  viña  de  dolor. 

Mas  ¿para  qué  tu  generoso  aliento^  etc. — Aquí  se  le- 
vanta el  poeta  en  las  locuciones  i  en  la  materia,  pare- 
ciéndole  que  es  poca  alabanza  tratar  de  la  fertilidad  de 
Carmona,  y  finge  que  la  Fama  lo  llama  á  que  vea  en  su 
templo  los  naturales  suios  que  an  sido  famosos. 

idué  está  la  invidia  fiera  murmurando'^,  etc. — Pare- 
ciéndole  que  auia  andado  demasiado  en  las  alabanzas,  i 
que  la  invidia  tendría  justa  razón  de  murmurar,  hace  un 
apóstrophe,  respondiendo  con  exemplos  práticos  para 
acreditar  lo  que  dize. 

Ciue  para  el  César^  etc. — Esta  es  hipérbole,  porque 
dize  que  á  César  Julio,  á  quien  toda  la  monarchía  ro- 
mana pareció  flaca,  pues  él  la  venció,  Carmona  le  pare- 
ció fortíssima.  El  mismo  César  lo  escribió  en  el  I  De 
Bello  civili:  ^lisdem  diebus  Carmonenses,  quce  est  longe 
firmissima  totius  provincia  civitas  deductis  tribus  in  ar- 
cem  oppidi  cohortibus  a  Varrone  presidio,  perse  cohortes 
eiecit  portas  que  praclusit. 


—  372  — 

Tanbien  haze  mención  de  esta  villa  en  el  lib.  IV 
De  Bello  Alexandrim . 

T así, pudo  engañarte,  etc. — Esto  cuenta  D.  Rodrigo 
Ximenez  en  el  lib.  líl,  cap.  XXIII,  de  la  Historia  de 
los  Godos:  «Deinde  venit  Cannonam^et  quia  dictumfue- 
rat,  quia  vix  impugnatione  aliqua  posset  capi,  missit  co- 
miteni  lulianum  cum  aliquibus  xpianis,  ut  fugam  quasi 
victi  a  pralio  simularent,  et  sic  a  civihus  recepti  pro 
hospitalitatis  officio  hospitam  civitatem  in  manus  Arahum 
prodiderunt,  noctu  enim  vigiles  occiderunt,  et  per  portam, 
qu¿e  Corduba  dicitur  Árabes  induxerunt.-* 

Desconfiados  los  moros  de  tomar  por  fuerza  de  ar- 
mas á  Carmona,  persuadieron  al  conde  D.  Julián  que 
con  esta  traición  la  entregasse,  i  así  lo  hizo. 

Dígalo  el  cuello  santo  de  uno  solo  {¡y  quán  grande!) 
•Theodemiro,  etc. — Fué  San  Theodemiro  natural  de  esta 
villa,  monge  Benito:  murió  martirizado  en  Córdoba  á 
25  de  Julio,  año  de  851;  hace  memoria  de  él  S.  Eulogio 
en  el  lib.  II,  cap,  VI:  «Cuius  cadáver  [Pauli  Diaconi 
cordubensis)  ante  fores  palatii  derelictum  cum  beati 
Theodemiri  monachi  carmonensis  corpore  apud  sanctua- 
rium  pradicti  martyris  Zoili  conditum  est,  qui  et  ipse 
invenís  post  6  dies,  qua  sane  tus  decidit;  Paulus  ocubuit.» 

¿Qué  reñidas  batallas,  etc. — En  la  conquista  de  Gra- 
nada siempre  se  señaló  Carmona,  acompañando  su  pen- 
dón al  de  Seuilla:  en  la  toma  de  Alhama  se  señaló  Juan 
de  Ortega.  Antonio,  en  la  Década  II,  lib.  I,  cap.  II: 
«Igitur  per  árnica  nocí  i s  silentium  scalas  muro  exteriori 
admovent,  scandit  primus  omnium  Joannes  Ortega,  qui  se 
profitebatur   scalarium,  vir  paratus   in   utrumque  fa- 


—  373  — 
cinus,  seu  rem   conficere,  aut  certa  occumhere  mor  ti.» 

Estévan  de  Garibai  i  otros  dizen  que  era  de  Carmo- 
na  este  Juan  de  Ortega. 

Alonso  de  liojeda  de  Mendoza,  carmonense^  fué  onbre 
mui  docto  en  Derechos;  escribió  un  tratado  De  incom- 
fatibilitate  Beneficiorum^  atque  compatibilitate^  que  anda 
en  los  tratados  de  los  Doctores,  en  el  tomo  XV. 

Otros  mui  grandes  varones  hai  i  a  auido  en  esa  villa. 
No  es  mi  intento  sino  sólo  en  general  tocar  alguna  cosa 
y  dispertar  los  ingenios  de  Carmona  á  que  con  sus  tra- 
vajos  é  ingenio  la  illustren. 


NOTA. — Estos  tratados,  Antigüedad  del  apellido  CaRoj»  la  Silva á 
la  villa  de  Carmona,  con  sus  notas,  'van  copiados  del  original  autógrafo  de 
Rodrigo  Caro,  que  guarda  entre  sus  papeles  la  Sra.  D^  Carmen  Caro  de 
Calmo, y  nos  ha  facilitado  generosamente.  Por  eso  conservamos  en  ellos  con 
cuidado  la  ortografía  del  original,  para  que  los  bibliófilos  tengan  una  rnuestrn 
exacta  de  la  que  usaba  el  célebre  anticuario. 


RESPUESTA 

Á  ALGUNAS  COSAS  QUE  EL  P.  MARTIN  DE  ROA 

ESCRIBIÓ  EN  SU  LIBRO  DEL  PRINCIPADO  DE  CÓRDOBA 


Como  el  principal  intento  de  sacar  á  luz  mi  libro 
de  las  Antigüedades  y  principado  de  la  ilustrísima  ciu- 
dad de  Sevilla^  fué  conservar  á  esta  ciudad  en  su  antiguo 
esplendor,  en  aquella  parte  que  mis  cortas  fuerzas  al- 
canzaron, y  que  los  que  no  tienen  tanta  noticia  de  la  an- 
tigua historia  hallen  algo  allí  junto,  corre  también  por 
\TA  cuenta  satisfacer  á  los  que  han  puesto  alguna  duda  á 
lo  que  allí  tengo  escrito.  No  juzgo  que  en  esto  se  hayan 
algunos  movido  con  envidia  ni  mala  voluntad,  sino  que 
el  sentir  de  los  hombres  es  vario,  y  fácil  la  contradicción 
de  los  que  demasiadamente  se  aman  á  sí  ó  á  sus  cosas, 
ó  por  ventura  piensan  que  por  aquel  camino  encuentran 
con  la  verdad.  Siendo,  pues,  ésta  la  primera  y  más  ne- 
cesaria condición  de  la  historia  y  de  los  que  escriben  an- 
tiguas memorias,  es  justo  se  sepan  los  fundamentos  que 
tuve  para  lo  que  allí  dije.   Yo  habia  comenzado  á  hacer 


—  376  — 
algunas  adiciones  á  mi  libro;  caminando  en  espacio  co- 
mo se  ofrecian  las  nuevas  advertencias,  dio  ocasión  á 
apresurarlas  un  libro  que  tiene  por  título  Antiguo  prin- 
cipado de  Córdoba  en  la  España  Ulterior^  autor  el  P. 
Martin  de  Roa,  de  la  Compañía  de  Jesús. 

Reconozco  en  este  libro,  como  en  todos  los  demás, 
la  piedad  y  elocuencia  de  su  autor,  que  yo  siempre  ve- 
nero mucho:  desconozco  algunas  indiligencias  que  por 
ventura  causaron  madores  ocupaciones,  ó  estar  ya  muy 
vecino  á  su  muerte,  que  fué  el  premio  de  su  conocida 
virtud  y  obras,  con  que  enriqueció  la  piedad  cristiana. 
Indiligencias  digo,  que  sin  duda  ninguno  reconociera  y 
enmendara:  enmendaturus  si  licuisset  erat.  Los  mayores 
ingenios  incurren  en  faltas,  y  la  flaqueza  humana  no  pa- 
sa sin  ellas.  Defenderé  solamente  las  que  tocan  á  mi  li- 
bro de  las  Antigüedades  de  Sevilla^  y  como  en  él  procu- 
ré con  cuidadosa  atención  no  disminuir  ni  un  átomo 
la  estimación  déla  ínclita  y  antiquísima  ciudad  de  Cór- 
doba, lo  mismo  haré  en  estas  adiciones,  reconociendo  sin 
duda  que  en  la  gloria  y  alteza  de  sus  inmortales  hijos 
está  haciendo  honrosa  contraposición  á  Grecia,  á  Italia, 
así  en  el  valor  militar,  como  en  el  claro  esplendor  délas 
letras;  y  dejando  lo  que  tan  conocido  es,  sólo  pretenderé 
aquí  que  el  lector  desapasionado  nos  mantenga  en  lo  que 
fuere  justamente  nuestro,  quedando  la  verdad  más  co- 
nocida y  clara,  sin  que  aquellos  estrechos  límites  de  la 
modestia,  que  siempre  quisiera  guardar,  se  traspasen 
un  punto,  porque  admiro  y  reverencio  esta  verdad  en 
ios  ajenos  escritos,  y  quisiera  que  fuese  el  mayor  orna- 
mento de  los  mios. 


-  377  — 

Dice,  pues,  el  P.  Martin  de  Roa,  cap.  ÍV,  fól.  12: 
«Con  este  aviso  hablaron  también  algunos  modernos, 
que,  tratando  de  Sevilla,  cuál  la  llama  cabeza  de  su  rei- 
no, cuál  de  las  ciudades  de  las  costas,  cuál  que  en  mucha 
parte  del  Andalucía;  y  la  general  del  rey  D.  Alonso  que 
en  la  provincia  de  Guadalquivir.»  Dos  cosas  pretende 
en  este  capítulo  nuestro  autor.  La  primera,  que  Sevilla 
no  es  cabeza  del  Andalucía,  sino  parte  de  ella,  y  que  la 
provincia  del  Guadalquivir  no  es  más  que  el  reino  de 
Sevilla:  en  prueba  de  esto  trae  la  Historia  general  del  rey 
D.  Alonso.  En  cuanto  á  lo  primero,  yo  en  mis  Antigüe- 
dades de  Sevilla  pruebo  por  autoridad  y  testimonio  de 
más  de  quince  autores  que  uniformemente  la  llaman  ca- 
beza del  Andalucía,  si  no  es  Brito  Lusitano,  y  por  ven- 
tura algún  otro  autor  solitario,  que  en  tanto  número 
como  el  contrario  no  hace  al  caso;  mas  en  este  punto 
hablaremos  luego. 

Ahora  vamos  á  aquella  proposición  que  el  Martin 
de  Roa  saca  de  la  Historia  general  «de  que  la  provincia 
de  Guadalquivir  no  es  más  que  el  reino  de  Sevilla». 
Pregunto:  ¿no  es  provincia  de  Guadalquivir  en  nuestro 
vulgar  castellano  lo  mismo  que  provincia  Bética?  No 
puede  nadie  responder  que  nó,  porque  Bética  se  llama 
del  rio  Bétis  que  la  atraviesa:  luego  si  Sevilla  es  cabeza 
de  la  provincia  de  Guadalquivir,  es  cabeza  de  la  provin- 
cia Bética.  Mas  si  alguno  no  lo  quisiere  confesar,  dígalo 
el  Príncipe  de  la  Geografía,  Strabon,  lib.  III  de  versión 
de  Xilandro:  «Regionetn  ipsam  a  fiumine  Bceiicam  vo- 
cant^  ah  incolis  Turdetaniam.»  Plinio,  lib.  III,  cap.  I: 
«Bostica  a  flumine  eam  mediam  secante  cognominata.>^  Sí- 

48 


-  378  - 
guese  la  consecuencia:  si  la  provincia  Bética  se  llama  así 
del  rio  Bétis,  que  en  la  lengua  vulgar  moderna  se  llama 
Guadalquivir,  la  provincia  de  Guadalquivir  es  la  que  se 
llamó  Bética:  porque  nadie  escribió  jamás  ni  se  ha  dicho 
que  haya  tal  diferencia  como  la  que  el  P.  Martin  de 
Roa  constituye:  luego  la  provincia  de  Guadalquivir  es 
toda  la  que  baña  y  atraviesa  por  medio  el  rio  Bétis;  y  si 
la  provincia  del  rio  Guadalquivir  no  es  más  que  el  rei- 
no de  Sevilla,  Córdoba,  Jaén,  Andújar  y  las  demás  ciu- 
dades por  donde  este  rio  pasa  antes  que  llegue  á  Sevilla, 
no  eran  de  la  provincia  Bética,  porque  no  son  provincia 
del  rio  Guadalquivir.  ¿Esto  habrá  en  el  mundo  quien  lo 
diga? 

Mas  si  por  ventura  este  autor,  por  huir  el  peligro 
manifiesto  en  que  zozobra  su  interpretación,  adivina 
que  esta  es  locución  de  la  Historia  general,  y  que  en  ella 
se  llama  provincia  de  Guadalquivir  no  más  que  el  reino 
de  Sevilla,  le  convenceremos  con  las  palabras  de  la  mis- 
ma Historia  en  todos  los  lugares  que  trata  de  la  provin- 
cia de  Guadalquivir,  y  luego  con  las  mismas  palabras 
de  este  autor  en  su  Principado  de  Córdoba.  Declárase  á 
sí  misma  la  Historia  general,  si  es  posible  que  en  esto 
se  halle  alguna  anfibología.  En  la  primera  parte,  capí- 
tulo CXLIX:  «É  los  vándalos  que  eran  llamados  sy- 
lingos,  tomaron  la  provincia  de  Bética,  que  es  toda  la 
ribera  de  Guadalquivir,  ca  Bétis  llamaban  estonces  aquel 
rio  de  Guadalquivir  que  llaman  aora....,  é  fasta  aquella 
sazón  fué  llamada  aquella  provincia  Bética  por  el  nom- 
bre de  aquel  rio:  é  aquellos  vándalos  que  la  hubieron 
por  suerte,  pusiéronle  nombre  de  Vandalia,  que  en  latin 


-  379  — 
quiere  decir  como  Andalozía.»  Nótense  aquellas  pala- 
bras: «La  provincia  Bética,  que  es   toda   la  ribera  de 
Guadalquivir;  nó  parte  de  la  provincia,  sino  toda.» 

Bien  se  podia  librar  el  desengaño  de  aquel  autor  en 
sólo  aqueste  lugar,  que  tan  de  propósito  declara  la  His- 
toria general  qué  entendía  por  provincia  Bética  ó  pro- 
vincia de  Guadalquivir:  mas  porque  con  toda  claridad  se 
sepa  cuan  poca  justicia  tuvo  en  su  interpretación  Mar- 
tin de  Roa,  pondré  aquí  todos  los  lugares  de  aquella 
Historia,  que  para  sólo  este  punto  leí  dos  veces  de  verbo 
ad  verbum:  en  el  capítulo  y^.  citado  CXLIX,  dice  así: 

«En  la  era  de  467  años aquel  rey  Gunderico, 

desque  ovodestroido  á  Cartagena,  fuese  para  la  provin- 
cia de  Guadalquivir  por  destruir  les  sylingos,  non  ha- 
viendo  piedad  dellos,  maguer  que  eran  del  linage  de  los 
vándalos,  é  robó  toda  la  tierra,  é  destroyóla,  é  llegó  á 
Sevilla,  é  entró  por  fuerza,  é  mató  y  mucha  gente.»  En 
esta  conformidad  habla  Juan  Vaseo  en  el  año  de  440: 
*Richila  septem  regnavit  annos,  et  Hispali  expugna t a 
B^eticam  et  Tarraconensem  provinciam  ditioni  su¿e  subje- 
cit.»  Lo  mismo  Joan  de  Mariana,  lib.  V,  cap.  IIL  «6V- 
cundum  eam  victoriam  B¿etica  imperio  subjecta,  Silingis 
domitis  atque  Hispali  in  potestatem  reducta.^^  Mas  vol- 
vamos á  la  Historia  general,  de  que  se  vale  el  contrario, 
pues  ella  ha  de  ser  el  mayor  fundamento  de  su  desem- 
peño. Dice  en  el  dicho  capítulo:  «En  el  segundo  año 
del  reino  de  Riquila.  rey  de  los  suevos,  en  pues  que  ovo 
ganado  de  los  alanos  la  provincia  de  Lucena  (es  Lusita- 
nia)  fué  para  Andalucía  por  ganar  de  los  silingos  toda 
la  provincia  de  Guadalquivir,  onde  era  Sevilla  cabeza.» 


-  38o  - 
Estoes  lo  que  sobresalta  á  la  parte  contraria:  «É  llegó 
á  Sevilla  é  prisol:  é  de  sí  dióse  toda  la  tierra,  así  que 
ganó  aquella  provincia.»  No  habrá  ninguno  tan  apasio- 
nado que  este  lugar  no  le  abra  los  ojos  para  entender  la 
verdad;  mas  prosigamos  con  los  que  están  en  el  mismo 
capítulo:  «En  el  tercero  año,  que  fué  la  era  de  480  años, 
quando  andaba  el  reyno  de  Genserico  en  trese,  avino  así 
que  el  rey  Riquila,  después  queobo  ganado  la  tierra  de 
Sevilla,  fuese  para  Cartagena  con  sus  huestes.»  Aquí  le 
hace  mayor  honra  á  Sevilla,  pues  habiendo  dicho  que 
ganó  toda  la  provincia  Bética,  ó  Andalucía,  ó  tierra  de 
Guadalquivir,  dice  ahora  que  ésta  era  tierra  de  Sevilla, 
sin  acordarse  de  ninguna  otra  ciudad,  siendo  así  que  en- 
tonces habia  en  ella  tantas  y  tan  grandiosas  ciudades. 

En  la  segunda  parte,  cap.  XXIV,  vuelve  á  llamar 
al  Andalucía  provincia  de  Guadalquivir:  «E  venció  é 
quebrantó  en  la  provincia  de  Guadalquivir  á  los  vánda- 
los y  á  los  silingos.»  En  el  cap.  LXXVIII  vuelve  á de- 
cir que  Theodorico,  rey  godo,  envió  á  la  provincia  de 
Guadalquivir  un  capitán  llamado  Cerula.  En  el  capítu- 
lo LV,  hablando  del  conde  D.  Julián:  «É  el  conde  don 
Ulan  guió  los  moros  por  la  provincia  Bética,  que  es  de 
Guadalquivir,  he  quebrantó  hi  muchas  ciudades.»  Nó- 
tese aquí  que  en  esta  primera  invasión  no  tomaron  los 
moros  á  Sevilla,  y  cuando  la  tomaron  fué  nó  sólo  per- 
dida toda  la  Andalucía,  sino  casi  toda  España.  Siendo, 
pues,  así  que  la  provincia  Bética  y  la  de  Guadalquivir 
es  y  ha  sido  una  misma  cosa,  y  sólo  se  diferenciaron  en 
la  mudanza  de  las  lenguas,  y  que  no  estuvo  en  ningún 
tiempo  dividida,  ¿con  qué  razón  el  P.  Martin  de   Roa, 


-  38i   - 

para  lograr  un  intento  descaminado,  la  quiere  dividir, 
haciendo  sólo  tierra  de  Sevilla  lo  que  llama  la  Historia 
general  tierra  del  Guadalquivir,  y  no  el  resto  de  la  de- 
más Bética  ó  Andalucía?  Pero  sentenciase  á  sí  mismo 
este  autor,  que,  olvidado  de  lo  que  habia  dicho  antes, 
dice  en  el  cap.  V,  fól.  21,  estas  palabras:  «La  Andalu- 
cía siempre  fué  una,  sin  haver  tenido  mudanza  ni  divi- 
sión: desta  manera  vino  á  poder  de  los  godos,  y  éstos 
conservaron  la  división  de  Constantino.» 

El  mismo  autor,  en  el  cap.  V.  del  dicho  libro,  al  fin 
de  él,  hallando  que  Joan  Mariana  en  la  Historia  de  Es- 
paña latina  y  de  romance  constantemente  llama  á  Sevi- 
lla cabeza  de  la  Bética,  en  cierta  manera  lo  censura,  co- 
mo si  para  decirlo  no  hubiera  tenido  bastante  funda- 
mento. Repara  en  que  siendo  el  P.  Mariana  doctísimo 
y  versado  en  todas  letras  divinas  y  humanas,  y  especial- 
mente en  las  cosas  de  España,  cuya  historia  nó  sólo 
profesó,  sino  que  gloriosamente  escribió  como  severo 
amador  de  la  verdad,  le  culpa  en  que  llamó  á  Sevilla 
cabeza  de  la  Bética;  porque  si  en  un  varón  consumado 
é  insigne  religioso,  y  nacido  en  ciudad  de  España,  y  nó 
muy  lejos  de  Sevilla,  de  que  tan  particular  noticia  tuvo, 
y  tan  conocido  nó  sólo  de  los  propios  sino  de  los  ex- 
tranjeros, cupo  el  yerro  de  que  le  hace  cargo,  ¿cómo  ha- 
ce tan  absoluta  la  verdad  de  Hircio,  que  era  un  soldado 
forastero  y  nó  tan  obligado  á  decir  la  verdad,  y  en  cu- 
yos escritos  se  hallan  muchas  cosas  erradas,  inconse- 
cuentes, dudosas,  y  que  no  se  pueden  entender,  como  ya 
lo  han  observado  varones  de  consumada  erudición  y 
consta  de   los  mismos  escritos?  Oigamos  la  censura  de 


-  382  — 
Lipsio:  «Multa  otiosa  reperies  disjuncta^  intrincata,  iti- 
terpollata,  repetita^  ut  omnino  non  ahsit  quin  ad  hanc  ve- 
luti  prisa  operis  statuam  novella  aliqua  accesserit  et  im  - 
perita  manus.»  Pero  no  toquemos  en  la  verdad  que  ya 
tiene  calificada  el  tiempo^  que  yo  soy  tan  amador  suyo, 
que  antes  confesaré  ingenuamente  en  tales  dificultades 
mi  rudeza  é  ignorancia,  y  venerando  la  sagrada  antigüe- 
dad le  procuro  dar  la  salida  tan  honrosa  como  ya  la  es- 
cribí en  mi  libro  de  Sevilla;  y  aunque  la  autoridad  de 
Joan  de  Mariana  está  contestada  allí  en  el  fól.  8o  y  81 
con  gran  número  de  graves  autores,  corroborémosla  de 
nuevo  con  los  que  aquí  se  trujeren. 

Sea  el  primero  Fr.  Juan  Gil  de  Zamora  en  la  Cróni- 
ca de  España,  que  se  ve  escrita  en  pergamino,  de  letra 
muy  antigua,  en  el  convento  de  San  Francisco  de  aque- 
lla ciudad.  Dice  así  en  el  cap.  LXXIX,  hablando  del 
santo  rey  D.  Fernando:  «É  mientra  que  esto  diese  el 
Rey  con  grande  folganza  é  todo  su  reyno  se  gobernase 
pasíficamente,  vino  aquel  Pelai  Correa  sobredicho  por 
que  le  contara  nuevas  de  Andalucía,  el  qual  recibió  el 
Rey,  é  le  plogo  con  su  venida:  mas  entre  las  otras  cosas 
que  le  dixo  al  Rey  aconsejol  que  con  su  hueste  cercase 
la  cibdad  de  Sevilla,  que  era  cabeza  de  España  y  en  otro 
tiempo  fuera  morada  de  christianos;  lo  qual  como  oyese 
el  Rey  plogol  mucho.»  El  traslado  de  buena  parte  de 
esta  historia  hubo  el  P.  Juan  de  Pineda,  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús,  tan  conocido  en  todas  partes  por  sus  letras 
y  erudición,  y  lo  tuvo  también  el  licenciado  Antonio 
Moreno,  cosmógrafo  del  Rey  N.  S.  El  cardenal  Mar- 
garite  ó  Gerundense,  en  su  Paralipomenon,  lib.  í:  «Qua- 


-  3^3  - 
rum  B ¿etica  confine t  Jiumen  B¿etis  dlctum  Guadalquivir^ 
a  nova  Carthagine  a  cujus  montibus  defiuit  Occeanum 
atlanticum^  cujus  regionis  et  provincice  caput  est  Hispa- 
lis  et  metrópolis  Betic¿e.)>  Francisco  de  Castilla,  en  el 
tratado  de  los  Reyes  de  España  y  sus  buenas  virtudes, 
en  verso  de  arte  mayor,  dedicado  al  emperador  Car- 
los V,  é  impreso  en  su  tiempo,  hablando  del  Rey  Santo: 

Pues  cayo  las  villas  que  en  propia  persona 
Ganó  de  los  moros  del  Andalucía, 
Diré  las  ciudades  de  más  nombradla. 
Según  que  el  prelado  Rodrigo  pregona, 
Á  Córdoba  y  Ecija,  Palma  y  Carmona, 
Ubeda,  Andújar,  Jaén  y  Baeza, 
Jerez  y  Sevilla,  que  fué  la  cabeza 
De  aquellos  tres  reynos  primera  corona. 

Mario  Arecio  Siracusano,  en  los  Diálogos  de  Espa- 
ña, tratando  del  rio  Bétis:  «Hic  ergo  et  mediam  B¿eti- 
cam  influit  Cordubam  tot  claris  viris  insignem  et  Hispa- 
lim  ejus  provinctíe  caput  expulsis  bar  bar  is  a  Fer  diñando 
Rege.»  El  bachiller  Luis  de  Peraza,  en  una  historia  que 
escribió  más  há  de  cien  años,  cuyo  original  MS.  tiene  el 
licenciado  Sancho  Hurtado  de  la  Puente,  oidor  de  la 
Real  audiencia  de  Sevilla,  y  en  él  se  contienen  muchas 
antigüedades  de  esta  ciudad,  en  muchas  partes  de  ella 
le  llama  cabeza  del  Andalucía;  y  en  el  cap.  VIH,  folio 
15,  tiene  escrito  por  lema  este  titulo:  «De  la  nobilísima 
provincia  Bética  ó  Andalucía,  cuya  cabeza  es  la  impe- 
rial ciudad  de  Sevilla.»  Ferreolo  Locrio,  en  la  obra  que 
intituló  Maride  Auguste,  lib.  IV,  cap,  XX:  «Hispalis 
celebre  Emporium  Hisfania  et  B ¿etica  caput. y)  Georgio 
Braunio  en  su  insigne  Theatro,  en  la  prefación:  «7«  His- 


-  3^4  - 
pania  B ¿etica  sive  Andalucía  tantum  illud  commemorabi- 
mus  quod  cum  Hispalis  ejus  provinciíe  caput,  expulsis 
barbaris  a  Ferdinando  Rege.»  Gerónimo  Brioso  z«  Com- 
pendio rerum  memorabilium,  cuyo  ejemplar  MS.  estuvo 
en  la  librería  del  santo  arzobispo  D.  Pedro  de  Castro, 
mi  señor,  y  ahora  lo  tiene  el  licenciado  Alfonso  Gordi- 
11o  Sánchez,  abad  mayor  de  la  universidad,  cap.  XVI, 
hablando  de  la  epístola  del  papa  Anteros,  dice  así:  «Res- 
cribens  autem  Romanus  ipse  Pontifex  Pr¿elatis  B¿etic¿e 
et  Toletan¿e  provincia  qu¿e  inler  teteras  Hispanice  pro- 
vincias nitore  fidei  catholica  elucebat  B¿eticam  aperte  vi- 
sus  est  prcetulisse,  et  nostram  civitatem,  qu¿e  cum  ómni- 
bus aliis  multumpr¿estaret^plurimis  de  causis^  sicut  Bo- 
tica totius,  et  caput  extitit  et  princeps  ita  sedis  prima- 
tum  debuit^  procul  dubio  íenuisse.y>  Habla  aquí  en  par- 
ticular de  Sevilla  y  sus  grandezas;  y  después,  tratando 
de  los  silingos:  «^¿/!9ríi!;;2  nimirum  regia  sedes,  pr¿eci- 
puumque  regni  caput  Hispalis.»  Joan  Olivario,  sobre 
Pomponio  Mela,  lib.  II:  «In  Bostica  vero  primas  tenet 
Hispalis  qu¿e  nunc  Sibilia  vocatur.'»  Joan  Mariana,  aun 
después  de  interpelado  por  el  P.  Martin  de  Roa,  no  se 
retractó  de  su  opinión;  antes,  en  el  lib.  VI,  cap.  XV, 
no  habiéndolo  dicho  en  este  lugar  en  la  historia  latina, 
lo  añadió  en  la  de  romance,  y  en  el  prólogo  de  esta  úl- 
tima edición,  que  fué  la  cuarta  de  su  obra,  dice:  Que 
como  autor  añade  y  quita  á  la  historia  latina,  y  que  esto 
último  quiere  que  sea  y  se  tenga  por  su  opinión.  «Las 
ciudades  sufragáneas  al  arzobispado  de  Sevilla,  eran  la 
primera  Itálica,  que  hoy  es  Sevilla  la  Vieja,  legua  y  me- 
dia de  aquella  ciudad  nobilísima,  cabeza  del  Andalucía.» 


-  385  - 
Alonso  Sánchez,  en  el  Anacephaleosi  de  rebus  Hispa- 
nice^ lib.  V,  cap.  Vil:  «.ínter ea  Ferdinandus  rex  hispa- 
lense bellum  urgere  cum  in  una  principe  civitate  caput 
regni,  Maurici  restare  videretur,  quo  siiblato  reliquum 
Corpus  concidere  necesse  erat».  La  Historia  del  Santo 
Rey  D.  Fernando,  en  la  prefación:  «Estando  el  rey  don 
Fernando  en  Córdoba  aparejando  los  instrumentos  bé- 
licos para  su  guerra,  vino  á  besarle  las  manos  Remon 
Bonifaz,  é  era  hombre  muy  sabio  para  regir  una  flota 
de  armada  por  la  mar,  y  él  tenía  acordado  de  hacer  naos 
y  galeras  de  armada  para  aprovecharse  por  la  mar  para 
quebrantar  ese  fuerte  y  alto  capitolio  del  coronamiento 
real».  Habla  aquí  de  la  expedición  que  prevenía  para 
conquistar  á  Sevilla,  á  quien  llama  alto  capitolio  y  coro- 
namiento real.  La  Coránica  del  Rey  D.  Alonso  el  Sabio, 
cap.  XLIV,  tratando  de  la  diferencia  que  los  grandes 
tenían  con  él,  que  el  noble  D.  Fernán  Pérez,  deán  de 
Sevilla,  fué  á  hablar  á  los  señores  de  parte  del  Rey,  y 
dijo  así:  «Dícenos  el  rey  D.  Alonso,  nuestro  y  vuestro 
señor,  que  tuviésedes  por  él  á  Sevilla,  que  es  la  mejor 
ciudad  de  todos  los  reinos  y  más  honrada,  con  muy 
grandes  retenencias.» 

Parecerá  ya  superfluidad  traer  más  autores  para 
prueba  de  este  intento,  pero  no  puedo  envolver  en  el 
silencio  dos  testimonios  que  á  mi  parecer  son  prueba  de 
la  grande  estimación  de  Sevilla  sobre  todas  las  ciudades 
de  España.  El  primero  es  de  Andreas  Bernaldes,  en  la 
historia  que  escribió  de  los  Reyes  Católicos,  que  MS. 
corre  con  título  del  Cura  de  los  Palacios.  Este  autor 
escribe  varias  cosas  con  mucha  curiosidad,  como  testigo 

49 


-  3^^  - 
de  vista  de  aquellos  tiempos.  Dice,  en  el  cap.  LXXVI, 
hablando  de  un  recibimiento  de  los  ejércitos  á  la  vale- 
rosa y  sabia  reina  D.^  Isabel:  «É  ficiéronle  un  recibi- 
miento muy  singular,  en  que  salieron  al  camino  los  pri- 
meros el  duque  del  Infantado,  que  habia  venido  desta 
vez  á  la  guerra  muy  pomposo  y  muy  poderoso,  é  el 
pendón  de  Sevilla,  é  su  gente,  é  el  Prior  de  San  Joan, 
fasta  una  legua  y  media  del  Real:  é  púsose  una  batalla 
á  mano  izquierda  del  camino  por  donde  ella  venía,  to- 
dos bien  aderezados  como  para  pelear:  é  como  la  Rey  na 
llegó  fizo  reverencia  al  pendón  de  Sevilla,  é  mandóle 
pasar  á  la  mano  derecha».  En  este  capítulo  dice:  «Que 
luego  los  otros  pendones  de  las  demás  ciudades  se  aba- 
tieron á  la  Reyna,  faciéndole  gran  reverencia v>.  Pasó 
esta  acción  entre  Loja  y  Antequera,  nó  lejos  de  la  Peña 
de  los  Enamorados. 

El  segundo  testimonio  sea  de  D.  Fadrique  Enri- 
quez,  almirante  de  Castilla,  que  por  orden  y  mandado 
del  emperador  D.  Carlos  vino  de  Cataluña,  donde  se 
habia  retirado  por  ser  ya  muy  viejo,  con  plena  comisión 
de  quietar  las  comunidades,  que  amenazaban  á  España 
fatales  daños.  Vino,  pues,  á  Tordesillas,  donde  se  halla- 
ban los  comuneros  con  mucha  gente  de  guerra,  y  con 
tanta  insolencia  y  atrevimiento,  que  destruían  las  ciu- 
dades; y  dando  cuenta  á  Sevilla  de  todo  lo  que  pasaba 
por  una  carta  cuyo  sobrescrito  era:  «A  la  muy  noble  y 
muy  leal  ciudad  de  Sevilla»:  y  dentro  de  ella,  en  la  par- 
te superior:  «Muy  magníficos  señores:  Hasta  ahora  no 
he  escrito  á  Vmds.,  porque  me  parecía  debia  pasar  con 
mis  obras  adelante.  Vmds.  sabrán  que  estando  yo  y  la 


-  38?  - 
Condesa  apartados  de  bullicio  y  deseando  servir  á  Dios 
en  lo  restante  de  la  vida,  oyendo  aya  las  revueltas  de 
Castilla,  el  arr»or  de  la  patria  y  un  secretario  de  su  Ma- 
gestad  para  que  me  encargase  de  la  gobernación  del  rey- 
no,  me  truxeron  acá»,  etc.  Y  después  de  algunas  cosas 
de  que  les  da  larga  cuenta,  dice  así:  «Yo,  como  natural 
y  vecino  de  esa  muy  noble  ciudad,  é  tenido  y  tengo  con- 
tienda con  esta  gente  de  la  Junta,  que  por  otro  nombre 
unos  á  otros  llaman  Santa  Comunidad  ó  Reyno  de  Es- 
paña, diciéndoles  y  defendiéndoles  que,  pues  Sevilla  los 
contradice,  que  no  son  ellos  reyno,  y  que  Sevilla  es  de 
tanta  calidad  y  merecimiento,  que  ella  sola  puede  lla- 
marse reyno,  y  ellos  sin  ella  no  pueden  tener  tal  nom- 
bre.» Al  fin  de  esta  carta  dice:  «Cuyas  magníficas  per- 
sonas N.  S.  guarde  y  acreciente.  De  Medina,  28  de  No- 
viembre de  152,0  años.»  Esta  carta  trae  Luis  de  Peraza 
en  su  Historia  de  Sevilla  MS.,  fól.  15;  y  todo  á  la  letra, 
con  otras  que  el  Almirante  escribió,  y  el  perdón  gene- 
ral y  nombre  de  los  encartados,  impreso  todo  año  de 
1522,  tiene  el  beneficiado  Juan  Gómez  Bravo,  benefi- 
ciado de  la  veintena  de  la  Santa  Iglesia  mayor  de  esta 
ciudad,  mi  amigo. 


388 


^l  l{hro  do  las  itimologias  es  cíe  S.  Jsicíoro^ 
arzobispo  de  Sevilla^  y  7ió  del  Gordivherise. 


Es  tan  propio  el  gran  Isidoro  de  nuestra  ciudad, 
que  la  gloria  de  sus  escritos  y  obras  de  admirable  eru- 
dición toca  también  á  la  ciudad  donde  aprendió  y  leyó 
con  tanta  fama  en  toda  la  Iglesia  Católica:  y  así  su  de- 
fensa en  la  parte  que  recibiere  agravio  corre  por  cuenta 
de  la  misma  ciudad,  pues  es  su  patrono  y  tutelar.  Dice 
el  P.  Martin  de  Roa,  fól.  28:  «Deste  tiempo  fueron 
los  dos  Isidoros  mayor  y  menor,  señalados  ambos  en 
letras  y  santidad.  Escribió  el  último  sobre  el  libro  de 
los  Reyes  y  Evangelio  de  San  Lúeas,  y  el  otro  com- 
puso los  libros  de  las  Etimologías^  que  por  yerro  se  atri- 
buyen á  San  Isidoro,  arzobispo  de  Sevilla,  que  floreció 
muchos  años  después.» 

Quien  leyere  esta  proposición  tan  absoluta,  tan  nue- 
va, tan  sin  razón  ni  probanza,  no  dudo  (si  ha  leido  algo 
de  antigua  historia)  que  admirará  la  mayor  novedad 
que  se  ha  dicho  en  nuestro  siglo;  y  pues  Martin  de  Roa 
dice  que  el  atribuirse  el  libro  de  las  Etimologías  á  San 
Isidoro  Hispalense  ha  sido  yerro,  será  necesario  para  sa- 
carle del  suyo  repetir  los  tiempos  antiguos  y  los  autores 
de  la  edad  en  que  el  Santo  escribió,  supuesto  que  Isido- 


-  389  - 

ro  Cordubense  fué  doscientos  años  más  antiguo  que  el 
Hispalense.  Sea  el  mismo  San  Isidoro  el  primer  testigo, 
que  á  buen  seguro  no  se  abrogará  obra  ajena,  teniendo 
tantas  propias  de  que  poderse  preciar.  En  la  epístola  de- 
dicatoria de  este  libro  la  inscripción  es:  *Domhw  meo  et 
Dei  servo  Braulioni^  episcopo  hidorus.»  Habia  comen- 
zado á  escribir  las  Etimologías  á  ruegos  de  San  Brau- 
lio, arzobispo  de  Zaragoza,  su  discípulo,  y  aunque  no 
lo  habia  puesto  en  perfección  ni  acabado,  le  dedica  el 
libro  como  cosa  que  el  Santo  habia  trabajado  y  medi- 
tado; luego  no  es  ni  puede  ser  de  Isidoro  Cordubense, 
ni  tal  libro  era  en  el  mundo.  Sea  el  segundo  testigo  San 
Braulio  Cesaraugustano,  el  cual,  en  el  libro  de  Firis 
illustribus,  refiriendo  las  insignes  obras  que  su  maestro 
escribió,  dice:  <s~Isidorusvir  egregius^  Hispalensis  ecclesi¿e 
episcopus,  Leandri  episcopi  siiccesor  et  germanus.»  Bue- 
nas señas  son  todas  éstas  para  que  nadie  dudase;  y  des- 
pués de  haber  contado  los  muchos  libros  que  escribió, 
prosigue:  aEthimologiarum  codicem  nimia  magnitudine 
distinctum  habeo  titulis  non  libris,  quem  rogatu  meo  fecit 
quamvis  imperfectum  ipse  reliquerit.»  No  es  de  menos 
crédito,  santidad  y  dignidad  el  testigo  que  se  sigue.  Este 
es  San  Ildefonso,  arzobispo  de  Toledo,  discípulo  tam- 
bién de  San  Isidoro;  en  el  Apendix  de  Viris  Illustribus^ 
dice  así:  «Isidorus  post  Leandrum  fratrem  Hispalensis 
sedis  provinci¿e  B^tic¿e  cathedram  tenuit^  vir  decore  simul 
et  ingenio  pollens.»  Y  habiendo  referido  algunas  de  sus 
obras  que  escribió,  dice:  ^iScripsit  quoque  ultimo^  adpeti- 
tionem  Braulioni  episcopio  librum  Ethim.ologiarum,  quetn 
cum  multis  annis  conaretur  perficere  inexpleto  opere  diem 


extremum  visus  est  conclussisse.y>  Todos  estos  testigos 
son  instrumentales  y  de  vista. 

También  es  antiguo  Sigeberto  Gemblacense:  dice  en 
el  libro  de  Viris  Illustrih.:  «Isidorus  júnior  hispalensis 
episcopus  multa  scripsit:  ad  Braulionem  episcopum  viginti 
libros  Etymologiarum.»  El  abad  Tritemio,  de  Scripto- 
rib.  Ecclesiast.:  «Isidorus  júnior  episcopus  hispalensis, 
vir  in  divinis  scripturis  eruditissi'mus:  hic  dicitur  júnior 
ad  differentiam  senioris  episcopi  cordubensis:  Scripsit  au- 
tem  iste  Isidorus  multa  preclara  opuscula  de  quibus  dum- 
taxat  reperi  subjecía.»  El  coronista  Morales,  natural  de 
Córdoba,  lib.  XII,  cap.  XXI.:  César  Baronio  en  los 
yí»«.,  anno  62(>y  núm.  9,  y  antes  y  después  de  ellos 
cuantos  autores  han  escrito  de  cosas  de  España:  Belar- 
mino,  en  el  tratado  de  los  escritores  eclesiásticos.  Cuan- 
tas impresiones  se  han  hecho  desde  que  se  inventó  el 
arte  de  la  imprenta,  intitulan  las  Etimologías  constante- 
mente de  San  Isidoro  hispalense.  Últimamente,  vea  el 
lector  la  prefación  de  Joan  de  Griales,  á  quien  el  señor  rey 
D.  Felipe  el  Prudente  cometió  juntar,  reconocer  y  en- 
mendar las  obras  del  gran  Doctor  de  las  Españas,  el 
cual  dice  que  con  la  potencia  de  tan  gran  Monarca  se 
juntaron  de  todas  partes  más  de  treinta  códices  MS.  an- 
tiquísimos, de  letra  gótica  y  longobárdica,  y  que  el  li- 
bro de  las  Etimologías  se  encomendó  con  particular 
atención  al  Dr.  Alvar  Gómez,  canónigo  de  Toledo, 
para  que  comunicándolo  con  el  doctísimo  Antonio 
Agustin,  arzobispo  de  Tarragona,  y  Pedro  Chacón,  que 
se  hallaba  en  Roma,  dijese  cada  uno  lo  que  sentia,  y  se 
remitiese  á  Alvar  Gómez.  Las  palabras  de  aquel  autor. 


-  391  — 
entre  otras  de  dicha  prefación,  dicen  así:  ^Etymologia- 
rum  emendatio  Alvaro  Gomezio  Toletano,  viro  in  primis 
erudito  credita  est^  traditaque  ipsi  veterum  codicum  mag- 
na copia^  quorum  bona  pars  gotthicis  caracteribus  sive 
mavis  longobardicis  erat  scripta.  ^o  ipse^  varietate  no- 
íata,  ad  Antonium  Augustinum^  tarraconensem  archie- 
piscopum^  et  Petrum  Chiachonium  Rom¿e  jam  tum  com- 
morantem^  singulis  de  rebus  referret.  Qjuorum  utrique  id 
etiam  fuerat  a  Rege  injunctum:  ut  et  ipsi^  collatis  suis 
exemplaribuSj  quod  sensus  sui  esset  ad  eumdem  Alvarum 
remiteret.  Constat  autem  omnes  triginta,  aut  eo  pluribus 
manuscriptis  libris  in  hoc  opere  emendando  fuisse  usos.» 
Juzgue  ahora  el  lector  cuyo  es  el  error,  y  si  ha  delin- 
quido el  consentimiento  común  nacido  de  tan  conocida 
verdad,  ó  el  afecto  desordenado  de  usurpar  para  su  ciu- 
dad lo  que  no  le  puede  tocar  por  ningún  título. 

El  mismo  autor,  en  el  fól.  ;^^:  «Fuerza  me  obliga 
á  no  pasar  de  aquí  sin  alabar  el  esfuerzo  que  el  licen- 
ciado Rodrigo  Caro  hace  en  sus  Antigüedades  de  Sevi- 
lla para  probar  que  hubo  escuelas  en  ella;  mas  no  pue- 
do admitir  dos  testimonios  de  que  se  vale,  porque  no 
los  tengo,  {li  los  tienen  varones  doctos,  por  legítimos;  el 
primero  de  una  piedra,  ó  un  antiguo  mármol,  que  está 
en  la  iglesia  de  San  Salvador,  etc.,  quiere  que  sea  título 
sepulcral,  y  que  el  entierro  hubiese  sido  en  las  escuelas, 
cosa  tan  ajena  de  los  romanos.»  En  otra  parte  dice  Mar- 
tin de  Roa  «que  no  cabe  en  humano  discurso  haber  sido 
Triana  Itálica.»  Antes  que  se  satisfaga  á  los  escrúpulos 
que  opone  y  de  que  se  muestra  mal  contento,  no  puedo 
.dejar  de  culpar  á  este  autor  que  se  ponga  á  inquirir  si 


—  sr-  - 

hubo  ó  no  escuelas  públicas  en  Sevilla,  y  si  Triana  haya 
sido  Itálica,  diciendo  que  no  cabe  en  humano  discurso 
que  lo  haya  sido,  porque  no  tiene  que  ver  esto  con  el 
Principado  de  Córdoba  que  intentó  averiguar.  Esto  sin 
duda  es  saltar  fuera  del  corro,  como  está  en  el  prover- 
bio. Parécele  á  Martin  de  Roa  que  en  decir  yo  en  mi 
Principado  que  hubo  escuelas  públicas  en  Sevilla  hago 
un  grande  esfuerzo  por  mi  ciudad  averiguándolo  allí,  y 
la  verdad  es,  que  aunque  parece  hacerme  honra,  no  pue- 
do pasar  por  ello:  falta  mía  será  no  haber  logrado  el  in- 
tento, nó  descrédito  de  la  causa.  Por  confesión  de  Mar- 
tin de  Roa  (y  en  esto  no  nos  da  lo  que  es  notoriamente 
nuestro)  Sevilla  fué  cabeza  de  la  Turdetania.  Los  tur- 
detanos  les  llama  Estrabon  los  doctísimos  de  toda  la 
provincia;  luego  muy  verosímil  es  que  aun  en  aquel 
primero  siglo  tuviesen  escuelas  en  la  cabeza  de  sus  ciu- 
dades, cuanto  más  en  tiempo  de  los  romanos,  que  con- 
tinuando aquella  su  antiquísima  mayoría  fué  metrópolis 
de  la  provincia  Bética,  y  habia  tantos  profesores  de  to- 
das las  ciencias  y  facultades,  que  fué  necesario  acortar 
las  inmunidades  ásus  profesores  reduciéndolos  á  menor 
número,  como  lo  refiere  Modestino  en  la  ley  Si  duas 
Dig.  de  excusat.  lut.,  y  esta  disposición  habló  con  todas 
las  metrópolis  del  orbe  romano.  Mas  si  nuestro  autor 
se  descontenta  de  todas  estas  probanzas,  y  no  quiere 
eíitender  la  inscripción  donde  se  halla  escrito  íN.  LV- 
DIS.  HISPALENSIBVS.  sean  escuelas,  sino  algunas 
fiestas,  oiga  lo  que  el  más  severo  escritor  de  las  cosas  de 
España  dice  en  particular  de  las  escuelas  que  habia  en 
Sevilla,  llamándolas  alcázar  de  la  Sabiduría:  sus  pala- 


—  393  — 
bras,  después  de  otras  muchas:  «Collegium  Hispali  cons- 
truendum  curavit  juveníuti  litteris  et  sapienti¿e  studiis 
imbuend<£,  iinde  tamqucm  ex  arce  sapienti¿e  plurimi  pro- 
dierunt.»  ¿Qué  más  se  pudo  decir  de  Atenas?  Nó  sólo 
habia  escuelas  en  Sevilla,  mas  en  ella  florecían  las  len- 
guas latina  y  griega,  y  todas  las  buenas  artes  y  el  len- 
guaje puro  y  gracioso,  de  tal  manera  que  ni  aun  en  el 
vulgo  habia  ignorancia  de  nada:  así,  aunque  con  más 
elegantes  palabras,  lo  dice  Matamoros,  canónigo  que 
fué  de  esta  Santa  iglesia,  y  uno  de  los  primeros  doctos 
que  fundaron  la  universidad  de  Alcalá  de  Henares,  en 
aquel  docto  tratado  que  hizo  de  las  Academias  de  Es- 
paña, hablando  de  aquellos  antiguos  tiempos:  «Flore- 
bant  quoque  Hispali  latinee  et  grec¿e  littera^  artes  etiam 
omnes  humanitatis:  unde  et  sermo  facetus  et  nulla  ni  re 
rudis  erat  nosiris  hominibus.  Hic  noster  Isidoras  pr¿es- 
tans  ingenio  ac  diligentia  doctrin¿e  mirifice  colebat.y>  San 
Leandro  fué  doctísimo,  San  Fulgencio  fué  eminente, 
nó  sólo  en  la  Teología,  sino  en  las  lenguas  latinas,  grie- 
ga y  hebrea.  De  San  Isidoro  ya  es  notoria  en  toda  la 
Iglesia  de  Dios  su  generalísima  sabiduría.  Estos  santos 
y  otros  muchos  que  fueron  sus  discípulos,  aprendieron 
en  Sevilla  para  ser  eminentes  en  otras  partes;  pues  ¿en 
qué  se  funda  aquel  autor  al  llamar  esfuerzo  mío  lo  que 
quizá  es  cortedad  en  materia  tan  notoria?  pero  es  ya  su 
costumbre  quitarlo  á  Sevilla  para  darlo  á  quien  no  lo  ha 
menester. 

Desconténtase  del  testimonio  de  Platina  en  la  vida 
de  Silvestre  II:  mas  él  es  tan  legítimo  para  el  intento  de 
las  escuelas  que  hubo  en  Sevilla,  que  sería  cosa  ridicula 

5° 


-  394  — 
quererlo  contrarestar,  supuesto  que  en  las  antiguas  ins- 
cripciones de  este  autor  se  halla  así:  bórresele  después 
por  juzgarse  fué  agravio  de  aquel  Pontífice  máximo, 
que  siendo  monje  floriacense  vino  á  Sevilla  á  aprender 
el  arte  mágica.  Bien  sé  que  el  cardenal  Benon,  enemigo 
suyo,  por  infamarlo  aun  después  de  muerto,  lo  escribió 
y  publicó  así.  Yo,  y  todos  los  que  piadosamente  sienten, 
negamos  que  Gilberto,  monje  antes  que  fuese  romano 
pontífice,  viniese  á  Sevilla  á  aprender  tan  execrables  es- 
tudios; pero  nadie  niega,  si  no  es  Martin  de  Roa,  que 
vino  á  esta  ciudad  á  estudiar  y  aprender  las  artes  libe- 
rales, como  en  la  universidad  más  florida  que  entonces 
habia  en  el  mundo  se  leian.  Nó  todos  los  que  iban  á  la 
universidad  de  Salamanca,  cuando  dicen  que  la  Peña 
Clemensin  era  escuela  de  aquella  prohibida  facultad,  en- 
traban en  la  Peña  Clemensin,  ni  se  puede  decir  que  por 
sólo  oir  en  ella  la  arte  mágica  iban  á  Salamanca.  En 
cuanto  al  testimonio  de  Platina,  no  fué  sólo  él  el  que 
dijo  aquello.  Tan  antiguo  ó  más  es  San  Antonio  de  Flo- 
rencia, que  lo  afirmó  en  la  parte  historial;  título  XVI, 
cap.  I,  §  1 8,  dice:  «.Demum  claustrum  exiens  {Gilber- 
íus)  Hispaniam  petiit:  veniens  que  Hispalimy  qu¿e  nunc 
Sibilia  dicitur,  ibidem  diu  mansit:  hcec  enim  civitas  tune 
a  Sarracenis  tenebatur:  quadrienium  etiam  ita  imbibit 
ut  illas  artes  quas  liberales  vocant  jam  dudum  oblec- 
tas  (i)  in  Galliam  revocaret.»  Ya  se  ve  aquí  cómo  nó 
sólo  habia  escuelas  en  Sevilla,  sino  que  fueron  el  plantel 
ó  seminario  de  las  que  después  florecían  en  París  y 


(i)     Oblitas,  s'tve  obletas. 


—  39S  — 
otras  partes.  Bien  merece  honroso  lugar  en  esta  averi- 
guación Gonzalo  de  íllescas,  que  para  escribir  su  Histo- 
ria Pontifical  es  cierto  averiguó  y  supo  la  verdad  de  k» 
que  escribia.  Dice  así  en  el  lib.  V,  cap.  I,  hablando  de 
Gilberto,  después  Silvestre  lí:  «Fué  monje  cuando  mo- 
zo en  el  monasterio  floriacense,  y  de  allí  dicen  que  vino 
al  estudio  de  las  artes  liberales  y  matemáticas  á  Sevilla, 
á  donde  los  moros  entonces  tenian  una  muy  principal 
escuela  de  todas  ellas,  y  en  ella  aprendió  consumadísi- 
mamente  todas  las  letras  de  humanidad  y  muchos  secre- 
to¿  de  naturaleza,  con  lo  cual  alcanzó  tanta  fama  y 
nombre  de  letrado,  que  muchos  principales  lo  codicia- 
ron tener  en  su  casa  para  que  enseñase  á  sus  hijos.»  Lo 
mismo  dice  Luis  de  Peraza  en  la  Historia  MS.  alegada 
en  otra  parte,  y  Morgado  en  la  suya,  lib.  I,  cap.  XÍII, 
y  ya  parece  superfluidad  hablar  más  en  estas  materias 
de  las  escuelas  de  Sevilla. 

Dice  en  el  lugar  citado  Martin  de  Roa  «que  tiene 
por  ilegítimo  el  testimonio  del  mármol,  y  que  hombres 
doctos  lo  juzgan  así,  queriendo  yo  que  sea  título  sepul- 
cral y  que  el  entierro  hubiera  sido  en  las  escuelas,  cosa 
tan  ajena  de  los  romanos,»  etc.  Lo  primero,  quisiera  sa- 
ber quién  son  estos  hombres  doctos  que  se  descontentan 
de  este  mármol,  porque  en  esta  facultad  conozco  muy 
pocos  en  España,  y  no  sé  que  puedan  decir  sino  lo  que 
yo  dejé  dicho  en  mi  libro,  qué  el  estrago  del  mármol  no 
da  lugar  á  discernir  con  claridad  la  mente  del  que  lo 
puso,  mas  de  que  fué  en  las  escuelas  hispalenses  donde 
le  pusieron  cenotafio  y  estatua,  si  no  sepultura;  pero 
cuando   yo  hubiese  dicho  que   fué  allí  enterrado  aquel 


—  39^  ~ 
Lucio  Vivió,  hijo  de  Lucio,  no  me  apartara  de  lo  que 
pudo  ser;  porque  aunque  es  así  verdad  que  los  romanos 
tenían  ley  en  las  Doce  Tablas  que  prohibía  enterrarse 
dentro  de  ciudades,  intra  urbes  ne  sepelito,  nevé  urito^  y 
el  hacerlo  era  contra  religión,  esta  ley  no  fué  general  en 
las  provincias,  como  parece  de  lo  que  doctamente  pintó 
Joan  Kirmano  en  el  tratado  De  Funeribus  romanorum^ 
lib.  II,  caps.  XXV  y  XXVI:  y  en  la  misma  Roma  ha- 
llamos á  cada  paso  quebrantada  esta  ley,  pues  dentro  de 
ella  se  enterraban  muchos,  como  lo  dijo  Aurelio  Pru- 
dencio, lib.  I  contra  Simmachum,  que  había  tantos  tem- 
plos en  Roma  como  había  sepulcros,  que  fué  grande  en- 
carecimiento. 

«£/  tot  templa  Deum  Roma  quot  in  urbe  sepulcra.» 
Festo  Pompeyo,  en  la  voz  argei,  dice  que  eran  unos 
lugares  dentro  en  Roma,  llamados  así  porque  en  ellos 
estaban  enterrados  ciertos  varones  ilustres  de  Grecia: 
«Argei  loca  Rom¿e  appellanlur  quod  in  eis  sepulii  essent 
quídam  Argivorum  illustres  viri.i>  La  misma  costumbre 
había  de  enterrar  en  la  ciudad  las  vírgenes  vestales  y 
otras  personas  que  por  sus  méritos  y  servicios  hechos  á 
la  república  lo  merecieron.  Servio  es  buen  testigo.  «Im- 
peratoreSy  et  virgines  vestales  quia  legibus  non  teneren- 
tur  in  civitate  habent  sepulcra.»  Nó  sólo  emperadores, 
sino  también  varones  ilustres.  Mejor  Cicerón,  lib.  II  De 
legibus:  «¿Quid,  qui  post  XII  in  orbe  sepulti  sunt^  clari 
viri?»  Familias  enteras  se  enterraban  dentro  en  Roma: 
de  la  familia  Cíncia,  Festo  Pompeyo:  «Cincia  locus  Ro- 
ma ubi  Cinciorum  monumentum  fuit.»  De  la  Claudia, 
Suetonio   in   Tiberio:    nAgrum  insuper  trans  Anienem 


—  397  — 
clientibuSy  lucumque  sibi  ad  sepulturam  sub  capilolio  pu- 
blice  accepit.-»  Si  todo  esto  pasaba  en  Roma,  ejemplar 
y  cabeza  de  todo  el  mundo,  maestra  de  las  ceremonias 
de  todos  y  de  donde  manaban  las  leyes,  ¿por  qué  sería 
maravilla  que  en  las  provincias,  donde  no  se  observaban 
las  leyes  con  tanto  rigor,  se  le  diese  sepultura  á  una  per- 
sona ilustre  en  los  gimnasios  ó  escuelas  públicas?  Es  muy 
peligroso  juzgar  por  reglas  generales;  muchas  veces  se 
engañará  quien  sin  más  discurso  condenare  por  solas 
ellas.  En  nuestra  inscripción  sevillana  hallamos  opuesta 
la  general  costumbre,  pero  quebrantada  muchas  veces 
en  la  misma  Roma:  las  letras  singulares  T.  R.  P.  IN. 
LVDÍS.  HISPAL.  no  daña  entender  que  es  sepulcro 
y  nó  estatua,  porque  las  mismas  se  hallan  en  otros  mu- 
chos cipos,  que  yo  he  visto,  que  no  se  puede  negar  sean 
de  sepulturas.  Declárelas:  «Titulus  Requietorii  Positus 
In  Ludis  Hispalensibus.y>  Vea  á  Kirmano  De  Fun.  Ro- 
mán. Mas  si  alguno  siguiere  la  interpretación  del  P. 
Marti;i  de  Roa,  que  quiere  que  diga  Titulum  Romula 
Posuity  no  reñiremos  por  eso,  pues  de  cualquier  manera 
queda  averiguado  que  allí  hay  memoria  de  las  escuelas 
que  hubo  en  Sevilla  en  tiempo  de  los  romanos,  que  es 
mi  principal  intento. 

Dice  el  mismo  «que  no  cabe  en  humano  discurso 
haber  sido  Triana  Itálica.»  Notables  son  las  resolucio- 
nes de  este  autor;  mas  ¿qué  tiene  que  ver  con  su  Prin- 
cipado que  lo  haya  sido  ó  nó?  Pues  basta  decirlo  refi- 
riéndolo de  otros,  hombre  tan  docto  y  de  todas  mane- 
ras grande  como  Antonio  Agustin,  para  abstenerse  de 
tal  encarecimiento.   Las  palabras  de  Antonio   Agustin 


-  398  - 

son,  en  el  Diálogo  VIII  de  las  medallas:  «Venioad  His- 
palenses nummos  et  Italicenses,  illam  urbem  Sevillam  vo- 
cant.  Italicam  vero  Sevillam  veterem,  vel  ut  aliis  placel 
Trianam.)^  Sigo  la  opinión  contraria  en  mi  Corografía, 
conformándome  con  la  común  que  Itálica  es  Sevilla  la 
Vieja,  que  está  á  la  vista  de  la  misma  Triana  y  en  la 
misma  banda  del  rio;  pero  confieso  juntamente  que  pu- 
do ser  Triana:  y  finalmente,  estas  poblaciones  estuvie- 
ron tan  cerca  unas  de  otras,  que  yerra  poco  ó  nada  el 
que  las  hace  todas  una  ó  las  confunde. 

Al  mismo  intento  de  las  cosas  de  Itálica  le  parece  á 
Martin  de  Roa  que  me  contradigo,  pues  haciendo  en 
una  parte  á  Lucio  Racilio  y  Tito  Basio  y  los  demás  ca- 
balleros italicenses,  sevillanos,  después,  para  eximir  á  los 
sevillanos  de  las  culpas  que  César  les  cargaba,  digo  que 
fueron  allí  culpados  los  de  Córdoba  y  los  de  Itálica  en 
particular;  de  manera  que  para  honrar  á  Sevilla  los  ha- 
go sevillanos,  y  después,  porque  Sevilla  no  sea  culpada, 
los  hago  italicenses.  Terrible  c?sgo:  grande  nefas  et  mar- 
te piandum,  como  si  fuese  cosa  nueva  y  extraordinaria 
que  en  una  misma  persona  por  diversos  respetos  con- 
curran calidades  contrarias.  Respondo  á  este  cargo  que 
la  hazaña  que  los  caballeros  de  Itálica  acometieron  que- 
riendo matar  á  Quinto  Cassio  Longino,  gran  ladrón  y 
tirano  de  la  tierra,  nó  sólo  no  fué  delito  culpable,  sino 
fué  valor  digno  de  tan  ilustres  caballeros,  defensores  de 
la  justicia  y  de  su  patria,  por  quien  en  esta  hazaña  es- 
pusieron sus  vidas  al  riesgo  de  la  muerte;  y  aunque  Ju- 
lio César  también  era  tirano,  no  era  por  tan  ruin  camino 
como  Q^ Cassio:  pero  con  este  hecho  le  dieron  ocasión 


-  399  — 
bastante  de  tener  sentimiento  y  queja  de  ellos,  por  estar 
en  esta  provincia  aquel  pretor'puesto  por  él,  y  ser  de 
los  que  seguian  su  parcialidad,  y  así  se  quejó  grave- 
mente de  los  que  en  él  pusieron  las  manos  queriéndole 
matar  á  puñaladas;  y  en  este  hecho,  que  pasó  en  Cór- 
doba, y  en  la  plaza  pública,  Hircio  no  dice  que  se  ha- 
llaron sino  los  italicenses,  y  Scapula  de  Córdoba;  y  así, 
aunque  aquella  enojada  ocasión  que  César  tuvo  en  Se- 
villa habla  generalmente  contra  todos  los  andaluces, 
aquella  particular  culpa  que  refiere  no  tocó  más  que  á 
los  dichos  caballeros:  y  esto  en  cuanto  á  su  juicio  y  esti- 
mación le  llama  culpa;  mas  juzgada  la  causa  ahora  y 
siempre  sin  la  ira  de  César,  fué  hazaña  digna  de  inmor- 
tal corona.  Llamando  yo,  pues,  á  los  hijos  de  Itálica 
verdaderamente  sevillanos,  los  alabo  con  justa  causa,  y 
á  la  ciudad  donde  nacieron;  y  llamándoles  italicenses 
cuando  acometieron  la  venganza  de  la  patria  contra  el 
malvado  Quinto  Casio,  también  los  alabo,  y  con  causa 
superior;  y  en  esto  no  hay  encuentro  ninguno,  sino  au- 
mento de  alabanza:  mas  el  intento  de  Martin  de  Roa 
no  es  hacerme  á  mí  cargo  de  cosa  tan  pueril  como  me 
opone,  sino  es  no  querer  que  Trajano,  Hadriano,  Theo- 
dosio  y  la  demás  copia  de  varones  ilustres  sevillanos  ó 
italicenses  no  toquen  á  Sevilla,  ni  se  juzguen  por  natu- 
rales de  ella;  como  si  la  distancia  de  media  legua  que 
apenas  hay  de  las  últimas  casas  de  la  puerta  Macarena 
al  despoblado  Sevilla  la  Vieja  la  hiciesen  distinta  en  la 
naturaleza,  siendo  como  es  uno  el  terreno  y  la  posición 
de  los  astros  celestiales  una  misma:  y  esta  razón  movió 
al  autor  del  Itinerario  de  Antonino  en  no  poner  distan- 


—  400  — 

cia  entre  Sevilla  y  Itálica,  según  buenos  originales  de 
este  autor  y  muchos  impresos,  que  todos  hacen  por  la 
pretensión  de  los  que  dijeron  que  Triana  es  Itálica.  Nó 
porque  el  gran  filósofo  Séneca,  su  padre  y  sus  hermanos 
y  sobrinos  nacieron  en  Córdoba  la  Vieja,  que  dista  de 
la  que  hoy  es  una  legua,  se  puede  decir  que  no  son  na- 
turales de  esta  ciudad  de  Córdoba,  pues  haber  nacido 
una  legua  de  distancia  no  los  hace  ciudadanos  de  dife- 
rente ciudad.  ¿Quién  le  negó  jamás  á  Virgilio  haber  si- 
do natural  de  Mantua?  Pues  es  cierto  no  nació  en  ella, 
sino  en  una  aldea  ó  pago  de  esta  ciudad  que  se  llamaba 
Andes;  por  lo  cual  le  llamaron  muchos  el  poeta  Andino. 
Así  le  llama  Silio  Itálico. 

deudosa  camoenis 

Andini  -vatis 

Este  mismo  nacimiento  le  da  Eusebio  Cesariense  en  el 
Chrónico:  «Virgilius  Maro  in  -pago  qui  Andes  dic'Uur^ 
haud  procul  a  Mantua  nascitur.y>  Justamente  se  llamó 
Mantuano  y  Andino:  por  la  misma  causa  no  se  le  pue- 
de negar  á  Trajano  y  á  los  demás  augustos  y  caballeros 
que  nacieron  en  Sevilla  la  Vieja  que  son  sevillanos  na- 
turales propiamente,  porque  si  vale  lo  que  dice  este  au- 
tor caerá  en  grandísimo  inconveniente,  que  es  no  juz- 
gar por  una  misma  ciudad  á  Córdoba  la  vieja  y  á  Cór- 
doba la  nueva;  y  que  primero  fué  edificada  Córdoba 
en  el  despoblado  de  Córdoba  la  Vieja,  donde  nació  Sé- 
neca y  toda  su  familia,  es  constante  opinión  del  cronista 
Morales,  su  muy  aficionado  historiador;  y  esta  es  la  ver- 
dadera recibida  y  común  opinión  de  todos  los  hombres 
doctos,  y  el  mismo  sitio  lo  manifiesta  hoy  dia.  Sería  lo- 


—  40I  — 
cura  decir:  Séneca  no  fué  de  Córdoba.  No  se  le  han  de 
escasear  á  tan  ilustres  ciudadanos  las  honras  que  tanto 
cabimento  tienen  en  sus  méritos,  pues  de  los  hijos  que 
cada  una  de  ellas  tiene,  nó  sólo  se  honra  la  provincia 
Bética  y  toda  España,  sino  que  sobra  honor  para  todo  el 
imperio  romano,  y  para  invidiar  aquellos  dichosos  siglos 
enriquecidos  con  la  virtud  y  valor  de  tan  ilustres  hijos. 
Tan  poca  justicia  tiene  Martin  de  Roa,  como  en  lo 
que  se  ha  dicho,  en  lo  que  dice  en  el  cap.  II,  fól  4:  «Oue 
aun  los  mismos  bárbaros  árabes,  guardando  este  respe- 
to, pusieron  en  Córdoba  la  cabeza  de  su  reino^  que  po- 
cos dias  estuvo  en  Sevilla,  antes  que  ganasen  y  cono- 
ciesen á  Córdoba.»  Aquí  se  olvida  de  la  historia  Mar- 
tin de  Roa,  que  siendo  en  este  punto  tan  notoria  y  vul- 
gar, no  es  creible  no  la  haya  leido.  Córdoba  se  ganó 
de  los  moros  mucho  antes  que  Sevilla,  porque  después 
de  la  desdichada  batalla  de  Jerez,  en  que  acabó  el  rey 
D.  Rodrigo,  y  con  él  el  reino  de  los  godos,  huyendo  las 
reliquias  del  ejército  vencido,  y  viniendo  en  su  alcance 
el  vencedor,  pararon  en  Écija;  y  allí,  volviendo  á  pelear 
segunda  vez,  fueron  vencidos  los  godos,  y  los  moros  sin 
detenerse  pasaron  luego  á  Córdoba,  y  con  el  mismo 
ímpetu  y  presteza  la  tomaron,  siendo  su  caudillo  Ma- 
gueit,  como  lo  dice  el  arzobispo  D.  Rodrigo,  lib.  III, 
cap.  XXI,  y  Morales,  lib.  XII,  capítulos  LXXIII  y 
LXXIV,  sigi^iendo  ambos  autores  al  moro  Rasis:  y  con 
ser  así  que  Sevilla  fué  la  postrera  ciudad  de  importancia 
que  se  ganó,  pusieron  en  ella  los  moros  su  primera  cor- 
te, de  donde,  como  del  más  fuerte  alcázar,  todo  su  im- 
perio recibió  leyes:  de  esta  manera  lo  dice  Joan  Maria- 

51 


—  402   — 

na,  lib.  VI,  cap.  XXVII:  nHispalis  electa  Maurici  im- 
■perii  sedes  at  que  jir  mis  sima  arXy  unde  universa  -provin- 
cia jura  dabantury>\  (i).  Después  los  moros  mudaron 
su  corte  á  Córdoba,  donde  estuvo  por  espacio  de  tres- 
cientos años  poco  más  ó  menos,  y  se  acabó  del  todo  le- 
vantándose en  cada  ciudad  un  rey.  En  Sevilla,  uno  que 
era  en  ella  juez,  llamado  Albucazin,  que  murió  año  435 
de  la  egira  de  Mahoma:  después  de  él  reinó  Habet  Al- 
mocamus,  su  hijo,  y  el  hijo  de  éste,  que  se  llamó  Maho- 
mad  Abenabeth,  que  fué  padre  de  Zaida,  mujer  del  rey 
D.  Alonso  el  VI,  y  se  llamó  María  en  el  bautismo:  éste 
ganó  á  Córdoba  y  fué  rey  de  toda  la  Andalucía,  y  tuvo 
muchos  lugares  en  Castilla,  de  los  cuales  dio  parte  á 
Zaida  en  dote.  Muerto  este  Rey  en  una  batalla,  comen- 
zaron á  remar  los  almorávides,  que  eran  arabios  de  Lu- 
tinia.  En  Sevilla  reinó  Ali  Aben  Axa,  y  en  toda  España 
en  aquella  parte  que  los  moros  poseian,  levantáronse 
con  el  nombre  de  Miramolin  ó  Amixmunimin,  que 
sólo  se  lo  llamaban  los  que  en  toda  la  morisma  impera- 
ban: el  reino  de  Sevilla  en  la  Bética  perseveró  hasta 
Axataf,  á  quien  lo  ganó  el  santo  rey  D.  Fernando.  Todo 
esto  consta  de  la  Historia  délos  Árabes  que  escribió  el 
arzobispo  D.  Rodrigo,  caps.  XLVIl  y  XLVIII,  y  de 
Mariana,  lib.  X,  cap.  I,  y  debiera  haberlo  visto  el  P. 
Martin  de  Roa  para  hablar  con  menos  afición  y  más 
atención  en  cosas  tan  notorias.-|*Tropezar  en  la  verdad 
manifiesta  por  buscar  misterios  donde  no  los  hay,  no  es 
seguro,  como  ni  lo  que  en  otra  parte  dice:  «queCórdo- 


(i)     Lo  escrito  entre  las  dos  f  f  está  al  margen  en  el  original. 


—  403  — 
ba  estuvo  siempre  tan  llena  de  ciudadanos  romanos,  que 
no  tuvo  necesidad  que  se  supliese  por  privilegio  de  los 
emperadores,  como  sucedió  á  Sevilla  y  Mérida.»  En 
esto  se  engaña,  pues  Cornelio  Tácito,  que  refiere  este 
hecho,  no  dice  que  faltaban  familias  de  ciudadanos  ro- 
manos en  Sevilla  ni  Mérida,  sino  que  fué  merced  que 
les  hicieron  por  tener  estas  ciudades  tan  poderosas  gra- 
tas, y  valerse  de  ellas  en  las  ocasiones  de  guerra  que 
siempre  tenían,  y  esto  era  añadiendo  á  las  familias  anti- 
guas otras  de  nuevo  para  hacer  mayor  el  número,  como 
sucedió  en  Genova  cuando  trujeron  aquellas  porfiadas 
guerras  civiles,  que  á  las  veinte  y  ocho  casas  antiguas 
nobles  se  añadieron  trescientas,  ó  como  pasa  hoy  en  Es- 
paña, que  se  dan  muchos  hábitos  de  las  cuatro  órdenes 
militares,  nó  porque  hay  falta  de  ellos,  sino  por  premio 
de  los  caballeros  y  por  tenerlos  S.  M.  (Dios  le  guarde) 
gratos  para  tantas  ocasiones  como  dan  los  enemigos  de 
esta  corona,  ó  por  servicios  ya  hechos,  que  es  lo  más  or- 
dinario, y  así  sucedió  á  estas  dos  ciudades  de  Sevilla  y 
Mérida  en  tiempo  de  aquellos  emperadores.  Ni  Justo 
Lipsio  dijo  que  esto  se  hizo  por  falta  de  ciudadanos,  sino 
porque  tal  vez  lo  solian  hacer  los  romanos  cuando  la  ha- 
bia.  Esta  merced  á  Sevilla  y  Mérida  no  fué  suplemento 
ni  falta,  sino  don  y  aumento.  Las  palabras  de  Tácito  no 
dan  lugar  á  dudas:  «Hispalensibus  et  Emeritensibus,  fa- 
miliar um  adject iones  Lingonibus  universis  civitatem  ro- 
manam  provinci^e  Batiere  civi tales  dono  dedit.^y  Perspi- 
cua está  aquí  la  verdad.  Dono  dedit^  dice,  y  nó  suplevit 
vel  suplementum  fecit,  Merced  fué  de  los  Lingones  dar- 
les la  ciudad,  nó  por  falta  de  aquella  gente;  las  ciudades 


—  404  — 
de  iMauritania  dadas  á  la  Bética,  no  fué  porque  le  fal- 
taban á  la  Bética  ciudades  ni  podian  trasportarse  las  de 
Mauritania  á  la  Bética,  sino  por  pagarle  grandes  servi- 
cios que  esta  provincia  hizo  siempre  al  pueblo  romano. 
Esto  queda  sin  pensamiento  de  duda  con  lo  que  dice 
Wolfango  Lazio  en  el  lib.  XII,  cap.  I,  de  la  República 
Romana^  hablando  de  este  mismo  privilegio,  que  podrá 
ver  el  curioso  si  tuviere  gusto  y  no  quedare  muy  satis- 
fecho (i). 

En  el  fól.  42  dice:  «Tanto  Beto,  tanto  Hispalo, 
tanto  Tago  que  nó  sólo  oirlos  hiere  las  orejas  y  cansa. 
Pues  ya  los  ensayes  que  hacen  de  Hércules,  ya  griego, 
ya  egipcio,  ya  gálico,  que  no  hay  rios,  ni  montes,  ni 
mares,  ni  ciudades  donde  no  suene  su  nombre  y  asom- 
bre su  piel,  y  su  maza  á  quien  no  ofenda?»  En  los  ejem- 
plos pasados  bien  se  echa  de  ver  que  Martin  de  Roa 
faltó  en  la  diligencia  y  atención  con  que  debia  escribir: 
mas  en  la  primera  parte  de  la  proposición  echo  menos 
la  sinceridad  de  este  autor,  pues  porque  á  Hispalo  ó 
Hispan  se  atribuyó  la  fundación  de  Sevilla  ó  su  nom- 
bradla, lo  envuelve  con  Beto  y  Tago,  porque  Beto  y 
Tago  son  reyes  de  la  creación  de  Joan  Annio  Viterben- 
se,  que  por  acreditar  su  Beroso  ó  su  ficción,  sin  haberlos 
hallado  en  autores  clásicos,  dicen  que  los  fingió:  á  lo 
menos  todos  los  hombres  doctos  lo  reprueban:  mas 
Hispalo  ó  Hispalis  (que  de  ambas  maneras  se  halla  es- 
crito en  MSS.  antiguos),  cuyo  nombre  se  halla  en  Jus- 


(i)  No  es  posible  que  Martin  de  Roa  enmendó  este  tratado  ni  le 
revido,  porque  él  propio  me  dijo  que  no  enmendaba  ni  revia,  sino  que 
de  una  vez  cúrrente  cálamo  escribía  lo  que  imprimía. 


—  405  — 
tino  ó  el  Abreviador  de  Trogo  Pompeyo,  jqué  tiene  que 
ver  con  Beto  y  Tago?  Implicar  lo  que  se  tiene  por  falso 
ó  fabuloso  con  lo  que  está  acreditado  con  autores  graves 
y  tiene  por  sí  la  aprobación  de  los  siglos,  no  es  oficio  del 
legal  escritor.  Desaforar  lo  verdadero  ó  lo  que  en  la  an- 
tigüedad se  tiene  por  tal,  y  desterrarlo  á  la  provincia 
de  los  sueños,  no  es  acción  del  justo  y  recto  juez.  Si  esto 
vale,  ¿cuál  de  los  demás  escritores  que  reverencia  la  an- 
tigüedad estará  seguro,  ó  dónde  se  podrá  admitir  tan 
rigorosa  censuraf^ 

No  es  menos  digno  de  advertencia  el  enfado  que 
este  autor  toma  en  Hércules  líbico,  egipcio,  griego,  etc. 
Si  las  memorias  de  Hércules  !e  desazonan  es  necesario 
que  haga  Martin  de  Roa  nuevo  y  nunca  visto  expur- 
gatorio para  que  el  nombre  ó  las  nombradías  de  Hér- 
cules se  borren  de  Herodoto,  Diodoro  Sículo,  Pausa- 
nias,  Dionisio  Haücarnaseo,  Estrabon,  Plinio,  Solino, 
Tito  Livio,  Salustio  y  toda  la  mayor  parte  de  los  que 
reverencian  á  Clio  (que  ya  de  los  poetas  no  hacemos  ca- 
so), sopeña  de  que  todo  lo  demás  se  tendrá  por  fabulo- 
so. Si  con  tres  ó  cuatro  Hércules  se  enfada  Martin  de 
Roa,  mande  borraren  Cicerón,  de  I^ atura  Deorum^  los 
cuarenta  y  tres  que  juntó;  y  si  las  nombradías  de  los 
rios,  montes  y  ciudades  le  cansan,  necesario  es  un  dilu- 
vio universal  segundo.  ¡Pobre  de  la  Lusitania,  desdicha- 
dos de  los  Pompeyos  en  Italia!  Nunca  hubiera  habido 
Ara  máxima  en  Roma,  ni  templo  famoso  en  Cádiz,  ni 
camino  que  atraviesa  á  toda  España,  ni  ciudad  Herá- 
clea  en  el  Estrecho.  ¡Ojalá  los  sacerdotes  gaditanos  pe- 
recieran con   los  Poticiüs  y  Pinarios  de  una  vez,   pues 


—  4o6  — 

sólo  un  enfado  de  Martin  de  Roa  basta  para  deshacer- 
los y  aniquilarlos,  y  dichosa  nuestra  edad  que  goza  de 
un  tan  oportuno  aunque  muy  tardío  desengaño! 


Jdo  mwcJio  cj^we  oor/iprendib  la  inetrbpolis 
d&  jSevillcv  antigua. 

Pretende  Martin  de  Roa  en  el  cap.  X,  fóls.  49  y 
50,  que  Córdoba  fué  metrópolis.  Válese  de  Julián  Pé- 
rez, que  así  lo  dice,  y  otras  consideraciones  que  hace:  y 
porque  este  es  honor  de  aquella  ciudad  no  me  pasa  por 
la  imaginación  contradecirlo,  aunque  estaba  á  cargo  de 
este  autor  declararnos  cuáles  y  cuántos  fueron  los  obis- 
pos sufragáneos  de  Córdoba,  y  salvar  la  dificultad  que 
hace  el  concilio  Calcedonense,  en  que  se  ordenó  que  en 
una  provincia  no  hubiese  más  de  un  metropolitano.  Mas 
como  mi  intento  no  es  disminuir  las  grandezas  de  aque- 
lla ciudad,  no  examino  sus  proposiciones.  Lo  que  no  se 
puede  poner  en  duda  es  que  la  iglesia  de  Córdoba  y  sus 
obispos  fueron  siempre  sufragáneos  de  Sevilla,  hasta  su 
recuperación  de  los  bárbaros:  sería  gloria  de  esta  gran 
ciudad  que  su  arzobispo  y  primado  de  las  Españas  en 
aquel  tiempo  tuviese  por  sufragáneo  otro  metropolita- 
no. Mas  pues  la  ocasión  se  nos  ha  venido  á  las  manos, 
servirá  esta  adición  al  cap.  XII,  y  los  consecuentes  del 
libro  II  de  mi  Principado.,  y  constará  cuan  extendidos 


—  407  — 
fueron  los  términos  del  prelado  metropolitano  de  Sevi- 
lla, y  cuánta  fué  su  jurisdicción  y  autoridad.  En  tiempo 
del  papa  Hormida  extendió  Sevilla  su  jurisdicción,  nó 
sólo  por  toda  la  provincia  Bética,  sino  también  por  toda 
la  Lusitania.  Esto  consta  por  una  epístola  decretal  de 
este  Pontífice  á  Salustio,  arzobispo  hispalense,  que  entre 
otras  palabras  dice  así:  ^Suffragantibus  igitur  tibi  tot 
meritis  p¿e  solicitudinis  et  laboribus  certe  jam  delectat 
injungere,  qu¿e  ad  nostri  curam  constant  officii  pertinere^ 
ut  provinciis  tanta  longinquitate  disjunctiSy  et  nostram 
possis  exhibere  personam  et  patrum  regulis  adhivere  cus- 
todiam.  Vi  ees  i  taque  nos  tras  per  B^ticam  Lusitaniamque 
provincias,  salvis  privilegiis  qu¿e  metropolitanis  episcopis 
decrevit  ant  i  quitas,  pr¿esenti  tibi  auctoritate  commitimus, 
augentes  tuam  hujus participatione  ministerii  dignitatem, 
relevantes  nos  tras  ejusdem  remedio  dispensationis  excu- 
bias.yy  Un  poco  más  adelante  le  da  facultad  para  que,  si 
á  la  causa  común  de  la  Religión  conviniere,  convoque 
los  obispos  y  haga  concilio,  y  determine  las  controver- 
sias, ajustándolas  y  en  todo  haciendo  como  está  dis- 
puesto por  los  santos  cánones:  «^oties  universalis  pos- 
cit  religionis  causa,  ad  concilium  se  cunctifratres  evocante 
conveniant:  et  si  quos  eorum  specialis  negotii  pulsat  con- 
tentiojurgia  ínter  eos  obvorta  compesce,  discussa  sacris 
legibus  determinando  certamina.»  Y  aunque  esta  juris- 
dicción es  tan  grande,  es  mayor  la  que  da  el  papa  Sim- 
plicio á  Zenon,  arzobispo  de  Sevilla,  en  todas  las  pro- 
vincias de  España.  Esta  epístola  decretal  tiene  así  el  so- 
brescrito: «-Simplicius  Papaad  Zenonem  spalensem  epis- 
copum.  Decomissa  illi  vice  apostolicce  sedis  in  aliis  His- 


—  4o8   — 

■paniarum  ecclesiis.-^  Dentro  en  la  carta:  Dileciissimo pa- 
tri  Zenoni  Simplicius.  P lurimorum  relatu  comperimuSy 
dilectionem  tuam  fervore  Spiritus  Sancti  ita  te  ecclesi¿e 
gobe?'natorem  existere  iit  naufragia  detrimenta,  Deo  auc- 
tore,  non  sentiat:  talibus  idcirco  gloriantes  indiciis,  con- 
griium  duximuSj  -vicaria  seáis  nostra^  te  auctoritate  ful- 
ciri,  cujus  vigore  munituSy  apostólica  institutionis  decreta 
ve  I  sanctorum  términos  patrum  nullo  modo  trascendi  per- 
mittas:  quoniam  digna  honoris  remuneratione  cumulatus 
est^  perquem  in  his  regionibus  divinus  crescere  innotuit 
cultus.  I)eus  te  incolumen  servet  carissime.»  Bien  se  echa 
de  ver  el  gran  celo  con  que  este  santo  arzobispo  de  Se- 
villa trataba  las  cosas  de  la  Religión,  nó  sólo  en  su  igle- 
sia, sino  que  su  ejemplo  daba  leyes  á  los  demás,  pues  con 
tan  honoríficas  palabras  se  lo  gratifica  el  Santo  Pontífi- 
ce, dándole  en  toda  España  potestad  de  legado  a  latere. 
-j^San  Isidoro  tuvo  potestad  del  romano  Pontífice  para 
hacer  sus  veces  en  cualquiera  parte  del  orbe  romano. 
Esto  consta  de  un  libro  antiguo  manuscrito  que  se  con- 
serva en  la  catedral  de  Coimbra,  cuyo  título  es:  Avisos 
ó  monitorios.  Allí:  «ii  Nonas  Aprilis  obitus  Isidori  his- 
pal.  epi.quiretinuit  privilegia  per  annos  X  romana  auc- 
toritate firmata  in  omni  térra  romani  imperii.  Obiit  Era 
DCLXXiijy>-\  (i).  Mas  para  que  de  una  vez  se  sepa  la 
amplísima  jurisdicción  que  tuvieron  aquellos  prelados 
antiguos,  añadiremos  á  lo  dicho  en  mis  Antigüedades  lo 
que  después  acá  me  ha  ocurrido  á  la  memoria  y  de  nue- 
vo he  leido.  Ya  es  cosa  notoria  en  toda  la  Iglesia  de  Dios 


(i)     Lo   entre  estas  dos  señales  •\'-^  estaba  al  miírgen  del  manus- 
crito original,  de  letra  del  Dr.  Rodrigo  Caro. 


—  409  — 
que  la  santa  iglesia  de  Sevilla  desde  el  tiempo  de  los  sa- 
grados Apóstoles  ha  sido  metropolitana  de  toda  la  pro- 
vincia Bética,  en  cuyo  distrito  se  contenian  los  obispa- 
dos siguientes:  itálica,  Astigi,  Corduba,  Malaca,  Ilibe- 
ris,  Egabro,  Ilipla  ó  Elepla,  Asidonia,  Tucci,  Utica, 
Solia,  Abdera,  Asta,  Iliturgi,  Gades,  Marchenaen  tiem- 
po de  los  mozárabes.  Esto  consta  por  los  concilios  de 
España,  antiguas  historias  y  la  división  de  Wamba  y 
Constantino.  Esteban  de  Garibay,  á  quien  los  castella- 
nos deben  mucho  y  poco  la  Andalucía  y  menos  Sevilla, 
añade  otros  tres  obispados:  Sitalense  ó  Sitiense,  Tueca 
ó  Tucci,  que  es  hoy  Mártos,  y  Castulo,  que  es  Cazlo- 
na.  Véase  en  el  lib.  VIII,  cap.  XLI  de  su  Compendio 
historial.  Ha  sido  negligencia  de  los  escritores  de  Sevi- 
lla, que  siempre  ha  tenido  pocos  valedores  de  su  gran- 
deza antigua,  pues  los  obispos  de  la  Mauritania  en  Áfri- 
ca fueron  también  sufragáneos  de  Sevilla  y  su  metró- 
poli. Esto  consta  por  no  menos  auténtico  instrumento 
que  el  libro  llamado  Provincial,  cuyo  original  se  guarda 
en  la  Cancelaría  apostólica  de  Roma,  y  lo  refiere  y  tras- 
lada Pedro  Rebuffo  al  fin  de  la  Práctica  beneficiáis  por 
estas  palabras,  en  cuanto  á  Sevilla:  «Jrchiepiscopus  his- 
palensis  hos  habet  sufragáneos;  Gienensis,  Godicensis  vel 
Goden-Silvensis^  Marrochitani  in  África,  Rubicensis.» 
El  tener  Sevilla  por  sufragáneos  los  obispos  de  la  Mau- 
ritania parece  haber  nacido  de  más  hondas  raíces,  por- 
que el  emperador  Otón  dio  en  donación,  como  ya  diji- 
mos, las  ciudades  de  la  Mauritania  á  la  provincia  Béti- 
ca; y  así,  siendo  Sevilla  su  antigua  y  general  metrópo- 
lis, parece  que  también  le  rindieron  el  vasallaje  eclesiás- 


—  4IO  — 

tico:  y  fué  tanto  el  trato  de  la  Andalucía  con  la  Mauri- 
tania, que  le  llamaban  España  Transfretana,  España  de 
esa  parte  del  Estrecho  ó  allende  el  mar.  Esto  consta  de 
Sexto  Rufo  y  Honorio;  y  así,  el  conde  de  las  Españas 
ó  su  vicario  visitaba  aquella  provincia,  como  parece  de 
los  actos  del  martirio  de  San  Servando  y  Germano.  Des- 
pués de  esto,  y  habiendo  los  árabes  conquistado  la  Áfri- 
ca, los  cristianos  Mixtárabes  que  en  Marruecos  queda- 
ron tuvieron  aquel  respeto  y  obedecimiento  al  arzobispo 
de  Sevilla,  como  lo  tuvieron  sus  pasados:  y  nuestros  ar- 
zobispos favorecían  y  cuidaban  de  aquella  pobre  y  arrin- 
conada cristiandad.  De  aquí  sucedió,  que  haciendo  Te- 
xufin,  rey  moro  del  bando  de  los  malvados  almoha- 
des (i),  crueles  enemigos  del  nombre  cristiano,  general 
expulsión  de  los  obispos  de  esta  provincia,  año  de  1126, 
y  habiendo  permanecido  hasta  entonces  arzobispo  en 
Sevilla  y  obispos  en  otras  partes  de  la  Bética,  este  año 
fueron  todos  desterrados,  y  el  arzobispo  de  Sevilla,  por 
la  antigua  amistad  y  conocimiento  que  tenía  con  los  de 
Marruecos,  y  ser  sus  sufragáneos,  se  fué  allá  con  ellos. 
Así  lo  escribe  Julián  Pérez,  testigo  de  vista  de  aquellos 
tiempos,  en  su  Chronico^  en  el  año  arriba  dicho,  por  es- 
tas palabras:  uManserunt  in  B ¿etica  episcopi  HispaliSy 
Corduba,  Tucci  cum  christianis  muzarabibus  doñee  lexu- 
finus  hoc  anno  11 26  eos  per  suos  duces  marrochium  jussit 
ut  transfretarentur.»  Recuperada  Sevilla  por  el  santo 
rey  D.  Fernando  año  de  1248,  se  continuó  el  trato, 
amistad  y  correspondencia  de  los  cristianos  de  Marrue- 


(i)     Almorávides. 


—  411   — 

eos  con  la  de  Sevilla,  y  los  obispos  de  aquella  ciudad 
venian  á  ésta  á  los  sínodos  convocados  por  sus  arzobis- 
pos, y  los  cristianos  seglares  iban  y  venian  tan  de  ordi- 
nario de  una  ciudad  á  otra,  que  edificaron  un  barrio 
fuera  de  los  muros  de  Sevilla  y  le  pusieron  por  nombre 
Marruecos.  Después  los  moros,  desterrando  los  obispos 
de  toda  el  África,  el  de  Marruecos  se  vino  á  Sevilla,  y 
se  le  dio  de  distrito  y  diócesis  todo  aquel  barrio  que  se  lla- 
maba Marruecos,  con  unas  hazas  de  tierra  adyacentes,  y 
tuvo  su  iglesia  catedral,  que  todo  ello  le  rentaba  seiscien- 
tos ducados  en  cada  un  año;  pero  como  los  arzobispos 
de  Sevilla  nunca  ó  muy  raras  veces  ejercitan  el  pontifi- 
cal, y  siempre  tienen  y  han  tenido  un  obispo  titular  que 
haga  órdenes  y  confirme,  venía  á  ser  todo  junto  tres 
mil  ducados  de  renta,  con  que  pasaban  con  alguna  co- 
modidad. De  haber  sido  este  obispo  sufragáneo  lo  más 
cercano  á  nuestra  edad  consta  por  la  convocatoria  que 
D.  Diego  Deza  dio  año  de  151 2,  que  comienza:  «Nos 
D.  Diego  Deza,  por  la  miseración  divina  arzobispo  de 
Sevilla,  con  acuerdo  y  parecer  de  los  venerables  nues- 
tros muy  amados  hermanos  deán  y  cabildo  de  la  dicha 
nuestra  Santa  iglesia,  determinamos  hacer  y  celebrar 
concilio  provincial  en  esta  insigne  ciudad  de  Sevilla. 
Para  el  cual  mandamos  llamar  por  nuestras  cartas  pa- 
tentes de  convocación  á  los  reverendos  en  Christo  pa- 
dres é  señores  los  obispos  de  Cádiz,  Málaga,  Sil  ves. 
Canaria  y  Marruecos,  nuestros  sufragáneos,  é  á  los  ca- 
bildos,» etc.  Esto  duró  hasta  el  año  de  1570,  que  ha- 
biendo muerto  D.  Miguel  de  Espinosa,  último  obispo 
de  Marruecos,  se  consumió  su   diócesis  y  obispado;  y 


-^  412  -^ 

aquel  barrio  que  hoy  se  llama  San  Telmo,  y  las  hazas 
de  tierra  vecinas,  se  adjudicaron  al  fisco  del  Santo  Ofi- 
cio de  la  Inquisición  de  esta  ciudad  para  ayudar  á  se- 
guir las  causas  de  la  fé.  Hoy  hay  personas  que  viven  y 
conocieron  la  iglesia  catedral,  palacio  obispal  y  un  hos- 
pital de  convalecientes  que  allí  habia,  y  vieron  hacer 
órdenes  y  ejercitar  el  pontifical  á  sus  obispos,  y  con  todo 
eso  para  muchos  viene  á  ser  esto  una  cosa  muy  nueva, 
con  haber  tan  poco  tiempo  que  pasó,  por  la  poca  aten- 
ción que  el  vulgo  pone  en  estas  cosas  tan  dignas  de  no 
olvidarlas. 

Del  obispado  Rubicense  en  África,  de  que  el  libro 
Provincial  de  la  Cancelaría  apostólica  hace  mención, 
que  también  era  sufragáneo  de  Sevilla  como  arriba  vi- 
mos,, no  hallo  más  memoria  que  la  que  hace  Víctor, 
obispo  Uticense,  en  el  libro  de  la  Persecución  Wandáli- 
cüy  de  que  él  fué  testigo  de  vista,  y  allí  le  llama  Rubica- 
riense,  que  á  lo  que  puedo  juzgar  estaba  en  la  provincia 
de  Mauritania  Cesariense,  y  lo  pone  Abraham  Ortelio 
en  su  Tesoro  Geográfico. 

El  mismo  olvido  comprehendió  también  el  obispa- 
do de  Jaén,  en  cuanto  á  que  haya  sido,  después  que  se 
recuperó  de  los  moros  aquella  tierra,  sufragáneo  de  Se- 
villa; y  no  sabemos  por  qué  causa  ni  cuándo  se  le  adju- 
dicó á  la  iglesia  de  Toledo,  ni  las  historias  de  aquel  rei- 
no lo  escriben;  y  es  cierto  y  que  no  puede  faltar  la  ver- 
dad de.  aquel  libro  Provincial:  <.<Taníum  ¿evi  longinqua 
vale  mu  tare  vetustas.» 

El  obispado  de  Sil  ves  en  Portugal  há  menos  que 
deja  de  reconocer  esta  Sede  Hispalense,  y    no   há  cien 


—  413  — 
años  que  la  reconocía;  mas  por  el  ordinario  descuido  de 
los  prelados,  se  ha  perdido  esta  jurisdicción,  y  cada  dia 
se  va  perdiendo  más,  con  notable  menoscabo  de  la  dig- 
nidad arzobispal,  y  más  cuando  llega  á  ser  tanta  la  des- 
dicha, que  á  quien  pertenece  el  mayor  cuidado  es  el 
que  menos  atiende,  cargando  el  gobierno  á  sólo  un 
hombre  indocto,  ambicioso,  y  que  no  supo  gobernar  su 
casa,  y  éste  con  gobierno  despótico  ha  destruido  la 
autoridad  de  su  dueño  y  la  del  arzobispado,  quitando 
ministros  dignos  y  poniendo  inméritos  y  mifdándolos  á 
su  albedrío;  pues  lo  que  no  se  ha  visto  jamás,  ni  oido 
decir,  ha  mudado  en  tres  años  ochó  provisores  y  todos 
los  demás  jueces  y  ministros  inferiores,  de  todo  lo  cual 
hablará  con  más  libertad  la  posteridad;  pero  cuando  ya 
no  tenga  remedio,  como  ya  no  lo  tiene  lo  que  hasta 
ahora  se  ha  perdido  (i).  La  razón,  ó  por  mejor  decir 
la  lástima,  ha  hecho  correr  la  pluma  lo  que  no  pen- 
saba. 

Háse  de  añadir  á  la  foja  84,  lib.  11  de  mi  libro  del 
PrincipadOy  lo  que  advierto  aquí  contra  lo  que  dice 
Martin  de  Roa  en  la  foja  13  del  suyo,  en  que  declara 
el  epigrama  de  Ausonio  y  lo  escribe  á  su  modo.  Dice 
en  una  nota  marginal:  «Ausonio  explicado  en  favor  de 
Sevilla.»  No  sé  que  haya  dificultad  alguna  en  este  epi- 
grama tal,  que  tenga  necesidad  de  explicación,  porque 
todo  él  es  llano  y  muy  claro  después  de  las  declaracio- 
nes que   Elias  Vineto  hizo  en  sus   comentarios  á  este 


(i)  Fué  esto  en  el  tiempo  que  fué  arzobispo  el  Sr.  JBorja,  y  aludí 
ai  Gobernador  durante  la  ausencia  del  Prelado,  en  cuyo  tiempo  escribia 
Caro. — N.  del  orig. 


—  414  — 
poeta.  Después,  en  una  nota  marginal,  dice  Martin  de 
Roa:  «y  también  de  Córdoba».  Si  todos  los  hombres 
doctos  hubiesen  de  leer  el  libro  del  Principado  de  Cór- 
doba no  habia  para  qué  hablar  en  lo  mucho  que  alteró, 
así  en  la  inteligencia  del  epigrama  de  Ausonio,  como  en 
la  puntuación.  Mas  porque  muchos  no  son  tan  doctos 
ni  versados  en  estas  letras,  será  bien  se  vea  cuánta  vio- 
lencia hace  al  texto,  mudando,  nó  sólo  la  puntuación, 
sino  la  escritura.  Lo  primero,  hallándose  en  los  ejempla- 
res así  marmscritos  como  impresos  escrito: 

Jure  miht  post  has,  memorabere  nomen  Hiberum 
Hispalis,  aquoreus,  quam  prceter  labitur  atinis, 
Sumittit  cui  tota  suos  Hispania  fasces. 
Cardaba  fion,  non  arce  potens  tibi  Tarraco  certant 
¿luaque  sÍ7iu  pelagi  jactat  se  Br acara  di'ves. 

El  Padre  Martin  de  Roa  quita  el  punto  redondo 
de  la  última  dicción  del  tercer  verso  y  continúa  con  el 
cuarto,  hasta  donde  dice:  Cor  duba  non^  y  aquí  pone 
dos  puntos:  luego,  donde  en  todos  se  lee  certant ^  lee  en 
singular  certat;  y  siendo  todo  esto  violencia  pública 
contra  la  ley  lulia  peculatus,  la  hace  mayor  en  la  in- 
terpretación del  romance:  porque  diciendo  Ausonio 
que  toda  España  se  humilla  y  abate  á  Sevilla,  que  esto 
&s  sumittere  fasces,  stgun  Budeo,  y  pasando  luego  á  de- 
cir que  ni  Córdoba,  Tarragona,  ni  Braga  pueden  com- 
petir con  ella,  atribuye  esto  que  es  de  Sevilla  á  Córdo- 
ba, diciendo: 

Con  tu  grandeza  no  compite  aquella 


—  415  — 

Cónloba,  en  cuya  dignidad  suprema 
,c.-r<--«nn  Ventajas  reconoce  toda  España. 

Aquí  deja  dudosa  esta  dignidad,  y  más  parece  que 
el  P.  Martin  de  Roa  se  la  quiere  dar  á  Córdoba;  mas 
forzado  de  la  claridad  del  epigrama,  se  declara  en  la 
prosa,  diciendo:  «porque  dando  á  cada  una  de  las  demás 
ciudades  Tarragona  y  Braga  las  ventajas  que  tenian  pa- 
ra engrandecer  la  comparación,  debia  también  dar  á 
Córdoba  la  que  tenía  de  ser  cabeza  de  su  España,  con 
que  de  todas  partes  encarecía  la  estima  de  Sevilla,  pre- 
firiéndola á  las  cabezas  de  las  provincias,  que  en  su 
tiempo  habia  Citerior,  Ulterior  y  Lusitania,»  etc. 
Tampoco  vuelve  sinceramente  los  versos,  trasponiendo 
la  interpretación  del  verso  tercero  á  que  esté  después  de 
el  nombre  de  Córdoba,  para  atribuirle  á  ella  lo  que  Au- 
sonio  dice  de  Sevilla.  Vea  el  lector  que  gustare  saber  lo 
que  dijo  Ausonio  en  Elias  Vineto,  su  comentador,  lo  que 
Martin  de  Roa  innovó,  nó  sólo  en  cuanto  á  la  interpre- 
tación, sino  cuántos  puntos  quitó  y  traspuso  á  su  albe- 
drío,  y  esto  no  es  lícito.  Los  puntos,  comas,  incisos  ó  los 
interrogantes,  etc.,  son  en  las  escrituras  y  libros  como  en 
las  ciudades  y  heredades  y  jurisdicciones  los  límites  y 
términos,  las  piedras  sagradas  que  encaminan  el  senti- 
do para  que  se  entienda  la  mente  del  autor.  Mudar  es- 
to es  crimen  ahora,  y  antiguamente  lo  fué  capital.  Su 
cabeza  devolvia  á  los  dioses  terminales  quien  los  mu- 
daba ó  movia  de  su  antiguo  lugar.  Estimaban  los  anti- 
guos tanto  estas  piedras,  que  les  hacian  sacrificio,  por- 
que conservaban  la  paz  pública.  Si  fuese  lícito  mudar 
los  puntos,  combas,  incisos,  etc.,  en  los  libros,  no  estaba 


—  4i6  — 

la  filosofía  segura  en  Platón  ni  Aristóteles,  ni  la  historia 
en  Tito  Livio,  ni  las  leyes  en  los  jurisconsultos;  todo 
sería  tinieblas  y  confusión.  Contra  Solem  ne  loquitor^  de- 
cia  Pitágoras:  sol  es  la  verdad.  Mucho  se  desacredita 
quien  la  quiere  oscurecer  y  anublar  y  no  adelanta  el  in- 
tento que  pretende. 


I^OESZJLS 


5-5 


Á  SEVILLA  ANTIGUA,  Y  MODERNA 


(Entre  los  preliminares  del  libro  titulado — Antigüedades  y  principado  de  la 
ilustríssima  ciudad  de  S enjilla,  y  Chorographía  de  su  conijento  jurídico  ó 
antigua  Chancilleria. — Sevilla,  por  Andrés  Grande. — 1634.) 


¡Salve,  ciudad  ilustre,  honor  de  España, 
Que  entre  todas  al  cielo  te  leuantas 
Como  el  ciprés  entre  menudas  plantas; 
Del  libio  Ossiris  la  mayor  hazaña, 
Exemplar  de  valor  y  de  grandeza. 
Teatro  de  la  ciencia  y  hermosura. 
De  una  y  otra  nación  perfección  pura, 
Y  de  todas  primer  naturaleza! 
¡Oh  suprema  Metrópolis,  quedando 
Á  España  el  nombre  y  ser  que  ambiciosa 
Guarda,  siempre  lo  estás  acreditando! 
¡Oh  tú,  siempre  leal,  siempre  animosa. 
Aun  en  los  casos  donde  el  premio  engaña; 
De  humana  ley  respeto  soberano, 
Á  quien  no  multitud  de  vulgo  vano. 


—  420  — 

Solitado  de  rumor  reciente, 
Que  siempre  nueuos  príncipes  aclama, 
Solicitó.  Lo  raro  de  tu  fama 
Suspendido  en  tus  armas  noblemente 
Admiran  el  Ocaso  y  el  Oriente: 
Dígalo  el  Orbe  Américo  vencido 
De  tu  inuencible  gente; 
Y  el  mar,  con  ñaues  tuyas  discurrido; 
O  el  oro  y  plata  que  en  un  siglo  solo 
Te  dio  obediente  el  contrapuesto  Polo, 
Que  al  passo  que  tu  mano  lo  derrama 
Esparce  tu  valor  parlera  Fama. 
Mas  primero  tu  César  te  apellide 
Ultimo  premio  de  su  humana  gloria. 
Pues  fuiste  tú  su  última  vitoria: 
O  tú,  igual  población,  desde  el  incierto 
Fundador,  ya  sea  Pan,  Híspalo  sea, 
Ó  Alcides,  digno  empleo  de  su  idea. 
Hasta  el    último  huésped,  cuyo  acierto 
Verá  patria  mejor  quando  te  vea! 
Siempre  grande  te  vieron  las  edades 
independiente  al  cetro  de  los  dias. 
De  los  tiempos  burlar  las  monarquías. 
De  los  hados  vencer  las  variedades. 
Hoy  se  erigen  ciudades 
Que  ayer  desiertos  fueron ; 
Hoy  fábricas  divinas. 
Que  á  Olympo  se  atreuieron. 
Venerables  ruynas 
Ó  reliquias  pequeñas 


—  421    — 
Apenas  de  su  espíritu  dan  señas. 
Tú  sí  te  das  (la  antigüedad  no  engaña) 
L'.sonja  siempre  próspera  de  España: 
O  fértil  (merced  es  del  soberano 
Clima)  nó  solamente  de  aquel  grano 
Que  coronó  los  méritos  de  Céres, 
De  Palas,  de  Pomona,  de  Lieo, 
Que  otros  frutos  más  ínclitos  adquieres; 
Los  hijos  digo,  que  á  la  luz  añades 
Para  vida  inmortal  de  las  edades: 
Héroes  repito  tantos, 
Que  á  Dios  forman  exércitos  de  santos. 
Alce  Pió  primero  tu  bandera. 
Pues  debes  á  su  luz  tu  luz  primera: 
Florencios  dos,  que  triunfan  en  la  Zona; 
y  Eulalia,  que  dio  á  Mérida  corona, 
Á  tí  confiessa  su  primero  aliento. 
Félix,  Pedro  Carpóforo  y  Abundio, 
luán,  Adulfo,  Geroncio,  Wistremundo, 
Hermenegildos,  Laureanos,  Isidoros, 
Leandros,  Diegos,  Instas  y  Rufinas, 
Marías,  Áureas,  Verenes,  Florentinas: 
Que  Dios,  Seuilla  en  tus  preciosas  venas 
Para  el  Cielo  crió  tantos  tesoros 
Quantas  esconde  el  ancho  mar  arenas, 
Quantas  estrellas  los  celestes  coros. 
Tú,  urna  esclarecida  de  Fernando 
Y  teatro  primero  de  sus  glorias, 
Miraste  felizmente  sus  Vitorias; 
y  agora,  libre  del  morisco  bando. 


—   4-22   — 

De  tu  conquistador  santo  y  valiente 

Pyra  eres  poca,  sí,  pero  decente. 

¿Qué  diré  de  tus  hijos  gloriosos 

En  quien  no  cupo  el  mundo  lisongero, 

Dos  Teodosios,  Augustos,  verdadero 

Crédito  de  las  armas  españolas'' 

¿Qué  del  justo  Trajano,  en  cuyas  partes 

Naturaleza  usó  todas  sus  artes? 

¿•Q_ué  de  Adriano  valiente. 

Sabio,  Augusto,  dichoso  juntamente? 

¿Qué  de  Silio,  esplendor  de  la  eloquencia, 

Honor  de  Clio  y  gloria  de  Elicona? 

Aun  los  Alarbes,  que  engendraste  opressa, 

Tu  gymnasio  heredaron, 

Acreditando  sabia  medicina 

Contra  el  Rey  no  fatal  de  Libitina: 

Dígalo  un  Auicena,  hijo  tuyo, 

A  quien  Grecia  deudora  se  confiessa, 

No  sólo  Arabia  feliz.  ¡Oh  qué  tarde 

Te  restauró  tu  ley!  Alguna  empresa 

Te  pudo  agena  hallar,  mas  nó  cobarde. 

¿Vio,  pues,  edad  alguna 

(Desafíalas  todas  una  á  una) 

Más  varón,  más  fiel,  menos  ageno 

Que  el  mejor  Guzman  bueno. 

Que  el  valiente  Andaluz,  león  de  España, 

Néstor  en  paz,  y  Achiles  en  campaña? 

¿Quién  no  me  entiende?  don  Rodrigo  Ponce. 

Diga  Ilíberis,  diga  si  en  su  Alhama 

Más  sangre  otra  nación  mejor  derrama: 


—  423  — 
Occidentales  Bárbaros  valientes 
Digan  si  no  oluidaron 
Su  triste  vencimiento, 
Quando  en  el  vencedor  acreditaron 
Glorioso,  aunque  ofendido,  atreuimiento; 
Ya  en  los  males  se  hallaron  accidentes. 
Por  quien  son,  aunque  trágicos,  decentes. 
Mas  ¿qué  ocioso  me  acuerdo 
De  tus  valientes  hijos,  si  los  sabios 
(Á  cuyo  elogio  la  esperanza  pierdo) 
Prueuan  en  mi  silencio  sus  agravios? 
Discreta  suspensión,  descuydo  cuerdo 
Será  el  que  selle  presumidos  labios. 
Por  no  alabar  entre  cadencias  mias 
Los  Montanos,  los  Foxes  y  Mejías. 
En  tí  nacieron  doctos,  y  letrados, 
(Bien  es  que  de  sus  méritos  te  acuerdes) 
Alcázares,  Pinedas,  Maldonados, 
Valderramas,  Ruyzes,  Castrouerdes, 
Auilas,  y  gran  copia  que  reserua 
A  mejor  ocasión  sabia  Minerva. 
Nuestro  idioma  en  su  beldad  primera 
Te  aclama  madre  del  diuino  Herrera, 
Príncipe  fácilmente 
De  las  Musas  Iveras  elocuente, 
Á  quien  siguen  Pachecos  y  Medinas, 
Y  cubren  los  galeros  rutilantes 
ínsula  sacra  á  De^as,  y  Ceruantes: 
Preside  al  gran  Senado  de  Castilla 
Vázquez  de  Arce,  á  quien  Thémis  le  dio  silla. 


—  424  — 
¡Saine,  pues,  religiosa, 
Como  fecunda  madre  en  santo  zelo; 
Eliotropio  del  Cielo, 
Á  todas  superior,  quanto  piadosa. 
Celosa  induzes  en  unión  Christiana 
Quanto  la  Fé  para  la  Iglesia  gana 
Vínculo  de  ambos  Orbes  imperiosa, 
Reyna  del  Mar,  eternamente  salue! 
¡Salue,  primera  fábrica  Española, 
Madre  de  todas,  hija  de  tí  sola! 


Sobrar  cu  para  mil  p  eolios 
81  fivego^  c^iv&  en  vuestra  esfera 
(o  abe  J'piaeio^  y  sale  fuera 
Jl  el  rostro^  á  el  no^nbre^  á  los  lieelvos. 

GLOSA  XVIII 

(En  el  certamen  sexto  de  la — Relación  de  la  fiesta  que  se  hizo  en  Sevilla 
á  la  Beatificación  del  glorioso  San  Ignacio,  fundador  de  la  Compañía  de 
lesus. — Sevilla,  Luis  Estupiñan,  1610. — Al  fol.  66.) 

Con  las  aguas  del  pecado 
Perdió  el  mundo  la  salud: 

Y  estava  tan  ahogado, 

Y  tan  falto  de  virtud, 
Que  casi  uviera  acabado. 
Vos  al  coraron  derechos 
Rayos  en  amor  desechos 
Tantos,  Ignacio,  tirays, 

Que  el  fuego,  en  que  lo  abrasays, 
Sobrara  para  mil  pechos. 

Tal  calor,  tal  claridad 
Vuestro  pecho  y  rostro  inflama, 
Que  pierden  su  calidad 
El  fuego  resuelto  en  llama, 

Y  el  Sol  en  oscuridad. 


—    4^6   — 

Y  para  que  su  primera 
Actividad  verdadera 
Buelva  á  tener  dizeel  dia, 
Que  en  vuestro  rostro  estaría 
El  fuego,  que  en  vuestra  esfera. 

Tanto  al  Niño  Dios  amays, 
Que  su  Padre  pareceys; 

Y  claras  señales  days 

Que  el  que  en  la  mano  traeys 
En  el  alma  le  criays. 

Y  a  crecido  de  manera. 
Que  el  que  niño  tierno  era, 
Es  hombre  ya,  pero  Dios, 

Y  esta  es  la  causa,  que  en  vos 
Cabe  Ignacio,  y  sale  fuera. 

Soys,  Ignacio,  fuego  ardiente, 

Y  es  ardiente  fuego  Dios: 

Y  piensa  viéndoos  la  gente. 
Que  soys  lESVS,  porque  vos 
Lo  traeys  escrito  en  la  frente. 

Y  es,  que  con  lazos  estrechos 
Christo  imprime  nombre,  y  pechos 
En  vos,  y  su  Magestad 

Os  sale  con  claridad 

Al  rostro,  al  nombre,  á  los  hechos. 


A  LOS  DOCTOS  CENSORES 

Y  GiMNASIARCHAS    DE     LOS   SAGRADOS    JUEGOS   HISPA- 
LENSES,  DECRETADOS    EN    HONOR    DE    EL    BeaTO    PaDRE 
IGNACIO,  LOS   luSTADORES  SlARENSES.  S. 


(En  el  certamen  octavo  de  la  misma  Relación  que  la  Glosa  anterior. 
Ful.  Si.) 

Aviendo  el  correo  Silenio  de  alados  pies,  intérprete 
de  los  celestiales,  discurrido  por  varias  ciudades  de  la 
docta  Turdetania,  publicando  el  cartel  de  el  solene  certa- 
men, llegó,  cerca  de  las  Calendas  de  Febrero,  á  hazer 
este  oficio  al  esplendidissimo  municipio  Siarense,  de  fun- 
dación Tyria,  lugar  no  del  todo  menospreciado  de  las  sa- 
gradas Musas.  Fué  en  él  oydo  con  gustosa  admiración, 
por  la  que  tienen  de  las  marauillas  del  Beatzssimo  Pa- 
triarca Ignacio,  y  de  sus  parecidos  hijos.  T  para  dar 
muestras  de  el  mucho  y  antiguo  amor  que  al  Sancto  y  á  su 
Religión  tienen  por  antiguas  obligaciones,  le  decretaron 
estatua  con  acomodado  epigraphe,  y  solene  pompa.  No  pa- 
reció se  satisfazla  con  esto  á  la  reputación  de  la  patria; 
y  ass'i,  algunos  mancebos  assaz  entre  los  otros  osados,  que 
se  precian  de  hijos  del  Bétis,  se  ofrecieron  á  la  Justa, 
apadrinados  más  de  la  deuocion  que  confiados  en  las  res- 


—  428  — 

plandecieníes  armas.  Piden  ser  admitidos  como  hijos  pro- 
prioSy  los  que  en  la  destreza  gimnica  se  reputan  por  age^ 
nos:  y  esperan  conseguir  su  intento  fauoreci dos  de  su  ze- 
losa  humildad^  virtud  á  quien  no  corresponde  el  menor 
premio,  Salud.  De  Siaro,  vn  dia  antes  de  las  Nonas  de 
Febrero.  M.DC.X. 


CANCIÓN,  III  L 


Si  el  ingenio  tocasse,  donde  alcanza 
El  ardiente  desseo  lenguas  hecho 
Más  que  fuegos  eternos  la  alta  esfera, 
El  assumpto  menor  de  tu  alabanza 
No  uviera  ¡o  gran  Ignacio!  satisfecho 
La  voz  más  alta,  y  lengua  más  ligera; 
Pues  ¿cómo  con  grossera 
Pluma  tan  alto  volaré  atrevido 
A  dezirde  tus  hechos  milagrosos, 

Y  los  de  tus  soldados  valerosos, 
Triunfadores  del  Orco  y  del  olvido? 
Mas  si  tavorecido 

De  tus  virtudes  soy,  podré  dezillas; 

Y  será  singular  nuevo  portento 
Que  alcance,  lo  que  intento, 
Comentando  de  mí  tus  maravillas. 


—  4^9  — 
Mientras  venganza,  estruendo,  sangre,  espanto, 
Kntre  Iberos  y  Galos  esparzia 
Al  pueblo  de  Pompeyo  Marte  ayrado, 
Con  un  rayo  divino  ¡o  furor  sancto! 
Que  de  la  excelsa  esfera  baxaria, 
(¿Quién  pone  duda?)  fuyste  derribado, 
Para  ser  levantado 
A  dignidad  de  Capitán  más  fuerte, 
Tanto  al  de  Tarso  en  todo  parecido, 
Que  el  un  guerrero  y  otro  aveys  caydo, 
Y  ambas  vidas  nacieron  de  una  muerte: 
Una  dichosa  suerte 
Os  cupo,  de  llevar  á  las  naciones 
En  vasos  de  elecciones  el  dulce  nombre 
Del  Redemptor  del  hombre. 
Desde  el  Conopo  oculto  á  los  Triones. 

Avia  la  meretriz  de  Babylonia 
Con  ponzoñoso  halago  convertido 
Hombres  en  bestias  fieras,  y  cruentas, 
Más  que  las  de  Erimanto  y  Calidonia, 
Que  á  la  alma  grey  de  Pedro  con  bramido 
Amenazavan  fiero,  y  con  sangrientas 
Garras  presas  violentas 
El  León  osado  sin  defensa  hacía. 
Temblava  el  orbe  ya  sin  esperan^'a, 
Quando  para  tomar  justa  venganza 
El  Cantábrico  Orón  se  apercebia 
Con  una  Compañía 
De  escogidos  Soldados  peregrina, 


—  430  — 
Desnudo  el  cuerpo,  el  coraron  armado, 
Y  el  Capitán  mudado 
Clava  en  bordón,  y  piel  en  esclavina. 

Viole;  y  temió  primero  Galia  altiva. 
Á  tierra  se  arrojó  en  la  Lybia  Anteo. 
Admiró  Hesperia  su  orgulloso  intento. 
Rindió  Albion  su  diestra  vengativa. 
Calladas  sombras  escondió  Leteo. 
Á  Germania  su  voz  causó  tormento. 
Perdieron  el  aliento 
Las  fieras,  que  la  América  infestavan. 
Huyó  el  mónstro  de  .México  quexoso. 
Que  á  qualquier  joven  suyo  victorioso 
Las  dos  colunas  fuertes  passo  da  van; 
Y  que  no  se  borravan 
Sus  caminos  con  piélago  espumoso: 
Que  la  pobreza  menosprecie  el  oro: 
Que  llamen  por  decoro 
Cruel  la  vida,  y  el  morir  piadoso. 

Tal  esplendor  de  sus  virtudes  vieron 
Al  cierto  fin  los  siglos  inclinados; 
Tal  fué  su  Religión,  tal  su  doctrina. 
Que  (siendo  Dios  autor)  á  un  tiempo  fueron 
El  mundo,  el  tiempo,  el  hombre  renovados 
De  Ignacio  á  nueva  claridad  divina. 
Andava  peregrina 

Luengo  tiempo  de  Athénas  desterrada 
Minerva,  sin  hallar  su  proprio  assientoi 


—  431    — 
Mas  fué  restituyda  á  su  ornamento, 
De  docta  Compañía  acariciada. 
La  virtud,  desechada 
Del  trato  ciudadano,  tal  concierto 
Recibió,  que  se  ven  hechas  ciudades 
Las  anchas  soledades, 

Y  la  frequencia  popular  desierto. 

¿Oué  se  escondió  á  tus  hijos,  de  la  tierra.'* 
¿Qué  mares,  grande  Ignacio,  más  remotos? 
¿Qué  bárbaras  orillas  no  pisaron.^ 
¿Dó  con  guerrera  paz,  ó  blanda  guerra. 
Fuertes  soldados  ya,  ya  hechos  pilotos. 
El  Lábaro  de  Christo  no  arbolaron? 
Alegres  escucharon 
Su  nombre  Sancto  la  áurea  Chersoneso: 

Y  Meliapor  oyó  nuevos  Thomases. 
Pidió  la  astuta  China  largas  pazes. 
Sintió  Japón  su  fervoroso  excesso. 
Diéronle  dulce  beso 

De  paz  la  armada  Persia,  y  Lusitania: 

Y  á  la  Cruz  hizo  reverencia  propia 
La  tostada  Ethiopia, 

Quando  la  nieve  ardia  en  Lituania. 

Para  tantas  victorias,  tanta  hazaña, 
Tantos  trofeos,  tanta  maravilla, 
¿Qué  triunfo  igualará,  Ignacio  Divino? 
¿Ignacio  Padre  de  la  patria  España? 
¿Qué  la  gran  Roma?  ¿qué  mayor  Sevilla? 


-  43^  — 
¿Qué  humana  voz?  ¿qué  plectro  peregrino? 
Allá  en  el  cristalino 
Excelso  Capitolio,  donde  assiste 
Laureada  de  lESVS  la  COMPAÑÍA, 
Glorioso  triunfo  harán  con  alegría, 
Que  no  suspira  allí  captivo  triste. 
Allí  el  Sol  Christo  viste 
La  púrpura  de  eterna  primavera; 
Carro  serán  triunfal  los  Cherubines, 
Palma  los  Serafines, 
Que  essa  es  de  el  fuego,  Ignacio,  propia  esfera. 

Canción,  á  Ignacio  vuela;  y  si  el  aliento 
Falta  para  decir  lo  que  as  sentido. 
Di  que  el  Genio  oprimido 
Fué  de  la  gravedad  del  argumento. 


A  las  Ruinas  de  Itálica, 

D.  R.  C. 


Éstas,  Fabio,  ¡ai  dolor!,  que  ves  aora 
Ruinas,  que  esparzió  rústico  arado. 
Fueron  un  tiempo  Itálica  famosa: 
Itálica,  colonia  vencedora 
De  Scipion.  Por  tierra  derribado 
laze  el  temido  onor  de  la  espantosa 
Muralla,  y  lastimosa 
Reliquia  es  solamente. 
De  su  invencible  gente 
Solas  verás  memorias  funerales, 
Donde  erraron  ia  sombras  de  alto  exemplo. 
Caió  el  soberbio  alcázar:  caió  el  templo 
De  que  confuso  busco  las  señales. 
El  gymnasio  y  las  thermas  regaladas 
Leves  vuelan  cenizas  desdichadas. 
Las  torres,  que  desprecio  al  aire  fueron. 


(i)  La  copiamos  con  toda  exactitud  del  MS.  autógrafo,  que  debe- 
mos á  la  amistad  de  la  Sra.  D.^  Carmen  Caro,  como  el  opúsculo  inserto 
á  la  pág.  147. 

55 


—  434  — 
A  maior  pesadumbre  se  rindieron. 

Este  despedazado  amphitheatro, 
Impio  onor  de  los  Dioses,  cuia  afrenta 
Renueva  el  amarillo  jaramago, 
la  reduzido  á  trágico  theatro, 
¡O  fábula  del  tiempo!  representa 
Quánta  fué  su  grandeza  y  es  su  estrago. 
¿Cómo  en  el  cerco  vago 
De  su  rústica  arena 
Pueblo  alegre  no  suena.^ 
¿Dónde  (pues  fieras  ai)  está  el  desnudo 
Luchador?  ¿Dónde  está  el  atleta  fuerte? 
Todo  despareció.  Cambió  la  suerte 
Vozes  alegres  en  silencio  mudo. 
Mas  aún  el  tiempo  da  en  estos  despojos 
Espectáculos  fieros  á  los  ojos: 
I  miran  tan  confusos  el  presente, 
Que  vozes  de  dolor  el  alma  siente. 

Aquí  nació  aquel  raio  de  la  guerra, 
Gran  padre  de  la  patria,  onor  de  España, 
César  Óptimo  Máximo  Trajano, 
Ante  quien  mudase  postró  la  tierra, 
Que  ve  del  Sol  la  cuna,  y  la  que  vana 
El  mar  de  Atlante,  y  patrio  Gaditano. 
Aquí  de  Élio  Adriano, 
De  Theodosio  divino. 
De  Silio  peregrino. 
De  oro  i  blanco  marfil  rodó  la  cuna. 


-  435   — 
Aquí  el  laurel  i  iedra  coronaron 
Á  los  que  las  naciones  adoraron. 
Á  quien  Roma  rindió  su  alta  fortuna. 
Los  que  dieron  al  mundo  iustas  leyes, 
I  besaron  su  pié  soberbios  reyes. 
Despareció  su  gloria:  i  no  contento 
El  hado,  aun  no  perdona  el  monumento. 

Fabio,  si  tú  no  lloras,  pon  atenta 
La  vista  en  luengas  calles  destruidas: 
Mira  mármoles  i  arcos  derribados: 
Mira  estatuas  soberbias,  que  violenta 
Nemesis  humilló,  iazer  tendidas 
I  ia  en  alto  silencio  sepultados 
Sus  dueños  celebrados. 
Assí  á  Troia  figuro: 
Assí  su  antiguo  muro. 
1  á  tí,  Roma,á  quien  queda  el  nombre  apenas. 
¡O  patria,  o  domicilio  délos  reyes! 
I  á  tí,  á  quien  no  valieron  justas  leyes. 
Fábrica  de  Minerva,  sabia  Athénas: 
Aier  emulación  de  las  edades, 
Oi  cenizas,  oi  vastas  soledades: 
Que  no  os  respetó  el  hado,  nó  la  suerte, 
¡Ai!  ni  por  sabia  á  tí,  ni  á  tí  por  fuerte. 

la  love  de  su  augusta  Providencia 
Sea  olvidado.  Dejó  el  Genio  su  templo. 
Dejaron  los  Penates  sus  altares. 
Erynnis  de  iras  llena,  i  de  inclemencia, 


—  436  — 
De  su  furor  renueva  el  triste  exemplo, 
I  no  harta,  prosigue  sus  pesares 
En  los  sagrados  lares 
Del  augusto  Trajano, 
De  el  divino  Adriano. 
Mas  eco  ia  con  ronca  voz  doliente 
Tal  se  quexa,  que  el  caro  nombre  oido 
De  tanta  ánima  excelsa,  en  dolorido 
Acento  me  responde  tiernamente: 
Sólo  Silio  cantar,  llorar  pudiera, 
Su  gloria,  su  desdicha  postrimera: 
Silio,  hijo  inmortal  de  esta  ruina, 
Que  el  imperio  venció  de  Libitina. 
Esta  corta  piedad,  que  agradecido 
Guésped  á  tus  sagrados  Manes  debo. 
Les  do  i  consagro:  Itálica  famosa: 
Tú,  si  don  tan  pequeño  an  admitido 
Las  ingratas  cenizas,  de  que  llevo 
Memoria  eternamente  lastimosa. 
Permite,  por  piadosa 
Usura  á  tierno  llanto. 
Vea  el  cadáuer  santo 
De  Geroncio,  tu  mártyr  y  prelado: 
Dame  de  su  sepulcro  algunas  señas, 
Y  cabaré  con  lágrimas  las  peñas 
Que  ocultan  su  sarcóphago  sagrado: 
Tabla  votiva  offresco  á  su  memoria. 
¡Triste!  que  indigno  soi  de  tanta  gloria. 
Goza  en  las  tuias  sus  reliquias  bellas, 
Onordel  mundo,  invidia  á  las  estrellas. 


Á  ALONSO  días 


(Sic.) 


(En  los  preliminares  de  la  Historia  de  Nuestra  Señora  de  Aguas-Santas^ 
poema  por  Alonso  Dias,  natural  y  vecino  de  la  ciudad  de  Sevilla. 
— En  Sevilla;  por  Matías  Clavijo;  año  1611,) 


Oluídese  de  Estinphalia 
Lo  que  de  vno  al  otro  Polo 
Cantaron  hijos  de  Apolo 
En  la  Tempe  de  Tesalia. 
Al  fin  tendrá  fin  Castalia, 
Que  no  ay  cosa  permanente: 
Mas  esta  sagrada  fuente 
Por  tí,  Alonso  Dias,  cantada, 
Fué  ante  los  siglos  criada; 
Y  ansí,  su  eterno  raudal 
Hará  tu  nombre  inmortal 
Como  sol  no  obscurecido 
(Que  por  esso  Dias  te  nombras) 
Ni  en  las  tierras  de  las  sombras 
Ni  en  las  aguas  del  oluido. 


IIsrX)IGE 


Págs. 


Composiciones  latinas.,         .......  v 

Al  Lector ix 

A  D.  Fadrique  Enrriquez.    .......  xi 

Al  Lector.   ..........  xv 

Petri  Cari. — Epigrama xix 

Décima.       ..........  xix 

Advertencia.        .........  xx 


días  geniales  o  lúdicros 


Dialogo  I. 

Introducción.       .........  3 

Párrafo    I.     Del  pentathlo  ó  quinquercio  y  del  correr.    .          .  21 

s>      n.     Del  circo  y  juegos  circenses.       .         .          .          .  25 

»    III.     Prosigue   la  materia  del   correr  y  de  los  toros  y 

juegos  de  cañas,  y  su  origen.         .         .  31 

s»     IV.     Del  salto  y  la  saltación 50 

Diálogo  II. 

Párrafo   I.     .       .         .         .          .         .          .         .         .         .  69 

»       II 76 


Párr.MII. 
»     IV. 


Párrafo 


Apuñearse,  á  que  llamaban  pugilato,  y  de  cómo 
los  muchachos  ejercitaron  el  pentathlo. 
V.     Moderación  de  la  disciplina  y  juegos. 

Diálogo  III. 

II.     Nuestro  autor   prosigue    con  los  juegos  de  esta 
manera.        ....... 


»    III.     Modo  de  jugar  á  la  Taba.._ 

»     IV.     Dados  y  Tesseras. 

»       V.     De  las  Damas  y  el  Axedréz, 


Págs. 


1-9 

138 
143 


Diálogo  IV. 

Párrafo    I.  De  la  Morra,  Micacion,  Trompos  y  Peonzas 

»       II.  De  la  Pelota 

»    III.  Otros  juegos  de  Pelota.      . 

»     IV.  Hogueras  de  la  noche  de  San  Juan 

»       V.  De  los  Corros.  .... 

»     "VI.  Instrumentos  del  Corro.    . 


188 
196 


Dialogo  V. 


Párrafo    1 2^07 

»      II.     Darse  grita 217 

»    III.     Otras  burlas  señalando  con  las  manos,  y  poner 

nombres.      .......  223 

»     IV.     Otros  juegos  que  trae  Julio  Pólux.       .          .          .  228 

»       V.     Llevar  el  gato  al  agua,  y  otros  juegos.         .         .  241 
»     VI, — Juegos  de  los  Panes,  Bolillo,  de  los  Pretendien- 
tes de  Penélope  y  otros  muchos.   .          .          .  256 


Diálogo  VI. 

Estimación  de  los  muchachos,  mayas  y  sus  ritos.  275 
Columpios  y  otras  fiestas  de  mujeres..  .  .  290 
Consejas:  la  Mala  cosa:  el  Diablo  Cojuelo.  .       297 

Dioses  de  los  muchachos.  Muñecas.  ,  .  .310 
Juguetes  de  los  muchachos.        .  .         .         .318 

Cantares  de  los  muchachos.   Nina,  nina,  y  Lala, 

lala 3*5 


árra 

fo   I. 

» 

II 

» 

III. 

» 

IV. 

» 

V. 

» 

VI. 

Pár.°  VII.     Disputan   los   interlocutores   si  conviene   que  se 

sepa  y  publique  esta  plática. .         .         .         .334 

VARIOS  TRATADOS 

Antigüedad  del  apellido  CARO 347 

A  la  villa  de  Carmona. — Silva.      ......  365 

Respuesta  á  algunas  cosas  que  escribió  el  P.  Martin  de  Roa.   .  375 
El  libro  de  las  Etimologías  es  de  San  Isidoro,  arzobispo  de  Se- 
villa   388 

Lo  mucho  que  comprendió  la  metrópolis  de  Sevilla  antigua.   .  406 

POESÍAS 

Silva  á  Sevilla  antigua  y  moderna..          .....  419 

Glosa  á  San  Ignacio,  fundador  de  la  Compañía  de  Jesús.         .  425 

Canción  al  mismo  Santo 427 

A  las  ruinas  de  Itálica. — Canción.          .....  433 

Á  Alonso  Dias. — Esparsa 437 


56 


Fué  impreso  por  primera  vez  este  libro  titulado 
días  geniales  ó  lúdicros,  del  Li- 
cenciado  Rodrigo   Caro,  en  la  ciudad 
de  Sevilla,  en  la  Oficina  tipográfi- 
ca DE  EL  MERCANTIL  SEVI- 
LLANO.— Acabóse  á  vein- 
te días  del  mes  de  Fe- 
brero DEL  AÑO 

1884. 


SOCIEDAD 

DE 

BIBLIÓFILOS  ANDALUCES 


(Las  impresiones  de  esta  Sociedad  fueron  premiadas  con  medalla  y  di 
ploma  en  la  Exposición  Universal  de  Filadelfia.) 


Sermo.  Sr.  Duque  de  Montpensier. 
Serma.  Sra.  Condesa  de  París. 

1  Excmo.  Sr.  D.  Pascual  de  Gayangos. 

2  Sr.  D.  José  M."  Asensio. 

3  »       Francisco  de  B.  Palomo. 

4  y)       Mariano  Pardo  de  Figueroa. 

5  La  Biblioteca  Colombina. 

6  Excmo.  Sr.  D.  Joaquín  de  Palacios  y  Rodríguez. 

7  Sr.  D.  Antonio  G.  Delgado  Otero. 

8  Excmo.  Sr.  D.  Fernando  de  Gabriel  y  Ruiz  de  Apodaca. 

9  William  Stirling  Maxwell.— Bart. 

10  Fréderic  William  Consens. — Esq. 

11  Robert  S.  Turner. — Esq. 

12  Mr.  Adolfo  Federico  Schack. 

13  Excmo.  Sr.  D.  José  Lamarque  de  Novoa. 

14  Sr.  D.  José  de  Hoyos. 

15  »       Gonzalo  Segovia  y  Ardizone. 

16  »       José  Buiza  y  Mensaque. 

17  «       Modesto  de  Castro. 

18  »       Manuel  Urzay. 


Ig  Sr.  D,  Manuel  Andérica. 

20  »       Mariano  Zabálburu. 

21  «       Antonio  Charlain. 

22  »       Francisco  García  Portillo,  Pro. 

23  Excmo.  Ayuntamiento  Constitucional  de  Sevilla. 

24  »        Sr.  D.  Manuel  Laraña. 

25  Sr.  D.  Leocadio  López. 

26  El  mismo. 

27  El  mismo. 

28  Sr.  D.  Joaquín  Guichot. 

29  »       Narciso  J.  Suarez. 

30  «       Luis  Vidart. 

31  »       Francisco  CoUantes, 

32  Excma.  Diputación  Provincial  de  Sevilla. 

33  Sr.  D.  Luis  Montoto. 

34  rt       Francisco  Mateos  Gago,  Pro. 

35  Excmo.  Sr.  Marqués  de  la  Fuensanta  del  Valle. 

36  Biblioteca  Provincial  de  Sevilla. 

37  Excmo.  Sr.  D.  Alejandro  Groizard. 

38  Sr.  D.  Francisco  A.  Barbieri. 

39  »       José  Escudero  de  la  Peña. 

40  »       José  A.  de  Balenchana. 

41  »       Federico  Rubio. 

42  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  M.  Fabié. 

43  Sr.  D.  Rafael  Laffite  y  Castro. 

44  »       Antonio  Sendras  y  Gambino. 

45  »       Francisco  González  Alvarez. 

46  Venerable  Archdeacon  Churton. 

47  Excmo,  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo. 

48  rt  ))   Marqués  de  Valmar. 

49  Real  Academia  Sevillana  de  Buenas  Letras. 

50  Excmo.  Sr.  Marqués  de  Casa-Loring. 

51  Sr.  D.  Manuel  Gómez  Imaz. 

52  »       Salvador  González  Montero. 

53  Excmo.  Sr.  Duque  de  Veragua. 


54  Sr.  D.  Francisco  Caballero  Infante. 

55  »       José  Vives  Ciscar. 

56  ))       Cayetano  Fernandez,  Pro. 

57  »       Antonio  Picardo. 

58  »       Ricardo  Heredia. 

59  »       Manuel  Noriega. 

60  »       José  de  Palacio  Vitery. 

61  »       Juan  N.  de  Acha. 

62  El  Casino  Sevillano. 

63  Escuela  de  Medicina  de  Sevilla. 

64  Sr.  D.  Juan  Rodríguez. 

65  »       Pedro  Borrajo  de  la  Bandera. 

66  Sra.  D.^  Mercedes  de  Hoyos  y  Hurtado. 

67  Sr.  D,  Rafael  Tarascó. 

68  El  mismo. 

69  Sr.  D.  Vicente  Barrantes. 

70  Excmo.  Sr.  D.  Gaspar  Nuñez  de  Arce. 

71  Sr.  D.  Gregorio  de  la  Maza. 

72  ))       Jacobo  López  Cepero. 

73  Sres.  Duland  y  C* 

74  »     Hijos  de  Fé. 

75  Los  mismos. 

76  Excmo.  Sr.  D.  Alejandro  Llórente. 

77  Biblioteca  de  la  Real  Academia  de  la  Lengua. 

78  Excmc.  Sr.  D.  Andrés  Parladé. 

79  »  »    Conde  de  Casa-Galindo. 

80  Mr.  Henry  Harrisse. — Esq. 

81  Jhon  Forster. — Esq. 

82  Sres.  Gerolty  C.» 

83  »     A.  Asher,  and  C.° 

84  Sr.  D.  Fernando  Fé. 

85  El  mismo. 

86  Sr.  D.  Francisco  Miranda  é  Iturbe. 

87  Excmo.  Sr.  Marqués  de  San  Román. 

88  Sr.  D.  José  Ivizon. 


89  Sr.  D,  Ramón  Sicar. 

90  »       José  Llordachs. 

91  ))       Juan  Llordachs. 

92  Sres.  Viuda  é  Hijos  de  Cuesta, 

93  Los  mismos. 

94  Sr.  D.  Federico  de  Amores. 

95  La  Escuela  Normal  de  Sevilla. 

96  Excrao.  Sr.  Conde  de  Casa- Valencia. 

97  »  »    D.  Juan  Valera. 

98  Sr.  D.  Ramón  Mata. 

99  »       Enrique  Barón  y  Zea  Bermudez. 
loo  El  Círculo  de  Labradores  de  Sevilla, 
loi  limo.  Sr.  D.  Servando  Arbolí,  Pro. 

102  Sr.  D.  Luis  González  de  Burgos. 

103  limo.  Sr.  D.  Francisco  Bermudez  Cañas,  Pro. 

104  Excmo.  Sr.  Duque  de  Alburquerque. 

105  »  i)    Marqués  de  la  Torrecilla. 

106  Sr.  D.  Antonio  Marino. 

107  »       Fernando  Holm. 

108  Mr.  Gustave  Adolphe. 

109  Sres.  Rtíinwald  y  C 
no  Sr.  D.  M.  Alordá. 

1 1 1  Excrno   Sr.  D.  José  Nuñez  de  Prado, 

1 12  Sr.  D.  Antonio  Benitez  de  Lugo. 

1 1  3  Ateneo  Científico  y  Literario  de  Madrid. 

1 14  Sr.  D.  Alonso  Mesía  de  la  Cerda. 

115  Excmo.  Sr.  D.  Enrique  Leguina. 

1 16  El  Instituto  Provincial  de  Huelva. 

1 17  Sr.  D.  José  García  y  Guerra. 

1 1 8  Círculo  de  la  Amistad  de  Córdoba. 

119  Ayuntamiento  de  Montilla. 

120  Sr.  D.  José  M."  Sbarbi,  Pro. 

121  »       Francisco  de  B.  Pavón. 

122  La  Biblioteca  de  Strasburgo. 

123  Sr.  D,  José  Enrique  Serrano. 


124  El  mismo. 

125  Sr.  D.  Mariano  Murillo. 

126  Casino  Industrial  de  Córdoba. 

127  Ayuntamiento  de  Montoro. 

128  Excmo.  Sr.  Conde  de  Torres-Cabrera. 

129  Sr.  D.  José  Gascón  y  Moroder. 

130  Ayuntamiento  de  Lucena. 

131  Biblioteca  del  Instituto  Provincial  de  Sevilla. 

132  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  de  Peralta. 

133  Sr.  Vizconde  de  Bétera. 

134  El  mismo. 

135  Excmo.  Sr.  Conde  de  Toreno. 

136  »  »    Marqués  de  Viluma. 

137  Sr.  D.  Marcelino  Menendez  y  Pelayo. 

138  Ayuntamiento  de  Córdoba. 

iSg  Biblioteca  de  la  Universidad  de  Bonn. 

140  Biblioteca  del  Ministerio  de  Marina. 

141  Sr.  D.  Luis  Carmena. 

142  Real  Biblioteca  de  Munich. 

143  Sr.  D.  Carlos  Fernandez  Pasalagua. 

144  ))       Alejandro  Andrés  Cossío. 


SOCIEDAD 
DE    BIBLIÓFILOS   ANDALUCES 

para  la  publicación  de  obras  inéditas 

y  repetición  de  ediciones  agotadas,  especialmente  de  los  ingenios 

de  las  provincias  andaluzas. 


OBRAS  PUBLICADAS 

PRIMERA   SERIE 

I.  Historia  de  los  Reyes  Católicos,  por  Andrés  Bernaldtz,  cura  de  los 
Palacios,  con  Prólogo  del  Excmo.  Sr.  D.  Fernando  de  Gabriel 
Ruiz  de  Apodaca. — Dos  tomos,  50  rs. 
II,   Obser-vaciones  del  Ldo.  Prete  Jacopin  á  las  Anotaciones  de  Fernan- 
do de  Herrera  á  las  obras  de  Garcilaso,  con  una  introducción 
del  Sr.  D.  José  María  Asensio. — Un  tomo,  í6.  (Agotada.) 
III.   Don  Fernando  Colon,  historiador  de  su  padre,  por  el  autor  de  la  Bi- 
blioteca Americana  Vetustíssima. — Un  tomo,  20.  (Agotada.) 
IV.  Pedro  de  Alcocer.  Relación  de  las  Comunidades  de    Castilla,  ilus- 
trada por  el  Sr.  D.  Antonio  Martin  Gamero. — Un  tomo,   16. 
(Agotada.) 
V.  Adiciones  á  las  Poesías  de  Rioja,  en  su  edición  de  Madrid,  1867,  por 
el  Sr.  D.  Cayetano  A.  de  la  Barrera  y  Leirado. — Un  tomo,  8. 
(Agotada.) 
VI.  Ariño.  Sucesos  de  Sevilla  de  1592  á  1604,  con  Introducción,  notas 
y  adiciones  del  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  María  Fabié. — Un  to- 
mo, 40.  (Agotada.) 
VII.  Cancionero  de  Sebastian  de  Horozco,  ilustrado  por  el  Sr.  D.  An- 
tonio Martin  Gamero. — Un  tomo,  34.  (Agotada.) 
VIII.  Descripción  de  la  Galera  Real  del  Sertno.  Sr.  D.    Juan  de  Austria, 
por  el  maestro  Juan  de  Malara. — Un  tomo,  46. 
IX.  Don  Claris  el  de  las  Flores,  por  D.  Jerónimo  de  Urrea,  con  Prólogo 

del  Sr.  D.  José  María  Asensio. — Un  tomo,  30.  (Agotada.) 
X.  Discurso  de  la  Comunidad  de  Sevilla,  año   1520,  con   Prólogo  del 
Sr.  D.  Antonio  Benitez  de  Luso. — Un  tomo,  20. 


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XI.   Los  restos  de  Cristóbal  Colon.   Disquisición,  por  el  autor  de   la   Bi- 
blioteca Americana  Vetustíssima. — Un  tomo,  4..  (Agotada.) 
XII.  Tratado  de  la  Sublimidad,  de    Dionisio  Casio   Longino,  traducido 
directamente  del  griego  por  D.  Miguel  José  Moreno. — Un  to- 
mo, 36. 
XIII.   El  Culto  Sevillano,  por  el  Ldo.  Juan  de  Robles. — Un   tomo,    32. 

(Agotada.) 
XIV.  Me?7iorial  de  Utrera,  por  el  Ldo.  Rodrigo  Caro,  con  Prólogo   del 

Sr.  D.  Marcelino  Menendez  y  Pelayo. — Un  tomo,  44. 
XVJ  Dias geniales  ó  lúdicros,  por  el  Ldo.  Rodrigo  Caro. — Un  tomo,  42. 

SEGUNDA  SERIE 

I.   Sebastian  de  Horozco. — Obras  dramáticas  inéditas. — Un  tomo,  5. 
(Agotada.) 
II.   Luis  de  Miranda. — Comedia  pródiga,  ilustrada  por  el  Sr.  D.  José 
María  de  Álava. — Un  tomo,  6.  (Agotada.) 

III.  ¿Miguel  de  Cer--vantes?—Conitá\3.  de  la  Soberana  Virgen  de  Gua- 

dalupe — Un  tomo,  2.  (Agotada.) 

IV.  Francisco  Gerónimo  Collado. — Descripción  del    túmulo    y    relación 

de  las  exequias  que  hizo  la  ciudad   de  Sevilla  en  la  muerte  de 
Felipe  II,  c^n  Prólogo  del  Sr.  D.  Francisco  de  B.    Palomo. — 
Un  tomo,  I  5. 
V,   Obras  de  D.  Félix  Rei?ioso,  con  una  noticia  biográílca  por  el  señor 
D.  Antonio  Martin  Villa. — Dos  tomos,  40.  (Agotada.) 
VI.  Juan  de  Salinas. — Poesías. — Dos  tomos,  32.  (Agotada. j 
VII.  Sermones  del  Loco  Amaro. — Un  tomo,  4. 
VIII.   Poesías  de  B.  del  Alcázar.— Un  tomo,  14. 

EN    PRENSA 

Se-uillana  medicina,  escrita  por  Maestre  Juan  de    Aviñon,    físico 
del  rey  D.  Pedro  I. — Publicada  por   Nicolás   Monardes  en 

1545- 
Itálica,  por  el  P.  Fernando  Ceballos. 
Don  Ciar  i  sel  de  las  Flores. — Tomo  II.